DANIEL

v. también Beltsasar
Educado en el palacio del rey, Dan 1:1-7; firme en su propósito, Dan 1:8-16; interpreta el sueño de Nabucodonosor, Dan 2:14-45; lee la escritura en la pared, Dan 5:17-29; librado del foso de los leones, Dan 6:10-24; sueños y visiones, Dan: 7


Daniel (heb. y aram. Dâniyyê’l; más correctamente, Dâni’êl, “Dios es mi juez” o “juicio de Dios”; ugar. y nab. Dn’l; pal. Dny’l; ac. Dânilu; gr. Daniel). 1. Hijo que le nació a David con Abigail en Hebrón (1Ch 3:1); también llamado Quileab* (2Sa 3:3). 2. Sacerdote del tiempo de Nehemí­as que puso su firma al pacto de lealtad a Dios, probablemente como jefe de la casa de su padre (Ezr 8:2; Neh 10:6). 3. En Eze 14:14 20 y 28:3 se hace referencia a un Daniel, y en el texto hebreo figura Dn’l en vez de Dny’l como aparece en el libro de Daniel. En los primeros 2 pasajes está, junto con Noé y Job, como ejemplo de hombre justo, y en el 3er pasaje, como un hombre extraordinariamente sabio. El descubrimiento de los textos ugarí­ticos trajo a luz un héroe de tiempos antiguos, “Dan’el, el refaí­ta”, que fue conocido como “juez de la causa de las viudas, solución del caso de los huérfanos”. A partir de este descubrimiento, muchos eruditos han sugerido que este Dan’el debió ser el que se menciona en Ezequiel junto con los otros 2 antepasados (Noé y Job) en lugar de Daniel, el contemporáneo de Ezequiel. Señalan que la forma de escribir el nombre Dan’el en Ezequiel y en los textos ugarí­ticos es la 297 misma, mientras que el del estadista Daniel es diferente. Al respecto, hay que recordar que en la tradición judí­a existí­a un Dan’el antediluviano, pues el libro seudoepigráfico de los Jubileos (producido en los ss III o II a.C.) dice que el suegro de Enoc fue Dan’el (4:20). Además, es digno de tomar en cuenta que Dan’el de los textos ugarí­ticos es llamado rp’, “refaí­ta”, un término paralelo a “Refaí­m”, un pueblo de los tiempos patriarcales (Gen 14:5; Deu 2:11, 20, BJ; 3:11, 13, BJ; etc.). Bib.: ANET 149-151. 4. Estadista y profeta en la corte de Nabucodonosor durante el cautiverio babilónico, y autor del libro que lleva su nombre. Daniel era de familia real (Dan 1:3) y, por tanto, de la tribu de Judá. Obviamente era joven cuando fue llevado cautivo, por cuanto su servicio en el extranjero, primero por un tiempo en la corte de Babilonia, y más tarde, brevemente, bajo el Imperio Persa, abarcó un perí­odo de por lo menos 67 años (1:1-4, 7, 21; 10:1; 12:13). Como era un joven prí­ncipe promisorio y capaz (1:3, 4), fue seleccionado, junto con otros, para un curso de 3 años destinado a prepararlo para servir en la corte (vs 5, 19). El currí­culo incluí­a, entre otras cosas, “las letras y la lengua de los caldeos [el arameo]” (v 4). Los estudiantes que tomaron el curso eran considerados miembros de la corte y gozaban de ciertos privilegios especiales (v 5). Aparentemente, desde el principio la bondadosa personalidad y la integridad del carácter de Daniel le conquistaron el favor de los oficiales de la corte a cuyo cargo estaba (1:8, 9). Estas cualidades pronto le dieron la oportunidad de demostrar las ventajas de una dieta saludable (vs 8-16). Al fin del curso (3 años, cómputo inclusivo), Daniel y sus 3 compañeros se graduaron con los más altos honores (vs 17-20). De ese modo, aun antes de entrar al servicio de la corte Daniel habí­a conquistado el respeto y la confianza del rey y de sus cortesanos, al haber dado evidencia de su personalidad simpática, de su fí­sico saludable y de su intelecto superior, en adición a su talento natural y a su integridad de carácter. 150. Domo en forma de pico del edificio que, según la tradición, es la tumba de Daniel en Susa. Muy poco después surgió una situación que, en la providencia de Dios, inició para Daniel una carrera como ministro y consejero del rey (Dan_2). Nabucodonosor tuvo un sueño de una gran imagen que, por su clí­max espectacular, produjo una impresión profunda en el interés de un monarca idólatra. Cuando despertó, descubrió que el contenido del sueño se habí­a borrado de su mente. Llamó a sus sabios para que se lo recordaran, quienes admitieron que sólo “los dioses” podí­an responder al pedido del rey (vs 10, 11). En este escenario Daniel demostró su relación con el Dios del cielo, no sólo al revelar el sueño sino también al interpretarlo, con lo que se ganó la confianza de Nabucodonosor como representante del Dios verdadero (vs 46-49). Después de transcurrido un tiempo no indicado, Nabucodonosor erigió una magní­fica estatua de oro y exigió que todos sus oficiales se inclinaran ante ella (cp 3). Esta imagen probablemente debí­a representar un imperio que nunca terminarí­a, como un desafí­o a la predicción del sueño del cp 2, que señalaba que Babilonia serí­a sucedido por otro poder mundial (2:38, 39). Por alguna razón, parece que Daniel no fue convocado en esa ocasión. Quizá Nabucodonosor, conociendo la firmeza de su ministro y teniéndolo en alta estima por su valor y servicios al reino, para no exponerlo a una negativa segura, lo envió previamente en alguna misión a una tierra lejana para que no pudiera estar presente en la adoración de la imagen, y así­ salvarlo de la muerte; o estarí­a enfermo. Luego de transcurrir otro perí­odo no indicado, quizás hacia el fin del reinado de Nabucodonosor, el rey nuevamente olvidó al Dios del cielo (4:4, 30). El Señor le dio un sueño que presagiaba su humillación (vs 5-18), y una vez más Daniel demostró que era el único capaz de interpretarlo (vs 19-27). Pasada la humillante experiencia predicha por el sueño (vs 28-34), Nabucodonosor reconoció públicamente la grandeza de Dios, manifestó sumisión a Dios y dio a entender su disposición a cooperar con el plan divino para su reinado (vs 1-3, 34-37). Pero los sucesores en el trono, que sabí­an muy bien todo eso, rehusaron seguir al rey en su sumisión a la voluntad de 298 Dios (5:22), y realmente lo desafiaron (vs 2-4, 23). Esta resistencia persistente y obstinada a cumplir el plan divino produjo la caí­da del reino en breve plazo, pocos años antes de la terminación de los 70 años de cautiverio (Jer 25:12; 29:10; Dan 9:1, 2). El nombramiento posterior de Daniel como alto funcionario del Imperio Persa le dio la oportunidad de testificar de su fe ante los dirigentes de la nación que estaba destinada por Dios para cumplir el predicho retorno de los judí­os a su tierra y para ayudarles a establecerse otra vez en ella. Su liberación del foso de los leones exaltó el reconocimiento de Daniel como embajador de la corte del cielo (Dan 6:22 28), y sin duda abrió el camino para llamar la atención de Ciro a las profecí­as concernientes a él y de su papel en la restauración de Jerusalén (ls. 44:24-45:13). En por lo menos 4 ocasiones Daniel recibió revelaciones divinas: 1. En la visión de Dan_7, a comienzos del reinado de Belsasar. 2. En la visión del cp 8, unos 2 años más tarde. 3. En la comunicación del cp 9, después de la conquista de Babilonia por los persas. 4. En la visión de Dan_10 y la larga explicación que la siguió, registrada en los cps 11 y 12, en el 3er año del nuevo imperio (véase CBA 4:890). Daniel vivió hasta por lo menos el 3er año de Ciro, y en ese tiempo debió haber tenido casi 90 años de edad. Véase Daniel, Libro de. Daniel, Libro de. En las traducciones españolas, así­ como en la LXX y la Vulgata, Daniel aparece entre los Profetas Mayores, después de Ezequiel. Sin embargo, en el canon hebreo Daniel está clasificado entre los Kethûbîm (“Escritos”), que incluí­an los libros que aparecen en las biblias castellanas desde 1 Cr. hasta Cnt., con Rt. y Lm. Se han dado diversas explicaciones para la posición de Daniel en el canon hebreo, de las cuales las más importantes son: 1. Daniel no fue aceptado por los judí­os como parte del canon sagrado hasta que se fijó el contenido de “la ley” (el Pentateuco) y de “los profetas” (Lc 24:44). 2. Daniel, aunque es llamado profeta (Mat 24:15), primariamente fue funcionario y estadista, no un profeta. De acuerdo con este punto de vista, tení­a el don profético, pero no el oficio profético; es decir, no se dirigió a sus contemporáneos en el nombre del Señor y ni los exhortó como hicieron los demás profetas. Al mismo tiempo, recibió importantes visiones. Véase Daniel IV. I. Autor. El punto de vista tradicional, tanto de judí­os como de cristianos, es que el libro de Daniel fue escrito por Daniel. su principal personaje, durante el s VI a.C. Josefo se refiere a Daniel como a un gran profeta, y al libro como anterior a Alejandro Magno (quien murió en el 323 a.C.) y aun a Artajerjes I (quien comenzó a reinar en el 465 a.C.). Cristo habló en forma similar acerca de Daniel: como profeta y como autor del libro que lleva su nombre (Mat 24:15). Además de estas evidencias externas, el autor del libro se identifica como Daniel, su personaje principal, y con frecuencia habla en 1ª persona (Dan 8:1, 2; 9:2 1O:1, 2; etc.). Que también escriba en 3ª persona (cps 1; 2; etc.) no necesariamente implica que él no fuera el autor, ya que esto era una práctica corriente entre los escritores antiguos. II. Ambientación. Desde el tiempo del filósofo neoplatónico Porfirio (c 300 d.C.), uno de los primeros crí­ticos que atacaron la historicidad del libro, su autenticidad e inspiración han sido repetidamente atacadas, particularmente durante los 2 últimos siglos. Hoy la mayorí­a de los eruditos cristianos lo atribuyen a un autor anónimo del tiempo de la rebelión macabea, a mediados del s II a.C. Los 3 principales argumentos que esgrimen son: 1. El tema principal de la porción profética de Daniel es el gran poder perseguidor descripto desde el cp 7 en adelante: Antí­oco IV Epí­fanes (175-164/63 a.C.). Conectado con esto está el rechazo de la idea de que los profetas tení­an la capacidad de predecir con exactitud el futuro. Para ello sostienen que si lo que pretende ser profecí­a predictiva aparece como cumplimiento razonablemente exacto en la historia, es porque la predicción debió haber sido escrita después que ocurrió el evento. 2. Las secciones históricas del libro contienen numerosos errores históricos, anacronismos y conceptos erróneos. 3. La inclusión de palabras persas y griegas en el libro son evidencias de su fecha tardí­a. Con respecto a la 1ª de las crí­ticas se pueden destacar 3 puntos: a. Que algunas de las especificaciones proféticas parezcan adecuarse a Antí­oco (y muchos comentaristas que aceptan el libro como predicciones genuinas admiten por lo menos algunas aplicaciones a Antí­oco en los cps 8 y 11) no demuestra que un cumplimiento posterior se pueda ajustar a los requerimientos en forma igual o más completa. b. La insistencia en que Antí­oco fue el poder perseguidor del cp 7, por lo menos es tan subjetiva como creer que ese poder es posterior; es absolutamente indispensable para quienes suponen que el cumplimiento de la predicción se debe buscar durante el tiempo en que se escribió o aún antes. c. La inconsistencia de esta interpretación con los hechos históricos, tanto acerca de Nabucodonosor como de Ciro Y desde Antí­oco en adelante, se 299 presenta como una prueba de que el autor ignoraba esos hechos y por lo tanto fue un seudo Daniel del s II a.C. En otras palabras, a pesar de un conjunto de especificaciones en la profecí­a, algunas de las cuales se podrí­an cumplir en Antí­oco y algunas otras no, es ilógico concluir que las especificaciones que no se corresponden con los hechos son una indicación de que el autor ignoraba su tema; es más lógico dudar de la corrección de la interpretación. Con respecto a la 2ª pretensión se debe notar que el autor da evidencias repetidas de que era un conocedor exacto de las circunstancias históricas en las que escribe los cps 1-6 (el Imperio Neobabilónico y los primeros años del Imperio Persa). Sin embargo, el conocimiento detallado de estos hechos se perdió mayormente durante los siglos que siguieron. Sólo con los descubrimientos arqueológicos relativamente recientes han aparecido a la luz otra vez esos hechos, con lo que se auténtica la narración histórica del libro en numerosos puntos. Los crí­ticos que atribuyen el libro a alguna otra persona que no sea el personaje principal y lo asignan al perí­odo macabeo (c 165 a.C.), no pueden explicar el conocimiento exacto de hechos históricos en un escritor tan tardí­o, hechos que se habí­an olvidado mucho antes de su tiempo, y que sólo hace poco salieron a la luz. Por ejemplo, los escritores griegos casi ignoran a Nabucodonosor, y cometen el error de atribuir su amplia reconstrucción de Babilonia a Semí­ramis, quien en realidad fue una reina madre en Asiria que vivió 2 siglos antes. Hasta la 2ª mitad del s XIX no se conocí­a ninguna evidencia histórica con respecto a Belsasar, el último rey de Babilonia, y los crí­ticos generalmente señalaban este silencio como una evidencia de que el escritor estaba mal informado. Por supuesto, actualmente está ampliamente documentada la existencia de Belsasar, su posición de corregente en Babilonia durante la ausencia de su padre y su papel en los últimos años antes de la caí­da del imperio. La supuesta discrepancia entre Dan 1:1 y Jer 25:1, y entre Dan 1:5, 18 y 2:1 con respecto a los años del reinado de Joacim y de Nabucodonosor, se puede resolver si tomamos en consideración el sistema, ahora bien conocido, de numerar los años de reinado con el “año ascensional” o el de la “posdatación”, y el hábito antiguo de cálculo inclusivo. Véanse Babilonia; Ciro; Cronologí­a I, B, C; Nabucodonosor; Persia. Con respecto al 3er argumento, ahora se sabe que los artistas jonios (griegos) y los persas eran empleados de la corte babilónico, a quienes fácilmente se los puede responsabilizar por la introducción de palabras extranjeras. Además, las extensas actividades comerciales de los fenicios y los arameos, junto con el hecho de que los artí­culos de intercambio comúnmente retení­an los nombres que se les daba en la región de origen, también pueden explicar el uso de estas palabras extranjeras. Además, algunos vocablos que antes se pensaban que eran persas, se reconocen ahora como de origen babilónico. III. Aspectos lingüí­sticos. Una caracterí­stica literaria del libro de Daniel es que está escrito parte en hebreo y parte en arameo. La porción en arameo comienza en el 2:4 y sigue hasta el cp 7 inclusive. Esta era una especie de lingua franca usada extensamente en el Asia occidental. El arameo de Daniel, casi idéntico al de las porciones arameas de Esdras, tiene una gran cantidad de palabras babilónicas y persas, como puede esperarse. Algunas veces se lo llama caldeo, aunque impropiamente. No se sabe si el libro fue escrito originalmente en los 2 idiomas (parte en hebreo y parte en arameo), o si una parte o la otra es una traducción. También se ha sugerido que el libro apareció en 2 ediciones: una en hebreo para los judí­os de Palestina, y otra en arameo para los judí­os de la Mesopotamia. De acuerdo con esta teorí­a, una porción de la copia que habí­a en Jerusalén fue destruida en tiempos de las guerras macabeas del s II a.C., y más tarde esa porción perdida fue reemplazada por la porción correspondiente de la copia aramea, sin traducirla. Es posible también que el autor comenzara a escribir en arameo en el lugar donde los caldeos se dirigieron al “rey en lengua aramea” (2:4), y que continuara en ese idioma mientras escribí­a en esa ocasión. Cuando reanudó la escritura (en 8:1), escogió usar el hebreo. Es seguro que Daniel conocí­a ambos idiomas: habí­a sido criado en Jerusalén y, más tarde, habí­a estudiado arameo en Babilonia (1:4). Como estadista, se esperaba que pudiera usar fluidamente la lengua oficial del gobierno al que serví­a. Así­, cuando llegó el momento de contar un discurso hecho en arameo serí­a natural que lo relatara en el idioma que se usó, y luego siguiera la narración en su lengua. Sin duda, por las razones apuntadas, el arameo llegó a ser tan familiar para Daniel como su propia lengua hebrea. Bib.: FJ-AJ, x.11.4, 6; x. 11; xi.8.5, FJ-AA 1.8. IV. Bosquejo y Contenido. El libro se puede dividir en 2 partes: la 1ª es esencialmente de naturaleza histórica, y la 2ª es profética. Apropiadamente se lo podrí­a llamar un manual de historia y profecí­a. La sección histórica 300 presenta, con ejemplos prácticos, los principios de la verdadera filosofí­a de la historia, y sirve como prefacio a la sección profética, en la que esos principios y esa filosofí­a se proyectan hacia el futuro. Un informe bastante detallado del trato de Dios con una nación, Babilonia, presenta un modelo para comprender el surgimiento y la caí­da de las otras naciones que le seguirí­an. Como estadista destacado en 2 grandes imperios de la antigüedad, Daniel estaba bien capacitado para percibir y comprender la actuación de Dios en su relación con Babilonia, y para recibir un bosquejo inspirado de los futuros acontecimientos. De acuerdo con la filosofí­a planteada en el libro, es función de los gobiernos proteger y edificar la nación y dar a su pueblo la oportunidad de conocer y alcanzar el propósito del Creador para ellos. Una nación es fuerte en proporción a la fidelidad con que cumple los planes de Dios para con ella; su éxito depende del uso que haga del poder que se le ha confiado; su acatamiento del propósito divino es la medida de su prosperidad; y su destino está determinado por la elección que sus lí­deres y su pueblo hacen en relación con estos principios. a. La sección histórica de Daniel revela cómo, cuando el pueblo elegido de Dios, los judí­os, entró en una crisis en su historia, el rey y los oficiales del Imperio Babilónico llegaron al conocimiento verdadero Dios y de su voluntad para con ellos como nación. La apostasí­a nacional del pueblo judí­o culminó con el cautiverio babilónico: si habí­an de aprender la lección de lealtad a Dios que la cautividad les debí­a enseñar, tení­an que ser sujetados con mano firme pero sin ser eliminados como nación. La misión de Daniel en la corte era conseguir la cooperación del rey con la voluntad divina para que el propósito de Dios se pudiera realizar. Los primeros 4 capí­tulos revelan el medio por el cual Dios consiguió la lealtad de Nabucodonosor. Daniel y sus 3 compañeros ganaron la confianza y el respeto del rey y de su corte como hombres de personalidad agradable, salud vigorosa e intelecto superior (Dan_1). Por medio de estos 4 hombres de principio, y mediante una sucesión dramática de intervenciones providenciales, Nabucodonosor se instruyó plenamente en el conocimiento, el poder y la autoridad del Dios de Daniel. La insuficiencia de la sabidurí­a humana, ví­vidamente demostrada en relación con el sueño de la imagen de oro del cp 2, condujo a Nabucodonosor a admitir ante Daniel: “Ciertamente el Dios vuestro es Dios de dioses, y Señor delos reyes, y el que revela los misterios” (v 47). El incidente de la imagen de oro y del horno de fuego demostró el poder de Dios de trastornar la voluntad del rey cuando está en oposición a la de Dios. “No hay dios que pueda librar como éste” (3:29), admitió Nabucodonosor. Al levantar la estatua de oro, desafió la expresa declaración de Dios del cp 2:38, 39 de que su reino serí­a sucedido por otros reinos. Su polí­tica imperial era fundar un reino que durara para siempre. El horno de fuego fue un intento definido de silenciar toda oposición a este plan, pero la efectiva liberación providencial de los 3 hebreos de sus llamas le reveló al rey que él no tení­a poder para torcer los propósitos del Todopoderoso (3:28). La experiencia del cp 4 -los 7 años durante los cuales su jactancioso sabidurí­a y poder le fueron temporalmente retirados -le enseñó no sólo que el Altí­simo es omnisciente (cp 2) y omnipotente (cp 3), sino que gobierna el destino de las naciones (4:17, 25, 32). Nabucodonosor no estaba dispuesto a admitir que en sabidurí­a, poder y autoridad, el Dios del cielo trascendí­a todas las proezas de los hombres, pero aprendió la lección. Sin embargo, los reyes que siguieron a Nabucodonosor en el trono de Babilonia deliberadamente rehusaron beneficiarse de la experiencia del mas grande gobernante del imperio. Abiertamente desafiaron a Dios (5:23), con pleno conocimiento de lo que estaban haciendo (v 22). En vez de cumplir el propósito divino de su existencia, el reino de Babilonia se llenó de orgullo y fue cruel y opresor. Fue pesado en la balanza divina y hallado falto (vs 25-28), y el dominio mundial pasó a los persas (vs 30, 31). En la liberación de Daniel del foso de los leones, el Señor demostró su poder y autoridad ante los dirigentes del Imperio Persa (Dan 6:20-23), lo que condujo a Darí­o a reconocerlo como “el Dios viviente” (v 26) y a admitir que “la ley de Media y de Persia, la cual no puede ser abrogada” (v 8) debí­a ceder ante los decretos del Altí­simo. Es evidente que, impresionado favorablemente por esto, y por las profecí­as que describí­an su papel en el retorno de los judí­os a su patria (ls. 44:26-45:13), Ciro cumplió su misión divinamente asignada y proclamó el decreto de la restauración de Judá. De esta manera, la sección histórica del libro de Daniel demuestra el principio de que la sabidurí­a, el poder y la autoridad divinos operan a través de las naciones para el eventual cumplimiento del propósito divino. b. La porción profética del libro traza 4 grandes lí­neas de profecí­a: 1. La gran imagen del cp 2. 2. Las 4 bestias y el cuerno pequeño del cp 7. 3. El carnero, el macho cabrí­o y el cuerno pequeño de los cps 8 y 9. 4. Los reyes 301 del norte y del sur de los cps 10-12. Cada una de las 4, en su forma particular y desde su punto de vista, repasa la historia del mundo desde el tiempo de Daniel en adelante. Las 4 convergen en el fin del mundo y culminan en el reino eterno que Dios se propone establecer, y por ello, en general, son paralelas en alcance y naturaleza. Aunque el propósito principal del sueño de Dan_2 fue revelar a Nabucodonosor su papel como gobernante de Babilonia, y de paso hacerle saber “lo que habí­a de ser en lo por venir” (vs 29, 30), es de gran valor para nosotros hoy, pues nos proporciona un breve bosquejo de la historia del mundo a través de 4 poderes mundiales sucesivos. Sólo hace referencias incidentales al pueblo de Dios. La 2ª profecí­a -la visión de Dan_7- cubre el mismo tiempo pero enfatiza las experiencias de los hijos de Dios, su victoria final y el juicio divino sobre sus adversarios. Daniel recibió las visiones 3ª y 4ª después que el Imperio Babilónico prácticamente habí­a completado su perí­odo, por lo que no figura en ninguna de ellas. La 3ª visión destaca los intentos de Satanás de desbaratar el plan de salvación como está representado en los servicios del santuario y el pueblo elegido (8:9-14, 23-26). Se promete la restauración de la cautividad babilónica (9:24-26), pero con esta promesa aparece una advertencia de una desolación futura que terminará sólo con la “consumación” final (8:17, 19; 9:26, 27). La 4ª visión (cps 10-12) difiere de las anteriores en que se plantea en lenguaje literal y no figurado. Sin embargo, cubre el mismo perí­odo de las que la preceden, pero añade más detalles en ciertos puntos. En particular, presenta un panorama más completo de la experiencia del pueblo de Dios antes de la 1ª y 2ª venidas de Cristo. El centro del énfasis en la 4ª visión es “lo que ha de venir a tu pueblo en los postreros dí­as; porque la visión es para esos dí­as” (10:14). El relato de este bosquejo de historia (11:2-39) llega hasta “los postreros dí­as” (10:14) y los acontecimientos que han de ocurrir “al cabo del tiempo” (11:40) o tiempo del fin. V. Apocalí­ptica. Las profecí­as de Daniel están í­ntimamente relacionadas con las del Apocalipsis, que cubre parte del mismo tiempo, pero éste pone un énfasis especial en el papel de la iglesia cristiana como pueblo elegido de Dios. Así­, detalles que pueden parecer oscuros en el libro de Daniel, a menudo se aclaran al compararlos con el Apocalipsis. La porción de la profecí­a de Daniel relacionada con los dí­as finales fue sellada (12:4), mientras que Juan recibió la instrucción especí­fica de no sellar “las palabras de la profecí­a de este libro, porque el tiempo está cerca” (Rev 22:10). Según esto, a ciertas porciones oscuras del libro de Daniel el Apocalipsis les quita el sello. En vista de la naturaleza generalmente paralela de las 4 visiones en cuanto a alcance y contenido, resulta muy útil un cuadro comparativo con las informaciones suministradas por las 4 profecí­as en cuanto a cada punto importante. Las 4 apuntan a “los postreros dí­as”, o “tiempo del fin”, cuando Dios librará a su pueblo de sus enemigos y “recibirán el reino” (Dan 2:28, 29, 45; 7:1, 2, 18; 8:13, 14, 17, 19, 26; 10:1, 14; 12:1, 6): a. Babilonia. Aparece en las primeras 2 visiones: una como la cabeza de oro de la imagen (2:32, 37, 38), y la otra como un león con alas de águila (7:4). b. Medo-Persia. Figura en las 4 visiones: en la 1ª como el pecho y los brazos de plata (2:32, 39), en la 2ª como un oso (7:5), en la 3ª como un carnero con 2 cuernos (8:3, 4, 20), y en la 4ª, en lenguaje literal, bajo varios de sus reyes (10:20; 11:2). c. Grecia -es decir, el Imperio Greco-macedónico-oriental de Alejandro- y sus sucesores, los reinos helení­sticos. Aparecen en la 1ª visión como el “vientre” y los “muslos” de bronce (2:32, 39), en la 2ª como un leopardo con 4 alas (7:6), en la 3ª como un macho cabrí­o con sus cuernos (8:5-8, 21, 22) y en la 4ª, en lenguaje literal, bajo Alejandro y sus sucesores (10:20; 11:2-4). d. Roma. En la 1ª visión como las piernas de hierro de la imagen (2:33, 40), en la 2ª como una bestia feroz e indescriptible (7:7, 19, 23), en la 3ª como un cuerno pequeño que se “engrandeció sobremanera” (8:9, 10, 23, 24), y en la 4ª, en lenguaje literal aunque un poco más oscuro (los comentadores no están de acuerdo en cuanto a cuándo se presenta Roma por 1ª vez; algunos creen que ya en 11:14; otros, que aparece más tarde). La oposición de Roma a Cristo se presenta en las visiones 3ª y 4ª (8:11, 12; 11:22, 30). e. Las naciones europeas que sucedieron a Roma. En la 1ª visión como los pies de la imagen, de hierro y de barro cocido mezclados (2:33, 42, 43), y en la 2ª como los 10 cuernos de la bestia indescriptiblemente feroz (7:7, 20, 24; posiblemente también en 11:31). Mapas XII; XIII; XIX. La apostasí­a que se desarrolló figura en la 1ª visión sólo de paso, pero recibe comentarios más tarde. Su oposición a Dios y a Cristo está representada en la 2ª visión bajo el sí­mbolo de un cuerno pequeño con una boca que habla blasfemias (7:8, 20, 25), en la 3ª por el cuerno pequeño en su fase posterior (8:9-12, 23-25), y en la 4ª -de acuerdo con una interpretación 302- como un rey soberbio que se exalta sobre Dios (11:31-38). Una interpretación alternativa aplica los vs 36-38 a Turquí­a y a Francia. También se describe su oposición al pueblo de Dios y a la verdad (7:21, 22, 25; 8:10-13, 24; 11:30-35; 12:1,10). La polí­tica papal se traza también en 7:8, 20, 25; 8:11-14,19, 25; y, de acuerdo con otra idea, en 11:31, 36-39, 44, 45. El fin último de los reinos de la tierra se presenta en la 1ª visión bajo la destrucción de la imagen mediante una piedra (2:34, 35, 44, 45), en la 2ª bajo la figura del juicio final (7:9-12, 16), en la 3ª por su rotura “no por mano humana” (véase 8:14, 17, 19, 25; 9:27), y en la 4ª por Miguel preparado para librar a su pueblo (11:27, 35, 45; 12:1, 2). Æ’. El reino de Cristo. En la 1ª visión aparece como una piedra que llena la tierra (2:34, 35, 44, 45), en la 2ª se indica literalmente que el Hijo del hombre recibe el dominio (7:13, 14), y en la 4ª como Miguel que se levanta (12:1). Así­, las 4 visiones presentan colectivamente un cuadro más claro del proceso mediante el cual Dios se propone realizar su voluntad en la historia, cómo quienes lo aman y sirven sufrirán, pero al fin triunfarán, y cómo “los reinos del mundo” llegarán a ser “de nuestro Señor y de su Cristo” (Rev 11:15; véase CBA 4:771-782).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

Dios es mi juez o El es el juez. Nombre de varón. 1. Hijo de David y Abigaí­l, 1 Cro 3, 1, nacido en Hebrón. 2. Sacerdote cuando el regreso del cautiverio en Babilonia, en época de Nehemí­as. Este D. era descendiente de Itamar, perteneciente al linaje de Abiatar, Esd 8, 2; Ne 10, 7. 3. El cuarto de los llamados Profetas Mayores. D. fue llevado cautivo a Babilonia, ca. 606 a. C., cuando la primera deportación de los judí­os. Tras ser escogido con otros compañeros para servir en la corte del rey Nabucodonosor, recibió una esmerada educación y, por su talento, fue puesto en un alto cargo en el reino. En la corte, el jefe de los eunucos le cambió el nombre a D. por el de Beltsassar, Dn 1, 7. D. vivió en Babilonia bajo los reinados de Nabucodonosor, el hijo de éste, Baltasar, y Darí­o.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

en resumen es la historia de un joven hebreo que se aferra a su fe en el Señor, no obstante las tentaciones y presiones a que está sometido bajo la , a donde fue llevado cautivo, y que también se puede interpretar como un texto redactado con el fin de infundir fortaleza y dar consuelo a los judí­os oprimidos por el rey seléucida Antí­oco IV Epí­fanes, a mediados del siglo II a. C., quien pretendió imponer el helenismo a sangre y fuego, lo que dejó muchos mártires, hasta cuando llegó la liberación de los judí­os por medio de los Macabeos. Algunos fragmentos del libro de Daniel se encontraron en las cuevas del Qumram, en el mar Muerto, en año de 1947.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., daniye†™l o dani†™el, Dios es mi juez).
1. El segundo hijo de David (1Ch 3:1; Quileab, 2Sa 3:3).
2. Un sacerdote postexí­lico (Ezr 8:2; Neh 10:6).
3. El vidente exí­lico del libro de Daniel.

El profeta nació en una familia no identificada de la nobleza de Judea durante la época de la reforma de Josí­as (621 a. de J.C.); estuvo entre los jóvenes cautivos elegidos de la primera deportatión judí­a llevados a Babilonia por Nabucodonosor en el 605, el tercer año del rey Joacim (Dan 1:1, Dan 1:3).

Daniel fue instruido en toda la sabidurí­a de los babilonios durante tres años (Dan 1:4-5) y se le asignó el nombre babilonio Beltesasar, †œÂ¡Protege su vida!†, que era una invocación a una deidad pagana (Dan 4:8). Sin embargo, Daniel y sus compañeros permanecieron fieles a su fe ancestral, rechazando con cortesí­a la comida del rey y el vino que éste bebí­a (Dan 1:8, contaminados por la idolatrí­a y contrarios a las leyes leví­ticas de pureza).

Dios los recompensó con sabidurí­a no superada (Dan 1:20, calificándolos de sabios oficiales; compararDan 2:13). Además, a Daniel le dio el don de las visiones y de interpretar sueños (Dan 1:17; comparar la sabidurí­a de Daniel en las historias apócrifas de Susana y Bel y el dragón).

Hacia el final de este segundo año (602 a. de J.C.) Nabucodonosor exigió que sus compatriotas babilonios, quienes como la clase gobernante de la sociedad habí­an asumido el papel de adivinos sacerdotales (Dan 2:2; comparar Herodoto, I.191), identificaran e interpretaran un sueño no revelado que lo habí­a turbado la noche anterior (Dan 2:5, Dan 2:8). Se expuso el engaño del espiritismo y la astrologí­a; pero cuando se pronunció el juicio sobre los adivinos, Daniel y sus compañeros fueron incluidos en la sentencia de muerte.

Pero el Dios en los cielos, quien revela los misterios (Dan 2:28; compararDan 2:11) contestó la oración de Daniel por iluminación (Dan 2:18-19). Daniel reveló tanto el sueño, que describí­a una imagen cuádruple, como su significado:
cuatro imperios mundiales (Babilonia, Persia, Grecia y Roma) conduciendo al reino mesiánico de Dios (Dan 2:44; comparar también Ver DANIEL, LIBRO DE). Nabucodonosor lo puso a Daniel como jefe de los sabios (sin embargo 2:48 no dice que se haya convertido en un sacerdote pagano, como lo infieren aquellos que desacreditarí­an la historicidad de Daniel). Además le ofreció la gobernación de la provincia de Babilonia, aunque Daniel encomendó este último nombramiento a sus tres amigos (Dan 2:49).

En los últimos años del reinado de Nabucodonosor (604-562 a. de J.C.) se evidenció el valor de Daniel (Dan 4:19; compararDan 4:7) cuando interpretó el sueño del rey sobre el árbol caí­do (Dan 4:13-27). Con tacto le informó a su amo despótico que el orgullo lo reducirí­a a una locura bestial por siete tiempos (Dan 4:24-25; comparar su cumplimiento histórico 12 meses después, Dan 4:28-33).

En 552 a. de J.C., después de que el rey Nabónido se retirara a la Teima árabe y del ascenso de su hijo Belsasar, Daniel recibió su visión de las cuatro grandes bestias (Daniel 7), paralela al sueño anterior de Nabucodonosor de la imagen compuesta. Después, en el 550, en la época en que Ciro amalgamó el Estado medo y el persa y durante el eclipse cada vez mayor de Babilonia, Daniel recibió la profecí­a del carnero y el macho cabrí­o en cuanto a Persia y Grecia (Dan 8:20-21) hasta Antí­oco IV (Dan 8:25). El 12 de octubre del 539, el general de Ciro, Gobrias, después de haber vencido a los ejércitos babilonios, ocupó la ciudad de Babilonia. Durante las celebraciones profanas de la corte de Belsasar que se realizaron inmediatamente antes del fin, se llamó a Daniel para que interpretara la escritura de Dios en la pared, y el profeta condenó sin temor al prí­ncipe desesperado (Dan 5:22-23). Predijo la victoria medopersa (Dan 5:28) y esa misma noche cayó la ciudadela y Belsasar fue muerto.

Cuando Darí­o el medo (supuestamente Gubaru u otro oficial de nombre similar) fue nombrado rey de Babilonia por Ciro (Dan 5:31; Dan 9:1), inmediatamente buscó a Daniel como uno de sus tres ministros (Dan 6:2) debido a su excelencia, y lo estaba considerando para el puesto de ministro principal (Dan 6:3). Los colegas celosos de Daniel, ante la imposibilidad de descubrir un cargo válido de corrupción (Dan 6:4), maquinaron su caí­da por medio de un edicto real prohibiendo toda oración o petición salvo a Darí­o mismo por 30 dí­as. Daniel fue prendido inmediatamente en oración a Dios, y Darí­o no tuvo más remedio que lanzarlo en un foso de leones, como habí­a sido ordenado. Sin embargo, Dios intervino a favor de su siervo fiel (comparar Dan 6:16) y cerró la boca de los leones, aunque después devoraron a sus acusadores cuando fueron condenados a una suerte similar. Fue en este mismo primer año de Darí­o (Dan 6:28; compararDan 1:21), al llegar al fin de los 70 años de cautiverio, que el ángel Gabriel contestó las oraciones y confesiones de Daniel con una revelación de las 70 semanas (Dan 9:24-27).

El último acontecimiento conocido en la vida de Daniel se llevó a cabo en el tercer año de Ciro (536 a. de J.C.) cuando se le concedió una visión abrumadora de la lucha del arcángel Miguel con los poderes demoní­acos de la sociedad pagana (Dan 10:10—Dan 11:1); del curso de la historia mundial, hasta las persecuciones de Antí­oco IV (Dan 11:2-39); y del anticristo escatológico, las resurrecciones y el juicio final de Dios (Dan 11:40—Dan 12:4). La visión terminó asegurando que aunque Daniel irí­a a su tumba antes de estos hechos, todaví­a recibirí­a su recompensa señalada en la consumación (Dan 12:13). Es así­ que a mediados de su octava década, después de completar su inspirada autobiografí­a y sus oráculos apocalí­pticos, terminó su honrosa carrera.

La historia del profeta Daniel está confirmada tanto por las palabras de Cristo (Mat 24:15) como por las referencias a su rectitud y sabidurí­a por el profeta contemporáneo Ezequiel (Mat 14:14, Mat 14:20; Mat 28:3, en el 591 y el 586 a. de J.C.

respectivamente).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(Jehová es mi juez). Nombre de personas del AT.

1. Segundo de los hijos de David. Hijo de †¢Abigail. Probablemente murió en edad temprana, pues no se le menciona más que en 1Cr 3:1.

. Personaje de la nobleza judí­a, †œdel linaje real de los prí­ncipes† que fue llevado como exiliado a Babilonia cuando †¢Nabucodonosor tomó a Jerusalén por primera vez, al regresar de su victoria sobre los egipcios y asirios. Cuando llegó a su exilio, D., a quien los caldeos llamaron †¢Beltsasar, ya era un hombre altamente educado. Junto con varios compañeros ( †¢Ananí­as, †¢Misael y †¢Azarí­as), fue enseñado en †œlas letras y la lengua de los caldeos† (Dan 1:1-7). D. †œpropuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebí­a†. La razón para esto residí­a, además del deseo de mantener las tradiciones dietéticas de la religión judí­a, en el hecho de que se sabí­a que las comidas eran ofrecidas a los í­dolos antes de ser consumidas. Por eso pidió a †¢Aspenaz, que tení­a a su cargo a los jóvenes, que les diera a comer legumbres y agua durante diez dí­as. Se hizo la prueba, que resultó exitosa. Así­, D. y sus compañeros pudieron seguir practicando las costumbres de sus mayores. Cuando llegó la fecha para ser examinados por el rey, éste †œhabló con ellos, y no fueron hallados entre todos ellos otros como† D. y sus amigos, pues eran †œdiez veces mejores que todos los magos y astrólogos que habí­a en todo su reino† (Dan 1:8-21).

Nabucodonosor tuvo un sueño que le perturbó mucho, y llamó a sus sabios para que se lo explicaran. Pero él no recordaba los detalles del sueño y pedí­a que ellos le dijeran qué habí­a sido y cuál era la interpretación. Los sabios contestaron que nadie habí­a hecho jamás tal solicitud y se declararon incompetentes. El rey, entonces, †œmandó que matasen a todos los sabios de Babilonia†. Cuando Daniel se enteró, logró llegarse ante el monarca y le pidió algún tiempo para encontrar la respuesta. Luego solicitó a sus compañeros que oraran al Señor y †œentonces el secreto fue revelado a D. en visión de noche†. Tras alabar a Dios, D. fue y contó a Nabucodonosor el sueño que dicho monarca habí­a tenido y su interpretación. Maravillado, †œel rey engrandeció a D.† y a sus amigos (Dan 2:1-49). Más tarde, Nabucodonosor tuvo otro sueño, que también fue correctamente interpretado por D. La interpretación de este sueño indicaba que el rey sufrirí­a una locura temporal, lo cual en efecto aconteció. Tras su recuperación, Nabucodonosor dictó una proclama en la cual relató esos hechos y alababa †œal Rey del cielo† (Dan 4:1-37).
, D. fue llamado para interpretar la visión de †¢Belsasar de †œlos dedos de una mano de hombre† que escribieron sobre la pared: †œMene, Mene, Tekel, Uparsin†. La interpretación que dio D. estaba relacionada con el fin del reinado de Belsasar y la caí­da de la ciudad en manos de †¢Darí­o, lo cual también sucedió (Dan 5:1-31).
í­o colocó a D. en una altí­sima posición en el gobierno, lo cual le trajo la envidia de personas que, no pudiendo acusarle de nada †œen lo relacionado al reino†, procuraron acusarle con una motivación supuestamente religiosa. Para ello propusieron a Darí­o que durante treinta dí­as nadie podí­a demandar †œpetición de cualquier dios u hombre† que no fuera el rey. Como D. continuó orando al Señor, lo acusaron delante de Darí­o quien, a su pesar, tuvo que echarlo en †œel foso de los leones†. Al otro dí­a, sin embargo, el rey vino e inquirió †œcon voz triste† si el Dios de D. habí­a podido librarle de las fieras. D. contestó que sí­, que Dios habí­a enviado †œsu ángel, el cual cerró la boca de los leones†. El rey se alegró, sacó a D. del foso y lanzó en éste a sus acusadores (Dan 6:1-28).

D. tuvo visiones, sueños y revelaciones que aparecen en el libro que lleva su nombre. Vivió hasta los tiempos del gran rey †¢Ciro. El profeta Ezequiel menciona a un D. (†œ…si estuviesen en medio de ella estos tres varones, Noé, D. y Job, ellos por su justicia librarí­an únicamente sus propias vidas† [Eze 14:14, Eze 14:20; Eze 28:3]). Como Ezequiel era contemporáneo de D., algunos piensan que es difí­cil que se estuviera refiriendo al joven noble que habí­a sido llevado a la corte de Nabucodonosor y que, quizás, se relacione con la legendaria existencia de un sabio de tiempos más antiguos, cosa de la cual hay testimonio en los textos de †¢Ugarit.

3. Sacerdote en la lí­nea de Itamar, de los tiempos de Esdras y Nehemí­as (Esd 8:2; Neh 10:6).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, BIOG HOMB HOAT PROF

vet, (hebreo, “Dios es mi juez”). Nombre propio de tres personajes israelitas: (a) Daniel, el cuarto de los llamados “profetas mayores”, es el principal personaje bí­blico que lleva este nombre, autor del libro que lleva su nombre, muy estimado entre los judí­os de todos los tiempos (Mt. 24:15), descendiente de la familia real de David (Dn. 1:3), que fue llevado cautivo a Babilonia cuando era jovencito, en el año tercero del reinado de Joacim de Judá (600 a.C.). Fue escogido con tres compañeros suyos (Ananí­as, Misael y Azarí­as) para residir en la corte de Nabucodonosor, en donde halló favor como José en Egipto, e hizo grandes progresos en las ciencias de los caldeos, así­ como en la lengua sagrada pero rehusó contaminarse comiendo de las provisiones de la mesa del rey, que eran a menudo ceremonialmente impuras para un judí­o o estaban manchadas por haber estado en contacto con el culto idólatra. Al fin de unos tres años de educación, Daniel y sus compañeros aventajaron a todos los demás y recibieron buenos empleos en el servicio real. Allí­ Daniel desplegó en breve sus dones proféticos, interpretando un sueño de Nabucodonosor, por quien fue hecho gobernador de Babilonia y jefe de la clase instruida y sacerdotal. Parece haber estado ausente, quizás en alguna embajada extranjera, cuando sus tres compañeros fueron arrojados en el horno ardiendo. Algún tiempo después interpretó otro sueño de Nabucodonosor, y posteriormente la célebre visión de Belsasar, uno de cuyos últimos actos fue promover a Daniel a un empleo mucho más elevado que el que previamente habí­a tenido durante su reinado (Dn. 5:29; 8:27). Después de la captura de Babilonia por los medos y persas, Darí­o el Medo, que “tomó el reino” después de Belsasar, le hizo “primer presidente” de unos 120 prí­ncipes. La envidia hizo que formaran el complot para que se le echara a la cueva de los leones, acto que les atrajo su propia destrucción (Dn. 6). Daniel continuó en todos sus altos oficios, y gozó del favor de Ciro hasta su muerte. Durante este perí­odo trabajó fervorosamente, con ayunos y oraciones, así­ como tomando medidas oportunas para asegurar la vuelta de los judí­os a su propia tierra, habiendo llegado para ellos el tiempo prometido (Dn. 9). Vivió lo bastante para ver el decreto expedido a ese respecto y que muchos de su pueblo volvieran a Jerusalén; pero no se sabe si alguna vez volvió a visitar esa ciudad, por tener entonces (356 a.C.) más de 80 años de edad. En el tercer año de Ciro tuvo una serie de visiones que le pusieron de manifiesto cuál tení­a que ser el Estado de los judí­os hasta la venida del Redentor prometido; y por las cuales le vemos esperando tranquilamente el término pací­fico de una vida bien empleada. Daniel siguió siempre la voluntad de Dios. Tanto su juventud como su vejez fueron igualmente consagradas a Dios. Conservó su honradez en circunstancias difí­ciles, y en medio de la fascinación de una corte oriental, fue puro y justo. Confesó el nombre de Dios ante los prí­ncipes idólatras, y estuvo a punto de ser mártir, de no haber sido por el milagro que lo preservó de la muerte. (b) Entre los demás personajes que llevaban este nombre de Daniel, la Biblia destaca: (A) El segundo hijo de David, llamado también Quileab (1 Cr. 3:1; 2 S. 3:3). (B) Descendiente de Itamar, cuarto hijo de Aarón. Fue uno de los jefes que acompañaron a Esdras de Babilonia a Judea, y que después tuvo una parte importante en la reforma del pueblo (Esd. 8:2; Neh. 10:6).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

(-> macabeos, juicio, Hijo del Hombre, Susana, Bel). El nombre de Daniel (= Juicio de Dios) aparece ya en la cultura de Ugarit y tiene un origen y trasfondo preisraelita (cf. Ez 14,14.20; 28,3). Pero un grupo de judí­os, celosos de su tradición e identidad, lo escogió para presentar su visión de Dios y su experiencia histórica. Eran judí­os que estaban convencidos de que llegaba el fin del tiempo. Las contradicciones resultaban insolubles; el pecado de los gentiles habí­a llegado al lí­mite más alto; no se alcanza nada por la guerra (como querí­an los macabeos); la pura conversión de los piadosos resulta insuficiente. Sólo habí­a una salida: el juicio de Dios. Desde este contexto se entienden las tres partes de las que consta el libro actual, que está escrito, significativamente, en tres lenguas: en hebreo (Dn 1,8-12), arameo (Dn 2-7) y griego (LXX Dn 3,25-90 y 13-14).

(1) Daniel apocalí­ptico (Dn 7-12). Puede datarse con toda precisión entre el 167 y 164 a.C., en tiempos de la crisis antioquena, cuando una parte del pueblo habí­a decidido renunciar a la separación israelita, aceptando la ley universal del helenismo; apoyados por el rey helenista de Siria, Antí­oco IV Epí­fanes, ellos quieren convertir la ciudad de Jerusalén en una polis griega, con los mismos derechos que Antioquí­a. Lógicamente, el templo de Jerusalén pierde su carácter exclusivamente judí­o: sobre el altar de los sacrificios se construye un ara pagana; se identifica a Yahvé con Zeus Olí­mpico y se prohí­ben las leyes/costumbres que han marcado desde hace tiempo el particularismo judí­o: circuncisión, reposo sabático, normas de pureza alimenticia (prohibición del cerdo, etc.). Algunos judí­os prefieren dejar sus leyes particularistas, diciendo que Yahvé es igual que Zeus y abriendo su vida hacia formas de simbiosis cultural he lenista. Otros, como los macabeos, defienden con armas la distinción israelita. Nuestro autor, que parece representante de los hasidim o piadosos (cf. 1 Mac 2,42; 7,13-14), apoya en un momento la rebelión armada (cf. también 2 Mac 14,6), pero después la rechaza, proclamando, por encima de la violencia humana, la irrupción final de la justicia vengadora. De esa forma elabora uno de los textos más impresionantes de la historia de Occidente, con sí­mbolos básicos como el de la llegada del Hijo* del Hombre (Dn 7) o la resurrección* final (Dn 12,1-3).

(2) Daniel sapiencial (Dn 1-6). Aprovechando el contexto anterior, algunos judí­os de la diáspora de Babilonia han elaborado bellas historias en tomo a un Daniel sabio que entiende el sentido oculto de la realidad, descubriendo y revelando la marcha de la historia. Esta parte del libro puede retomar tradiciones anteriores, pero las elabora en la lí­nea de unos judí­os de tipo más sapiencial (sabidurí­a*), interesados en la separación respecto al mundo pagano (abstinencia* de comidas) y en la fidelidad de Yahvé por encima de los í­dolos. En ese contexto se inscriben temas tan importantes para la cultura de Occidente como el de la estatua de oro (Dn 2), el festí­n de Baltasar (Dn 5) o el de la salvación de los testigos de Dios en el horno ardiente o el foso de los leones (Dn 6,17-25).

(3) Añadidos griegos. Algún tiempo más tarde, al traducirse la obra al griego, en la edición de los LXX, se añadieron algunos textos y capí­tulos muy significativos, como la oración penitencial de Azarí­as y el canto* de las criaturas (Dn 3,24-90), la historia de Susana* o la parodia de Bel* y el Dragón* (Dn 13-14).

Cf. L. A. SCHOKEL y J. L. SICRE, Profetas II, Cristiandad, Madrid 1980, 1221-1308; J. J. COLLINS, Daniel, Eerdmans, Grand Rapids MI 1984; M. DELCOR, Daniel, SB, Gabalda 1971; P. GRELOT, El libro de Daniel, Verbo Divino, Estella 1993; A. GONZíLEZ LAMADRID y otros, Historia, Narrativa, Apocalí­ptica, IEB 3b, Verbo Divino, Estella 2000; L. F. HARTMAN y A. DI LELLA, Daniel, Doubleday, Nueva York 1978.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

El libro de Daniel, clasificado entre los Escritos (Biblia judí­a) o entre los Profetas (Biblia griega), narra la vida y las visiones de un israelita llamado Daniel, que en el tercer año del reino de Joaquí­n, el 605 a.C., fue deportado con otros compatriotas suyos a Babilonia por Nabucodonosor. El libro (protocanónico) comienza en hebreo (1 , 1 -2,4a) , continúa en arameo (2,4b-7 28) Y termina de nuevo en hebreo (8-12). Sigue un apéndice en griego (cc. 13-14, deuterocanónicos). Fue compuesto probablemente durante la persecución de Antí­oco Epí­fanes y antes de la muerte de éste, incluso antes de la victoria de la sublevación macabea, entre el 167 y el 164.

Se puede dividir en tres partes: cc. 1-6, relatos sobre Daniel y sus compañeros; cc. 7-12, visiones de Daniel; cc.

13-14, dos narraciones: la historia de Susana y la historia del dios Bel, adorado por los babilonios.

Daniel marca el final del profetismo y el acta de nacimiento de la apocalí­ptica. El libro, destinado a sostener la fe y la esperanza de los judí­os perseguidos por Antí­oco Epí­fanes, anuncia el final de las desventuras y del pecado y la llegada del reino de los santos, gobernado por un “hijo de hombre”, cuyo imperio eterno (c. 7) sustituirá a los reinos humanos (los cuatro reinos, con los de Nabucodonosor y Baltasar, cc. 4-5). El reino esperado se extenderá a todos los pueblos, no tendrá fin, será el Reino de Dios. Efectivamente, el campo de acción de Yahveh está más allá de los confines de este mundo, de la vida de un individuo, en las generaciones y en los siglos futuros. Y los momentos de la historia son los momentos de un designio divino en el plan eterno. Por consiguiente, la finalidad es ofrecer un ideal de piedad judí­a en medio de las persecuciones Y consolar con la certeza de la victória de Dios. Un texto importante sobre la resurrección anuncia el despertar de los muertos para una vida o una verguenza eterna (12,2-3).

G. Lorusso

Bibl.: L, Alonso Schokel – J L. Sicre, Profetas, 11, Cristiandad, Madrid 1980 1221 1308; L, Moraldi, Daniel, en NDT~, 395403; J L, Sicre, Profetismo en Israel, Verbo Divino, Estella 1992.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. El libro. II. Primera parte: Episodios de la vida de Daniel: 1. Daniel y sus compañeros; 2. Daniel y la estatua con pies de barro; 3. Daniel no adora la estatua de oro; 4. El gran árbol cortado; 5. “Mené, Teqel, Parsí­n”; 6. Daniel en el foso de los leones. III. Segunda parte: Las visiones de Daniel: 1. Las cuatro bestias que suben del mar; 2. El carnero y el macho cabrí­o; 3. Las setenta semanas y la nueva era; 4. La resurrección. IV. El apéndice. V. El autor. VI. El mensaje del libro. VII. El “Hijo de hombre”.

I. EL LIBRO. Daniel (en hebreo Daniyy’el, “Dios juzga” o bien “Dios es mi juez”) es un nombre que llevan varias personas, entre las cuales la más conocida es el protagonista del libro profético homónimo. El libro consta de doce capí­tulos: los seis primeros representan la sección narrativa, y cuentan algunos episodios de la vida de Daniel y de sus compañeros. Como el libro de Esdras, también éste está escrito en dos lenguas: en hebreo están los trozos 1,1-2,4 y 8,1-12,13; en arameo están 2,4b-7,28; pero nuestro texto tiene además un apéndice en griego (cc. 13-14).

II. PRIMERA PARTE: EPISODIOS DE LA VIDA DE DANIEL (cc. 1-6). 1. DANIEL Y SUS COMPAí‘EROS. En el tercer año del reinado de Joaquí­n, rey de Judá, es decir, en el 605 a.C., Nabucodonosor llegó a Jerusalén, la conquistó y se llevó a varios jóvenes hebreos para que se instruyeran en las letras y en la lengua de los caldeos, con la intención de tenerlos luego a su servicio, después de tres años de preparación. Pero cuatro de estos jóvenes, es decir, Daniel, Ananí­as, Misael y Azarí­as, se negaron a comer de los alimentos enviados del palacio real y pidieron al jefe de los eunucos que les diera de comer sólo agua y legumbres. Aun temiendo que esa alimentación no fuera suficiente para su desarrollo armónico, se les concedió el favor que habí­an solicitado, y después de diez dí­as su aspecto resultó que era mejor que el de los otros jóvenes. Hasta aquí­ el capí­tulo 1.

La obra se presenta como un escrito sobre Daniel y sus compañeros deportados a Babilonia por Nabucodonosor en el año 605, pero ya en la época de Orí­genes se dieron cuenta de que la narración no tení­a que entenderse tan llanamente. Son muchas las dificultades históricas: las fechas del libro no concuerdan entre sí­, ni tampoco con aquella parte de la historia que conocemos. Se tiene la franca impresión de que incluso el comienzo del libro no siente ninguna preocupación por la historia: Baltasar (c. 4) no fue hijo de Nabucodonosor, sino de Nabónides, y no tuvo nunca el tí­tulo de “rey”; Darí­o de Media es desconocido en toda la historia.

Así­ pues, el autor escribió en un perí­odo relativamente reciente respecto a la época en la que quiso enmarcar sus propios personajes y no tiene ninguna intención histórica; no pretendí­a transmitir sucesos del pasado, a pesar del aparente esmero que pone en algunos datos cronológicos. Por eso, la distinción entre los datos históricos (que en realidad son siempre discutibles y dejan mucho lugar a dudas) y los ficticios no aporta ninguna ayuda a la interpretación de cada uno de los relatos, que, por el contrario, tienen que ser valorados dentro del marco querido por el autor, sin apartar la mirada del objetivo de la obra y del perí­odo concreto de su composición. Los cuatro jóvenes, una vez pasado el perí­odo de preparación, son introducidos en la corte y forman parte de la categorí­a de “sabios”, que son interrogados en cada una de las cuestiones relativas a la sabidurí­a y a la doctrina. Y Daniel destacaba sobre todos los demás.

2. DANIEL Y LA ESTATUA CON PIES DE BARRO. En el capí­tulo 2 se habla de la ocasión que se le ofreció a Daniel de mostrar la sabidurí­a que le habí­a dado Dios. El rey Nabucodonosor tiene un sueño, del que recuerda sólo su aspecto enigmático, pero sin detalle alguno, y les pide a sus sabios que le refieran tanto el sueño como su interpretación, so pena de muerte. Daniel obtiene de Dios todo lo que exige el rey: el sueño tení­a por objeto una estatua colosal, con cabeza de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro, los pies parte de hierro y parte de arcilla; una piedra alcanzó a la estatua en los pies de hierro y arcilla y los pulverizó, la estatua entera se hizo pedazos y quedó convertida en un polvo finí­simo que se llevó el viento; a su vez, la piedra que habí­a golpeado la estatua se convirtió en una montaña enorme, que llenó toda la tierra. Después de recordar el sueño, el rey escuchó con atención a Daniel, que le dio la explicación del mismo, trazando proféticamente la lí­nea de todo lo que habrí­a de ocurrir después de Nabucodonosor. En cuanto a la piedra que habí­a golpeado la estatua, su significado es claro: “El Dios del cielo hará surgir un imperio que jamás será destruido y cuya soberaní­a no pasará a otro pueblo” (2,44).

El rey recompensa a Daniel, poniéndole al frente de todos sus sabios. En la Biblia los sueños han sido siempre canales de comunicaciones divinas: así­ ocurrió con /Abrahán (Gén 15:12). con Abimélek (Gén 20:2), con /Jacob (Gén 28:10), con José (Gén 37:5), con los compañeros de la cárcel de José (Gén 40:5), con el faraón (Gén 41:1), con /Samuel (1Sa 3:2), con Salomón (1Re 3:5), etc., y de nuevo con Daniel en los capí­tulos 4 y 7.

En la interpretación del sueño de la estatua derribada por una piedra se presenta la sucesión de los reinos neobabilonio, meda, persa y grecorromano. La piedra representa el reino celestial suscitado por Dios, es decir, el reino mesiánico.

3. DANIEL NO ADORA LA ESTATUA DE ORO. Dan 3:1-33 adquiere un desarrollo dramático. Nabucodonosor hizo erigir una gran estatua de oro, envió a sus emisarios a todas las provincias para que las autoridades acudieran a la inauguración y a la adoración de la misma en medio de una gran fiesta del pueblo. Estaban presentes Daniel y sus compañeros, pero no se postraron ni adoraron la estatua. Denunciados, fueron encerrados por orden del rey en un horno encendido: “Si nuestro Dios, a quien nosotros veneramos, quiere librarnos del ardiente horno de fuego y de tus manos, oh rey, nos librará. Pero si no nos librase, has de saber, oh rey, que no serviremos a tu dios ni adoraremos la estatua de oro que has levantado” (Dan 3:17). El fuego no les hizo daño alguno, sino que “andaban entre las llamas alabando a Dios” (Dan 3:24). .

En este punto el texto griego introduce una larga inserción deuterocanónica que no tiene correspondencia en el texto hebreo: primero el cántico de Azarí­as (Dan 3:25-45), luego el de los otros tres (Dan 3:51-99). El rey, después de haber comprobado el milagro, los manda sacar, bendice a su Dios y aumenta su prestigio en la corte. Estos dos himnos, que no tienen ninguna inspiración especial, sino que son una repetición monótona de motivos idénticos, demuestran la fe inquebrantable de estos jóvenes (que es lo que le interesaba al autor). El añadido deuterocanónico aporta muy poco o casi nada a la sustancia del texto hebreo, a pesar de la longitud de los dos cánticos.

4. EL GRAN íRBOL CORTADO. En Dan 4:1-34 (correspondiente en el texto hebreo a 3,31-4,34) encontramos una de las narraciones más singulares. El rey Nabucodonosor sueña con un árbol de tamaño extraordinario y sumamente hermoso en el centro de la tierra; pero mientras está contemplando el árbol, un ángel ordena cortarlo, dejar el tronco con las raí­ces, atarlo con cadenas y transformarlo en animal. Los demás sabios intentaron inútilmente descifrar el sentido del sueño. Finalmente, Daniel dio la interpretación: el árbol grande y poderoso es el mismo rey Nabucodonosor; el corte significa que se verá echado de en medio de los hombres; el tronco, las raí­ces y el animal significan que él tendrá que vivir con los animales, comerá hierba y habitará con las bestias del campo hasta que reconozca que el Altí­simo es el soberano de todos los reinos: “A ti te hablo, Nabucodonosor…” (4,28). Así­ sucedió, y duró hasta que el rey alabó y glorificó al “rey del cielo, que vive eternamente”.

Este capí­tulo tiene un paralelo singular independiente en un manuscrito de Qumrán, llamado Oración de Nabónides (o Nabunai): 4Q Pr Nab. Este texto de Qumrán ofrece noticias más concretas sobre la enfermedad y la curación; es probable que el escritor de Qumrán haya bebido en la misma fuente, oral o escrita, que el autor de nuestro libro. Atacado por una enfermedad, el rey tuvo que alejarse durante siete años de sus súbditos, hasta que, curado milagrosamente, proclamó por escrito la gloria del Dios altí­simo y los prodigios que se habí­an realizado en él; así­ el texto sagrado. Y el texto de Qumrán: el rey, atacado por “una inflamación maligna, se vio relegado lejos, en Teima (oasis de la Arabia, en la ruta de las caravanas), en donde rezó insistentemente a los dioses; pero luego fue curado por el Dios altí­simo por intercesión de un exorcista hebreo”, uno de los desterrados de Babilonia. Este hecho de la vida de Nabónides es narrado también sustancialmente por una inscripción y una estela. El cambio, por parte de Daniel, de Nabunai en Nabucodonosor es intencional y corresponde al género literario del libro. Es históricamente cierto que Nabunai vivió varios años en el oasis de Teima, lejos de la capital; que fue considerado como loco -quizá lo era de verdad-, y fue sustituido por el prí­ncipe heredero Baltasar (555-539).

5. “MENE, TEQEL, PARSíN”. El capí­tulo 5 narra otra visión extraordinaria, esta vez no ya de Nabucodonosor, sino del lugarteniente de Nabunai, es decir, su hijo Baltasar (o Belsahzar, según las tradiciones). Este organizó un banquete, al que hizo llevar los vasos sagrados traí­dos por Nabucodonosor del templo de Jerusalén. Durante el banquete apareció una mano, que trazó sobre la pared un escrito misterioso: “Mené, Teqel, Parsí­n”, que nadie logró interpretar. Se acordaron entonces de Daniel, que lo leyó y dio su significado. El rey ordenó que le dieran la tercera parte del reino, pero aquella misma noche el rey fue depuesto y ocupó su trono Darí­o de Media. Las tres palabras misteriosas no son más que los nombres de tres medidas o monedas comunes en el antiguo medio Oriente: la mina, el siclo, la media mina. Pero este significado obvio escondí­a el significado misterioso que habí­a captado el profeta y que el lector moderno sólo puede comprender mirando el original arameo; así­ mené esconde la expresión aramea meneh elaha: “Dios ha medido”; teqel esconde tekilta, “has sido pesado”; parsí­n esconde perí­sat, “ha sido dividido”. El significado profundo lo da, naturalmente, el profeta y el contexto.

6. DANIEL EN EL FOSO DE LOS LEONES. El último capí­tulo de la primera parte del libro (6,1-29) nos presenta a Daniel en el foso de los leones. Darí­o dividió el reino en 120 satrapí­as, confiándole una a Daniel, que se destacaba sobre todos “por estar dotado de un espí­ritu superior”(6,4). Los demás sátrapas conspiraron contra él, y no hallaron mejor medio que convencer al rey para que ordenase que durante treinta dí­as ningún súbdito dirigiese plegarias y adorase a otros dioses más que a él, el soberano, y que cualquiera que desobedeciese dicha orden fuera arrojado al foso de los leones. Daniel, que tení­a las ventanas de su cuarto superior en dirección a Jerusalén, se arrodillaba tres veces al dí­a y desde allí­ rezaba “a su Dios”. Así­ pues, lo acusaron ante el rey (debidamente advertido de que las costumbres de la corte no le permití­an cambiar un decreto ya firmado). Daniel fue encerrado en un foso de leones, con gran pena del rey. Pero después de comprobar que las fieras no atacaban al profeta, ordenó que fueran encerrados en el foso sus detractores con sus familias, decretando finalmente que por todo el reino se temiese al “Dios de Daniel”. De este modo, la absoluta fidelidad religiosa de Daniel indujo al propio soberano a una gran profesión de fe.

III. SEGUNDA PARTE: LAS VISIONES DE DANIEL (cc. 7-12). Esta parte consta de cuatro visiones; exceptuando la primera y la cuarta (introducidas en tercera persona), las otras dos se narran en primera persona.

1. LAS CUATRO BESTIAS QUE SUBEN DEL MAR. La primera visión se narra en 7,1-38. Daniel ve subir desde el mar cuatro bestias: la primera es semejante a un león con alas de águila; la segunda es como un oso; la tercera tiene cuatro alas y cuatro cabezas; la cuarta es un ser espantoso, distinto de las anteriores y dotado de diez cuernos. Pero he aquí­ que se reúne la asamblea celestial, presidida por el “anciano” (lit., “antiguo de dí­as”), o sea, Dios. Es matada la cuarta bestia, y el reino se le da a “uno como un hijo de hombre”, que ha venido de las nubes del cielo. Daniel pregunta el significado de la visión al ángel Gabriel: las cuatro bestias representan cuatro reinos; los diez cuernos representan diez reyes; el cuerno más pequeño surgirá y oprimirá a los “santos del Altí­simo”; finalmente llegará el juicio y los “santos del Altí­simo” recibirán el reino.
2. EL CARNERO Y EL MACHO CABRíO. En la segunda visión (8,1-27) el profeta es trasladado en visión cerca de la ciudad de Susa, a orillas del rí­o Ulay, y ve un carnero con dos cuernos, que se pone a luchar contra un macho cabrí­o, que tiene un solo cuerno, que ha llegado corriendo de Occidente; la victoria sonrí­e al macho cabrí­o. Pero pronto su cuerno se rompe y en su lugar surgen otros cuatro. De uno de ellos surge otro “cuerno pequeño”, que se subleva contra Dios y contra sus fieles, aboliendo el culto; Daniel oye a un “santo” hablando con otro “santo”, asegurándole que la acción del cuerno pequeño no durará más de dos mil trescientas tardes-mañanas (mil ciento cincuenta dí­as: Dan 8:14). El ángel Gabriel explica la visión: el carnero con dos cuernos es el imperio de los medos y los persas; el macho cabrí­o es el imperio macedónico; el cuerno único es Alejandro Magno; los cuatro cuernos que brotaron luego son sus sucesores (los diadocos); el “cuerno pequeño”, descendiente de uno de ellos, representa a los seléucidas (que prosperan durante cierto tiempo, pero que luego son exterminados).

3. LAS SETENTA SEMANAS Y LA NUEVA ERA. La tercera visión es escasa en elementos visuales, pero muy rica en contenido profético (Dan 9:1-27). Daniel estaba reflexionando sobre la duración de las ruinas de Jerusalén y se preguntaba cuándo habrí­a de cumplirse el tiempo anunciado por el profeta Jeremí­as con las palabras: “Al cabo de estos setenta años yo castigaré al rey de Babilonia y a aquella nación… Cuando terminen los setenta años concedidos a Babilonia, yo me ocuparé de vosotros y cumpliré en vosotros mi promesa” (Jer 25:12; Jer 29:10), desahogando sus penas con una fervorosa oración. Entonces un ángel le reveló que se trataba de setenta semanas de años (cuatrocientos noventa años); luego despuntará la nueva era para Israel. El ángel le da a conocer además otros acontecimientos: después de las setenta semanas “matarán a un ungido inocente. La ciudad y el santuario serán destruidos por un prí­ncipe que ha de venir… Hará un pacto firme con mucha gente… Pondrá fin a los sacrificios y a las ofrendas…” (Jer 9:26-27).

4. LA RESURRECCIí“N. En la cuarta y última visión (cc. 10-11), por medio de un ángel que vence la oposición de otro ángel, el profeta recibe la revelación de los acontecimientos más importantes sucedidos entre el reinado de Ciro y la llegada de la nueva era: después de Ciro de Persia habrá todaví­a tres reyes; el último de ellos será vencido por un poderoso rey griego (Alejandro Magno), cuyo reino será dividido a continuación en cuatro partes; seguirán los problemas entre los Tolomeos y los seléucidas, con la maldad y la impiedad de Antí­oco IV y su fin. Esta parte extraordinaria termina con expectativas nuevas en relación con el estilo de los profetas, y nuevas además en sus contenidos: por primera vez en el AT se anuncia claramente la resurrección para algunos (“Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán… Los sabios brillarán entonces.., como las estrellas por toda la eternidad”: 12,2-3). De esta manera el autor de tantas visiones abre una puerta a la última esperanza de los buenos que perseveren hasta el fin: “Muchos serán acrisolados, purificados y blanqueados; los criminales continuarán cometiendo crí­menes; ninguno de ellos comprenderá nada; los sabios, en cambio, comprenderán… Y tú, vete a descansar; te levantarás para recibir tu suerte al final de los dí­as” (21,10-13).

IV. EL APENDICE. El libro termina con un célebre apéndice en lengua griega, que es por tanto deuterocanónico (es decir, no se lee en la Biblia hebrea), como los himnos con los que ya nos encontramos en el capí­tulo 3. Se trata de dos narraciones, en las que el profeta Daniel figura como protagonista.

La primera narración (13,1-64) es la historia de Susana. Mujer agraciada y rica, esposa de un tal Joaquí­n, estaba un dí­a bañándose en la piscina de su jardí­n. La espiaban dos ancianos enamorados de ella. Entretanto, ella envió a casa a las criadas que la acompañaban para que le trajeran perfumes, y se quedó sola; se aprovecharon entonces los dos mirones diciéndole: “Consiente y acuéstate con nosotros; si no lo haces…” La denunciaron diciendo que era una mujer infiel y la acusaron de haberse entregado a un jovenzuelo en ausencia de las criadas. Se celebró entonces el proceso: por una parte la acusada, Susana, que se proclamaba inocente; por otra, los dos ancianos que atestiguaban contra ella… Pero en medio se puso Daniel. Interrogados por separado, los dos ancianos cayeron en contradicciones. De este modo la asamblea del pueblo hizo con ellos lo que intentaban hacer con la mujer, esto es, los apedrearon.

La segunda narración es la historia del dios Bel, adorado por los babilonios (14,1-22). Durante el reinado de “Ciro el Persa”, Daniel quiso probar al rey y al pueblo que aquella estatua tan venerada y que se decí­a que devoraba las ofrendas que le presentaban era en realidad un engaño. Una tarde hizo sellar las puertas, y por la mañana fue con el rey a ver lo que habí­a sucedido. Descubrieron que los sellos estaban intactos; las ofrendas habí­an desaparecido, pero siguiendo las huellas que habí­an quedado sobre la ceniza que Daniel habí­a hecho esparcir por el suelo, se dieron cuenta de que habí­an pasado los sacerdotes y otras personas. El rey los hizo matar y, por orden suya, Daniel destruyó la estatua del dios Bel y su templo. En este mismo contexto leemos también otra narración. Los babilonios adoraban a un gran dragón vivo, y el rey invitó a Daniel a adorarlo igualmente; pero el profeta preparó unas bolas cocidas de pez, grasa y pelos, sedas arrojó a las fauces hambrientas del dragón y éste reventó. El rey tuvo que ceder a las quejas indignadas del pueblo: Daniel fue arrojado a un foso de leones voraces. El Señor le envió al profeta /Habacuc con la comida que habí­a preparado para los segadores, mientras que los leones se acostaban a su alrededor sin tocarlo. Al dí­a siguiente el rey liberó a Daniel e hizo una solemne profesión de fe en su Dios.

V. EL AUTOR. La obra se presenta como escrita por un tal Daniel deportado a Babilonia, pero ya en la antigüedad se le asignaba una fecha de composición en torno al siglo ii a.C. La crí­tica moderna y contemporánea no está de acuerdo sobre la fecha de composición y sobre la unidad o pluralidad de autores. Cada vez encuentra más seguidores la opinión según la cual, aunque haya que poner la fecha de composición a comienzos del perí­odo de los Macabeos, es muy probable que el material sea bastante más antiguo. La génesis del libro se puede hoy configurar con mucha probabilidad de este modo. Un hebreo, que es para nosotros totalmente anónimo, tení­a dos grupos principales de material, con los que formó nuestro libro poco después del año 167. Una parte de este material hablaba de las peripecias de Daniel y de sus tres compañeros en las cortes de Babilonia, de Media y de Persia, así­ como del don de interpretación de sueños que tení­a Daniel, en relación todos ellos con el fin de la cautividad y del mundo pagano. Una parte de este material contení­a informes que tení­an el aspecto de anticipación de acontecimientos futuros, que luego resultaron ser verdaderas profecí­as, para las que el autor se sirvió de elementos mitológicos, así­ como de expresiones y reformulaciones históricas veterotestamentarias. De allí­ se derivaron dos series paralelas: en la primera el autor-recopilador narra las aventuras de Daniel y de sus compañeros en tiempos de Nabucodonosor, Baltasar, Darí­o y Ciro; en la segunda (con la cual se une el sueño de Nabucodonosor, c. 2) narra las visiones que tuvo Daniel bajo Baltasar, Darí­o y Ciro. En estas dos partes el objetivo principal del autor es consolarse y confortarse a sí­ mismo y a sus contemporáneos en medio del peligro tan grave que corrí­an su fe y todo el judaí­smo bajo la persecución de Antí­oco IV Epí­fanes (175-163). En los capí­tulos 1-6 se subraya cómo la adhesión a la fe de los padres es recompensada por Dios con la salvación; en estos primeros capí­tulos no se percibe ninguna alusión directa al peligro concreto de la época, mientras que en los capí­tulos 7-12 son explí­citas las referencias y se indica con claridad el fin inminente.

Si son justas las lí­neas fundamentales de esta reconstrucción, los capí­tulos 1-12 constituirí­an una obra unitaria, recopilada según un plan establecido de antemano por un solo autor a partir de un material muy antiguo. Los procedimientos literarios y el pensamiento son iguales en ambas partes y no hay ningún argumento válido que vaya en contra de la composición del libro en la época de Antí­oco IV Epí­fanes.

VI. EL MENSAJE DEL LIBRO. El autor no fue promotor de la sublevación de los Macabeos, y si le aportó algo, fue en contra de su voluntad. La actitud que mantuvo Daniel no fue la lucha armada, sino la esperanza llena de confianza, la paciencia llevada hasta el martirio. Es a los mártires, “testigos” de su dominio soberano sobre la historia, a quienes Dios reserva la resurrección. La sublevación de los Macabeos fue solamente un momento transitorio (11,33-34). La eliminación del opresor y del mal sólo ha de esperarse para el autor de un milagro de Dios, sin ninguna intervención humana (2,44-45; 8,25). Por eso no hay que buscar a su autor entre los héroes de la independencia, sino entre los piadosos (hasí­dim) que sostuvieron el movimiento macabeo hasta la paz de Lisias (en el año 153) y dejaron luego que los asmoneos conquistasen, sin su participación, la independencia de la nación.

El libro de Daniel, tal como nos ha llegado, tiene detalles muy singulares que lo diferencian de todos los demás libros proféticos. La exposición literaria tiene el mérito de la claridad y de la sencillez que encontramos en las mejores páginas narrativas de la Biblia. Pero hay algo mucho más importante: Daniel marca el final del profetismo y el acta de nacimiento de la apocalí­ptica. En efecto, su libro expresa el cambio realizado en el pensamiento israelita como consecuencia del cambio de los tiempos: la /apocalí­ptica es un género al que pertenecen numerosas obras judí­as no inspiradas, compuestas entre el siglo III a.C. y el siglo II d.C., con la finalidad de preparar desde cerca la renovación del mundo cuya espera habí­an difundido las antiguas profecí­as y las tradiciones populares. Por consiguiente, presentan un cuadro del pasado en donde la historia se muestra como el desarrollo de un designio divino, y un cuadro del futuro en donde se afirma sobre todo la intervención de Dios para establecer la justicia. Estos libros debieron estar reservados a cí­rculos de iniciados: también Daniel, como por otra parte Ez, pertenecen en cierta medida a este género de libros. Daniel ve desarrollarse todas las cosas de la tierra dirigidas por hilos que bajan de arriba: la salvación que anuncia tiene que realizarse en la tierra entre los hombres renovados en la fe.

En este anuncio de renovación de la humanidad se sitúa el centro del pensamiento y del significado religioso de Daniel. En Daniel se convierten en medio ordinario de revelación las actitudes escatológicas que se perciben ya en Is (7,16; cc. 24-27), en Jer (28,16s) y especialmente en Ez, y también de vez en cuando en Jl y Zac. Por eso en él se alimentan la escatologí­a judí­a posterior, las cartas de san Pablo a los /Tesalonicenses, el /Apocalipsis de san Juan y a continuación toda la escatologí­a cristiana.

Las preocupaciones ideológicas y culturales que determinaron semejante interés aparecen en Oriente en los últimos siglos precristianos desde Persia hasta Egipto; pero realmente en el libro de Daniel estas preocupaciones pueden explicarse como un desarrollo interno de la anterior cultura judeo-bí­blica, estimulada por la evolución de la historia; en Dan todo sigue siendo judí­o. He aquí­ algunos ejemplos que representan la docu mentación más antigua (o una de las más antiguas) de prácticas judí­as; la escrupulosa observancia de las leyes alimenticias (1,8ss), el valor de la / oración (en contraste con las artes mágicas: 2,17ss), las limosnas y las buenas obras (4,24), los tres tiempos de la oración diaria en dirección a Jerusalén (6,11), la oración junto a una corriente de agua (8,2), la preparación para una revelación divina por medio de la mortificación (10,3), los tipos de “bendiciones” que fueron luego tan comunes en la piedad judí­a (2,20ss; 3,33ss; 4,31ss; 6,27s), la oración larga por el estilo de la que caracterizará luego a las oraciones sinagogales (c. 9), la sucesión continua -en la segunda parte- entre la oración y la revelación, y, finalmente, la intervención continuada de un ángel “intérprete”, que pasó a ser luego un personaje ordinario en la apocalí­ptica.

Dan es además el resultado de las especulaciones y de la pasión religiosa en busca de una explicación de la vida, que parte de los presupuestos de la revelación anterior. En esta lí­nea es precioso el texto que revela el esfuerzo en este sentido: “Yo, Daniel, me puse a estudiar en los libros…” (9,2); de aquí­ el rasgo caracterí­stico de la apocalí­ptica, que centra su atención en el empeño por comprender el mundo escondido del más allá y del futuro, y la distinción entre este mundo y el otro, dos nociones que establecen los conceptos de “reino del mundo” y de “reino de Dios” en mutua oposición. De estas reflexiones, Daniel saca la convicción de que la salvación es imposible de alcanzar; ni siquiera el “pueblo de Dios” puede alcanzarla con la fe ni aun con el martirio; solamente Dios puede darla. He aquí­ entonces el contexto de su pensamiento profundo: el campo de acción de Dios está más allá de los confines de este mundo, más allá de los confines de la vida del individuo, en las generaciones y en los siglos futuros.

La espera del fin está presente en todo el libro; pero el cumplimiento se realizará en un lapso de tiempo que abarca toda la duración de la humanidad, de forma que los momentos de la historia humana se convierten en momentos de un proyecto divino en el plano de la eternidad; pasado, presente y futuro se convierten en una profecí­a, ya que Dan lo ve todo a la luz de Dios. En esta visión temporal y extratemporal el autor manifiesta el sentido profundo que tiene de la historia, y de este contexto concreto se derivan los dos versí­culos sobre la resurrección de los muertos (12,2-3).

VII. EL “HIJO DE HOMBRE”. Hay una expresión de Daniel especialmente vinculada al NT: “hijo de hombre” [/Apocalí­ptica IV, 4]. Se lee también en otro lugar del AT (cf Sal 8:5), y muy frecuentemente en Ez, endonde equivale simplemente a “hombre”. En Dan el sentido es distinto. Para presentar en concreto la sucesión de los reinos terrenos que habrán de derrumbarse cediendo su sitio al reino de Dios, el profeta describe las cuatro bestias que surgen del mar y que se ven privadas de su poder apenas comparecen ante el tribunal de Dios (representado como un anciano, “un antiguo de dí­as”); llega entonces, sobre las nubes del cielo, como un “hijo de hombre” (Sal 7:13), que avanza hasta el tribunal de Dios, del que recibe la realeza universal. Puesto que son “los santos del Altí­simo” los que reciben el reino (Sal 7:18. 22.27), es probable que el “hijo de hombre” represente precisamente a este pueblo de los santos. Como ocurre con los jefes de los demás pueblos, así­ también este “hijo de hombre” puede ser que represente, como cabeza, al pueblo santo, al que se dará el reino eterno, participación del reino de Dios. Las cualidades que se le atribuyen al “hijo de hombre” superan a las del mesí­as, hijo de David, ya que todo el contexto lo sitúa en relación con lo divino y acentúa su trascendencia. La tradición apocalí­ptica judí­a y cristiana tomó esta figura (no la de Ez) del hijo de hombre y la interpretó de forma estrictamente individual. Así­, por ejemplo, en el Libro de Henoc (en las llamadas “Parábolas”) y en el IV Libro de Esdras (y aquí­ los textos revelan sin duda una mano judeo-cristiana); también en la literatura rabí­nica se observan huellas de esta tradición. Con esta figura se relaciona igualmente la expresión, aparentemente singular, con que Jesús solí­a designarse a sí­ mismo, sobre todo en contextos de la pasión y con ella se identificó en el momento solemne en que respondió al sumo sacerdote que, apelando a Dios, lo conjuró a responder si era el Mesí­as: “Veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre…” (Mat 26:64).

BIBL.: ALONSO SCHí“KEL L., SICRE DIAZ J.L., Profetas II, Madrid 1980, 1223-1308; BERNINI G., Daniele, Ed. Paoline, Roma 19843; COPPENS J., Le livre de Daniel et ses problémes, en “ETL” 56 (1980) 1-9; DELCOR, Le livre de Daniel, Parí­s 1971; GINSBERG H.L., Studies in the book of Daniel, Nueva York 1984; HARTMAN L.F., DI LELLA A.A., The Book of Daniel, Nueva York 1978; KocH K., Das Buch Daniel (Ertrdge der Forschung), Darmstadt 1980; MORALDI L., Imanoscritti di Qumrán, Turí­n 19862, 671-676 (sobre la “Oración de Nabunai”); RINALDI G., Daniele, Marietti, Turí­n 19523.

L. Moraldi

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

(Mi Juez Es Dios).

1. Segundo hijo de David nacido en Hebrón; su madre fue Abigail. (1Cr 3:1.) En 2 Samuel 3:3 se le llama Kileab. Después del asesinato de Amnón, el primogénito, Daniel pudo haber esperado que le correspondiese la sucesión al trono, pero no se hace referencia alguna de que intentara usurparlo, lo que parece indicar que respetaba el nombramiento divino de Salomón o que habí­a muerto antes que David.

2. Sobresaliente profeta de Jehová que pertenecí­a a la tribu de Judá, y escritor del libro que lleva su nombre. Se sabe muy poco de su juventud, si bien se dice que se le llevó a Babilonia, probablemente cuando era un prí­ncipe adolescente, junto con otros miembros de la realeza y de la nobleza. (Da 1:3-6.) Esto ocurrió en el tercer año (como rey tributario a Babilonia) del reinado de Jehoiaquim, año que dio comienzo en la primavera del 618 a. E.C. (Da 1:1.) Después de la ignominiosa muerte de Jehoiaquim, su hijo Joaquí­n gobernó durante unos meses antes de rendirse. A principios del año 617 a. E.C. Nabucodonosor se llevó al cautiverio a Joaquí­n y otros †œhombres de nota†, así­ como al joven Daniel. (2Re 24:15.)

Bajo el dominio babilonio. Aunque muchos de los exiliados viví­an cerca del rí­o Kebar, fuera de la ciudad de Babilonia, se escogió a Daniel y sus tres compañeros para un aprendizaje especial de la escritura y lengua caldeas durante tres años, a fin de equiparlos para funciones de gobierno. Como era costumbre, les pusieron nombres babilonios: a Daniel le llamaron Beltsasar conforme al nombre del dios de Nabucodonosor. (Da 1:7; 4:8; véase BELTSASAR.) Como Daniel no querí­a contaminarse con los alimentos que le habí­an preparado —entre los que podí­a haber algunos prohibidos por la ley mosaica o tal vez profanados con rituales paganos—, pidió que su dieta y la de sus compañeros se limitara a verduras y agua. Jehová Dios les dio †œconocimiento y perspicacia en toda escritura y sabidurí­a; y Daniel mismo tení­a entendimiento en toda suerte de visiones y sueños†. (Da 1:17.) Cuando el rey los examinó una vez concluidos los tres años, los halló †œdiez veces mejores que todos los sacerdotes practicantes de magia y los sortí­legos que habí­a en toda su región real†. (Da 1:20.)
Daniel continuó al servicio de la corte real hasta la caí­da de Babilonia. Daniel 1:19 dice que sus tres compañeros también †œcontinuaron estando de pie delante del rey† de Babilonia, pero no se especifica si todaví­a viví­an cuando cayó el imperio y permanecí­an en el cargo como Daniel, que después estuvo en la corte persa hasta, por lo menos, el tercer año de Ciro. (Da 10:1.)

Los sueños de Nabucodonosor. En el segundo año de su reinado (probablemente contando desde la caí­da de Jerusalén en 607 a. E.C.), Nabucodonosor tuvo un sueño que †˜agitó su espí­ritu†™. Como todos los sabios fueron incapaces de revelarlo, Daniel se presentó ante el rey y, no solo le contó el sueño por revelación divina, sino que lo interpretó, gracias a lo cual salvó su vida y la de los otros sabios. Este suceso hizo que Nabucodonosor nombrara a Daniel †œgobernante sobre todo el distrito jurisdiccional de Babilonia y el prefecto principal sobre todos los sabios de Babilonia†. (Da 2:48.) Sus tres compañeros recibieron puestos encumbrados fuera de la corte, mientras que Daniel sirvió en la misma corte del rey.
No se sabe con certeza por qué Daniel no se vio implicado en la cuestión de integridad a la que se enfrentaron sus compañeros Sadrac, Mesac y Abednego cuando se les mandó que adorasen la imagen de oro colocada en la llanura de Dura (Da 3); la Biblia no dice nada al respecto. El proceder previo de Daniel, así­ como su lealtad posterior a Dios —incluso en peligro de muerte, como se narra en el capí­tulo 6—, nos da completa seguridad de que si hubiera estado presente, y sin importar las circunstancias, no habrí­a transigido arrodillándose ante la imagen. Además, la Biblia presenta a Daniel como un siervo aprobado de Dios y se menciona su nombre junto a los de Noé y Job. (Eze 14:14, 20; Mt 24:15; Heb 11:32, 33.)
Tiempo después, Daniel interpretó el sueño de Nabucodonosor sobre un inmenso árbol que fue cortado y al que después se le permitió brotar de nuevo. Este árbol representaba al gran monarca babilonio (en la aplicación más inmediata de la profecí­a). (Da 4:20-22.) Nabucodonosor permanecerí­a en un estado de locura por siete años y luego recobrarí­a el juicio y también su reino. Fue el propio Nabucodonosor quien dio testimonio de que esto en realidad le sucedió por mano de Dios al parecerle bien proclamar por todo el reino la experiencia. (Da 4:1, 2.)

Visiones. Daniel recibió dos visiones (Da 7, 8) durante el primer y el tercer año de Belsasar. Diferentes animales representaron en estas visiones a las potencias mundiales que se irí­an sucediendo hasta el tiempo en que serí­an destruidas y se darí­a la gobernación celestial a †œalguien como un hijo del hombre†. (Da 7:11-14.) No se sabe con certeza si al recibir la visión del capí­tulo 8, Daniel estaba de hecho en Susa o se vio a sí­ mismo allí­ como parte de la visión. Parece ser que, tras la muerte de Nabucodonosor, por largo tiempo se usó poco a Daniel como consejero, si es que en alguna ocasión se volvió a acudir a él, de manera que la reina (probablemente la reina madre) tuvo que hablar de él a Belsasar cuando ninguno de sus sabios fue capaz de interpretar la portentosa escritura que apareció sobre la pared del palacio en la ocasión en que este monarca ofrecí­a un festí­n desenfrenado y blasfemo. Como se le habí­a prometido, †œpor heraldo anunciaron, acerca de él, que habí­a de llegar a ser el tercer gobernante en el reino†; Nabonido era el primero y su hijo Belsasar, el segundo. Aquella misma noche la ciudad cayó ante los medos y los persas y Belsasar fue asesinado. (Da 5:1, 10-31.)

Bajo el dominio medopersa. Durante el reinado de Darí­o el medo, Daniel fue uno de los tres altos oficiales nombrados sobre los 120 sátrapas que tení­an que gobernar el reino. Gracias al favor divino, se distinguió notablemente por su servicio en el gobierno, hasta el grado de estar a punto de ser elevado sobre todo el reino cuando la envidia y los celos hicieron que otros oficiales tramaran su muerte. La ley que indujeron al rey a promulgar tení­a que ver con la adoración de Daniel a Dios, ya que no podí­an encontrar en él ninguna otra falta. El rey aplicó la ley de mala gana (la costumbre no permití­a cambiar una ley) y envió a Daniel al foso de los leones. Debido a la firme integridad y fe de Daniel, Jehová envió a su ángel para librarle de los leones. Luego Darí­o ajustició a los conspiradores haciendo que fuesen devorados por los mismos leones. (Da 6.)
En el primer año de Darí­o, Daniel discernió por los escritos de Jeremí­as que se aproximaba el fin de los setenta años de desolación de Jerusalén. (Jer 25:11, 12.) Reconoció con humildad los pecados de su pueblo y oró para que Jehová hiciese brillar su rostro sobre el santuario desolado de Jerusalén. (Da 9:1, 2, 17.) Se le favoreció con una revelación transmitida por medio de Gabriel, quien le dio la profecí­a de las setenta semanas, una profecí­a que fijaba con exactitud el año de la llegada del Mesí­as. Felizmente, Daniel vivió para ver el regreso de los judí­os con Zorobabel en 537 a. E.C., pero no se dice que los acompañase. En el transcurso del tercer año de Ciro (536 a. E.C.), Daniel recibió una visión de un ángel que, cuando iba a revelársela, habí­a tenido que contender con el prí­ncipe de Persia. El ángel reveló lo que le sucederí­a al pueblo de Daniel †œen la parte final de los dí­as, porque es una visión todaví­a para los dí­as venideros†. (Da 10:14.) Empezando con los reyes de Persia, se escribió historia por adelantado. La profecí­a señaló que la escena mundial llegarí­a a estar dominada por dos potencias polí­ticas opuestas: †œel rey del norte† y †œel rey del sur†, y que esta situación se mantendrí­a así­ hasta que Miguel se pusiese de pie, a lo que seguirí­a un tiempo de gran aflicción. (Da 11, 12.)
Puede que Daniel no haya vivido mucho después del tercer año de Ciro, pues, si era un adolescente cuando se le llevó a Babilonia en 617 a. E.C., debió ser casi centenario cuando escribió la visión de los capí­tulos 10 al 12 de su libro. Las palabras del ángel a Daniel: †œEn cuanto a ti mismo, ve hacia el fin; y descansarás, pero te pondrás de pie para tu porción al fin de los dí­as†, parecen dar a entender que su vida estaba próxima a terminar, pero que con seguridad resucitarí­a. (Da 12:13.)

Daniel el escritor. En Mateo 24:15 Jesús menciona a Daniel por nombre, mientras que en Hebreos 11:33 se halla una clara alusión a su persona. La crí­tica moderna no puede demostrar que el libro canónico de Daniel haya sido redactado por uno o más escritores del tiempo de los macabeos. Sin embargo, hay tres inserciones apócrifas que corresponden a otra pluma, a saber: el †œCántico de los tres jóvenes†, la †œHistoria de Susana† y la †œHistoria de Bel y el dragón†. Estos y otros escritos en los que se recogen hazañas y enseñanzas atribuidas a Daniel cuadran mejor con las fábulas que giran en torno a su gran fama, y su contenido no es nada fiable. (Véase APí“CRIFOS, LIBROS; también DANIEL, LIBRO DE.)

3. Sacerdote levita de la casa de Itamar que en el año 468 a. E.C. acompañó a Esdras a Jerusalén. (Esd 8:2.) Es posible que él mismo o uno de sus descendientes participase en la firma de la confesión que se redactó durante el gobierno de Nehemí­as (Ne 10:6); no es el profeta Daniel, que era de la tribu de Judá. (Da 1:6.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Sumario: 1. El libro. II. Primera parte: Episodios de la vida de Daniel: 1. Daniel y sus compañeros; 2. Daniel y la estatua con pies de barro; 3. Daniel no adora la estatua de oro; 4. El gran árbol cortado; 5. †œMené, Teqel, Parsí­n; 6. Daniel en el foso de los leones. III. Segunda parte: Las visiones de Daniel: 1. Las cuatro bestias que suben del mar; 2. El carnero y el macho cabrí­o; 3. Las setenta semanas y la nueva era;
4. La resurrección. IV. El apéndice. V. El autor. VI. El mensaje del libro. VII. El †œHijo de hombre
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1. EL LIBRO.
Daniel (en hebreo Daniyy†™eI, †œDios juzga o bien †œDios es mi juez†™) es un nombre que llevan varias personas, entre las cuales la más conocida es el protagonista del libro profético homónimo. El libro consta de doce capí­tulos: los seis primeros representan la sección narrativa, y cuentan algunos episodios de la vida de Daniel y de sus compañeros. Como el libro de Esdras, también éste está escrito en dos lenguas:
en hebreo están los trozos 1,1-2,4 y 8,1-12,13; en arameo están 2,4b-7,28; pero nuestro texto tiene además un apéndice en griego (cc. 13-14).
II. PRIMERA PARTE: EPISODIOS DE LA VIDA DE DANIEL (cc. 1-6).
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1. Daniel y sus compañeros. Dn 1
En el tercer año del reinado de Joaquí­n, rey de Judá, es decir, en el 605 a.C, JVabucodonosor llegó a Jerusalén, la conquistó y se llevó-a varios jóvenes hebreos para que se instruyeran en las letras y en la lengua de los caldeos, con la intención de tenerlos luego a su servicio, después de tres años de preparación. Pero cuatro de estos jóvenes, es decir, Daniel, Ananí­as, Misael y Azarí­as, se negaron a comer de los alimentos enviados del palacio real y pidieron al jefe de los eunucos que les diera de comer sólo agua y legumbres. Aun temiendo que esa alimentación no fuera suficiente para su desarrollo armónico, se les concedió el favor que habí­an solicitado, y después de diez dí­as su aspecto resultó que era mejor que el de los otros jóvenes. Hasta aquí­ el capí­tulo 1.
La obra se presenta como un escrito sobre Daniel y sus compañeros deportados a Babilonia por Nabucodonosor en el año 605, pero ya en la época de Orí­genes se dieron cuenta de que la narración no tení­a que entenderse tan llanamente. Son muchas las dificultades históricas: las fechas del libro no concuerdan entre sí­, ni tampoco con aquella parte de la historia que conocemos. Se tiene la franca impresión de que incluso el comienzo del libro no siente ninguna preocupación por la historia: Baltasar (c. 4) no fue hijo de Nabucodo-nosor, sino de Nabónides, y no tuvo nunca el tí­tulo de †œrey; Darí­o de Media es desconocido en toda la historia.
Así­ pues, el autor escribió en un perí­odo relativamente reciente respecto a la época en la que quiso enmarcar sus propios personajes y no tiene ninguna intención histórica; no pretendí­a transmitir sucesos del pasado, a pesar del aparente esmero que pone en algunos datos cronológicos. Por eso, la distinción entre los datos históricos (que en realidad son siempre discutibles y dejan mucho lugar a dudas) y los ficticios no aporta ninguna ayuda a la interpretación de cada uno de los relatos, que, por el contrario, tienen que ser valorados dentro del marco querido por el autor, sin apartar la mirada del objetivo de la obra y del perí­odo concreto de su composición. Los cuatro jóvenes, una vez pasado el perí­odo de preparación, son introducidos en la corte y forman parte de la categorí­a de †œsabios†, que son interrogados en cada una de las cuestiones relativas a la sabidurí­a y a la doctrina. Y Daniel destacaba sobre todos los demás.
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2. Daniel y la estatua con pies de barro. Dn 2
En el capí­tulo 2 se habla de la ocasión que se le ofreció a Daniel de mostrar la sabidurí­a que le habí­a dado Dios. El rey Nabuco-donosor tiene un sueño, del que Recuerda sólo su aspecto enigmático, pero sin detalle alguno, y les pide a sus sabios que le refieran tanto el sueño como su interpretación, so pena de muerte. Daniel obtiene de Dios todo lo que exige el rey: el sueño tení­a por objeto una estatua colosal, con cabeza de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro, los pies parte de hierro y parte de arcilla; una piedra alcanzó a la estatua en los pies de hierro y arcilla y los pulverizó, la estatua entera se hizo pedazos y quedó convertida en un polvo finí­simo que se llevó el viento; a su vez, la piedra que habí­a golpead o la estatua se convirtió en una montaña enorme, que llenó toda la tierra. Después de recordar el sueño, el rey escuchó con atención a Daniel, que le dio la explicación del mismo, trazando proféticamente la lí­nea de todo lo que habrí­a de ocurrir después de Nabucodonosor. En cuanto a la piedra que habí­a golpeado la estatua, su significado es claro: †œEl Dios del cielo hará surgir un imperio que jamás será destruido y cuya soberaní­a no pasará a otro pueblo† (2,44).
El rey recompensa a Daniel, poniéndole al frente de todos sus sabios. En la Biblia los sueños han sido siempre canales de comunicaciones divinas: así­ ocurrió con ¡Abrahán (Gn 15, J 2). con Abimélek (Gn 20,2 ), con ¡Jacob (Gn 28,10), con José (Gn 37,5), con los compañeros de la cárcel de José (Gn 40,5), con el faraón (Gen4l,1), con ¡ Samuel (IS 3,2), con Salomón (IR 3,5), etc., y de nuevo con Daniel en los capí­tulos 4 y 7.
En la interpretación del sueño de la estatua derribada por una piedra se presenta la sucesión de los reinos neobabilonio, meda, persa y grecorromano. La piedra representa el reino celestial suscitado por Dios, es decir, el reino mesiánico.
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3. Daniel no adora la estatua DE ORO.
Dn 3,1-33 adquiere un desarrollo dramático. Nabucodonosor hizo erigir una gran estatua de oro, envió a sus emisarios a todas las provincias para que las autoridades acudieran a la inauguración y a la adoración de la misma en medio de una gran fiesta del pueblo. Estaban presentes Daniel y sus compañeros, pero no se postraron ni adoraron la estatua. Denunciados, fueron encerrados por orden del rey en un horno encendido: †œSi nuestro Dios, a quien nosotros veneramos, quiere librarnos del ardiente horno de fuego y de tus manos, oh rey, nos librará. Pero si no nos librase, has de saber, oh rey, que no serviremos a tu dios ni adoraremos la estatua de oro que has levantado† (3,17). El fuego no les hizo daño alguno, sino que †œandaban entre las llamas alabando a Dios† (3,24).
En este punto el texto griego introduce una larga inserción deutero-canónica que no tiene
correspondencia en el texto hebreo: primero el c. ántico de Azarí­as (Dn 3,25-45), luego el de los otros tres (Dn 3,51-99). El rey, después de haber comprobado el mi-Ijagro, los manda sacar, bendice a su Dios y aumenta su prestigio en la corte. Estos dos himnos, que no tienen ninguna inspiración especial, sino que son una repetición monótona de motivos idénticos, demuestran la fe inquebrantable de estos jóvenes (que es lo que le interesaba al autor). El añadido deuterocanónico aporta muy poco o casi nada a la sustancia del texto hebreo, a pesar de la longitud de los dos cánticos.
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4. El gran árbol cortado.
En Dn 4,1-34 (correspondiente en el texto hebreo a 3,31-4,34) encontramos una de las narraciones más singulares. El rey Nabucodonosor sueña con un árbol de tamaño extraordinario y sumamente hermoso en el centro de la tierra; pero mientras está contemplando el árbol, un ángel ordena cortarlo, dejar el tronco con las raí­ces, atarlo con cadenas y transformarlo en animal. Los demás sabios intentaron inútilmente descifrar el sentido del sueño. Finalmente, Daniel dio la interpretación: el árbol grande y poderoso es el mismo rey Nabucodonosor; el corte significa que se verá echado de en medio de los hombres; el tronco, las raí­ces y el animal significan que él tendrá que vivir con los animales, comerá hierba y habitará con las bestias del campo hasta que reconozca que el Altí­simo es el soberano de todos los reinos: †œA ti te Hablo, Nabucodonosor.. .†œ(4,28). Así­ sucedió, y duró hasta que el rey alabó y glorificó al †œrey del cielo, que vive eternamente.
Este capí­tulo tiene un paralelo singular independiente en un manuscrito de Qumrán, llamado Oración de Nabónides (o Nabunal): 4Q Pr Nab. Este texto de Qumrán ofrece noticias más concretas sobre la enfermedad y la curación; es probable que el escritor de Qumrán haya bebido en la misma fuente, oral o escrita, que el autor de nuestro libro. Atacado por una enfermedad, el rey tuvo que alejarse durante siete años de sus subditos, hasta que, curado milagrosamente, proclamó por escrito la gloria del Dios altí­simo y los prodigios que se habí­an realizado en él; así­ el texto sagrado. Y el texto de Qumrán: el rey, atacado por †œuna inflamación maligna, se vio relegado lejos, en Tei-ma (oasis de la Arabia, en la ruta de las caravanas), en donde rezó insistentemente a los dioses; pero luego fue curado por el Dios altí­simo por intercesión de un exorcista hebreo†™, uno de los desterrados de Bahilonia. Este hecho de la vida de Nabónides es narrado también sustancialmente por una inscripción y una estela. El cambio, por parte de Daniel, de Nabunai en Nabucodonosor es intencional y corresponde al género literario del libro. Es históricamente cierto que Nabunai vivió varios años en él oasis de Teima, lejos de la capital; que fue considerado como loco -quizá lo era de verdad-, y fue sustituido por el prí­ncipe heredero Baltasar (555-
539).
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5. †œMené, Teqel, Parsí­n.
El capí­tulo Dn 5 narra otra visión extraordinaria, esta vez no ya de Nabucodonosor, sino del lugarteniente de Nabunai, es decir, su hijo Baltasar (o Belsahzar, según las tradiciones). Este organizó un banquete, al que hizo llevar los vasos sagrados traí­dos por Nabucodonosor del templo de Jerusalén. Durante el banquete apareció una mano, que trazó sobre la pared un escrito misterioso: †œMené, Teqel, Parsí­n, que nadie logró interpretar. Se acordaron entonces de Daniel, que lo leyó y dio su significado. El rey ordenó que le dieran la tercera parte del reino, pero aquella misma noche el rey fue depuesto y ocupó su trono Darí­o de Media. Las tres palabras misteriosas no son más que los nombres de tres medidas o monedas comunes en el antiguo medio Oriente: la mina, el siclo, la media mina. Pero este significado obvio escondí­a el significado misterioso que habí­a captado el profeta y que el lector moderno sólo puede comprender mirando el original arameo; así­ mené esconde la expresión aramea meneh el a-ha: †œDios ha medido†; te qe! esconde tekilta, †œhas sido pesado†™; parsí­n esconde perisat, †œha sido dividido†™. El significado profundo lo da, naturalmente, el profeta y el contexto.
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6. Daniel en el foso de los leones.
El último capí­tulo de la primera parte del libro (Dn 6,1-29) nos presenta a Daniel en el foso de los leones. Darí­o dividió el reino en 120 satrapí­as, confiándole una a Daniel, que se destacaba sobre todos †œpor estar dotado de un espí­ritu superior†™ (6,4). Los demás sátrapas conspiraron contra él, y no hallaron mejor medio que convencer al rey para que ordenase que durante treinta dí­as ningún subdito dirigiese plegarias y adorase a otros dioses más que a él, el soberano, y que cualquiera que desobedeciese dicha orden fuera arrojado al foso de los leones. Daniel, que tení­a las ventanas de su cuarto superior en dirección a Jerusalén, se arrodillaba tres veces al dí­a y desde allí­ rezaba †œa su Dios†. Así­ pues, lo acusaron ante el rey (debidamente advertido de que las costumbres de la corte no le permití­an cambiar un decreto ya firmado). Daniel fue encerrado en un foso de leones, con gran pena del rey. Pero después de comprobar que las fieras no atacaban al profeta, ordenó que fueran encerrados en el foso sus detractores con sus familias, decretando finalmente que por todo el reino se temiese al †œDios de Daniel†. De este modo, la absoluta fidelidad religiosa de Daniel indujo al propio soberano a una gran profesión de fe.
III. SEGUNDA PARTE: LAS VISIONES DE DANIEL (cc. 7-12).
668 Esta parte consta de cuatro visiones; exceptuando la primera y la cuarta (introducidas en tercera persona), las otras dos se narran en primera persona.
1. LAS CUATRO BESTIAS QUE SUBEN DEL MAR.
La primera visión se narra en Dn 7,1-38. Daniel ve subir desde el mar cuatro bestias: la primera es semejante a un león con alas de águila; la segunda es como un oso; la tercera tiene cuatro alas y cuatro cabezas; la cuarta es un ser espantoso, distinto de las anteriores y dotado de diez cuernos. Pero he aquí­ que se reúne la asamblea celestial, presidida por el †œanciano† (lit., †œantiguo de dí­as), o sea, Dios. Es matada la cuarta bestia, y el reino se le da a †œuno como un hijo de hombre†™, que ha venido de las nubes del cielo. Daniel pregunta el significado de la visión al ángel Gabriel: las cuatro bestias representan cuatro reinos; los diez cuernos representan diez reyes; el cuerno más pequeño surgirá y oprimirá a los †œsantos del Altí­simo; finalmente llegará el juicio y los †œsantos del Altí­simo† recibirán el reino.
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2. El carnero y el macho cabrí­o.
En la segunda visión (Dn 8,1-27) el profeta es trasladado en visión cerca de la ciudad de Susa, a orillas del rí­o Ulay, y ve un carnero con dos cuernos, que se pone a luchar contra un macho cabrí­o, que tiene un solo cuerno, que ha llegado corriendo de Occidente; la victoria sonrí­e al macho cabrí­o. Pero pronto su cuerno se rompe y en su lugar surgen otros cuatro. De uno de ellos surge otro †œcuerno pequeño†, que se subleva contra Dios y contra sus fí­eles, aboliendo el culto; Daniel oye a un †œsanto† hablando con otro †œsanto†, asegurándole que la acción del cuerno pequeño no durará más de dos mil trescientas tardes- mañanas (mil ciento cincuenta dí­as: Dn 8,14). El ángel Gabriel explica la visión: el carnero con dos cuernos es el imperio de los medos y los persas; el macho cabrí­o es el imperio macedónico: el cuerno único es Alejandro Magno; los cuatro cuernos que brotaron luego son sus sucesores (los diadocos); el †œcuerno pequeño†, descendiente de uno de ellos, representa a los seléuci-das (que prosperan durante cierto tiempo, pero que luego son exterminados).
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3. Las setenta semanas y la nueva ERA.
La tercera visión es escasa en elementos visuales, pero muy rica en contenido profético (Dn 9,1-27). Daniel estaba reflexionando sobre la duración de las ruinas de Jerusalén y se preguntaba cuándo habrí­a de cumplirse el tiempo anunciado por el profeta Jeremí­as con las palabras: †œAl cabo de estos setenta años yo castigaré al rey de Babilonia y a aquella nación… Cuando terminen los setenta años concedidos a Babilonia, yo me ocuparé de vosotros y cumpliré en vosotros mi promesa† (Jr 25,12; Jr 29,10), desahogando sus penas con una fervorosa oración. Entonces un ángel le reveló que se trataba de setenta semanas de años (cuatrocientos noventa años); luego despuntará la nueva era para Israel. El ángel le da a conocer además otros acontecimientos: después de las setenta semanas †œmatarán a un ungido inocente. La ciudad y el santuario serán destruidos por un prí­ncipe que ha de venir… Hará un pacto firme con mucha gente… Pondrá fin abs sacrificios y alas ofrendas…† (9,26-27).
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4. La resurrección.
En la cuarta y última visión (Dn 10-11), por medio de un ángel que vence la oposición de otro ángel, el profeta recibe la revelación de los acontecimientos más importantes sucedidos entre el reinado de Ciro y la llegada de la nueva era: después de Ciro de Persia habrá todaví­a tres reyes; el último de ellos será vencido por un poderoso rey griego (Alejandro Magno), cuyo reino será dividido a continuación en cuatro partes; seguirán los problemas entre los Tolomeos y los seléucidas, con la maldad y la impiedad de Antí­oco IV y su fin. Esta parte extraordinaria termina con expectativas nuevas en relación con el estilo de los profetas, y nuevas además en sus contenidos: por primera vez en el AT se anuncia claramente la resurrección para algunos (†œY muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán… Los sabios brillarán entonces… como las estrellas por toda la eternidad†: Dn 12,2-3). De esta manera el autor de tantas visiones abre una puerta a la última esperanza de los buenos que perseveren hasta el fin:
†œMuchos serán acrisolados, purificados y blanqueados; los criminales continuarán cometiendo crí­menes; ninguno de ellos comprenderá nada; los sabios, en cambio, comprenderán… Y tú, vete a descansar; te levantarás para recibir tu suerte al final de los dí­as† (21,10-13).
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IV. EL APEN DICE.
El libro termina con un célebre apéndice en lengua griega, que es por tanto deuterocanónico (es decir, no se lee en la Biblia hebrea), como los himnos con los que ya nos encontramos en el capí­tulo 3. Se trata de dos narraciones, en las que el profeta Daniel figura como protagonista.
La primera narración (Dn 13,1-64) es la historia de Susana. Mujer agraciada y rica, esposa de un tal Joaquí­n, estaba un dí­a bañándose en la piscina de su jardí­n. La espiaban dos ancianos enamorados de ella. Entretanto, ella envió a casa a las criadas que la acompañaban para que le trajeran perfumes, y se quedó sola; se aprovecharon entonces los dos mirones diciéndole: †œConsiente y acuéstate con nosotros; si no lo haces…† La denunciaron diciendo que era una mujer infiel y la acusaron de haberse entregado a un jovenzuelo en ausencia de las criadas. Se celebró entonces el proceso: por una parte la acusada, Susana, que se proclamaba inocente; por otra, los dos ancianos que atestiguaban contra ella… Pero en medio se puso Daniel. Interrogados por separado, los dos ancianos cayeron en contradicciones. De este modo la asamblea del pueblo hizo con ellos lo que intentaban hacer con la mujer, esto es, los apedrearon.
La segunda narración es la historia del dios Bel, adorado por los babilonios (Dn 14,1-22). Durante el reinado de †œCiro el Persa†, Daniel quiso probar al rey y al pueblo que aquella estatua tan venerada y que se decí­a que devoraba las ofrendas que le presentaban era en realidad un engaño. Una tarde hizo sellar las puertas, y por la mañana fue con el rey a ver lo que habí­a sucedido. Descubrieron que los sellos estaban intactos; las ofrendas habí­an desaparecido, pero siguiendo las huellas que habí­an quedado sobre la ceniza que Daniel habí­a hecho esparcir por el suelo, se dieron cuenta de que habí­an pasado los sacerdotes y otras personas. El rey los hizo matar y, por orden suya, Daniel destruyó la estatua del dios Bel y su templo. En este mismo contexto leemos también otra narración. Los babilonios adoraban a un gran dragón vivo, y el rey invitó a Daniel a adorarlo igualmente; pero el profeta preparó unas bDIAS cocidas de pez, grasa y pelos, se las arrojó a las fauces hambrientas del dragón y éste reventó. El rey tuvo que ceder a las quejas indignadas del pueblo: Daniel fue arrojado a un foso de leones voraces. El Señor le envió al profeta / Habacuc con la comida que habí­a preparado para los segadores, mientras que los leones se acostaban a su alrededor sin tocarlo. Al dí­a siguiente el rey liberó a Daniel e hizo una solemne profesión de fe en su Dios.
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V. EL AUTOR.
La obra se presenta como escrita por un tal Daniel deportado a Babilonia, pero ya en la antigüedad se le asignaba una fecha de composición en torno al siglo u a.C. La crí­tica moderna y contemporánea no está de acuerdo sobre la fecha de composición y sobre la unidad o pluralidad de autores. Cada vez encuentra más seguidores la opinión según la cual, aunque haya que poner la fecha de composición a comienzos del perí­odo de los Maca-beos, es muy probable que el material sea bastante más antiguo. La génesis del libro se puede hoy configurar con mucha probabilidad de este modo. Un hebreo, que es para nosotros totalmente anónimo, tení­a dos grupos principales de material, con los que formó nuestro libro poco después del año 167. Una parte de este material hablaba de las peripecias de Daniel y de sus tres compañeros en las cortes de Babilonia, de Media y de Persia, así­ como del don de interpretación de sueños que tení­a Daniel, en relación todos ellos con el fin de la cautividad y del mundo pagano. Una parte de este material contení­a informes que tení­an el aspecto de anticipación de acontecimientos futuros, que luego resultaron ser verdaderas profecí­as, para las que el autor se sirvió de elementos mitológicos, así­ como de expresiones y reformulaciones históricas veterotestamentarias. De allí­ se derivaron dos series paralelas: en la primera el autor-recopilador narra las aventuras de Daniel y de sus compañeros en tiempos de Nabucodonosor, Baltasar, Darí­o y Ciro; †œen la segunda (con la cual se une el sueño de Nabucodonosor, c. 2) narra las visiones que tuvo Daniel bajo Baltasar, Darí­o y Ciro. En estas dos partes el objetivo principal del autor es consolarse y confortarse así­ mismo y a sus contemporáneos “n medio del peligro tan grave que corrí­an su fe y todo el judaismo bajo la persecución de Antí­oco IV Epí­fa-nes (175- 163). En los capí­tulos 1-6 se subraya cómo la adhesión a la fe de los padres es recompensada por Dios con la salvación; en estos primeros capí­tulos no se percibe ninguna alusión directa al peligro concreto de la época, mientras que en los capí­tulos 7-12 son explí­citas las referencias y se indica con claridad el fin inminente. Si son justas las lí­neas fundamentales de esta reconstrucción, los capí­tulos 1-12 constituirí­an una obra unitaria, recopilada según un plan establecido de antemano por un solo autor a partir de un material muy antiguo. Los procedimientos literarios y el pensamiento son iguales en ambas partes y no hay ningún argumento válido que vaya en contra de la composición del libro en la época de Antí­oco IV Epí­fanes.
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VI. EL MENSAJE DEL LIBRO.
El autor no fue promotor de la sublevación de los Macabeos, y si le aportó algo, fue en contra de su voluntad. La actitud que mantuvo Daniel no fue la lucha armada, sino la esperanza llena de confianza, la paciencia llevada hasta el martirio. Es a los mártires, †œtestigos† de su dominio soberano sobre la historia, a quienes Dios reserva la resurrección. La sublevación de los Macabeos fue solamente un momento transitorio (11,33-34). La eliminación del opresor y del mal sólo ha de esperarse para el autor de un milagro de Dios, sin ninguna intervención humana (2,44-45; 8,25). Por eso no hay que buscar a su autor entre los héroes de la independencia, sino entre los piadosos (hasí­dim) que sostuvieron el movimiento macabeo hasta la paz de Lisias (en el año 153) y dejaron luego que los asmoneos conquistasen, sin su participación, la independencia de la nación.
El libro de Daniel, tal como nos ha llegado, tiene detalles muy singulares que lo diferencian de todos los demás libros proféticos. La exposición literaria tiene el mérito de la claridad y de la sencillez que encontramos en las mejores páginas narrativas de la Biblia. Pero hay algo mucho más importante: Daniel marca el final del profetismo y el acta de nacimiento de la apocalí­ptica. En efecto, su libro expresa el cambio realizado en el pensamiento israelita como consecuencia del cambio de los tiempos: la / apocalí­ptica es un género al que pertenecen numerosas obras judí­as no inspiradas, compuestas entre el siglo ni a.C. y el siglo II d.C, con la finalidad de preparar desde cerca la renovación del mundo cuya espera habí­an difundido las antiguas profecí­as y las tradiciones populares. Por consiguiente, presentan un cuadro del pasado en donde la historia se muestra como el desarrollo de un designio divino, y un cuadro del futuro en donde se afirma sobre todo la intervención de Dios para establecer la justicia. Estos libros debieron estar reservados a cí­rculos de iniciados: también Daniel, como por otra parte Ez, pertenecen en cierta medida a este género de libros. Daniel ve desarrollarse todas las cosas de la tierra dirigidas por hilos que bajan de arriba: la salvación que anuncia tiene que realizarse en la tierra entre los hombres renovados en la fe.
En este anuncio de renovación de la humanidad se sitúa el centro del pensamiento y del significado religioso de Daniel. En Daniel se convierten en medio ordinario de revelación las actitudes escatológicas que se perciben ya en Is (7,16; ce. 24-27), en Jer (28,16s) y especialmente en Ez, y también de vez en cuando en JI y Za. Por eso en él se alimentan la escatologí­a judí­a posterior, las cartas de san Pablo a los / Tesalonicenses, el / Apocalipsis de san Juan y a continuación toda la escatologí­a cristiana.
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Las preocupaciones ideológicas y culturales que determinaron semejante interés aparecen en Oriente en los últimos siglos precristianos desde Persia hasta Egipto; pero realmente en el libro de Daniel estas preocupaciones pueden explicarse como un desarrollo interno de la anterior cultura judeo-bí­blica, estimulada por la evolución de la historia; en Dan todo sigue siendo judí­o. Ac aquí­ algunos ejemplos que representan la documentación más antigua (o una de las más antiguas) de prácticas judí­as; la escrupulosa observancia de las leyes alimenticias (l,8ss), el valor de la / oración (en contraste con las artes mágicas:
2,l7ss), las limosnas y las buenas obras (4,24), los tres tiempos de la oración diaria en dirección a Jerusalén (6,11), la oración junto a una corriente de agua (8,2), la preparación para una revelación divina por medio de la mortificación (10,3), los tipos de †œbendiciones† que fueron luego tan comunes en la piedad judí­a (2,2Oss; 3,33ss; 4,3lss; 6,27s), la oración larga por el estilo de la que caracterizará luego a las oraciones si-nagogales (c. 9), la sucesión continua -en la segunda parte- entre la oración y la revelación, y, finalmente, la intervención continuada de un ángel †œintérprete†™, que pasó a ser luego un personaje ordinario en la apocalí­ptica.
Dan es además el resultado de las especulaciones y de la pasión religiosa en busca de una explicación de la vida, que parte de los presupuestos de la revelación anterior. En esta lí­nea es precioso el texto que revela el esfuerzo en este sentido: †œYo, Daniel, me puse a estudiar en los libros…†™ (9,2); de aquí­ el rasgo caracterí­stico de la apocalí­ptica, que centra su atención en el empeño por comprender el mundo escondido del más allá y del futuro, y la distinción entre este mundo y el otro, dos nociones que establecen los conceptos de †œreino del mundo†™ y de †œreino de Dios† en mutua oposición. De estas reflexiones, Dan saca la convicción de que la salvación es imposible de alcanzar; ni siquiera el †œpueblo de Dios† puede alcanzarla con la fe ni aun con el martirio; solamente Dios puede darla. Ac aquí­ entonces el contexto de su pensamiento profundo: el campo de acción de Dios está más allá de los confines de este mundo, más allá de los confines de la vida del individuo, en las generaciones y en los siglos futuros.
La espera del fin está presente en todo el libro; pero el cumplimiento se realizará en un lapso de tiempo que abarca toda la duración de la humanidad, de forma que los momentos de la historia humana se convierten en momentos de un proyecto divino en el plano de la eternidad; pasado, presente y futuro se convierten en una profecí­a, ya que Dan lo ve todo a la luz de Dios. En esta visión temporal y extratemporal el autor manifiesta el sentido profundo que tiene de la historia, y de este contexto concreto se derivan los dos versí­culos sobre la resurrección de los muertos (12,2-3).
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VII. EL †œHIJO DE HOMBRE.
Hay una expresión de Dan especialmente vinculada al NT: †œhijo de hombre†™ [1 Apocalí­ptica IV, 4]. Se lee también en otro lugar del AT (SaI 8,5), y muy frecuentemente en Ez, en donde equivale simplemente a †œhombre†™. En Dan el sentido es distinto. Para presentar en concreto la sucesión de los reinos terrenos que haA brán de derrumbarse cediendo su sitio al reino de Dios, el profeta describe las cuatro bestias que surgen del mar y que se ven privadas de su poder apenas comparecen ante el tribunal de Dios (representado como un anciano, †œun antiguo de dí­as†); llega entonces, sobre las nubes del cielo, como un †œhijo de hombre† (7,13), que avanza hasta el tribunal de Dios, del que recibe la realeza universal. Puesto que son †œlos santos del Altí­simo† los que reciben el reino (7,18. 22.27), es probable que el †œhijo de hombre† represente precisamente a este pueblo de los santos. Como ocurre con los jefes de los demás pueblos, así­ también este †œhijo de hombre† puede ser que represente, como cabeza, al pueblo santo, al que se dará el reino eterno, participación del reino de Dios. Las cualidades que se le atribuyen al †œhijo de hombre† superan a las del mesí­as, hijo de David, ya que todo el contexto lo sitúa en relación con lo divino y acentúa su trascendencia. La tradición apocalí­ptica judí­a y cristiana tomó esta figura (no la de Ez) del hijo de hombre y la interpretó de forma estrictamente individual. Así­, por ejemplo, en el Libro de Henoc (en las llamadas †œparábolas†) y en el IV Libro de Esdras (y aquí­ los textos revelan sin duda una mano judeocristiana); también en la literatura rabí­nica se observan huellas de esta tradición. Con esta figura se relaciona igualmente la expresión, aparentemente singular, con que Jesús solí­a designarse a sí­ mismo, sobre todo en contextos de la pasión y con ella se identificó en el momento solemne en que respondió al sumo sacerdote que, apelando a Dios, lo conjuró a responder si era el Mesí­as: †œVeréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre…† (Mt 26,64).
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BIBL.: Alonso Schokel L., Sicre Dí­az J.L., Profetas II, Madrid 1980, 1223-1308; Bernini G., Daniele, Ed.
Paoline, Roma 19843; Coppens J., Le Iivre de Daniel el sesproblémes, en †œETL† 56 (1980) 1-9; Delcor, Le
livre de Daniel, Parí­s 1971; Ginsberg HL., Studies in the bookof Daniel, Nueva York 1984; Hartman L.F.,
Di Lelia?. ?., The Book of Daniel, Nueva York 1978; Koch K., Das Buch Daniel (Ertrage der Forschung),
Darmstadt 1980; Moraldi L., Ima-noscrittidi Qumrán, Turí­n 19862,671-676 (sobre la †œOración de Nabunai†);
Rinaldi G., Daniele, Marietti, Turí­n 19523.
L. Moraldi.
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Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

Introducción

El libro de Daniel relata la historia de un joven israelita llevado cautivo de Jerusalén en los dí­as de Nabucodonosor, rey de Babilonia (605–562 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo). A pesar de un exilio de toda una vida y de mucha oposición, él permaneció fiel a su Dios. A semejanza de José que vivió antes que él (Gén. 37–50), estaba dotado de la capacidad de entender sueños y visiones (1:17). Se elevó a la prominencia en una corte extranjera y tuvo el privilegio de recibir visión de los propósitos futuros de Dios en la historia.
Aunque narrado generalmente en tercera persona, toda la segunda parte del libro (7:2–12:13), con una serie de visiones dramáticas, se presenta en una manera autobiográfica. Aunque en nuestras Biblias en castellano está incluido entre los profetas, en la Biblia hebrea se encuenta entre los Es critos. En ese contexto ilustra la naturaleza y las bendiciones de una vida vivida en fidelidad al pacto de Dios, bajo condiciones inhospitalarias (caps. 1–6), y revela los conflictos en los que el pueblo del Dios del pacto estará comprometido y guardado divinamente (caps. 7–12).

TIPO DE LITERATURA

De inmediato se hace evidente que el libro de Dan. es una clase de literatura diferente de la mayorí­a de la historia y profecí­a del ATAT Antiguo Testamento. A diferencia de la primera, está dominada por visiones; a diferencia de la última, sus visiones son a menudo surrealistas y describen un mundo en el que estatuas gigantescas son demolidas por piedras misteriosas y bestias extrañas surgen para luchar unas con otras.
Aunque algunos elementos como estos se encuentran en los profetas (p. ej.p. ej. Por ejemplo Eze. 1), es claro que aquí­ tenemos un tipo diferente de literatura. En un sentido, las impresiones creadas en el lector son tan importantes como la comprensión de los detalles. Teóricamente es posible entender estos úl timos y dejar de experimentar el impacto que el libro pretende producir.
En vista de esto, Dan. comúnmente se clasifica como literatura apocalí­ptica, como el libro de Apoc. (véase el artí­culo †œLibros Apócrifos y Apocalí­pticos†). Sin embargo, probablemente es sabio no tratar de definir demasiado rí­gidamente lo que esto implica para Dan. A semejanza de la relativamente moderna forma literaria de la novela (que normalmente se considera que empezó a principios del siglo dieciocho), no surgió de la noche a la mañana en una forma completa con caracterí­sticas cuidadosamente definidas. Lo que es caracterí­stico de los escritos apocalí­pticos, sin embargo, es que su mensaje involucra un †œdevelar† (gr. apokalypsis) el orden trascendente y cómo esto se relaciona con la historia conforme avanza hacia la consumación. Tal como un †œdevelar†, esta clase de literatura lleva el aviso de †œven y mira† y también †œescucha y entiende†.

ESTRUCTURA DEL LIBRO

Dan. se divide en dos secciones y está escrito en dos idiomas: hebreo (1:1–2:4a; 8:1–13:13) y en su idioma relacionado, arameo (2:4b–7:28). Los caps. 1 al 6 son biográficos, mas los 7 al 12 apocalí­pticos. La textura de la obra es, sin embargo, más sutil que esto, señalado por el uso del arameo en 2:4–7:28 (es decir, en partes de ambas secciones). Se ha sugerido que estos son caps. que habrí­an tenido significado especial para los que no eran hebreos (de aquí­ el uso del idioma internacional). Además, en vez de separar radicalmente las dos secciones, este arreglo tiene el efecto de vincularlas mientras sugiere que los caps. 2–7 contienen el corazón del libro. Si este es el caso, el cap. 1 sirve como una introducción explicativa, mientras que los caps. 8–12 se extienden sobre el diseño de la historia mundial ya establecido antes en el libro. La manera en que el uso del arameo atraviesa tanto la sección biográfica como la visionaria es también un argumento importante a favor de la unidad literaria del libro.
Dentro de la sección central (caps. 2–7) se puede detectar un diseño adicional, común en la narrativa del ATAT Antiguo Testamento. Los caps. 2 y 7 presentan vi siones de cuatro reinos mundiales opuestos al reino de Dios; los caps. 3 y 6 son narraciones de liberaciones milagrosas divinas; los caps. 4 y 5 describen el juicio de Dios sobre los gobernantes mundiales. De esta manera, los temas empleados en los caps. 2, 3 y 4 reaparecen en orden inverso en los caps. 5, 6 y 7. El efecto es el de una narración refleja que tiene el propósito de intensificar ciertas expectaciones en el lector que está familiarizado con el mecanismo, así­ como el de proveer mayor disfrute.
Los lectores contemporáneos están acostumbrados generalmente a libros que siguen un orden cronológico recto. Aun si se escriben en la forma de reminiscencias narradas mucho tiempo después de los eventos, los temas tienden a ser desarrollados en un tiempo lineal. El libro de Dan. no sigue esta forma. Las experiencias de los caps. 1–6 sí­ siguen ciertamente una secuencia cronológica en su ambientación, pero las revelaciones a lo largo del libro tienen la forma de paralelismo progresivo que cubre el mismo perí­odo. La estructura literaria es semejante a la de una escalera espiral que gira en torno al mismo punto una y otra vez, pero nos lleva a un punto más elevado desde el cual podemos obtener una vista más clara y completa de las cosas. De aquí­ que el material cubre el mismo terreno en más de una ocasión, pero lo desarrolla en una manera más completa cada vez. El mismo arreglo puede verse en las enseñanzas de Jesús en Marcos 13 y en el mismo libro de Apocalipsis.

MENSAJE

El contexto en el que la vida de Daniel se presenta se resume en la pregunta hecha por los exiliados en Babilonia en el Sal. 137:4: †œ¿Cómo cantaremos las canciones de Jehovah en tierra de extraños?† Todo el libro, biografí­a y visiones, nos enseña que este mundo será siempre †œtierra de extraños† para el pueblo de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare Juan 17:6; Fil. 3:20a). Los del pueblo de Dios son extranjeros en el mundo (1 Ped. 1:1, 17), rodeados de enemigos malignos y destructores (1 Ped. 5:8, 9). Sin embargo, es posible vivir de una manera que traiga alabanza y honra a Dios, así­ como Daniel lo hizo. El es la encarnación de la enseñanza del Salmo 1.
Tal vida de fe (cf.cf. Confer (lat.), compare Heb. 11:33, 34) se nutre del conocimiento de Dios (11:32b), de la consagración a él (1:8; 3:17, 18; 6:6–10), y de la comunión con él en oración (2:17, 18; 6:10; 9:3; 10:2, 3, 12). Obtiene su confianza del conocimiento de que Dios es soberano sobre todos los asuntos humanos (2:19, 20; 3:17; 4:34, 35), y que él está edificando su propio reino (2:44, 45; 4:34; 6:26; 7:14). Nuestros tiempos están en sus manos (1:2; 5:26), puesto que los asuntos de la tierra no están desconectados de los del cielo (10:12–14, 20). El es un Dios que se revela a sí­ mismo y da a conocer sus propósitos, de modo que su pueblo pueda conocerlo y confiar en su palabra (1:7b; 2:19, 28–30, 47). Tal conocimiento capacita al pueblo de Dios a resistir la presión sabiendo que participarán de la realización de su reino (7:22, 26, 27; 12:2, 3).

AUTOR Y FECHA

No se hace una declaración explí­cita de la autorí­a en el libro de Daniel, aunque aprox. la mitad de él está en forma autobiográfica. Los eruditos contemporáneos del ATAT Antiguo Testamento, en forma general (pero de ninguna manera universal), adoptan el punto de vista (primero sustentado por Porfirio, neoplatonista del siglo III y oponente de la fe cristiana) de que el libro fue compuesto, no en el siglo VI a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo (su ambiente literario), sino en el siglo II a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, en los dí­as de Antí­oco Epí­fanes (ver sobre 8:9–14, 23–27; 11:4–35).
De acuerdo con esta opinión, las historias de los caps. 1 al 6 indudablemente tienen sus orí­genes en las tradiciones del pueblo hebreo. Se presenta a Daniel como una figura heroica, fiel a la ley de Dios ante toda oposición. Las visiones son en gran parte interpretaciones del pasado más bien que revelaciones sobrenaturales del futuro. En vez de pro veer un relato histórico, la autobiografí­a y las visiones de Daniel en varias maneras emplean, exponen y aplican otros pasajes bí­blicos para fortalecer y alentar a los judí­os del siglo II a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Así­, p. ej.p. ej. Por ejemplo su propia experiencia se ve como modelada en la de José (el exiliado que se elevó al poder en una nación extranjera y, sin embargo, permaneció fiel a Dios); su oración en el cap. 9 se ve como de pendiente de las oraciones en Nehemí­as; aunque partes de las visiones se ven como exposiciones sutiles de pasajes bí­blicos (11:33; 12:3 se consideran como una exposición de Isa. 52:13–53:12). El autor estaba escribiendo su libro en 160 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo cuando el pueblo de Dios estaba sufriendo la fiera persecución de Antí­oco Epí­fanes y desesperadamente necesitado de saber que habí­a significado en la vida, que la fidelidad a Dios tení­a significado, que el sufrimiento no era permanente, que Dios reinaba y que su pueblo triunfarí­a. La pregunta que se hace en 12:6 (†œ¿Cuándo será el final?†) hace eco en los clamores del pueblo de Dios. Las profecí­as ocultas tienen la respuesta: No será para siempre.
Esta opinión también sugiere que puede fijarse la fecha del libro de Daniel con mayor precisión que cualquier otro libro del ATAT Antiguo Testamento. El autor estaba consciente de la profanación del templo (que puede fijarse con exactitud en diciembre 167 a. de J.C, cf.cf. Confer (lat.), compare 11:31) y de la resistencia heroica dirigida por Judas Macabeo en 166 (11:33–35), pero él aparentemente no sabí­a de la muerte de Antí­oco en 164 (11:40–45 se considera como un intento profético genuino, pero equivocado). Los crí­ticos sugieren que, cualesquiera que hayan sido los primeros perí­odos de composición y revisión por los que el libro pueda haber pasado, a la edición final puede ponérsele más exactamente la fecha alrededor de 165/164 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Esto, a la vez, se convierte en un argumento principal para creer que el cuarto reino en los caps. 2 y 7 es Grecia.
Por eso, de acuerdo con los crí­ticos eruditos, Dan. es un libro de leyendas edificantes y de visiones dramáticas, una poderosa obra de la literatura de la resistencia del segundo siglo a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Por que fue escrita de tal manera que ninguno de sus primeros lectores la confundiera con historia del pasado o con profecí­a del futuro, la habrí­an aceptado por lo que era, hubieran sido desafiados por ella y obtenido fuerza a través de su mensaje, de la misma manera que un lector actual podrí­a ser impresionado al leer Hamlet de Shakespeare o Los Hermanos Karamazov de Dostoievsky.
Al buscar confirmar este criterio, a menudo se ha apelado a la evidencia en el libro mismo, es decir, al uso de los términos gr. para algunos de los instrumentos musicales de 3:5; a la falta de evidencia sólida de la locura de Nabucodonosor o de sus decretos en el cap. 4; a las referencias no corroboradas de Darí­o el Medo en los caps. 5 y 6 y a la falta de adecuación histórica de la descripción del fin de Antí­oco Epí­fanes. Aunque se discute brevemente en el comentario, una consideración más detallada de estos asuntos se encuentra en los comentarios de J. G. Baldwin y de E. J. Young.
Esta opinión, primero sostenida solamente por eruditos teológicos liberales, más recientemente ha llegado a ser compartida por otros de tradiciones más conservadoras. Se argumenta que el mismo libro indica que los relatos no tienen la intención de ser entendidos como historia literal, y que las visiones son obviamente interpretaciones del pasado (no revelaciones del futuro). Un pasaje tal como 11:4–12:3 tiene apariencia de profecí­a, pero no habrí­a sido leí­do como una verdadera predicción por la audiencia para la cual el libro estaba originalmente dirigido. Al procurar fortalecer esta posición teológicamente, se ha dicho que aunque Dios podrí­a, si así­ lo deseara, salvar a hombres del fuego ardiendo mientras que otros mueren, y dar predicciones detalladas de los eventos futuros, éstas no son la clase de cosas que el Dios de la Escritura realmente hace.
Aunque esta opinión en los siglos pasados virtualmente ha abrumado la opinión conservadora, enfrenta considerables dificultades, de las cuales se mencionan aquí­ solamente unas cuantas.
1. Si el libro fuera tan obviamente ficticio de carácter esperarí­amos encontrar los primeros indicios de esto en la tradición de la interpretación, previa al ataque de Porfirio contra el cristianismo, e independiente de él, pero éstos están ausentes. Si el libro está compuesto †œobviamente† de leyenda, es difí­cil entender la aparentemente continua forma tradicional de interpretarla como historia teológica y autobiográfica y como visión.
2. Los escritores del NTNT Nuevo Testamento consideraban el libro de Daniel como histórico. Jesús consideraba a Dan. como un profeta (Mat. 24:15) y, por eso, el contenido de su libro como genuinamente profético del futuro. El autor de la carta a los Heb. se refiere a dos eventos del libro en el contexto de otros eventos y personajes históricos (Heb. 11:33, 34). Es difí­cil resistir la conclusión de que Jesús y los es critores del NTNT Nuevo Testamento consideraran el libro de Dan. como historia y profecí­a verdaderas. Si es así­, el hecho de señalar una fecha posterior al libro serí­a poner en duda el conocimiento y la autoridad de Cristo como Señor de las Escrituras. Pondrí­a en duda también la capacidad de los escritores del NTNT Nuevo Testamento para detectar la ficción dos siglos después de que fuera escrita, una falla notable, semejante a que alguien hoy en dí­a leyera Cumbres Borrascosas de Emily Brontë y pensara que es historia.
3. Hay una falla teológica y sicológica en la noción de que una obra de ficción conocida y obvia es bien adecuada para inspirar a los lectores a ser fieles hasta la muerte. De acuerdo con la teorí­a de la fecha del siglo II, éste no es meramente un posible efecto sino la verdadera función del libro. Pero esto es pedirle a la gente que confí­e en el poder, conocimiento y sabidurí­a de Dios cuando de hecho la evidencia de esos atributos fuera una invención de la imaginación del autor, no la verdadera revelación y actividad de Dios. A pesar de las protestas de que Dios podrí­a obrar los milagros de Daniel y revelar el futuro en detalle aunque no lo hubiera hecho, nos quedamos sin base para creer que él puede o quiere hacer tales cosas. Aquí­ la lógica de Pablo respecto a otro milagro no es inapropiada (ver. 1 Cor. 15:15–17).
4. Un cierto número de rasgos incidentales del libro señalan un origen babilonio y un conocimiento de la vida babilonia que difí­cilmente podrí­a esperarse de un hebreo palestino del siglo II a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Estos incluyen el uso del sistema babilonio para fechar (1:1); familiaridad con el gusto babilonio por el número seis y sus múltiplos (3:1); la implicación de que el tí­tulo de †œrey† de Belsasar implicara su actuación como regente (5:7); y la referencia a la costumbre persa de castigar a los parientes de un culpable (6:24). Hasta la referencia al †œyeso de la pared† (5:5) es impresionante puesto que sabemos por los descubrimientos arqueológicos que las paredes del palacio de Babilonia estaban cubiertas de yeso blanco.
5. La teorí­a de la fecha del siglo II asume que Dan. fue escrito en 165/164 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo y que estaba equivocado en su genuino intento por profetizar la caí­da de Antí­oco Epí­fanes. Dada la autoridad del ca non del ATAT Antiguo Testamento es inexplicable (en cuanto a esta opinión) por qué el libro no fue revisado para lograr exactitud o cómo el libro fue aceptado como canónico con el pleno conocimiento de que contení­a errores.
El enfoque adoptado en este comentario sigue el concepto mucho tiempo sustentado por la iglesia cristiana de que el libro de Dan. tuvo su origen en el siglo sexto a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo en Babilonia. Esto no significa que no haya dificultades en relación con el contenido histórico del libro, o en creer sus profecí­as y milagros. Lo primero sigue requiriendo la investigación de los eruditos; lo segundo, sin embargo, está relacionado con nuestro concepto de Dios. Parte del mensaje del libro de Dan. es que Dios puede hacer lo que sus criaturas no pueden hacer, y lo hace (2:10, 11). Ningún intérprete de este libro puede evitar el desafí­o que éste presenta para confiar en un Dios que apaga fuegos y cierra la boca de leones (Heb. 11:33, 34), o, más aun, en un Dios que levanta a los muertos (12:2; cf.cf. Confer (lat.), compare Mar. 12:18–27). (Véase también la gráfica en p. 656.)

BOSQUEJO DEL CONTENIDO

1:1-21 El reinado de Dios y la fidelidad de sus siervos
1:1, 2 El hombre propone, Dios dispone
1:3-7 Reprogramación en Babilonia
1:8-21 Salvando la primera prueba

2:1-49 El reinado de Dios al someter a los reinos
2:1-13 Los sueños perturbadores de Nabucodonosor
2:14-23 Daniel recibe iluminación
2:24-49 La explicación del sueño

3:1-30 El reinado de Dios en las pruebas difí­ciles
3:1-18 Idolatrí­a o muerte
3:19-30 “Las llamas no te tocarán”

4:1-37 El reinado de Dios humilla a Nabucodonosor
4:1-18 El sueño del árbol cósmico
4:19-27 Una advertencia de juicio
4:28-37 Humillado y sanado

5:1-30 El reinado de Dios al quitar a Belsasar
5:1-9 La escritura en la pared
5:10-17 Daniel es recordado
5:18-31 Un rey pesado en la balanza de Dios

6:1-28 El reinado de Dios sobre las bestias salvajes
6:1-9 Darí­o engañado
6:10-17 Obedecer a Dios en vez de a los hombres
6:18-28 Amparado por el poder de Dios por la fe

7:1-28 El reinado de Dios sobre los reinos bestiales
7:1-14 Cuatro bestias, un hombre
7:15-28 El cuerno que hizo la guerra

8:1-27 El reinado de Dios dura para siempre
8:1-4, 15-20 El carnero de dos cuernos
8:5-8, 21, 22 El macho cabrí­o de un cuerno
8:9-14, 23-27 El pequeño cuerno que creció

9:1-27 El reinado de Dios fortaleciendo la profecí­a y la oración
9:1-3 Daniel escudriña las Escrituras
9:4-19 La oración: un convenio de trabajo
9:20-27 Otros “setenta”

10:1—12:4 El reinado de Dios sobre toda la historia
10:1-3 En duelo espiritual
10:4-9 Una visión gloriosa
10:10—11:1 “Espí­ritus de maldad en los lugares celestiales”
11:2-45 Los reyes del norte y del sur
12:1-4 Las últimas cosas

12:5-13 El reinado de Dios y el reposo de sus siervos
Comentario
1:1-21 EL REINADO DE DIOS Y LA FIDELIDAD DE SUS SIERVOS

1:1, 2 El hombre propone, Dios dispone

La historia de Daniel se introduce por medio de dos declaraciones que proveen contexto histórico y también teológico para toda la narración. Nabucodonosor rey de Babilonia fue a Jerusalén, y la sitió. Nabucodonosor invadió Palestina en varias ocasiones. El sitio al que se refiere aquí­ tuvo lugar en 605 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, en el tercer año del reinado de Joacim (según el cómputo babilonio. Jer. 25:1, que se refiere al mismo incidente, usa el cómputo judí­o, contando desde el nuevo año anterior al advenimiento de un rey). Nótese que esta perspectiva horizontal de la historia se acopla con una vertical o teológica: El Señor entregó en su mano a Joacim. Inmediatamente somos introducidos a los temas subyacentes de todo el libro:
1. Babilonia contra Jerusalén, la ciudad de este mundo contra la ciudad de Dios (Agustí­n), un conflicto trazado en las Escrituras hasta su clí­max en Apoc. (ver Apoc. 14:8; 17:5; 18:2–24). Esencialmente este conflicto tiene su raí­z en Gén. 3:15.
2. El reinado soberano de Dios, a pesar de todas las apariencias contradictorias. En la caí­da de Jerusalén se cumplieron las profecí­as (p. ej.p. ej. Por ejemplo Isa. 39:6, 7; Jer. 21:3–10; 25:1–11) y se inauguraron los juicios del pacto de Dios, de los cuales los profetas habí­an advertido (es decir, Deut. 28:36, 37, 47–49, 52, 58). El exilio fue un juicio sobre el reinado de Joacim (2 Crón. 36:5–7), pero la descomposición habí­a empezado mucho antes (2 Rey. 24:1–4). Según las apariencias externas Nabucodonosor era triunfador, y el nombre de Dios habí­a sido avergonzado (el poner los utensilios en el tesoro de su dios marcaba el triunfo de la deidad pagana Nabu sobre Jehovah). En realidad, sin embargo, nada está fuera del gobierno divino (cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 45:7; Ef. 1:11b) como Nabucodonosor mismo llegó a reconocerlo (4:35). En Daniel se repitió la experiencia de José (Gén. 45:4–7; 50:20).

1:3-7 Reprogramación en Babilonia

En Babilonia, israelitas escogidos recibieron educación especializada. Los escogidos eran los que daban señales de ser lí­deres naturales (del linaje real y de los nobles), (3) y que ya habí­an demostrado sus capacidades intelectuales. Ellos iban a ser reeducados intelectualmente y recibirí­an un trato real. Habí­a varios objetivos a la vista: es decir, una reprogramación religiosa (idioma, literatura y dieta llevaban un significado religioso y cultural) y un †œlavado de cerebro† que simultáneamente debilitarí­a la posibilidad de un futuro liderazgo capaz entre los israelitas y potencialmente fortalecerí­a la sociedad babilonia cuando se terminara el proceso (5b).
La educación a la vista indudablemente incluí­a astrologí­a, adivinación y otras †œartes†. Los jóvenes necesitaron depender de la promesa de Isa. 3:1–3 mucho antes de los eventos del cap. 3.
La reprogramación se inició con nuevos nombres, cada uno de los cuales tení­a un significado religioso, como indican los sufijos de los nombres heb.: Dani-el significa †œDios es mi juez†; Anan-í­as, †œagraciado por Dios†; Misa-el, †œ¿Quién es como Dios?† y Azar-í­as, †œJehovah ha ayudado†. Aunque las formas en que sus nombres babilonios aparecen pueden ser corrupciones deliberadas (una señal al lector de la falsedad envuelta en ellos), los nombres de dioses paganos (p. ej.p. ej. Por ejemplo Bel, Nabu y posiblemente Aku) están encerrados en ellos. Un cambio de identidad (ya no más hijos de Dios) y de destino (Babilonia, no Jerusalén) estaba a la vista, y los dos serí­an reforzados por el uso constante.

1:18-21 Salvando la primera prueba

Habiendo explicado cuidadosamente los obstáculos para la fidelidad, la narración ahora cuenta cómo Dios realizó su plan soberano para sostener a sus fieles contra todos sus adversarios. El que está en control de los asuntos de las naciones (1, 2) también obra en las vidas de los individuos. Cf. †œel Señor entregó† (2) con Dios concedió que se ganara el afecto y la buena voluntad del jefe de los funcionarios (9) y con Dios les dio (17).
Daniel creí­a que tomando la comida del rey y el vino se contaminarí­a (8; cf.cf. Confer (lat.), compare Eze. 4:9–14). La razón probablemente era más sutil que la simple fidelidad a las leyes dietéticas leví­ticas contra comer comida †œimpura† (puesto que ninguna prohibición se habí­a puesto al vino) o a que la comida habí­a sido ofrecida a í­dolos (a menos que los vegetales escaparan de tal consagración). En vista de esto, su decisión puede simplemente haber sido su resolución a no permitir ser asimilado por la cultura babilónica (y ser acondicionado espiritualmente por ella), cuando le era posible resistirse activamente. Respecto a su educación y a su nuevo nombre, habí­a poco que él podí­a esperar hacer. La narración subraya así­ la sabidurí­a de Daniel al saber en qué punto deberí­a enfocar su resistencia.
Daniel es presentado aquí­ como un modelo de testigo fiel en lo atractivo de su vida, en la afabilidad de su resistencia (Pidió, 8; Por favor, prueba, 12) y la manera en que su comportamiento ganó el favor y la simpatí­a del oficial (9) y el consentimiento del inspector (14).
Mediante su dieta vegetariana Daniel y sus compañeros florecieron fí­sicamente. Por implicación esto también fue hecho por Dios. Los recursos humanos proveen comidas, pero solamente Dios provee nutrición fí­sica. Los diez dí­as de prueba (14) se convirtieron en un menú permanente (15, 16).
Además, Daniel y sus compañeros recibieron dones divinos especiales (17–19). El desarrollo intelectual y el éxito verdadero pueden alcanzarse sin arreglo espiritual; el piadoso puede dominar y emplear el aprendizaje del impí­o. Dios convierte en locura la sabidurí­a del mundo y perfecciona su fuerza donde su pueblo es más débil (1 Cor. 1:19–25; cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 44:24–26). No solamente la vida y el carácter de Daniel se describen en una manera que de liberadamente recuerda a los de José; es también una reflexión del Mesí­as venidero (Isa. 11:2, 3).
El comentario concluyente (21), según piensan los crí­ticos, se contradice por 10:1. Pero la idea aquí­ no es la de proveer la fecha de la muerte de Daniel; es teológica, no simplemente cronológica. El primer año de Ciro (538 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) marca el principio de la era de restauración (2 Crón. 36:22, 23). El propósito es que Daniel vivió para ver revocadas las acciones de Nabucodonosor. Cuando el rey de Babilonia tení­a mucho tiempo de haber muerto, el siervo de Dios continuaba vivo y su pueblo habí­a sido restaurado. De esta manera estamos preparados para narraciones de conflictos que siguen y para el libro de visiones del triunfo final del reino de Dios.
2:1-49 EL REINADO DE DIOS AL SOMETER A LOS REINOS

2:1-13 Los sueños perturbadores de Nabucodonosor

Los eventos del cap. 2 se desarrollan durante el segundo año del reinado de Nabucodonosor (604 a. de J.C; cf.cf. Confer (lat.), compare 1:1, 2).
En el antiguo Cercano Oriente se creí­a que particularmente los reyes recibí­an mensajes de los dioses. Los sueños de Nabucodonosor eran, por tan to, especialmente interesantes, establecidos, como lo estaban, en el contexto de su ambiciosa polí­tica extranjera. (Su victoria sobre los egipcios en Carquemis y Hamón le habí­a asegurado el control de Siria; otras campañas siguieron en los años siguientes.) El contenido de sus sueños lo dejaron inquieto y atribulado (1). El entonces convocó a sus diversos consejeros, cuyos tí­tulos son indicativos de la naturaleza de la ciencia y la religión de Babilonia (p. ej.p. ej. Por ejemplo para hechiceros véase Deut. 18:10–12; Mal. 3:5).
No hay certeza respecto a cuánto de su sueño Nabucodonosor podí­a recordar. Algunas declaraciones implican que él al menos habí­a retenido un sentido general del mismo (p. ej.p. ej. Por ejemplo v. 9c). El sueño le habí­a dejado tal impresión perturbadora que él demandó la seguridad de una interpretación exacta bajo la amenaza de muerte (5). De esta manera, solamente si sus consejeros podí­an decirle el contenido del sueño, que ellos naturalmente ignoraban, podí­a él confiar en su capacidad para interpretarlo. La respuesta de los consejeros fue razonable (4, 7) y crecientemente desesperada (10, 11), una indicación intencional por parte del narrador de la perversidad del rey y de la bancarrota de la sabidurí­a de su corte.
Las palabras en arameo (4) señalan el cambio de idioma del heb. al arameo, que se mantuvo hasta 7:28 (véase la Introducción).
La amenaza de Nabucodonosor de un castigo (5) excesivo y caprichoso (pero de ninguna manera sin paralelo) y su sospecha de conspiración entre sus consejeros (9) denuncia un profundo sentido de inseguridad a pesar de sus logros. El decreto que él dio (12) incluye a Daniel y a sus acompañantes, cuya ausencia (inexplicable) intensifica el drama de la narración.

2:14-23 Daniel recibe iluminación

La fuerza y la gracia del carácter de Daniel se manifiestan una vez más (cf.cf. Confer (lat.), compare 1:8, 12) en la prudencia y discreción con las que habló al comandante del escuadrón de la muerte, así­ como en su cortés petición a Nabucodonosor (16). Hay un tiempo para la cortesí­a paciente así­ como para la reprensión franca (cf.cf. Confer (lat.), compare 5:17–28; Mar. 6:18).
Ninguna caracterí­stica de la vida de Daniel sobresale más claramente que su devoción (18; cf.cf. Confer (lat.), compare 6:10; 9:3–23; 10:12). Aquí­, él y sus acompañantes suplican misericordia (18), puesto que el futuro del reino de Dios y su testimonio en Babilonia parecen depender de su preservación. Daniel creí­a que él tení­a acceso a esferas que a los astrólogos babilonios les estaban vedadas (11). El carácter de Dios, el Revelado y Revelador (22, 23a), formó la base para su petición. El es el Señor de sabidurí­a y poder (20), Gobernante de toda la historia (21a) que se comunica con su pueblo (22; cf.cf. Confer (lat.), compare Hech. 4:24–30). En una manera no explicada totalmente el misterio le fue revelado a Daniel en una visión (19).

2:24-49 La explicación del sueño

Daniel regresó a la presencia del rey, ahora en posición de hablar con amplitud y audacia apropiadas, contrastando la impotencia de los consejeros del rey con el conocimiento del consejero celestial de Daniel.
Nabucodonosor habí­a visto una gran estatua con la forma de un ser humano y hecha significativamente de metales de valor decreciente (oro, plata, bronce, hierro mezclado con barro). En este sueño apareció una piedra desprendida que golpeó y destruyó la estatua (nótese el eco del Sal. 2:9 en los vv. 34b–35a). La roca tení­a dos rasgos dignos de notarse: se desprendió sin intervención de manos (34), es decir, su origen yací­a en la actividad de Dios, y se convirtió en una gran montaña que llenó toda la tierra (35), es decir, su actividad fue universal.
El sueño se referí­a a lo que ha de acontecer en los postreros dí­as (28). Puesto que la cabeza de oro fue identificada especí­ficamente como el reino de Nabucodonosor (38), podemos asumir que las otras partes de la estatua también representaban imperios o dinastí­as especí­ficos. Su identidad todaví­a no habí­a sido revelada a Daniel y a sus contemporáneos (pero véase 8:19–21). Si han de ser identificados en retrospectiva (y a la luz de 8:19–21), su pecho y sus brazos †¦ de plata (32) representan el Imperio Medo-Persa (que el libro de Dan. ve como una sola entidad incorporada en el ascenso de Ciro en 539 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo; cf.cf. Confer (lat.), compare 5:28; 8:20). El vientre y sus muslos †¦ de bronce (32) simbolizarí­an entonces al Imperio Griego el cual dominará en toda la tierra (39), seguido a su vez por el Imperio Romano (aunque algunos intérpretes conservadores han to mado las piernas y los pies como referencia a los sucesores de Alejandro Magno).
Esta interpretación a menudo ha llevado al entendimiento de la piedra como Cristo y su crecimiento como una referencia al avance del reino de Dios. Puede haber alusiones a esta interpretación en Luc. 1:33 y 20:18. Sin embargo, también debe notarse que la piedra desmenuza todos los reinos simbolizados por la estatua. En un sentido más general, por eso, el mensaje de la visión es que aun que los reinos que los pueblos edifican dan lugar a otros en un proceso de supervivencia de los más aptos, es la mano de Dios la que finalmente los destruye al edificar su propio reino, uno que permanecerá.
Los eruditos crí­ticos, considerando la idea de un Imperio Medo-Persa como no histórico, generalmente ven los reinos representados aquí­ como Babilonia, Media, Persia y Grecia, y a la interpretación de Daniel como una †œprofecí­a después del evento† (véase la Introducción).
El efecto de esta revelación se describe en lo que sigue (46–49). Nabucodonosor honró a Daniel y declaró que reconocí­a a su Dios. La designación de los acompañantes de Daniel (49) explica su presencia en el evento que sigue en el cap. 3, que, a su vez, revela que la profesión de Nabucodonosor era solamente superficial.
3:1-30 EL REINADO DE DIOS EN LAS PRUEBAS DIFICILES

3:1-18 Idolatrí­a o muerte

El autor de Daniel claramente intenta que veamos una í­ntima conexión entre el sueño de Nabucodonosor y la estatua que él levantó en la llanura de Dura (1). Puede haber sido una representación del rey mismo (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:38: †œTú eres aquella cabeza de oro†). En este caso, el hecho de que por contraste con la estatua del sueño (2:31–33) estuviera hecha enteramente de oro (es decir, probablemente enchapa de oro) sugiere una reacción egocéntrica en fermiza de Nabucodonosor a la interpretación de Daniel (2:44, 45). Nótese que siete veces se hace hincapié en que †œNabucodonosor †¦ levantó† la es tatua (1, 2, 3, 5, 7, 12, 14). Habiendo recibido de Dios †œla realeza, el poder, la fuerza y la majestad† (2:37) él la mal usó en sí­ mismo. La clave para interpretar la superficialidad de su confesión en 2:47 está clara ahora.
Las inusitadas proporciones de la estatua (altura.. de 60 codos y †¦ anchura de 6 codos) sugieren que la altura incluí­a una base substancial.
Dos rasgos en la narración aumentan la tensión que rodea el mensaje. Primero, la repetición de listas de vistas y sonidos (vv. 2, 3 para vistas; vv. 5, 7, 10 para sonidos. Liras, arpas y flautas parecen ser de origen griego, y pueden indicar el carácter extenso de la cultura griega.) El lector está †œallí­†. Nótese que el evento estaba rodeado de un aura re ligiosa e indudablemente causaba un impacto estético magní­fico. En contraste, los tres hebreos reconocieron que la adoración bí­blica aceptable incluye la sumisión de la voluntad a la verdad (cf.cf. Confer (lat.), compare Juan 4:24; Rom. 12:1, 2). Segundo, la ruidosa naturaleza del conflicto entre la ciudad de este mundo y la ciudad de Dios. La opción era idolatrí­a o muerte (4–6). Estaba en peligro no solamente la obedien cia a Exo. 20:4–6, sino también si los creados a la imagen de Dios, y recreados a esa imagen (Gén. 1:26, 27; Ef. 4:24; Col. 3:10; cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 22:20, 21) debí­an inclinarse ante una imagen de hombre. En esas circunstancias, la fe de Sadrac, Mesac y Abed-nego brilla más que las llamas del horno (Heb. 11:34) cuando ellos poderosamente ilustran la fidelidad a la palabra de Dios (2 Cor. 4:11, 13b, 18).
Nabucodonosor evidentemente creí­a que toda persona tení­a o tiene su precio; ninguno desafiarí­a su mandato. Ciertamente esta era una prueba aun más severa para los hebreos que las que ya habí­an experimentado en los caps. 1 y 2 (que ahora pueden ser vistas como preparatorias para esta). Su fidelidad y valor recibieron un testimonio verdadero, aunque maliciosamente exagerado (estos hombres †¦ no te han hecho caso) e intencionado de los astrólogos. Ellos, sin embargo, sí­ comprendieron el asunto en cuestión: Ellos no rinden culto a tus dioses ni dan homenaje a la estatua de oro †¦ (12; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 20:3, 4, 23).
El rey, que previamente habí­a tenido contacto con los tres hebreos (1:18–20; 2:49), ya conocí­a la respuesta a su pregunta (14) y ahora desafió a su Dios así­ como también su valor (15). El no contaba con sus dos principales caracterí­sticas: su conocimiento del poder de Dios (17) y su sumisión a la palabra revelada (18). Su fe estaba revestida de expectación (17; cf.cf. Confer (lat.), compare 1:12, 13; 2:16), pero no mostraba presunción (18) y hací­a eco del ejemplo de Abraham (cf.cf. Confer (lat.), compare Rom. 4:20) y del testimonio de Job (Job 13:15a).

3:19-30 †œLas llamas no te tocarán†

La hostilidad del rey de Babilonia contra los ciudadanos de Jerusalén llegó a su clí­max. Antes con †œira y enojo† (13. cf.cf. Confer (lat.), compare 19) ahora se alteró la expresión de su rostro (19) frente a la calma y decisión de ellos. Mandó que el horno fuera calentado a su máxima fuerza (el significado probable de calentado siete veces más de lo acostumbrado) y que hombres muy fornidos los atasen (20) para asegurar que cayesen atados dentro del horno (23). Tan caliente estaba el horno que una llamarada de fuego mató a los soldados (22). Con estos detalles el narrador subraya la imposibilidad humana de la sobrevivencia de los hebreos, pero la descripción de su vestimenta sirve como señal del inesperado triunfo que estaba a punto de tener lugar. Mientras el rey estaba colérico y los soldados morí­an quemados, los tres amigos aparecieron en vestimenta de gala (nótese el colorido relato de sus mantos, sus túnicas, sus turbantes y sus otras ropas; 21); en contraste con los reinos de este mundo, el reino de Dios es †œjusticia, paz y gozo en el Espí­ritu Santo† (Rom. 14:17). Esto es subrayado por la actividad de los hebreos en el horno (sueltos que se pasean; 25).
Aparentemente el horno tení­a accesos superior e inferior, de manera que la ejecución por cremación podí­a ser contemplada como un espectáculo público. Nabucodonosor se vio obligado a dar marcha atrás a su antiguo dogmatismo (26; cf.cf. Confer (lat.), compare v. 15c) cuando vio a los tres confesores vivos, acompañados por una cuarta figura con aspecto de dios (24, 25). El ahora reconocí­a que era por intervención del Dios de ellos que los tres hebreos estaban salvos. El evento es un cumplimiento literal de Isa. 43:1–4: †œNo temas †¦ yo estaré contigo †¦ cuando andes por el fuego, no te quemarás; ni la llama te abrasará †¦ † Los comentaristas cristianos primitivos consideraban la cuarta figura como la aparición del Hijo de Dios o como el ángel del Señor (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 28) y frecuentemente otros han opinado lo mismo. El énfasis, sin embargo, está en lo absoluto de la protección de Dios, mostrada en el hecho de que ellos salieron sin siquiera el olor del fuego en ellos (v. 27). El Sal. 34:19, 20, que habí­a de encontrar su cumplimiento en Cristo (cf.cf. Confer (lat.), compare Juan 19:36), encuentra aquí­ un cumplimiento anticipado.
El cap. 3 empieza con un decreto de Nabucodonosor que amenazaba con destruir el reino de Dios; termina con un decreto posterior en el que todos los otros reinos (todo pueblo, nación o lengua; 29) eran amenazados con la destrucción si ofendí­an el reino de Dios. Aunque esto registra un triunfo para el reino de Dios, y (por contraste con 2:47) expresa la humillación del rey (28b), el narrador nos da indicaciones de que Nabucodonosor no era de nin guna manera un hombre de fe genuina. El se impresionaba exclusivamente con los milagros (cf.cf. Confer (lat.), compare Hech. 8:9–23); su respuesta fue hacer prosperar a los hebreos (30), no compartir su confianza (28). Aunque en algunos aspectos su humillación habí­a cambiado sus percepciones, no habí­a ablandado su corazón (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 29, y contrástese la confesión de Jonás después de su humillación; Jon. 2:8).
4:1-37 EL REINADO DE DIOS HUMILLA A NABUCODONOSOR

4:1-18 El sueño del árbol cósmico

La narración del capí­tulo cuarto se desarrolla dentro del contexto de una carta algo poética (1–18, 34–37, posiblemente compuesta con la dirección de Daniel). La pieza central de la narración es la caí­da de Nabucodonosor, narrada en tercera persona, reiterando que, durante los eventos registrados, el rey no estaba en condición de evaluar su propia experiencia. La adscripción de alabanza (3) nos prepara para la obra de Dios que va a ser descrita.
Nabucodonosor es descrito en la cumbre de sus poderes: tranquilo en mi casa y próspero en mi palacio (4). Aquí­, en contraste con los vv. 2, 3, no hay indicio de la bondad o grandeza de Dios, elevando así­ la expectación del lector al gran cambio que está a punto de ocurrir (cf.cf. Confer (lat.), compare Luc. 12:16–19).
Nabucodonosor tuvo un sueño aterrorizador. A pesar de las lecciones de los caps. 1–3, y las confesiones de 2:47 y 3:28, 29, fue a sus magos a los que acudió de nuevo (Prov. 26:11; 2 Ped. 2:22), solamente para encontrarlos en bancarrota (7). La en trada de Daniel (8) trae luz a un lugar obscuro (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 5:14; Fil. 2:14–16).
El tema central en el sueño era un árbol cósmico, que claramente representaba un imperio mundial que alcanzaba a todos y proveí­a para todos (10–12; cf.cf. Confer (lat.), compare 2:37, 38). Sobre él se pronunció un decreto celestial; iba a ser reducido a un tronco (15a). Pero el imperio estaba personalizado (dejad el †¦ que él †¦ que tenga †¦ ; 15b, 16); un individuo serí­a humillado, viviendo como animal, que él sea mojado con el rocí­o del cielo (15b). Este elemento en el sueño fue, presumiblemente, el que llenó a Nabucodonosor de presentimientos (5) y a la sociedad real de magos la dejó perpleja (7). De nuevo fue Daniel, el †œforastero† de Dios, el único que pudo ayudar.
Nótese que Nabucodonosor instintivamente interpretó la realidad de la vida espiritual de Daniel en términos de su propia formación religiosa (espí­ritu de los dioses santos; 18b). Su confesión anterior no lo habí­a librado de su politeí­smo. Se lo describe como habiendo tenido convicciones religiosas, pero no lo que podrí­amos llamar una conversión bí­blica (cf.cf. Confer (lat.), compare v 8).

4:19-27 Una advertencia de juicio

La perplejidad y el terror de Daniel (19) estaban relacionados con la interpretación del sueño y no con su incapacidad de entenderlo. Su sensibilidad es digna de notarse (p. ej.p. ej. Por ejemplo su uso de un prólogo cortesano propio del Cercano Oriente para la interpretación; 19b). La revelación de la humillación del rey no le daba placer a él, y en esto él refleja el corazón divino y el espí­ritu mesiánico (Eze. 18:23; Mat. 23:37). No cabe duda de que Nabucodonosor era un nombre frecuentemente repetido en la vida regular de oración de Daniel (cf.cf. Confer (lat.), compare 6:10).
La interpretación fue dada entonces (24–26). El decreto celestial fue de juicio. Era contra Nabucodonosor (24), ubicado en el contexto de la soberaní­a absoluta de Dios (25, 27). Pero era tanto justo como matizado con misericordia; el terrible juicio que transformarí­a a Nabucodonosor en un animal no era inapropiado para alguien que se habí­a comportado como una bestia salvaje con el pueblo de Dios (además de su actitud hacia los oprimidos, 27; un indicador siempre significativo del corazón en el ATAT Antiguo Testamento, Isa. 1:17; 58:6). Además, su función era hu millar al rey hacia el arrepentimiento, alentado por la esperanza de que el Dios que destituye es también el que levanta.
Los juicios de Dios nunca son arbitrarios; son siempre moralmente justos. Esto es subrayado por el consejo de Daniel (de nuevo cortésmente) al rey. Puesto que el juicio es la respuesta de Dios a la violación flagrante de su ley moral, el arrepentimiento, demostrado al obedecer la ley, puede traer misericordia (cf.cf. Confer (lat.), compare Prov. 28:13; Isa. 58:9b, 10; Jon. 4:2). Hasta los que no son misericordiosos pueden encontrar misericordia; pero la evidencia de que ellos la desean de Dios es que la muestren hacia otros (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 6:12; 18:21–35).

4:28-37 Humillado y sanado

El decreto de Dios estaba cumplido. Después de un año de oportunidad para arrepentirse (29), Nabucodonosor fue encontrado de nuevo autoexaltándose (30): †¦ yo edifiqué †¦ con la fuerza de mi poder †¦ para la gloria de mi majestad (cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 13:19). Su logros eran notables realmente, incluyendo un programa importante de renovación y reconstrucción. Construyó los jardines colgantes, una de las siete maravillas del mundo antiguo, para que su esposa Amytis, de Media, recordara su patria. Pero él habí­a seguido conscientemente una polí­tica de expansión alegando que habí­a sido de signado por Marduk para un reinado universal; él no habí­a contado con el Sal. 127:1.
El juicio divino (anunciado en los vv. 31, 32) incluí­a una completa humillación del rey; su autoridad (31) y su razón (34) le fueron quitados (33) en la misma hora. Su confesión en el v. 36 de que su razón le fue restaurada concede crédito a la opinión de que la reacción del rey al juicio de Dios evoca una condición psicótica (ahora conocida como licantropí­a). Tal fue el sorprendente impacto de la palabra de Dios en su mente (cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 25:15, 16). Habiéndose considerado un ser sobrehumano (3:1–6; 4:30), se convirtió en subhumano; habiendo eri gido su propia estatua para ser adorada como la imagen de un dios, perdió el derecho a la vida hecha a la imagen de Dios (Gén. 1:26, 27) y los últimos remanentes de la verdadera gloria (cf.cf. Confer (lat.), compare Rom. 3:23). Habiéndose comportado en una manera bestial, ahora cosechaba el fruto de las semillas que habí­a sembrado (Gál. 6:7, 8).
Si Nabucodonosor se hubiera arrepentido antes podrí­a haber alcanzado misericordia (27). Aun entonces la obra humilladora de Dios no duró más de lo necesario; el divino hasta que (32) retení­a la posibilidad de restauración. Pero su remisión no fue espontánea. Se dio en el contexto de una oración humilde (yo, Nabucodonosor, alcé mis ojos al cielo; 34) que llevó a la adoración y a la confesión de que sólo Dios tiene poder ilimitado (35). Las palabras del rey por primera vez tienen el reconocimiento de una actividad de pacto de Dios (de generación en generación, 34; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 20:5, 6; Sal. 103:17, 18), y como también de su verdad y su justicia (37). El se opone al soberbio y da gracia al humilde (37; cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Ped. 5:5). En Nabucodonosor las palabras del Sal. 18:25–27 encuentran una ilustración rica.
Los comentaristas cristianos a menudo han dudado de la realidad de la †œconversión† de Nabucodonosor. Si fue de corta duración, no es de sorprender que no existan los anales seculares de ella.
Un documento intitulado La Oración de Nabonido, recientemente descubierto en las cuevas de Qumrán, ha dado fuerza a la opinión crí­tica de que este cap. se originó en una historia de la enfermedad del rey Nabonido (que reinó de 556 a 539 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo). La oración registra una enfermedad que duró siete años y que fue traí­da por juicio divino. En ella Nabonido relata cómo Dios le dio un exiliado hebreo para que le explicara su experiencia, el que también escribió un decreto en relación con la adoración del Altí­simo. Aunque hay diferencias significativas entre Daniel 4 y este documento, es posible (como sostuvo E. J. Young) que su autor haya confundido la tradición acerca de Nabucodo nosor con Nabonido. Es extraño que tantos crí­ticos tiendan automáticamente a asumir que otros documentos sean más probablemente históricos que los del ATAT Antiguo Testamento.
5:1-30 EL REINADO DE DIOS AL QUITAR A BELSASAR

5:1-9 La escritura en la pared

No debemos considerar el libro de Dan., ni siquiera las partes que podemos ver como históricas, como meramente un relato equilibrado y ordenado de asuntos en Babilonia. Más bien, retrata momentos escogidos de alta tensión en el conflicto en proceso entre el reino de la luz y el de las tinieblas. Por el registro de la intervención divina en tales eventos dramáticos, se pretende que el lector obtenga aliento para todas las luchas espirituales contemporáneas.
Estrictamente hablando, el último rey de la dinastí­a neobabilónica fue Nabonido (556–539 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo), pero por una década él estableció su residencia real en Teiman, dejando a su hijo Bel-sarusur (Belsasar, †œBel proteja al rey†) como regente. Nótese que la oferta de Belsasar de hacerlo gobernar como tercero en el reino en los vv. 7, 16 y 29 asume esto. (Cf. Gén. 41:40 donde José recibió el segundo lugar.) Belsasar era posiblemente el nieto de Nabucodonosor (†œpadre† en los vv. 2, 11 y 18 e †œhijo† en el v. 22 habrí­an sido fácilmente entendidos como términos elásticos por los lectores originales).
Nuevamente el autor nos prepara para anticipar actividad del juicio divino en los vv. 1–4. En el banquete el vino corrió abundantemente de las copas sostenidas por la congregación mixta (3), y tuvo el efecto de amortiguar la conciencia del rey y de cualquier sentido de temor interno a Dios; mandó que trajesen los utensilios de oro y de plata que su padre Nabucodonosor habí­a tomado del templo de Jerusalén (2). La blasfemia pronto corrió con igual abundancia (4), pero las señales del juicio de Dios interrumpieron la rápida asunción de que todo estaba bien (cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 47:10, 11). Todos los ojos estaban sobre Belsasar (bebiendo vino en presencia de los mil en el v. 1 puede comunicar la idea de una exhibición pública), preparando al lector para una ilustración del proverbio †œAntes del quebrantamiento se enaltece el corazón del hombre† (Prov. 18:12).
Para Belsasar la intervención divina fue tan dramática como aterrorizadora. Presumiblemente, ya en un estupor cercano a la borrachera, la sorprendente aparición de una mano escribiendo en una pared tuvo en él el efecto de sobriedad que lo transformó, de un juerguista soberbio en una figura petrificada y patética (6). En la manera que nos hemos acostumbrado a él, se volvió a la sabidurí­a de este mundo, pero la encontró impotente (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:2; 4:6). No se da ninguna explicación de la incapacidad de los sabios para leer la escritura. Varias son posibles: forma desigual de las letras, el uso de un código o falta de certeza sobre el verdadero significado. En su sabidurí­a el mundo ni conoce a Dios ni entiende su revelación (1 Cor. 1:21; 2:14).

5:10-17 Daniel es recordado

En una manera que nos recuerda Gén. 41:1–16, el nombre de Daniel surgió una vez más en la familia real. La reina (probablemente aquí­ debe entenderse que es la reina madre), en un tono que raya en reproche franco en el contraste que ella usó entre Belsasar y Nabucodonosor (en ese tiempo ya como veinte años de fallecido), dirigió a Belsasar a la sabidurí­a probada de Daniel. Su aparente respeto por él estaba subrayado por el uso de su nombre heb. como de su nombre babilónico y en la referencia a sus dones sobresalientes (12; cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 11:2, 3). Aparentemente Daniel ya no tení­a su anterior papel prominente en la sociedad babilónica. Belsasar parece haber sido culpable del pecado de Roboam (1 Rey. 12:7, 8).
Las palabras de Belsasar (13–16) son más efectivamente leí­das como las de un hombre todaví­a bajo la influencia del alcohol. Las alusiones al origen y a la edad de David (él debe haber tenido entonces como 80 años de edad) como uno de los cautivos de Judá que el rey mi padre [Nabucodonosor] trajo de Judá (13) es la manera de hablar autosegura y degradante de un borracho.

5:18-31 Un rey pesado en la balanza de Dios

La aguda respuesta de Daniel (17–24) contrasta con el estilo de su reacción a Nabucodonosor (2:16; 4:19; véanse también comentarios sobre 8:1–4 para una explicación adicional) y nos recuerda las palabras de Pedro en Hech. 8:18–20. Su discurso nos recuerda otros ejemplos de alegatos legales del ATAT Antiguo Testamento (cf.cf. Confer (lat.), compare Ose. 12:2–6; Miq. 6:1–8). Antes que otra cosa se bosquejó el trasfondo histórico del pecado de Belsasar (18–21). Esos detalles sirvieron como indicación de la revelación del carácter de Dios y las maneras en que Belsasar debí­a haberlo conocido y actuado en consecuencia. Sobre esta base siguió la acusación (el pronombre †œtú† se repite nueve veces en diversas formas en los vv. 22, 23). El conocí­a a Dios, pero no lo glorificó ni le dio gracias (Rom. 1:21).
Las tres palabras en el mensaje (25) se refieren a pesos y por tanto a precios y valores (MENE = mina; TEKEL = ciclo; PARSIN = partes). La interpretación de Daniel combinaba la idea básica de ser pesado y valuado con un sugestivo juego de palabras. Mene se deriva del verbo †œenumerar† o †œdesignar†; tekel en su forma verbal significa †œpesar† o †œevaluar† y parsin (peres es el singular) es †œpartes† o †œporciones†. El reino de Belsasar habí­a sido pesado y evaluado; serí­a dividido entre los medos y los persas (un juego de palabras con parsin).
Belsasar pudo permitirse guardar su promesa. Si las palabras de Daniel se cumplieran, su papel como tercer señor en el reino (29) serí­a de corta duración. Si no, entonces su vida probablemente sí­ lo serí­a. De cualquier modo, aquella misma noche vio el fin de Belsasar (30; cf.cf. Confer (lat.), compare Prov. 29:1).
Daniel no ofreció mayor explicación (el hecho del juicio divino, no de los detalles, era su interés aquí­). Herodoto y Xenofonte registran el hecho de que Babilonia fue tomada durante una fiesta nocturna por medio de una desviación temporal del rí­o Eufrates, permitiendo que los invasores entraran a la ciudad por el ahora seco lecho del rí­o. Xenofonte (que describe la expedición de Ciro) también registra que los persas mataron al joven e irreligioso rey babilónico.
Aquí­ surge una dificultad importante. Daniel registra que Darí­o el medo tomó el reino (31). Sin embargo, en otras partes de las Escrituras, Ciro el persa es responsable de la liberación del pueblo de Dios de Babilonia (2 Crón. 36:22, 23; Esd. 1:1–8). Los crí­ticos eruditos, por tanto, consideran el nombre de Darí­o el medo o como ficción deliberada o como un error histórico, en el que Darí­o I (rey de Persia 522–486 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) ha sido confundido con Ciro, que en efecto tení­a como 62 años (31) en ese tiempo. Las propuestas de los comentaristas conservadores incluyen la atractiva sugerencia de que Darí­o el medo era el nombre real babilónico de Ciro el persa (para una discusión amplia véase J. Baldwin, Daniel, TOTC [IVP, 1978], pp. 23–28).
6:1-28 EL REINADO DE DIOS SOBRE LAS BESTIAS SALVAJES

6:1-9 Darí­o engañado

El reinado de Darí­o trajo extensos cambios al gobierno de Babilonia con un sistema de 120 gobernadores locales (sátrapas; 1), sujetos a una pequeña administración central directamente responsable al rey. (La existencia de un estrato más se sugiere en el v. 8.)
La motivación para este arreglo (para que el rey no fuese perjudicado, 2) habla mucho de las tentaciones de la vida polí­tica y del hecho de que un alto oficio no es garantí­a de alta moral. Daniel (ahora en sus 80 años) mostró de nuevo la naturaleza sobresaliente de su sabidurí­a concedida por Dios, pero su ascenso despertó envidias entre sus colegas y subordinados (4).
La maquinación que siguió no es la primera ni la última vez que el sacrificio de hostilidades tradicionales, en este caso entre los niveles más altos y más bajos de gobierno, ha sido considerado un precio digno de pagar para concertar oposición contra el ungido de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 2:1, 2; Mat. 16:1; Luc. 23:12; Hech. 4:25–27).
Los colegas de Daniel fueron incapaces de encontrar base para quejarse en contra de él y por eso no tuvieron palanca para quitarlo como administrador (4; cf.cf. Confer (lat.), compare Juan 14:30). Aunque sus colegas llegaron a odiarlo no podí­an menos que reconocer su integridad. Sabí­an que su única esperanza estaba en usar la bien conocida fuerza espiritual de Daniel como una debilidad polí­tica, sabiendo que él obedecerí­a a Dios antes que a los hombres (5; nótese el contacto adicional con Hech. 4:19). Hicieron esto convirtiendo la debilidad espiritual del rey en su propia fuerza polí­tica (6, 7). La irrevocabilidad de la ley de medos y persas (8; cf.cf. Confer (lat.), compare Est. 1:19) no era rara en el antiguo Cercano Oriente, de la misma manera que la tentación al totalitarismo no estaba limitada a Darí­o (7). El significado en la ley persa del decreto que era puesto por escrito se explica en Est. 8:8.

6:10-17 Obedecer a Dios en vez de a los hombres

La intriga en sí­ misma era directa, pero contení­a una prueba sutil para Daniel: todo lo que se requerí­a era un breve perí­odo sin oración audible (7). Además él ya estaba en sus 80 años, mucho tiempo después del que podrí­a esperarse heroí­smo.
Sin embargo, en manera caracterí­stica, Daniel reconocí­a que cualquier ganancia hecha al precio de la fidelidad a la Palabra de Dios finalmente resultarí­a en pérdida (cf.cf. Confer (lat.), compare Fil. 3:7, 8).
Mientras que el asunto crí­tico en la narración es el hecho escueto de que Daniel orara en un marcado espí­ritu de reverencia, también provee varios detalles de su oración, usándolo así­ como un ejemplar de la vida de oración (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:17, 18; 9:3–19; 10:2, 3, 12). Su costumbre era adorar en un aposento alto (un cuarto superior; 10) con las ventanas de su cámara abiertas hacia Jerusalén. Aunque sabí­a que Dios está en todas partes y por tanto escuchaba su oración en Babilonia, él oraba al Señor que habí­a dado a conocer su presencia en Jerusalén a donde el arca de su pacto habí­a sido traí­da (nótese la orientación de pacto de su oración en el cap. 9). La regularidad de las oraciones de Daniel también ocasiona un comentario (10b), así­ como también la nota de acción de gracias que las llenaba, hasta en el contexto de grave peligro personal, y la postura que adoptaba (se hincaba de rodillas, 10), indicando la sinceridad de sus súplicas (11).
Los intrigantes atraparon a Daniel y a Darí­o en su sutileza (11, 12). La caracterí­stica que hizo a Daniel el único miembro de la administración del rey completamente digno de confianza, es decir, su confianza en el Dios del pacto, recibió una reinterpretación radical a manos de sus enemigos. Su fidelidad ahora fue categorizada como rebelión (13). Ahora Darí­o vio claramente su error, pero estaba incapacitado para revocarlo (14), como aparentemente también Daniel lo estaba (17). Nótese, sin embargo, el contraste brillantemente trazado que subyace en toda la narración: tanto los intrigantes como el rey estaban febrilmente activos confabulándose y haciendo planes (3–9, 14). En contraste, la vida de Daniel rezumaba regularidad e integridad espiritual. Antes del v. 21 él se presenta como hablándole solamente a Dios.

6:18-28 Amparado por el poder de Dios por la fe

Daniel fue amparado por el poder de Dios por la fe (Heb. 11:33b; 1 Ped. 1:5), no del peligro, sino en el peligro. Para asombro y alivio del rey, la intervención angélica guardó a Daniel, el testigo de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 22; Sal. 91:9–16). Por la fe (23) él habí­a experimentado los poderes del mundo venidero (Heb. 6:5) en el cual los leones serán mansos (Isa. 11:7). Como todos los milagros del ATAT Antiguo Testamento, este es una muestra anticipada del gran milagro de la resurrección de Cristo (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 17 con Mat. 27:60–66), que señala a la resurrección final y a la restauración (1 Cor. 15:20–28; cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 2:4–8). En un universo aparentemente cerrado (17) Dios habí­a demostrado que él no puede ser excluido; si los creyentes hacen su lecho en las profundidades, él está allí­ (Sal. 139:8). Como resultado, la protección y liberación de Daniel y de sus tres amigos fue completa (23b; cf.cf. Confer (lat.), compare 3:27 y, después, Juan 19:31–36).
Al contrario del pensamiento común, hay muy pocos milagros dramáticos en el ATAT Antiguo Testamento. Aquí­, como en los únicos otros perí­odos concentrados de milagros en el ATAT Antiguo Testamento (los dí­as del éxodo y la entrada a Canaán y el tiempo de Elí­as y de Eliseo y el establecimiento de su ministerio profético), lo mi lagroso ocurre en momentos de crisis en el reino de Dios. Los milagros en Daniel, como en cualquier otra parte, no son meramente †œcontrarios a la naturaleza† o †œpor encima de la naturaleza†. Son principalmente †œcontrarios al mal† y a los poderes de las tinieblas. Son expresiones de †œlos poderes del siglo venidero† cuando todo el mal será vencido.
Un epí­logo obscuro se registra en el v. 24. Probablemente no es necesario suponer (ni aquí­, ni en el v. 4) que todos los administradores estuvieron involucrados. Según Herodoto, el castigo de toda una familia de esta manera era para guardar la ley persa. La narración misma no ofrece una moraleja (cf.cf. Confer (lat.), compare Est. 8:1–10), pero el mensaje subyacente es bastante claro: el obstruir el progreso del reino de Dios es arriesgarlo todo en el intento. Los que se oponen a Dios finalmente serán despedazados. Aquí­ de nuevo la narración hace contacto con los principios del Sal. 2 (cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 2:9–12).
La liberación de Daniel fue celebrada en el decreto del rey (tal vez bajo la propia dirección de Daniel), en el contexto de la doxologí­a a Dios como viviente (26, es decir, ocupado activamente en los asuntos del mundo), soberano y salvador. Daniel mismo es una ilustración ví­vida de los principios más básicos de una vida piadosa (cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 1, especialmente vv. 2, 3). Si Darí­o ciertamente debe ser identificado con Ciro, †œy† (28) debe ser traducido (lo cual serí­a muy apropiado) como †œes decir†.
7:1-28 EL REINADO DE DIOS SOBRE LOS REINOS BESTIALES

7:1-14 Cuatro bestias, un hombre

El cap. 7 introduce la segunda mitad del libro y liga sus dos secciones. Aunque introduce una nueva sección que contiene las visiones apocalí­pticas de Daniel, también nos hace retroceder al reino de Belsasar (cf.cf. Confer (lat.), compare cap. 5) y concluye la sección aramea del libro. De este modo se le advierte al lector que vea las conexiones importantes entre la historia y el apocalipsis. Por su contenido la visión de este cap. nos recuerda del sueño de Nabucodonosor en el cap. 2. Allí­, sin embargo, el enfoque estaba en los reinos poderosos sucesivos que se levantaban contra el reino de Dios, pero que finalmente fueron vencidos por él; aquí­ el enfoque está en la depravación y el breve carácter de esos reinos (representados por figuras bestiales) en comparación con el reino eterno de Dios.
Como en otras partes de la literatura apocalí­ptica, lo visual domina (nótese el énfasis en mirar en los vv. 2, 4, 6, 7, 9, 11, 13). Así­ como es importante tratar de interpretar el significado histórico de la visión, el hecho de que la revelación se da en forma visual subraya la importancia de su apelación a los sentidos tanto como a la razón; su intento es crear impresiones, no meramente comunicar proposiciones.
La visión tuvo lugar durante el primer año del reinado de Belsasar (cf.cf. Confer (lat.), compare el comentario sobre 5:1). Indudablemente que el conocimiento í­ntimo que Daniel tení­a de la familia real lo hubiera llenado de presentimientos por el futuro inmediato (que él tení­a poco tiempo para Belsasar es claro según 5:17).
Ahora Dios llenó su mente con una visión más cósmica del gran mar (posiblemente el Mediterráneo, pero más probablemente un cuadro general del mundo en su impiedad e inestabilidad aterradoras). Sin embargo, es agitado no por las bestias que surgen de él, sino por los cuatro vientos del cielo (2), una indicación de que detrás aun del más temible de los eventos está la actividad de Dios. Esto, además, se subraya por el uso del pasivo en las descripciones de las bestias, que evidentemente representan imperios: la criatura como león, cuyas alas fueron arrancadas, y fue levantada del suelo †¦ y le fue dado un corazón de hombre (4; posiblemente un retrato de Nabucodonosor); a la criatura como oso le fue dicho: ¡Levántate; devora mucha carne!, y a la criatura como leopardo le fue dado dominio (6). Puede haber totalitarismo, pero nunca hay autonomí­a final en el gobierno humano. Los creyentes siempre podrán ver más allá de lo que los reyes hacen a cómo Dios gobierna. La estrecha conexión entre estas criaturas y el sueño de Nabucodonosor sugiere que ellas representan los mismos imperios (babilónico, medopersa y griego, de acuerdo con la interpretación dada). De manera in teresante, Nabucodonosor es comparado en otras partes con el león (Jer. 4:7; cf.cf. Confer (lat.), compare 49:19; 50:44) y con el águila (Eze. 17:3, 11, 12). Cf. v. 4 con 4:33, 34. No podrí­a encontrarse mejor descripción de la conquista de Alejandro Magno que un leopardo con alas que habí­a desarrollado cuatro cabezas. (De hecho, a su muerte el imperio se dividió en cuatro partes.)
El temible carácter de esas criaturas palidece hasta la insignificancia ante la descripción de la cuarta bestia y su brutalidad. Las primeras criaturas se parecen a un león, a un águila, a un oso y a un leopardo, pero ésta no tiene semejanza con ninguna del mundo animal. En tanto Daniel estaba todaví­a perplejo por sus diez cuernos (7, 8), su atención fue atraí­da por un nuevo cuerno, que aparentemente representaba a un individuo, pero uno cuya hu manidad estaba absorta en sí­ mismo.
Mientras Daniel miraba, tres escenas le fueron puestas ante sus ojos rápidamente. Puede ser más sabio pensar en ellas como parte de un tapiz que en conjunto comunica una gran impresión.
La primera escena (9, 10) es una visión del trono de Dios. En contraste con las escenas anteriores, está marcada por el orden, la tranquilidad y la soberaní­a final. Aunque no se especifica que hay una conexión entre esta escena y la segunda (11, 12) claramente se implica que el juicio de Dios está detrás de la destrucción de la bestia y del rompimiento del poder de las otras bestias (10; El tribunal se sentó, y los libros fueron abiertos sugiere que un veredicto judicial está a punto de ser emitido). Ante el Anciano de Dí­as, los reinos de este mundo son de corta vida. Su presencia como un juez santo y justo se comunica por medio de la impresión de su presencia como llama de fuego y su blancura perfecta (9; cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 50:3, 4). La tercera escena vuelve al salón del trono de Dios, donde alguien como un Hijo del Hombre es presentado al Anciano de Dí­as (13) y recibe autoridad universal de él. Esta figura es Hombre Verdadero en contraste con las bestias. Es capaz de soportar la santidad de Dios y permanecer en su presencia. En esta figura la roca del sueño de Nabucodonosor (2:35, 44, 45) se convierte en un hombre en el que la verdadera imagen de Dios brilla (Gén. 1:26–28), el Hombre Mesiánico que será el verdadero regente de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 2:8; 8:4–8; 72:1–11, 17; Heb. 2:5–9; 12:28).

7:15-28 El cuerno que hizo la guerra

Daniel recibió una serie de indicios para explicar estas escenas. La interpretación de las bestias como imperios está de acuerdo con ellas. La visión tení­a el propósito de asegurarle que los santos del Altí­simo tomarán el reino (18). Esto no debe tomarse como para sugerir que el †œHijo del Hombre† y los santos del Altí­simo son idénticos, pero finalmente en la venida de Cristo (p. ej.p. ej. Por ejemplo Apoc. 1:7) se aclarará que están relacionados en alguna manera. Su coronación es la garantí­a de que sus santos participarán de su triunfo (Apoc. 20:6).
Aunque Daniel recibió la seguridad del triunfo del reino de Dios, estaba especialmente atribulado por la identidad de la aterrorizadora cuarta bestia, por sus cuernos y particularmente por el †œpequeño† (19; cf.cf. Confer (lat.), compare v. 8). La interpretación que él recibió ilumina la visión, pero de ninguna manera la hace sencilla. No es de sorprender que los comentaristas hayan diferido en su interpretación del pasaje. Su dificultad debiera advertirnos de no ser dogmáticos al explicarlo.
El cuerno pequeño aparece en el contexto del último imperio. La identificación depende de nuestro esquema general para interpretar toda la visión (y el sueño de Nabucodonosor en el cap. 2). Debe no tarse en especial el triple carácter del cuerno pequeño en el v. 25. Es culpable de blasfemia, persecución del pueblo de Dios y alguna forma de autodeificación (puesto que cambiar las festividades, v. 25, es prerrogativa solamente de Dios, 2:21).
Los que sitúan la lectura de Daniel en el siglo II a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo usualmente identifican el cuarto reino como Grecia, y consideran al cuerno pequeño como Antí­oco Epí­fanes. No es posible, sin embargo, leer este pasaje desde una perspectiva del NTNT Nuevo Testamento sin reconocer que la figura del †œHijo del Hombre† (13) se cumple en Cristo (cf.cf. Confer (lat.), compare Mar. 13:26; Hech. 7:56; Apo. 1:13; 14:14).
Esta interpretación (retrospectiva) sugiere que la figura de la cuarta bestia se realiza en Roma. Probablemente es mejor considerar los †œcuernos† (7, 8, 24) como una continuación del †œespí­ritu† del do minio romano, en el contexto del que surge el cuerno pequeño, el hombre de iniquidad, el anticristo final (20, 21, 25; cf.cf. Confer (lat.), compare 2 Tes. 2:4–12; 1 Jn. 4:3b) que fieramente oprime a los santos (25) durante un tiempo. Su poder entonces será consolidado e intensificado (un tiempo), pero repentinamente será quebrantado ( y la mitad de un tiempo). El Hijo del Hombre, habiendo recibido el dominio universal para sí­ mismo y para su pueblo, reinará entonces para siempre (14, 26, 27).
Daniel fue afectado por la visión, tanto fí­sica como mentalmente. Hay una lección importante para todos los que tienen experiencias espirituales poco comunes en el hecho de que él guardó el asunto para sí­ mismo (28).

8:1-27 EL REINADO DE DIOS DURA PARA SIEMPRE

En sus experiencias visionarias Daniel recibió una comprensión más completa del conflicto en el que él personalmente estaba envuelto. No estaba limitado a su propia experiencia; más bien, su experiencia no era sino un aspecto de una lucha cósmica entre los reinos de este mundo y el reino que Dios está estableciendo.
La segunda visión de Daniel le recordó la primera (1) pero esta vez él se veí­a a las orillas del rí­o Ulai en Susa, la capital de Persia. Su visión consistí­a en dos imágenes visuales centrales (1–4; 5–12) seguidas por dos revelaciones orales (vv. 13, 14 dadas por un santo; vv. 15–26, dadas por Gabriel; cf.cf. Confer (lat.), compare 9:21 y Luc. 1:19, 26). Puesto que las partes visuales y las audibles están correlacio nadas, el cap. se examina mejor en estos segmentos.

8:1-4, 15-20 El carnero de dos cuernos
El carnero de dos cuernos en la primera visión (3) son los reyes de Media y de Persia (20), y el cuerno más largo indudablemente representa a Persia. Daniel lo vio abriéndose camino, extendiendo su territorio en todas direcciones. De hecho el Imperio Persa se extendió al oeste a Babilonia, Siria y Asia Menor, al norte a Armenia y al mar Caspio, y al sur a Africa. El conocimiento de Daniel de esto (en el tercer año del reinado de Belsasar) es consistente con el discurso posterior al rey en el año de su caí­da (cf.cf. Confer (lat.), compare 5:18–31), El ya habí­a visto †œla escritura en la pared† para el Imperio Babilónico. Co mo hombre de fe estaba aprendiendo progresivamente que ésta era simplemente una señal de una realidad mayor, que la escritura está ya en la pared para todos los imperios, excepto para el del Altí­simo (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:44).

8:5-8, 21, 22 El macho cabrí­o de un cuerno

Mientras Daniel reflexionaba en el significado de esta primera imagen, antes de recibir la interpretación de ella, vio un macho cabrí­o con un cuerno muy visible (5). Tres cosas lo caracterizaban: su velocidad extraordinaria, su ferocidad aparentemente omnipotente al vencer al carnero (6, 7); y el dramático rompimiento de su largo cuerno y del crecimiento de cuatro cuernos en su lugar (8), de uno de los cuales salió otro cuerno (9).
El macho cabrí­o representa el Imperio Griego (21). Las imágenes del gran cuerno se cumplieron perfectamente en Alejandro Magno que se convirtió en un conquistador mundial entre los 21 y 26 años, venciendo a las fuerzas persas en una serie de batallas decisivas entre 334 y 331 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Sin embargo, él iba a morir trágicamente a la edad de 33 años (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 8) y su imperio fue fragmentado en cuatro regiones representadas por los cuatro cuernos (22). De uno de esos salió un cuerno pequeño (9) que debí­a formar el clí­max de toda la visión.

8:9-14, 23-27 El pequeño cuerno que creció

El descendiente de uno de los cuernos ahora se describe involucrándose en una polí­tica vigorosa de expansión que alcanza a Palestina (la tierra gloriosa, 9; cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 8:7–9; Jer. 3:19). En autoengrandecimiento (cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 8:12–15) esta figura se deificará a sí­ misma y blasfemará prohibiendo el culto bí­blico (11, 12). Daniel vio esto prolongarse por 2.300 tardes y mañanas (14), lo que probablemente debe entenderse como dí­as (cf.cf. Confer (lat.), compare Gén. 1:5, 8, 13 etc.). El hecho de que esta información le fuera transmitida a Daniel por los santos (13) es una indicación de que, a pesar del horror de los eventos, son conocidos por Dios y misteriosamente están dentro de sus propósitos (cf.cf. Confer (lat.), compare 1:2). Entonces, también, lo es el cuerno pequeño que crece no por su propio poder (24) y cuya caí­da no es por mano humana (25).
Siria, una de las cuatro divisiones en las que se fragmentó el imperio de Alejandro Magno, fue gobernada por Seleuco Nicator, cabeza de la dinastí­a seléucida de la que Antí­oco IV surgió en 175 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Tomó el tí­tulo de Theos Antí­oco Epí­fanes (Antí­oco, el Dios ilustre). Otros se refieren a él como Epí­manes (†œel loco†). En su polí­tica expansionista invadió Palestina (la tierra gloriosa; 9) y saqueó Jerusalén en medio de terrible derramamiento de sangre. Abolió las ofrendas diarias matutinas y vespertinas (11; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 29:38–43) y cometió la blasfemia de sacrificar un cerdo en el altar de las ofrendas quemadas, después de colocar una estatua de Zeus en el templo y de hacer sacrificios humanos en el altar. Prohibió la circuncisión y profanó el sábado (cf.cf. Confer (lat.), compare vv. 11, 12).
Es digno de notarse el empeño de Daniel por entender esta visión (5a, 15, 16). Esta iluminación no es solamente un asunto de conocimiento previo de los eventos de la historia, sino también una consideración de la naturaleza y obra del mal en su destrucción de la vida, su oposición a la piedad (24; con un enfoque en destruir la adoración del pueblo de Dios, 11; cf.cf. Confer (lat.), compare Hech. 20:29–31), su false dad y su orgullo (25). A la luz de esto Daniel aprende lecciones vitales: que nadie debe permitir que lo sugestionen con un falso sentido de seguridad (25, se engrandecerá; cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Cor. 10:12; Gál. 6:1), y que Dios finalmente destruirá toda oposición a él (25; cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 2:8–12; 46:8–10; Apoc. 11:15–18).
El enfoque en el cuerno pequeño, al cual los papeles de los grandes imperios del carnero y del macho cabrí­o son secundarios, es un recordatorio de la caracterí­stica perspectiva bí­blica, que ve, no los grandes imperios, sino al pueblo del pacto de Dios como la clave para la historia. El significado final de los imperios y de sus gobernantes se determina por su trato al pueblo de Dios (9–12; cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 25:31–46).
Dos frases señalan hacia el cumplimiento de la visión de Daniel: esos eventos tendrán lugar al final de la indignación †¦ en el tiempo señalado (19) y después de muchos dí­as (26). El †œfin† en vista aquí­ es mejor tomado como la última parte del perí­odo de la historia bajo revisión (es decir, no el fin de las edades).
Como en 7:28, la reacción de Daniel es instructiva. La seriedad del conflicto en el que el pueblo de Dios iba a estar envuelto lo abrumó y lo horrorizó, pero no lo paralizó. Aun en un ambiente impí­o él cumplió sus responsabilidades diarias (27; cf.cf. Confer (lat.), compare 2 Ped. 3:11).
9:1-27 EL REINADO DE DIOS FORTALECIENDO LA PROFECIA Y LA ORACION

9:1-3 Daniel escudriña las Escrituras
Gabriel entonces le trajo mayor información (21; cf.cf. Confer (lat.), compare 8:16) que recibió identificación cronológica y significativa en el primer año de Darí­o (1). Daniel estaba ocupado en ejercicios espirituales. Habí­a estado meditando en la profecí­a de Jeremí­as acerca de que la desolación de Jerusalén (2) durarí­a setenta años (cf.cf. Confer (lat.), compare Jer. 25:11, 12; 29:10). La oración que siguió estuvo profundamente influida por el espí­ritu de Jer. 25. Como en la Escritura, la motivación para la intercesión sincera de Daniel es do ble: la necesidad de la hora y la palabra de promesa del pacto de Dios. Aunque la lógica abstracta podrí­a llevarnos a preguntar por qué él necesitaba orar cuando Dios ya habí­a dado su promesa, Daniel mismo entendió que Dios emplea la oración como el medio por el cual se complace en cumplir su palabra. El arrepentimiento y la intercesión genuinas afectaron a Daniel externa y también internamente (3). Esto era presumiblemente una parte de las de vociones privadas de Daniel, pero sus acciones no estaban opuestas al espí­ritu de Mat. 6:16–18, concerniente a nuestra apariencia en público y en cualquier evento que tiene en vista la recompensa de las alabanzas de otros en vez de la apro bación de Dios.

9:4-19 La oración: un convenio de trabajo

La oración de Daniel estaba dominada por un sentido del carácter de Dios, especialmente como es revelado en su justicia. La justicia de Dios es su absoluta integridad, su conformidad a su propia gloria perfecta. En sus relaciones con su pueblo ésta toma la forma de su fidelidad a sus pactos con ellos. En esa relación de pacto él ha prometido ser su Dios y tomarlos como su pueblo; él ha prometido que disfrutarán bendiciones mientras siempre y cuando respondan con fidelidad a su pacto de amor, pero habrá juicio si le responden en incredulidad, ingratitud y desobediencia (cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 27:28).
Estos principios subyacen en todos los tratos de Dios con su pueblo en el ATAT Antiguo Testamento y salen a la superficie en la oración de Daniel. En su paciencia con su pueblo desobediente Dios habí­a enviado profetas a llamarlos a volver a la fidelidad al pacto (5, 6). Su exilio era el resultado de su indiferencia a su advertencia y un cumplimiento de la maldición del pacto (7; cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 28:58, 63, 64; Jer. 18:15–17). En un ver dadero espí­ritu de arrepentimiento, Daniel, el más fiel del pueblo de Dios, se echó sobre sí­ mismo la culpa como si fuera propia (hemos se repite 9 veces en los versí­culo 5–10). En este respecto, su corazón refleja el corazón de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 63:8a, 9a); ellos son su pueblo (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 20). La solución definitiva vendrí­a cuando el Hijo de Dios llevara la culpa de su pueblo como si fuera suya (cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 53:4–6, 10–12; 2 Cor. 5:21). Sin em bargo, la esperanza de perdón no disminuye la seriedad de su condición. Verdaderamente Daniel escudriñó el vocabulario del ATAT Antiguo Testamento al describir y confesar el fracaso de Judá (pecado, iniquidad, impiedad, rebeldí­a, trasgresión, desobediencia; 5–11) y sus consecuencias (vergüenza y dispersión; v. 7). Tal juicio es la expresión de la justicia del pacto de Dios en respuesta al pecado de su pueblo. El ha guardado su promesa (7, 11–14).
Al orar por el conflicto de su pueblo, Daniel no pidió a Dios que abandonara su justicia. Paradójicamente, es la única esperanza del pueblo. Como en el primer éxodo, por su propia gloria Dios reveló la justicia de su pacto en misericordia al oprimido y también como juicio sobre el malvado (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 3:7–10, 20; 6:6). Alentado por las promesas divinas a través de Jeremí­as, Daniel apeló a Dios para defender su glorioso nombre que habí­a ligado al pueblo y a la ciudad de Jerusalén (16). La meta de su intercesión es la gloria del nombre de Dios; su fundamento es la palabra de promesa del pacto de Dios respecto a la restauración; su motivación es el conocimiento de la misericordia justa revelada en los hechos salvadores de Dios en el pasado (15–19).

9:20-27 Otros †œsetenta†

El tiempo de la revelación fue como a la hora del sacrificio del atardecer (21; es decir, a media tarde), una notable indicación del enfoque de la vida de Daniel centrada en la ciudad de Dios, puesto que él habí­a estado ausente de Jerusalén por cerca de setenta años (cf.cf. Confer (lat.), compare 6:10). Gabriel apareció con dramática rapidez en respuesta a su oración, trayendo una comunicación divina más amplia que extendió el horizonte de Daniel más allá de los setenta años de la profecí­a de Jeremí­as a un perí­odo de setenta semanas (24). Hay una cumbre más le jana en las cordilleras de montañas de propósitos de Dios en la que él debe concentrarse ahora.
La revelación enigmática que sigue primero delinea el programa divino, incluyendo seis cosas que deben cumplirse dentro del perí­odo de setenta semanas ordenado por Dios (24). Las primeras sesenta y nueve semanas llevan a la llegada del Mesí­as Prí­ncipe (25) y están divididas en dos perí­odos desiguales (siete semanas y sesenta y dos semanas = sesenta y nueve semanas). Esta división es uno de los rasgos más enigmáticos de todo el libro. Posiblemente las primeras semanas miran hacia la terminación del templo. Los vv. 26 y 27 pueden contener un †œparalelismo progresivo† en miniatura: el v. 26 describe la semana final en términos panorámicos mientras el v. 27 la describe en detalle especí­fico.
Las interpretaciones de este mensaje varí­an enormemente, y dependen de la amplitud de criterio que el intérprete tenga del cumplimiento de la profecí­a. La erudición crí­tica, situando la escritura de Daniel en el contexto del siglo II a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, ve el perí­odo como destinado a extenderse desde el siglo VI hasta el tiempo de Antí­oco Epí­fanes (entendiéndose los 490 ya sea en términos redondos o lit.lit. Literalmente, y, tal vez, equivocadamente). Pero desde la perspectiva del NTNT Nuevo Testamento, es difí­cil evitar la conclusión de que el Mesí­as Prí­ncipe (25) se cumple en Jesucristo, cuya venida trae expiación y fin de la culpa (24). Algunos intérpretes conservadores, además, han empleado varias cronologí­as para mostrar que la cifra de 490 es una predicción cronológicamente exacta de la muerte de Cristo. No se ha llegado a ningún consenso acerca de esto o de la interpretación detallada de la última semana.
Si el análisis cristológico es en general correcto, las sesenta y nueve semanas pueden representar el perí­odo entre la restauración hasta la venida de Cristo y el reino que él inaugura. Aunque difí­cil (v. 26), el Mesí­as será quitado (el verbo es uno que también se usa para confirmar un pacto) y no tendrá nada nos recuerda Isa. 53:8 y es una indicación de absoluta desolación (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 26:31; 27:46). El v. 27 puede entonces ser considerado como referencia al gobernante que ha de venir (26), y que encuentra su cumplimiento en Tito Vespasiano, la profanación del templo y la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo (cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 24:3–25). Alternativamente, el v. 27a podrí­a referirse a Cristo confirmando el pacto de Dios por una semana, es decir, por todas las edades futuras (cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Cor. 11:25, 26); y los vv. 27b y 27c a la profanación de Jerusalén.
Por setenta años Daniel ha añorado la restauración de la ciudad y del templo de Dios (16–19). Ahora que está por ocurrir, su atención se dirige a una cumbre más distante y elevada en la historia de la redención. Aun un templo nuevo en una ciudad reconstruida hecha por manos humanas puede ser destruido; los ojos de Daniel, por tanto, debí­an fijarse en un templo final (cf.cf. Confer (lat.), compare Juan 2:19), en uno que estarí­a más allá de toda profanación (Apoc. 21:22–27).
10:1-12:4 EL REINADO DE DIOS SOBRE TODA LA HISTORIA

10:1-3 En duelo espiritual
La narración de la visión final de Daniel se extiende desde el principio del cap. 10 hasta el fin del libro. Está fechada con precisión en el tercer año de Ciro (1) durante el perí­odo de la Pascua y de la fiesta de los panes sin levadura, y tuvo lugar en las riberas del Tigris (4). En el aniversario del éxodo de Egipto un nuevo éxodo empezó en el primer año de Ciro (Esd. 1), pero se enfrentó con un desaliento prematuro (Esd. 3:12–4:5). Finalmente la obra de reconstruir el templo llegó a detenerse (Esd. 4:24). Las insinuaciones de esos desalientos prematuros parecen ser la razón más probable para el prolongado perí­odo de disciplina espiritual de Daniel (2). El versí­culo inicial resume el carácter de la visión que sigue.

10:4-9 Una visión gloriosa
La visión de Daniel (7) tuvo un efecto abrumador en él (8). Aunque sólo él vio la figura, parece que sus acompañantes escucharon la voz que era como el estruendo de una multitud (6) y huyeron (7). Mientras que la figura estaba vestida de lino como un sacerdote (5; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 28:42; Lev. 6:10; 16:4), todo su ser irradiaba tal luz y belleza que Daniel usó el vocabulario de los metales preciosos, de las piedras y hasta de los elementos para encontrar sí­miles para describirlo (5–7). No se hace ningún intento para identificar al hombre. La descripción de él sobrepasa la de los otros visitantes celestiales en Daniel (8:15, 16; 9:20, 21), pero claramente se compara a otras apariciones de Dios y de Cristo en las Escrituras (p. ej.p. ej. Por ejemplo Eze. 1:26–28; Apoc. 1:12–15). Esta visión se dio para hacer hincapié en el pacto de gracia de Dios (vestidura sacerdotal) y en el poder y gloria santos (el brillo abrumador). En un sentido especial Dios mismo es la fuente del mensaje y el garantizador de su verdad (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 1).

10:10-11:1 †œEspí­ritus de maldad en los lugares celestiales†

La primera parte de la visión de Daniel desapareció de la vista dejándolo abrumado y adormecido. Luego, aparentemente, una segunda figura se dirigió a él (11), explicándole que, inmediatamente que él habí­a empezado a orar (12), se le habí­a enviado una respuesta a sus oraciones para darle visión (no declarado así­, pero implicado en el v. 2). El mensajero habí­a encontrado oposición, sin embargo, de el prí­ncipe del reino de Persia (evidentemente también una figura sobrenatural; 13), hasta que Miguel vino en su ayuda. El arcángel Miguel (cf.cf. Confer (lat.), compare Judas 9) es el defensor principal del pueblo de Dios (vuestro prí­ncipe, 21; cf.cf. Confer (lat.), compare 12:1) contra los poderes de las tinieblas (cf.cf. Confer (lat.), compare Apo. 12:7–9).
Es claro que detrás de las escenas de los conflictos de la historia hay un conflicto †œen los lugares celestiales† (Ef. 6:12), en el que Daniel se habí­a visto envuelto en su intercesión. Los poderes espirituales trataban de impedir que él recibiera revelación del futuro (y, por tanto, un entendimiento de los propósitos seguros de Dios). Implicado en esto está el reconocimiento de que la revelación próxima fortalecerá a Daniel y, ciertamente, a todo el pueblo de Dios (14).
No es claro si el semejante a un hijo del hombre (16) es una tercera figura o debe ser identificado con las figuras en los vv. 5 ó 10 (vv. 20, 21 parecen indicar lo último). La incertidumbre se explica por la naturaleza del carácter visionario de la revelación y por la condición mental de Daniel (15–17). En cualquier caso, Daniel, alentado y fortalecido por este toque, pudo recibir la revelación (18, 19). El mensajero celestial pronto regresarí­a a su si guiente tarea (11:1) en la guerra espiritual (20). En ese momento era Persia; pronto serí­a Grecia (20) la que, humanamente hablando, dominarí­a las experiencias del pueblo de Dios.
Parte de la respuesta a la pregunta que se habí­a hecho a Daniel en el v. 20 es que él necesita saber que hay poderes celestiales defendiendo al pueblo de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare 2 Rey. 6:15–23). Pero primero él se da cuenta de lo que está registrado en el libro de la verdad (21), es decir, cómo se desarrollarán los propósitos de Dios.

11:2-45 Los reyes del norte y del sur

Mientras que la revelación que sigue parece a los lectores modernos una predicción de eventos futuros, está tan detallada que la mayorí­a de los eruditos asumen que los lectores originales la hubieran reconocido instantáneamente como un ardid literario usado por un autor del siglo II a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Según este criterio, el detalle completo en el relato de los eventos en los vv. 21–35 indica que el autor tení­a conocimiento personal de ellos. Los vv. 40–45, por otra parte, describen eventos que todaví­a estaban en el futuro para el autor, y su profecí­a acerca de ellos resultó estar equivocada. Los eruditos que sostienen este criterio, por tanto, datan la escritura final de Daniel en 165 o 164 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo (Para las implicaciones de esta opinión vea la Introducción.)
A través del capí­tulo es evidente que de lo que Daniel habí­a aprendido anteriormente en manera pictórica ahora se presenta delante de él en la ma nera lineal de la historia. El punto de vista desde el cual esos eventos se ven es, sin embargo, la tierra gloriosa (16) que Dios ha pactado con su pueblo, y con relación al cual los gobernantes en el sur o en el norte se levantan (p. ej.p. ej. Por ejemplo vv. 11, 12). Al contrario de otras interpretaciones de la historia que marginan al pueblo de Dios (Palestina siendo considerada apenas como un puente de paso entre el norte y el sur), la revelación bí­blica contempla el reino al que ellos pertenecen como el punto central y clave de la historia.
11:2–4 El futuro inmediato. El mensajero bosqueja el desenvolvimiento inmediato de la historia. El poder del imperio persa se ve como creciente hasta la aparición de una figura de inmenso poder, que no tendrí­a dinastí­a, y con su imperio fragmentado después de su muerte (4).
El cuarto rey persa (2) después de Ciro (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:1) fue Jerjes (que reinó de 486 a 465 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo). El es conocido por haber reunido enormes recursos mediante impuestos y haberlos agotado en sus hosti lidades contra Grecia (2), la cual lo derrotó en la batalla de Salamina en 480 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo El retrato de un rey valiente cuyo imperio serí­a fragmentado (3, 4), en vez de ser pasado a sus herederos, fue cum plido en Alejandro Magno (Daniel ya sabí­a que el poder pasarí­a a Grecia; 10:20), cuyos dos hijos fueron asesinados. El llegó a ser un cuerno quebrado (8:22).
11:5-45 Norte contra sur. Hay un amplio acuerdo sobre la interpretación de esta sección entre los comentaristas de muy diferentes escuelas de pensamiento, por la manera tan í­ntima en que esta visión se junta con el siguiente bosquejo de la historia.
Cuando el imperio de Alejandro se dividió en cuatro (4), Ptolomeo I se convirtió en gobernante de Egipto (el rey del sur; 5) y estableció la dinastí­a macedonia desde 304 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo (cuando tomó el tí­ tulo de rey) hasta 30 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Mientras, Seleuco I (el rey del norte) controlaba Siria, estableciendo la dinastí­a seléucida por aprox. el mismo perí­odo. Lo que sigue es la historia del desarrollo dinástico y de luchas de poder dentro de esos dos reinos y la rivalidad entre ellos.
El intento inicial de alianza entre los dos poderes es representado por el matrimonio (6) entre Antí­oco II (nieto de Seleuco I) y Berenice (hija de Ptolomeo II). La paz fue solamente temporal y fue seguida por la invasión del norte por Ptolomeo III (7, 8) y el contraataque de Seleuco II (9) y de sus hijos Seleuco III y Antí­oco III, que avanzaron hasta Rafia en el sur de Palestina (10).
La lucha por el dominio continuó bajo Ptolomeo IV, un hombre de manera de vivir libertina. La referencia a que su corazón se enaltecerá (12; cf.cf. Confer (lat.), compare v. 18) prepara al lector bí­blico sensible para su caí­da (2:21a). Aunque él no infligió una derrota masiva a Siria en Rafia, su ascendencia no continuó y al final, cuando Ptolomeo V subió al trono a la edad de cuatro años, Antí­oco III la conquistó (13–16). El también exhibió la exaltación de sí­ mismo que merece el juicio divino (16; cf.cf. Confer (lat.), compare v. 19). El v. 14 puede referirse a la fallida actividad de los judí­os zelotes que apoyaron las fuerzas sirias contra Egipto, bajo cuya dominación viví­an.
Con miras a una futura expansión, se planeó un matrimonio polí­tico entre Cleopatra, la hija de Antí­oco III y el joven Ptolomeo V (17); pero esto también falló. Cuando Antí­oco procuró otras conquistas en el Occidente (Grecia) fue derrotado por los romanos y obligado a regresar a su patria. Con su retirada iba a desaparecer de la escena de la historia, pues murió dos años después (19).
Seleuco IV, que siguió como rey de Siria, heredó un gran imperio, pero en bancarrota por largos años de acciones militares. El procuró volver a lle nar las arcas del tesoro elevando los impuestos (20), pero pronto fue sucedido por la figura que ahora domina el resto del capí­tulo, un hombre vil (21), su hermano Antí­oco IV (Epí­fanes).
El llegó al trono en 175 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo por medio de dos golpes de Estado. Por varios medios, incluyendo intriga y engaño (21, 23), promovió una polí­tica de helenización que lo puso en conflicto directo con los judí­os que practicaban la devoción ortodoxa. De nuevo se subraya el peligro de sentirse seguro (v. 24; cf.cf. Confer (lat.), compare 8:25), como es el tiempo lí­mite que Dios pone sobre las actividades humanas hostiles (aunque sólo por un tiempo; 24).
Antí­oco impidió la invasión egipcia de Palestina invadiendo él mismo Egipto, ahora gobernada por Ptolomeo VI, triunfando parcialmente por intriga (según los vv. 24, 25). Pero el éxito completo lo eludió (27), y cuando el desorden surgió en Palestina, él regresó a Siria. De nuevo se enfatizan los lí­mites divinos en la historia (27) y la naturaleza siniestra de la oposición al pueblo de Dios (28).
Antí­oco invadió Egipto de nuevo en 168 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, cuando los ptolomeos consintieron en un reino unido. Esta vez se encontró frente a un humillante ultimátum romano de irse (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 30), después del cual desahogó su furia contra Dios y su pueblo (30), enlistando la ayuda de judí­os simpatizantes con el proceso de helenización (30–32). Esto culminó en la masacre de los habitantes de Jerusalén y en el saqueo de la ciudad. El santuario fue profanado, las ofrendas diarias abolidas, se levantó un altar a Zeus y se celebraron ritos paganos sobre el altar de las ofrendas quemadas (la abominación desoladora, 31; cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 24:15).
En medio de la apostasí­a judí­a (descrita en los vv. 30, 32), otros fueron fieles hasta la muerte (33). Fue en este contexto que tuvo lugar la famosa resistencia de los macabeos. Como en todos los mo vimientos de resistencia, espirituales y también pol í­ticos, los fieles recibieron apoyo que no les hací­a falta (34).
La sección que sigue en el libro, los vv. 36–45, es posiblemente la más difí­cil. La descripción parece exceder todo lo que se conoce aun del blasfemo Antí­oco (de aquí­ la conclusión de muchos comentaristas de que esta sección es ciertamente profecí­a que predice el futuro por parte del autor, la cual, por ser errónea, nos capacita para fijar la fecha de la edición final de todo el libro). El cap. 13:1–3 sin embargo, sugiere que el fin de toda la historia puede aho ra estar a la vista. En este caso, el v. 35 puede estar señalando hacia la experiencia del pueblo de Dios, no solamente durante el tiempo de Antí­oco, sino más allá. No obstante, la identificación de el rey (36) varí­a (p. ej.p. ej. Por ejemplo el Imperio Romano [Calvino], el papado y el anticristo).
La identificación precisa del significado de la profecí­a depende de su cumplimiento histórico. En cualquier caso, aquí­ al menos tenemos una descripción del espí­ritu del anticristo (1 Jn. 2:18) en la autonomí­a radical del rey (cf.cf. Confer (lat.), compare 3:15; 4:30; 8:25; 11:3, 12, 16), que se exalta a sí­ mismo como divino (36, 37; cf.cf. Confer (lat.), compare 3:5) y en la unión de la impiedad y la injusticia. La referencia al más apreciado por las mujeres (37) es difí­cil. Algunas veces conside rada como una referencia a Tamuz, la deidad pagana llorada por la diosa Istar (cf.cf. Confer (lat.), compare la alarma de Ezequiel por esta abominación en Eze. 8:13, 14), las palabras también pueden significar †œel amor de las mujeres† y denotar el completo desdén del rey por el afecto humano (cf.cf. Confer (lat.), compare 2 Tim. 3:2–4) o de veras por la ordenanza de la creación de relaciones varón-hembra.
Los vv. 40–45 narran un conflicto final. Algunos intérpretes sugieren que esto se cumplirá en los términos geográficos precisos en los cuales se describe, pero las declaraciones son tomadas mejor como la descripción de un conflicto futuro en términos de un mapa polí­tico contemporáneo en ese entonces. Edom, Moab y Amón (41) representan a los an tiguos enemigos del pueblo de Dios. Los enemigos tradicionales del rey del norte con sus aliados serán dominados por él (43). Sin embargo, su fin vendrá abruptamente (44, 45).
Si tenemos aquí­ una referencia a las escenas finales de la historia, debe recordarse que ellas son descritas en términos del orden del mundo antiguo. La profecí­a sí­ predice el futuro, pero también habla a su mundo contemporáneo en términos tomados de su propio tiempo.
Aun si el clí­max de la impiedad se describe aquí­, serí­a un error anticipar que el desenlace de la historia incluirá carros y gente de a caballo (40). Tampoco debemos olvidar que la función de toda esta sección es subrayar que no importa cuán radicalmente impí­o pueda ser un gobernante de las naciones, llegará a su fin y no tendrá quien le ayude (45).

12:1-4 Las últimas cosas
El mensajero angelical le promete a Daniel que el pueblo de Dios será protegido contra las embestidas de los poderes de las tinieblas, como siempre, por Miguel (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:13, 21). Pero como la prueba de él mismo y de sus compañeros esto no significará que serán librados del tiempo de angustia (1; cf.cf. Confer (lat.), compare 2 Tim. 3:1–9), sino que triunfarán en él. Los propósitos de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare el libro, v. 1) no fallarán; él guarda a su pueblo †œpara la salvación preparada para ser revelada en el tiempo final† (1 Ped. 1:5). El v. 2 señala a esta resurrección como la revocación de la maldición de la muerte (vida eterna, en el v. 2, contrasta con los que duermen en el polvo de la tierra, cf.cf. Confer (lat.), compare Gén. 2:7, 17; 3:19), o su confirmación (eterno horror). Los entendidos (cf.cf. Confer (lat.), compare 11:25) que han sido fieles a la palabra de Dios, a pesar de la vergüenza y el sufrimiento, serán glorificados (3). Este es el mensaje de esperanza y consuelo que fortalecerá a los creyentes futuros. Por esta razón Da niel ha de cerrar las palabras y sellar el libro (4), no en el sentido de guardarlas secretas, sino para preservarlas hasta que se necesiten, guardándolas para los que buscan una palabra de Dios, en contraste con muchos que correrán de un lado para otro, y se incrementará el conocimiento (4; cf.cf. Confer (lat.), compare Amós 8:12).

12:5-13 EL REINADO DE DIOS Y EL REPOSO DE SUS SIERVOS

La exquisita conclusión se enfoca de nuevo en Daniel mismo (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:2–18). El ve a otros dos, que posiblemente deben considerarse como testigos confirmatorios (Deut. 19:15), parados cada uno en cada orilla del rí­o. Daniel o uno de ellos (ver nota de la RVARVA Reina-Valera Actualizada) hace la pregunta que ciertamente estaba ya en la mente de Daniel, y que es frecuentemente hecha por el pueblo de Dios cuando está en angustia: ¿Cuándo será el final de estas cosas †¦ ? (cf.cf. Confer (lat.), compare 8:13; Apoc. 6:10). La figura divina (cf.cf. Confer (lat.), compare 10:5, 6) levanta ambas manos indicando la solemnidad y confiabilidad de lo que va a decir. Como antes, un tiempo, tiempos y medio tiempo (cf.cf. Confer (lat.), compare 7:25) expresa un perí­odo general y extenso y también un sentido de que esos perí­odos son conocidos y limitados por Dios. Justo cuando al pueblo de Dios no le quedan defensas, Dios mismo interviene (7).
Es comprensible que Daniel estuviera perplejo y buscara mayor iluminación sobre el final de esos eventos (8). En forma significativa (para todos los intérpretes posteriores y también para Daniel) le informaron que la revelación del significado de la visión esperarí­a su cumplimiento histórico; enton ces la división entre los sabios y los malvados será aclarada (10). Los primeros, con el libro de Daniel en la mano, entenderán el verdadero significado de los eventos por los cuales están pasando. Los impí­os sólo conocerán confusión y perplejidad.
La figura provee una explicación final (que se funda en 11:31). Desde el tiempo de la abominación desoladora (11) el tiempo de angustia (1) durará aprox. tres años y medio, y se extenderá un mes y medio más (11, 12). Esto puede tener el propósito de un microcosmos del tiempo, tiempos y medio tiempo finales (7) y relacionarse con el sufrimiento bajo Antí­oco Epí­fanes. Parece probable, sin embargo, que también ve más allá a los dí­as finales, esos tres años y medio que completan las setenta semanas, de las cuales solamente sesenta y nueve y media se habí­an cumplido en 9:24–27.
Apropiadamente las palabras finales son de promesa para el mismo anciano Daniel. El también debe perseverar hasta el fin. Entonces entrará en su reposo. Sus obras continúan siguiéndole hasta su resurrección (v. 13; cf.cf. Confer (lat.), compare Apoc. 14:13).
Sinclair B. Ferguson

Fuente: Introducción a los Libros de la Biblia

(heb. dāniyyē˒l dāni˒aēl, ‘Dios es mi juez’). 1. Segundo hijo de David (1 Cr. 3.1) y Abigail, también llamado “Quileab” (2 S. 3.3). Aunque era mayor que sus hermanos Absalón y Adonías, no se registra nada más acerca de él, por lo que se supone que murió a temprana edad. 2. Un descendiente de Itamar, que acompañó a Esdras (8.2) y fue uno de los signatarios del pacto (Neh. 10.1, 6). 3. Un hombre de extraordinaria sabiduría y rectitud cuyo nombre está ligado al de Noé y de Job (Ez. 14.14, 20), a quien se menciona nuevamente en 28.3. Ezequiel puede no haber estado refiriéndose al Daniel de la mitología ugarítica (if. ANET³, pp. 149–155) aun cuando la ortografía de su nombre (Dāni˒ēl) tiene alguna diferencia con el nombre de su contemporáneo (Dānı̂y˒ēl), ya que en nombres de personas las vocales se intercambian libremente, asi como Dō˒ēḡ el edomita (1 S. 21.7; 22.9) se escribe Dôyēḡ en 1 S. 22.18, 22. Además, la sabiduría de Daniel se había hecho proverbial ya en el año 603 a.C. (Dn. 2.1), varios años antes de que fuera mencionada por Ezequiel (Ez. 28.3), Por lo tanto, puede ser idéntico al que se registra a continuación.

4. El cuarto de los llamados profetas “mayores”, de cuya vida anterior nada se sabe aparte de lo que se nos relata en el libro que lleva su nombre. Era israelita de ascendencia real o noble (cf. Jos., Ant. 10.188), fue llevado cautivo a Babilonia por Nabucodonosor en el tercer año del reinado de Joacim y, con varios compañeros, fue preparado para el servicio del rey (Dn. 1.1–6). Siguiendo la costumbre de aquellos tiempos, le fue dado (v. 7) el nombre babilonio de *Beltsasar. Adquirió reputación, primero como intérprete de las visiones de otros hombres (caps. 2–5) y luego de las suyas propias, en las cuales predijo el triunfo futuro del reino mesiánico (caps. 7–12).

Renombrado por su sagacidad, ocupó con éxito altos cargos en los gobiernos de Nabucodonosor, Belsasar y Darío. La última visión de la cual se han registrado los detalles fue en la ribera del río Tigris en el tercer año del reinado de Ciro.

Hay una breve referencia a “Daniel el profeta” en Mt. 24.15 (= Mr. 13.14). (* Daniel, Libro de )

J.D.D., J.C.W.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Los oficiales se aseguraron que el rey emitiera un decreto mediante le cual se prohibía, bajo pena de ser lanzado a la jaula de leones, a que durante treinta días, ningún hombre hiciera petición alguna frente a otro humano o dios, con excepción del monarca.Es el héroe y autor tradicional del libro que lleva su nombre. (Vea artículo LIBRO DE DANIEL).

Este nombre (hebreo dnyal o dnal; los Setenta Daniél), el cual es también el de otras dos personas en el Antiguo Testamentos [cf. 1 Crón. 3,1; Esd. 8,2, y Neh. 10,7] significa “Dios es mi juez”, y es una denominación apropiada para el escritor del Libro de Daniel, en el que muchas veces se anuncian los juicios de Dios sobre los poderes de los gentiles.

Casi todo lo que se conoce acerca del profeta Daniel se deriva del libro que se le atribuye. Pertenecía a la tribu de Judá (1,6), y fue un noble, o tal vez descendiente de la nobleza (1,3; cf. Josefo, Ant. Jews, Lb. X, cap. X, § 1). Cuando todavía era un joven, probablemente alrededor de catorce años de edad, fue llevado cautivo a Babilonia por Nabucodonosor en el cuarto año del reinado de Joaquín (605 a.C.). Allí, con otros tres jóvenes de igual rango llamado Ananías, Misael y Azarías, fue confiado al cuidado de Ašpenaz, el jefe de los eunucos del rey, y fue educado en la lengua y el aprendizaje de los «caldeos», con lo que se denota a los profesores de la adivinación, la magia y la astrología en Babilonia (1,3-4). A partir de este pasaje la tradición judía ha inferido que Daniel y sus compañeros fueron eunucos, pero eso no se deduce necesariamente; el jefe de los eunucos simplemente entrenó a esos jóvenes judíos, entre otros, con miras a su entrada al servicio del rey (1,5).

Entonces Daniel recibió el nombre de Beltšassar (Babyl. Balâtsu-usur”’, “Bel proteger su vida”), y, de acuerdo con Ananías, Misael y Azarías, que, recibieron respectivamente los nombres de Sadrak, Mešak y Abed Negó, pidió y obtuvo permiso para no ingerir la comida especial de la mesa real provista para los educandos, y para limitarse a una dieta vegetariana. Al final de tres años de Daniel y sus tres compañeros comparecieron ante el rey, quien encontró que superaban a todos los demás que habían sido educados con ellos, y los promovió a un lugar en su corte. A partir de entonces, cada vez que el príncipe los ponía a prueba, demostraban ser superiores a ” todos los magos y adivinos que había en todo su reino” (1,7-20).

Poco después —ya sea en el segundo o en el duodécimo año del reinado de Nabucodonosor— Daniel dio una prueba de su maravillosa sabiduría. Ante el fracaso de todos los demás sabios, él repitió e interpretó, para satisfacción del monarca, el sueño del rey de una estatua colosal que estaba compuesta de varios materiales, y que, al ser golpeada por una piedra, se rompió en pedazos, mientras que la piedra se convirtió en una montaña y llenó toda la tierra. A causa de esto, Daniel en Babilonia, al igual que José de antaño en Egipto, adquirió un gran favor con el príncipe, quien no sólo le otorgó numerosos regalos, sino que también lo convirtió en gobernante de “toda la provincia de Babilonia” y jefe supremo de “todos los sabios” (2,48). A petición de Daniel, también, sus tres amigos recibieron importantes promociones (ii).

Panel de la época de NabucodonosorLa próxima oportunidad que tuvo Daniel de dar muestras de su sabiduría fue otro sueño de Nabucodonosor que, una vez más, sólo él era capaz de interpretar. El sueño era de un árbol corpulento sobre el que el rey oyó la orden de que debía ser cortado, y que “siete tiempos” debería “pasar por encima” de su tronco, que había quedado en pie. Daniel le explicó que esto auguraba que, en castigo de su orgullo, el monarca perdería su trono por un tiempo, sería privado de su razón, que se imaginaría ser un buey y viviría en los campos abiertos, pero que sería restaurado a su poder cuando finalmente se convenciese del supremo poder y bondad del Altísimo. Con libertad divina, aunque en vano, el profeta exhortó al rey a evitar tal castigo mediante la expiación de sus pecados con obras de misericordia; y la predicción de Daniel se cumplió al pie de la letra (4). Para un paralelo con esto, vea el relato de Abideno (siglo II a.C.), citado por Eusebio (Præp. Evang., IX, XLI).

El Profeta Daniel de Miguel ÁngelNo se dice nada expresamente sobre qué fue de Daniel tras la muerte de Nabucodonosor (561 a.C.); simplemente se da a entender en Daniel 5,11 ss. que perdió su alto cargo en la corte y vivió una larga vida en la jubilación. El incidente que lo llevó de nuevo a la luz pública fue el escenario de la juerga en el palacio de Baltasar en la víspera de la conquista de Babilonia por Ciro (538 a.C.). Mientras que Baltasar (hebreo, Belsh’aççar, correspondiente a Babyl.Balâtsu-usur, “Bel protege al rey”) y su corte banqueteaban y tomaban vino impíamente en los vasos preciosos que habían tomados del Templo de Jerusalén, aparecieron los dedos de un hombre escribiendo en la pared: “Mené, Mené, Teqel y Parsín”. Estas palabras misteriosas, que ninguno de los sabios del rey fue capaz de interpretar, fueron explicadas por Daniel, que al fin había sido convocado, y que en recompensa se convirtió en uno de los tres principales ministros del reino.

Mientras Baltasar (Heb. Belshaccar, correspondiente a Babil., Balâtsu-usur, “Bel protege al rey”) y su corte tenían banquetes e impíamente bebían vino en los preciosos vasos que habían tomado del Templo de Jerusalén, aparecieron los dedos de un hombre escribiendo en los muros: “Mane, Thecel, Fares”.El profeta, ahora por lo menos de ochenta años de edad, permaneció en esa elevada posición bajo el dominio de Darío el meda, un príncipe que posiblemente se identifica con Darío Histaspes (485 a.C.). Darío, además, pensó en ponerlo al frente de todo el reino (6,4), cuando los oficiales compañeros de Daniel, por temor a tal exaltación, buscaron su ruina al declararlo culpable de deslealtad a la corona. Obtuvieron del rey un decreto que les prohibía a todos, bajo pena de ser arrojados al foso de los leones, hacer cualquier petición a quienquiera que fuese, dios u hombre, excepto al monarca, durante treinta días. Tal como habían anticipado, y a pesar de eso, Daniel oraba tres veces al día, en su ventana abierta, hacia Jerusalén. Así se lo informaron al rey, y le obligaron a aplicar con el castigo prometido al violador del decreto. Después de la preservación milagrosa de Daniel en el foso de los leones, Darío publicó un decreto ordenando que todos en su reino debían honrar y venerar al Dios de Daniel, proclamando que Él es “el Dios vivo y eterno”. Y así Daniel continuó prosperando a través del resto del reinado de Darío, y en el de su sucesor, Ciro el Persa (6).

Tales, en sustancia, son los hechos que se pueden extraer de la biografía del profeta Daniel de la parte narrativa de su libro (1-6). Apenas otros hechos han contribuido a esta biografía de la segunda parte, y más claramente apocalíptica, de la misma obra (7-12). Las visiones allí descritas lo presentan principalmente como un vidente favorecido con la comunicación divina respecto al castigo futuro de los poderes gentiles y el establecimiento definitivo del reino mesiánico. Estas misteriosas revelaciones se refieren a los reinados de Darío, Baltasar y Ciro, y tal y como se las explicó el San Gabriel Arcángel desde una divulgación cada vez más clara de lo que sucederá en “el tiempo del fin”. En el apéndice deuterocanónico de su libro (13-14), Daniel reaparece en el mismo carácter general como en la primera parte de su obra (1-6). El capítulo 13 lo presenta como un joven inspirado cuya sabiduría superior pone en vergüenza y asegura el castigo de los falsos acusadores de la casta Susana. El capítulo final (14), el cual narra la historia de la destrucción de Bel y el dragón, representa a Daniel como un osado y muy exitoso campeón del Dios vivo y verdadero.

Fuera del Libro de Daniel, la Sagrada Escritura tiene pocas referencias al profeta de ese nombre. Ezequiel (14,14) habla de Daniel, junto con Noé y Job, como un patrón de justicia y, en el capítulo 28,3, como el representante de la perfecta sabiduría. El escritor del Primer Libro de los Macabeos (2,60) se refiere a su liberación de la boca de los leones, y San Mateo (24,15) a “la abominación de la desolación, anunciada por el profeta Daniel”.

Como era de esperarse, la tradición judía había estado ocupada con la compleción del insuficiente relato de la vida de Daniel como es suministrada por las Sagradas Escrituras. Ya se ha hecho alusión a la tradición de los judíos, aceptada por muchos Padres de la Iglesia, que establece que se le hizo un eunuco en Babilonia. Otras tradiciones judías lo representan rechazando honores que le ofreció Nabucodonosor; ellas explican que la razón por la que no se vio obligado con sus tres amigos a adorar la estatua del príncipe en la llanura de Dura (Dan. 3) fue porque había sido despedido por el rey, quien quería salvarle la vida de Daniel, porque él sabía muy bien que el profeta nunca estaría de acuerdo en cometer tal acto de idolatría; Dan muchos detalles fantásticos , como por ejemplo, respecto a lo que le sucedió a Daniel en el foso de los leones. Otros se esfuerzan por explicar lo que suponemos es un hecho, a saber, que el profeta devoto de Yahveh no regresó a la tierra y ciudad de Dios después del decreto de restauración emitido por Ciro; mientras que otros afirman de nuevo que en realidad regresó a Judea y allí murió.

Leyendas apenas menos creíbles y conflictivas respecto a la vida de Daniel y el lugar de su sepultura se hallan en la literatura árabe, aunque su nombre no se menciona en el Corán. Durante la Edad Media existía una tradición muy extendida y persistente de que Daniel fue enterrado en Susa, la moderna Shuster, en la provincia persa de Juzistán. En el relato de su visita a Susa en el año 1165, el rabino Benjamín de Tudela, narra que la tumba de Daniel le fue mostrada en la fachada de una de las sinagogas de esa ciudad, y todavía se muestra allí al presente. El martirologio romano asigna la fiesta de Daniel como un santo profeta al 21 de julio, y al parecer trata a Babilonia como su lugar de enterramiento.

Bibliografía: VIGOROUX, La Bible et les découvertes modernes (París, 1889), IV, Lb. III; DRANE, Daniel, His Life and Times (Londres, 1888). Vea también los comentarios e introducciones en la bibliografía del artículo LIBRO DE DANIEL.

Fuente: Gigot, Francis. “Daniel.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. 24 Feb. 2012
http://www.newadvent.org/cathen/04620a.htm

Traducido por Giovanni E. Reyes. rc

Fuente: Enciclopedia Católica