EXEGESIS

†¢Interpretación.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

ver, HERMENEUTICA, TEXTO Y VERSIONES CLíSICAS DE LA BIBLIA

vet, (del verbo griego “exomai”, “yo narro o explico”). Es la explicación de la Biblia, y sus reglas están sometidas a los principios de la hermenéutica (véase INTERPRETACIí“N DE LA BíBLIA); tanto los rabinos como los estudiosos cristianos antiguos de las Sagradas Escrituras usaron diversos métodos para entender los pasajes oscuros. Ya en tiempos de Filón se formaron dos escuelas principales: la de Alejandrí­a, que daba mayor importancia a la alegorí­a, en su explicación de la Biblia, y sus representantes más caracterí­sticos fueron Clemente de Alejandrí­a y Orí­genes. La escuela de Antioquí­a, por el contrario, se caracterizó por una interpretación literal del texto sagrado; entre sus exponentes más destacados se cuentan S. Juan Crisóstomo y Teodoro de Mopsuestia. Con el correr de los siglos ambas escuelas se juntaron, y ya en tiempos de Agustí­n y Jerónimo, que son los mayores expositores de la Biblia en Occidente, estaban prácticamente unidas, aunque el primero es más alegórico y el segundo más literalista en su exégesis. La Teologí­a Escolástica usó cuatro sentidos (literal, alegórico, moral y analógico) para interpretar la Escritura, con el resultado de que se olvidaba el verdadero sentido de lo que la Biblia dice, para sacar conclusiones, muchas veces, en abierta contradicción. La Reforma introdujo un nuevo principio en la exégesis: debe ser la Biblia misma la que nos dé el sentido de los textos oscuros. Antes de Lutero y de los reformadores era el dogma de la Iglesia Católica-Romana lo que debí­a fijar el sentido de la Sagrada Escritura; a partir de entonces la Biblia es, para las Iglesias Evangélicas, el fundamento y la base para toda interpretación teológica o dogma de fe. (Véanse TEXTO Y VERSIONES CLíSICAS DE LA BIBLIA.)

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Interpretación técnica y rigurosa mediante normas ordenadas y garantizadas y explicación razonada de un texto escrito, de un hecho social o personal o de un dato significativo.

Cuando se trata de la Escritura Sagrada hace falta una explicación en función de la naturaleza de la Escritura, de los lenguajes geográficos e históricos en que se inserta el texto o el relato, y de las variables diferentes a que se debe atener quien quiera entender correctamente el contenido.

La hermenéutica o arte de la interpretación es una ciencia general que da principios absolutos o comparativos. La exégesis es la interpretación práctica de cada hecho siguiendo las leyes hermenéuticas.

Ya antes de la era cristiana, la Sda. Escritura se interpretaba por los rabinos y escribas, sobre todo cuando se viví­a lejos de Jerusalén y de las autoridades jerárquicas del templo de Jerusalén.

La óptica de los cristianos, conscientes del nacimiento de una nueva Alianza, intensificó la práctica de la interpretación bí­blica. Por ello encontramos diversidad de formas ya en la misma Escritura (Jn. 43. 3; Mc. 4. 13; Lc. 8. 8) (ver Biblia y catequesis 2 y Ver Bí­blico, vocabulario 8. 2)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. Escritura)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Es el procedimiento a través del cual se llega a comprender un texto por medio de unos métodos determinados, aplicables tanto a la interpretación del texto bí­blico como de cualquier otro documento. La palabra se deriva del griego exegesis, que indica el proceso de “conducir fuera”, de donde se deriva en sentido metafórico el proceso de sacar el significado de un texto siendo un procedimiento de interpretación, la exégesis está guiada por principios y criterios que regulan y orientan tal actividad; a estos principios de exégesis e interpretación se les denomina tradicionalmente hermenéutica (/2, ).

A través del trabajo exegético se permite al texto hacerse inteligible a las diversas culturas y generaciones: dada la distancia cultural entre el texto bí­blico y el lector, la exégesis intenta lograr, con métodos apropiados, que el texto haga oí­r su voz y transmitir aquellos mensajes que el autor inspirado querí­a dar por medio del texto. El esfuerzo por explicar la Biblia es un hecho constante y atestiguado desde la antigüedad; por eso vemos ya una exégesis en acto, respecto a los textos del Antiguo Testamento, en los textos del Nuevo Testamento y en los manuscritos encontrados en Qumrán, así­ como en las obras de Filón de Alejandrí­a, que utiliza los métodos exegéticos helenistas. Sin embargo, los métodos y las técnicas interpretativas no son un dato definido una vez por todas, sino que están condicionados por el horizonte cultural. Hoy, el horizonte cultural dentro del que se hace la lectura de la Biblia ” se caracteriza por un vivo sentido de la historia, por el despertar del espí­ritu crí­tico y – cientí­fico, por la reflexión sobre el sentido de la existencia” (Maggioni), que ha llevado a la aparición de los métodos histórico-crí­ticos (/2,), que, vistos al principio con notable recelo por parte de los católicos, encontraron plena acogida entre ellos después de la intervención del papa pí­o XII (encí­clica Divino Afflante Spiritu, el año 1943) y del Vaticano II . (Constitución Dei Verbum sobre la divina revelación).

Los procedimientos de la exégesis requieren: a) la determinación estable del texto (/2, crí­tica textual), como paso previo para la traducción, con la que se intenta alcanzar la forma original del texto; b) la traducción del mismo; c) en este punto se utilizan dos tipos de método, los llamados “sincrónicos'” que estudian el texto en su forma final, o bien en una etapa determinada de su transmisión (crí­tica de las formas, lingüí­stica del texto, metodologí­a estructuralista, semántica, pragmática), y los llamados “diacrónicos” es decir los que estudian el texto desde el punto de vista de su formación y consideran la reconstrucción de las fases de la misma como uno de los principales medios para captar el significado del texto (crí­tica literaria, historia de las tradiciones, historia de las redacciones). Estas dos aproximaciones al texto no se excluyen entre sí­, va que “cada uno de los dos métodos, con su manera de plantear la cuestión, llama la atención sobre determinados aspectos del texto” (Egger).
V Dalla Vecchia

Bibl.: B, Maggioni, Exégesis, en DTI, 11, 455-467. íd” Exégesis bí­blica, en NDTB, 620-632 J Schreiner, Introducción a los métodos de la exégesis bí­blica, Herder, Barcelona 1974; A, M, Artola – J M. Sánchez Caro, Introducción al estudio de la Biblia, 11. Biblia y palabra de Dios, Verbo Divino, Estella 41-995, 241-335.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

I. Antiguo Testamento y judaí­smo
La interpretación de la Biblia comienza ya con el AT, en que autores posteriores, particularmente los profetas y algunos salmos, exponen teológicamente la historia de Israel consignada en escritos más antiguos (Ez 38, 7; Dan 9; Eclo 44ss y particularmente la elaboración de la materia de los libros de Samuel en las Crónicas, y el midras sobre la más antigua historia de Israel en Sab 10ss). La interpretación de la torá fue sobre todo necesaria en el tiempo postexí­lico, por razón de su importancia como base de toda la vida religiosa y social de la comunidad. Esdras pasa por su primer intérprete (Esd 7, 10; Neh 8, 8). Posteriormente asumieron esta función los escribas fariseos, que trataban de sacar nuevas leyes por la e., como lo pedí­a el perpetuo cambio de las condiciones de vida. De la mención en Eclo 51, 23 de la “casa de la enseñanza” se sigue que la institución se remonta por lo menos al tiempo de Sirá. Las reglas exegéticas de los rabinos antiguos, de los tanaí­m, que primero sólo se transmití­an oralmente, fueron sistemáticamente consignadas por escrito hacia fines del siglo II d.C., en la misná, en forma de comentarios al Ex y Dt en los más antiguos midrasim. Los amoraí­m, a su vez, consideraron como función suya la explicación de la misná. El resultado de su actividad quedó consignado en el Talmud. Una e. semejante, actualizadora, encontramos en la secta de Qumrán.

Tras un largo perí­odo de esterilidad, Sadaya inicia en el siglo x un nuevo estudio del Antiguo Testamento y viene a ser el pionero de la filologí­a judaica. Pero no halló sucesores en oriente. En cambio, en España surgió un nuevo centro de intenso estudio de la Biblia y del hebreo. Los sabios judí­os de la edad media crearon un gran número de comentarios a la Escritura y de obras gramaticales y lexicográficas, que han influido también sobre la ciencia bí­blica cristiana. A la fuerte dependencia de la tradición se ha debido que los sabios judí­os sólo con vacilación hayan aceptado los métodos y problemas de la moderna ciencia bí­blica cristiana (Moisés Mendelssohn 1786). También hallamos ya una interpretación de la Escritura en los targumim, traducciones arameas del AT, que se hicieron necesarias cuando el hebreo fue desplazado como lengua popular por el arameo; pero los targumim son en gran parte paráfrasis, reproducción libre del texto hebreo. Con ellos pueden también compararse los LXX, la versión griega del AT, que fue hecha cuando la mayorí­a de los judí­os de Egipto no entendí­an ya más que el griego. Pero la versión de los LXX además de traducción es interpretación del original, trasladado al pensamiento griego (cf. G. BERTRAM, ZAW 54 [19361 277-296). En mayor grado acontece esto en los escritos de Filón de Alejandrí­a, que fue sin duda un judí­o creyente en la Biblia, pero que estuvo a la vez influido por la filosofí­a de Platón y por el estoicismo. Filón quiso hacer ver que la Biblia y la filosofí­a griega eran perfectamente armonizables y que la sabidurí­a griega está contenida en la tórá. Por su método alegórico, que tomó de la interpretación griega de Homero, Filón, ha ejercido la influencia más duradera sobre la e. cristiana a partir de los alejandrinos. Los padres latinos la transmitieron luego a la e. de la edad media.

II. La comunidad primitiva
La comunidad primitiva, salida del judaí­smo, aceptó la herencia judí­a del AT como Sagrada Escritura, y la interpretó escatológica y cristológicamente, refiriéndola a la obra salvadora de Cristo, mientras entendí­a a la Iglesia como el verdadero Israel. El influjo del método exegético del judaí­smo palestinense es particularmente claro en Pablo, que fue discí­pulo de los rabinos (cf. teologí­a de -> Pablo).

III. Era patrí­stica
La más antigua e. cristiana en la época posterior al NT está caracterizada por la controversia con el judaí­smo (carta de Bernabé, Justino), por una parte, y con la gnosis, por otra. El punto de partida para toda la e. posterior vino a ser la escuela de Alejandrí­a (Clemente, Orí­genes), junto a la cual Hipólito de Roma, algo anterior, alcanzó escasa importancia. De los alejandrinos, Orí­genes fue el más importante de los expositores bí­blicos de la antigüedad cristiana, tanto por la extensión de su obra literaria, que consta en general de comentarios bí­blicos de muy diversa especie, como por el influjo que ejerció con su método alegórico en toda la patrí­stica y sobre todo en la escuela de -> Alejandrí­a, por lo menos indirectamente. Para Orí­genes los hechos salví­ficos atestiguados en la Escritura no tienen tanta importancia como la verdad suprahistórica que en ellos se revela. Junto a la escuela alejandrina y en consciente oposición a ella está la escuela antioquena, fundada por Luciano de Antioquí­a (+ 312), cuyos representantes más destacados son Diodoro de Tarso, Teodoreto de Ciro y, sobre todo, Teodoro de Mopsuestia, el “bienaventurado exegeta” de los nestorianos; a ellos hay que añadir al gran homileta Juan Crisóstomo. En cambio los grandes capadocios, principalmente Gregorio de Nisa, están bajo el influjo de Orí­genes. A la vez que rechazaban resueltamente la alegorí­a, los antioquenos insistí­an en el sentido tipológico de la Escritura, en la visión salví­fica de la revelación bí­blica. Del siglo vi proceden los dos únicos comentarios al Apocalipsis de Juan, que desde Dionisio de Alejandrí­a ya nunca llegó a ser escritura indiscutiblemente aceptada entre los griegos; sus autores fueron el severiano Ecumenio y su contrario ortodoxo Andrés de Cesarea. En conjunto, sin embargo, el siglo vi marca en la Iglesia griega el fin de la bí­blica independiente. En su lugar se inició la época de las cadenas, que habí­a de durar durante toda la edad media bizantina, después que el segundo concilio trulano (692) aprobó este género de comentarios bí­blicos y recomendó que, renunciando a trabajos propios, se reunieran trozos de los exegetas clásicos para formar comentarios seguidos. Una vez que el mismo concilio trulano (692) declaró obligatorias las exposiciones de los padres, aparte de un comentario del patriarca Focio (siglo ix) sobre Pablo, ya no hallamos producciones independientes, pues aun los comentarios de Eutimio Zigabeno y de Teofilacto (siglos xi y xii) no son más que extractos libres de Juan Crisóstomo y otros exegetas antiguos.

El primer exegeta latino que conocemos es el comentarista del Apocalipsis Victorino de Pettau (f 314). También en la Iglesia latina predominó el método alegórico. Lo aceptaron Ambrosio, Jerónimo en sus primeros años, lo mismo que Agustí­n y, por influencia de éste, también Gregorio Magno (+ 604), al final de la era patrí­stica. Influencia permanente ejerció también el donatista Ticonio, al que estimó altamente el mismo Agustí­n, primero por su comentario al Apocalipsis y luego por su Liber regularum, en cuyo espí­ritu compuso Agustí­n su obra De doctrina christiana, manual de hermenéutica. Como exponentes del método exegético antioqueno tenemos el importante comentario sobre Pablo, obra de un desconocido, el llamado Ambrosiaster, y los comentarios de Pelagio y su secuaz Julián de Eclana. Isidoro de Sevilla es ya mero compilador.

IV. La edad media latina
La e. de la alta edad media estaba enteramente orientada a la práctica, a la predicación y a la liturgia. Los más antiguos comentarios fueron compilaciones a manera de cadenas de textos patrí­sticos, principalmente de Ambrosio, Jerónimo, Agustí­n y Gregorio Magno, y por tanto predominó la interpretación alegórica, que correspondí­a también al fin práctico de estas obras. El primer autor de tales comentarios que alcanzó prestigio secular fue Beda el Venerable (t 735). En Alcuino y Teodulfo de Orleáns hallamos el primer intento de unificar el texto de la Vulgata, fuertemente corrompido. Semejantes a los de Beda son los comentarios de Rabano Mauro, mientras que los de Pascasio Radberto, Christián de Stablo y, señaladamente, los de Juan Escoto Erí­gena y Remigio de Auxerre (todos del siglo ix) ya aspiran más a la independencia. En el siglo xz se convirtieron en centros de estudio bí­blico las escuelas de Laón (Anselmo) y de Utrecht (Lamberto). En la glossa creada por Anselmo y sus colaboradores llegó a una conclusión provisional la elaboración de la tradición exegética de los siglos precedentes. En la glossa se añadí­an al texto bí­blico, ora entre lí­neas (glossa interlinearas), ora al margen (glossa marginalis), breves observaciones tomadas de los padres de la Iglesia o de comentaristas anteriores. Para los libros más generalmente tratados: los Salmos y Pablo, la obra de Anselmo fue mejorada sobre todo por Pedro Lombardo y de esta forma vino a ser el “manual exegético” normativo para toda la edad media posterior. Fue importante para el desarrollo de la teologí­a medieval la formación de las quaestiones, en que se trataban por extenso pasajes particularmente importantes. Roberto de Melún (+ 1167) dio luego el paso decisivo, desprendiendo la glossa de las quaestiones, con lo cual la –>dogmática se liberó de la sacra pagina y se convirtió en disciplina independiente. Sin embargo, aun la alta –>escolástica (D) del siglo xiii mantuvo todaví­a la glossa como base para tratar la materia bí­blica en lecciones y disputaciones. Teólogos importantes del siglo XIII que produjeron también obras considerables de e. fueron Buenaventura, Alberto Magno y, sobre todo, Tomás de Aquino. En esta época cae también la ‘reanudación de los trabajos de Alcuino y Teodulfo para unificar el texto bí­blico en correctorios y concordancias, por obra principalmente de Hugo de San Caro. Este fue también el que empleó por vez primera la denominación de postilla para el comentario del texto bí­blico en forma continua. Como obra más importante de este género es considerada la postilla de Nicolás de Lyra (t 1349). Con Lorenzo Valla y G. Mannetti el humanismo comienza a ocuparse de la Biblia y su texto, y se anuncia una nueva época de la ciencia bí­blica.

V. Del humanismo a la actualidad
La e. católica de esta época puede dividirse en tres perí­odos, el último de los cuales no se ha cerrado aún: 1) La edad de oro de la e. católica, entre 1500 y 1650, caracterizadas por el gran número de exegetas, particularmente -españoles e italianos, y por la importancia de sus obras; 2) el perí­odo desde 1650 hasta fines del siglo XIX, en que decae la ciencia bí­blica en parangón con otras disciplinas; 3) la época contemporánea.

Con el ->humanismo se inició una nueva época de la historia espiritual europea, que tuvo por consecuencia un cambio en el estudio de la Biblia y su método exegético. El humanismo consistió en el despertar del interés por la historia, sobre todo de la antigüedad y de su literatura. Esto significó a la vez una repulsa a la especulación de la filosofí­a escolástica y el abandono, no muy rápido desde luego, de la alegorí­a. En cambio, comienzan a interesar las cuestiones de introducción y las ciencias bí­blicas auxiliares (geografí­a y arqueologí­a bí­blica, historia antigua), y se reconoce la importancia que para la inteligencia del texto bí­blico tiene el estudio, hasta entonces tan descuidado, de las lenguas originales. La inseguridad del texto corriente de la Vulgata la habí­a reconocido ya la edad media, pero sin lograr remediar eficazmente este defecto. Ahora, la invención de la imprenta crea una nueva posibilidad para establecer un texto bí­blico unitario y para su difusión. A todo ello se juntó la reforma protestante, que declaró la Biblia fuente única de la fe, y le reconoció así­ una importancia eminente. El hecho no podí­a menos de repercutir en la ciencia bí­blica católica. A la verdad, la impugnación de la e. protestante fue a su vez dañosa para la interpretación católica de la Biblia, pues por ambos bandos se buscaba, en primer término, sacar de ella dicta probantia para la dogmática, la apologética y la polémica. Tí­picos son en este sentido los comentarios de G. Seripando. Todaví­a se requirió largo tiempo hasta que los nuevos métodos e ideas hallaran aceptación general.

Muchos comentadores (p. ej., Salmerón y Cornelio a Lápide) siguieron afanándose por proporcionar material a la homilética y a la ascética. En su decreto sobre la Escritura el concilio de Trento declaró la Vulgata texto oficial de la Iglesia latina, y con ello dio un fuerte impulso a la crí­tica textual. Si los humanistas cultivaron principalmente el estudio del griego y latí­n, ahora se comenzó a reconocer más imperiosamente la importancia del hebreo, por influjo, particularmente, del judí­o Elí­as Levita. Como conocedores eminentes del hebreo hay que citar en Francia a Frangois Vatable, en Alemania a Johannes Reuchlin, en Italia a Santes Pagnini y Egidio de Viterbo, discí­pulo de Elí­as Levita. En la universidad de Lovaina se fundó por este tiempo el Collegium trilingue. Lutero se distanció de la edad media por el hecho de abandonar el sentido múltiple de la Escritura y distinguir solamente el sentido espiritual, es decir, cristológico, del literal. Teológicamente fue importante su división de los libros bí­blicos según el grado en que se ocupan de Cristo, mientras que Calvino y sobre todo Zuinglio estuvieron fuertemente influidos por el humanismo. De lado católico, los primeros que defendieron un nuevo modo de e. bí­blica fueron: en Italia el cardenal Cayetano, en Holanda, Erasmo de Rotterdam, y en Francia, Jacobo Faber Stapulensis. De ellos, principalmente Cayetano desencadenó una tempestad de contradicción por sus principios extrañamente modernos, con los que se poní­a en oposición no sólo con la escolástica, sino también con los padres de la Iglesia. El propugnaba que, para luchar eficazmente con los protestantes, en lugar de la Vulgata, era necesario interpretar la Biblia a base del texto original; y en vez de indagar el sentido mí­stico, se debí­a preguntar por lo que las palabras dicen realmente (cf. TH. COLLINS, CBQ 17 [19551 363-378). También Erasmo querí­a liberar la e. de la escolástica, pero pensaba que, por lo menos en el AT, habí­a que mantener el sentido alegórico. Frente al exagerado dogmatismo de muchos representantes de la ortodoxia protestante, que, como M. Flacio, tení­an por inspiradas no sólo cada palabra de la Biblia, sino también las vocales de los masoretas en el texto hebreo, católicos como S. Masius, B. Pererius, J. Bonfrére y J. Morino adoptaron una actitud más despreocupada ante el texto masorético. Entre los numerosos comentadores de aquella época descuellan los dos españoles J. Maldonado y F. de Ribera y el holandés W. Estius.

A este perí­odo floreciente siguió otro aún más largo en que la teologí­a católica se volvió con preferencia a otros terrenos, y produjo poco en ciencia bí­blica, sobre todo para el progreso de los métodos. Su cerrazón, que la distanció de las múltiples tendencias y escuelas de la e. protestante contemporánea, no estaba fundada solamente en el dogma, sino también en un tradicionalismo hostil a las nuevas ideas. Por eso nada pudo oponer, que fuera metódicamente mejor y más eficaz, a las hipótesis de los deí­stas ingleses, de los enciclopedistas franceses y de los protestantes racionalistas del siglo xviii. El siglo xviii puede presentar algunas realizaciones interesantes en el campo de la arqueologí­a bí­blica y de la crí­tica textual (la obra de la Vetus Latina del maurino P. Sabatier). La figura descollante de este tiempo fue el oratoriano francés Richard Simon (t 1712), que, adelantándose buen trecho a su tiempo, y combatido y perseguido por ello desde todos los frentes, fue el verdadero creador del método histórico-crí­tico. El hecho de que el primero que aceptó sus principios, rechazados por la mayorí­a, fuera el racionalista J.S. Semler, los hizo todaví­a más sospechosos y les quitó por mucho tiempo su efecto, para daño de la ciencia bí­blica católica. Entretanto, la ciencia bí­blica protestante no sólo produjo un gran número de comentarios, como los de H. Grotius, Clericus, C. Vitringa y J.J. Wettstein, sino también valiosos instrumentos filológicos (John Lightfoot, Ch. Schüttgen), así­ como la gigantesca colección de variantes de John Mill (+ 1707) sobre el texto del NT. Con Semler (+ 1791) se inicia en la investigación protestante la emancipación de la ciencia bí­blica respecto de la dogmática, y desde entonces hasta la actualidad la lucha entre. el ->racionalismo y el -+ supranaturalismo omina la investigación protestante, siendo de notar que, en el método, la tendencia conservadora se ha aproximado cada vez más a la racionalista. En el siglo xix dominó en el trabajo exegético la crí­tica del –> Pentateuco (en -+ Antiguo Testamento, B i) y la historia de la religión veterotestamentaria, cuya discusión alcanzó un punto culminante por obra de J. Wellhausen, y, respecto del NT, la crí­tica literaria de los evangelios sinópticos y, en conexión con ella, los estudios sobre la vida de -> Jesús. Fuerte efecto logró el ensayo de F.Ch. Baur, bajo el influjo de la filosofí­a de la historia de Hegel, de presentar los escritos neotestamentarios como documentos de la lucha entre el judeocristianismo originario y el cristianismo paulino de la gentilidad, emancipado de la ley, y de la sí­ntesis de ambos en la Iglesia católica. Como resultado permanente de esta controversia en pro y en contra de la “tendencia crí­tica de Tubinga”, ha quedado la conclusión de que los escritos particulares del NT deben entenderse históricamente, es decir, desde una determinada situación histórica propia de cada uno de ellos. También el estudio de la historia del texto neotestamentario fue impulsado casi exclusivamente por investigadores protestantes (Tischendorf, Tregeless, Westcott y Hort), demostrándose que el textus receptus, hasta entonces casi intangible, en conjunto representa una estrato reciente. Hacia fines del siglo xix ejerció un fuerte influjo la escuela de la historia de las religiones, con relación al AT por obra de H. Gunkel, y en lo relativo al NT a través de W. Bousset, W. Heitmüller, el filólogo R. Reitzenstein y otros. Su programa fue explicar genéticamente, llegando hasta sus últimas raí­ces, que se buscaban en el sincretismo del mundo circundante, el origen de la religión judí­a del AT y de la cristiana.

También de la contienda en torno a esta escuela y sus métodos ha quedado como resultado permanente la conclusión, admitida también por la actual e. cientí­fica católica, de que la religión bí­blica no puede ser entendida sin el estudio de las varias corrientes religiosas de su mundo circundante, aunque no es necesario llegar a una explicación sincretista. La escuela de la historia de las religiones ha sido sustituida por el estudio de la historia de las -a formas y de la tradición de los escritos bí­blicos, aplicado por H. Gunkel al AT, por K.L. Schmidt, M. Dibelius, R. Bultmann y otros al NT, principalmente a los evangelios sinópticos. Al llegarse a la conclusión de que los evangelios tienen su fundamento en la primitiva predicación cristiana y son por ende testigos de la primigenia fe en Cristo, por eso mismo se plantea la cuestión de hasta qué punto podemos también llegar por esta imagen de Cristo al Jesús histórico. Con ello está dicho el principal problema que inquieta hoy a la investigación sobre el NT; y, por cierto, no sólo a la protestante. Como instrumentos de importancia señera e influjo universal para el estudio del NT hay que citar expresamente el Kommentar zum NT aus Talmud and Midrasch, creado por el párroco protestante Paul Billerbeck y el Theologisches Wórterbuch zum NT, surgido bajo la dirección de G. Kittel.

En el siglo xix la e. católica siguió siendo preferentemente apologética, para impugnar el racionalismo, y de muy fuerte tendencia tradicional. Sólo a fines del siglo xix se inicia en Alemania, Francia y Bélgica un resurgimiento que puede realmente calificarse de comienzo de una nueva época. El camino fue abierto por la fundación de la Ecole Biblique en Jerusalén por M: J. Lagrange (1890), destinada primero al fomento de la investigación de la geografí­a y arqueologí­a sobre suelo palestino; y ese camino fue abierto sobre todo por el hecho de que Lagrange se declaró resueltamente a favor del método histórico-crí­tico, que, según él, es requerido por la cosa misma y es el único capaz de discutir seriamente los resultados de la investigación protestante y de reconocer lo que ellos contienen de valioso. El órgano de la Ecole Biblique fue la “Revue Biblique” (1892ss), junto a la cual aparecieron desde 1900 los “Etudes Bibliques”. Pero la conferencia de Lagrange en el congreso internacional católico de Friburgo (1899) y su libro La méthode historique (1903), encendieron una larga contienda entre la école large y una tendencia conservadora de orientación estrictamente tradicional (L. Méchineau, J. Brucker, A. Delattre, L. Fonck) sobre la compatibilidad del método histórico-crí­tico con la idea católica de inspiración. Con el mismo espí­ritu que Lagrange trabajaron en Francia F. Prat, en Bélgica (Lovaina) A. van Hoonacker, en Alemania la “Biblische Zeitschrift” (1903ss) – editada por J. Goettsberger y J. Sickenberger -, N. Peters, K. Holzhey, A. Schulz y otros. La contienda no estaba aún decidida cuando el modernismo, entre cuyos campeones se contaba el exegeta francés A. Loisy, y su impugnación produjeron un retroceso, pues ahora se hizo sospechosa de modernismo a la tendencia progresista. La pontificia comisión bí­blica, fundada ya por León xiii, emitió desde 1906 varias decisiones en cuestiones discutidas. El pontificio instituto bí­blico, fundado en 1909 por Pí­o x, tení­a por fin asegurar la formación en sentido eclesiástico de los futuros profesores de sagrada Escritura.

De las tres encí­clicas papales relativas a los estudios bí­blicos (Providentissimus Deus de León XIII [18931, Spiritus Paraclitus de Benedicto xv [1920], Divino afflante Spiritu de Pí­o xii [1943], la última citada, la encí­clica de la liberación, que declaró el método histórico-crí­tico como apropiado y necesario para la Biblia, ha abierto libre ví­a a la actual ciencia bí­blica católica y le ha dado así­ un poderoso impulso. Los obstáculos con que ésta se debatió todaví­a en las primeras décadas del siglo xx y que la obligaron a formulaciones excesivamente cautas y a refugiarse en cuestiones inocuas, si no querí­a verse reducida al silencio total, se han eliminado por lo menos en principio, aunque no hayan terminado todaví­a los ataques del lado conservador. Ahora puede tratar con mayor libertad problemas como la cuestión del Pentateuco, o la cuestión sinóptica, o la historia de las formas y de la tradición, y tomar igualmente posición ante los métodos, problemas y resultados de la investigación protestante. Su actitud respecto de ésta ha pasado cada vez más “de una crí­tica negativa a la discusión respetuosa” (W. MICHAELIS; RGG2 i 1084), y en muchos campos se ha iniciado una colaboración entre los exegetas de ambas confesiones. Si se puede hoy afirmar con buenas. razones que la ciencia bí­blica católica ostenta un vigor nunca conocido anteriormente, esto se debe a que ella goza ahora de una libertad de movimiento que antes no tení­a, con la posibilidad de estudiar los multiformes problemas de la Biblia y concretamente la -> revelación contenida allí­ en su desarrollo histórico, en lugar de buscar en la Escritura únicamente dicta probantia para la dogmática. Así­ y sólo así­, en constante y fecunda discusión con la ciencia bí­blica protestante, la e. católica puede investigar cada vez más profundamente el pensamiento de la Biblia. Sólo si puede llevar a cabo esta labor, cumple su misión real como ciencia teológica y tienen consistencia sus conclusiones.

BIBLIOGRAFíA: G. Bardy, Commentaires Patristiques de la Bible: DBS 11 73-103; DBS IV 561-646; W. Kamlah, Apk und Geschichtstheologie (B 1935); F. Stegmüller, Repertorium Biblicum medii aevi, 7 vols. (Ma 1940-61); F. M. Braun, L’oeuvre exégétique du P. Lagrange (Fri 1943); C. Spicq, Esquisse d’une histoire de l’exégése latine au Moyen-Age (P 1944); J. Daniélou, Sacramentum futuri (P 1951); B. Smalley, The Study of the Bible in the Middle Ages (0 1952); H. J. Kraus, Geschichte der historisch-kritischen Erforschung des AT (Neukirchen 1956); RGG3 V 1513-1535; J. Steinmann, Richard Simon (P 1957); W. G. Kümmel, Das NT. Geschichte der Erforschung seiner Probleme (Fr-Mn 1958); LThK2 III 1273-1293; H. de Lubac, Exégése Médiévale, 4 vols. (P 1959-64); G. Fohrer, Tradition und Interpretation im AT: ZAW 73 (1961) 1-19.

Josef Schmid

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

El término se deriva al transliterar la griega exēgēsis que significa «narración» o «explicación». Aunque no aparece el sustantivo en el NT (aparece una vez en el texto B de Jue. 7:15), el verbo se encuentra varias veces con el primer significado y una vez con el último (Jn. 1:18). Como el término lo sugiere, la exégesis es la ciencia de la interpretación. Está estrechamente relacionado con la hermenéutica (véase). En tanto que la hermenéutica busca establecer los principios de la interpretación bíblica, la exégesis trata de puntualizar el significado de declaraciones y pasajes individuales.

Esta rama de estudio es básica a la teología bíblica así como la teología bíblica es básica a la teología sistemática. La exégesis, a su vez, se apoya en el estudio del lenguaje, porque las traducciones, aunque son útiles, no son capaces de aportar todos los matices de significado que encierran los originales hebreo y griego. Los ingredientes de este estudio lingüístico son la morfología, o el estudio de la estructura del lenguaje; la lexicografía, o el significado de las palabras; y la sintaxis, o las funciones de las varias partes de la oración. Cuando estos factores han sido ordenados y utilizados, todavía es necesario recurrir a las peculiaridades del autor y a una investigación del contexto inmediato e incluso cubrir el amplio rango de la enseñanza bíblica como un todo.

La exégesis se basa en dos fundamentos. Primero, entiende que el pensamiento puede expresarse adecuadamente en palabras, cada una de las cuales, al menos en el original, tiene sus propios matices de significado. En segundo lugar, cree que el contenido de la Escritura es de tal importancia para el hombre que debe asegurar el descubrimiento exacto de lo que Dios quiere impartir a través de su palabra.

Véase también Interpretación.

BIBLIOGRAFÍA

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Everett F. Harrison

ExpT The Expository Times

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (246). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología