GRIEGO

lengua de la familia de las indoeuropeas, introducida en la pení­nsula Balcánica en el segundo milenio a. C., de la cual se formaron cuatro dialectos en Grecia, el arcadio-chipriota, el dórico, el eólico y el jónico. Del Jónico procede el ático, base del griego clásico, en el cual escribieron las tragedias Esquilo, Eurí­pides y Sófocles; los diálogos filosóficos, Platón; los discursos, Demóstenes; la historia, Tucí­dides y Jenofonte. Tanto el g. antiguo como el moderno tienen el mismo alfabeto de veinticuatro letras, de origen fenicio.

En el siglo IV a. C. con la irrupción del Imperio macedónico, bajo Alejandro Magno, quien habí­a sido formado por Aristóteles, inició en el mundo de la época la llamada helenización, de suerte que el griego se volvió la lengua común de los pueblos conquistados y en el contacto con otras lenguas cambió, dando como resultado una nueva forma, la koiné, que impuso en los territorios de influencia griega. La Septuaginta o versión de los Setenta, una traducción del A. T. al g., para uso de los judí­os que viví­an fuera de Palestina y hablaban esta lengua. La koiné fue la lengua de los cuatro Evangelios, con influencias semitas; el apóstol Pablo la conocí­a y escribí­a en esta lengua. La inscripción que hizo poner Pilato en la cruz, †œJesús el Nazareno, el rey de los judí­os†, estaba escrita en hebreo, latí­n y g., Jn 19, 20.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

tip, TRIB

ver, HELENISTAS

vet, (gr.: “hellën”). Habitante de Grecia, o que era de raza griega (Hch. 16:1; 17:4). Cuando el NT opone los judí­os a los griegos, el término griego designa, por lo general, a un extranjero; pero el griego era considerado como el tipo de gentil más desarrollado (Ro. 1:14, 16; 10:12). Después que Macedonia conquistara el imperio persa y otras tierras de oriente, y que hubiera fundado reinos helénicos en Siria y Egipto, el nombre de “griegos” fue usado, sobre todo por los orientales, para designar a aquellos que hablaban comúnmente la lengua griega, y que gozaban de los privilegios de los colonos griegos en los estados gobernados por los sucesores de Alejandro. Los griegos que querí­an ver a Jesús (Jn. 12:20, 21) eran unos extranjeros, pero no es seguro que fueran de raza griega (véase HELENISTAS).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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En general, idioma del pueblo griego que es una forma expresiva perteneciente para unos a los idiomas del grupo indoario y emparentado en sus formas arcaicas con el sánscrito; y para otros, autóctono de la cuenca del bajo Danubio y gestado entre los siglos XX y XV antes de Cristo por los grupos indoeuropeos que se establecieron en las llanuras del norte balcánico en busca de las tierras fértiles. Entre el siglo X y el VIII ya se advierten sí­ntomas de los cuatro dialectos principales: acadio-chipriota, dórico, eólico y jónico.

El dialecto jónico originó el ático, que es la base del griego clásico, lenguaje de Atenas y del ítica. Su papel fue predominante en el arte, la filosofí­a y el teatro en el siglo V a.C. En él se expresaron los filósofos y escritores del siglo de oro griego: Esquilo, Eurí­pides y Sófocles, el orador Demóstenes, Platón, Aristóteles, los historiadores Tucí­dides y Jenofonte. En él nació el pensamiento occidental.

Las conquistas de Alejandro Magno y de Macedonia, abrieron el perí­odo, llamado helení­stico. El dialecto ático transmitido por los gobernantes, los mercaderes y los emigrantes, se hizo lenguaje común (koiné) en todo el Oriente Próximo. Evolucionó al contacto con los otros pueblos, y se extendió por todas las áreas de influencia griega. Durante el imperio helení­stico la koiné fue la lengua de la corte, de la literatura y el comercio.

Se desarrolló la semántica (nuevos términos) y la misma fonética. Se adaptó el habla a las nuevas necesidades: polí­ticas y legales, artes, comercio, creencias nuevas, ciencias. Y perdió la musicalidad del griego clásico, que se mantení­a para la lectura de los autores clásicos, pero no se hablaba con fluidez en la calle, en los templos, en las esferas del poder.

Ese modo lingüí­stico es el que predominaba en Grecia, en Asia, En Siria, en Egipto y es el que llevaron las masas de emigrantes y esclavos que poblaron la misma Roma y las zonas dominadoras de Italia.

En ese griego común se escribieron los textos cristianos: Cartas apostólicas, Evangelios, los primeros documentos no canónicos como la Didajé, los textos de los primeros pensadores cristianos (Padres del siglo II y del III).

Después de las diversas investigaciones realizadas desde el siglo XVII y el análisis de multitud de textos extrabí­blicos, la vieja e incorrecta idea de que el griego bí­blico era un lenguaje vulgar, sin valor literario y propio de gente inculta, quedó superada por la certeza de que el tiempo helení­stico supo generar un griego nuevo, internacional, rico, de valor expresivo y de riqueza léxica, fonética e ideológica excelente. Ese griego común es el que usaron los escritores cristianos y es el que late en el Nuevo Testamento.

Incluso se halló ya en sus primeras manifestaciones, como fue la versión del Antiguo Testamento llamada de los LXX, hecha en Alejandrí­a en el siglo III y destinada a los judí­os de la Diáspora.

El nuevo Testamento está escrito, pues, en lenguaje popular y culto, con gran variedad de formas y diferente riqueza según los autores, las cuales van desde la fluidez narrativa de Lucas y los Hechos hasta la forma más coloquial de las cartas paulinas o la más mí­stica y conceptual de los escritos joánicos.

Sólo a partir del siglo IV en Occidente se recuperó el idioma latino para comunicarse, cuando el mundo romano se separó polí­tica e ideológicamente en los dos grandes bloques culturales, Oriente y Occidente, que seguirí­an caminos diferentes. El lenguaje griego quedó relegado para la amplia y culta zona bizantina. Y el Occidente inició nueva etapa entre los escritores latinos de Roma, Iberia. Africa y Galias, aunque pronto las afluencias lingüí­sticas e ideológicas de los pueblos que fueron llegando desde el siglo V, los denominados bárbaros por su forma de hablar ni griega ni latina, imprimieron otra dirección a la cultura.

Con todo bueno es recordar que en el Oriente se siguió hablando en griego hasta nuestros dí­as, pues ni todo el empuje árabe logro ahogar su vitalidad.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Este idioma pertenece a la familia de lenguas indoeuropeas (el hebreo pertenece a la familia semí­tica). El griego es la lengua en la que originalmente se escribieron las Escrituras Cristianas (con la excepción del evangelio de Mateo, que primero se escribió en hebreo). Además, la primera traducción completa de las Escrituras Hebreas, conocida como la Versión de los Setenta, fue una traducción al griego. Es un lenguaje flexivo, es decir, que consigue una amplia gama de expresión por medio de raí­ces, prefijos y desinencias.

Koiné. La época de oro de la koiné, o griego común, se extendió desde alrededor del año 300 a. E.C. hasta aproximadamente 500 E.C. Se trataba de una mezcla de diferentes dialectos griegos, entre los que predominaba el ático. Con el tiempo se convirtió en lengua internacional, con una importancia que no tení­an otras lenguas de la época. Koiné significa †œ[lengua] común† o †œ[dialecto] común a todos†. Tal era su extensión, que tanto los decretos de los gobernadores imperiales como los del senado romano se traducí­an a la koiné para distribuirse por todo el Imperio romano. Por ello, la acusación que se fijó en el madero sobre la cabeza de Jesucristo no solo estaba escrita en latí­n, la lengua oficial, y en hebreo, sino también en griego (koiné). (Mt 27:37; Jn 19:19, 20.)
Un erudito comenta sobre el uso del griego en la tierra de Israel: †œAunque la mayorí­a de los judí­os rechazaban el helenismo y sus costumbres, de ningún modo evitaban la relación con los pueblos griegos y el empleo de su idioma. […] Los maestros palestinos veí­an con buenos ojos la traducción griega de las Escrituras, como un instrumento para llevar la verdad a los gentiles†. (Hellenism, de N. Bentwich, 1919, pág. 115.) Por supuesto, la Versión de los Setenta se hizo principalmente para el beneficio de los judí­os, en especial para los de la Diáspora, que ya no hablaban bien el hebreo y entendí­an mejor el griego. Términos de origen griego reemplazaron palabras del hebreo antiguo relacionadas con la adoración judí­a. La palabra sy·na·go·gue, que significa †œjuntamiento†, es un ejemplo de la adopción de palabras griegas por parte de los judí­os.

Los escritores cristianos inspirados empleaban la koiné. Como los escritores de las Escrituras Cristianas inspiradas querí­an comunicar un mensaje entendible a todas las personas, se valieron de la koiné en vez del griego clásico. Aunque todos estos escritores eran judí­os semitas, su interés no era difundir el semitismo, sino la verdad del cristianismo, sin importar el vehí­culo utilizado, y entendieron que con el lenguaje griego podí­an alcanzar a un mayor número de personas. Les facilitarí­a la comisión de hacer †œdiscí­pulos de gente de todas las naciones†. (Mt 28:19, 20.) Además, la koiné era un instrumento ideal para expresar con precisión la sutil complejidad de los pensamientos bí­blicos.
Los escritores cristianos inspirados comunicaron a la koiné fuerza, dignidad y sentimiento debido a la elevada naturaleza de su mensaje. Las palabras griegas adquirieron un significado más profundo, completo y espiritual como consecuencia de su utilización en las Escrituras inspiradas.

Alfabeto. Todos los alfabetos europeos de la actualidad se derivan directa o indirectamente del alfabeto griego. Sin embargo, los griegos no inventaron su alfabeto, sino que lo adoptaron del semita. Una prueba que apoya esta afirmación es que las letras del alfabeto griego (de alrededor del siglo VII a. E.C.) se parecí­an a los caracteres hebreos (de alrededor del siglo VIII a. E.C.). También tení­an el mismo orden general, con pocas excepciones. Además, la pronunciación de los nombres de algunas de las letras es muy similar; por ejemplo: ál·fa (griego) y ´á·lef (hebreo), be·ta (griego) y behth (hebreo), dél·ta (griego) y dá·leth (hebreo), etc. La koiné tení­a veinticuatro letras. Cuando los griegos adaptaron el alfabeto semita a su propio idioma, hicieron una valiosa aportación, porque usaron las letras hebreas que no tení­an correspondencia en griego (´á·lef, he´, jehth, `á·yin, waw, y yohdh) para representar los sonidos vocálicos a, e (breves), e (larga) o, y, e i.

Vocabulario. El vocabulario griego es amplio y preciso. El escritor griego tiene a su disposición suficientes palabras para diferenciar ideas afines y transmitir justamente el matiz deseado. Por ejemplo, el griego hace una distinción entre el conocimiento en general, gno·sis (1Ti 6:20), y el conocimiento más profundo, e·pí­Â·gno·sis (1Ti 2:4); y entre ál·los (Jn 14:16), que significa †œotro† de la misma clase, y hé·te·ros, que significa †œotro† de una clase diferente. (Gál 1:6.) Muchas palabras españolas se derivan del griego, lo que ha contribuido a la precisión y riqueza de la lengua española.

Sustantivos. Los sustantivos se declinan en cuanto a género, número y caso. Otros elementos de la oración, como los pronombres y los adjetivos, se declinan de modo que concuerden con sus antecedentes o con las palabras que modifican.

Caso. Por lo general se asignan a la koiné cinco casos (aunque algunos helenistas dan ocho). En español no cambia la forma de los sustantivos, excepto para el género y el número (algunos pronombres varí­an según el caso). No obstante, en la koiné las palabras adoptan distintas formas, con distintas terminaciones, para cada caso diferente, lo que hace que en este respecto esta lengua sea mucho más complicada que la española.

El artí­culo. En español existe tanto el artí­culo definido (†œel†, †œla†, †œlo†, †œlos†, †œlas†) como el indefinido (†œun†, †œuna†, †œunos†, †œunas†). El griego koiné no tiene más que un solo artí­culo ο (ho), que en algunos aspectos equivale al artí­culo definido español †œel† o †œla†. No obstante, el artí­culo griego, a diferencia del artí­culo definido español, se declina, al igual que los sustantivos.
El artí­culo griego no solo se emplea para introducir los sustantivos, sino también los infinitivos, adjetivos, adverbios, locuciones e incluso a oraciones enteras. En Juan 10:11 se encuentra un ejemplo de un adjetivo con artí­culo. La traducción literal de este pasaje serí­a: †œYo soy el pastor el excelente†. Esta construcción tiene más fuerza que solo decir: †œYo soy el pastor excelente†. Colocar el artí­culo delante del adjetivo †œexcelente† equivaldrí­a a escribir esta expresión en bastardillas.
En Romanos 8:26 encontramos un ejemplo en el que el artí­culo se aplica a una oración. La frase †˜qué debemos pedir en oración como necesitamos hacerlo†™ va precedida del artí­culo neutro. Literalmente, la frase dirí­a †œel […] qué debemos pedir†. Para facilitar la comprensión en español, puede añadirse la expresión †œproblema de†. El artí­culo definido presenta el asunto de tal forma que el problema aparece como una cuestión especí­fica. Por ello, la traducción †˜porque el [problema de] qué debemos pedir en oración como necesitamos hacerlo no lo sabemos†™ (NM), transmite con más precisión el matiz del pensamiento del escritor.

Verbos. En griego las formas verbales se componen de raí­ces o temas, a los que se añaden desinencias, sufijos y afijos. Se conjugan según la voz, el modo, el tiempo, la persona y el número. El estudio de los verbos es más complejo que el de los sustantivos. Debido a que en años recientes se ha conseguido una mejor comprensión de la koiné, particularmente en lo que tiene que ver con los verbos, los traductores pueden resaltar mejor los matices del idioma y traducir las Escrituras Griegas Cristianas con más exactitud que en el pasado. En los siguientes párrafos se pasa a examinar algunas de las caracterí­sticas más interesantes de los verbos griegos, así­ como su influencia en la comprensión del texto bí­blico.

Voz. Los verbos españoles solo tienen dos voces: activa y pasiva, pero en griego existe además la †œvoz media†. En esta voz, el sujeto participa en los resultados de la acción (o, a veces, produce la acción). Además, la voz media destaca el interés del agente en la acción del verbo.
La voz media también serví­a para resaltar un concepto, tal como hoy se harí­a mediante las bastardillas. Por ejemplo, cuando se le comunicó a Pablo que le esperaban cadenas y tribulaciones al llegar a Jerusalén, este dijo: †œSin embargo, no hago mi alma de valor alguno como preciada para mí­, con tal que termine mi carrera y el ministerio que recibí­ del Señor Jesús†. (Hch 20:22-24.) En este pasaje, el verbo que se traduce †œhago†, poi·óu·mai, está en la voz media. Pablo no dice que no valora su vida, sino que el cumplimiento de su ministerio es mucho más importante. Esta es su conclusión, sin importar lo que otros puedan pensar.
Asimismo, en Filipenses 1:27 se hace uso de la voz media: †œSolamente que pórtense [o †œcompórtense como ciudadanos†] de una manera digna de las buenas nuevas acerca del Cristo†. El verbo po·li·téu·o·mai aparece en voz media en este texto, po·li·téu·e·sthe, †œcompórtense como ciudadanos†, es decir, participen en las actividades de ciudadanos, declarando las buenas nuevas. Los ciudadanos romanos tení­an una participación activa en cuestiones polí­ticas, pues la ciudadaní­a romana era altamente apreciada, sobre todo en las ciudades cuyos habitantes habí­an recibido la ciudadaní­a de Roma, como era el caso de Filipos. Por consiguiente, Pablo dijo a los cristianos en esta ocasión que no deberí­an estar inactivos, siendo solo cristianos de nombre, sino que también deberí­an participar en la actividad cristiana. Esta idea concuerda con sus últimas palabras dirigidas a ellos: †œEn cuanto a nosotros, nuestra ciudadaní­a existe en los cielos†. (Flp 3:20.)

Tiempos. Otra caracterí­stica importante y distintiva del griego y que contribuye a su exactitud es su uso de los tiempos verbales. En los tiempos de los verbos entran en juego dos factores: el aspecto de la acción (factor principal) y el grado temporal de la acción (factor secundario). En griego hay tres aspectos principales de la acción verbal, cada uno de ellos con caracterí­sticas modificantes: 1) la acción continua (†œestar haciendo†), expresada principalmente en tiempo presente, la cual es una acción progresiva o que se repite habitual o sucesivamente; 2) la acción acabada (†œhaber hecho†), normalmente en tiempo perfecto, y 3) la acción puntual o instantánea (†œhacer†), en tiempo aoristo. También hay otros tiempos, como, por ejemplo, el imperfecto, el pluscuamperfecto y el futuro.
A continuación se ilustra la diferencia entre los tiempos griegos. En 1 Juan 2:1, el apóstol dice: †œSi alguno peca, abogado tenemos ante el Padre† (NC). En este pasaje el verbo griego para †œpecar† está en aoristo, de modo que la acción es puntual o instantánea. En esta ocasión el tiempo aoristo indica un solo acto de pecar, mientras que el tiempo presente denotarí­a la condición de ser un pecador, o la acción continua o progresiva de pecar. De manera que Juan no se refiere a alguien que persiste en una práctica de pecar, sino a alguien que †œcomete un pecado†. (Compárese con Mt 4:9, donde el aoristo indica que el Diablo no le pidió a Jesús que le adorase constante o continuamente, sino tan solo, †œun acto de adoración†.)
El no distinguir entre los tiempos presente y aoristo cuando se traduce, dificulta la comprensión de la idea original. Por ejemplo, en la traducción Nácar-Colunga puede parecer que el apóstol Juan se contradice al comparar el pasaje citado antes con las palabras de 1 Juan 3:6, 9. Esta traducción dice: †œTodo el que permanece en El no peca† y †œQuien ha nacido de Dios no peca†. Esta traducción no transmite con claridad la acción continua que da a entender el tiempo presente de los verbos griegos empleados. Sin embargo, algunas versiones modernas, en lugar de traducir esta expresión por †œno peca†, tienen en cuenta la acción continua y traducen los verbos correspondientes: †œNo practica el pecado†, †œno se ocupa en el pecado† (NM); †œno sigue en el pecado†, †œ[no] vive entregado al pecado† (FS); †œno continúa pecando†, †œno practica el pecado† (Val), y †œno anda en pecado†, †œno practica el pecado† (PNT) (véanse también NTI, NVI). Del mismo modo, Jesús mandó a sus seguidores: †œSigan, pues, buscando primero el reino†, más bien que simplemente, †œbuscad primero su Reino†; con el uso del tiempo presente indica un esfuerzo continuo. (Mt 6:33; NM; BJ.)
Igualmente, cuando se trata de prohibiciones, los tiempos presente y aoristo son claramente distintos. En el tiempo presente una prohibición significa más que no hacer una cosa: significa dejar de hacerla. Por lo tanto, cuando Jesucristo iba al Gólgotha, no les dijo meramente a las mujeres que le seguí­an: †œNo lloren†, sino: †œDejen de llorar por mí­†, pues ya estaban llorando. (Lu 23:28.) Asimismo, a aquellos que vendí­an palomas en el templo, Jesús les dijo: †œÂ¡Dejen de hacer de la casa de mi Padre una casa de mercancí­as!†. (Jn 2:16.) En el Sermón del Monte dijo: †œDejen de inquietarse† en cuanto a la comida, la bebida o la ropa. (Mt 6:25.) Por otro lado, en el aoristo la prohibición era una orden de no hacer una cosa en ningún tiempo o momento. Jesús dijo a sus oyentes: †œPor lo tanto, nunca se inquieten [es decir, no se inquieten en ningún momento] acerca del dí­a siguiente†. (Mat 6:34.) De modo que en este texto se emplea el aoristo para significar que los discí­pulos no solo no deberí­an inquietarse, sino que no deberí­an inquietarse en ningún momento.
Otro ejemplo de lo importante que es tener en cuenta el tiempo del verbo griego a la hora de traducir se halla en Hebreos 11:17. Algunas traducciones pasan por alto su significado especial en este caso. La traducción Bover-Cantera dice con referencia a Abrahán: †œEl que habí­a recibido las promesas ofrecí­a al unigénito†. El verbo griego que aquí­ se traduce †œofrecí­a† está en el tiempo imperfecto, lo que transmite la idea de que se pretendió o se intentó realizar la acción, pero de hecho no se llevó a cabo. Por lo tanto, según lo que sucedió en realidad, es más exacto traducir el verbo griego por †œtrató de ofrecer†. Asimismo, cuando en Lucas 1:59 se hace referencia al tiempo de la circuncisión del hijo de Zacarí­as y Elisabet, se emplea el tiempo imperfecto, lo que indica que en lugar de la traducción †œle llamaban con el nombre de su padre, Zacarí­as† (Val, 1960), el pasaje deberí­a decir †œiban a llamarlo por el nombre de su padre, Zacarí­as† (NM). Esto concuerda con lo que realmente sucedió: que al niño se le llamó Juan, según las instrucciones del ángel Gabriel. (Lu 1:13.)

Transliteración. Representación de las palabras griegas con las letras de otro alfabeto. En la mayorí­a de los casos simplemente es una sustitución de las letras griegas por sus correspondientes españolas, b por β, g por γ, etc. En el caso de las vocales: a por α, e por ε, Ä“ por η, i por ι, o por ο, y por Ï… y ō por ω.

Diptongos. En la mayorí­a de los diptongos también se aplica la misma regla general de sustituir letra por letra: ai por αι, ei por ει, oi por οι. La letra griega ý·psi·lon (Ï…) es una excepción en los siguientes casos: αυ es au, no ay; ευ es eu, no ey; ου es ou, no oy; υι es ui, no yi, y ηυ es eu, no ey.
Por otra parte, la diéresis (¨) rompe el diptongo. Por ejemplo en los casos: αϋ, εϋ, οϋ, ηϋ, ωϋ, αϊ, οϊ, ni la i·o·ta (ÏŠ) ni la ý·psi·lon (Ï‹) forman diptongo con la vocal precedente. De manera que la ý·psi·lon con una diéresis se transcribe y, no u. Los ejemplos mencionados antes se transcribirí­an respectivamente ay, ey, oy, ey, oy, ai, oi.
Algunas vocales (α, η, ω) se escriben con una pequeña i·o·ta (ͺ) (llamada i·o·ta suscrita) debajo. En su transcripción, la i·o·ta (o i) no se sitúa debajo de la vocal, sino a su lado. Así­, á¾³ es ai, ῃ es ei y ῳ es oi.

Acentos. Hay tres tipos de acentos en griego: el agudo (´), el circunflejo (á¿€) y el grave (`), que se colocan sobre la vocal de la sí­laba acentuada. Sin embargo, en esta publicación solo se usa el acento agudo (´) para los tres tipos de acentos griegos.

Sí­labas. Para separar las sí­labas y así­ facilitar la pronunciación de las transcripciones, se emplea el punto silábico. Una palabra griega tiene tantas sí­labas como vocales o diptongos. Así­ Î»ÏŒÎ³Î¿Ï‚ (ló·gos) tiene dos vocales y por lo tanto dos sí­labas. Las dos vocales de un diptongo forman una sí­laba, no dos. La palabra πνεῦµα (pnéu·ma) tiene un diptongo (eu) y otra vocal (a), de modo que tiene dos sí­labas.
La división silábica se rige por las siguientes reglas: 1) Cuando en el interior de una palabra hay una consonante sola entre dos vocales, se incluye en la sí­laba posterior. Por ejemplo, πατήρ serí­a pa·tér. 2) Cuando en el interior de la palabra aparece un grupo de consonantes, pueden comenzar sí­laba solo si este grupo consonántico puede comenzar una palabra griega. Por ejemplo, κόσµος se dividirí­a en kó·smos. Sm pertenece a la segunda sí­laba porque muchas palabras griegas (como, por ejemplo, Smýr·na) empiezan por este grupo consonántico. Pero si, por el contrario, las consonantes que aparecen en el interior no se encuentran en griego a principio de palabra, entonces han de separarse. De esta manera, βύσσος se transcribe býs·sos, pues no hay ninguna palabra en griego que empiece por ss.

Signos de aspiración o espí­ritus. Una vocal colocada al principio de una palabra requiere bien un espí­ritu †œsuave† (᾿), bien un espí­ritu †œáspero† (῾). El espí­ritu †œsuave† (᾿) puede pasarse por alto en la transcripción (ya que no se pronuncia); el espí­ritu †œáspero† (῾) se pronuncia como la h inglesa o alemana, y se transcribe en forma de h. Si la palabra empieza con letra mayúscula, el espí­ritu se coloca antes de la palabra. Ejemplos: Ἐ, que se transcribe E, y ῾Ε, que se transcribe He. Cuando la palabra empieza con minúscula, los espí­ritus se colocan sobre la primera letra o, en el caso de la mayorí­a de los diptongos, sobre la segunda. Ejemplos: αἰών se convierte en ai·ón, mientras que ἁγνός en ha·gnós y αἱρέοµαι en hai·ré·o·mai.
Por otra parte, la letra griega rho (ρ), que se transcribe r, siempre se escribe con un espí­ritu †œáspero† (῾) al principio de una palabra. Así­, ῥαββεί es rhab·béi.

[Tabla de la página 1051]

ALFABETO GRIEGO
Letra Nombre Transcripción
y pronunciación1
Α α íl·fa a
Β β Be·ta b
Γ γ Gám·ma g (gu, antes de e o i)2
Δ δ Dél·ta d
Ε ε E·psi·lon e (breve)
Ζ ζ Ze·ta z (ds)
Η η E·ta e (larga)
Θ θ The·ta th (z)
Ι ι I·o·ta i
Κ κ Káp·pa k
Λ λ Lám·bda l
Μ µ My m
Ν ν Ny n
Ξ ξ Xi x
Ο ο í“·mi·kron o (breve)
Π π Pi p
Ρ ρ Rho r
Σ σ, Ï‚3 Sí­g·ma s
Τ τ Tau t
Î¥ Ï… íÂ·psi·lon y o u4 (u francesa o ü alemana)
Φ φ Fi f
Χ χ Kji kj (j)
Ψ ψ Psi ps
Ω ω O·mé·ga o (larga)
1 Esta pronunciación difiere de la del griego moderno.
2 La γ delante de κ, ξ, χ u otra γ es nasal y se pronuncia como la n de ángel.
3 Empleada únicamente al final de una palabra.
4 íÂ·psi·lon se pronuncia u cuando forma parte de un diptongo.

Fuente: Diccionario de la Biblia

GRIEGO

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento