HEBREOS/AS

Hebreos/as (heb. ibrîm; gr. hebráios). No es seguro si el término “hebreo” significa “uno del otro lado” o bien “perteneciente a Eber”. Ambas interpretaciones tienen sus partidarios. Que Abrahán, el antepasado de los hebreos, viniera del otro lado del rí­o Eufrates (Gen 11:28-32; 12:4, 5; Jos 24:2, 3, 15) y fuera el primero en ser llamado “hebreo” en la Biblia (Gen 14:13), parece apoyar el primer significado. Sin embargo, el cp 10:21 considera a Sem el “padre de todos los hijos de Heber”, como si esos “hijos” fueran, en opinión del autor del Génesis, más importantes que sus otros descendientes. De acuerdo con 10:25, Heber tuvo 2 hijos: uno de ellos es Joctán, antepasado de todos los árabes joctanitas (vs 26-29), y el otro es su hermano mayor Peleg, ascendiente del pueblo escogido (11:6-26). Parece más razonable, por lo tanto, considerar el término ibrî como “descendiente de Eber”, y considerar la definición “uno que vino del otro lado” sólo como coincidencia. Dicho sea de paso, el término “hebreo” ocurre con relativa poca frecuencia en el AT, y en la mayorí­a de los casos fue empleado por extranjeros respecto de los israelitas (Gen 39:14, 17; 1Sa 4:6; 13:19; etc.), o por éstos al hablar de sí­ mismos o de su paí­s con extranjeros (Gen 40:15; Exo 3:18; 7:16; etc.). Nunca se lo usó en las exhortaciones proféticas ni en la literatura poética del AT; en ambas aparece el nombre Israel centenares de veces, y a menudo se emplean como sinónimos Judá, Efraí­n o Samaria. Desde el descubrimiento de las Cartas de Amarna* existe una controversia entre los eruditos acerca de si los habiru, “habiru [caravaneros]”, tienen alguna relación con los hebreos. Este término se encuentra en la Mesopotamia, en textos horeos, asirios y de la Babilonia antigua; en los registros hititas del Asia Menor; en textos de Ugarit y Alalak, en el norte de Siria; en documentos egipcios encontrados en Egipto y Palestina; y en las Cartas de Amarna halladas en Egipto, pero originadas en Siria y Palestina. En ugarí­tico y egipcio el nombre se escribe con una p (apiru), en vez de una b (habiru), como en acadio y hebreo. Como la b y la p a veces se usaron en forma intercambiable, los problemas lingüí­sticos relacionados con la identificación de los hebreos con los apiru, o los habiru, son mí­nimos. La pregunta sigue en pie: ¿Quién fue este pueblo del mundo antiguo que surgió en tantos paí­ses desde el fin del 3er milenio hasta el s XI a.C.? Algunas informaciones presentan a los habiru como esclavos, otros como mercenarios. En los textos babilónicos y horeos, particularmente, la palabra parece un sobrenombre más bien que un término étnico. Sin embargo, puede haber pocas dudas de que en algunos textos tiene esta última significación. El rey Idri-Mi de Alalakh dice que pasó 7 años como un refugiado entre los apiru, y el rey Amenhotep II de Egipto afirma que en una campaña palestina tomó cautivos a 3.600 apiru, junto con horeos y otros grupos étnicos. Los angustiados prí­ncipes locales de Palestina los mencionan con frecuencia, en las Cartas de Amarna, como invasores de Palestina y Siria. Si el éxodo ocurrió en el s XV a.C., como lo afirma la cronologí­a* de este Diccionario, puede haber pocas dudas de que los habiru mencionados en esas cartas eran los hebreos bí­blicos. Sin embargo, esto no identifica a todos los habiru o apiru de los registros antiguos con los hebreos. Aunque se pueda decir que todos los hebreos de la Biblia pertenecí­an al grupo de los habiru o apiru, no cabe afirmar lo inverso. Si tomamos el término 525 “hebreo” en su sentido más amplio -todos los descendientes de Heber-, incluirí­a a los de Joctán, Peleg, Reu, Serug, Nacor, Taré y a los hermanos de Abrahán (Gen 10:25-29; 11:17-26). También incluirí­a a los hijos de Abrahán por medio de su 2ª esposa, Cetura (Gen 25:1-5). Todos ellos podrí­an ser, en ese sentido, “hebreos”, o habiru o apiru, prescindiendo de la clasificación más estrecha de los descendientes de Jacob a quienes, en última instancia, se aplica en sentido más restringido el término bí­blico “hebreos”. Por el tiempo en que se escribió el NT, el término “hebreo” se aplicaba a todos los judí­os de Palestina cuya lengua materna era el hebreo (o más bien el arameo), a diferencia de los “helenistas”, quienes eran judí­os que hablaban griego (Act 6:1). Un “hebreo de hebreos” era un israelita puro, cuyos ambos padres, como los del apóstol Pablo, eran hebreos (Phi 3:5; cf 2Co 11:22). Bib.: ANET 247; André Parrot, Abraham et son Temps [Abrahán y sus tiempos] (Neuchatel, Delachaux y Niestlé, 1962). Hebreos, Epí­stola a los. Epí­stola anónima del NT. Los manuscritos griegos más antiguos dicen sencillamente Prós Hebráios, “A los hebreos”. I. Autor. La misma carta no proporciona una pista clara para identificar a su autor. Su familiaridad con la historia hebrea y su percepción acerca del significado de ella (Heb_3; 4; 7:1-4, 11), su propio respeto profundo por los héroes de la fe como Abrahán (11:8-19), Moisés (3:1-5; 11:23-29) y Aarón (5:4; 7:11; 9:4), y su conocimiento í­ntimo de los pactos, del sacerdocio y del sistema ceremonial (cps 7-10), lo señalan como un judí­o educado y devoto. Por otra parte, como lo revelan los rasgos literarios de la epí­stola, también tení­a un dominio magistral del griego. Las referencias reiteradas al ritual del templo como se realizaba en su tiempo (8:4, 5; 9:22; 10:3, 11), implican que la carta fue escrita antes de la caí­da de Jerusalén y la destrucción del templo en el 70 d.C. El autor aprecia plenamente el origen divino del sistema religioso judí­o (5:4; 8:3-5; 9:9; 10:1), pero insiste en que ahora es obsoleto e ineficaz para la salvación (4:9-11; 7:11, 18, 19; 8:6; 9:8-15; 10:1-10). A través de la epí­stola exalta a Cristo y supone que sus lectores también lo honran como su Señor y Maestro (1:1-9; 3:1, 6; 6:18-20; 7:22-28; 8:1, 2; 9:11, 12, 15; 10:12, 19-22; 12:2, 24). De acuerdo con esto, parecerí­a que el autor era un judí­o de la diáspora, educado en Jerusalén, con un trasfondo cultural griego, que se habí­a convertido al cristianismo y con posterioridad habí­a renunciado al judaí­smo como medio efectivo de salvación. Hasta fines del s IV d.C. habí­a grandes diferencias de opinión sobre la identidad del escritor. Algunos sostení­an que era Pablo, pero muchos favorecí­an a Bernabé, a Apolo, a Lucas o a Clemente de Roma. Orí­genes, uno de los primeros Padres de la Iglesia (c 184-c 254 d.C.), declaró que sólo Dios conocí­a la identidad del autor. Como los primeros cristianos consideraban que un prerrequisito esencial para la admisión de un documento en el canon del NT era haber sido escrito por un apóstol -y como predominaba la incertidumbre sobre quién era el escritor de Hebreos-, pasaron siglos antes que la carta se aceptara como canónica. La Iglesia en Occidente permaneció con dudas por mucho tiempo. Finalmente, cuando la epí­stola a los Hebreos llegó a ser considerada digna de un lugar entre los libros del NT, Pablo llegó a ser aceptado por la mayorí­a como su autor; no tanto sobre la base de evidencias objetivas, sino, aparentemente, por una impresión general de que sólo él podí­a escribirla. Con la identificación razonablemente completa de los lí­deres de la iglesia apostólica que dan los diversos escritores del NT, un cristiano judí­o culto y erudito con una evidente percepción espiritual profunda -lo que evidentemente caracterizó al autor de Hebreos- difí­cilmente podí­a permanecer en la oscuridad en un momento cuando los dirigentes cristianos -especialmente los que tení­an el punto de vista iluminado de Pablo- eran pocos. Sólo Pablo parecí­a calificado para ser el autor de la carta. La crí­tica moderna rechaza la autorí­a paulina, mayormente sobre la base de ciertas diferencias literarias entre Hebreos y las epí­stolas que se sabe con certeza son de su pluma. Aunque el vocabulario y el estilo de un autor puede variar al pasar de un tema a otro, tales variaciones se encuentran generalmente en las palabras y expresiones que se relacionan con su tema especí­fico. Pero en Hebreos las palabras y expresiones comunes a todo discurso -preposiciones, conjunciones y adverbios- difieren sistemáticamente del lenguaje de las epí­stolas reconocidas como paulinas. Además, las numerosas y extensa citas del AT en Hebreos son virtualmente literales, tomadas de la LXX, mientras que en las cartas reconocidas como paulinas Pablo a menudo cita directamente del hebreo así­ como de la LXX, y a veces, aparentemente, da su propia traducción libre. La fraseologí­a caracterí­stica con que el autor de Hebreos introduce estas citas también difiere de la que Pablo empleaba comúnmente. Finalmente, la pulida retórica de 526 Hebreos y la organización clara y sistemática de su argumento difieren marcadamente del estilo corriente de Pablo, con sus largas digresiones y su razonamiento enredado. Para resumir el tema de la autorí­a, el punto de vista expresado en la epí­stola es caracterí­stico y singularmente el de Pablo -como lo expresa en sus cartas a los Romanos, a los Gálatas y en otras partes-, pero el estilo no es de él. Esto sugiere la posibilidad de que el contenido de la epí­stola haya venido del apóstol guiado por el Espí­ritu Santo, pero que fuera escrita o editada por un fiel asistente -como Timoteo o Lucas- bajo su supervisión directa. Para un erudito bí­blico conservador, las diferencias mecánicas de estilo son mucho menos impresionantes que la identidad del tema con el punto de vista de Pablo. Puede faltar la evidencia concluyente, pero la evidencia presuntiva está fuertemente a su favor. II. Ambientación. La carta supone que los lectores a quienes se destinó estaban bien informados con respecto a la historia y la religión judí­as, estimaban muchí­simo a Abrahán, a Moisés y a Aarón, y los pactos, el sacerdocio y los cultos del templo; en otras palabras, que eran judí­os. Que también creí­an en Cristo como el Mesí­as, aunque no al punto de abandonar las prácticas rituales judí­as. Así­, es evidente que Hebreos está dirigida a cristianos judí­os (2:1; 3:12; 4:1, 11; 5:12; 6:6, 10; 7:14; 10:23-25, 29, 34-39) y constituye un llamado para que se vuelvan de la confianza en los ritos y las ceremonias del judaí­smo a la fe en Jesucristo como un Salvador plenamente suficiente. La evidencia interna atestigua que fue escrita originalmente en griego (c 63 d.C.). Esto, más la comprobación de que la mayorí­a de las citas del AT son transcripciones literales de la LXX ( traducción griega de uso corriente entre los judí­os no palestinos), sugiere que el escritor tení­a en mente a los cristianos judí­os de la dispersión. III. Tema. Entre los problemas que surgieron en la iglesia apostólica ninguno produjo más perplejidad que el problema del lugar de los requisitos rituales judí­os en la vida del cristiano. Para los cristianos de origen judí­o parecí­a increí­ble que el sistema religioso hebreo, ordenado por Dios, quedara obsoleto y que sus requisitos ceremoniales no tuvieran más obligatoriedad. Con el velo del nacionalismo judí­o ante los ojos, dejaron de ver que el sistema ceremonial, en todo o en parte, sencillamente prefiguraba la venida del Mesí­as y su ministerio en favor de los pecadores, y que en él el sistema alcanzaba su culminación y fin (Rom 10:4; 1Co 5:7; Col 2:14-17; Heb 7:18-25; 8; 9:11-15). El Concilio de Jerusalén ya habí­a liberado a los conversos gentiles a la fe cristiana de los requisitos ceremoniales del judaí­smo, pero su silencio con respecto al deber de los cristianos judí­os en este tema implicaba que ellos todaví­a estaban obligados a cumplirlos. Sin embargo, un grande e influyente grupo de éstos nunca consintió en la liberación de los creyentes gentiles de los requisitos del sistema legal judí­o, y activamente procuraron imponer su punto de vista a los conversos de Pablo (Gá. 1:7-9; 2:4, 5, 11-14; 3:1-3; 5:7-9; 2 Tit 1:15; etc.). Pero para Pablo y quienes compartí­an su punto de vista, la dependencia de aquellos requisitos como medio de obtener el favor de Dios incapacitaba a los cristianos judí­os para alcanzar plenamente las bendiciones de la salvación por la fe en Cristo, y para los cristianos gentiles implicaba el caer totalmente de la gracia (Gá. 5:1-4). Aunque los destinatarios de Hebreos no lo supieran, los cultos del templo pronto iban a terminar para siempre, con el resultado de que la fe persistente en esas formas externas como esenciales para la salvación confundirí­a y dejarí­a más perplejos a quienes confiaran en ellas. En vista de los extraordinarios acontecimientos que pronto habrí­an de ocurrir, estos cristianos judí­os debí­an fijar su vista en Cristo, transferir su lealtad a él como sumo sacerdote celestial, y confiar completamente en su ministerio como eficaz para la salvación, en lugar de hacerlo en un sacerdocio terrenal. Por lo tanto, el inspirado autor de Hebreos expone la verdadera relación del antiguo sistema de sacrificios con el plan de redención, y explica cómo y por qué concluyó con el gran sacrificio de Cristo en la cruz y su consiguiente consagración como sumo sacerdote. “Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Heb 7:25). La carta constituye un iluminado e iluminador llamamiento -no sólo a los cristianos judí­os del 1er siglo sino a todos los hombres de todos los tiempos- a dirigir la vista al cielo y a entrar plenamente en las maravillosas provisiones hechas por el perfecto y perpetuo ministerio del Señor (1:1-4; 2:14-17; 3; 4:14, 15; 6:20; 7:26, 27; 8:1, 2; 9:11-14, 24-28; 10:19-22). El tema central de la epí­stola es el ministerio de Cristo desde su ascensión (2:17, 18; 3:1; 4:14-16; 6:18-20; 7:25-28; 8:1, 2; 9:11, 12,15; 10:12, 19-22; 12, 4). Los creyentes han de seguirlo por fe a los atrios celestiales donde, en su presencia, pueden encontrar reposo para el alma (4:16; 6:19, 20). Cristo es 527 presentado como el portavoz de Dios para la iglesia (1:1, 2). Es superior a los ángeles (v 4), a Abrahán (7:2, 4,17) y a Moisés (3:3). Como sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec es superior a los sacerdotes aarónicos (7:11 ) y a Leví­ (vs 9,10). El nuevo pacto es superior al antiguo (8:6), y el santuario celestial al que habí­a sobre la tierra (8:1, 2; 9:8, 9); y también el ministerio de Cristo en el cielo al de Aarón y sus hijos en la tierra (7:11; 9:11 ). La sangre del Salvador es infinitamente superior a la de los bueyes y cabras (9:12-15). En realidad, el sistema ritual en sí­ mismo y por sí­ mismo no valí­a nada (7:19; 9:9; 10: 1). Aun en los tiempos pasados los judí­os que encontraron la salvación sólo pudieron alcanzarla por la fe en el Mesí­as prometido, todaví­a futuro, y en su ministerio (cp 11). 249. Una hoja del papiro Chester Beatty que contiene el final de la epí­stola a los Romanos y el comienzo de la epí­stola a los Hebreos (en griego). IV. Contenido. Desarrollando este tema, el autor muestra cómo Cristo es igual al Padre (He.1) y expone el propósito de su misión a la tierra (cp 2). En los cps 3 y 4 repasa la historia hebrea para mostrar que, a pesar de las bondadosas promesas y la conducción divinas, el pueblo judí­o no entró en el reposo del alma que Dios querí­a que tuvieran, y puesto que los judí­os como nación nunca habí­an disfrutado realmente de él, los de corazón leal podí­an lograrlo si se allegaban con firme confianza al trono de la gracia. Los cps 5-8 desarrollan el tema de la superioridad del ministerio de Cristo sobre el de Aarón, puesto que éste sólo prefiguraba el de Jesús. En los cps 9:1-10:22 el autor se refiere a la naturaleza del ministerio de Cristo explicándola en términos de los ritos del santuario terrenal, los que lo simbolizaban. Cierra esta sección enfatizando la eficacia y permanencia del sacrificio de Cristo, y apelando a sus lectores a aceptar dicho ministerio sacerdotal en su favor. Luego sigue una aplicación práctica de los principios planteados a la fe y la práctica cristianas (10:23-39). Los hijos de Dios deben ser fieles así­ como los grandes héroes espirituales de las edades antiguas en sus dí­as (cps 11:1-12:2). A pesar de las pruebas, la persecución, las tentaciones y las vicisitudes de la vida diaria, los creyentes han de vivir en forma digna de su elevada vocación en Cristo Jesús (12:3-13:17). La epí­stola concluye con una bendición y saludos personales (13:18-25; véase CBA 6:109, 110; 7:401-408). Bib.: EC-HE vi.25.14.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico