FARISEOS

Fariseos (gr. farisáios; transliteración del heb. Perûshîm, “los separados”; aram. perishay-ya’). Secta o partido religioso conservador del judaí­smo en tiempos intertestamentarios y del NT. Se llamaban a sí­ mismos los “compañeros” (heb jabêrîm) o los “santos” (heb. qedôshîm). Se supone que los fariseos se originaron como partido separado en la 2ª mitad del s II a.C. Sin embargo, su origen es un tanto oscuro. Parece razonable suponer que fueran sucesores de los jasîdîm (jasidim o asideos), “los pí­os”, quienes apoyaron activamente a los primeros macabeos en su lucha contra los seléucidas. Como eran estrictamente ortodoxos y estaban muy preocupados por conservar la pureza religiosa de su pueblo rechazaron todos los intentos de introducir prácticas helení­sticas entre los judí­os. Cuando los gobernantes macabeos comenzaron a apoyar el helenismo, este grupo de judí­os ortodoxos empezó a oponerse a su propio gobierno. El nombre “fariseo” apareció por 1ª vez en nuestras fuentes bajo Juan Hircano (135-105/04 a.C,); el nombre indicaba que los adeptos se consideraban promotores de una separación del mundo y sus tendencias. Habiendo llegado a ser un partido religioso-polí­tico, se opuso activamente al gobierno mundano de Juan Hircano, y aun más al de su hijo Alejandro Janco (103-76/75 a.C.). El resultado fue una sangrienta persecución contra estos religiosos celosos y la muerte de muchos fariseos notables. Pero pronto fue claro que su influencia sobre la gente aumentaba a pesar de la adversidad. La viuda y sucesora de Janeo, Alejandra (Salomé), procuró una reconciliación con ellos, y los fariseos llegaron a ser una poderosa fuerza en su Estado. Cuando estalló la guerra civil entre los 2 hermanos (Hircano II y Aristóbulo II), poco después de la muerte de Alejandra, los fariseos apoyaron al 1º y los saduceos* al 2º. Cuando Palestina cayó bajo el dominio romano (63 a.C.), los fariseos retuvieron su posición como partido polí­tico influyente y como abanderados de la ortodoxia. Herodes el Grande, al subir al poder (40-4 a.C.), fue lo suficientemente prudente como para no perseguirlos, porque sabí­a que tení­an gran influencia sobre el pueblo, aunque su número era de unos 6.000, cantidad relativamente pequeña. A esa época pertenecen Hillel y Shammai, sus maestros más grandes de todos los tiempos. Sus enseñanzas sobrevivieron en los escritos rabí­nicos de la Mishná y del Talmud. Los fariseos formaban uno de los 3 grupos que componí­an el Sanedrí­n, junto a los saduceos y a los herodianos. La secta de los fariseos fue la que por varios siglos continuó produciendo los mayores dirigentes religiosos entre los judí­os ortodoxos, y de ese 440 modo ejerció más influencia sobre la vida religiosa de su nación que cualquier otra fuerza dentro del judaí­smo. Su lugar en la vida y el pensamiento judí­os del NT puede ser mejor comprendido cuando se lo contrasta con los otros grandes partidos: los saduceos y los esenios.* En el espectro religioso del judaí­smo del NT, los saduceos eran los liberales. Como se encontraban “en el mundo”, también estaban listos y dispuestos a ser “del” mundo. Los fariseos, por otra parte, aunque por necesidad estaban “en el mundo”, rechazaron ser parte de él. El fariseí­smo -“separatismo”- enfatizaba la separación del mundo y su contaminación. Los esenios no sólo rehusaban ser “del” mundo, sino hací­an todo lo que podí­an para escapar de él viviendo una vida ascética. Mientras que los fariseos viví­an separados del mundo y esperaban salir de él, los saduceos no esperaban ningún otro mundo. Los ojos de los fariseos estaban fijos en la vida futura, pero los de los saduceos en esta vida, ya que no tení­an esperanza de otra. Para los fariseos, los intereses religiosos eran supremos, pero los seculares eran la preocupación dominante para los saduceos. Los fariseos evitaban los deberes cí­vicos y resistí­an pasivamente a la autoridad romana, pero los saduceos constituí­an el partido polí­tico práctico y estaban dispuestos -siendo las cosas como eran- a cooperar con los romanos y los herodianos; en realidad, tení­an una fuerte preocupación por los asuntos seculares de la nación y voluntariamente aceptaban cargos públicos. Los fariseos eran principalmente de la clase media; los saduceos constituí­an el partido de la rica aristocracia. El pueblo común no pertenecí­a a ninguna de las dos sectas, pero favorecí­a a los fariseos. Véase Rollos del Mar Muerto (III). La letra y el espí­ritu del legalismo -de la justificación por las propias obras-, que en tiempos del NT se llegó a identificar con la religión judí­a, reflejaba con exactitud el espí­ritu y las enseñanzas de los fariseos. En su celo por un cumplimiento estricto de todos los deberes religiosos ordenados por la Torá (o “ley de Moisés”) y por la tradición, y en la creencia de que el bienestar de la nación dependí­a de esta forma de actuar, los fariseos tendieron a pasar por alto el hecho de que la disposición del corazón era de mayor importancia que los actos externos. La mayorí­a de los “escribas” o “doctores de la ley” (Luk 5:17) -los estudiantes y expositores profesionales de la “ley”- eran fariseos. Su ocupación era interpretar y aplicar “la ley” a cada mí­nimo detalle y circunstancia de la vida. En el tiempo de Cristo, esta siempre creciente masa de reglamentos se conocí­a como “la tradición de los ancianos” (Mat 5:2). Los fariseos aceptaban como Escrituras la mayorí­a, sino todos, de los libros del AT (3 divisiones; cf Luk 24:44), mientras que los saduceos rechazaban todos menos los 5 libros de Moisés. En tanto los fariseos eran los “fundamentalistas” conservadores y ortodoxos de su tiempo, los saduceos eran los “modernistas” progresistas y liberales. Los fariseos creí­an que una divina providencia ordenaba los asuntos de los hombres, y enfatizaban la dependencia del hombre de Dios. Concebí­an a Dios como un Padre estricto que vigilaba atentamente para ver la mí­nima infracción de su voluntad, siempre listo para castigar a cualquiera que se equivocara. Para los saduceos, Dios prestaba escasa atención a los hombres y tení­a muy poco interés en los asuntos de ellos; creí­an que el hombre era el árbitro de su propio destino y no esperaban en una vida después de la muerte. Los fariseos creí­an en la existencia de los espí­ritus, la inmortalidad del alma, la resurrección literal de cuerpo y la vida futura, donde los hombres serí­an recompensados o castigados de acuerdo con sus hechos en esta vida. Enseñaban que al morir todos iban al Hades, el mundo subterráneo, que era la prisión de las almas, donde los que habí­an sido “impí­os” en esta vida quedarí­an para siempre, pero del cual los que habí­an vivido “virtuosamente” escaparí­an para “vivir otra vez”. Creí­an que “todas las cosas son dirigidas por el destino”, pero que los hombres están libres para actuar como escojan hacerlo. Aunque en muchos sentidos las enseñanzas de Jesús se parecen a las de los fariseos más que a las de los saduceos, Jesús tuvo enérgicas discusiones con los fariseos durante todo su ministerio por causa de su rigurosa adhesión a la tradición (Mar 7:1-13) y el énfasis resultante en los actos externos con la exclusión práctica de las actitudes y los motivos del corazón (véase Mat 23:4-33). Fue precisamente esta rigurosa piedad exterior en la observancia de “la ley” como lo interpretaban y aplicaban sus tradiciones, con el descuido total de la piedad interior, y así­ permitir que el legalismo fuera el manto para cubrir el pecado, lo que condujo a Jesús a catalogar a los fariseos como hipócritas (Mat_23). Juan el Bautista consideraba a los fariseos y a los saduceos como una “generación de ví­boras” (3:7), y los amonestó a producir “frutos” que dieran testimonio de un cambio de corazón (v 8). Cuando Jesús puso el énfasis en que el motivo que impulsa el acto es de mayor importancia a la 441 vista de Dios que el acto mismo, los fariseos inevitablemente se complotaron para desacreditar a Jesús en la mente de la gente y silenciar su mensaje. En una ocasión, los saduceos se unieron con ellos para desafiar su autoridad y exigieron una “señal del cielo” para confirmar su derecho a enseñar (16:1-6); pero no fue hasta casi el final de su ministerio cuando los saduceos se tomaron la molestia de atacarlo con una argucia sobre la resurrección (Mat 22:23-33). Fariseos fueron los que levantaron la disputa acerca de los discí­pulos de Jesús y los de Juan (Mat 9:11, 14; cf Joh 4:1); los que lo acusaron de echar fuera demonios por el poder del prí­ncipe de los demonios (Mat 9:34; 12:24); los que se molestaron por su enseñanza con respecto a la inutilidad de la tradición (15:1-12); los que tomaron el liderazgo en su arresto, condenación y crucifixión (Mat 27:62; Mar 3:6; Joh 11:47-57; 18:3). Nicodemo era fariseo (Joh 3:1), así­ como Pablo y también su maestro Gamaliel (Act 5:34; 23:6; 26:5-7). Bib.: FJ-AJ xvii.2.4; xiii.10.6; xviii.1.3.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

griego pharisaios, hebreo perusîm, separados. Grupo religioso popular surgido en el siglo II a. C., en época de la rebelión macabea, como resistencia a las influencias helenizantes, al sincretismo, que amenazaban la religión de sus padres, por lo que su vida religiosa giraba alrededor de la meditación y el cumplimiento estricto de la Ley. Posiblemente, en sus inicios, formaron parte del grupo de los asideos, hasidim, devotos, del que se desprendieron. Los f. pretendí­an que todos los asuntos, polí­ticos, públicos y privados estuvieran regidos por la Ley divina, y se opusieron a la polí­tica secular del rey Juan Hircano I, 134-104 a. C. Su apego a la Ley les valió el martirio en tiempos de Alejandro Janneo, 103-76 a. C. Aunque resurgieron bajo el reinado de Alejandra Salomé, 76-67 a. C. Los f. ejercieron una fuerte oposición a la aristocracia de los sacerdotes, los saduceos. Con éstos se diferenciaban en cuanto que los f. admití­an la inmortalidad del alma y la resurrección, que eran negadas por los saduceos; afirmaban los f. la unicidad y trascendencia de Dios, la existencia de un mundo intermedio entre Dios y el hombre, la corte celestial de los ángeles y los espí­ritus malos. En cuanto a la Ley, desarrollaron la casuí­stica, esto es, la aplicación de la misma a las cuestiones cotidianas, a aquellos casos no previstos en ella, por lo que para ellos tení­a inmensa importancia la tradición oral, y desembocaron en la exageración y en el formalismo, por eso aluden a †œla tradición de los antepasados†, Mt 15, 2; los saduceos, sus opositores, por el contrario, rechazaban toda tradición fuera de la Ley escrita y su preocupación principal era la polí­tica. Los f., que comenzaron como un grupo pequeño, lograron, por la enseñanza que ejercí­an de la Ley y la tradición, extenderse en toda Palestina y a los judí­os de la diáspora, y esas tradiciones terminaron codificadas más adelante en la Misnah y el Talmud, escritos que contribuyeron para la preservación del judaí­smo y aún tienen vigencia. A esto hay que agregar, que los escribas eran en su mayorí­a de origen fariseo. La destrucción del Templo en el año 70, trajo como consecuencia la desaparición de otras tendencias judí­as, pero los f. se mantuvieron hasta mucho tiempo después y quedaron prácticamente identificados con el judaí­smo. La manera profunda como Cristo interpretaba la Ley y su trato con los pecadores produjeron la oposición de los f., que está documentada en los Evangelios. Los f. le cuestionaban a Jesús por qué comí­a con los pecadores. El Señor, entonces, les demostraba que para Dios vale más un corazón sincero, al rigorismo y formalismo de la Ley; recordándoles a los profetas, les decí­a: †œMisericordia quiero, que no sacrificio†, Mt 9, 11-13. Algo similar sucedió con respecto a la obligación de guardar el sábado, cuando los discí­pulos de Jesús se pusieron a arrancar espigas, Mt 12, 1-8; igual, cuando Jesús curaba los enfermos en sábado, Mt 12, 9-14. Sobre los formalismos de las purificaciones y la abluciones también chocaron los f. con Jesús, quien les enrostraba su hipocresí­a al vivir pendientes de las apariencias externas, mientras sus corazones estaban llenos de maldad, Mt 15, 1-7; Lc 11, 37-54. En Mateo encontramos una fuerte reprimenda de Jesús contra los f., en la cual les dice a sus discí­pulos y a la gente que practiquen lo que enseñan los f., pero que no imiten su conducta, †œporque dicen y no hacen†, Mt 23, 1-39. Sin embargo, muchos f. tuvieron buenas relaciones con Jesús y creyeron en él, como Nicodemo, Jn 3, 1-21; 7, 50-52; el apóstol Pablo era fariseo, discí­pulo de Gamaliel I, Hch 22, 3; 23, 6; 26, 5; Flp 3, 5. Este Gamaliel, maestro de Pablo, defendió a los apóstoles ante el Sanedrí­n, en Jerusalén, cuando se les prohibió predicar a Jesús, Hch 5, 34.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

De los tres partidos prominentes dentro del judaí­smo en los tiempos de Jesús (los fariseos, los saduceos y los esenios), los fariseos fueron, por mucho, los más influyentes.

La palabra fariseo, que en su forma semí­tica significa los separados o separatistas, aparece por primera vez durante el reinado de Juan Hircano (135 a. de J.C.). Generalmente el término se utiliza en plural más que en singular.

También eran conocidos como chasidim, que significa amados por Dios, o leales a Dios. Según Josefo, en su momento de mayor popularidad habí­a más de 6.000 fariseos.

Tres facetas o caracterí­sticas de la nación judí­a contribuyeron al desarrollo del partido de los fariseos, o, paradójicamente, puede decirse que los fariseos hicieron estas contribuciones al judaí­smo de modo que, en última instancia, farisaí­smo y judaí­smo llegaron a ser casi sinónimos. La primera de ellas era el legalismo judí­o que comenzó a ganar firmeza luego de la cautividad en Babilonia. La adoración en el templo y los sacrificios habí­an cesado, y el judaí­smo comenzó a centrar sus actividades en la ley judí­a y en la sinagoga. El surgimiento de los escribas judí­os, que estaban estrechamente relacionados con los fariseos, también le dio un gran í­mpetu al legalismo judí­o. Los fariseos, más cerca de ser una orden fraternal o sociedad religiosa que una secta, eran los seguidores organizados de estos expertos en la interpretación de las Escrituras.

Ellos formalizaron la religión de los escribas y la pusieron en práctica. Por esta razón, el NT menciona juntos a los fariseos y los escribas 19 veces, todas en los Evangelios (p. ej., Mat 5:20; Mat 15:1; Mat 23:2, Mat 23:13-14, Mat 23:15, Mat 23:23, Mat 23:25, Mat 23:27, Mat 23:29; Luk 11:39, Luk 11:42-43, Luk 11:44, Luk 11:53). Los fariseos eran los lí­deres religiosos de los judí­os, no los polí­ticos prácticos (como los saduceos que eran más liberales).

Una segunda caracterí­stica fue el nacionalismo judí­o. La persecución y el aislamiento continuos cristalizaron este espí­ritu. Durante el cautiverio los judí­os eran una pequeña minorí­a en una nación extranjera. La feroz persecución de Antí­oco Epí­fanes (175-164 a. de J.C.) quien intentó osadamente helenizar y asimilar a los judí­os, sólo hizo que el pueblo judí­o se uniera más. Los fariseos aprovecharon la ocasión para cultivar una conciencia nacional y religiosa que no ha sido igualada.

Un tercer factor que contribuyó al farisaí­smo fue el desarrollo y la organización de la religión judí­a en sí­ misma, luego del cautiverio y la revuelta. La formulación y la adaptación de la ley mosaica por parte de los escribas y rabinos, la tradición extendida y un separatismo más extremado produjeron prácticamente una nueva religión. Esta se oponí­a vehementemente a toda secularización del judaí­smo por parte del pensamiento griego pagano que habí­a penetrado en la vida judí­a luego de la conquista de Alejandro. Los fariseos se convirtieron en un grupo altamente organizado, sumamente leal los unos para con los otros y para con la sociedad, pero separado de los demás, aún de su propio pueblo. Se comprometí­an a obedecer todas las facetas de las tradiciones hasta el más í­nfimo detalle y se apegaban minuciosamente a la pureza ceremonial.

Las doctrinas de los fariseos incluí­an la predestinación, la inmortalidad del alma y la creencia en la vida espiritual, enseñanzas que los saduceos negaban (Act 23:6-9). Creí­an en una recompensa final por las buenas obras y que las almas de los malvados eran retenidas por siempre debajo de la tierra, mientras que los virtuosos resucitaban e incluso migraban a otros cuerpos (Josefo, Antig., 18.1.3; Act 23:8). Aceptaban las Escrituras del AT y alentaban la habitual esperanza mesiánica judí­a, a la que habí­an dado un giro material y nacionalista.

Fue inevitable, en vista de estos factores, que los fariseos ofrecieran una encarnizada oposición a Jesús y a sus enseñanzas (Joh 9:16, Joh 9:22). Los choques entre Jesús y los fariseos eran frecuentes y encarnizados (Mat 3:7; Mat 5:20; Mat 9:12, Mat 9:34; Mat 12:2, Mat 12:14; Mat 19:3; Mar 12:17; Luk 5:21; Luk 7:30; Luk 12:1; Luk 16:14). La reprensión más extensa de Jesús a los fariseos se encuentra en Mateo 23.

La imagen que el NT pinta de los fariseos es casi por completo negativa. Jesús condenó especialmente su ostentación, su hipocresí­a, su salvación por obras, su impenitencia y su falta de amor, pero su condena no siempre estaba dirigida a los fariseos como tales. Algunos de los fariseos fueron miembros del movimiento cristiano en sus comienzos (Act 6:7). Algunos de los grandes hombres del NT fueron fariseos: Nicodemo (Joh 3:1), Gamaliel (Act 5:34) y Pablo (Act 26:5; Phi 3:5). Cuando Pablo dijo que era fariseo, no pensaba en sí­ mismo como un hipócrita, sino que estaba haciendo referencia al más alto nivel de fidelidad a la ley.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(Que significa separados.)
Movimiento dentro del ® JUDAíSMO que habí­a alcanzado un gran desarrollo en época de Jesús. Se encuentran datos sobre los fariseos en la literatura rabí­nica, en la Biblia y en los escritos de Flavio Josefo. Los historiadores entienden que se originó después de la revuelta de los macabeos opuestos a la polí­tica helenizante de los seléucidas en la Palestina del siglo II a.C.
Poseí­an su propia halajá o interpretación de la Torá. Entre sus creencias más conocidas estaban la resurrección de los muertos, la divina providencia, el libre albedrí­o y los ángeles. También defendí­an la ley moral. Contribuyeron en forma apreciable al desarrollo del judaí­smo posterior. Al contrario de los ® SADUCEOS, no habí­a sacerdotes entre los fariseos. Se oponí­an a la influencia extranjera sobre Palestina y se caracterizaban por su observancia rí­gida de la Ley.

Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas

Véase SECTAS JUDIAS.

Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico

Secta religiosa prominente en tiempos de Jesús: Eran muy estrictos en la Ley, creí­an en la resurrección, en la inmortalidad del alma, en futuros castigos y recompensas de acuerdo con las obras hechas en vida, Mat 9:11-14, Mat 12:1-8, Mat 16:1-2, 23, Luc 11:3744, Hec 15:5, Hec 23:6-8.

– S. Pablo era fariseo, de la tribu de de Benjamí­n, Fi13:5.

– Jesús denunció su hipocresí­a, Mt.22 y 23, Lc.20, Mc.12, Mat 12:38-42, Mat 12:15.

1-20,Mat 21:33-46, Mar 8:11-21, Jua 9:40.

– Se opusieron a Jesús, y complotaron para matarlo, Mat 12:1-14, Mat 12:38-42, Mat 9:34, Mat 19:1-12, Mat 22:15-22, Mat 27:62-66, Jua 9:8-34.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

tip, RELI

ver, (transcripción griega del arameo “p’rîshã”: “separado”). Uno de los tres partidos judí­os que menciona Josefo, siendo los otros dos los saduceos y los esenios. Los fariseos eran los más rigurosos (Hch. 26:5). Con toda certeza, la secta de los fariseos apareció antes de la guerra de los Macabeos, como reacción contra la inclinación de ciertos judí­os hacia las costumbres griegas. Los judí­os fieles vieron horrorizados la creciente influencia del helenismo, y se aferraron con mayor fuerza a la ley mosaica. Al desatar la persecución contra ellos, Antí­oco Epifanes (175-163 a.C.) dio lugar a que se organizaran como partido de resistencia. Este rey de Siria ordenó la muerte de todos aquellos israelitas que no quisieran abandonar el judaí­smo ni ajustarse al helenismo. Intentó destruir todos los ejemplares de las Sagradas Escrituras, ordenó la muerte de todos los que estuvieran en posesión de un libro del Pacto o que observaran la Ley (1 Mac. 1:56, 57). Los asideos, o hassidim (judí­os piadosos e influyentes), y todos los que observaban la Ley (1 Mac. 2:42; cp. 1:62, 63), participaron en la revuelta de los Macabeos como grupo particular. Aunque no llevaban el nombre de fariseos, fueron ellos, con toda probabilidad, los precursores. Cuando la guerra perdió su carácter de lucha por la libertad religiosa y empezó a perseguir objetivos polí­ticos, los hassidim se desinteresaron. Desaparecieron de la escena durante el periodo en que Simón y Jonatán encabezaron la nación judí­a (160-135 a.C.). El término “fariseos” aparece en la época de Juan Hircano (135-105 a.C.). El mismo era fariseo, pero abandonó su partido, uniéndose a los saduceos (Ant. 13:10, 5-6). Su hijo y sucesor, Alejandro Janneo, intentó exterminar a los fariseos. Su esposa Alejandra, que le sucedió en el año 78 a.C., reconoció que la fuerza no podí­a hacer nada contra la fe; entonces favoreció a los fariseos (Ant. 13:15, 5; 16:1). Desde entonces, dominaron la vida religiosa de los judí­os. Los fariseos defendí­an la doctrina de la predestinación, que estimaban compatible con el libre albedrí­o. Creí­an en la inmortalidad del alma, en la resurrección corporal, en la existencia de los espí­ritus, en las recompensas y en los castigos en el mundo de ultratumba. Pensaban que las almas de los malvados quedaban apresadas debajo de la tierra, en tanto que las de los justos revivirí­an en cuerpos nuevos (Hch. 23:8; Ant 18:1, 3; Guerras 2:8, 14). Estas doctrinas distinguí­an a los fariseos de los saduceos, pero no constituí­an en absoluto la esencia de su sistema. Centraban la religión en la observancia de la Ley, enseñando que Dios solamente otorga su gracia a aquellos que se ajustan a sus preceptos. De esta manera, la piedad se hizo formalista, dándose menos importancia a la actitud del corazón que al acto exterior. La interpretación de la Ley y su aplicación a todos los detalles de la vida cotidiana tomaron una gran importancia. Los comentarios de los doctores judí­os acabaron formando un verdadero código autorizado. Josefo, él mismo un fariseo, dijo que los escribas no se contentaban con interpretar la Ley con más sutilidad que las otras sectas sino que además imponí­an sobre el pueblo una masa de preceptos recogidos de la tradición, y que no figuraban en la Ley de Moisés (Ant. 13:10, 6). Jesús declara que estas interpretaciones rabí­nicas tradicionales no tienen ninguna fuerza (Mt. 15:2-6) Los primeros fariseos expuestos a la persecución se distinguí­an por su integridad y valor, eran la élite de la nación. El nivel moral y espiritual de sus sucesores descendió. Los puntos débiles de su sistema se hicieron hegemónicos y les atrajeron duras criticas. Juan el Bautista llamó a los fariseos y a los saduceos “raza de ví­boras”. Jesús denunció su orgullo, hipocresí­a y su negligencia de los elementos esenciales de la ley, en tanto que daban la mayor importancia a puntos subordinados (Mt. 5:20; 16:6, 11, 12; 23:1-39). En la época de Cristo los fariseos formaban una astuta camarilla (Ant. 17:2, 4) que tramó una conspiración contra El (Mr. 3:6; Jn. 11:47-57). Sin embargo, siempre hubo entre ellos hombres sinceros, como Nicodemo (Jn. 7:46- 51). Antes de su conversión, Pablo fue fariseo. Hizo uso de ello en sus discusiones con los judí­os (Hch. 23:6; 26:5-7; Fil. 3:5). Gamaliel, que habí­a sido su maestro, era también fariseo (Hch. 5:34).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[016]
Grupo o secta que aparece en Judea en el siglo II antes de Cristo y cobra cierta importancia en el pueblo, haciéndose presente en los tiempos de Jesús. Los fariseos se opusieron a Cristo por su rigorismo, por sus actitudes aristocráticas y, sobre todo, por su orgullo de clase, tan opuesto al mensaje del divino Maestro. Despreciaban al pueblo por descarriado, mientras Jesús le amaba.

El término fariseo es arameo y significa “los separados” (perissayya). Al principio se llamaban ellos mismos los “haberim” (compañeros) y se consideraban hasidim (los puros). El nombre de fariseos se lo pusieron sus adversarios por el aislamiento al que se entregaban.

Probablemente surgieron como grupo separado del culto del templo al hacerse con el sumo sacerdocio los reyes asmoneos, descendientes de los tres Macabeos, probablemente en tiempos de Juan Hircano. Ello les originó persecuciones por parte del poder real. Llegaron a ser numerosos y defendieron de las tradiciones religiosas propias combatiendo acérrimamente toda cultura pagana o grecorromana.

El historiador judí­o Flavio Josefo le presenta como especialmente influyentes en el pueblo y como coherentes con su doctrina y sistema de vida.

En el Evangelio se caracterizan y condena por sus actitudes ostentosas y su hipocresí­a, por lo cual fueron fustigados por Jesús, según los textos evangélicos. (Mt. Cap. 13). En el pueblo tení­an cierto ascendiente por la pureza aparente que manifestaban. Incluso se diferenciaban en su vestimenta. Pero resultaban desagradables por su arrogancia y conciencia de clase, por su desprecio por la plebe y por su vanidad religiosa.

Los saduceos se les enfrentaban, pues ellos aceptaban la helenización de la vida, al mismo tiempo que ostentaban el poder sacerdotal. Eso enconaba los ánimos fariseos generando una dualidad de mando religioso: el cultual saduceo y el popular fariseo. Jesús no se alió con ninguno, sino que se presentó como profeta y rabbi independiente.

El sentido ético, espiritual y, en ocasiones, mí­stico fue un apoyo grande después de la destrucción del templo el año 70 y la casi desaparición de la clase sacerdotal en esa ocasión. Por eso su supervivencia como grupo se mantuvo varios siglos. Sin embargo, la influencia cristiana y el Evangelio hicieron del término sinónimo de hipocresí­a y de vanidad, idea con la que pasaron a la historia al desaparecer en el siglo III. (Ver Evangélicos. Grupos 1)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

DJN
 
SUMARIO: 1. . – 2. Origen. – 3. Caracterí­sticas más notables. – 4. Creencias religiosas. – 5. Jesús y los fariseos: A) Las acusaciones de Cristo; B) ¿Estaban justificadas las acusaciones de Jesús?; C) La clave de la valoración y crí­ticas está en Mt 23, 3.

1. Nombre. Fariseos (ferushim) proviene etimológicamente del verbo farash, que tiene un doble significado: explicar y separar, lo que responde muy bien a una doble caracterí­stica de los fariseos: a su práctica asidua de comentar la Ley y a su estricta observancia de la misma, que los separaba no sólo de los gentiles, sino también dentro de los mismos judí­os. Es posible que originariamente tal denominación provenga de su disgregación de los asideos, en los que tienen su origen, cuando Judas Macabeo usurpó el sumo sacerdocio.
. Origen. Se encuentra en el movimiento de los asideos (=piadoso), que apoyaron la insurrección de los Macabeos. Los asideos se caracterizaban por su entrega a la observancia de la Ley y su oposición a la helenización que los seléucidas de Siria pretendieron imponer por la fuerza a los judí­os. Pero se segregaron de ellos ante la usurpación del sumo pontificado por parte de Judas Macabeo el año 153 a. C. y la polí­tica prohelenista de los asmoneos. Los esenios (=piadosos), en los que hay que encuadrar a los monjes de Qumrán, se consideraron a sí­ mismos como los legí­timos continuadores de los asideos, teniendo como apóstatas y segregados a quienes no los siguieran a ellos. Esto se podí­a aplicar a los fariseos quienes, por lo demás, a diferencia de los qumranitas, no eran un movimiento dirigido por sacerdotes, sino por laicos, cuyo grupo dirigente lo constituí­an doctores de la Ley que no eran sacerdotes. Tal vez fueron los esenios quienes dieron a estos segregados el tí­tulo de fariseos, convertido después en tí­tulo honorí­fico. Se opusieron a Juan Hircano (135-104 a. C.), que en un principio se apoyó en ellos, y a Alejandro Janneo (104-78) que los persiguió cruelmente.

En realidad, los fariseos son los herederos de los asideos de la época de los macabeos que mantuvieron a ultranza la Ley frente a la helenización impuesta sobre todo por Antióco Epí­fanes (175-164 a. C.) al pueblo judí­o. Después de unos 150 años de cierta polí­tica nacionalista, se centran, llevados de un alto ideal religioso, en la observancia rigurosa de la Ley y sus tradiciones orales. Y en tiempos de Cristo, en distinción a saduceos y zelotas, su comportamiento es estrictamente religioso.

3. Caracterí­sticas más notables. Se dedicaban principalmente -contaban con numerosos doctores de la Ley- al estudio e interpretación de la Ley en una doble orientación: la , comentario y actualización de las normas jurí­dicas, y la , de aspecto teórico y teológico. Estrictos observadores de la misma, con el fin de asegurar su cumplimiento, establecieron numerosos preceptos (248) y prohibiciones (365), que constituyen la tradición oral, con la misma obligatoriedad que la Ley. Vení­an a ser un valladar en torno a la Ley, con lo que se trataba de evitar la transgresión de la misma, aunque fuese por ignorancia.

– Provení­an de las clases humildes de la sociedad. Habí­a doctores que tení­an a honra el ejercicio de un trabajo manual. Pero Shammai recomendaba recibir alumnos de las clases bien acomodadas. La condición de fariseo requerí­a un conocimiento notable y meticuloso de la Ley y de las tradiciones orales, lo cual exigí­a autonomí­a económica y social, habida cuenta del tiempo que aquél requerí­a. Al grupo de los fariseos podí­an pertenecer personas de todas las clases sociales, pero en su mayorí­a eran laicos. Encarnaban las aspiraciones y sentimientos de las gentes humildes en oposición a las clases aristocráticas. No ejercí­an oposición a los sacerdotes, pero le reprochaban su secularismo, su ambición y su intromisión en la polí­tica. Ellos, a pesar de su soberbia y desprecio con que miraban a los demás, eran estimados y admirados por celo en el cumplimiento de la Ley.

– Constituí­an la secta más prestigiosa en tiempo de Jesús. Según Flavio Josefo eran unos seis mil, a los que habrí­a que añadir numerosos simpatizantes. Fue decisiva su influencia en el judaí­smo, al que moldearon e imprimieron el sello caracterí­stico que les permitió sobrevivir a las catástrofes de los años 70 y 135, mientras que desaparecieron de la escena los saduceos, esenios y zelotas, barridos “por el ciclón de la destrucción romana” (E Duci), quedando del judaí­smo solamente el fariseí­smo.

4. Creencias . Los fariseos fueron herederos de los profetas. Intérpretes de la Ley, su doctrina teológica y moral era muy elevada, tanto que no todas, pero sí­ muchas llevan el sello de la doctrina farisaica. Así­ lo afirma, en su obra citada al final, J. Klausner, profesor judí­o, buen conocedor de los Evangelios.

– Los fariseos creí­an en la venida del Mesí­as y en el establecimiento de su Reino. Se creyeron el verdadero Israel (como los esenios y los monjes de Qumrán). Sólo los judí­os se salvan, pues solamente a Israel fue dada la Ley; no hay esperanza para los gentiles.

– Profesaban una decidida hostilidad respecto del ám-ha-ares (el “pueblo de la tierra”), el pueblo que no conoce la Ley y es, por lo mismo, maldito (Jn 7,49). Sostení­an que “el castigo sólo ha venido al mundo por culpa del ám-ha-ares” (TB Batra 8a). Y que todos los padecimientos y todas las calamidades de Israel provienen del ám-ha-ares. Este no tiene parte en el eón futuro. Cuando un fariseo era invitado a un banquete, primero se informaba de si asistí­an a él miembros del ám-ha-ares. En caso positivo rechazaba estar con ellos.

– Referente al ayuno -que los fariseos practicaban dos dí­as a la semana, a pesar de que el ayuno era obligatorio solamente el dí­a de la expiación (Lev 22,16s)- tení­an ideas peculiares: se podí­a ofrecer por los pecados propios, por los de los demás y por los pueblos como tal. El ayuno expí­a los pecados, vuelve propicio a Dios y acelera la liberación de Israel. También la muerte expí­a los pecados. Si un hombre es condenado a muerte por sus delitos, la pena capital tiene valor expiatorio.

– Respecto del matrimonio tení­an ideas diversas, por lo que se refiere al divorcio. Para que el hombre pudiera dar libelo de repudio a su mujer, según la escuela (laxa) de Hillel bastaba cualquier motivo: que la mujer dejase quemar la comida del marido, que la mujer saliese a la calle sin el rostro cubierto, que el marido la encontrase en la calle hablando con otro hombre…; según la escuela de Shammai (rigorista) era preciso una falta grave como el adulterio (cf Mt 19,1-9).

– Sobre el amor al prójimo, los fariseos tení­an una doctrina muy elevada. Ante la indicación de Cristo sobre la observancia de los preceptos para conseguir la vida eterna, el joven rico contesta: “Todo eso lo he guardado desde mi juventud”. Ante lo cual, Cristo “fijando en él su mirada, lo amó y le dijo: Una cosa te falta… vende lo que tienes… y ven y sí­gueme” (Mc 10,17-22). Ante la respuesta del escriba sobre lo que dice la Ley referente al primer mandamiento, Cristo le contesta: “No estás lejos del Reino de Dios” (Mc 12,28-34). J. Klausner advierte que Jesús dio virtualmente la misma respuesta que dieron Hillel y rabí­ Aqiba sobre una pregunta similar (o. c., 366). Cf. también la anécdota del pagano que va a Shammai y a Hillel con la propuesta de hacerse prosélito si le enseñaban la Ley durante el tiempo que él permaneciese apoyado en un solo pie. El primero le respondió con una regla de construcción que tení­a en la mano; Hillel (hacia el año 20 a. C.), le contestó: “Cuanto te desagrade no lo hagas a otro: esto es toda la ley; lo demás no es más que la explicación”. Los rabinos resumí­an la ley en el precepto: “no hagas a otro lo que tú no quieres que otros te hagan a ti”. El rabino Aqiba declara el mandamiento de amor al prójimo como una norma muy importante de la Torá (Sifré, Lev 19,18). Y en el Testamento de los XII Patriarcas se recomienda: “Amad al Señor con toda vuestra vida y amaos entre vosotros con singular corazón” (Test. Xll Patr. Dan 5,2; y en otros lugares). Mandatos que están entre otras disposiciones de la misma importancia. No constituyen como ocurre en la enseñanza de Jesús “el mandato” por excelencia.

– Los fariseos creen finalmente en la resurrección, en la inmortalidad personal en un más allá, en los ángeles, en la Providencia. En cuanto a la resurrección, que ellos afirman frente a los saduceos, Cristo la demuestra según las normas de la argumentación rabí­nica (Mc 12,18-27). Creen en la vida perdurable y en la condenación eterna, con una teodicea singular: si a una persona injusta le va bien en la tierra, Dios le recompensa las cosas buenas que ha hecho (nadie hay tan malo que no haga algo bien). De modo que en el juicio sólo tendrá que imponerle el castigo. Si, de modo singular, a un justo tiene sufrimientos en esta vida es para que reciba aquí­ el castigo de las transgresiones que haya cometido, de modo que en el juicio Dios tenga que darle sólo recompensa.

. Jesús y los fariseos. Hemos constatado antes la elevada doctrina que profesaban los fariseos, que algunas veces se acerca y otras coincide con la de Cristo. En cuanto a sus relaciones con Jesús, Lucas constata que, al menos, tres veces un fariseo invita a Cristo a comer a su casa (7,26; 11,37; 14,1). En una ocasión los fariseos advierten a Jesús que Herodes Antipas trama su muerte (Lc 13,31). En el relato de la pasión no se hace mención de los fariseos (sí­ de los sacerdotes y de los ancianos); habida cuenta de la hostilidad que aparece entre Jesús y ellos, el que no se haga mención de ellos, podrí­a indicar que en cuanto tales no tuvieron influjo especial en la condena de Jesús. Nicodemo era fariseo (Jn 3,1) y también Gamaliel que defendió a los apóstoles en el Sanedrí­n (He 5,34ss). Y entre los primeros cristianos habí­a fariseos, celadores de la Ley (He 15,5; 21,20). Podrí­amos añadir el testimonio de Pablo que presenta entre sus privilegios su condición de fariseo (Fil 3,5), proclama ante los judí­os que él ha sido instruido a los pies de Gamaliel (He 22,3), y en el discurso de Pablo ante el Sanedrí­n los fariseos lo defienden frente a los saduceos (He 23,9). Sin embargo Cristo lanza contra ellos graves acusaciones.

A) Las de Cristo. Ya el Bautista habí­a increpado duramente a los fariseos (y saduceos) a quienes denomina “raza de ví­boras” (Mt 3,1-9).

– Cristo, que aparece muy pronto opuesto a ellos, desenmascara su formulismo religioso, les hace muy duras recriminaciones y les anuncia su reprobación.

†¢ Al principio del Sermón de la montaña dice a sus discí­pulos: “Os digo que, si vuestra justicia no es mayor (de mejor condición) que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 5,20). Después rechaza las actitudes hipócritas de los fariseos en tres cosas importantes en la espiritualidad judí­a: la limosna, la oración y el ayuno. Realizan los actos correspondientes a ellas de manera ostentosa con el fin de ser vistos y tenidos por piadosos ante los hombres (Mt c. 6).

†¢ En el c. 23 Mt les acusa de predicar el bien y no practicarlo, de jactarse por cumplir los mandamientos, de aumentar sus filacterias, de buscar los puestos de honor en la mesa y en las sinagogas, del gusto con que escuchaban ser llamados “Rabí­”. Les acusa asimismo de hipócritas, de purificar la copa y la fuente, mientras asolaban la casa de las viudas, de diezmar incluso la menta, el comino y el aní­s y luego no cumplen con los mandamientos de la Ley, como la justicia, la misericordia y la fe. Los describe como “ciegos conductores de ciegos”, como hombres que “filtran el mosquito y dejan pasar el camello”, como “sepulcros blanqueados”, limpios por fuera, pero llenos de podredumbre por dentro. Engalanaban las tumbas de los profetas muertos y apedreaban a profetas semejantes vivos. Así­ recoge las acusaciones del c. 23 J. Klausner.

†¢ Les anuncia su reprobación. En la parábola de los viñadores homicidas les dice que “Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos” (Mt 21,43). La parábola del banquete nupcial constata: “Se airó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad” (Mt 22,7). En el Apóstrofe a Jerusalén, Cristo anuncia: “Se os va a dejar desierta vuestra casa” (Mt 23,38). Jesús va a ser rechazado, y Dios abandonará Jerusalén y su Templo. En Mt aparece más que en ningún otro evangelio la trí­ada: cumpla, castigo, reprobación (A. Anton).

B) ¿Estaban justificadas las acusaciones de Jesús? Hay quienes han dicho (muchos judí­os y algunos cristianos) que Cristo no fue justo en sus acusaciones contra los fariseos. Pero los testimonios de la Mishná, del Talmud y de Klausner manifiestan que tales acusaciones estaban justificadas:

– La á dice muchas cosas duras contra los diversos tipos de fariseos hipócritas: “Un estúpido, un bribón astuto, una mujer santurrona y la plaga de los fariseos, en opinión de los tanaí­m (herederos ellos mismos de los fariseos) son los seres que destruyen el mundo”. Cuando uno de los discí­pulos de R. Yehuda ha-Nasí­ fue ví­ctima de un estafador, el Rabí­, desconsoladamente, dijo: “En lo que respecta a este hombre, le aflige la plaga farisaica” (Mishná Sotá, III, 41).

El (=Talmud) enumera siete tipos de fariseos de los que sólo dos (tal vez uno) merecen la opinión favorable de los tanaí­m: “Hay siete clases de fariseos: el fariseo (jorobado), el fariseo (tenedurí­a de libros), el fariseo (golpeador o prestatario), el fariseo (semejante a la peste), el fariseo “haré lo que es mi obligación”, el fariseo “por temor” y el fariseo “por amor”. (J. Sofá 111, 4). No es fácil determinar el sentido de algunos de estos términos, que los Talmudes interpretan de modo muy diferente. “Al Talmud -dice Klausner- le disgustan todos estos tipos (quizá con la excepción del fariseo “por amor” que podí­a exagerar su piedad farisaica con una intención perfectamente buena), y llama a sus maneras extremistas, ascéticas y autosatisfechas “la plaga farisea”. Considera el fariseí­smo extremo como la conducta de un “jasid estúpido”, y su hipocresí­a y orgullo como propios de “un bribón astuto” y de una “mujer santurrona”; su gazmoñerí­a y mojigaterí­a equivalen a las de una “virgen en ayuno o una viuda casquivana” (p. 207).

Hay un relato análogo en Rabí­ Eleazar que dice: “Y la plaga de los fariseos, es decir, de los que aconsejan a los huérfanos que se hagan mantener por las viudas”, lo que corresponde a Mc 12,40; Lc 20,47.

– Joseph , recoge las acusaciones, en la forma antes indicada, y dice que no se puede negar la razón de las mismas y tenerlas por invenciones. “No vale la pena negar estos cargos y afirmar, como la mayor parte de los judí­os eruditos de tendencia apologética, que son meras invenciones” (p. 206). “Debemos admitir -escribir- que el fariseí­smo tiene efectivamente un defecto serio que permite a los más hipócritas la jactancia del mero cumplimiento de los mandamientos, defecto que justifica el ataque de Jesús, (como) judí­o, e incluso fariseo. Pues, aunque no haya sido un fariseo completo, Jesús tení­a como todo o maestro de aquellos dí­as, mucho más de fariseo que de saduceo “los esenios no eran más que exponentes de ciertos extremos del fariseí­smo” (p. 208).

Lógicamente J. Klausner, como buen judí­o, trata de disculparlos en la medida de lo posible. Toda sociedad, dice, tiene tiempos o situaciones de relajamiento o deformación, miembros que no se mantienen fieles a su Fundador. Lo que ocurrí­a entonces en Israel. Pero una religión, advierte,-debe ser juzgada por sus principios y por sus mejores maestros, más que por sus miembros indignos; debe ser juzgada por lo mejor que posee y no por lo peor. Y añade: “¿Qué pensarí­an los eruditos cristianos si juzgáramos al cristianismo, no por su Fundador, ni por sus primeros Padres y Santos que murieron como mártires, sino por la multitud de cristianos hipócritas y mojigatos que ha habido en todas las generaciones?” (p. 208).

) La clave de la valoración y crí­ticas está en Mt 23,3: “Haced lo que ellos dicen, no lo que ellos hacen”.

– Hemos puesto de relieve que los fariseos eran los intérpretes de la Ley y la elevación de su doctrina y que muchas sentencias de Cristo llevan el sello de la doctrina de los fariseos. Klausner llega a afirmar: “Sin el fariseí­smo, la carrera de Jesús es incomprensible e incluso habrí­a sido imposible, y que a pesar del antagonismo cristiano hacia los fariseos, las enseñanzas de éstos constituyeron la base de la primitiva doctrina cristiana, hasta la época en que esta última comenzó a recoger elementos de fuentes no judí­as” (p. 209). Así­ tení­a que hablar un judí­o. El cristiano sabe de dónde viene la doctrina netamente cristiana.

– Pero hagáis que ellos hacen. Los testimonios antes citados y los Evangelios nos dicen que los fariseos eran hipócritas, amigos de la ostentación con el fin de ser vistos por los demás como justos y observadores de la Ley. Habí­an reducido la religión a un formulismo exterior. Las acusaciones de Cristo no iban contra los fariseos en cuanto tales, ni contra su doctrina, sino contra las formalidades externas en las que hací­an constituir la religión (J. Bonsirven). Además imponí­an a sus adeptos una red de minuciosas observancias que ellos mismos se las ingeniaban para soslayarlas (Mt 12,11; Lc 13,15; Jn 7,22-24). También R. Jojanán Ben Zacai condenaba severamente a “quienes exigen el bien y no lo practican” (Jagiga, 14a). -> contexto; ; literatura intertestamental; enemigos.

BIBL. — JOSEP KAUSNER, ús de Nazaret. Su vida, su tiempo y enseñanza. Ed. Paidos, Buenos Aires 1971; MANUEL REVUELTA SAí‘UDO, de Cristo, Desclée, Bilbao 1960, 81-99 184-202; JOHANNES LEIPOLDT WALTER GRUNDMANN, mundo del Nuevo Testamento, v. 1 Cristiandad, Madrid 1973, -299; AUGUSTíN GEORGE y PIERRE GRELOT, ón crí­tica al Nuevo Testamento, Herder, Barcelona 1983, 153-158; CHRISTIANE SAULNIER, , en Enciclopédico de la Biblia, Herder , 602.

Pérez

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Partido o grupo judí­o de tiempos de Jesús. No constituí­an un grupo de poder, sino de comunión vital, aunque al principio parece que estaban más implicados en la acción polí­tica. Suelen vincularse con los hasidim, asideos o piadosos, opuestos al proceso de helenización del judaismo, desde la crisis macabea (primera mitad del siglo II a.C.). Pero la misma evolución del judaismo y su trayectoria religiosa les llevó a constituirse como fraternidades piadosas de separados (eso significa su nombre), que ponen de relieve la exigencia de pureza del judaismo. No se oponen a los sacerdotes, pero acentúan de tal manera la experiencia de pureza sacerdotal que quieren convertir cada casa judí­a en un templo y cada comida en un sacrificio de alabanza a Dios. Por eso se comprometen a vivir conforme a las normas de pureza más estricta de la Ley sagrada, que, de un modo normal, conforme al Leví­tico, sólo se aplicaba para los sacerdotes en funciones, dentro del templo. Así­ aparecen en tiempos de Jesús o, al menos, al comienzo de la Iglesia. En principio, los fariseos no pretenden dominar sobre otros, sino vivir intensamente la experiencia de pureza de la tradición israelita, cultivando de un modo radical las normas de separación sagrada. Todo nos permite suponer que ellos no se oponí­an de un modo directo a Jesús en el tiempo de su vida, pues ellos (fariseos y Jesús) representan movimientos de renovación judí­a bastante semejantes. El mismo hecho de parecerse a los seguidores de Jesús les llevará más tarde a enfrentarse con ellos, de una forma que ha quedado bien destacada por Pablo, los evangelios sinópticos y Juan. Esta oposición se debe al hecho de que unos y otros, cristianos y fariseos, recrearán de formas distintas la misma herencia israelita, formando instituciones religiosas duraderas, que siguen existiendo hasta el dí­a de hoy.

Cf. J. JEREMíAS, Jerusalén en tiempos de Jesiis, Cristiandad, Madrid 1977; E. P. SANDERS, Judaism. Practice and Belief. 63BCE66CE, SCM, Londres 1992.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Importante secta religiosa del judaí­smo que existí­a en el siglo I E.C. Según algunos eruditos, el término significa literalmente †œseparados; separatistas†, quizás debido a que evitaban la inmundicia ceremonial o se separaban de los gentiles. No se sabe con exactitud cuándo apareció esta secta. Los escritos del historiador judí­o Josefo indican que en el tiempo de Juan Hircano I (segunda mitad del siglo II a. E.C.) los fariseos ya eran un grupo influyente. Josefo escribió: †œGozan de tanta autoridad en el pueblo que si afirman algo incluso contra el rey o el pontí­fice [el sumo sacerdote], son creí­dos†. (Antigüedades Judí­as, libro XIII, cap. X, sec. 5.)
Josefo también proporciona detalles sobre las creencias de los fariseos. Dice: †œCreen también que al alma le pertenece un poder inmortal, de tal modo que, más allá de esta tierra, tendrá premios o castigos, según que se haya consagrado a la virtud o al vicio; en cuanto a los que practiquen lo último, eternamente estarán encerrados en una cárcel; pero los primeros gozarán de la facultad de volver a esta vida†. (Antigüedades Judí­as, libro XVIII, cap. I, sec. 3.) †œPiensan que el alma es imperecedera, que las almas de los buenos pasan de un cuerpo a otro y las de los malos sufren castigo eterno.† (La Guerra de los Judí­os, libro II, cap. VIII, sec. 14.) Con respecto a sus ideas en cuanto al destino o la providencia, Josefo informa: †œAtribuyen todo al destino y a Dios y creen que la facultad de actuar bien o mal depende en gran parte del hombre mismo, pero que el destino debe colaborar en cada acto particular†. (La Guerra de los Judí­os, libro II, cap. VIII, sec. 14.)
Las Escrituras Griegas Cristianas revelan que los fariseos ayunaban dos veces a la semana, entregaban escrupulosamente el diezmo (Mt 9:14; Mr 2:18; Lu 5:33; 11:42; 18:11, 12) y no estaban de acuerdo con la creencia de los saduceos de que †œno hay ni resurrección, ni ángel, ni espí­ritu†. (Hch 23:8.) Se enorgullecí­an de ser justos (en realidad, justos a sus propios ojos) y miraban despectivamente a la gente común. (Lu 18:11, 12; Jn 7:47-49.) Para impresionar a otros con su justicia, †˜ensanchaban las cajitas que contení­an escrituras y que llevaban puestas como resguardos, y agrandaban los flecos de sus prendas de vestir†™. (Mt 23:5.) Amaban el dinero (Lu 16:14) y deseaban prominencia y tí­tulos lisonjeros. (Mt 23:6, 7; Lu 11:43.) Eran tan tendenciosos al aplicar la Ley que la hací­an gravosa para el pueblo, insistiendo en que se observase según sus conceptos y tradiciones. (Mt 23:4.) Perdieron de vista por completo los asuntos importantes, es decir, la justicia, la misericordia, la fidelidad y el amor a Dios. (Mt 23:23; Lu 11:41-44.) Por otra parte, se esforzaban en gran manera por hacer prosélitos. (Mt 23:15.)
Las principales cuestiones por las que contendí­an con Cristo Jesús tení­an que ver con la observancia del sábado (Mt 12:1, 2; Mr 2:23, 24; Lu 6:1, 2), el adherirse a la tradición (Mt 15:1, 2; Mr 7:1-5) y la asociación con los pecadores y los recaudadores de impuestos (Mt 9:11; Mr 2:16; Lu 5:30). Al parecer, los fariseos pensaban que se contaminaban si se asociaban con personas que no observaban la Ley según el punto de vista de ellos (Lu 7:36-39); por lo tanto, pusieron reparos cuando Cristo Jesús se asoció e incluso comió con pecadores y recaudadores de impuestos. (Lu 15:1, 2.) Los fariseos criticaban a Jesús y a sus discí­pulos debido a que no observaban el lavado de manos tradicional (Mt 15:1, 2; Mr 7:1-5; Lu 11:37, 38), pero Jesús expuso lo equivocado de su razonamiento y mostró que eran violadores de la ley de Dios por adherirse a tradiciones de origen humano. (Mt 15:3-11; Mr 7:6-15; Lu 11:39-44.) Más bien que regocijarse y glorificar a Dios por las curaciones milagrosas efectuadas por Cristo Jesús en sábado, los fariseos se llenaron de ira por lo que consideraban una violación de la ley del sábado y tramaron matarle. (Mt 12:9-14; Mr 3:1-6; Lu 6:7-11; 14:1-6.) Dijeron a un hombre ciego a quien Jesús habí­a curado en sábado: †œEste no es hombre de Dios, porque no observa el sábado†. (Jn 9:16.)
La actitud que manifestaron los fariseos mostró que en su interior no eran ni justos ni limpios. (Mt 5:20; 23:26.) Al igual que los demás judí­os, tení­an que arrepentirse. (Compárese con Mt 3:7, 8; Lu 7:30.) Pero la mayorí­a de estos fariseos prefirieron permanecer ciegos espiritualmente (Jn 9:40) e intensificaron su oposición al Hijo de Dios. (Mt 21:45, 46; Jn 7:32; 11:43-53, 57.) Algunos fariseos acusaron falsamente a Jesús de expulsar demonios por medio del gobernante de los demonios (Mt 9:34; 12:24) y de ser un testigo falso. (Jn 8:13.) Por otra parte, ciertos fariseos intentaron intimidar al Hijo de Dios (Lu 13:31), le exigieron que les mostrase alguna señal (Mt 12:38; 16:1; Mr 8:11), procuraron entramparle en su habla (Mt 22:15; Mr 12:13; Lu 11:53, 54) y, además, intentaron ponerle a prueba por medio de preguntas (Mt 19:3; 22:34-36; Mr 10:2; Lu 17:20). Finalmente, Jesús acalló sus preguntas planteándoles cómo podrí­a el hijo de David ser el Señor de David al mismo tiempo. (Mt 22:41-46.) En la chusma que posteriormente detuvo a Jesús en el jardí­n de Getsemaní­ habí­a fariseos (Jn 18:3-5, 12, 13), así­ como también entre los que pidieron a Pilato que asegurase la tumba de Jesús para que nadie pudiera robar el cuerpo. (Mt 27:62-64.)
Los fariseos ejercieron una influencia tan grande durante el ministerio terrestre de Cristo Jesús, que las personas prominentes tení­an temor de confesar fe en él abiertamente. (Jn 12:42, 43.) El fariseo Nicodemo debió ser una de estas personas temerosas. (Jn 3:1, 2; 7:47-52; 19:39.) Es posible también que hubiese fariseos que no manifestaran una oposición enconada o que más tarde se hicieran cristianos. Por ejemplo, el fariseo Gamaliel aconsejó no oponerse a la obra de los cristianos (Hch 5:34-39), y el fariseo Saulo (Pablo) de Tarso llegó a ser un apóstol de Jesucristo. (Hch 26:5; Flp 3:5.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

farisaios (farisai`o”, 5330), de una palabra aramea, peras (que se halla en Dan 5:28), que significa separar, debido a una manera de vivir diferente a la de la generalidad de la gente. Los fariseos y saduceos aparecen como partidos distintos en la última mitad del siglo II a.C., aunque representan tendencias que se pueden seguir mucho más atrás en la historia del judaí­smo, tendencias que se acentuaron después del retorno de Babilonia (537 a.C.). Los progenitores inmediatos de los dos partidos fueron, respectivamente, los jasideos y los helenistas; los últimos, antecesores de los saduceos, tení­an la intención de eliminar la estrechez del judaí­smo, y participar en las ventajas de la vida y cultura griegas. Los jasideos, una transliteración del término hebreo jasidim, esto es, los piadosos, eran un grupo de hombres celosos de la religión, que actuaban bajo la conducción de los escribas, en oposición al impí­o partido helenizante; se refrenaron de oponerse al legí­timo sumo sacerdote incluso cuando este se puso de parte de los helenistas. Así­, los helenizantes eran una secta polí­tica, en tanto que los jasideos, cuyo principio fundamental era una separación completa de los elementos no judí­os, eran el partido estrictamente legal entre los judí­os, y llegaron finalmente a ser el partido más popular e influyente. En su celo por la ley casi llegaron a deificarla, y su actitud se tornó meramente externa, formal y mecánica. Poní­an el énfasis no en la rectitud de la acción, sino en su corrección formal. Como consecuencia, fue inevitable su oposición a Cristo; su manera de vivir y su enseñanza eran esencialmente una condenación de las suyas; de ahí­ sus denuncias contra ellos (p.ej., Mat 6:2,5,16; 15.7 y cap. 23). Mientras los judí­os seguí­an divididos en estos dos partidos, la expansión del testimonio del evangelio tiene que haber producido lo que para el público tiene que haber sido una nueva secta, y en el gran desarrollo que tuvo lugar en Antioquí­a (Act 11:19-26), el nombre “cristianos” parece haber sido un nombre popular aplicado a los discí­pulos como una secta, siendo empero la causa primaria su testimonio de Cristo (véase crematizo en LLAMAR). La oposición tanto de fariseos como de saduceos (que no obstante seguí­an enfrentados entre sí­, Act 23:6-10) contra la nueva “secta” siguió sin disminuir durante la época apostólica.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

La secta judí­a de los fariseos (heb. “los separados”) comprendí­a en tiempos de Jesús alrededor de seis mil miembros; como la de los asenios, se la relaciona ordinariamente con los asideos (heb. hrnridim: “los piadosos”) que en tiempo de los macabeos lucharon encarnizadamente contra la influencia pagana (1Mac 2,42). Contaba entre sus miembros a la totalidad de los escribas y de los doctores de la ley, como también a cierto número de sacerdotes. Organizando a sus miembros en cofradí­as religiosas trataba de mantenerlos en la fidelidad a la ley y en el fervor.

1. Orí­genes del conflicto con Jesús. Parece que históricamente la responsabilidad de la muerte de Jesús incumbe en primer lugar a la casta sacerdotal y a los saduceos; a los fariseos no se los nombra en los relatos de la pasión (excepto Jn 18,3); algunos de ellos asumieron abiertamente la defensa de Jesús (Jn 7,50; 9,16) y de los cristianos (Act 5,34; 23,9); varios vieron en Jesucristo al que *cumplí­a o realizaba su fe judí­a (Act 15,5) – así­ Pablo, su más ilustre representante (Act 26,5; Flp 3,5) -. Es un hecho, sin embargo, que gran número de fariseos se opuso encarnizadamente a la enseñanza y a la persona de Jesús. Esta oposición, no ya el oportunismo de los sumos sacerdotes, es la que ofrecí­a interés a los ojos de los evangelistas, puesto que caracterizaba el conflicto entre el judaí­smo y el cristianismo.

Para no juzgar farisaicamente a los fariseos de tiempos pasados es preciso reconocer las cualidades que dieron origen a sus excesos. Jesús admira su *celo (Mt 23,15), su solicitud por la perfección y por la *pureza; Pablo subraya su voluntad de practicar minuciosamente la ley; hay que fe-licitarlos por su adhesión a tradiciones orales vivas. Pero escudándose en su ciencia legal aniquilan el precepto de Dios con sus *tradiciones humanas (Mt 15,1-20), desprecian a los ignorantes en nombre de su propia justicia (Le 18.11s); impiden todo contacto con los pecadores y los publicanos limitando así­ a su horizonteel *amor de Dios; consideran incluso que tienen derechos para con Dios en nombre de su práctica (Mt 20,1-15; Lc 15,25-30). Y como, según Pablo (Rom 2.17-24), no pueden poner en práctica este ideal, se comportan como *hipócritas, “sepulcros blanquea-dos” (Mt 23,27). Encerrados en su universo legalista, están ciegos a toda luz, que venga de fuera y se niegan a reconocer en Jesús más que a un impostor o un aliado del demonio.

2. El fariseí­smo. Esta utilización de la palabra “fariseos” en un contexto de polémica determina un uso habitual en la tradición cristiana. En este sentido restringido el fariseí­smo no es una secta, sino un espí­ritu, opuesto al del evangelio. El cuarto evangelio conservó algunas es-cenas tí­picas sobre la ceguera de los fariseos (Jn 8,13; 9,13.40), pero ordinariamente los asimila a los “*judí­os”, mostrando así­ que su conflicto con Jesús tiene un valor transhistórico. Hay fariseí­smo cuando se cubre uno con la máscara de la *justicia para dispensarse de vivirla interiormente o de reconocerse *pecador y escuchar el llamamiento de Dios, cuando encierra uno el amor de Dios en el cí­rculo estrecho de su ciencia religiosa. Esta mentalidad se descubre en el cristianismo naciente, entre los judeocristianos con que tropezará san Pablo (Act 15,5): éstos quieren someter a prácticas judí­as a los convertidos procedentes del paganismo y de esta manera mantener bajo el yugo de la *ley a los que habí­an sido *liberados de él por la muerte de Cristo. Hay también fariseí­smo en el cristiano que desprecia al judí­o desgajado del árbol (Rom 11,18ss). El fariseí­smo amenaza al cristianismo en la medida en que éste retrocede al estadio de observancia legal y desconoce la universalidad de la *gracia.

-> Hipócrita – Incredulidad – Judí­o Justicia.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Farisaioi (hebreo p̄әrûšîm) = término semítico para uno que ha sido separado, separatista, aunque raramente se encuentra en singular (Lc. 7:36; Hch. 5:34; Fil. 3:5). Los fariseos se asocian generalmente con los escribas (Mt. 5:20) y saduceos (Mt. 16:1) o con los herodianos (Mt. 22:15) en su oposición a Jesús. Su origen es desconocido. Algunos sostienen que ellos se separaron de Judas Macabeo en el advenimiento de Alcimus en el año 162 a.C. y que eran los hasidim, un grupo de resistencia pasiva dedicados a la observancia del judaísmo. Josefo los distingue de los esenios y saduceos en los días de Jonatán, en el año 146 a.C. Otros los miraron como los haberim quienes desertaron de Hircano alrededor del año 135–104 a.C. y que juraron una observancia escrupulosa de la ley (Mishna). Bajo Alejandra (76 a.C.), cuyo hermano era un fariseo, fueron admitidos en el Sanedrín y comenzaron a dominar en la política; apoyaron la política pro-romana de Antípater, y Herodes el Grande cooperó con los influyentes rabinos Polio y Sameas. En el tiempo de Jesús, ellos controlaban las sinagogas y escuelas y eran respetados por las masas (Ant. 18:1, 3).

Su creencia se equilibraba entre el fatalismo de los esenios y la posición liberal de los saduceos (Historias de la guerra judía 2, 8, 14). Creían en la resurrección después de la muerte, en los ángeles, y en las recompensas y castigos futuros, (Hch. 23:8), y citaban el pentateuco para probarlo (p. ej., Nm. 18:28) como Jesús (Lc. 20:37). Reverenciaban especialmente la tradición de los escribas (Mr. 7:9; Ant. 13, 10, 6) a la que se veían atados. Mientras que los saduceos ignoraban los cambios, ellos trataban de ajustar la ley a nuevas situaciones por medio de interpretaciones prácticas. Practicaban el exorcismo (Lc. 11:19). Su diezmo y ayuno eran voluntarios (lunes y jueves) (Lc. 18:9–14). Para la blasfemia y el adulterio, prescribían la pena de muerte. Su esperanza mesiánica encuentra expresión en los Salmos de Salomón (alrededor del año 50 a.C.) en los que se contrasta a los piadosos (fariseos) con los pecadores. Denuncian a los asmoneos y proclaman a Pompeyo como el libertador de Dios. El farisaico Testamento de los Doce Profetas (año 120 a.C.) describe al Mesías atando a Belial, ejecutando el juicio y estableciendo la nueva Jerusalén.

Los puntos de conflicto entre Jesús y los fariseos fueron: (1) su tradición que invalidaba la ley (Mr. 7:12); (2) su rígido sabatarianismo que restringía las sanidades (Mt. 12:12); (3) corrupción y regeneración moral (Mr. 7:18–23); (4) méritos y recompensas (Lc. 17:10); (5) hipocresía (Mt. 23:13); (6) la misión a los gentiles y las castas sociales (Lc. 7:36–50) y (7) su falta de humildad (Lc. 18:9–14). Jesús compartió algo de su enseñanza más espiritual (Lc. 10:27, 28) y ciertos fariseos como Nicodemo le apoyaron.

BIBLIOGRAFÍA

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Denis H. Tongue

HDB Hastings’ Dictionary of the Bible

JTS Journal of Theological Studies

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (260). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

I. Historia

La obra de *Esdras fue continuada por los que trataban de dominar el texto y la enseñanza de la ley en todos sus detalles—los escribas del NT fueron sus descendientes espirituales—y por el círculo más amplio de los que meticulosamente trataban de poner en práctica su enseñanza. A comienzos del ss. II a.C. los encontramos con el nombre de ası̂dı̂m, e. d. los fieles de Dios (* Asideos).

El nombre “fariseo” aparece primeramente en el contexto de los primeros reyes-sacerdotes asmoneos. Los asideos probablemente se habían dividido. La minoría, basándose en la ilegitimidad del sumo sacerdocio y el abandono de ciertas tradiciones, se retiró de la vida pública a la espera de una intervención escatológica de Dios. La mayoría se proponía lograr el control de la religión del estado. La interpretación tradicional de los fariseos como “los separados” es mucho más probable que la sugerencia de T. W. Manson del sobrenombre “los persas”. Sus puntos de vista sobre el diezmo (véase inf.) hicieron ineludible su separación de la mayoría.

Bajo Juan Hircano (134–104 a.C.) tuvieron mucha influencia y contaron con el apoyo del pueblo (Jos., Ant. 13. 288–300), pero al romper con él, este se volvió hacia los saduceos. La oposición farisea bajo Alejandro Janeo (103–76 a.C.) llegó a tal punto que hasta apelaron al rey seléucida, Demetrio III, en busca de ayuda. Janeo triunfó y crucificó a unos 800 opositores importantes (Jos., Ant. 13.380). En su lecho de muerte, empero, le aconsejó a su mujer, Alejandra Salomé, quien lo sucedió (76–67 a.C.), que pusiera el gobierno en manos de los fariseos, los que desde ese momento mantuvieron una posición influyente en el sanedrín.

Sufrieron grandemente bajo Antípater y Herodes (Jos., GJ 1. 647–655), y evidentemente comprendieron que no se puede lograr fines espirituales mediante medios políticos, porque después de la muerte de Herodes vemos que algunos de ellos piden un gobierno romano directo. Por la misma razón la mayoría de ellos se opuso a la rebelión contra Roma (66–70 d.C.). En consecuencia, Vespasiano favoreció a Yohanán ben Zakkai, uno de los líderes de ellos, y le permitió establecer una escuela rabínica en Jamnia (Yavneh). Para entonces las controversias entre el partido del riguroso Shammai y el del más liberal Hillel habían terminado en un acuerdo, los saduceos habían desaparecido, y los zelotes estaban desacreditados—después de la derrota de Barcoquebá en 135 d.C. ellos también desaparecieron—de modo que los fariseos se convirtieron en los líderes incuestionados de los judíos. Para el 200 d.C. judaísmo y fariseísmo constituían términos sinónimos.

II. Relación con otros partidos

Los fariseos fueron siempre un grupo minoritario. Bajo Herodes su número fue algo superior a los 6.000 (Jos., Ant. 17.42). La posterior acritud en su relación con el pueblo común (˓am ha’āreṣ), evidenciada por muchos pasajes talmúdicos del ss. II d.C., indica que la rigurosidad de su interpretación de la ley no tenía ningún atractivo intrínseco. Los apocalípticos tenían poca influencia excepto a traves de los zelotes, y su atracción parece haberse manifestado principalmente entre un proletariado desesperado. Los saduceos provenían en su mayoría de los terratenientes acomodados; la tradición talmúdica distingue claramente entre ellos y sus aliados, la casa de Boeto, el clan sumo sacerdotal. A su modo eran tan rigurosos como los fariseos, sólo que aplicaban las leyes y sus tradiciones sin pensar en las consecuencias: dada su riqueza podían aguantarlas. Los fariseos siempre tuvieron en cuenta el interés público. No es mera coincidencia el que Shammai, el fariseo riguroso, procediera de una familia aristocrática y rica, mientras que Hillel era hombre del pueblo. Para el pueblo el atractivo principal de los fariseos era que en su mayoría provenian de la clase media baja y de las mejores capas de los artesanos y que, comprendiendo al hombre común, trataban sinceramente de hacer que la ley les resultase llevadera.

Las diferencias que destaca Josefo (GJ 2. 162–166)—la creencia farisea en la inmortalidad del alma, que habría de reencarnarse (e. d. reanimar el cuerpo de resurrección), y en la anulación del destino (e. d. Dios), mientras que los saduceos no creían ninguna de las dos cosas (cf. Mt. 22.23; Hch. 23.8)—eran secundarias evidentemente. Fundamentalmente los saduceos consideraban que el culto del templo constituía el centro y el propósito principal de la ley. Los fariseos destacaban el cumplimiento individual de todos los aspectos de la ley, del que el culto era sólo una parte, como la razón de su existencia. Las diferencias externas expresaban sus actitudes internas.

III. Enseñanza

Para la concepción farisaica de la religión resultaba básica la creencia de que el exilio bábilónico tuvo su origen en el hecho de que Israel no guardó la Tora (la ley mosaica), y guardarla constituía una obligación individual como también nacional. Pero la Torá no era simplemente “ley” sino también “instrucción”, e. d. consitía no sólo en mandamientos fijos sino que se adaptaba a las condiciones cambiantes, y de ella podía inferirse la voluntad de Dios para situaciones no mencionadas expresamente. Esta adaptación o inferencia era la tarea de quienes habían hecho un estudio especial de la Torá, y la decisión de la mayoría debía ser acatada por todos. Una de las primeras tareas de los escribas fue la de determinar el contenido de la Torá escrita (tôrâ še-biḵtaḇ). Establecieron que contenía 613 mandamientos, 248 positivos, 365 negativos. El paso siguiente consistió en “poner una cerca” alrededor de ellos, e. d. interpretarlos y complementarlos de tal modo que se eliminara la posibilidad de quebrantarlos por error o por ignorancia. El ejemplo más conocido lo constituyen las frecuentemente citadas treinta y nueve especies principales de actos prohibidos en el día de reposo. Sin embargo, no tienen nada de irrazonable o ilógico cuando se acepta la prohibición literal de trabajar en dicho día. Los mandamientos fueron aplicados por analogía a situaciones no contempladas directamente por la Torá. Todas estas elaboraciones, juntamente con las treinta y una costumbres de “uso inmemorial”, formaban la “ley oral” (tôrâ še-be-˓al peh), cuya elaboración completa es posterior al NT. Estaban convencidos de que tenían la recta interpretación de la Torá, y sostenían que esta “tradición de los ancianos” (Mr. 7.3) provenía de Moisés en el Sinaí.

Más allá de una insistencia absoluta en la unidad y la santidad de Dios, la elección de Israel y la autoridad absoluta de la Torá para él, el enfoque en la religión del fariseo era ético, no teológico. La reprobación de que fueron objeto por parte de nuestro Señor (* Hipócrita) tiene que interpretarse a la luz del hecho indudable de que éticamente ocupaban una posición más elevada que la mayoría de sus contemporáneos. El lugar destacado que los fariseos asignaban al diezmo, y su negativa a comprar comestibles a los no fariseos, o a comer en sus casas, por temor a que la comida no hubiese sido diezmada, como ocurría con frecuencia, se debía a las muy pesadas cargas creadas por los diezmos, agregados al régimen impositivo introducido por los asmoneos, los herodianos, o los romanos. Para el fariseo diezmar plenamente constituía una marca de lealtad a Dios.

Bibliografía. M. Simón, Sectas judías en tiempos de Jesús, 1962; C. F. Pfeiffer, “Sectas judías”, °DBA, pp. 584ss; J. Leipoldt, W. Grundmann, El mundo del Nuevo Testamento, 1973, pp. 293–298; F. López, “Fariseos”, °EBDM, t(t). III, cols. 451–455; E. Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús, 1985, t(t). Il, pp. 497–538; W. F. Albright, Los judíos: su historia, su aporte a la cultura, 1956.

G. F. Moore, Judaism in the First Centuries of the Christian Era, 3 t(t). 1927, 1930; L. I. Finkelstein, The Pharisees², 1962; J. W. Bowker, Jesus and the Pharisees, 1973; A. Finkel, The Pharisees and the Teacher of Nazareth², 1974; J. Neusner, The Rabbinic Traditions about the Pharisees before 70, 3 t(t). 1971; id., From Politics to Piety, 1973.

H.L.E.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Una secta o facción político-religiosa formada por adherentes del judaísmo tardío, que surgió como clase aproximadamente en el siglo III antes de Cristo. Luego del exilio, las formas gubernamentales monárquicas de los israelitas fueron cosa del pasado; en su lugar, los judíos crearon una comunidad mitad estado, mitad iglesia. Una de sus principales características fue ir adquiriendo cierto sentido de superioridad sobre las naciones paganas e idólatras con las cuales compartían su suerte. Se les enseñaba insistentemente a separarse de sus vecinos. “Y ahora haz confesión al Señor Dios de tus padres, y actúa según su complacencia, y sepárate de la gente de la tierra y de sus extrañas esposas.” (Esdras 10,11). Se prohibía estrictamente el matrimonio con los paganos, y muchos de esos matrimonios previamente contraídos, incluso de sacerdotes, fueron disueltos como consecuencia de la legislación promulgada por Esdras. Tal era el estado de cosas en el siglo III, cuando el recién introducido helenismo amenazó con destruir el judaísmo. Los judíos más celosos se separaron, haciéndose llamar “chasidim” o los “piadosos”, es decir, se dedicaron a la realización de las ideas inculcadas por Esdras, el santo sacerdote y doctor de la ley. En las violentas condiciones incidentales a las guerras de los Macabeos, estos “hombres piadosos”, algunas veces llamados también puritanos judíos, llegaron a ser una clase distinta. Fueron llamados fariseos, lo que significa, quienes se apartaron de los paganos y de las fuerzas y tendencias paganizantes contra la religión, que constantemente invadían las inmediaciones del judaísmo (1 Mac. 1,11; 2 Mac. 4,14ss.; cf. Josefo Ant., XII, 5:1).

Durante estas persecuciones de Antíoco, los fariseos se convirtieron en los más férreos defensores de la religión y tradiciones judías. Por esta causa muchos sufrieron martirio (1 Mac. 1,41ss.) y eran tan devotos a las prescripciones de la ley, que en una ocasión en que eran atacados por los sirios durante el sabbath, rehusaron defenderse (1 Mac. 2,42; ibid. 5,3 ss.). Consideraban una abominación incluso el comer en la misma mesa con los paganos, o tener alguna relación social en absoluto con ellos. Debido al heroísmo de su devoción, su influencia llegó a ser grande y de mucha trascendencia, y con el transcurrir del tiempo se convirtieron en fuente de autoridad, en lugar de los sacerdotes. En los tiempos de Nuestro Señor, tal era su poder y su prestigio, que se sentaban y enseñaban desde la “Cátedra de Moisés”. Naturalmente que este prestigio generó arrogancia y presunción, y fue causa, en muchos sentidos, de perversiones respecto a las ideas conservadoras que ellos tan firmemente apoyaban.

En muchos pasajes de los Evangelios se cita a Cristo advirtiendo a la multitud contra ellos en términos acerbos. “Los escribas y fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas], que se les salude en las plazas y que la gente les llame “Rabbí”.” (Mat. 23,1-7). Luego siguen acusaciones terribles contra los fariseos por su hipocresía, su rapacidad y su ceguera (ibid., 13-36).

Luego de los conflictos con Roma (66-135 d.C.) el fariseísmo llegó a ser prácticamente sinónimo con judaísmo. Las grandes guerras macabeas habían definido fariseísmo: otro conflicto aún más terrible le dio su ascendencia final. El resultado de ambas guerras fue crear, desde el siglo II en adelante, en el seno de una raza tenaz, el tipo de judaísmo conocido en el mundo occidental. Un estudio de la historia antigua del fariseísmo revela cierta dignidad moral y grandeza, una marcada tenacidad de propósito para servir a los altos ideales patrióticos y religiosos. En contraste con los saduceos, los fariseos representaron una tendencia democrática; contrastados con el sacerdocio, apoyaron tanto la tendencia espiritual como la democrática. Por virtud de la ley misma el sacerdocio era una clase exclusiva. A ningún hombre se le permitía ejercer una función en el Templo, a menos que demostrara su descendencia de una familia de sacerdotes. Los fariseos consecuentemente encontraron su principal función en la enseñanza y la prédica. Su trabajo estaba relacionado principalmente con las sinagogas, y trabajaron también en la educación de los niños y esfuerzos misioneros entre las tribus paganas.

En cierto sentido, el fariseísmo ayudó a limpiar el terreno y preparar el camino al cristianismo. Fueron los fariseos quienes hicieron del nacionalismo idealizado la misma esencia del judaísmo, basado en el monoteísmo de los profetas. A ellos les debemos los grandes Apocalipsis, Daniel y Enoc, y fueron ellos quienes generalizaron la creencia en la resurrección y recompensas futuras. En una palabra, su influencia pedagógica fue un factor importante en capacitar la voluntad nacional y el propósito para la introducción del cristianismo.

Sin embargo, este gran trabajo estaba acompañado de muchos defectos y limitaciones. Aunque apoyaban las tendencias espirituales, el fariseísmo desarrolló una ortodoxia arrogante y orgullosa y un formalismo exagerado, que insistía en los detalles ceremoniales a costa de preceptos más importantes de la Ley (Mat. 23,23-28). La importancia atribuida a ser descendientes de Abraham (Mat. 3,9) obscureció los asuntos espirituales más profundos, y creó un nacionalismo exclusivo y estrecho incapaz de entender una iglesia universal destinada a incluir a los gentiles tanto como a los judíos. Fue sólo por medio de la revelación recibida en el camino a Damasco, que Saulo el fariseo pudo comprender una iglesia donde todos eran por igual “semilla de Abraham”, todos “uno en Cristo-Jesús” (Gal, 3,28-29). Ese exclusivismo, unido a su propia valoración de las observancias levíticas externas, fue causa de que los fariseos se colocaran en oposición a lo que es conocido como el profetismo, que tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo hace el énfasis primordial en el espíritu religioso, y así incurrieron no sólo en los vehementes reproches del Precursor (Mat. 3,7ss.), sino también en los del Salvador (Mat. 23,25ss.).

Se puede apreciar mejor a los fariseos cuando se les compara con los zelotes por una parte y los herodianos por la otra. A diferencia de los celotes, era su política abstenerse de apelar a la fuerza armada. Creían que el Dios de la nación controlaba todos los destinos históricos y que en su propio tiempo oportuno, Él satisfaría los frustrados deseos de su pueblo escogido. Mientras tanto, el deber de los verdaderos israelitas era tener sincera devoción a la Ley, y a las múltiples observancias que sus numerosas tradiciones habían asociado a ellas, unido a una paciente espera por la súbita manifestación de la voluntad divina. Los celotes, por el contrario, estaban amargamente resentidos contra la dominación romana y hubieran apresurado con la espada el cumplimiento de la esperanza mesiánica. Es bien conocido que durante la gran rebelión y el sitio de Jerusalén, que terminó en la destrucción de la ciudad (70 d.C.) el fanatismo de los celotes les hizo ser terribles oponentes no sólo de los romanos, sino también de otras facciones dentro de sus propios compatriotas. Por otra parte, la facción extrema de los saduceos, conocida como los herodianos, estaba en simpatía con los gobernantes extranjeros y la cultura pagana, e incluso esperaban con agrado la restauración del reino nacional bajo uno de los descendientes del rey Herodes. Aún así encontramos a los fariseos haciendo causa común con los herodianos en su oposición al Salvador (Mc. 3,6; 12,13, etc.).

Bibliografía: GIGOT, Bosquejos de la Historia del Nuevo Testamento (Nueva York, 1902), 74 ss.; LE CAMUS, L’Œuvre des Apôtres, I (París, 1905), 133; FARRAR, Vida y Obra de San Pablo (Nueva York, 1880), 26-39; EATON en HASTINGS, Dicc. de la Biblia, s. v.; EDERSHEIM, Vida y Época de Jesús el Mesías, passim.

Fuente: Driscoll, James F. “Pharisees.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911.
http://www.newadvent.org/cathen/11789b.htm

Traducido por Giovanni E. Reyes. rc

Fuente: Enciclopedia Católica