GENEALOGIA

Neh 7:5 hallé el libro de la g de los que habían
1Ti 1:4 ni presten atención a fábulas y g
Heb 7:3 sin padre, sin madre, sin g; que ni tiene
Heb 7:6 pero aquel cuya g no es contada de entre


Genealogí­a (heb. yajas [como sustantivo, “genealogí­a”; como verbo, “considerar genealógicamente”]; también tôledôth; gr. guenealoguí­a). Registro de los antepasados de una persona. El “libro de las generaciones” (Gen 5:1) y el “libro de la genealogí­a” (Mat 1:1) eran listas genealógicas o registros de familia. La organización tribal de la sociedad hebrea, con su fuerte énfasis en las relaciones de familia, exigí­a listas genealógicas exactas (Num 1:2, 18). El estatus en la comunidad y ante la ley dependí­an de la identidad personal como perteneciente a cierta familia y tribu. La economí­a hebrea era eminentemente pastoril y agrí­cola, y cada tribu y familia tení­a su porción de tierra asignada (Jos_13-19). Los derechos 485 legales de la herencia se basaban en el parentesco, y la tierra no debí­a pasar de una tribu a otra ni ser transferida en forma permanente de una familia a otra, con excepción de las propiedades en las ciudades (Num 36:7, 9; Lv 25:23, 28-31; Num 27:8-11). La posición de jefe o cabeza de una tribu o familia tribal y de una casa en particular, también era cuestión de linaje. El sumo sacerdocio, el sacerdocio, el servicio leví­tico y la sucesión real eran hereditarios. En una ocasión, la imposibilidad de demostrar que descendí­an de Aarón excluyó automáticamente a ciertas personas del sacerdocio (Ezr 2:62; Neh 7:64). Que el Mesí­as habí­a de ser de la casa de David (Isa 9:6, 7; 11:1; cf Rom 1:3) dio a los componentes de esa familia un incentivo adicional para preservar un registro exacto de los miembros de su familia. Una genealogí­a válida era esencial para la estabilidad del trono, para la pureza del sacerdocio y para el estatus en la familia y en la tribu, y cada varón hebreo tení­a razones étnicas, sociales, económicas, polí­ticas y religiosas apremiantes para conservar la exactitud y prolijidad de los registros de familia. En el estudio de las listas genealógicas de la Biblia se deben tener en cuenta ciertas costumbres y modos de expresión judí­os. Por ejemplo, el término “hijo”* también puede significar “nieto” o una descendencia aun más remota (cf 1Ki 19:16 con 2Ki 9:2, 14, 20; cf Mat 1:1, 8 con 1Ch 3:11, 12). Por ello, hay listas genealógicas muy escuetas, en las que sólo se mencionan los antepasados más importantes y en las que se cubre el vací­o con la palabra “hijo”, como si cada persona en la lista fuera el descendiente inmediato del anterior (cf Ezr 7:1-5 con 1Ch 6:7-9; cf Mat_1, 8,11 con 1Ch 3:10-12, 15, 16). Además, por la ley del levirato (“hermano del esposo”) el familiar más próximo se debí­a casar con la viuda del muerto y proporcionarle un sucesor y heredero (Deu 25:5-10; cf Rth 2:20; 4:5, 10, 13, 14; Mat 22:23-28). De este modo, una persona podí­a ser el hijo real de un hombre y, sin embargo, ser conocido como hijo de otro. Obviamente, se debe tener mucho cuidado al interpretar los datos genealógicos de la Biblia. Para los cristianos, la genealogí­a más importante de las Escrituras es la de Jesucristo. Las 2 versiones, dadas por Mateo (1:1-16) y Lucas (3:23-38), se diferencian en ciertos aspectos importantes, y cada una tiene sus propios problemas. La evidencia interna lleva a la conclusión de que Mateo compuso su informe de la vida de Jesús básicamente para lectores judí­os de nacimiento. En su evangelio, Mateo enfatiza que Jesús de Nazaret fue, en realidad, Aquel de quien Moisés y los profetas dieron testimonio, y comienza su registro en la forma tí­picamente judí­a de dar el linaje de la familia de Jesús. Como el Mesí­as debí­a ser de la simiente de Abrahán (el padre de la nación judí­a; Gen 22:18; Gá. 3:16) y de David (el fundador de su familia real; Isa 9:6, 7; 11:1), Mateo presenta evidencias que demuestran que Jesús era el descendiente legal de estos 2 ilustres hombres. Si faltaba esa prueba, los judí­os declararí­an inválida su pretensión de ser el Mesí­as y ni siquiera considerarí­an otras evidencias. Por otra parte, Lucas, al escribir para gentiles, lleva la lista de antepasados hasta Adán, para demostrar que Cristo era el Salvador tanto de judí­os como de gentiles. Mateo da la descendencia directa, desde Abrahán hasta Jesús, mientras que Lucas la presenta en orden inverso, desde Jesús hasta Adán. Una caracterí­stica digna de notar en Mateo es la división de los antepasados de Cristo en 3 grupos de 14 generaciones cada una: desde Abrahán hasta David: desde David hasta la cautividad; desde la cautividad hasta Cristo (Mat 1:17). Su omisión de Azarí­as, Joás y Amasí­as en el v 8 (cf 1Ch 3:11, 12) y de Joacim(1Ch 3:15, 16), indica que es una lista intencionalmente abreviada como la de Ezr 7:1-5 (cf 1Ch 6:7-9), tal vez como un ayuda memoria. Además, hay sólo 41 nombres en las 3 secciones, en vez de 42, lo que hace necesario contar a David o a Jeconí­as 2 veces, como el último miembro de uno de los grupos de 14 y el 1 del grupo siguiente. Las principales diferencias entre la genealogí­a de Mateo y la de Lucas son: 1. Lucas enumera 41 descendientes de David como antepasados de Jesús; Mateo da sólo 26. 2. Excepto Salatiel, Zorobabel y José, las 2 listas son totalmente diferentes entre David y Jesús. 3. Las 2 genealogí­as convergen brevemente con Salatiel y Zorobabel, pero Mateo identifica a Salatiel como el hijo de Jeconí­as (Mat 1:12) y Lucas lo incluye como hijo de Neri (Luk 3:27). 4. Mateo identifica a José como el hijo de Jacob (11:16) y Lucas como el hijo de Elí­ (3:23). La ausencia completa de información acerca de casi todas las 64 personas entre David y Jesús, enumerados en las 2 listas, hacen que una conciliación clara entre las 2 listas sea prácticamente imposible. Sin embargo, se sabe lo suficiente de las antiguas costumbres y modos de pensar y de expresarse de los judí­os como para ofrecer una explicación enteramente plausible de las diferencias y considerar ambas listas como esencialmente correctas. 486 Estas discrepancias aparentes se explicarí­an del siguiente modo. 1. Las 41 generaciones de Lucas, que abarcan más de 900 años entre la muerte de David hasta el nacimiento de Cristo (c 5 a.C,), dan un promedio de 24 años para cada generación, en comparación con las 26 generaciones de Mateo con un promedio de 37 años cada una. La omisión intencional de por lo menos 4 nombres en Mateo sugiere la posibilidad de que aun otros más se omitieran en el perí­odo relativamente oscuro entre los 2 testamentos. Un tiempo de 24 años entre el nacimiento de una persona y el de su sucesor es mucho más probable que el de 37 años. 2. Mateo lleva el linaje de Jesús a través de la lí­nea real desde David hasta el cautiverio, y sin duda lo sigue haciendo con los herederos potenciales después del cautiverio. Lucas sigue una rama no gobernante de la familia real hasta Natán, otro hijo de David con Betsabé (Luk 3:31; cf 1Ch 3:5). Los casamientos dentro de los lí­mites de la familia real podrí­an fácilmente explicar la lista de antepasados de Cristo hasta David por medio de 2 lí­neas familiares totalmente diferentes. 3. Salatiel pudo haber sido un hijo literal de Neri como afirma Lucas (3:27) y un hijo adoptivo de Jeconí­as, o el sucesor legal de Jeconí­as por la extinción de la familia de Jeconí­as (Mat 1:12). 4. La ausencia de relaciones literales de sangre entre José y Jesús, el hecho de que los judí­os nunca introducí­an a las mujeres en los eslabones genealógicos directos, y la forma amplia en que los escritores bí­blicos usan la palabra “hijo” y “padre”, son tal vez las causas de la aparente discrepancia por la que Mateo incluye a Jacob como padre de José y Lucas pone a Elí­. Lucas, o tal vez más probablemente Mateo, usa la expresión “hijo de” (Luk 3:23) o “engendró” (Mat 1:16) en un sentido estrictamente legal y genealógico en vez de hacerlo en un sentido estrictamente literal, ya que José, el esposo de Marí­a, no podí­a ser el hijo literal tanto de Elí­ como de Jacob. Estas aparentes discrepancias han sido explicadas sobre la base de que Lucas presenta a Jesús como el descendiente de sangre de David por medio de Marí­a (cf Rom 1:3, 4), pero sin incluir en la lista a Marí­a como un eslabón en la cadena de progenitores; Mateo da la lí­nea legal y real de antepasados por medio de José, quien era el padre de Jesús de acuerdo con la ley judí­a. José pudo haber sido el hijo literal de Jacob o de Elí­ y el hijo adoptivo de uno de ellos, ya sea por medio de un casamiento por levirato de cualquiera de los dos.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

serie de los ascendientes y progenitores de cada individuo.

Las genealogí­as establecen el parentesco entre familias clanes, tribus y naciones, y se encuentran desde el Génesis, en los libros históricos, Crónicas, Nehemí­as, Esdras, hasta los Evangelios. Mediante las genealogí­as era posible conocer los derechos herenciales de alguien, establecer los linajes reales y sacerdotales, la pertenencia al pueblo escogido. En los Evangelios encontramos dos genealogí­as de Jesús: la de Mateo, que relaciona a Cristo con los principales personajes depositarios de la promesa mesiánica, Abraham y David, y con la descendencia real de éste último, Mt 1, 2-17; y la de Lucas, más universalista, que remonta la g. de Jesús hasta Adán, Lc 3, 23-38, padre de la humanidad, como se dice en las Sagradas Escrituras. Ambas genealogí­as terminan con José, quien es el padre legal de Jesús, no biológico, y, como en este caso, según el derecho hebreo, la paternidad legal, fuera por adopción, por la ley del levirato, etc., conferí­a todos los derechos hereditarios, como el linaje, en este caso el daví­dico. De Marí­a no se menciona el linaje, posiblemente el mismo del rey David.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., yachas, gr., genea-logí­a). Una lista de antepasados o descendientes, la descendencia de un antepasado o el estudio de las lí­neas de descendencia. Se compilan las genealogí­as para mostrar la descendencia biológica, el derecho de herencia, la sucesión a un puesto, o relaciones etnológicas o geográficas. La palabra ocurre varias veces en las Escrituras (1Ch 4:33; 1Ch 5:1, 1Ch 5:7; 1Ch 7:5, 1Ch 7:7, 1Ch 7:9, 1Ch 7:40; 1Ch 9:22; 2Ch 12:15; 2Ch 31:16-19; Ezr 2:62; Ezr 8:1; Neh 7:5, Neh 7:64; 1Ti 1:4; Tit 3:9).

La primera genealogí­a (Gen 4:1-2, Gen 4:17-22), con su énfasis en los oficios, muestra el surgimiento de nuevas caracterí­sticas en la cultura. Algunas genealogí­as abarcan largos perí­odos de la historia bí­blica (Gen 5:1-32; Gen 11:10-22; 1 Crónicas 1—9; Mat 1:1-17; Luk 3:23-38). La genealogí­a en Lucas 3 incluye los antepasados de Jesús hasta Adán.

Ezr 2:1-63; Ezr 8:1-20 y Neh 7:7-63 nombran por familia a los que volvieron con Zorobabel del cautiverio babilónico. El NT muestra mucho menos interés en las genealogí­as que el AT. En el AT Dios estaba reuniendo a un pueblo escogido dedicado a preservar su revelación hasta que mandara a su Hijo, quien llamarí­a un nuevo pueblo, unido no por descendencia genealógica sino por un nacimiento nuevo y espiritual.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Serie de progenitores o ascendientes de cada individuo.

La Biblia le da mucha importancia a las genealogí­as, y da muchas: (Gen. 5,10,11,35,36,46, 1 Cr. l-9, Esd.2, 8, Neh.7.

Cada “generación” duraba 40 años: (Sal 95:10). Así­, hay 10 generaciones desde Adán a Noé, y 10 desde Sem a Abraham: (Gen.S,Sal 11:10); y 14 desde Abraham a David: (Mat 1:17).

A veces se omití­a el nombre del padre, y se daba el del abuelo o bisabuelo, porque eran famosos.

Habí­a dos clases de generaciones
1- La natura: De padre a hijo.

2- La legal, de herencia: Porque cuando uno morí­a sin dejar hijos, el hermano o pariente soltero más cercano, debí­a tomar por mujer a la viuda, y procurarle hijos, los cuales se consideraban como hijos del difunto, para cuestiones de herencia y de ley, y de genealogí­as. Ese fue el caso de Rut, que fue la abuela de David: (Rut 4:2-10).

Genealogí­a de Jesucristo: La dan Mat 1:2-17, con 41 nombres; y Luc 3:23-38, con 77 nombres.

La de Mateo es “descendente”, desde Abraham a Jesús, con 14 generaciones de Abraham a David, 14 desde David a la Cautividad de Babilonia: (Jeconí­as, que se da 2 veces), y 14 desde Jeconí­as a Jesús: (¡el múltiplo de 7 era muy importante para el pueblo judí­o!, sí­mbolo de la perfección: (Ver “Siete”). Nombra 5 mujeres: (Lucas a ninguna), tres de ellas extranjeras, y tres mujeres malas: (Tamur, Rahab, las prostitutas, y Betsabé, la mujer de Urias que le quitó David), y Rut y Marí­a.

La de Lucas es “ascendente”, desde Jesús hasta Adán, para mostrar que la “salvación” es universal.

Tienen en común que las dos demuestran que Jesús era descendiente de Abraham, Judá y David, como habí­a sido profetizado: (Gen 15:18, Gen 49:812, 2 S.7-8).

Desde Abraham a David las dos son iguales. Desde David a Jesús son distintos nombres, porque Mateo da la genealogí­a a partir del padre de José, y Lucas a partir del suegro de José, de Helí­: (o Eli), el padre de Marí­a. Así­ es que muestra que Jesús era descendiente de David y Abraham por parte de padre y de madre. Algunos piensan que la descendencia de Lucas seria la “legal” de José, y no la “natural”: (Ver anteriormente “Genealogí­a”).

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Entre los hebreos, al igual que en otras naciones del Oriente Medio, se consideraba que los pueblos se desarrollaban como familias que iban creciendo, partiendo del padre, bajando luego a los hijos, los nietos, etcétera. Así­, aparecen en la Biblia varias listas de nombres que informan del origen de naciones, tribus, familias e individuos. En Gen 5:1; Gen 6:9; Gen 10:1, y pasajes similares figuran los individuos y familias que dieron lugar al nacimiento de naciones enteras. Otras listas pertenecen a clanes o familias organizadas en tribus, como pueden verse en el libro de Números. También se presentan listas que detallan el origen de ciertas familias importantes, ya sea por razones religiosas, polí­ticas o simplemente históricas. Así­, aparecen las g. de la casa de David (1Cr 2:10-15; 1Cr 3:1-24), de la familia de Leví­ (1Cr 6:1-30), de la casa de Saúl (1Cr 8:1-33) etcétera.

Cuando se presentó el retorno del exilio babilónico, el asunto de los registros genealógicos tomó mayor importancia. Sobre todo habí­a que definir quiénes pertenecí­an a la clase sacerdotal, a las familias de los levitas, etcétera. Algunas personas no pudieron probar su g. y fueron puestas aparte †œhasta que hubiese sacerdote para consultar con Urim y Tumim† (Esd 2:59-63; Neh 7:61-65). En 1Ti 1:4 y Tit 3:9 el apóstol Pablo menciona unas †œfábulas y g. sin término†. Lo más probable es que sea una referencia a enseñanzas gnósticas de la época que describen la creación como hecha a través de una gran cantidad de seres espirituales, llamados †œeones† ( †¢Gnosticismo). Los gnósticos creí­an, por ejemplo, que cada parte del cuerpo humano habí­a sido creada por un †œeón† y decí­an los nombres de cada uno de ellos. Así­, en uno de los documentos de †¢Nag Hammadi, se lee: †œEterafaope-abrón creó su cabeza, Menigestroez creó el cerebro; Asterecme el ojo derecho; Taspomoca el ojo izquierdo, y así­ sucesivamente†.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

vet, Lista de antecesores de una persona o de una familia. La organización de Israel como nación hací­a necesario guardarlas minuciosamente. El derecho a la sucesión al trono, al sumo sacerdocio, a la dirección de una tribu, de un clan, de una casa patriarcal, la misma pertenencia al pueblo escogido, dependí­an de las genealogí­as. Así­, se hallan documentos genealógicos precisos desde el mismo origen de la nación judí­a (Gn. 35:22-26; cp. Gn. 35:36; 46:8-27; Ex. 6:14- 25; Nm. 1:2, 18; 1 Cr. 5:7, 17). En la época de Esdras, debido a la pérdida de algunos registros, hubo muchos que no pudieron demostrar su lí­nea sacerdotal, y fueron por ello excluidos del sacerdocio (Esd. 2:61, 62; Neh. 7:63, 64). Las “genealogí­as interminables” contra las que advertí­a Pablo a Timoteo y a Tito parecen haber sido las genealogí­as gnósticas de eones y de otros seres imaginarios (1 Ti. 1:4; Tit. 3:9).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Sucesión de figuras que configuran el mapa de una raza, especie o familia. El estudio de las genealogí­as es propio de todas las ciencias por diversos motivos: geográficas, biológicas, sobre todo históricas. Ha sido ciencia y arte muy cultivados por la curiosidad natural de conocer los ascendientes propios y ajenos.

En algunos grupos étnicos, como en los judí­os y otros orientales, el conocer y conservar referencia de los propios ascendientes tuvo una importancia decisiva para la propia identificación.

En esa preferencia se enmarca el interés de los israelitas por los libros de familia, por las listas de ascendientes y descendientes que aparecen en la Escritura Sagrada y la conservación en la memoria de cada individuo del árbol genealógico personal.

Entre las diversas Genealogí­as que aparecen en la Sda. Escritura, la de Abrahán, la de Jacob, la de Moisés, la de Esaú (Edom), las de reyes como los asmoneos o de los herodianos, ninguna tan interesante como la del mismo Jesús.

Interesante es descubrir, explicar y comentar la doble referencia que aparecen en los sinópticos: la de Lucas (2. 23-38) con sus 56 nombres (8 grupos de 7 nombres, sin incluir a Jesús) presentada en orden ascendente; y la de Mateo (Mat. 2. 1-16) con sus 42 nombres en orden descendente (7 grupos por 6 incluyendo a Jesús).

En lo referente a la educación religiosa, interesan las genealogí­as bí­blicas que hacen posible la mejor comprensión de la Historia de la salvación. Pero es evidente que ellas representan un simple elemento histórico y no un fundamento de la fe en sí­ misma.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Los historiadores judí­os y el judaí­smo oficial apreciaban grandemente las genealogí­as. Los Libros Sagrados abundan en presentación de genealogí­as (cf. Libro de las Crónicas). Aparte de ofrecer un gran interés histórico, es bueno conocer la propia estirpe, los antepasados, el origen de la propia sangre; se solí­an elaborar de una manera ascendente y descendente; con frecuencia se introducen en su elaboración artificios literarios: se saltan eslabones, se esquematizan, se abrevian y se amplí­an. El verbo “engendrar” se puede referir a una descendencia directa o indirecta. En los evangelios tenemos dos genealogí­as distintas de Jesús (Mt 1,2-6 y Lc 3,23-38). La de Mateo es ascendente, parte de Jesús para llegar a Abrahán; la de Lucas es descendente y arranca desde el primer hombre para terminar en Jesús. Las dos presentan grandes lagunas y nombres diferentes. Al tratar de armonizarlas, hoy ya nadie dice, como antes se decí­a, que Mateo ofrece la genealogí­a de José, y Lucas la de Marí­a. Lo que se dice es que Mateo, clausurado en el coto cerrado de Israel, quiere probar la descendencia daví­dica de Jesús, y por eso, empezando por Jesús, termina en Abrahán. Lucas, más universalista, proclamador de la salvación de Jesucristo para el mundo entero, empieza por Dios, que creó a Adán, y termina en Jesús. Mateo enlaza la genealogí­a con el padre natural de José (Jacob), y Lucas con el padre legal (Helí­).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> padres, antepasados, familia). Los cristianos se hacen por el bautismo; los judí­os lo son por nacimiento. Por eso, para los judí­os resultan esenciales los padres*, patriarcas, elegidos por Dios, de quienes se sienten herederos (Gn 12,1-3). Dentro del contexto judí­o, pero en el paso al nuevo mesianismo de los cristianos, se entienden las dos genealogí­as de Jesús: la de Mateo y la de Lucas.

(1) Judaismo, un pueblo con genealogí­a. Ciertamente, los judí­os se saben hijos de Adán (el ser humano) y se sienten vinculados en su origen con todos los restantes pueblos de la tierra (como supone Gn 1-11). Pero ellos tienen además unos padres especiales que definen su genealogí­a, desde el comienzo de su historia. Así­ dicen que el Dios universal de la tierra les ha llamado de un modo especial, porque él es Dios de Abrahán, Isaac y Jacob (cf. Gn 28,13; 31,42; Ex 3,6.15; Mc 12,26) y de sus doce hijos, progenitores de las doce tribus (Rubén, Simeón, Leví­, Judá, Dan, Neftalí­, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamí­n). En ese sentido, podemos decir que la Biblia es un “libro de genealogí­as” (un sefer toledot; cf. Gn 5,1; 6,9; 10,1.10; 11,27; 25,19; Nm 3,1). Las listas genealógicas constituyen un elemento central en la constitución del nuevo judaismo, tras el exilio, especialmente en la tradición de los libros de las Crónicas (cf. también Rut 4,18; Esd 8,1-14; 10,18-44; Neh 4,72; 12,1-27). Una figura genealógica especial para el judaismo es Abrahán*. Ciertamente, los judí­os han vivido cerca de otros pueblos que también se dicen hijos de Abrahán e Isaac (ismaelitas, amalecitas, árabes). Pero sólo los Doce hijos de Jacob (= Israel), descendientes de Abrahán, han sido elegidos para dar un testimonio más intenso de Dios y así­, de un modo especial, deben mantener su identidad y diferencia entre los pueblos de la tierra. La primera institución de Israel es, por tanto, la genealogí­a. Los judí­os se sienten y saben elegidos por el mismo hecho de su nacimiento dentro del pueblo. Tomada como puro privilegio, esa identidad por nacimiento serí­a signo de orgullo y harí­a a los judí­os una simple raza de este mundo, en lí­nea de exclusivismo nacional. Pero ella puede entenderse y extenderse como institución de gratuidad, don y tarea creadora: Dios mismo distingue y separa a los judí­os de las otras naciones, para hacerles pueblo santo, portadores de su Ley sobre la tierra (cf. Gn 12,1-3). En ese sentido, la Biblia actúa también como libro de genealogí­a, donde se cuentan y fijan los antepasados de las familias de todos los pueblos del mundo (Gn 5; 10; 11,10.32) y de un modo especial las familias de los israelitas, y, dentro de ellos, de los que pertenecen a estirpes sacerdotales (cf. Nm 1-4). Conforme a la visión de los libros de Esdras-Nehemí­as, el judaismo estricto está vinculado a las genealogí­as de los israelitas (judí­os y levitas) puros que vuelven de Babilo nia (cf. Esd 8,1; Neh 7,6-71). Jesús de Nazaret fue crí­tico respecto a las tradiciones de los antepasados, vinculadas a las pretensiones genealógicas de las familias* puras (cf. Mc 7,1-13 par); desde esa base se entienden sus genealogí­as, tal como han sido transmitidas por los evangelios: Mt 1,1-17 incluye en ella varias mujeres irregulares; Lc 3,23-38 le vincula con el conjunto de la humanidad. Confirma esa crí­tica de Jesús, el cristianismo ha superado una visión genealógica de la religión, que se sigue conservando, al menos en principio, dentro del judaismo rabí­nico moderno. En ese sentido, podemos afirmar que el judaismo sigue siendo una religión de los antepasados (padres, patriarcas), que son fuente y signo de experiencia religiosa; de esa forma puede vincularse con experiencias religiosas de otros pueblos, especialmente de Africa y China, donde el reconocimiento de los antepasados constituye un momento de la vinculación sagrada del hombre.

(2) Genealogí­a de Jesús según Mateo. Introducción. (Marí­a*, madre de Jesús, Tamar*, Rajab*, Rut*, Urí­as*). Conforme a la tradición israelita, la identidad personal de un hombre o mujer no se define en clave de esencia (desde la pertenencia a la especie humana) o en lí­nea existencial (por su conciencia particular como individuo), sino en perspectiva genealógica: Jesús es judí­o porque nace de una lí­nea familiar judí­a. “Libro de la genealogí­a de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac; Isaac engendró a Jacob; Jacob a Judá y a sus hermanos; Judá de Tamar a Fares y a Zéraj; Fares a Hesrón; Hesrón a Aram; Aram a Aminadab; Aminadab a Naasón; Naasón a Salmón; Salmón de Rajab a Boaz; Boaz de Rut a Obed; Obed a Jesé; Jesé al rey David. David a Salomón, de la mujer de Urí­as; Salomón engendró a Roboam; Roboam engendró a Abí­as; Abí­as engendró a Asa; Asa engendró a Josafat; Josafat engendró a Joram; Joram engendró a Ozí­as; Ozí­as engendró a Jotam; Jotam engendró a Acaz; Acaz engendró a Ezequí­as; Ezequí­as engendró a Manasés; Manasés engendró a Amón; Amón engendró a Josí­as; Josí­as engendró a Jeconí­as y a sus hermanos en el tiempo de la deportación a Babilonia. Después de la deportación a Babilonia, Jeconí­as engendró a Salatiel; Salatiel engendró a Zorobabel; Zorobabel engendró a Abiud; Abiud engendró a Eliaquim; Eliaquim a Azor; Azor a Sadoc; Sadoc a Aquim; Aquim a Eliud; Eliud a Eleazar; Eleazar a Matán; Matan a Jacob. Jacob a José, esposo de Marí­a, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo. De manera que todas las generaciones desde Abrahán hasta David son catorce generaciones, y desde David hasta la deportación a Babilonia son catorce generaciones, y desde la deportación a Babilonia hasta el Cristo son catorce generaciones” (Mt 1,1-17). Mateo ha recogido (y elaborado) esta tabla de los antepasados israelitas de Jesús, organizándola sistemáticamente en tres conjuntos dobles de catorce generaciones cada uno. Según la visión septenaria de la cronologí­a judí­a, esto significa que se han cumplido ya seis septenarios o semanas de la humanidad. Con Jesús empieza la séptima y última semana, el final o cumplimiento de la historia. De esa forma, Mateo comienza asumiendo la tradición israelita, empeñada en mantener la pureza de sangre como principio de genealogí­a nacional. Esa pureza define al pueblo de elegidos, herederos de Abrahán, frente a las restantes naciones de la tierra. Jesús se ha encarnado según eso en la tradición del pueblo limpio, como buen judí­o entre buenos judí­os. Pero el conjunto del evangelio de Mateo destacará la crisis de esa visión de la identidad nacional: Jesús rechazará el principio judí­o de separación de los limpios (fundada en la sangre familiar pura, en los buenos ritos de comida…), ofreciendo el reino de Dios a los impuros y expulsados. Pues bien, la genealogí­a de Jesús ha querido situarnos en el lugar paradójico donde, por un lado, la Iglesia admite el buen origen de Jesús (nacido de limpia familia judí­a), pero, por otro, supera ese principio y norma de limpio origen, pues Jesús proviene también de cuatro mujeres que rompen la regla de pureza: Tamar, Rajab, Rut y la mujer de Urí­as. Así­ ha nacido por un lado de buena familia (en perspectiva israelita), naciendo, por otro, de una familia muy irregular, con elementos impuros. De esa forma ha podido superar toda norma de limpia familia, de tal manera que el mandato misionero de Mt 28,16-20 no distingue ya entre nacidos de buena y mala familia, ni encuentra ya separación entre los diver sos pueblos de la tierra. Desde esta base, el Evangelio puede interpretarse como proceso de universalización mesiánica (o supramesiánica) de la identidad judí­a.

(3) Genealogí­a de Jesús según Mateo. Rasgos distintivos. Sobre la base de lo anterior se entienden los dos rasgos cristológicos más significativos de la genealogí­a. (a) Por un lado, Jesús nace del mejor judaismo, de manera que puede llamarse Hijo de Abrahán (Mt 1,1-2: heredero de las promesas patriarcales) e Hijo de David (1,1.6: portador de la esperanza rnesiánica). Además, su nacimiento se encuentra vinculado al retorno de los exiliados de Babilonia (1,12), es decir, a la esperanza de restauración nacional del pueblo, que también ha destacado el mejor fariseí­smo de su tiempo (el gran Hillel es también un retomado de Babilonia). Jesús asume de esta forma la perspectiva israelita más oficial de los varones, que aparecen como portadores de la acción positiva de Dios, en una lí­nea genealógica bien codificada por la Ley. A partir de ahí­, podemos llamarle Mesí­as de Israel, con todos los honores que ese nombre implica. Pero, al mismo tiempo, como estamos viendo, su misma genealogí­a y mensaje (que culmina en la cmz) nos hace superar ese nivel: Jesús no se limita a ampliar el mesianismo judí­o a todas las naciones, sino que supera ese nivel de mesianismo. (b) Jesús nace de cuatro mujeres que, en perspectiva judí­a, podemos llamar irregulares: Tamar, Rahab, Rut y la esposa de Urí­as (1,3-6). Este dato nos obliga a superar el principio de pureza nacional israelita, pues a través de esas mujeres Jesús se ha insertado en el ancho espacio de la historia universal de exclusión y sufrimiento humano, pues ellas han padecido como familiarmente rechazadas (Tamar), no integradas en el grupo dominante (Rahab), exiliadas (Rut) o adúlteras (mujer de Urí­as). Con su capacidad creadora o su opción en favor de la vida, más allá de sus diferencias nacionales, familiares o sociales, superando el nivel patriarcalista del buen Israel, estas mujeres muy poco legales han podido presentarse como verdadero espacio de surgimiento mesiánico universal. Por medio de ellas, Jesús empieza a presentarse desde ahora como Mesí­as de todas las naciones (de la plenitud y reconciliación humana). La historia de estas mujeres irregu lares nos sitúa en el centro de la humanidad, en el ancho lugar de las situaciones irregulares de los diversos pueblos de la tierra, a los que un judaismo nacional tendí­a a tomar como impuros o menos capacitados para recibir la elección de Dios. Por medio de ellas, Mt nos dice que el Espí­ritu de Dios actúa abriendo caminos que, en perspectiva israelita, pueden llamarse irregulares; los pueblos de la tierra aparecen así­ inscritos en el mesianismo de Jesús. Contra posibles purismos posteriores de una iglesia o teologí­a empeñada en mantener la nueva identidad y pureza cristiana, estas mujeres expresan la apertura universal del Evangelio de Jesús, la más alta pureza de la humanidad.

(4) Genealogí­a de Jesús según Lucas. Introducción. Mateo habí­a comenzado el evangelio de la infancia con la genealogí­a de Jesús. Lucas, en cambio, comienza con las anunciaciones y nacimientos de Juan Bautista y de Jesús (Lc 1-2); presenta luego el mensaje de Juan y el bautismo de Jesús (Lc 3,1-22), a quien el mismo Dios reconoce y da su nombre: “Tú eres mi Hijo querido” (Lc 3,22). Sólo entonces, una vez que conocemos ya a Jesús y sabemos que es Hijo de Dios, presenta Lucas su genealogí­a: “Este Jesús tení­a al comenzar unos treinta años y era (según se creí­a) hijo de José, de Eli, de Matat, de Leví­, de Melqui, de Jana, de José, de Matatí­as, de Amos, de Nahúm, de Esli, de Nagai, de Maat, de Matatí­as, de Semei, de José, de Judá, de Joanán, de Resa, de Zorobabel, de Salatiel, de Neri, de Melqui, de Adi, de Cosam, de Elmodam, de Er, de Josué, de Eliezer, de Jorim, de Matat, de Leví­, de Simeón, de Judá, de José, de Jonán, de Eliaquim, de Melea, de Mainán, de Matata, de Natán, de David, de Isaí­, de Obed, de Boaz, de Salá, de Naasón, de Aminadab, de Admí­n, de Amí­, de Hesrón, de Fares, de Judá, de Jacob, de Isaac, de Abrahán, de Taré, de Nacor, de Serug, de Ragau, de Peleg, de Heber, de Sélaj, de Cainán, de Arfaxad, de Sem, de Noé, de Lamec, de Matusalén, de Henoc, de Yared, de Mahalaleel, de Cainán, de Enós, de Set, de Adán, de Dios” (Lc 3,23-37). Teniendo en cuenta la genealogí­a anterior de Mt 1,1-17, podemos destacar las particularidades de Lucas, para entender así­ mejor lo que uno y otro han querido decirnos al recoger en sus evangelios estas listas de los antepasados de Jesús.

(5) Particularidades de la genealogí­a de Lucas. De manera resumida, sus novedades son éstas. (1) Lucas, que sigue un orden ascendente, empieza con Adán (con Dios), poniendo así­ de relieve la identidad humana de Jesús, por encima de los cauces mesiánicos e israelitas de Mateo, que empezaba en Abrahán. (2) Lucas no cita a mujeres, ni siquiera a Marí­a, la madre de Jesús, sino que se limita a trazar una austerí­sima lista de hombres, donde parece que no existe ningún tipo de relieve ni diferencia que nos permita establecer comparaciones. (3) Lucas no sigue la lista de los reyes de Judá, que ofrecí­a Mateo, indicando de esa forma que Jesús es descendiente de David (y que asume sus promesas mesiánicas), pero no en la lí­nea de los reyes (no es hijo de Salomón, ni de ninguno de sus descendientes). (4) Todo intento de compaginar las listas de Mateo y Lucas carece de sentido. Ni uno ni otro han querido ofrecer una genealogí­a crí­tica en lí­nea biológica, sino trazar el sentido del origen mesiánico de Jesús. (5) La genealogí­a de Lucas tiene que provenir de cí­rculos en los que se rechaza el mesianismo polí­tico e incluso la historia de los reyes de Judá, quizá en la lí­nea de Esteban*, que habí­a condenado la misma construcción del templo de Jerusalén por Salomón. (6) Todo nos permite suponer que los autores de esta genealogí­a han dado una importancia especial a los patriarcas prediluvianos, como se hací­a en muchos cí­rculos apocalí­pticos y sacerdotales de este tiempo, que especulaban especialmente con las figuras de Yared, Henoc, Matusalén, Lamec y Noé.

(6) Los perí­odos de la genealogí­a de Lucas. Parece que esta genealogí­a, que consta de once perí­odos, cada uno de ellos con siete generaciones, ha sido cuidadosamente construida para situar a Jesús en un contexto de mesianismo daví­dico y apocalí­ptico, pero no regio, que era muy importante para algunos grupos de judí­os de aquel tiempo, entre los que podí­an encontrarse los parientes de Jesús, que serí­an los autores de esta genealogí­a, por la que querí­an mostrar que Jesús se hallaba en la lí­nea divisoria de los tiempos, en el principio de la era final, inaugurando el décimo segundo perí­odo de la historia, es decir, la culminación del tiempo. Entre los que inauguraban cada uno de los perí­odos anteriores están el mismo Dios, con Henoc, Abrahán y David, lo cual no puede ser una casualidad, sino una indicación del sentido oculto de la historia de las genealogí­as. Pues bien, esa genealogí­a daví­dica, abrahámica y henóquica, que situaba a Jesús en el culmen de las generaciones de este mundo, vení­a a culminar y a expresarse humanamente por medio de José, de quien aparecí­a como hijo; pues bien, todo el evangelio de la infancia, centrado en el diálogo de Marí­a con Dios, muestra que ella, la genealogí­a humana, resulta insuficiente. En un cierto nivel, Jesús ha podido nacer de esa manera. Pero en un nivel más alto es hijo de Dios, como supone el final de la genealogí­a (cf. Lc 3,37) y como el mismo Dios lo habí­a proclamado en el bautismo (Lc 3,22). Esto es algo que los lectores de Lucas ya sabí­an por la narración anterior (Lc 1-2). Eso significa que el nacimiento de Jesús desborda el nivel genealógico, introduciendo la novedad universal de Dios y su presencia inmediata en el mismo entramado de la historia israelita, como afirmaba de manera convergente Mt 1,1-17. Siendo distintas y encontrándose al servicio de objetivos diferentes, las dos genealogí­as tienen algo en común: asumen la historia mesiánica de Israel, centrándola en José, para superarla. Siendo israelita, Marí­a desborda la historia mesiánica de su pueblo, de manera que así­ puede presentarse como signo privilegiado de la acción de Dios para salvación de la humanidad.

Cf. R. BAUCKHAM, Jnde and the Relatives of Jesús en the Early Church, Clark, Edimburgo 1990); R. E. BROWN, El nacimiento del Mesí­as, Cristiandad, Madrid 1982; U. Luz, Mateo I, Sí­gueme, Salamanca 1993, 121135; S. MUí‘OZ IGLESIAS, Los Evangelios de la Infancia I-IV, BAC, Madrid 1987.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Serie de progenitores y ascendientes de una persona, así­ como el escrito que la contiene. Jehová Dios es el gran Genealogista, el que guarda los registros de la creación, así­ como de los orí­genes, el nacimiento y la descendencia de sus criaturas. Es †œel Padre, a quien toda familia en el cielo y en la tierra debe su nombre†. (Ef 3:14, 15.) A él se le debe el que su Palabra, la Biblia, contenga un registro exacto de las genealogí­as que desempeñan un papel importante en su propósito.
El hombre tiene un deseo innato de conocer su ascendencia y perpetuar el nombre familiar. Fue común en muchas de las naciones antiguas guardar un minucioso registro genealógico, en particular del linaje real y del sacerdotal. Tanto los árabes como los egipcios tuvieron por costumbre llevar registro de sus genealogí­as. También se han encontrado tablillas con escritura cuneiforme en las que figuran las genealogí­as de los reyes de Babilonia y de Asiria. Más recientes son las listas genealógicas de los griegos, los celtas, los sajones y los romanos.
El verbo hebreo que se emplea para la acción de inscribir los nombres de descendientes legí­timos es ya·jás, se traduce †˜registrar genealógicamente†™ (1Cr 5:17), mientras que la forma sustantiva es yá·jas, †œregistro genealógico†. (Ne 7:5.) En 1 Timoteo 1:4 y en Tito 3:9 se usa el término griego gue·ne·a·lo·guí­Â·a con referencia a listas de ascendencia personales.
El apóstol Mateo inicia su evangelio con la siguiente introducción: †œEl libro de la historia [gue·né·se·os, una forma de gué·ne·sis] de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán†. (Mt 1:1.) La palabra griega gué·ne·sis tiene el sentido literal de †œlí­nea de descendencia; origen†. Con este término traduce la Septuaginta la palabra toh·le·dhóhth, vocablo hebreo que tiene el mismo significado primario que la voz griega, y que en el libro de Génesis se traduce †œhistoria† en las varias ocasiones en que aparece. (Compárese con Gé 2:4, nota.)
Después de presentar la genealogí­a de Cristo, Mateo ofrece en su evangelio una narración del nacimiento humano de Jesús, su ministerio, muerte y resurrección. Este tipo de exposición no era infrecuente en aquella época, pues las narraciones históricas griegas más antiguas se ajustaban a un contexto genealógico, y la narración se desarrollaba en torno a las personas referidas en la genealogí­a presentada en la obra. Por consiguiente, la genealogí­a era una parte fundamental de la narración y en muchos casos constituí­a la introducción a la misma. (Véase 1Cr 1-9.)
En el juicio celebrado en Edén, Dios dio la promesa de que una descendencia nacerí­a de la †œmujer† y aplastarí­a la cabeza de la serpiente. (Gé 3:15.) Es posible que esta promesa haya hecho pensar a algunos que la descendencia prometida tendrí­a ascendencia humana, pero solo se especificó que la descendencia vendrí­a por un linaje humano cuando se le dijo a Abrahán que por medio de su descendencia se bendecirí­an todas las naciones de la Tierra. (Gé 22:17, 18.) Este anuncio le confirió a la genealogí­a de Abrahán una importancia primordial. La Biblia es el único libro que además de registrar la genealogí­a abrahámica, presenta la de todas las naciones, cuya ascendencia puede trazarse hasta los hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet. (Gé 10:32.)
A este respecto, E. J. Hamlin comentó en The Interpreter†™s Dictionary of the Bible que la tabla del origen de las naciones que aparece en Génesis es una pieza †œúnica en la literatura antigua. […] No se puede encontrar un interés similar por la historia en ninguna otra literatura sagrada del mundo† (edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 3, pág. 515).

Propósito de los registros genealógicos. Aparte del hecho de que la genealogí­a tenga importancia para el hombre por su inclinación natural a guardar un registro familiar para la posteridad, este registro es más importante aún desde un punto de vista cronológico, en especial para trazar la historia más remota de la humanidad. Pero su importancia cobra un significado mayor cuando se tiene presente que un registro genealógico minucioso es esencial para entender las promesas de Dios, sus profecí­as y su relación con el hombre.
Después del Diluvio, Noé indicó mediante su bendición que los descendientes de Sem obtendrí­an el favor divino. (Gé 9:26, 27.) Más tarde, Dios le reveló a Abrahán que lo que serí­a llamado su †œdescendencia† serí­a por medio de Isaac. (Gé 17:19; Ro 9:7.) Por lo tanto, llegó a ser obvio que para identificar a la descendencia prometida, se requerirí­a un registro genealógico muy cuidadoso. Así­ pues, con el transcurso del tiempo se hizo un registro concienzudo de la lí­nea de Judá, la tribu a la que se prometió la gobernación (Gé 49:10), y en particular de la familia de David, por ser esta la lí­nea real. (2Sa 7:12-16.) Este registro contendrí­a la genealogí­a del Mesí­as, la Descendencia, la lí­nea más importante de todas. (Jn 7:42.)
Aparte de este registro, otro que se guardó con especial cuidado fue el de la tribu de Leví­, particularmente el de la familia sacerdotal de Aarón. (Ex 28:1-3; Nú 3:5-10.)
Por otra parte, bajo la Ley se necesitaban los registros genealógicos a fin de determinar los parentescos tribales para la división de la tierra, y también el parentesco familiar para las herencias de tierra personales. Por medio de estos registros se podí­a identificar al go·´él, el pariente más cercano y cualificado para efectuar el matrimonio de cuñado (Dt 25:5, 6), recomprar a su pariente (Le 25:47-49) y actuar como vengador de la sangre contra un homicida (Nú 35:19). Además, el pacto de la Ley prohibí­a el matrimonio dentro de ciertos grados de consanguinidad o afinidad, así­ que para no violar ese mandato, se necesitaba conocer la genealogí­a de la familia. (Le 18:6-18.)
Los israelitas se aferraban estrictamente a estas genealogí­as, como se puede ver por lo que sucedió después del regreso de Babilonia, cuando algunos que creí­an que eran de la descendencia sacerdotal no pudieron hallar su registro. Nehemí­as les dijo que no comieran de las cosas santí­simas provistas para el sacerdocio hasta que pudiesen establecer públicamente su genealogí­a. (Ne 7:63-65.) En el registro que Nehemí­as hizo del pueblo estaban incluidos los netineos, pues, aunque no eran israelitas, formaban un grupo dedicado oficialmente al servicio del templo. (Ne 7:46-56.)
En la mayorí­a de los casos, las listas genealógicas no tratan de suministrar todos los datos cronológicos. Sin embargo, sirven de ayuda para los estudios cronológicos, pues corroboran ciertos puntos o completan detalles importantes de la cronologí­a. Las listas genealógicas tampoco suelen proporcionar el í­ndice de aumento de la población, puesto que en muchos casos se omiten ciertos eslabones intermedios si no son necesarios para la genealogí­a en cuestión. Y puesto que las genealogí­as no suelen incluir los nombres de las mujeres, no se mencionan los nombres de las esposas y concubinas que un hombre pudiera haber tenido; de la misma manera, puede que tampoco se mencionen por nombre todos los hijos de estas esposas, y hasta en ciertos casos quizás se omitan algunos de los hijos de la esposa principal.

De Adán hasta el Diluvio. Hay en la Biblia indicios claros de la existencia de listas de parentescos familiares que se remontan hasta el origen del hombre. Cuando nació Set, el hijo de Adán, Eva dijo: †œDios ha nombrado otra descendencia en lugar de Abel, porque Caí­n lo mató†. (Gé 4:25.) Algunos descendientes de Set sobrevivieron al Diluvio. (Gé 5:3-29, 32; 8:18; 1Pe 3:19, 20.)

Desde el Diluvio hasta Abrahán. Noé bendijo a su hijo Sem, por medio de quien vendrí­a Abrán (Abrahán), el †œamigo de Jehovᆝ. (Snt 2:23.) Esta lí­nea genealógica y la antediluviana, mencionada en el párrafo anterior, son suficientes para trazar el registro cronológico de la historia del hombre hasta Abrahán. En la lista antediluviana la lí­nea se traza desde Set, y en la postdiluviana, desde Sem; en ambas se dan consecuentemente los años que transcurren entre el nacimiento de un hombre y el de su hijo. (Gé 11:10-24, 32; 12:4.) No existe otro registro genealógico tan completo de este perí­odo histórico, por lo que estas listas cumplen con un doble propósito: genealógico y cronológico. Hay algunos acontecimientos más cuya ubicación en el tiempo se determina por la información genealógica. (Véase CRONOLOGíA [Desde 2370 a. E.C. hasta el pacto abrahámico].)

Desde Abrahán hasta Cristo. Gracias a la intervención milagrosa de Dios, Abrahán y Sara tuvieron a Isaac, a través de quien vendrí­a la †œdescendencia† prometida. (Gé 21:1-7; Heb 11:11, 12.) De un hijo de Isaac, Jacob (Israel), se originaron las doce tribus que constituyeron el pueblo judí­o. (Gé 35:22-26; Nú 1:20-50.) Judá serí­a la tribu de la realeza, un linaje real que luego se circunscribirí­a a la familia de David. Los descendientes de Leví­ constituyeron la tribu sacerdotal, aunque el sacerdocio se concretó al linaje aarónico. Para que el rey Jesucristo pudiese acreditar su derecho al trono, tení­a que entroncar su ascendencia con el linaje daví­dico y dentro de la lí­nea de Judá. Sin embargo, como su condición sacerdotal le correspondí­a por juramento de Dios, a la manera de Melquisedec, Jesús no necesitaba del linaje leví­tico. (Sl 110:1, 4; Heb 7:11-14.)

Otras listas genealógicas importantes. Además de la lí­nea de descendencia de Adán a Jesucristo y de las extensas genealogí­as de los doce hijos de Jacob, también hay registros genealógicos de los orí­genes de los pueblos emparentados con Israel. Entre estos están los hermanos de Abrahán (Gé 11:27-29; 22:20-24); los hijos de Ismael (Gé 25:13-18); los descendientes de Moab y Ammón, cuyo padre fue Lot, el sobrino de Abrahán (Gé 19:33-38); los hijos que Queturá le dio a luz a Abrahán y de quienes procedieron Madián y otras tribus (Gé 25:1-4), y la descendencia de Esaú (Edom) (Gé 36:1-19, 40-43).
Estas naciones son importantes debido a su parentesco con Israel, el pueblo escogido de Dios. Tanto Isaac como Jacob consiguieron esposas de la familia del hermano de Abrahán. (Gé 22:20-23; 24:4, 67; 28:1-4; 29:21-28.) Dios asignó territorios que lindaban con Israel a las naciones de Moab, Ammón y Edom, y a Israel se le dijo que no invadiese la herencia de territorio de estos pueblos ni los estorbase. (Dt 2:4, 5, 9, 19.)

Archivos oficiales. Parece ser que en Israel se guardaban registros nacionales de genealogí­as, además de los registros que mantení­an las mismas familias. En el capí­tulo 46 de Génesis hallamos la relación de los miembros de la casa de Jacob hasta la muerte de este después de su entrada en Egipto. En Exodo 6:14-25 aparece una genealogí­a, principalmente de los descendientes de Leví­, que debió copiarse de un registro anterior. El primer censo de la nación se efectuó en el desierto de Sinaí­ en 1512 a. E.C., al segundo año de su salida de Egipto, cuando se realizó †œel reconocimiento de su descendencia respecto a sus familias en la casa de sus padres†. (Nú 1:1, 18; véase también Nú 3.) El único otro censo nacional de Israel que Dios autorizó antes del exilio, y del que hay registro, es el que se efectuó unos treinta y nueve años más tarde en las llanuras de Moab. (Nú 26.)
Además de las genealogí­as registradas en los escritos de Moisés, están las listas hechas por otros cronistas oficiales, como por ejemplo: Samuel, que escribió Jueces, Rut y parte de Primero de Samuel; Esdras, que escribió Primero y Segundo de las Crónicas y el libro de Esdras, y Nehemí­as, el escritor del libro que lleva su nombre. En esos mismos escritos hay prueba de que otros mantuvieron registros genealógicos: Idó (2Cr 12:15) y Zorobabel; este último debió encargarse de que se hiciesen registros genealógicos entre los israelitas repatriados. (Esd 2.) Durante el reinado del justo rey Jotán, se hizo un registro genealógico de las tribus de Israel que viví­an en la tierra de Galaad. (1Cr 5:1-17.)
Estas genealogí­as se conservaron con cuidado hasta el principio de la era común. Esto lo prueba el hecho de que cada familia de Israel pudo ir a censarse a la ciudad de la casa de su padre, en conformidad con el decreto de César Augusto promulgado poco antes del nacimiento de Jesús. (Lu 2:1-5.) Se sabe que Zacarí­as, el padre de Juan el Bautista, era de la división sacerdotal de Abí­as, y su esposa, Elisabet, de las hijas de Aarón. (Lu 1:5.) Se informa que Ana, la profetisa, era †œde la tribu de Aser†. (Lu 2:36.) Y, por supuesto, las extensas listas de los antepasados de Jesús que se encuentran en Mateo, capí­tulo 1, y Lucas, capí­tulo 3, muestran claramente que tales registros se guardaban en los archivos públicos y podí­an ser consultados.
El historiador Josefo da testimonio de que los judí­os tení­an registros genealógicos oficiales, pues dice: †œNo sólo soy oriundo de una lí­nea de sacerdotes, sino de la primera de las veinticuatro lí­neas, y de la principal familia de mi lí­nea†. Después de señalar que su madre era descendiente de los asmoneos, concluye: †œHe anotado la lí­nea de descendencia de mi familia tal cual aparece asentada en los registros públicos, haciendo caso omiso de los que nos calumnian†. (Vida de Flavio Josefo, sec. 1.)
No fue Herodes el Grande quien destruyó las genealogí­as oficiales de los judí­os, como sostuvo Africano a principios del siglo III, sino, al parecer, los romanos cuando Jerusalén fue desolada en el año 70 E.C. (Contra Apión, libro I, sec. 7; La Guerra de los Judí­os, libro II, cap. XVII, sec. 6; libro VI, cap. VI, sec. 3.) Desde ese tiempo los judí­os no han podido determinar su lí­nea genealógica, y ni siquiera quedan registros de las dos lí­neas más importantes, la de David y la de Leví­.

La identificación de parentescos. Para determinar los parentescos, suele ser necesario examinar el contexto o comparar listas paralelas o textos de diferentes partes de la Biblia. Por ejemplo, el término †œhijo† puede significar nieto o meramente un descendiente. (Mt 1:1.) También es posible que una lista de nombres parezca una relación de varios hermanos, hijos de un solo hombre. Sin embargo, al examinarla más detenidamente y compararla con otros textos, puede que resulte ser el registro de una lí­nea genealógica, con los nombres de algunos hijos, así­ como de nietos o descendientes posteriores. Génesis 46:21 incluye tanto a hijos como a nietos de Benjamí­n bajo el término †œhijos†, según se deduce cuando se compara este texto con Números 26:38-40.
Casos como el que acabamos de referir se dan incluso en las genealogí­as de algunas de las familias más importantes. Por ejemplo, en 1 Crónicas 6:22-24 hay anotados diez †œhijos de Qohat†, pero en el versí­culo 18 del mismo capí­tulo y en Exodo 6:18, solo se atribuyen a Qohat cuatro hijos. Un estudio del contexto permite concluir que la lista de †œhijos de Qohat† que aparece en 1 Crónicas 6:22-24 es en realidad parte de una genealogí­a de familias de la lí­nea qohatita, algunos de cuyos representantes David nombró para ciertos deberes del templo.
Por otra parte, †œpadre† puede significar †œabuelo† o hasta predecesor de linaje real. (Da 5:11, 18.) En muchos lugares, como en Deuteronomio 26:5; 1 Reyes 15:11, 24; y 2 Reyes 15:38, la palabra hebrea ´av (padre) también se usa en el sentido de †œascendiente† o †œantepasado†. De manera similar, las palabras hebreas ´em (madre) y bath (hija) se emplean en ciertas ocasiones para referirse a †œabuela† y †œnieta†, respectivamente. (1Re 15:10, 13.)

Ciudades; nombres en plural. Puede que en algunas listas se diga que un hombre es el †œpadre† de cierta ciudad, como en 1 Crónicas 2:50-54, donde a Salmá se le llama †œel padre de Belén† y a Sobal, †œel padre de Quiryat-jearim†. Probablemente se deba a que las ciudades de Belén y Quiryat-jearim fueron fundadas por estos hombres, o bien a que quizás las poblaron sus descendientes. La misma lista dice más adelante: †œLos hijos de Salmá fueron Belén y los netofatitas, Atrot-bet-joab y la mitad de los manahatitas, los zoritas†. (1Cr 2:54.) Los netofatitas, los manahatitas y los zoritas mencionados en este texto debieron ser familias.
En Génesis 10:13, 14, los nombres de los descendientes de Mizraim parecen estar en plural. Hay quien opina que representan los nombres de familias o tribus y no de individuos. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que hay otros nombres que están en número dual o plural, como Efraí­n, Apaim, Diblaim y Mizraim, el hijo de Cam mencionado antes, y todos ellos se refieren a una sola persona. (Gé 41:52; 1Cr 2:30, 31; Os 1:3; 2Cr 28:12.)

Listas abreviadas. A menudo los escritores bí­blicos abreviaban mucho una lista genealógica, mencionando por nombre solo a los cabezas de familia de las casas más prominentes, a los personajes importantes o a los que más importancia tení­an desde el punto de vista del registro histórico en cuestión. Según parece, a veces todo lo que el cronista estaba interesado en mostrar era la descendencia de cierto antepasado remoto, por lo que podí­a omitir muchos nombres intermedios.
La genealogí­a del propio Esdras es un ejemplo de esos compendios. (Esd 7:1-5.) Registra su linaje desde el sumo sacerdote Aarón, pero en la lista paralela de 1 Crónicas 6:3-14 aparecen varios nombres (en los vss. 7 al 10) que se omiten en Esdras 7:3. Probablemente Esdras querí­a evitar la repetición innecesaria y acortar la larga lista de nombres. Aun así­, la lista era perfectamente adecuada para probar su linaje sacerdotal. Esdras dice que es el †œhijo† de Seraya, es decir, su descendiente (debió ser su bisnieto o quizás su tataranieto). El sumo sacerdote Seraya murió a manos de Nabucodonosor para el tiempo del exilio a Babilonia (607 a. E.C.), y su hijo Jehozadaq fue llevado cautivo. (2Re 25:18-21; 1Cr 6:14, 15.) El sumo sacerdote Josué (Jesúa), que regresó setenta años más tarde con Zorobabel, era hijo de Jehozadaq y, por lo tanto, nieto de Seraya. (Esd 5:2; Ag 1:1.) Sesenta y nueve años después, Esdras viajó a Jerusalén, de modo que es imposible que fuese hijo directo de Seraya y hermano de Jehozadaq.
Otra cosa que aprendemos al comparar estas genealogí­as es que aunque Esdras era descendiente de Aarón por medio de Seraya, no descendió de Jehozadaq, la lí­nea de Seraya por la que se transmití­a el sumo sacerdocio. La lí­nea del sumo sacerdocio pasó por Josué (Jesúa), Joiaquim y Eliasib, siendo este último sumo sacerdote durante la gobernación de Nehemí­as. De modo que Esdras consiguió su objetivo con su genealogí­a abreviada, proporcionando solo los nombres suficientes para demostrar su posición en el linaje de Aarón. (Ne 3:1; 12:10.)

Algunas razones por las que las listas genealógicas varí­an. Si un hijo morí­a sin descendientes, no se le solí­a mencionar; a veces se daba el caso de que un hombre no tení­a ningún hijo varón, de modo que la herencia posiblemente se transmití­a por medio de una hija, que al casarse llegaba a estar bajo otro cabeza de familia de la misma tribu. (Nú 36:7, 8.) En algunos casos, la genealogí­a fusiona a una familia menos importante con otro cabeza de familia, y de este modo omite su nombre. Por lo tanto, el que alguien no tuviera descendencia, el que la herencia se transmitiera por medio de mujeres, la adopción o el que no se formase una casa ancestral separada eran razones por las que algunos nombres no figuraban en ciertas listas genealógicas. Por el contrario, con la formación de nuevas casas podí­an añadirse nuevos nombres a las genealogí­as. De modo que los nombres de una genealogí­a posterior podí­an diferir de los de una lista anterior.
Lo que pudiera parecer una lista de hermanos quizás incluya a varios cabezas de familia que en realidad son sobrinos, como en el caso de la †œadopción† de los hijos de José por parte de Jacob, cuando dijo: †œEfraí­n y Manasés llegarán a ser mí­os como Rubén y Simeón†. (Gé 48:5.) Por lo tanto, después se cuenta a Efraí­n y a Manasés junto con sus tí­os como cabezas tribales. (Nú 2:18-21; Jos 17:17.)
El capí­tulo 10 de Nehemí­as presenta una serie de nombres que autenticaron con su sello un †œarreglo fidedigno† para cumplir los mandamientos de Dios. (Ne 9:38.) Los nombres que se dan en estas listas pueden referirse a las casas implicadas en los acuerdos, representadas por su cabeza ancestral, y no necesariamente a personas individuales. (Compárese con Esd 10:16.) Puede pensarse así­ porque muchos de los nombres que están en la lista corresponden a los de aquellos que regresaron de Babilonia junto con Zorobabel unos ochenta años antes. Por lo tanto, aunque algunos de los implicados tuvieran el mismo nombre que el cabeza ancestral, es posible que solo hayan sido representantes de esas casas ancestrales.

Repetición de nombres. Es bastante frecuente que en una lista genealógica aparezca el mismo nombre más de una vez. El que un descendiente llevase el mismo nombre que uno de sus antecesores le facilitaba seguir su linaje, aunque, por supuesto, a veces habí­a personas con el mismo nombre en diferentes familias. Algunos de los muchos ejemplos de tales repeticiones en la misma lí­nea ancestral son: Sadoc (1Cr 6:8, 12), Azarí­as (1Cr 6:9, 13, 14) y Elqaná. (1Cr 6:34-36.)
En muchos casos, los nombres que aparecen en listas paralelas difieren. Esto puede ser debido a que ciertas personas tení­an más de un solo nombre, como, por ejemplo, Jacob, quien también se llamaba †œIsrael†. (Gé 32:28.) Por otro lado, también podí­a darse el caso de que hubiera una ligera alteración en el deletreo del nombre, con lo que a veces incluso adquirí­a un significado distinto. Algunos ejemplos son: Abrán (que significa †œPadre Es Alto [Ensalzado]†) y Abrahán (que significa †œPadre de una Muchedumbre [Multitud]†); Sarai (posiblemente, †œContenciosa†) y Sara (†œPrincesa†). Parece ser que a Elihú, el antepasado del profeta Samuel, también se le llamaba Eliab y Eliel. (1Sa 1:1; 1Cr 6:27, 34.)
En las Escrituras Griegas Cristianas se mencionan algunos sobrenombres, como en el caso de Simón Pedro, llamado también Cefas, que era el equivalente arameo del nombre griego †œPedro† (Lu 6:14; Jn 1:42), y †œMarcos†, sobrenombre de Juan. (Hch 12:12.) Estos nombres podí­an obedecer a algún rasgo caracterí­stico. Simón †œel cananita† (también llamado †œel celoso†) distingue a este apóstol de Simón Pedro. (Mt 10:4; Lu 6:15.) La expresión †œSantiago hijo de Alfeo† distingue a este otro apóstol de Santiago hijo de Zebedeo y hermano del apóstol Juan. (Mt 10:2, 3.) Podí­a añadirse la ciudad, distrito o paí­s de donde procedí­a la persona, como José de Arimatea y Judas el galileo. (Mr 15:43; Hch 5:37.) Se cree que el nombre Judas Iscariote tal vez significa Judas †œHombre de Queriyot†. (Mt 10:4.) En las Escrituras Hebreas también se emplearon estos métodos. (Gé 25:20; 1Sa 17:4, 58.) A veces se daba el nombre del hermano para aclarar la identidad de alguien. (Jn 1:40.) A las mujeres que tení­an el mismo nombre se las distinguí­a de manera similar mencionando también al padre, la madre, el hermano, la hermana, el esposo o el hijo. (Gé 11:29; 28:9; 36:39; Jn 19:25; Hch 1:14; 12:12.)
Tanto en las Escrituras Hebreas como en las Escrituras Griegas Cristianas se usaban nombres de familia o tí­tulos. La identidad de la persona se determinaba por su nombre personal o por la época y acontecimientos históricos con los que estaba relacionada. Por ejemplo, Abimélec debió ser un nombre personal de tres diferentes reyes filisteos, o bien un tí­tulo comparable a †œFaraón† entre los egipcios. (Gé 20:2; 26:26; 40:2; Ex 1:22; 3:10.) Por lo tanto, cuando se habla de Abimélec o de Faraón, hay que identificarlos por la época y las circunstancias. Herodes era un nombre de familia; César también lo era, aunque más tarde llegó a ser un tí­tulo. A fin de evitar el riesgo de ambigüedad, cuando se hablaba de uno de los Herodes, se podí­a usar el nombre personal solo —Agripa o Antipas— o con el patroní­mico, como, por ejemplo, Herodes Antipas y Herodes Agripa. En el caso de los césares se hací­a algo similar: César Augusto y Tiberio César. (Lu 2:1; 3:1; Hch 25:13.)

Nombres de mujeres. En algunas ocasiones, los nombres de las mujeres se incluyeron ocasionalmente en los registros genealógicos en virtud de ciertas razones históricas. En Génesis 11:29, 30 se menciona a Sarai (Sara) debido a que la descendencia prometida tení­a que venir por medio de ella, no por medio de otra esposa de Abrahán. Puede que se mencione a Milcá en el mismo pasaje debido a que era la abuela de Rebeca, la esposa de Isaac, y así­ se mostraba que el linaje de Rebeca provení­a de los parientes de Abrahán, ya que Isaac no debí­a casarse con una mujer extranjera. (Gé 22:20-23; 24:2-4.) En Génesis 25:1 se da el nombre de la esposa posterior de Abrahán, Queturá. Esto muestra que Abrahán se casó de nuevo después de la muerte de Sara y que aún conservaba la facultad de la reproducción más de cuarenta años después de que Jehová la hubiera regenerado milagrosamente. (Ro 4:19; Gé 24:67; 25:20.) Además, de este modo se muestra la relación que Madián y otras tribus árabes tení­an con Israel.
También se menciona a Lea, a Raquel y a las concubinas de Jacob junto con los hijos que ellas dieron a luz. (Gé 35:21-26.) Esto nos ayuda a entender la relación que posteriormente Dios tuvo con estos hijos. Por razones similares, hallamos los nombres de otras mujeres en los registros genealógicos. Cuando una herencia se transmití­a por medio de una mujer, su nombre también podí­a ser incluido. (Nú 26:33.) Por supuesto, Tamar, Rahab y Rut son casos sobresalientes. En cada uno de ellos hay algo que destacar en cuanto a como llegaron a estar estas mujeres en la lí­nea de antepasados del Mesí­as, Jesucristo. (Gé 38; Rut 1:3-5; 4:13-15; Mt 1:1-5.) Otros casos en que se menciona a mujeres en las listas genealógicas son: 1 Crónicas 2:35, 48, 49; 3:1-3, 5.

Genealogí­a y generaciones. En algunas genealogí­as hallamos los nombres de un hombre y sus descendientes hasta sus tataranietos, lo que podrí­a contarse como cuatro o cinco generaciones. Sin embargo, si el hombre viví­a para ver todas estas generaciones de descendientes, desde su punto de vista, una †œgeneración† podrí­a significar el tiempo transcurrido desde su nacimiento hasta su muerte o hasta el último descendiente que naciera durante su vida. Este último concepto de †œgeneración† implicarí­a un perí­odo de tiempo mucho más largo que el primero.
Pongamos un ejemplo: Adán vivió novecientos treinta años, y tuvo hijos e hijas. Durante ese tiempo vio por lo menos ocho generaciones de descendientes. Sin embargo, su vida alcanzó la de Lamec, el padre de Noé. Así­ pues, desde este punto de vista, el Diluvio aconteció en la tercera generación de la historia humana. (Gé 5:3-32.)
En la Biblia hallamos algunos casos de esta última forma de calcular. Jehová le prometió a Abrahán que su descendencia llegarí­a a ser residente forastera en una tierra que no era suya y que regresarí­a a Canaán †œa la cuarta generación†. (Gé 15:13, 16.) El censo registrado en los capí­tulos 1 al 3 de Números indica que deben haberse sucedido muchas generaciones de padre a hijo durante los doscientos quince años de estancia en Egipto, siendo 603.550 el número total de hombres de veinte años de edad para arriba poco después del éxodo (sin contar a la tribu de Leví­). Pero las †˜cuatro generaciones†™ de Génesis 15:16, calculadas desde el momento de la entrada en Egipto hasta el éxodo, podrí­an contarse así­: 1) Leví­, 2) Qohat, 3) Amram y 4) Moisés. (Ex 6:16, 18, 20.) Cada una de estas personas vivió como promedio más de cien años. Por lo tanto, cada una de estas cuatro †œgeneraciones† vió numerosos descendientes, posiblemente hasta los tataranietos o quizás más, dejando un lapso de veinte o incluso treinta años para el nacimiento de cada primer hijo. Esto explicarí­a cómo pudo crecer tanto la población en tan solo †˜cuatro generaciones†™ hasta el tiempo del éxodo. (Véase EXODO.)
Este mismo censo presenta otro problema a los doctos bí­blicos. En Números 3:27, 28 se dice que de Qohat procedieron cuatro familias, y llegaron a sumar en el tiempo del éxodo la elevada cifra de 8.600 varones mayores de un mes (8.300 según algunos manuscritos de la Septuaginta), lo que significarí­a que para ese tiempo Moisés tendrí­a miles de hermanos, primos y sobrinos. Por ello, algunos han llegado a la conclusión de que Moisés no era hijo de Amram, hijo de Qohat, sino de otro Amram que vivió varias generaciones después, a fin de permitir suficiente tiempo para que las cuatro familias de qohatitas llegaran a tener un número tan grande de varones para el tiempo del éxodo de Egipto.
Este problema podrí­a resolverse de dos maneras. Primero: no siempre se mencionaban todos los hijos de un hombre, como ya se ha explicado con anterioridad. Por lo tanto, es posible que Qohat, Amram y los cuatro hijos de Amram mencionados, tuviesen más hijos que los que se nombran especí­ficamente. Segundo: aunque Leví­, Qohat, Amram y Moisés representan cuatro generaciones desde el punto de vista de lo que duró la vida de cada uno de ellos, también es posible que durante su vida hubieran visto varias generaciones. Así­ pues, aunque solo hubieran transcurrido sesenta años entre los nacimientos de Leví­ y Qohat, Qohat y Amram, y Amram y Moisés, podrí­an haber nacido muchas generaciones dentro de cada uno de esos perí­odos de sesenta años. Moisés pudo haber tenido sobrinos hasta la cuarta y quizás la quinta generación para el tiempo del éxodo. De modo que no es necesario que hubiera ningún otro Amram entre el hijo de Qohat y Moisés a fin de que para ese tiempo los descendientes de Qohat llegaran a 8.600 (o, posiblemente, 8.300).
Surge una cuestión relacionada con la lí­nea genealógica de la Descendencia prometida, el Mesí­as, a partir de Nahsón, un principal de la tribu de Judá después del éxodo. Según Rut 4:20-22, Jesé, el padre de David, es el quinto eslabón a partir de Nahsón. Dado que el perí­odo de tiempo transcurrido desde el éxodo hasta David es de unos cuatrocientos años, el promedio de edad de cada uno de estos antepasados de David posiblemente fue de cien años (como en el caso de Abrahán) en el momento del nacimiento de su hijo, lo que no serí­a imposible, y puede que haya sido así­. Estos hijos mencionados en el libro de Rut no tendrí­an que haber sido hijos primogénitos, así­ como David no era el primogénito, sino el más joven de los diversos hijos de Jesé. Por otra parte, Jehová podrí­a haber desarrollado la lí­nea de descendencia de este modo casi milagroso, a fin de que se pudiese ver en retrospección que en todo momento habí­a estado dirigiendo los asuntos de la Descendencia prometida, como habí­a hecho claramente en los casos de Isaac y Jacob.
Además, puede que hubiese omisiones deliberadas de nombres en este perí­odo de cuatrocientos años de la genealogí­a mesiánica, que está registrada también en 1 Crónicas 2:11-15; Mateo 1:4-6 y Lucas 3:31, 32. No obstante, el hecho de que todas las listas concuerden en esta sección de la genealogí­a podrí­a significar que no se omitió ningún nombre. Ahora bien, aun en el caso de que los cronistas que recopilaron estas listas hubiesen omitido ciertos nombres que no consideraran importantes o necesarios, esto no presentarí­a ningún problema, ya que el hecho de que hubiera habido varias generaciones más no impugnarí­a otras declaraciones bí­blicas ni la cronologí­a.

La genealogí­a bí­blica es confiable. Los estudiantes cuidadosos y sinceros de la genealogí­a bí­blica no pueden acusar a los cronistas bí­blicos de descuido, inexactitud o exageración por haber glorificado a su nación, a una tribu o a determinado personaje. Debe tenerse en cuenta que aquellos que registraron genealogí­as (como, por ejemplo, Esdras y Nehemí­as) se remitieron al archivo nacional y obtuvieron su información de las fuentes oficiales disponibles. (Véase CRí“NICAS, LIBROS DE LAS.) Después de hallar los datos necesarios, usaron estas listas para probar de manera satisfactoria lo que interesaba en aquel entonces. Sus contemporáneos, que conocí­an los hechos y podí­an acceder a los registros, aceptaron plenamente estas listas genealógicas. También debe tenerse presente el contexto histórico. Esdras y Nehemí­as vivieron en tiempos de reorganización, y las genealogí­as que compilaron eran esenciales para el funcionamiento de la nación.
Las listas genealógicas variarí­an de un perí­odo a otro, pues se añadí­an nuevos nombres y se quitaban otros, y a menudo solo se mencionaba a los cabezas de familia más importantes, especialmente en el caso de los más antiguos. En ciertas listas podí­an aparecer nombres menos importantes debido a que eran de interés en ese tiempo. Cabe la posibilidad de que las fuentes empleadas en ocasiones solo proporcionaran listas parciales. También es posible que faltaran algunas secciones, o que el mismo cronista las pasara por alto a propósito por considerarlas innecesarias. Y tampoco las necesitamos hoy.
Además, es posible que en algunos casos los copistas hayan incurrido en algún error, particularmente en el deletreo de los nombres. Pero esto no supone problema de importancia alguna para nuestro entendimiento de la Biblia y tampoco afecta el fundamento mismo del cristianismo verdadero.
Un examen sopesado de la Biblia borra por completo la falacia que algunos han divulgado de que las antiguas listas genealógicas de Génesis, capí­tulos 5 y 11, y de otros libros bí­blicos, contienen nombres imaginarios o ficticios, introducidos con el fin de amañar el relato a voluntad del cronista. Los cronistas bí­blicos fueron siervos dedicados de Jehová, sin ningún afán nacionalista, preocupados únicamente por la vindicación del nombre de Jehová y por los tratos de Dios con su pueblo. Además, tanto otros escritores de la Biblia como el propio Jesucristo se refirieron a muchos de los nombres mencionados por estos cronistas como personas reales. (Isa 54:9; Eze 14:14, 20; Mt 24:38; Jn 8:56; Ro 5:14; 1Co 15:22, 45; 1Ti 2:13, 14; Heb 11:4, 5, 7, 31; Snt 2:25; Jud 14.) Contradecir todo este testimonio equivaldrí­a a acusar de mentiroso al Dios de la verdad o, cuando menos, de que ha tenido que valerse de engaños y artificios para conseguir que la gente crea en Su Palabra. Además, supondrí­a negar la inspiración de la Biblia.
El apóstol escribe: †œToda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Dios sea enteramente competente y esté completamente equipado para toda buena obra†. (2Ti 3:16, 17.) Por lo tanto, podemos tener una confianza completa en las genealogí­as registradas en la Biblia. Suministraron información fundamental, no solo para cuando se escribieron, sino también para nosotros hoy. Por medio de ellas, podemos tener la seguridad, desde el punto de vista genealógico, de que Jesucristo es la Descendencia prometida de Abrahán por tanto tiempo esperada. Nos ayudan a determinar la cronologí­a hasta Adán, una cronologí­a que no puede hallarse en ningún otro lugar. La Biblia dice que Dios †œhizo de un solo hombre toda nación de hombres, para que moren sobre la entera superficie de la tierra† (Hch 17:26), y también que †œcuando el Altí­simo dio a las naciones una herencia, cuando separó a los hijos de Adán unos de otros, procedió a fijar el lí­mite de los pueblos con consideración para el número de los hijos de Israel† (Dt 32:8); y las genealogí­as bí­blicas nos ayudan a comprender cómo están emparentadas todas las naciones.
Debido a que conocemos el origen de la humanidad, que Adán fue en un principio †œhijo de Dios† y que todos descendemos de Adán (Lu 3:38), podemos entender bien la declaración: †œAsí­ como por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así­ la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habí­an pecado†. (Ro 5:12.) Ese conocimiento también explica cómo puede ser Jesucristo †œel último Adán† y el †œPadre Eterno†, y cómo es posible que †œasí­ como en Adán todos están muriendo, así­ también en el Cristo todos serán vivificados†. (Isa 9:6; 1Co 15:22, 45.) Podemos entender mejor el propósito de Dios de hacer que los hombres obedientes entren en una relación de †œhijos de Dios†. (Ro 8:20, 21.) Podemos observar que Jehová expresa bondad amorosa para con aquellos que lo aman y guardan sus mandamientos †œhasta mil generaciones†. (Dt 7:9.) Asimismo, nos damos cuenta de su apego a la verdad como el Dios que guarda los pactos y que además ha conservado cuidadosamente un registro histórico sobre el que podemos edificar nuestra fe con seguridad. La genealogí­a, así­ como otros rasgos de la Biblia, demuestra que Dios es el gran Registrador y Conservador de la historia. (Véase GENEALOGíA DE JESUCRISTO.)

El consejo de Pablo con respecto a las genealogí­as. Cuando el apóstol Pablo escribió a Timoteo entre los años 61-64 E.C., le dijo que no prestase atención a †œcuentos falsos ni a genealogí­as, que terminan en nada, pero que proporcionan cuestiones para investigación más bien que una dispensación de cosa alguna por Dios con relación a la fe†. (1Ti 1:4.) La fuerza de esta advertencia puede apreciarse mejor conociendo los extremos a los que posteriormente llegaron los judí­os en la investigación de las genealogí­as, y la meticulosidad con que investigaban cualquier posible discrepancia. El Talmud Babilonio (Pesajim 62b) afirma que †œentre †˜Azel†™ y †˜Azel†™ [1 Crónicas 8:38–9:44, una de las listas genealógicas de la Biblia], la enorme cantidad de interpretaciones exegéticas equivalí­a a la carga de ¡cuatrocientos camellos!†. (Hebrew-English Edition of the Babylonian Talmud, traducción de H. Freedman, Londres, 1967.)
No tení­a sentido el envolverse en un estudio y consideración de tales asuntos, y menos cuando Pablo escribió a Timoteo. En aquel entonces ya no importaban los registros genealógicos, pues Dios no reconocí­a ya ninguna distinción entre judí­os y gentiles dentro de la congregación cristiana. (Gál 3:28.) Además, los registros genealógicos ya habí­an establecido el linaje de Cristo por medio de la lí­nea de David. Por otra parte, Jerusalén iba a ser destruida en breve y junto con ella, los registros judí­os. Dios no los conservó. Por consiguiente, Pablo no querí­a que Timoteo y las congregaciones se desviaran malgastando el tiempo en investigaciones y controversias acerca de asuntos de linaje personal que no contribuí­an nada a la fe cristiana. La genealogí­a provista por la Biblia es suficiente para probar que Cristo es el Mesí­as, y esta es la cuestión genealógica de mayor importancia para los cristianos. Las otras genealogí­as de las Escrituras permanecen como testimonio de la autenticidad e historicidad del registro bí­blico.

Fuente: Diccionario de la Biblia

1. genealogia (genealogiva, 1076) se usa en 1Ti 1:4 y Tit 3:9, haciendo referencia a genealogí­as como las que se hallan en Filón, Josefo y el Libro de los Jubileos. Mediante ellas los judí­os seguí­an su ascendencia hasta los patriarcas y sus familias. Posiblemente también es referencia a las genealogí­as gnósticas y órdenes de eones y de espí­ritus. Entre los griegos, así­ como entre otras naciones, se daban historias mitológicas acerca del nacimiento y genealogí­a de sus héroes. Es probable que se infiltraran leyendas judaicas acerca de genealogí­as en las comunidades cristianas. De ahí­ las advertencias a Timoteo y a Tito.¶ 2. genesis (gevnesi”, 1078) denota origen, linaje, o nacimiento. Se traduce “libro de la genealogí­a” (RVR; RV: “libro de la generación”). Véase NATURAL. Nota: Para el verbo genealogeo, contar o seguir una genealogí­a, véase CONTAR, A, Nº 9.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

I. En el Antiguo Testamento

a. General

Una genealogía, en el sentido veterotestamentario, es una lista de nombres que indican los antepasados, o los descendientes de uno o más individuos, o simplemente un registro de los nombres de las personas relacionadas con determinada situación. La palabra “genealogía” traduce el vocablo heb. yaḥaś, que aparece únicamente en Neh. 7.5, sēfer hayyaḥaś, ‘libro de la genealogía’, que se refiere a un registro de los que volvieron a Jerusalén con Sesbasar. Evidentemente aquí “genealogía” no se usa tan estrictamente como en la actualidad, o sea como una relación de la descendencia a partir de un antepasado y basada en la enumeración de las personas intermedias, aunque esto es frecuentemente lo que se propone. Las genealogías del AT se encuentran principalmente en el Pentateuco, en Esdras-Nehemías, y Crónicas, y es exclusivamente en los últimos tres libros donde aparece la forma verbal de yaḥaś, siempre en la raíz reflexiva e intensiva (hiṯ, yaḥēś,), ‘enrolarse por genealogía’ (Esd. 2.62; 8.1, 3; Neh. 7.5, 64; 1 Cr. 4.33; 5.1, 7–17; 7.5, 7, 9, 40; 9.1, 22; 2 Cr. 12.15; 31.16–19). El término tôlēḏôṯ, “generaciones”, se usa en Génesis más o menos en el sentido de “historia genealógica” (* Generación).

(i) Tipos de genealogías. Las genealogías que figuran en las Escrituras van desde una mera lista de nombres como en 1 Cr. 1.1, siguiendo con el tipo más común que vincula los nombres mediante una fórmula única e inserta información adicional en algunos casos pero no en todos (p. ej. Gn. 5 y cf. vv. 24), hasta el relato histórico completo que se basa en un marco formado por nombres, como en los libros de Reyes.

Se encuentran genealogías de dos formas en el AT. Las genealogías “ascendentes” generalmente tienen una fórmula vinculadora, “x hijo (bēn) de y” (1 Cr. 6.33–43; Esd. 7.1–5); las genealogías “descendentes” a menudo tienen ”x engendró (yālaḏ) a y” (Gn. 5; Rt. 4.18–22). La genealogía de tipo descendente puede incluir bastante información sobre la edad y los actos de los eslabones individuales, mientras que el tipo ascendente se usa más comúnmente para trazar el parentesco de un individuo hasta alguna figura importante del pasado, cuando las acciones de las figuras intermedias no afectan la cuestión.

(ii) Las generaciones como fuentes para la cronología. Se puede demostrar que algunas genealogías omiten algunas generaciones (cf. Mt. 1.1 con 1.2–17). Por ejemplo, la lista de los descendientes de Aarón en Esd. 7.1–5 omite seis nombres que se dan en 1 Cr. 6.3–14. (Véase tamb. *Cronología del Antiguo Testamento, III.a.). Esto se entiende fácilmente por las fórmulas, porque la palabra bēn podía significar no solamente hijo sino también “nieto” y “descendiente”, y de la misma manera es probable que el verbo yālaḏ pudiese significar no sólo “engendrar” en el sentido físico inmediato sino también “ser antepasado de” (el sustantivo yeleḏ que deriva de este verbo tiene el significado de descendiente en Is. 29.23). Factores tales como la inclusión de la edad de cada miembro al nacer su descendiente, y el número de años que vivió después (Gn. 5.6), no tienen por qué militar en contra de una interpretación de estas genealogías como abreviaciones, Como lo han sugerido Green y Warfield, el propósito de mencionar los años de edad puede haber sido el de destacar la mortalidad a pesar de la vigorosa longevidad de estos patriarcas, como testimonio de uno de los resultados de la caída.

(iii) La costumbre en el antiguo Cercano Oriente. Las genealogías constituían un rasgo normal de la tradición histórica antigua. Naturalmente, las genealogías de las familias reales ofrecen los ejemplos principales, pero los registros de juicios relacionados con la propiedad de la tierra demuestran que muchas otras personas conservaban información de este carácter. Los escribientes asirios del 1º milenio a.C. mantuvieron una lista de reyes de Asiria desde tiempos remotos, en forma casi ininterrumpida durante 1.000 años (ANET³, pp. 564–566). Se indicaba la relación existente entre uno y otro, y la duración del reinado de cada uno. Encabezan la lista los nombres de “diecisiete reyes que vivieron en tiendas”; aunque durante mucho tiempo se los consideró legendarios, como personificación de tribus, o ficticios, ahora parecen tener base histórica con el descubrimiento, en *Ebla, de un tratado que menciona al primero de la lista. Del ss. XVII a.C. subsiste una lista de reyes de Babilonia, sus antepasados y predecesores, que comparten algunos nombres con la parte más antigua de la lista de reyes asirios. Más antigua todavía es la lista de los sumerios, completada alrededor de 1800 a.C., que menciona reyes del S de Babilonia que retroceden hasta el diluvio, y aun antes (ANET, pp. 265–266). Escribas hititas, ugaríticos, y egipcios también nos han dejado listas de reyes de diversas longitudes, y hechas con diversos motivos.

Algunas de las características particulares de las genealogías bíblicas pueden observarse también en estos textos. Las listas de nombres tienen intercaladas notas históricas y personales, comparables a las de Gn. 4.21, 23; 36.24; 1 Cr. 5.9–10, etc. La lista de reyes sumerios menciona a un tal Mes-kiaga-nuna, rey de Ur, como hijo de Mes-ane-pada, pero registros contemporáneos sugieren que en realidad se trataba del nieto de Mes-ane-pada, y que su padre era A-ane-pada. Algún escriba ha omitido el nombre del padre por error, porque era muy parecido al del abuelo, o “hijo” se usa en un sentido más amplio que el actual. El uso más amplio era común en Babilonia, como en todas las lenguas semíticas, para “miembro de un grupo específico”, y desde 1500 a.C. en adelante, māru (‘hijo’) se usó en el sentido de “descendiente de”. Encontramos un caso interesante en el obelisco negro de Salmanasar III que se refiere a *Jehú como “hijo (mār) de Omri”, cuando en realidad no estaba relacionado, sino que simplemente gobernaba el mismo estado. Un notable ejemplo egipcio es un breve texto en el que el rey Tirhaca (ca. 670 a.C.) honra a su “padre” Sesostris III (ca. 1879 a.C.), que vivió unos 1200 años. antes que él. En forma similar, al rey Abdul Aziz de Saudi Arabia se le llama Ibn (hijo de) Saud, aunque en realidad era hijo de Abd-erRahman, y el Saud cuyo nombre llevaba murió en 1724. Cuando se interpreta cualquier genealogía antigua se debe tener en cuenta el uso de las palabras que aluden a parentesco, como también el de los nombres dinásticos y de familia, y muchos otros factores.

Por lo tanto no hay razón para suponer que todas las genealogías en la Biblia pretenden ser completas, ya que su propósito era más el de establecer la descendencia a partir de algún antepasado o antepasados en particular (propósito que no se ve afectado por la omisión de nombres) que el de establecer cronologías exactas (* Cronología). No corresponde, tampoco, rechazar parte alguna de ellas como legendaria, personificación de tribus o deidades, o pura ficción, a la luz de las crecientes pruebas de que otros registros similares tienen bases objetivas.

b. Genealogías del Antiguo Testamento

Las principales listas genealógicas del AT son:

(i) Adán a Noé (Gn. 5; 1 Cr. 1.1–4). Diez nombres, cada uno con la fórmula “vivió A x años, y engendró (yāluḏ) a B. Vivió A después que engendró a B y años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días que vivió A z años; y murió”. Las cifras para x e y varían en alguna medida entre el TM, el Pentateuco samaritano (PS) y la LXX, aunque hay una medida considerable de acuerdo en los totales (z), como sigue: Adán, 930; Set, 912; Enós, 905; Cainán, 910; Mahalaleel, 895; Jared, 962 (TM, LXX), 847 (PS); Enoc, 365; Matusalén, 969 (MT, LXX), 720 (PS) ; Lamec, 777 (TM), 635 (PS), 753 (LXX ); la edad de Noé en la época del diluvio, 600. Es probable que esta lista esté abreviada, de modo que no puede usarse con certidumbre como base de *cronologías. Semejante a esta genealogía es la primera parte de la lista de reyes sumerios, que menciona a diez “grandes hombres” que gobernaron antes del diluvio. Los años de reinado de estos alcanzan, en una recensión, a nada menos que 43.200.

(ii) Los descendientes de Caín (Gn. 4.17–22).

(iii) Los descendientes de Noé (Gn. 10; 1 Cr. 1.1–23). La lista de naciones descendientes de Sem, Cam, y Jafet (* Naciones, Tabla de las).

(iv) Sem a Abraham (Gn. 11.10–26; 1 Cr. 1.24–27). Diez nombres. Genealogía enmarcada en los mismos términos que (i) sup. excepto que, mientras que el Pentateuco samaritano da el total de años (z), el TM y la LXX aportan únicamente las cifras x e y. Los totales que ofrece el Pentateuco samaritano, y calculadas para el TM y la LXX, son como sigue, en los que el TM y el Pentateuco samaritano concuerdan en la mayoría de los casos en oposición a la LXX. Sem, 600; Arfaxad, 438 (TM, PS), 565 (LXX ); la LXX inserta aquí Cainán, 460, omitido en el TM y en el PS; Sela, 433 (TM, PS), 460 (LXX) ; Heber, 464 (TM), 404 (PS), 504 (LXX ); Peleg, 239 (TM, PS), 339 (LXX; Reu, 239 (TM, PS), 339 (LXX ); Serug, 230 (TM, PS) 330 (LXX ); Nacor, 148 (TM, PS), 208 (LXX ); Taré, 205 (TM, LXX), 145 (PS); Abraham.

(v) Los descendientes de Abraham por Cetura (Gn. 25.1–4; 1 Cr. 1.32–33). (* Arabia )

(vi) Los descendientes de Nacor (Gn. 22.20–24).

(vii) Los descendientes de Lot (Gn. 19.37–38).

(viii) Los descendientes de Ismael (Gn. 25.12–18; 1 Cr. 1.29–31).

(ix) Los descendientes de Esaú (Gn. 36; 1 Cr. 1.35–54).

(x) Los descendientes de Israel (Jacob; Gn. 46), 1–6 por Lea; 7–8 por Bilha; 9–10 por Zilpa; y 11–12 por Raquel.

1. Rubén (Gn. 46.9; Ex. 6.14; Nm. 26.5–11; 1 Cr. 5.1–10).

2. Simeón (Gn. 46.10; Ex. 6.15; Nm. 26.12–14; 1 Cr. 4.24–43).

3. Leví (Gn. 46.11; Ex. 6.16–26; 1 Cr. 6.1–53). Esta es una genealogía importante, ya que el sacerdocio hereditario residía en este linaje, y los sumos sacerdotes descendían de Aarón, cuya genealogía propia se da en forma condensada en Ex. 6.16–22. La descendencia de Samuel a partir de Leví se da en 1 Cr. 6 y la de Esdras a partir de Aarón en Esd. 7.1–5. Véase tamb. (xi) inf.

4. Judá (Gn. 46.12; Nm. 26.19–22; 1 Cr. 23–4.22; 9.4). Este era el linaje de David (1 Cr. 2–3), del cual descendía la línea de reyes desde Salomón hasta Josías (1 Cr. 3.10–15).

5. Isacar (Gn. 46.13; Nm. 26.23–25; 1 Cr. 7.1–5).

6. Zabulón (Gn. 46.14; Nm. 26.26–27).

7. Dan (Gn. 46.23; Nm. 26.42–43).

8. Neftalí (Gn. 46.24; Nm. 26.48–50; 1 Cr. 7.13).

9. Gad (Gn. 46.16; Nm. 26.15–18; 1 Cr. 5.11–17).

10. Aser (Gn. 46.17; Nm. 26.44–47; 1 Cr. 7.30–40).

11. José (Gn. 46.20; Nm. 26.28–37; 1 Cr. 7.14–27), a través de sus dos hijos, Efraín y Manasés, quienes fueron aceptados por Jacob como equivalentes a sus propios hijos (Gn. 48.5, 12; * Adopción).

12. Benjamín (Gn. 46.21; Nm. 26.38–41; 1 Cr. 7.6–12; 8.1–40; 9.7, 35–44). Este es el linaje de Saúl (1 Cr. 8–9).

Además de estas listas, que establecen relaciones genealógicas, hay una cantidad de registros adicionales correspondientes a otros individuos, en un contexto u otro, mencionados en relación con ciertos períodos de la historia del AT.

(xi) registros de levitas (véase tamb. (x) 3 sup.). De la época de David (1 Cr. 15.5–24), Josafat (2 Cr. 17.8), Ezequías (2 Cr. 29.12–14; 31.12–17), Josías (2 Cr. 34.8–13; 35.8–9), Zorobabel y Joiacim (Neh. 12.1–24), Nehemías (Neh. 10.2–13).

(xii) Registros del reinado de David. Los que reclutó en Siclag (1 Cr. 12.3–13, 20), sus valientes (2 S. 23.8–39; 1 Cr. 11.11–47), los oficiales sobre las tribus (1 Cr. 27.16–22) y otros funcionarios administrativos (1 Cr. 27.25–31).

(xiii) Registros de familias e individuos de la época del retorno y de las obras de Esdras y Nehemías. Los que volvieron con Zorobabel (Neh. 7.7–63; Esd. 2.2–61), los que volvieron con Esdras (Esd. 8.2–14), los edificadores del muro de Jerusalén (Neh. 3.1–32), los que tenían esposas extranjeras (Esd. 10.18–43), los que firmaron el pacto (Neh. 10.1–27), los que residían en Jerusalén (Neh. 11.4–19; 1 Cr. 9.3–17).

II. En el Nuevo Testamento

Hay dos genealogías en el NT (Mt. 1.1–17; Lc. 3.23–38), y ambas ofrecen la ascendencia humana de Jesús el Mesías (* Genealogía de Jesucristo).

Aparte del término genesis en Mt. 1.1, que °vrv2 traduce “genealogía”, este último término, del gr. genealogia, aparece en 1 Ti. 1.4 y Tit. 3.9. El verbo correspondiente,genealogēo, “trazar genealogías”, aparece en He. 7.6 con referencia a Melquisedec, que no contaba su ascendencia a partir de Leví. En los pasajes en Timoteo y Tito la palabra “geneologías” se usa en sentido negativo, en Timoteo en conjunción ron la palabra mythos, ‘fábula’, y en Tito junto con “cuestiones necias”. Es posible que al hablar de estas cosas Pablo estuviese pensando en las historias míticas basadas en el AT que se encuentran en los libros apócrifos judíos tales como el libro de Jubileos, o en las genealogías de los eones que aparecen en la literatura gnóstica. Es obvio que no se refieren a las genealogías del AT.

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Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico