DEMONIO

v. Endemoniado, Espíritu inmundo
Lev 17:7 y nunca más sacrificarán sus .. a los d
Deu 32:17 sacrificaron a los d, y no a Dios
Psa 106:37 sacrificaron sus hijos y sus .. a los d
Mat 7:22 dirán .. en tu nombre echamos fuera d
Mat 8:16 con la palabra echó fuera a los d, y sanó
Mat 9:34; Mat 12:24; Mar 3:22; Luk 11:15 por el príncipe de los d echa fuera d
Mat 11:18; Luk 7:33 vino Juan .. y dicen: D tiene
Mat 12:28; Luk 11:20 por el Espíritu .. echo .. d
Mat 15:22 mi hija es .. atormentada por un d
Mat 17:18 reprendió Jesús al d, el cual salió del
Mar 1:34 echó .. d; y no dejaba hablar a los d
Mar 3:15; Luk 9:1 autoridad .. para echar fuera d
Mar 5:12 y le rogaron todos los d, diciendo
Mar 7:29 le dijo .. Ve; el d ha salido de tu hija
Mar 9:38; Luk 9:49 en tu nombre echaba fuera d
Mar 16:9 a María .. de quien había echado siete d
Mar 16:17 en mi nombre echarán fuera d; hablarán
Luk 4:33 un hombre que tenía un espíritu de d
Luk 4:41 también salían d de muchos, dando voces
Luk 9:42 d le derribó y le sacudió con violencia
Luk 11:14 estaba Jesús echando fuera un d .. mudo
Joh 7:20 d tienes; ¿quién procura matarte?
Joh 8:48 que tú eres samaritano, y que tienes d?
Joh 10:20 decían: D tiene, y está fuera de sí
1Co 10:20 a los d lo sacrifican, y no a Dios
1Ti 4:1 escuchando a .. y a doctrinas de d
Jam 2:19 crees .. también los d creen, y tiemblan
Rev 9:20 ni dejaron de adorar a los d, y a las
Rev 18:2 y se ha hecho habitación de d y guarida


Demonio (gr. dáimí‡n y daimónion). Término que aparece con frecuencia en la Biblia. Los griegos lo aplicaban a divinidades inferiores, aunque superiores al hombre: en el NT se aplica una vez a divinidades (Act 17:18), pero en los demás lugares a seres malvados superiores a los hombres y, en algunos casos, capaces de controlarlos totalmente. Se los describe como seres espirituales; las expresiones “espí­ritus” o “espí­ritus inmundos” son paralelas a “demonios” (Mat 8:16; Luk 9:42). Se los señala como “ángeles que pecaron” (2Pe :4; cf Jud_6); por caer junto con Lucifer, son llamados “sus ángeles” (Mat 25:41) y él es su “prí­ncipe” (9:34). Se indica que los demonios poseen sabidurí­a sobrehumana, porque al ver a Jesús inmediatamente declararon que era el Hijo de Dios (Luk 8:27, 28); por eso, Jesús les ordenó no hablar (Mar 1:34). En el AT tienen categorí­a de demonios, como nombres propios: 1. Sátiro (véase Animales mitológicos [Sátiro]). 2. Lilit (véase Animales mitológicos [Lilit]). 3. M>weth (“muerte”), nombre de un dios cananeo de los mundos inferiores -Mot-, el enemigo de Baal en la narrativa ugarí­tica. Según unos eruditos, este dios se mencionarí­a en Isa 28:15, 18 y Jer 9:21 (cf Hos 3:14; Job 18:13; 28:22). 4. Deber (“pestilencia [peste]”, “mortandad”), un heraldo demoní­aco (Hab 3:5, BJ). Otro pasaje donde aparece esta personificación demoní­aco es Psa 91: 5, 6 (y donde aparecen otros más): “No temerás el Terror [heb. pajad] nocturno, ni Saeta* [ jê5 ] que vuele de dí­a, ni Pestilencia [deber] que ande en oscuridad, ni Mortandad [ketew] que en medio de dí­a destruya”. Mortandad es, en esta circunstancia, la personificación del abrasador calor del mediodí­a (muy conocido en la demonologí­a griega y romana). 5. Reshef (“plaga”, “fiebre abrasadora”, “saetas ardientes”), otro dios cananeo (Hab 3:5, BJ; Deu 32:24; Psa 78:50; 76:3; Son 8:6). 6. Azazel.* 7. Shêd, “genio protector” (Deu 32:17); más tarde, “espí­ritu maligno”. Además, algunos comentadores creen que en Pro 30:15 tal vez se mencione a los vampiros. Si bien el vocablo heb. ‘alfg>h puede significar “sanguijuela”, en la literatura árabe es el nombre de un vampiro. De acuerdo con el cuadro que presenta el 312 NT, cuando poseí­an a los hombre producí­an enfermedades que hoy generalmente se las asocia con problemas mentales. Estos endemoniados manifestaban diversos sí­ntomas: uno que fue llevado ante Jesús era mudo, pero cuando el demonio fue expulsado, el hombre habló (Mat 9:32, 33); otro, poseí­do por un espí­ritu mudo y sordo, caí­a con terribles convulsiones, a menudo en el fuego o el agua, echando espuma por la boca y a veces gritando (Mar 9:17-29); otro era impulsado por demonios a apartarse de los hombres y a correr desnudo entre las tumbas. Los intentos de atarlo habí­an sido inútiles porque rompí­a las cadenas. Este endemoniado estaba poseí­do por muchos demonios. Cuando se los reprendió, entraron en una manada de cerdos, los que se tiraron de cabeza al lago (Luk 8:26-33; 2 endemoniados en Mat_ La expulsión de estos espí­ritus producí­a la recuperación. Los Evangelios mencionan una cantidad de casos especí­ficos de curación, además de indicar que Jesús los expulsó de muchos (Mat 8:16; Mar 1:39). Cuando envió a los Doce “les dio autoridad sobre los espí­ritus inmundos, para que los echasen fuera” (Mat 10:1). Más tarde envió a 70 con el mismo poder, porque cuando regresaron se alegraron diciendo: “Aun los demonios se nos sujetan en tu nombre” (Luk 0:17). véanse Beelzebú; Diablo; Lunático.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

griego daimôn y diabolos, latí­n dæmon y dæmonium. Los términos griegos son usados por la Septuaginta para traducir la palabra hebrea satan, el satán, que significa, acusador, calumniador, el tentador, enemigo, el que trata de apartar a los humanos de Dios, y, por tanto, enemigo de ambos. En el Génesis, el d. es la causa del pecado del hombre, cuando, en forma de serpiente sedujo a Adán y Eva en el paraí­so, Gn 3; y por el diablo entró la muerte al mundo, Sb 2, 4. En las culturas antiguas, los demonios eran seres similares a los dioses y, por ende, con poderes sobrehumanos para causar al hombre males. En las Sagradas Escrituras, no se encuentra un término genérico para referirse a estos seres, incluso los autores bí­blicos, por lo general, consideran los males como provenientes de Dios, por ejemplo, enfermedades como la tisis, fiebre, Lv 26, 16; Dt 28, 22; 32, 24; Sal 106 (105), 15; la peste, sobre los animales y los humanos, Ex 5, 3; 9, 3 y 15; Lv 26, 25; Nm 14, 12; Dt 28, 21; 32, 24; Sal 78 (77), 50; 91 (90), 6, en este versí­culo se habla de la peste y el azote que devasta el mediodí­a, y algunas versiones traducen †œdel demonio del mediodí­a†; Ha 3, 5. A veces se habla de un ángel exterminador, enviado por Dios, como el que hirió a los egipcios, Ex 12, 23; como sucedió cuando David hizo el censo de los israelitas, instigado por Satán, según el Cronista, 2 S 24, 10-17; 1 Cro 21, 1 y 15; en el campamento asirio también apareció el ángel exterminador que hizo estragos en la tropa, 2 R 19, 35. También se menciona el espí­ritu malo que posee al hombre, incluso se le denomina †œespí­ritu malo de Yahvéh†, pues para los hebreos todo proviene de Dios, como le ocurrió al rey Saúl cuando el espí­ritu de Yahvéh lo abandonó, por no cumplir sus órfenes, 1 S 16, 14-16; 18, 10; 19, 9. En la antigüedad existí­an muchas creencias populares en seres o espí­ritus malignos, que influyeron en los israelitas, y para protegerse de su mala influencia abundaban los ritos y actos mágicos, hasta el ofrecimiento de sacrificios humanos; entre éstos, hallamos en los textos bí­blicos, los elohîm, que son los espí­ritus de los muertos, espectros, invocados por los nigromantes, 1 S 28, 13; 1 R 21, 6; Is 8, 19; esta práctica, sin embargo, era prohibida rotundamente por la Ley, Lv 19, 31; 20, 6-27; Dt 18, 11; los sedim, considerados verdaderos demonios, Dt 32, 17; Sal 106 (105), 37; los se†˜irîm, seres peludos, sátiros, machos cabrí­os, habitantes de las ruinas, de los lugares desiertos y alejados, entre ellos Azazel, Lv 16, 8; 17, 7; 2 Cro 11, 15; Is 13, 21; 34, 12-14; Lilit, es otro d. hembra también asociado con los lugares áridos, desiertos, Is 34, 14. En el libro de Tobí­as, se menciona a Asmodeo, un d. violento, enemigo de la unión conyugal, que mata al que intente unirse en matrimonio con una mujer, como les sucedió a los pretendientes de Sarra, que a la postre fue la mujer de Tobí­as, tras vencer éste al d., Tb 3, 8; 1617; para exorcizar un demonio o espí­ritu malo, según le dijo el ángel Rafael al joven Tobí­as, se quema el corazón o el hí­gado de un pez, para que el humo lo ahuyente, junto con la oración, Tb 6, 8 y 17-18; 8, 2-3. El judaí­smo posterior y los primeros escritores de la Iglesia creyeron que el origen de los demonios estaba en la unión de los ángeles con las hijas de los hombres, los nefilîm, Gn 6, 1-4; o en los ángeles que se rebelaron contra Dios, Is 14, 13; Ez 28, 1; cuyo pecado es el orgullo y la lujuria. En el libro de Job, Dios permite que Satán pruebe la fidelidad de su siervo ante el infortunio, pero aquí­ se establece que los males vienen del d.

Satán forma parte de la corte celestial y recibe de Dios el poder de acusar al hombre, de causarle males para probarlo, Jb 1, 6-12; 2, 1-7; igual se lee en Za 3, 1-7.

En el N. T. el d. es el enemigo malo, el malvado, el tentador, el acusador, el seductor, como la serpiente del Génesis, Ap 12, 9; Juan lo llama †œhomicida desde el principio… mentiroso†, Jn 8, 44; es el †œprí­ncipe de este mundo†, y †œel mundo entero yace en poder del maligno†, Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11; 1 Jn 5, 19; el apóstol Pablo le dice †œel dios de este mundo†, 2 Co 4, 4; pero al ser Jesús elevado en la cruz, cesa la dominación del maligno, Ap 12, 10; 20, 2-10. Jesús, después de un ayuno de cuarenta dí­as y cuarenta noches, fue tentado por el d., en el desierto, Mt 4, 1; Mc 1, 12-13; Lc 4, 1-13. Los demonios, espí­ritus inmundos, poseen a los hombres, y Jesús los expulsa, Mt 9, 32; Mc 1, 23-28; 5, 120; 9, 17-25; pero los enemigos de Jesús, los fariseos, contradiciéndose ellos mismos, le acusan de expulsarlos por ® Beelzebul, prí­ncipe de los d., Mt 12, 22; Mc 3, 22; Lc 11, 15; y de estar él mismo poseí­do por ellos.

Pero Jesús su adversario, los vence, Mc 1, 34; 7, 26-30. Jesús les dio a los apóstoles autoridad sobre los demonios y poder para expulsarlos, Mt 10, 8; Mc 6, 13; Lc 9, 1. El apóstol Pablo dice, figuradamente, que es necesario revestirse con las armas de la fe, para apagar los dardos encendidos del maligno, Ef 6, 11-17; hay que guardarse de los falsos doctores, que enseñan doctrinas diabólicas, para lo cual es necesario ejercitarse en la piedad y permanecer en la palabra de Dios, pues satanás se disfraza de ángel de luz, 2 Co 11, 13-15; 1 Tm 4, 1; 5, 15. Los apóstoles exhortan constantemente a los fieles a la sobriedad, a la continencia y a permanecer vigilantes, para poder vencer al d., pues el adversario †œronda como león rugiente, buscando a quien devorar†, y no hay que darle ocasión de actuar, 1 P 5, 8-11; 1 Co 7, 5; Ef 4, 27; St 4, 7.

Dios le permite al d. tentar al hombre a sus santos, pero su fin está próximo, Ap 12, 12; 13, 7, para que los que tienen fe y son fieles lo venzan unidos con Jesucristo, St 1, 12; Ap 2, 26; 3, 12 y 21; 21, 7. Al final, el d. será aplastado por Dios, Rm 16, 20; el Señor lo destruirá con el soplo de su boca y el resplandor de su venida, 2 Ts 2, 8; el d. y sus ángeles serán precipitados †œen los abismos tenebrosos del Tártaro†, 2 P 2, 4; Judas 6; o al fuego eterno, como se lee en Mt 25, 41.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

tip, DIAB ESCA

vet, Entre los griegos este término designaba: (a) un dios o una divinidad en general; (b) el genio o espí­ritu familiar que acompañaba a uno; (c) su hado; (d) el alma de un individuo que viviera en la edad de oro (la edad anterior a la entrada de la aflicción en el mundo. Cuando se abrió la caja de Pandora, se precipitaron todos los males de la misma al mundo. [Mitologí­a griega]), y que desde entonces actuara como divinidad tutelar; un dios de categorí­a inferior. La idea pagana, expuesta por los filósofos, era que los demonios eran seres mediadores entre Dios y el hombre. Así­ lo expresa Platón: “Cada demonio es un ser intermedio entre Dios y el mortal. El hombre no se acerca directamente a Dios, sino que toda la relación y comunicación entre los dioses y los hombres se consigue con la mediación de demonios.” Esto era un engaño satánico, lograr la adoración a Dios por mediación de demonios o semidioses. Podemos constatar cómo esta concepción pagana ha dejado su profunda impronta deformadora en grandes sectores de la llamada cristiandad, en franca oposición a las Escrituras (cp. 1 Ti. 2:5). Las Escrituras dejan de igual forma bien clara la verdadera naturaleza de los demonios como espí­ritus malvados (cp. Ap. 16:13, 14) En las Escrituras también se ve que la idolatrí­a es esencialmente adoración de demonios siendo que el í­dolo mismo no es nada “Sacrificaron a los demonios (shed) y no a Dios (Dt. 32:17; 1 Co. 10:19, 20), “nunca más sacrificarán sus sacrificios a los demonios (sair)” (Lv. 17:7; Ap. 9:20). Jeroboam cayó tan bajo que ordenó a sacerdotes para los demonios (sair) y para los becerros que habí­a hecho (2 Cr. 11:15), y algunos “sacrificaron sus hijos y sus hijas a los demonios (shed)” (Sal. 106:37). Las cosas adoradas pueden haber sido objetos invisibles, o pueden haber tenido alguna representación mí­stica, o puede haberse tratado de meros í­dolos; pero detrás de todo esto se hallaban seres verdaderos, malvados e inmundos; de manera que era moralmente imposible tener comunión con el Señor Jesús y con estos demonios (1 Co. 10:19-21). Los malos espí­ritus que poseí­an a tantas personas cuando el Señor estaba en la tierra eran demonios, y por ello aprendemos mucho acerca de ellos. Los fariseos dijeron que el Señor echaba demonios por Beelzebú el prí­ncipe de los demonios. El Señor interpretó esto como significando “Satanás echando a Satanás”. Por ello sabemos que los demonios son agentes de Satán; y que Satán como hombre fuerte, tení­a que ser atado antes que su reino pudiera ser asaltado (Mt. 12:24-29). Los demonios son también poderosos, por la manera en que manejaban a los que poseí­an, y en cómo uno poseí­do se lanzó sobre siete hombres, haciéndoles huir de la casa desnudos y heridos (Hch. 19:16). Sabemos también que eran seres inteligentes, reconocieron al Señor Jesús y se inclinaron ante Su autoridad. Sabí­an también que les esperaba el castigo, algunos preguntaron si el Señor habí­a venido a atormentarlos antes de tiempo (Mt. 8:29). No se debe suponer que haya cesado la actividad demoní­aca. Se nos da la exhortación: “No creáis a todo espí­ritu, sino probad si los espí­ritus proceden de Dios” (1 Jn. 4:1). Con esto concuerda la declaración de que “en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espí­ritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Ti. 4:1). Los espiritistas y teosofistas tienen relación con ellos y reciben enseñanza de ellos. También en un dí­a futuro, cuando Dios derrame Sus juicios sobre la tierra, los hombres no se arrepentirán, sino que adorarán a demonios y a todo tipo de í­dolos (Ap. 9:20). También los espí­ritus demoní­acos, obrando milagros, reunirán a los reyes de la tierra en la batalla del gran dí­a del Dios Todopoderoso (Ap. 16:14). Y la Babilonia mí­stica vendrá a ser “habitación de demonios y guarida de todo espí­ritu inmundo y albergue de toda ave inmunda y aborrecible” (Ap. 18:2). El mundo y la iglesia profesante están evidentemente madurando para este estado de cosas y muchos son los que con la pretensión de investigar fenómenos parapsicológicos están inconscientemente viniendo a ser presa de los demonios. El fin de la era de la iglesia va marcado por la terrible profecí­a de 2 Ts. 2:11: “Por esto Dios les enví­a un espí­ritu engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia.”

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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El mensaje cristiano es siempre más positivo que negativo. Mira más a Dios que comunica palabras de esperanza y de gozo que a las criaturas que no responden a los planes divinos. Presenta mejor los dones de Dios, que es Creador y Padre, que las ingratitudes, los pecados y las infidelidades.

Por eso resulta un tema de menor importancia el mensaje religioso en torno a la existencia del Demonio y a su posible acción en la vida de los hombres. Con todo también se debe conocer lo que existe sobre el mal y el Maligno con el fin de evitar lo que pueda acontecer con sus insinuaciones y tentaciones. La existencia y acción de los espí­ritus malos no es algo pasado de moda ni se trata de ocurrencias o leyendas orientales, de tipo persa o egipcio, babilónico o cananeo. Es algo que esta en el mensaje cristiano y deber ser conocido.
Así­ le representaban los asirios
1. Quién es
La doctrina de la Iglesia habla de unos ángeles creados para amar a Dios que se rebelaron contra El. Fueron rechazados por la Divina Justicia, siendo condenados a un castigo eterno.

Es preciso resaltar que Dios no creó a los ángeles malos como tales. Los demonios fueron creados buenos y libres por Dios. Cuando fueron sometidos a la prueba, ellos se hicieron malos por su propia culpa y elección.

El Concilio IV de Letrán en 1215 definió, contra el dualismo de los gnósticos y maniqueos, que “el Diablo y los ángeles rebeldes fueron creados por Dios como buenos y se hicieron malos por rebelión contra Dios.” (Denz 428). Serí­a un contrasentido pensar que Dios los hizo ya malos, pues ello se opondrí­a a la bondad del Creador.

San Agustí­n sostuvo algún tiempo, aunque después corrigió su primera idea, que, desde un principio, existieron dos grupos de ángeles: los creados en estado de gracia y destinados a la gloria celeste por haber sido creados ya impecables y perfectos; y otros que creó libres y a los que sometió a una prueba de fidelidad, capaces de amarle o de alejarse de El.

Pronto se apartó de esa visión dualista y asumió la doctrina que serí­a normal en la Iglesia. Dios hizo seres espirituales por igual, inmortales y libres, para expresar su misericordia y para que gozarán de su eterna felicidad. Los hizo inteligentes y los dotó de voluntad. Los dejó elegir la obediencia o la soberbia, el amor o la rebelión. Y hubo algunos infieles en la prueba y ellos mismos se alejaron de Dios.

Santo Tomás de Aquino completó la opinión de San Agustí­n y situó la existencia de los demonios o ángeles pecadores en el contexto de la creación de los espí­ritus invisibles. La prueba a que los sometió fue un acto de amor divino para que fueran capaces de unirse a El y no una trampa para que algunos cayeran en el mal. (Suma Th. 1. 62. 4-5)

2. Referencia bí­blica
En la Escritura Sagrada se habla con frecuencia de los demonios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento
Se reconoce su existencia y su acción en medio de los hombres, pero siempre en función de la permisión divina. A veces se les llama “satanes”, adversarios, (Ecclo. 21. 27; Job 1.6 y 2.7; 1 Cron. 21. 1) y “diablos”, acusadores y calumniadores, que es traducción de la versión bí­blica de los LXX. (1 Sam. 6.14)

La palabra “demonio” alude más a su carácter de espí­ritus o genio malignos, pues el término es de ascendencia griega (daimon) y recoge el concepto de ser invisible de cierta maldad.

A veces se usan nombres descriptivos, como Belial, Luzbel, Beelzebub, y en ocasions términos genéricos, como prí­ncipe de este mundo (2. Cor. 4.4), embaucador (Lc. 4.6), tentador, y sobre todo enemigo o adversario. En pocas ocasiones se atribuye a algún demonio un nombre propio, como el de Asmodeo del libro de Tobí­as (Tob. 3.8) o el de Azazel (Lev. 16. 8, 20 y 26), asociado al dí­a de la Expiación de los pecados.

En el Nuevo Testamento, la figura del Demonio se presenta con frecuencia como enemigo y adversario de los hombres. Jesús aparece como su gran enemigo que ha venido a destruir su reino. Así­ hay que entender los milagros sobre los espí­ritus malos y la fe que exige en quienes demandan la liberación.

El padre de un “endemoniado” le pidió a Jesús: “Ten compasión y ayúdanos si puedes”. Jesús le responde “¿Que si puedo? Todo es posible para el que tiene fe.” (Mc. 9. 22-23). El sentido de la fe es la fuerza con la que Jesús se enfrenta al demonio, cuando trata con los tales espí­ritus: Mt. 25. 41; Mc. 3. 27; Jn. 8.44. Lc. 8.12. Unas 86 veces aparece el término demonio y 39 el de diablo en los escritos del Nuevo Testamento. El común denominador está en la oposición a Jesús del “padre de la mentira y espí­ritu del mal”.

En todas las referencias se deja entrever el triunfo de Jesús, pues precisamente para eso ha venido al mundo, para vencer al autor de la mentira con su Verdad, al espí­ritu soberbio con su humildad, al prí­ncipe de este mundo con su muerte de cruz.

Jesús alude en una ocasión a la derrota de los ángeles malos, que la predicación de sus seguidores va a provocar: “Veí­a yo a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lc. 10. 18). Fue su respuesta al gozo de sus Apóstoles que, al regresar de sus misiones, le dicen: “Hasta los demonios se nos someten en tu nombre.” (Lc. 10. 17)

3. La caí­da en el pecado
La Sagrada Escritura enseña que algunos ángeles no superaron la prueba y se alejaron de Dios. Fueron arrojados al infierno por su rebeldí­a. “Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitados en el infierno, los entregó a las prisiones tenebrosas, reservándolos para el juicio” (2 Petr. 2. 4).

En la Epí­stola de Judas se dice también: “A los ángeles que no guardaron su dignidad y abandonaron su propia morada los tiene reservados en perpetua prisión, en el orco, para el juicio del gran dí­a.” (Jud. 6)

Se suele presentar la rebeldí­a angélica contra Dios como una lucha, que se inicia en el hecho de su pecado y se continúa a lo largo de la Historia. En el Apocalipsis se habla de esa lucha permanente del Demonio contra los hijos de la Iglesia: “Luchó Miguel y sus ángeles contra el Dragón y los suyos, y cayó el Dragón y sus ángeles a tierra, pues ya no quedó sitio para ellos en el cielo después.” (12, 7-10).

3.1. Lucha contra el mal
Esa lucha entre el bien y el mal, al margen de que sea una constante en las culturas orientales, es la que refleja la perspectiva bí­blica sobre el Demonio.

Pero es evidente que las metáforas de luchas, oposiciones, engaños, trampas y aversiones, son formas antropomórficas de hablar, quedando la realidad del mal y de los espí­ritus diabólicos en clave de misterio y por encima de representaciones sensoriales.

La culpa de los ángeles fue, desde luego, un pecado de espí­ritu; y, según enseñan San Agustí­n y San Gregorio Magno, fue un pecado de soberbia. No pudo ser un pecado vinculado con el cuerpo (hedonismo, violencia, abuso), como a veces se intentó entender la desviación angélica.

El texto babilónico con que se alude en la Biblia a la corrupción de los “hijos de Dios” (Gen. 6, 2), abrasados por el amor carnal a las hijas de los hombres, se halla muy alejado de una interpretación racional aceptable.

Aunque figuras señeras como San Justino, Atenágoras, Tertuliano, San Clemente Alejandrino, San Ambrosio, tendieran a ver algo de ello en la rebelión diabólica, es decir algún género de impurificación de los angélico con lo material, es más conforme con la naturaleza espiritual de los ángeles una prueba más sutil y conceptual que material.

3.2. Pecado de soberbia
La tradición de la Iglesia ha entendido ese pecado de los demonios como un acto de soberbia ante Dios, conforme se desprende de otros textos de la Escritura, como Eccli 10.15: “El principio de todo pecado es la soberbia”.

Y se ha comentado con frecuencia por los santos Padres y teólogos antiguos la relación entre el tal pecado y la frase referida en Jer. 2. 20, que pronuncia Israel en su abandono de Dios: “No te serviré”.

Se aplican al Demonio de manera tí­pica las predicciones del profeta Isaí­as, dichas sobre el rey de Babilonia: “Cómo caí­ste del cielo, lucero esplendoroso, hijo de la aurora…!Tú dijiste en tu corazón: Subiré a los cielos; en lo alto, sobre las estrellas, elevaré mi trono… Seré igual al Altí­simo”. (Is. 14. 12)

Así­ lo hace S. Gregorio Magno (Moralia 34. 21) y lo comenta Sto. Tomás en la Suma (1. 63. 3) “Si duda ninguna, el pecado del ángel fue el querer hacerse semejante a Dios.”
4. Reprobación eterna
Así­ como la felicidad de los ángeles buenos es de eterna duración (Mt. 18, 10), de la misma manera el castigo de los espí­ritus malos tampoco tendrá fin (Mt. 25. 41): “Apartaos de mí­, malditos, al fuego eterno, preparado para Satanás y sus ángeles”. Ideas de permanencia eterna en el castigo se repiten en la Escritura: “Estarán en perpetua prisión (Jud. 6); “Serán atormentados dí­a y noche por los siglos de los siglos” (Apoc. 20, 10).

La doctrina de Orí­genes y de algunos seguidores (San Gregorio Niseno, Dí­dimo de Alejandrí­a, Evagrio Póntico) sobre la restauración de todas las cosas (la apocatástasis) interpreta mal algún texto escriturario (Hech. 3. 21). Nunca tuvo eco eclesial ni es aceptable por sus deficiencias metafí­sicas. Olvida que el tiempo termina en este mundo, al igual que el espacio. Y que la situación de quienes han trascendido un “perí­odo” de prueba, al estilo del que los hombres tienen con su vida terrena, es inmutable por su naturaleza.

Sostener que los ángeles, y los hombres condenados, serán al final restaurados, perdonados y recuperados, después de un largo perí­odo de purificación, es alejarse de la realidad y de la Escritura. Cómo doctrina, fue condenada por la Iglesia en el Sí­nodo de Constantinopla del 543. (Denz. 21 y 429)

5. Su acción en los hombres

La posible acción del Demonio sobre los hombres es uno de los puntos más discutibles y discutidos en la Teologí­a y en la ascesis cristiana.

No cabe duda de que el Demonio actúa en la vida humana, individual y colectiva, si nos atenemos a la tradición de la Iglesia, a la abundancia de textos del Antiguo y del Nuevo Testamento y hasta a la experiencia moderada, pero frecuente, de los hombres.

Pero hay que mantenerse a igual distancia entre una supersticiosa visión de sus posibles recursos e influencias y una negación gratuita de su presencia en el mundo y en las personas.

En la Escritura se presenta al Demonio como un Tentador, y por lo tanto con capacidad de influir en el hombre. “El Diablo, vuestro enemigo, anda alrededor vuestro como león rugiente buscando presa que devorar. Enfrentaos a él con la firmeza de la fe. (1. Pedr. 5.6)

Pero hay que evitar atribuir a sus malvadas intenciones todos los hechos luctuosos que acontecen en la existencia: accidentes, enfermedades, desgracias, guerras, violencias, atropellos; o hacerle causante de todos los movimientos desordenados de las personas: avaricias, crueldades, lujurias, envidias, venganzas, etc.

Las insinuaciones al mal no proceden sólo de él. Es la misma naturaleza del hombre, herida por el pecado, la que puede mover la voluntad humana hacia el pecado, precisamente por la libertad de que está dotado el hombre. Victorias de Jesús sobre el Demonio en los Evangelio Hecho
En Mateo En Marcos En Lucas
En Juan
Significado Cura muchos posesos Poseso de la piara Poseso mudo Poseso ciego Hija de la cananea Hijo lunático Poseo de Cafarnaum Poseso violento Mujer encorvada Mt. 8.16 Mt. 8-28-34 Mt. 9.32-33
Mt. 12.22-23 Mt. 7. 24-30 Mt. 17.14-18 Mc. 1.32-33 Mc. 5.1-20
Mc.7.24-30 Mc. 9. 14-29
Lc.8.26-39 Lc.9.37-43 Lc. 1-23-28 Lc.11.14-22 Lc.13.10-13
Juan no habla de ninguna posesión
Poder de Jesús Condena impureza No poder hablar Ni hablar ni ver Valor de la fe Poder de la fe Poder de Jesús Poder de Jesús Poder de Jesús
Demonio de los Carnavales suramericanos 5.1. Posesión
En la historia del cristianismo la presencia o actuación del Demonio puede también entenderse como un predominio misterioso al que se puede llegar en algunos hombres. Se llama posesión diabólica a esa absorción del a voluntad por parte de los espí­ritus diabólicos.

No se puede decir otra cosa sobre este asunto, sino constatar su posibilidad en general, a juzgar por la experiencia de la Iglesia a lo largo de los tiempos. Pero resulta muy difí­cil, por no decir imposible, asegurarlo en cada caso concreto que se pueda presentar.

Los rasgos de la posesión verdadera sólo pueden ser certificados por autoridad competente y con los debidos elementos de experiencia y de discernimiento que la Iglesia reclama en su legislación. (C.D.C canon 1172)

El cristiano bien instruido debe evitar aceptar ingenuamente la presencia diabólica en determinadas situaciones patológicas, que tienen que ver más con la psiquiatrí­a que con la acción de espí­ritus sobrenaturales. Y eso aunque sea frecuente el trato espectacular que se otorga a esas situaciones individuales o colectivas en la literatura, en el cine o en los medios de comunicación social.

Bueno es recordar que en otros tiempos era frecuente hablar de situaciones de posesión diabólica ante fenómenos psicosomáticos que la ciencia no podí­a explicar. Determinadas enfermedades nerviosas, como la epilepsia o la histeria, eran asociadas ingenuamente a la acción diabólica.

De igual manera, determinadas prácticas espiritistas o de brujerí­a, muy vinculadas con habilidades o energí­as como la radiestesia o la prestidigitación, solí­an atribuirse a poderes extranaturales que de tales no tení­an otra cosa que las habilidades de sus promotores.

La Iglesia admite la posibilidad de la posesión diabólica, pero recuerda que sólo por permisión divina puede acontecer, quedando al margen de ella la voluntad o el juego de los hombres. Los ritos y prácticas del vudú en el Caribe, el xongó de Brasil o los cultos chamanistas en muchos lugares de Africa, apenas si pueden relacionarse con esas fuerzas diabólicas. Desaparece su influencia cuando la cultura y la libertad de las gentes remplaza la ignorancia o la ingenua dependencia de los hechiceros o de los magos que los explotan en su propio beneficio.

El que se niegue el carácter sobrenatural de la mayor parte de las posesiones no quiere decir que no sea posible la existencia de fenómenos de efectos similares en determinadas sectas satánicas, en donde la posesión se presente como un rito y, ya sea por sugestión, por hipnosis o por la ingesta de alucinógenos, se produzcan situaciones psicopáticas: desdoblamiento de personalidad, perturbaciones mentales y trastornos de autoidentificación, entrega ciega a voluntad ajena, etc. con las consecuencias que se desprenden de tales estados.

5.2. Exorcismo.

Si la posesión diabólica es auténtica, se debe proceder a la eliminación de sus causas y de sus efectos. La Iglesia tiene determinados ritos de invocación divina y de execración diabólica, a los que llama exorcismos. Consisten en plegarias para expulsar al Demonio de las personas o lugares que se suponen especialmente vinculados con él.

Se suele delegar esta misión en personas dotadas de una autoridad religiosa especial, como el sacerdote experto designado por la autoridad para esta labor, aunque en otros tiempos era más frecuente su intervención por los prejuicios basados en las razones precientí­ficas antes aludidas. Hoy siguen existiendo esas prácticas exorcistas.

Como es natural, se vinculan al poder especial de Jesús, del cual se testifica en los Evangelios la expulsión también de demonios en al menos una decena de casos. Se presenta su modelo de oración y penitencia como cauce para la acción antidiabólica. Y se recuerda que tales hechos suceden para manifestar la gloria de Dios en medio de los hombres y para recordar la necesidad del cristiano de luchar contra el mal.

5.3. Espiritismo.

Existe hoy fuerte tendencia a promover la creencia en espí­ritus y adivinaciones, en sortilegios y fetichismos, en hechicerí­as y magias, en nigromancias y vaticinios, en creencias astrales y brujeriles. Por eso es importante educar a los cristianos en lo relacionado con los espí­ritus y demonios, no desde la torpeza de los temores pueriles, sino desde la serenidad del os juicios rectos.

El espiritismo en general se funda en la indiscutible existencia de determinadas energí­as que transcienden las leyes fí­sicas de la naturaleza: percepciones ultrasensoriales, tramitación de pensamiento, otros fenómenos parapsicológicos, etc. El hecho de que no se expliquen por las leyes de Newton o Einstein no indica reflejo de poderes demoní­acos.

La afición por descubrir los secretos del futuro o de establecer conexión con los difuntos ha existido siempre en la humanidad. Pero la persona de conciencia recta sabe que sólo Dios puede conocer el porvenir que depende de causas libres o de tener relaciones con seres que han trascendido, por la muerte, el espacio y el tiempo.

Especial aviso de prudente previsión reclaman los grupos o sectas espiritistas similares a los núcleos diabólicos, sobre todo si resultan destructivos para las personas o las colectividades.

Como secta, el espiritismo nació en Estados Unidos de América alrededor de 1848, con la explotación de la niña Margaret Fox por su hermana y su padre, en función de determinados recursos parapsicológicos y trucos de que era capaz de hacer alarde.

Se extendió a través de los escritos de Andrew Jackson Davis, que realizaba asombrosas proezas en estado de trance. Y también con la publicación en 1872 por William Stainton Moses de la Revista de espiritismo “Light” y con la aparición de diversos libros sobre el particular.

Los grupos diabólicos, como la mayor parte de las sectas, son más fluidos, cambiantes, tendenciosos, manipuladores y, con frecuencia, perniciosos para las personas que quedan atrapadas en sus redes, sobre todo si son temperamentos frágiles, adolescentes o psicóticos y neuróticos.

Suelen estar dirigidos por explotadores sin escrúpulos, que se lucran de la debilidad de los adeptos. Se suelen apoyar en estí­mulos y explotaciones sexuales, como cauce para obtener beneficios crematí­sticos o de otro tipo. Y con frecuencia destruyen la personalidad de quienes les siguen, de forma que sólo tratamientos psiquiátricos de choque hacen posible la regeneración o liberación de los explotados.

Evidentemente que su vinculación directa con el Demonio o con los seres espirituales no es otra cosa que un engaño, aunque su propaganda use una terminologí­a hábilmente convertida en reclamo publicitario. 6. Catequesis sobre el demonio
La educación religiosa supone contar con las fuerzas del mal y la existencia y acción posible del Demonio. Los criterios que deben inspirar una buena acción educadora en este terreno pueden condensarse en los siguientes.

1. Hay que evitar el hacer del demonio un objeto de curiosidad morbosa, situando lo que a él se refiere al mismo nivel que las demás doctrinas religiosas: de Cristo, de Marí­a, sobre la Iglesia, acerca de la salvación.

El poder y la existencia del Diablo es inmensamente menos importante que el mensaje de la creación, de la salvación y de la santificación en la Iglesia.

No merece el espí­ritu del mal un trato preferente. Si se habla de él, se hace en forma negativa, es decir como carencia del bien. Y, si se previene de sus posibles actuaciones, debe dejarse claro que no merecen otra consideración que la de prevenir sus influencias o tentaciones.

Hablar demasiado del Demonio o dejarse influir demasiado por lecturas, filmes, noticias, espectáculos, supersticiones que le toman como protagonista, resulta contraproducente por la morbosidad de los hechos y el riesgo de fomentar la curiosidad perturbadora.

2. Se debe dar dimensión bí­blica a los planteamientos que se formulen, evitando que sea la fantasí­a o la afectividad del educador lo que entra en juego y no las enseñanzas de la Palabra de Dios y de la Iglesia.

Es bueno dar la preferencia a los planteamientos del Nuevo Testamento, sobre todo a los hechos de Jesús, narrados por los Evangelios. Al fin y al cabo el recurso a la Escritura fue el modo como Jesús derrotó al tentador en el desierto. (Mt. 4.1-11)

3. No conviene hacer del Demonio, o de los espí­ritus angélicos rebeldes, fuerzas antagónicas a las divinas, situando a ambas en el mismo nivel. El Demonio no es más que una criatura, despreciable por su rebeldí­a. En modo alguno puede compararse con la magnificencia divina, con la belleza de la revelación y con la sublimidad de la gracia.

No hay que minusvalorar su poder, pero tampoco hay que magnificarlo. Sólo puede hacer lo que Dios le permite y lo que los hombres quieren consentir. Las victorias de Jesús sobre los endemoniados, y el recuerdo de que siempre termina “expulsando” a los espí­ritus malignos, debe ser el mejor cauce para presentar la figura diabólica.

4. Es bueno centrarse más en las dimensiones prácticas que en las teológicas o especulativas. La teologí­a cristiana poco tiene que decir sobre el Demonio, fuera de reconocer su existencia y la oposición a Dios que representa. Por eso, tampoco conviene multiplicar las consideraciones, o suposiciones, en torno a su identidad y actividad.

Por regla general resultan contraproducentes los antropomorfismos a los que es preciso acudir continuamente para hablar de tan negativa figura.

5. La orientación personal, más que colectiva, de la posible actuación del Demonio en el mundo, es interesante.

Es cierto que el objeto central del Demonio, en cuanto adversario y calumniador, es la Iglesia, en cuanto obra de Jesús. Pero su actuación preferente es la de descarriar a las personas elegidas por Dios para ser miembros de la Iglesia. Conviene resaltar esa dimensión e invitar en la catequesis a tomarse en serio la lucha contra el mal.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

En casi todas las religiones, el mal está relacionado con unas fuerzas que, a veces, quedan personificadas en unos “genios” o “espí­ritus”, llamados “demonios”. Esa realidad también se suele expresar con otros vocablos “satanás” (adversario, tentador, obstáculo), “diablo” (mentiroso, acusador). La situación de mal y de pecado, que se puede constatar en toda la historia humana, hace pensar en un influjo desde fuera, que no debe hacer olvidar la debilidad y egoí­smo del mismo hombre. Pero no puede admitirse ni un primer principio malo (paralelo a Dios) ni que la creación sea mala en sí­ misma.

En la narración del Génesis (cap. 3), el demonio queda simbolizado por la serpiente que tentó (engañando) a los primeros padres, y que seguirá tentando a los hombres, pero que será vencido por el Salvador nacido de “la mujer” (Gen 3,15). Hoy el tema es de actualidad. Las sectas satánicas (“satanismo”) y algunas tendencias espiritistas, son la “compensación” que intenta llenar el vací­o producido por el ateí­smo y materialismo.

Según los contenidos de la revelación (Antiguo y Nuevo Testamento), el demonio equivale a los espí­ritus (“ángeles”) que habí­an sido creados como buenos, pero que se revelaron contra Dios y fueron castigados (cfr. Jud 6; 2Pe 2,4; concilio IV de Letrán). Es, pues, ahora el “espí­ritu malo” o “el maligno” (Mt 13,19), que siembra la cizaña en el mundo, y que acusa y tienta al ser humano para inducirlo al mal y llevarlo a la condenación (cfr. Job 1,6-7). La muerte, como consecuencia del pecado entró en el mundo “por envidia del demonio” (Sab 2,24).

La acción del demonio tiene lugar principalmente en el corazón humano para desviarlo del amor. También influye en el ambiente comunitario valiéndose de los desórdenes del corazón. Toda dicotomí­a producida en el ser humano, puede tener consecuencias psicológicas imprevisibles (como cuando se desata la energí­a atómica), con efectos negativos extraordinarios y, en cierto modo, permanentes y “posesivos”. Los “exorcismos” son un “sacramental”, a modo de oración unida a la oración eficaz de Cristo, vencedor del espí­ritu del mal; tienden a devolver la unidad del corazón, liberándolo de todo influjo del espí­ritu mal (cfr. CEC 1673).

Jesús quiso ser tentado por el demonio en el desierto (cfr, Mt 4,1-11). El Señor, por medio de su vida, pasión, muerte y resurrección, ha vencido el poder de las “tinieblas”, es decir, del demonio, “prí­ncipe de este mundo” (Jn 12,31; 14,30; 16,11; cfr. Lc 10,18; Hech 28,18; Apoc 12,7). La vida cristiana es una continua lucha contra el espí­ritu del mal (1Pe 5,8; Ef 6,11-13), al que se vence “con la fe” (1Pe 5,9). El demonio es ya vencido por Cristo y por quien vive en Cristo, pero quedará derrotado al final de los tiempos (cfr. Apoc 20,9-10).

Referencias Angeles, Anticristo, espiritismo, mal, pecado, pecado original, satanismo, tentación.

Lectura de documentos LG 5, 48; SC 9; GS 2, 9, 13, 22, 37; AG 9; CEC 338, 391-395, 1673, 2851-2854.

Bibliografí­a H. HAAG, El diablo su existencia como problema (Barcelona, Herder, 1968); K. RAHNER, Diablo, en Sacramentum Mundi (Barcelona, Herder, 1972ss) I, 248254; F.J. SCHIERSE, J. MICHL, Satán, en Conceptos fundamentales de teologí­a (Madrid, Cristiandad, 1979) II, 643-656; D. ZAHRINGER, Los demonios, en Mysterium Salutis (Madrid, Cristiandad, 1969-1984), II, 736-768.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

La palabra, en su sentido etimológico, significa “ser divino”. Los demonios, por tanto, serí­an “dioses inferiores”, que pueden ser buenos o malos. En la práctica se da el nombre de demonios a los ángeles malos que se rebelaron contra Dios y fueron arrojados al infierno (2 Pe 2,4). En el N. T., los demonios son siempre los espí­ritus malignos (Mt 9, 34; Lc 11,48; Jn 8,49); a ellos se les imputa las enfermedades (Mt 17,1518; Lc 13,11-16); hay hombres posesos, endemoniados (Mc 1,34.39; Lc 6,18; 7,21); los demonios son legión y tienen un jefe (Mc 3,22); para ellos está preparado el fuego eterno (Mt 25,41). Jesucristo tiene poder absoluto sobre ellos y los expulsa (Mt 12,28; Lc 11,20), poder que confiere a sus discí­pulos (Mc 6,7.13; 16,17; Lc 10,17-20). > diablo; maligno; Satanás Beelcebul.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Espí­ritu invisible malvado que tiene poderes sobrehumanos. El término griego dái·mon (demonio) solo aparece una vez en las Escrituras Griegas Cristianas (Mt 8:31), mientras que en las demás ocasiones se emplea dai·mó·ni·on. Por otra parte, la palabra griega para †œespí­ritu†, pnéu·ma, a veces también se usa con referencia a espí­ritus inicuos o demonios (Mt 8:16), y en ocasiones viene adjetivada por términos como †˜inicuo†™, †˜inmundo†™, †œmudo† y †œsordo†. (Lu 7:21; Mt 10:1; Mr 9:17, 25; véase ESPíRITU [Espí­ritus].)
Dios no creó a los demonios como tales. El primero que se hizo demonio a sí­ mismo fue Satanás el Diablo (véase SATANíS), quien llegó a ser el gobernante de otros hijos angélicos de Dios que también se hicieron demonios. (Mt 12:24, 26.) En los dí­as de Noé, ángeles desobedientes se materializaron, se casaron con mujeres y engendraron una prole hí­brida llamada nefilim. (Véase NEFILIM.) No obstante, se desmaterializaron cuando llegó el Diluvio. (Gé 6:1-4.) Cuando volvieron al reino de los espí­ritus, no recuperaron su elevada posición original, pues Judas 6 dice: †œA los ángeles que no guardaron su posición original, sino que abandonaron su propio y debido lugar de habitación, los ha reservado con cadenas sempiternas bajo densa oscuridad para el juicio del gran dí­a†. (1Pe 3:19, 20.) Por lo tanto, sus actividades están limitadas a esa condición de densa oscuridad espiritual. (2Pe 2:4.) Aunque no se les permite materializarse, aún pueden ejercer gran poder e influencia sobre la mente y la vida de los hombres. Incluso tienen poder para entrar en hombres y animales y poseerlos, y los hechos muestran que también se valen de cosas inanimadas, como casas, fetiches y amuletos. (Mt 12:43-45; Lu 8:27-33; véase POSESIí“N DEMONIACA.)
El objeto de toda esa actividad demoniaca es poner a la gente en contra de Jehová y de la adoración pura que a El se le debe. Con buena base, la ley de Jehová prohibió tajantemente toda forma de demonismo. (Dt 18:10-12.) Sin embargo, el pueblo rebelde de Israel se apartó tanto de esa ley que llegó al extremo de sacrificar a sus hijos e hijas a demonios. (Sl 106:37; Dt 32:17; 2Cr 11:15.) En el tiempo de Jesús la influencia demoniaca estaba muy extendida, y la expulsión de demonios fue uno de los principales milagros que efectuó Cristo. (Mt 8:31, 32; 9:33, 34; Mr 1:39; 7:26-30; Lu 8:2; 13:32.) Jesús otorgó este poder a sus doce apóstoles y a los setenta discí­pulos que comisionó, para que también pudiesen expulsar demonios en su nombre. (Mt 10:8; Mr 3:14, 15; 6:13; Lu 9:1; 10:17.)
Hoy en dí­a la influencia demoniaca no es menos manifiesta; sigue siendo cierto que †œlas cosas que las naciones sacrifican, a demonios las sacrifican†. (1Co 10:20.) En el último libro de la Biblia, la †œrevelación por Jesucristo, que Dios le dio, para mostrar a sus esclavos las cosas que tienen que suceder dentro de poco† (Rev 1:1), se da una advertencia profética respecto a la intensificación de la actividad demoniaca que habrí­a sobre la Tierra, al decir: †œHacia abajo fue arrojado el gran dragón, la serpiente original, el que es llamado Diablo y Satanás, que está extraviando a toda la tierra habitada; fue arrojado abajo a la tierra, y sus ángeles [demonios] fueron arrojados abajo con él. […] A causa de esto, […] ¡Ay de la tierra y del mar!, porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto perí­odo de tiempo†. (Rev 12:9, 12.) También dice que las expresiones inmundas semejantes a ranas, †œson, de hecho, expresiones inspiradas por demonios, y ejecutan señales, y salen a los reyes de toda la tierra habitada, para reunirlos a la guerra del gran dí­a de Dios el Todopoderoso†. (Rev 16:13, 14.)
Por lo tanto, los cristianos deben luchar tenazmente en contra de esas fuerzas espirituales inicuas. Al comentar que no basta con solo creer, el discí­pulo Santiago dijo: †œTú crees que hay un solo Dios, ¿verdad? Haces bastante bien. Y sin embargo los demonios creen y se estremecen†. (Snt 2:19.) Pablo advirtió: †œEn perí­odos posteriores algunos se apartarán de la fe, prestando atención a expresiones inspiradas que extraví­an y a enseñanzas de demonios†. (1Ti 4:1.) No es posible comer de la mesa de Jehová y al mismo tiempo alimentarse de la mesa de los demonios. (1Co 10:21.) Por consiguiente, hay que luchar con firmeza en contra del Diablo y sus demonios, †œcontra las fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales†. (Ef 6:12.)

¿Qué eran los †œdemonios† para los griegos a quienes Pablo predicó?
El uso dado hasta aquí­ al término †œdemonio† es restringido y concreto si se compara con la noción que tení­an los filósofos de la antigüedad y el uso que se dio a este vocablo en el griego clásico. El Theological Dictionary of the New Testament (edición de G. Kittel, vol. 2, pág. 8) dice a este respecto: †œEl significado del adj[etivo dai·mó·ni·os] destaca con toda claridad la peculiar concepción griega de los demonios, pues designa todo aquello que se halla más allá de las posibilidades humanas y que puede retrotraerse a la intervención de poderes superiores, tanto en lo que respecta al bien como en lo que se refiere al mal. Para los escritores precristianos, [to dai·mó·ni·on] tení­a el sentido de lo †˜divino†™† (traducción al inglés de G. Bromiley, edición de 1971). En una discusión que sostuvieron con Pablo los filósofos epicúreos y estoicos, dijeron de él: †œParece que es publicador de deidades [gr. dai·mo·ní­Â·on] extranjeras†. (Hch 17:18.)
Cuando Pablo se dirigió a los atenienses, empleó una forma compuesta del griego dái·mon, al decir: †œParecen estar más entregados que otros al temor a las deidades [gr. dei·si·dai·mo·ne·sté·rous; †˜más supersticiosos†™, Vulgata latina]†. (Hch 17:22.) En un comentario sobre esta palabra compuesta, F. F. Bruce dice: †œEl buen o mal sentido de esta expresión se determina por el contexto. De hecho, es tan ambigua como la palabra †˜religiosos†™ […] que en un contexto como este serí­a mejor traducir por †˜muy religiosos†™. No obstante, traducirla por †˜supersticiosos†™ [como hacen Scí­o y Val, 1909] no es del todo inexacto; para Pablo, aquella religión era fundamentalmente supersticiosa, como también lo era —aunque sobre otra base— para los epicúreos†. (The Acts of the Apostles, 1970, pág. 335.)
Cuando Festo se dirigió al rey Herodes Agripa II, le dijo que los judí­os habí­an tenido ciertas disputas con Pablo respecto a su propia †œadoración de la deidad [gr. dei·si·dai·mo·ní­Â·as; †˜superstición†™, Vulgata latina]†. (Hch 25:19.) A propósito de esta palabra, F. F. Bruce comentó que †œpodrí­a traducirse sin ambages por la palabra †˜superstición†™ [como hacen BR, NC, Scí­o, TA y Val, 1909]. El adjetivo correspondiente tiene la misma ambigüedad que en Hechos 17:22†. (Commentary on the Book of the Acts, 1971, pág. 483.)
Véase DEMONIO DE FORMA DE CABRA.

Fuente: Diccionario de la Biblia

Entre los griegos un demonio era originalmente como en las obras de Homero, un dios o una deidad, y la palabra se usa una vez en este sentido en el NT (Hch. 17:18). Sin embargo, desde Homero hasta los tiempos del NT el término daimōn (que Platón lo deriva de daēmōn, un adjetivo formado de daō que significaba «conocimiento o inteligencia», Cratylus I:398), el sentido de esta palabra y su derivado daimonion aumentaron gradualmente su inferioridad con relación a zeion «divinidad», «deidad».

Después de Homero, daimōn llegó a denotar un intermediario entre los dioses y los hombres (Platón, Symposium 202, 3) y los demonios fueron estimados como seres moralmente imperfectos, tanto buenos como malos. En tiempos del NT la expresión había alcanzado su significado preciso de un «espíritu malo», un «mensajero y ministro del mal». En la LXX la palabra demonio se empleaba para traducir la hebrea šēḏîm, «señores» o ʾĕlîlîm, «ídolos» puesto que los hebreos desde un comienzo miraron las imágenes idolátricas como meros símbolos visibles de demonios invisibles (Dt. 32:17; Sal. 96:5; LXX 95:5; Baruc 4:7; Sal. 106:37, 38).

La LXX también traduce el término śәîrîm (BJ «sátiros»; VM «cabras salvajes» al igual que RV60) como daimonia (Lv. 17:7). Isaías describe estas «criaturas peludas» (demonio-sátiro) como bailando en las ruinas de Babilonia (Is. 13:21; 34:14).

En el NT los demonios afligen a los hombres con males mentales, morales, y físicos (Mr. 1:21, etc.). Ellos entran en los hombres y los controlan en una posesión demoníaca (Mr. 5:1–21), instigan «las doctrinas de demonios» (1 Ti. 4:1), ejercitan el poder en el gobierno del sistema satánico mundial (Ef. 6:12; cf. Dn. 10:13), estimulan la idolatría, la inmoralidad y la maldad humana (1 Co. 10:20; Ap. 9:20, 21), inspiran a los falsos maestros (1 Jn. 4:1, 2), y en general asisten a Satanás (véase) en su programa de oposición a la palabra y voluntad de Dios.

BIBLIOGRAFÍA

Edward Langton. Essentials of Demonology; S. Vernon McCasland, By the Finger of God; Merril F. Unger, Biblical Demonology.

Merril F. Unger

LXX Septuagint

BJ Biblia de Jerusalén

VM Biblia Versión Moderna

RV60 Reina-Valera, Revisión 1960

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (160). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

I. En el Antiguo Testamento

En el AT hay referencias a demonios bajo los nombres de śā˓ı̂r (°nbe “sátiros”, Lv. 17.7; 2 Cr. 11.15) y šēḏ (Dt. 32.17; Sal. 106.37). El primer vocablo significa ‘peludo’, y se refiere al demonio como sátiro. El segundo vocablo es de significado incierto, aunque evidentemente tiene conexión con una palabra as. similar. En tales pasajes prevalece el pensamiento de que las deidades que de tiempo en tiempo servía Israel no son verdaderos dioses, sino que en realidad son demonios (cf. 1 Co. 10.19s). Pero el tema no reviste gran interés en el AT, y los pasajes que se relacionan con él son pocos.

II. En los evangelios

Muy distinto es cuando examinamos los evangelios, pues allí hay muchas referencias a los demonios. La designación más común es daimonion, diminutivo de daimōn, que se encuentra en Mt. 8.31, aunque aparentemente no hay diferencia de significado (los relatos paralelos utilizan daimonion). En los clásicos daimōn se usa con frecuencia en sentido bueno, con referencia a algún dios, o al poder divino. Pero en el NT daimōn y daimonion siempre se refieren a seres espirituales hostiles a Dios y a los hombres. Beelzebú (* Baal-zebu) es su “príncipe” (Mr. 3.22), de manera que pueden considerarse agentes suyos. En esto radicaba la mordacidad de la acusación de que Jesús tenía un “demonio” (Jn. 7.20; 10.20). Aquellos que se oponían a su ministerio trataron de identificarlo con las fuerzas del mal, en lugar de reconocer su origen divino.

En los evangelios hay muchas referencias a personas poseídas por demonios, dando como resultado una variedad de efectos, tales como mudez (Lc. 11.14), epilepsia (Mr. 9.17s), la negativa a usar ropa, y el hacer su morada entre las tumbas (Lc. 8.27). A menudo se dice en la actualidad que estar poseído de demonios era simplemente el modo en que la gente del siglo I se refería a las condiciones que hoy describimos como enfemedad o locura. Sin embargo, los relatos que tenemos en los evangelios hacen una distinción entre enfermedad y posesión demoníaca. Por ejemplo, en Mt. 4.24 leemos de los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos (selēniazomenous, que puede traducirse “lunáticos” justamente, como en °vrv2; pero cf. °nbe, “epilépticos”) y paralíticos”. Ninguna de estas clases parece ser idéntica a las restantes.

Tanto en el AT, como en Hechos y en las epístolas, son pocas las referencias que encontramos a personas poseídas por demonios. (El incidente de Hch. 19.13ss es una excepción.) Aparentemente se trataba de un fenómeno asociado especialmente con el ministerio terrenal de nuestro Señor. Seguramente debe interpretarse como una violenta oposición demoníaca a la obra de Jesús.

Los evangelios presentan a Jesús en permanente conflicto con los *espíritus malos. No era cosa fácil echar a tales seres de los hombres. Los que se oponían a Jesús reconocían que lo podía hacer, y también que se requería un poder más que humano para hacerlo. Por esta razón atribuían su éxito a la presencia de *Satanás en él (Lc. 11.15), exponiéndose así a que se les respondiera que proceder de ese modo no haría sino provocar la ruina del reino del maligno (Lc. 11.17s). El poder de Jesús era el del “Espíritu de Dios” (Mt. 12.28) o, como lo expresa Lucas, “si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios …” (Lc. 11.20).

La victoria que Jesús obtuvo sobre los demonios la compartió con sus seguidores. Cuando envió a sus doce discípulos “les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades” (Lc. 9.1). Más adelante, cuando los setenta volvieron de su misión pudieron informar diciendo, “Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre” (Lc. 10.17). Otros que no eran del círculo íntimo de los discípulos podían invocar su nombre para echar fuera los demonios, hecho que causó cierta perturbación a algunos de los integrantes de dicho círculo, pero no al Maestro (Mr. 9.38s).

III. Otras referencias en el Nuevo Testamento

Aparte de los evangelios hay pocas referencias a los demonios. En 1 Co. 10.20s Pablo se ocupa del culto a los ídolos, y considera que en realidad son demonios, cosa que también se ve en Ap. 9.20. Hay un interesante pasaje en Stg. 2.19, donde se afirma que “los demonios creen, y tiemblan”. Nos recuerda ciertos pasajes en los evangelios en los que los demonios reconocieron en Jesús lo que en realidad era (Mr. 1.24; 3.11, etc.).

No parece haber ninguna razón a priori para rechazar de plano el concepto de la *posesión demoníaca. Cuando los evangelios ofrecen suficientes pruebas de que en realidad hubo tal cosa, lo mejor es aceptar el hecho.

Bibliografía. J. P. Newport, Demonios, demonios, demonios, 1972; M. F. Unger, Los demonios según la Biblia, 1974; R. Padilla, “La demonología de Colosenses”, Diálogo teológico, Nº 2, oct. 1973, pp. 37–48; H. Haag, El diablo: su existencia como problema; D. Zahringer, “Los demonios”, Mysterium salutis, 1970, vol. II, t(t). II, pp. 1097–1119; W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento, 1973, t(t). II, pp. 227–232; J. Jeremias, Teología del Nuevo Testamento, l977, t(t). I, pp. 115–119; K. H. Schelkle, Teología del Nuevo Testamento, 1977, t(t). II, pp. 120ss; L. Coenen, H. Bietenhard, “Demonio-demoníaco”, °DTNT, t(t). II, pp. 14–19; J. Miche, “Demonio”, °DTB, col. 249–255.

N. Geldenhuys, Commentary on Luke’s Gospel, pp. 174s; J. M. Ross, ExpT 66, 1954–5, pp. 58–61; E. Langton, Essentials of Demonology, 1949.

L.M.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico