DESEO

v. Concupiscencia, Pasión
2Sa 23:5 florecer toda mi salvación y mi d
Psa 10:17 el d de los humildes oíste, oh Jehová
Psa 20:4 te dé conforme al d de tu corazón, y
Psa 38:9 Señor, delante de ti están todos mis d
Psa 59:10 Dios hará que vea en mis enemigos mi d
Psa 112:10 lo verá .. el d de los impíos perecerá
Psa 145:19 cumplirá el d de los que le temen
Pro 11:23 el d de los justos es solamente el bien
Pro 13:19 el d cumplido regocija el alma; pero
Ecc 6:9 más vale vista de ojos que d que pasa
Joh 8:44 los d de vuestro padre queréis hacer
Rom 13:14 no proveáis para los d de la carne
Phi 1:23 teniendo d de partir y estar con Cristo
Phi 2:26 porque él tenía gran d de veros a todos
1Pe 1:14 no os conforméis a los d que antes
1Pe 2:11 que os abstengáis de los d carnales que
1Jo 2:16 los d de la carne, los d de los ojos
1Jo 2:17 el mundo pasa, y sus d; pero el que hace
Jud 1:18 habrá .. que andarán según sus malvados d


(V amor, pecado). La Biblia presenta al hombre como animal de deseo, según indica Gn 2,23 desde una perspectiva masculina (Adán desea a Eva), Gn 3,16 (la mujer desea al varón) y, sobre todo, Gn 3,1-6 (Eva [y Adán] desean y comen el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal). Ciertamente, hay deseos negativos, como ha puesto de relieve Gn 6,5 cuando afirma que los deseos del hombre están dirigidos al mal desde su juventud; pero hay también deseos positivos y gozosos, como pone de relieve el Cantar* de los Cantares. En una lí­nea algo distinta, el deseo de los hombres, dominados por ángeles perversos, toma en 1 Hen la forma de apetito sexual desordenado (violación) y de violencia patriarcalista. Por su parte, Sab destaca el riesgo del deseo ilimitado, entendido como búsqueda de gozo sin fin y como envidia.

(1) Los cuatro deseos. Desde ahí­ debe entenderse el texto clave (Rom 13,9) donde Pablo condensa los mandamientos principales del decálogo* ético en uno que dice “no desearás”, hablando después del amor como superación y conversión de los deseos: “Porque no adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no desearás, y cualquier otro mandamiento se resume en esta palabra: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Ese pasaje supone que hay cuatro deseos básicos, (a) Deseo de adulterio afectivo y posesivo: quiero poseer precisamente lo que el otro tiene de más grande, su mujer (o su marido), para así­ imponerme y do minarle, (b) Deseo de homicidio, que me sitúa ante el otro en cuanto contrincante, alguien que no sólo puede disputar mis bienes, sino disputarme y negarme a mí­ mismo: por eso le envidio (le temo y deseo) y le mato, con el intento de hacerme dueño de su vida. (c) Deseo de robar y apoderarme de todos los bienes de los otros, convirtiendo así­ la vida en dominio ilimitado. (d) Deseo de engaño. Adulterio, homicidio y robo sólo se pueden mantener y triunfar con mentira, destruyendo la verdad en los tribunales y convirtiendo este mundo en un engaño. Por eso, el mandamiento prohí­be el falso testimonio, es decir, el engaño jurí­dico. Frente a esos cuatro deseos eleva Pablo, conforme a la ley israelita (decálogo*), las cuatro prohibiciones centrales que intentan superar por la fuerza (según ley) los mayores conflictos de la vida. Esos mandatos se pueden regular por una ley de Estado: las autoridades sostienen con su fuerza el derecho familiar (castigan el adulterio), defienden la vida y la propiedad, utilizando para ello los poderes del Estado, que está legalmente investido de la espada (como supone Rom 13,1-7).

(2) Un tí­nico deseo negativo. Pablo ha condensado las cuatro prohibiciones anteriores en un nuevo y último mandato, de tipo interior, cuyo cumplimiento no se puede regular ya por espada, pero que resulta necesario para que los hombres puedan vivir con un orden sobre el mundo: no desearás. El texto primitivo del decálogo (Ex 20,17; Dt 5,21) citaba unos deseos concretos (de casa, mujer, siervo, criado, toro, asno…). Pablo los ha condensado en su base común, diciendo “no desearás” y vinculando en uno los cuatro mandatos anteriores (no adulterar, no matar, no robar, no mentir), que marcan la dirección de los males. Como buen rabino, Pablo ha resumido toda la ley en un mandato negativo: “no desearás”. Pero él sabe que la barrera de esa ley resulta insuficiente. Por eso invierte el tema y lo plantea de forma positiva, presentando un deseo más alto, no en forma de prohibición o negación, sino como despliegue vital: Amarás a tu prójimo. Más allá de la ley, que se expresa en las cuatro prohibiciones anteriores y puede culminar de forma negativa (no desearás), viene a desvelarse un “mandamiento de gracia”, que no es ya mandamiento, sino revelación de amor y que traduce de forma antropológica universal la exigencia teológica del shemá israelita: “Escucha, Israel, Yahvé nuestro Dios es un Dios único; amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón…” (Dt 6,4-5; cf. Mc 12,29 par). Allí­ donde la ley pretendí­a cerrar con su mandato el camino del deseo, esta revelación positiva extiende ante los hombres el más alto impulso y camino de un deseo de amor purificado, que les permite realizarse plenamente, siendo lo que son, lo que ha de ser en Dios.

(3) El amor, deseo positivo. En este contexto ha proclamado Pablo la palabra decisiva de la antropologí­a bí­blica “Amarás al prójimo como a ti mismo” (cf. Mc 12,31). En la tradición sinóptica, ese amor al prójimo estaba vinculado al amor a Dios, en una lí­nea que habí­an destacado ya algunos escribas y sabios judí­os de aquel tiempo. Pues bien, Pablo no habla ya de dos amores, sino de un solo amor, que no se dirige directamente a Dios, sino al prójimo. Evidentemente, Dios tiene que estar y está en el fondo de ese amor, pero ya no aparece de manera expresa, como figura diferente, sino que se encuentra inmerso en el despliegue amoroso de la creación, como si el camino de Dios se condensara en el amor entre los hombres, superando la ley del deseo. Así­ se enfrentan y vinculan mutuamente el deseo y la ley. (a) La ley del deseo supone que somos unos vivientes que, al romper el equilibrio con nuestro entorno, tendemos a buscar y poseer lo que otros tienen, para hacerlo así­ nuestro. Los mandamientos recuerdan el riesgo y poder de ese deseo, elevando una barrera, para que no nos domine. A ese nivel, todos los mandatos se acaban resumiendo en uno: No desearás. Parece que la misma religión se vuelve represión: por un lado nos muestra el poder de los deseos y por otro nos impide realizarlos. (b) Invitación al amor. Pero en el hombre hay algo mayor que la prohibición del deseo, hay una fuente de amor activo y creador, como sabí­a ya el Sermón de la Montaña, de manera que en esa lí­nea Pablo vuelve en lo esencial al mensaje de Jesús, situando por encima de la ley una palabra de gracia: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En este nivel se sitúa la antropologí­a cristiana, de manera que amar a los hombres significa amar al mismo Dios o, mejor dicho, amar desde Dios y como Dios, en gratuidad supralegal, por encima del deseo que nos encierra dentro de nosotros mismos, en búsqueda insaciable y pecadora, que debe ser regulada por ley.

Cf. X. PIKAZA, Antropologí­a bí­blica, Sí­gueme, Salamanca 2006.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

El término “deseo” se utiliza en el ámbito de la reflexión moral para indicar la dimensión subjetiva del obrar humano. El análisis fenomenológico ha puesto de manifiesto cómo el valor se presenta en el horizonte de la conciencia con los caracteres de la deseabilidad y de la obligación. Pero la ética que ha prevalecido durante largo tiempo en Occidente se ha olvidado muchas veces del dinamismo subjetivo del obrar, inclinándose por una concepción rí­gida del deber por el deber. fundamental que ha determinado un giro en dirección hacia una mayor atención al deseo han sido, en los últimos decenios, las ciencias humanas, especialmente las psicológicas. La acentuación de las etapas de desarrollo de la personalidad ha contribuido a destacar los dinamismos del sujeto y a revelar los elementos más profundos del obrar humano. Sin embargo , se corre el riesgo de caer en una lectura rí­gidamente positivista de las opciones humanas, inclinándose entonces por una ética puramente descriptiva, sin perspectivas de apertura a los valores, La revuelta del deseo reprimido se ha traducido a veces en una absolutización del deseo, con la caí­da en un subjetivismo radical.

La ética tiene que contar con el deseo humano, pero sin detenerse en él, Su tarea es más bien la de discernir en él lo que es alienante y lo que es liberador, llegando de hecho a una limitación del mismo. La actuación de una verdadera promoción humana pasa a través de la construcción de un modelo ético que sepa llevar a cabo dentro de cada individuo una profunda sinergia entre el deseo y la obligación.

G. Piana

Bibl.: AA. VV , A. López Ouintás, El conocimiento de los valores, Verbo Divino, Estella 1989; J Leclercq, Las grandes lí­neas de la filosofí­a moral, Gredos, Madrid 1977

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

DESEO

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

En el budismo la perfección suprema es “matar el deseo”. ¡Qué alejados de este sueño aparecen los hombres de la Biblia, aun los más próximos a Dios! La Biblia, por el contrario, está llena del tumulto y del conflicto de todas las formas del de-seo. Desde luego, está muy lejos de aprobarlas todas, y aun los deseos más puros deben experimentar una purificación radical, pero así­ es como adquieren toda su fuerza y dan a la existencia del hombre todo su valor.

1. EL DESEO DE VIVIR. Como raí­z de todos los deseos del hombre existe la indigencia esencial y su necesidad fundamental de poseer la *vida en la plenitud y desarrollo de su ser. Este dato de la naturaleza está dentro del orden, y Dios lo consagra. La máxima del Sirácida: “No te prives del bien del dí­a y no dejes pasar la parte de goce que te toca” (Eclo 14,14) no expresa la más elevada sabidurí­a bí­blica; sin embargo, si Jesucristo no la canoniza como el ideal, por lo menos la presupone como una reacción normal, puesto que si sacrifica su vida, lo hace para que sus ovejas “tengan la vida y la tengan abundantemente” (Jn 10,10).

El lenguaje de la Escritura confirma esta presencia natural y este valor positivo del deseo. Muchas comparaciones evocan los deseos más ardientes: “Como el ciervo desea las aguas vivas” (Sal 42,2), “como los ojos de una sierva están puestos en la mano de su señora” (123,2), “más que espera la aurora un centinela nocturno” (130,6), “dame a sentir el son de la alegrí­a y de la fiesta” (51,10). Más de una vez los profetas y el Deuteronomio apoyan sus amenazas y sus promesas en las aspiraciones permanentes del hombre: plantar, edificar, unirse en matrimonio (Dt 28,30; 20,5ss; Am 5,11; 9,14; Is 65,21). Aun el anciano, al que Dios ha “hecho ver tantos males y aflicciones”, no debe renunciar a esperar que venga todaví­a a “alimentar su vejez y a consolarlo” (Sal 71,20″).

II. LAS PERVERSIONES DEL DESEO. El deseo, por ser algo esencial y que no se puede desarraigar, puede ser para el hombre una *tentación permanente y peligrosa. Si Eva *pecó, fue por dejarse seducir por el *árbol prohibido, que era “bueno para comerse, hermoso a la vista” (Gén 3,6). La *mujer, por haber así­ cedido a su deseo, en adelante será ví­ctima del deseo que la impulsa hacia su marido y sufrirá la ley del hombre (3,16). En la humanidad es el pecado como un deseo selvático pronto a saltar y que hay que tener a raya con la fuerza (4,7). Este deseo desencadenado es la apetencia o concupiscencia, “concupiscencia de la *carne, concupiscencia de los ojos, soberbia de la *riqueza” (1Jn 2,16; cf. Sant 1,14s) y su reino en la humanidad es el mundo, reino de *Satán.

La Biblia, historia del hombre, está llena de estos deseos que arrastran al hombre; como palabra de Dios describe sus funestas consecuencias. En el desierto, Israel, que sufrí­a de *hambre, en lugar de alimentarse de la *fe en la palabra de Dios (Dt 8,1-5), no piensa sino en llorar por las carnes de Egipto y en echarse sobre las codornices, y los culpables perecen, ví­ctimas de su concupiscencia (Núm 11,4.34). Da-vid, cediendo a su deseo; se apodera de Betsabé (2Sa 11,2ss), desencadenando una serie de ruinas y de pecados. Ajab, por haber seguido el consejo de Jezabel y cedido así­ a su deseo despojando a Nabot de su vi-ña, condena a muerte a su dinastí­a (1Re 21). Los dos ancianos desean a Susana “hasta perder la cabeza” (Dan 13,8.20) y pagan con su vida este pecado.

La ley, todaví­a más categóricamente, apuntando al *corazón, fuente de pecado, prohibe el deseo culpable : “No codiciarás la casa, .. la mujer… de tu prójimo” (Ex 20,17). Jesús no creará esta exigencia, sino que revelará su alcance (Mt 5,28).

III. LA CONVERSIí“N DEL DESEO. La novedad del Evangelio consiste en primer lugar en despejar con la mayor nitidez lo que todaví­a estaba involucrado en el AT: “Lo que procede del corazón es lo que hace al hombre impuro” (Mt 15,18); consiste sobre todo en proclamar como una certeza la liberación de los apetitos que tení­an encadenado al hombre. Estos apetitos, este “deseo de la carne, son la *muerte” (Rom 8,6), pero el cristiano que posee el *Espí­ritu de Dios es capaz de seguir el “deseo del espí­ritu”, de “crucificar la carne con sus pasiones y sus concupiscencias” (Gál 5,24; cf. Rom 6, 12; 13,14; Ef 4,22) y de dejarse “guiar por el Espí­ritu” (Gál 5,16).

Este “deseo del Espí­ritu”, liberado por Cristo, estaba ya presente en la *ley, que es “espiritual” (Rom 7,14). Todo el AT está sostenido por un profundo deseo de Dios. Con el deseo de adquirir la *sabidurí­a (Prov 5,19; Eclo 1,20), con la nostalgia de *Jerusalén (Sal 137,5), con el deseo de subir a la ciudad santa (128,5) y al *templo (122,1), con el deseo de conocer la palabra de Dios a través de todas sus formas (119, 20.131.174), corre profundamente un deseo que polariza todas las energí­as, que ayuda a desenmascarar las ilusiones y las falsificaciones (cf. Am 5,18; Is 58,2), a superar todas las decepciones, el único deseo de Dios: “¿Qué otro tengo yo en el cielo? Contigo nada ansí­o yo sobre la tierra. Mi carne y mis entrañas se con-sumen, mas el Señor es, para siempre, mi roca y mi porción” (Sal 73, 25s; cf. 42,2; 63,2).

IV. DESEO DE COMUNIí“N. Si nos es posible desear a Dios más que ninguna cosa en el mundo, es en unión con el deseo de Jesucristo. Jesús está poseí­do de un deseo ardiente, ansioso, que sólo apagará su *bautismo, su pasión (Lc 12,49s), el deseo de dar *gloria a su Padre (Jn 17,4) y de mostrar al mundo hasta dónde puede amarle (14,30). Pero este deseo del *Hijo orientado hacia su *Padre es inseparable del deseo que le lleva hacia los suyos y que, mientras avanzaba hacia su pasión, le hací­a “desear ardientemente comer la *pascua” con ellos (Le 22,15).

Este deseo divino de una *comunión con los hombres, “yo cerca de él y él cerca de mí­” (Ap 3,20), sus-cita en el NT un eco profundo. Las cartas páulinas en particular están llenas del deseo que siente el Apósto;,de sus “hermanos tan amados y tan deseados” (Flp 4,1), que “desea a todos en las entrañas de Cristo” (1,8), de su gozo al sentir, a través del testimonio de Tito, el “ardiente deseo” que tienen de él los corintios (2Cor 7,7), fruto cierto de la acción de Dios (7,11). Sólo este deseo es capaz de contrapesar el deseo fundamental de Pablo, el deseo de Cristo y, más exactamente, de la comunión con él, “el deseo de partir y estar con Cristo” (Flp 1,23), “de morar junto al Señor” (2Cor 5,8). Porque el grito del “hombre de deseo”, el grito del “Espí­ritu y de la esposa” es: “¡ven!” (Ap 22,17).

-> Buscar – Hambre y sed.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

La cuestión del deseo era bastante discutida en la época griega. Pero no encuentra un interés preferente en el NT. El sustantivo epizumia ocasionalmente se traduce por «deseo» pero con más frecuencia se prefiere «lascivia». Numerosas palabras se emplean para expresar la misma idea general. Estas no poseen necesariamente una connotación moral (como p. ej., Lc. 20:46; 15:16; 10:24), pero a causa de la naturaleza pecaminosa del hombre estas palabras generalmente describen un mal deseo. En Mt. 5:28 epithumeō se usa específicamente en relación con el deseo sexual, en su sentido de violación a la ley. En las epístolas del NT el sustantivo ha llegado a describir la idea de lascivia.

Donald Guthrie

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (162). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

En sus múltiples referencias al “deseo” el AT y el NT ofrecen abundantes ejemplos de percepción psicológica aguda y penetrante. Más aun, tanto por la diversidad del vocabulario empleado para hablar del “deseo”, como por la forma de encarar el tema, la Biblia aclara perfectamente un aspecto muy importante de su doctrina sobre el hombre.

En el AT “deseo” significa mucho más que la mera idea de “anhelar”, “pedir”, o “exigir”. En la psicología heb. toda la personalidad se ve envuelta en el “deseo”. De allí que el “deseo” fácilmente podía convertirse en “codicia”, lo cual conduce a la “envidia” y a los “celos”, etc. Entre los hebreos el “deseo” era lo que el nefeš (el “alma” o el “yo”) le exigía a la personalidad (Dt. 14.26, °vm). El “deseo” era la inclinación del nefeš (2 S. 3.21). Cuando toda el “alma” estaba detrás de una inclinación o deseo pecaminoso, el alma, se decía, “codiciaba la concupiscencia” (véase Nm. 11.4, 6). El décimo mandamiento estaba dirigido contra esta clase de codicia (Ex. 20.17), porque cuando se daba rienda suelta a un deseo pecaminoso semejante, peligraba el bienestar de toda la comunidad (Jer. 6.13–15).

En el NT el deseo pecaminoso se ve estimulado por la voluntad de enriquecerse (1 Ti. 6.9); tanto es así que se lo equipara con el “amor al dinero” (v. 10). Pero también puede manifestarse en deseo sexual ilícito (Mt. 5.28), o en lo que Pablo describe como “la voluntad [deseos, °vm ] de la carne y de los pensamientos” (Ef. 2.3). El NT también da testimonio de lo que es un hecho observable en la experiencia humana: que si esos deseos pecaminosos son satisfechos, en lugar de ser crucificados, se convierten en fuego consumidor (Col. 3.5s). Por otra parte, cuando Dios (Ro. 10.2a) y sus mejores dones (1 Co. 12.31) son los objetos de los deseos del alma, el cuerpo se transforma en instrumento de justicia (Ro. 6.12s).

J.G.S.S.T.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico