HITITAS

Hititas (heb. jittîm, benê Jêth, “hijos de Het”; ac. hatti; ugar. hty ; egip. ht3). Los heteos (o hititas, como se los conoce generalmente) son mencionados con frecuencia en el AT, pero no se supo nada de ellos en fuentes seculares hasta fines del s XIX d.C. La resurrección de su historia, cultura, religión y lengua es uno de los éxitos de la arqueologí­a moderna. Los eruditos del s XIX comenzaron a notar que antiguos registros recientemente descifrados mencionaban un paí­s y una nación importantes hasta entonces desconocidos, identificados como Kheta en las inscripciones egipcias y Hatti (a veces transliterado Khatti) en los textos asirios. En 1884, 2 eruditos, A. H. Sayce y W. Wright, publicaron sus opiniones de que ciertos jeroglí­ficos no descifrados en esculturas e inscripciones en las rocas (que aparecí­an en muchas partes del Asia Menor y el norte de Siria) pertenecí­an a este pueblo, y de que debí­an ser los heteos de la Biblia. Descubrimientos posteriores demostraron la corrección de esa teorí­a. Hugo Winckler, asiriólogo de Berlí­n, en excavaciones en Boghazköy, en el Asia Menor central (1906-07 y 1911-12), encontró que en ese lugar habí­a estado la antigua capital de los hititas: Khattushash. También descubrió los archivos reales de los reyes hititas que contení­an más de 10.000 tabletas de arcilla escritas en cuneiforme babilónico. Algunos de estos textos, escritos en acadio, pudieron ser leí­dos de inmediato; mientras que otros estaban en una lengua desconocida. Cuando esta lengua fue descifrada por B. Hrozny en 1915, se supo que era hitita y pertenecí­a a la familia indoeuropeo de lenguas. Excavaciones posteriores en Boghazköy, realizadas en forma intermitente hasta nuestros dí­as, han aumentado nuestro saber de los heteos o hititas. Mayor conocimiento de este pueblo se agregó con la exploración de otras ciudades hititas, en especial Carquemis, que en los textos asirios posteriores es llamada la capital de los hititas. Se descubrieron y descifraron textos en varios idiomas antiguos de Anatolia. Desde 1947 las inscripciones jeroglí­ficas hititas que se mencionaron más arriba, enontradas en diferentes rocas en el Asia Menor y que por mucho tiempo no habí­an podido ser leí­das, comenzaron a revelar sus secretos. El desciframiento fue posibilitado por el hallazgo realizado en 1947 por H. Th. Bossert de una inscripción bilingüe en Karatepe, Anatolia oriental, que contení­a textos paralelos en escritura fenicia y en jeroglí­ficos hititas. Mapa III, B-3/4. I. Origen étnico de los hititas. El origen racial de los hititas es todaví­a un problema no resuelto. Los relieves antiguos los muestran como gente baja, de nariz grande, frente inclinada y labios gruesos. Generalmente se los muestra en los monumentos con ropas pesadas y zapatos con puntas levantadas. Como el desciframiento de su lengua ha mostrado que hablaban un idioma indoeuropeo, algunos eruditos llegaron a la conclusión de que debieron haber pertenecido a la misma raza que los griegos, los medos y otros pueblos de lenguas indoeuropeas, que en la Biblia aparecen como descendientes de Jafet. Sin embargo, Gen 10:15 incluye a Het, antepasado de los hititas, entre los descendientes de Cara por medio de Canaán. Los así­ llamados hititas que nos dejaron sus registros, se llamaban a sí­ mismos Neshumli, y usaban el término Hattili para designar al pueblo que desplazaron cuando entraron en la Apatolia en algún momento de comienzos del 2º milenio a.C. A este pueblo reemplazado se lo llama hoy proto-hitita, y éstos son los verdaderos descendientes de Het, hijo de Canaán. Estos proto-hititas fueron absorbidos por los Neshumli y abandonaron su lengua para usar la de sus invasores indoeuropeos, o hititas jaféticos, que ocuparon su territorio. Poco se sabe de los hititas primitivos. Han sobrevivido algunos escasos textos religiosos en su idioma, con traducciones hititas posteriores. II. Historia de los hititas. Los registros escritos más antiguos del territorio de los hititas 559 proviene de los colonos asirios del s XIX a.C., que vivieron en diversas ciudades anatolias como comerciante y tení­an a Kanesh como su cuartel central (cerca de la moderna Kültepe, inmediatamente al sur del rí­o Halys). Por alguna razón desconocida, estas colonias dejaron de existir después de un siglo. Luego siguió un reino anatolio gobernado por Anitas, pero si era hitita o no resulta incierto. El primer rey hitita de quien tenemos algún conocimiento cierto es Labarnas, al cual los reyes hititas posteriores contemplaban como su antepasado y cuyo nombre usaban como tí­tulo. El reinado de Labarnas es de fines del s XVII a.C., de acuerdo con la cronologí­a más corta. Por ese tiempo, los hititas estaban arraigados en el centro del Asia Menor, y tení­an por capital la montañosa Khattushash, ahora Boghazköy, en el arco que forma el rí­o Halys. El bisnieto de Labarna, Mursilis I, fue el primer rey hitita que invadió Mesopotamia, haciéndose de un nombre en la historia. Conquistó Babilonia (c 1550 a.C.), puso fin a la 1ª dinastí­a babilónico y se llevó la estatua de oro de Marduk. Durante el siglo siguiente, los hititas lucharon contra varias tribus hostiles para conservar su posición en Anatolia. Al mismo tiempo surgió una fiera lucha interna dentro de la familia real, que resultó en la muerte violenta de varios reyes hititas. El 1er gran rey después de Mursilis I, y el 1er, constructor del imperio, fue Supiluliumas, que vivió en la 1ª mitad del s XIV a.C. y fue contemporáneo de los faraones Amenhotep III y IV de Egipto. Durante su reinado todo el Asia Menor oriental constituyó su territorio y el poder hitita se extendió hacia el este, hasta la Alta Mesopotamia, y al sur hasta Siria, tan lejos como Cades sobre el Orontes y el Lí­bano. Dos de los hijos de Supiluliumas fueron designados reyes: uno de Carquemis y el otro de Alepo. Durante este perí­odo el Imperio Hitita llegó al máximo de su poder y se convirtió en un rival poderoso de Egipto. La magnitud del poder heteo queda ilustrado por el hecho de que una reina egipcia -la viuda de Tutankamón- le pidió a Supiluliumas que te enviara uno de sus hijos para ser su esposo y rey de Egipto. Aunque este prí­ncipe hitita nunca ocupó el trono del Nilo, pues fue asesinado en viaje a este paí­s, el intento de hacerlo rey es significativo. Los hititas siguieron siendo poderosos por un tiempo después de la muerte de Supiluliumas, pero era evidente que un choque entre los 2 poderes mundiales no podí­a tardar. Este se produjo finalmente durante el reinado de Muwatalis, en la famosa batalla de Cades sobre el Orontes contra Ramsés II de Egipto (c 1300 a.C.), que terminó sin vencedores ni vencidos. Los hititas retuvieron toda Siria, y aun ganaron algo de territorio. Unos pocos años más tarde, Ramsés II firmó un tratado de paz y amistad con los hititas bajo el reinado de Hatusilis III (c 1283 a.C.), y se casó con una princesa de esa nación. Desde ese tiempo en adelante, los hititas y los egipcio, vivieron en paz entre sí­. Mapa III, B/C-3/4. 262. Soldados hititas sobre una losa esculpida proveniente de Carquemis. Sin embargo, los primeros pronto tuvieron que luchar con un nuevo poder que invadí­a Anatolia desde el occidente: los Pueblos del Mar, entre quienes se encontraban los filisteos. Bajo su avance, Khattushash y otras muchas ciudades heteas fueron destruidas y el imperio se disgregó rápidamente y desapareció (c 1200 a.C.). Sin embargo, restos de los hititas se consolidaron en la Alta Mesopotamia y el norte de Siria por otros 300 años en la forma de ciudades-estados. La mejor conocida es Carquemis, sobre el Eufrates, donde se encontraron muchos monumentos hititas de este último perí­odo. Otras ciudades-estados fueron Karatepe sobre el rí­o Ceyhan, y Hamat sobre el Orontes. Estos estados finalmente se empeñaron en una lucha a muerte con los asirios y fueron gradualmente aniquilados por su cruenta máquina de guerra en los ss IX y VIII a.C.; a fines de éste, el último reducto del poder hitita habí­a dejado de existir. Incluso desapareció el recuerdo de ellos, como lo demuestra el que nunca se los mencione en la literatura clásica. Sólo la Biblia perpetuó el 560 registro de esta nación perdida para la historia secular. Mapa III, B-4. III. Cultura y religión de los hititas. Los heteos eran un pueblo sufrido, montañés, que tení­a valores éticos más elevados que los de la mayorí­a de las naciones antiguas. Esto se nota especialmente en sus leyes y códigos penales, que son los más humanos de todos los que se conocen de ese perí­odo. No eran artistas, y sus producciones en el campo de las artes se comparan desfavorablemente con los de sus contemporáneos de Egipto y de Mesopotamia. Su artesaní­a era mediocre; sin embargo, tení­an sobre sus vecinos la ventaja de poseer minas de hierro, que por un tiempo les dio el virtual monopolio en su producción y el de las armas y herramientas de ese metal. Su religión todaví­a no se conoce bien. Adoraban todo un panteón de dioses, la mayorí­a de los cuales habí­an sido adoptados de los cultos locales o de naciones extranjeras. El dios horeo del clima, Teshub, era uno de los principales dioses hititas; también adoraban la forma horea de la lshtar babilónica, así­ como al dios sol, además de muchas otras divinidades que, de acuerdo con los conceptos de los antiguos, controlaban las diversas fuerzas de la naturaleza. Algunas de las deidades posteriores de Anatolia, que aparecen en el NT, tuvieron su origen en la religión hitita. Por ejemplo, Cibeles, la Magna Mater, o la diosa madre, tení­a como prototipo una diosa de nombre Kubaba, que desempeñó un papel notable en la religión popular del Asia Menor durante muchos siglos. La adoración consistí­a principalmente de ritos, en algunos casos orgiásticos, y en sacrificios. La voluntad de los dioses se consultaba mediante oráculos, y las decisiones se tomaban de acuerdo con las indicaciones de la magia. Los muertos se cremaban, y los huesos remanentes se recogí­an y depositaban en un edificio separado, donde se realizaban ritos por el bienestar de los difuntos. IV. Los hititas en la Biblia. La palabra hitita(s) aparece con frecuencia en el AT bajo la forma “heteo(s)”. El Het de Gen 10:15, hijo de Canaán y nieto de Cam (cf v 6), debió haber sido el antepasado de los proto-hititas que se habí­an establecido en el Asia Menor y fueron absorbidos por los hititas indoeuropeos cuando penetraron en Anatolia desde el noreste. Algunos de esos proto-hititas habrí­an vivido en Palestina en el tiempo de Abrahán (15:18-20; 23:3-20). Probablemente fue éste el pueblo al que pertenecieron 2 esposas de Esaú (26:34), y los “heteos” en las listas de naciones que habitaban en Canaán cuando los israelitas entraron en el paí­s (Exo 3:8; Deu 7:1; 20:17; Jos 3:10; 11:3; 24:11); aunque es posible que en tiempos de la invasión israelita hubiera colonizadores de los hititas indoeuropeos en Canaán. Los restos de los proto-hititas habrí­an estado también entre los que se casaron con los israelitas en tiempos de los jueces (Jdg 3:5, 6). Dirigiéndose a los habitantes de Jerusalén, Ezequiel les dice con tono sarcástico, en relación con la población preisraelita de Jerusalén: “Tu padre fue amorreo, y tu madre hetea” (Eze 16:3, 45). Se conocen nombres amorreos de reyes de Jerusalén por textos de execración* egipcios del s XIX a.C., pero el rey de Jerusalén que escribió cartas al faraón egipcio en el perí­odo de Amarna tení­a un nombre hitita: Abdu-Khepa, “siervo de [la diosa hitita] Khepa”, lo que pareciera indicar que era hitita. Los heteos todaví­a formaban parte de la población de Palestina en tiempos de David y de Salomón, como lo demuestran los registros bí­blicos. David tení­a valientes soldados hititas en su ejército, como Ahimelec (1Sa 26:6) y Urí­as, el esposo de Betsabé (2Sa 11:3-12:10). Los hititas a quienes Salomón incorporó a sus campamentos de trabajos forzados (1Ki 9:20-22; 2Ch 8:7-9), probablemente fueron también descendientes de los primeros heteos del perí­odo del imperio. Sin embargo, las esposas heteas de Salomón fueron muy probablemente princesas de las ciudades-estados del norte de Siria que florecieron en su tiempo (1Ki 11:1), y entre cuyos gobernantes estuvieron evidentemente los “reyes de los heteos” con quienes Salomón tuvo un activo comercio (10:29; 2Ch 1:17). También se mencionan los reyes de las ciudades-estados hititas en 2Ki 7:6, donde el informe bí­blico habla de un ejército de sirios que tení­a cercada a Samaria, pero que huyó en gran desorden cuando les pareció oí­r que un ejército hitita se aproximaba a aliviar a los israelitas. Bib.: O. R. Gurney, The Hittites [Los hititas] (Penguin Books, 1952); S. Lloyd, Early Anatolia [La Anatolia primitiva] (Penguin Books, 1956); H. A. Hoffner, “The Hittites and Hurrians” [Los hititas y los horeos], en D. J. Wiseman, ed., Peoples of Old Testament Times [Pueblos de tiempos del Antiguo Testamento] (Oxford, 1973), pp 197-228.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

hebreo hittim. Antiguo pueblo de Asia Menor y Oriente Próximo, que habitó la tierra de Hatti, en la meseta central de lo que hoy es Anatolia, en Turquí­a, y en partes norte de Siria, donde fundó un importante imperio. Los h. hablaban una lengua indoeuropea que impusieron en la región cuando la conquistaron ca. 1900 a. C. El primer asentamiento urbano hitita fue la ciudad de Nesa, próxima a la que hoy se llama Kayseri, en Turquí­a. Después del 1800 a. C. los h. conquistaron Hattusa, ciudad cercana a la actual Bogazköy. En el siglo XVII a. C., Labarna fundó el conocido como Antiguo Reino o Imperio Hitita, con capital en Hattusa, y gobernó ca. 1680-1650 a. C., y extendió su territorio por toda la Anatolia central y hasta el mar Mediterráneo. Su hijo Hattusilis I llevó los dominios del reino hasta el norte de Siria. Mursil I, ca. 1620-1590 a .C., conquistó lo que hoy corresponde a Alepo, en Siria, tomó y destruyó Babilonia ca. 1595 a. C., conquista ésta que no pudo mantener y la ciudad pasó a manos de los casitas. Mursil fue asesinado y a esto le siguió un periodo de inestabilidad, lucha por el poder, hasta el reinado de Telibinu, ca. 1525-1500 a. C., quien estabilizó el gobierno dictando una ley sobre la sucesión del trono y severas medidas de control del orden.

Ca. 1450 a. C. se fundó el Nuevo Reino o Imperio Hitita, cuyo mayor esplendor lo alcanzó bajo el reinado de Subbiluliuma, ca. 1380-1346 a. C. Tras derrotar a su principal contendor, el reino de Mitanni, extendió sus conquistas más allá de Siria, y contó para esto con la debilidad de Egipto bajo el faraón Ajnatón, también conocido como Amenhotep IV o Amenofis IV. Los h., entonces, pasaron a ser los grandes enemigos de Egipto, Siria y Babilonia.

Los h. y los egipcios mantuvieron una permanente lucha por el poder sobre Siria, hasta la batalla de Cades, en el rí­o Orontes, ca. 1299 a. C., entre el soberano hitita Muwatalli, ca. 1315-1296 a. C., y el faraón Ramsés II, donde este estuvo a punto de morir, lo que hubiera significado la derrota de Egipto. Aunque las inscripciones egipcias hablan de la gran victoria del faraón, los h. mantuvieron su dominio en Siria; sin embargo, en los documentos h., se dice que éstos triunfaron; todo indica que ni los unos ni los otros prevalecieron. Años después de la confrontación, Hatusili III, rey hitita, ca. 1289-1265 a. C., celebró un tratado de paz con Ramsés II, y le entregó al faraón a su hija en matrimonio. De aquí­ en adelante, h. y egipcios mantuvieron la amistad, hasta cuando los primeros fueron dominados por los llamados pueblos del mar, después del 1200 a. C.

Desaparecido el Imperio hitita se formaron las ciudades-Estado, cuyos pobladores siro-h., al sureste de Anatolia y norte de Siria, entre ellas, Karkemis, a orillas del Eufrates medio, Jamat, a orillas del rí­o Orontes.

Posteriormente estas ciudades pasaron a manos del Imperio asirio.En las Escrituras se les menciona como hijos de Het, segundo hijo de Canaán, Gn 10, 15; Gn 23, 3; pero no se sabe exactamente la relación de éstos con los h., asentados en Asia Menor en segundo milenio a. C.

Pueden ser emigrantes del Imperio hitita o que el nombre se le aplica impropiamente a un pueblo no semita establecido en Canaán. En otros lugares se trata de las ciudades-Estado surgidas tras la caí­da del Imperio, cuyos soberanos seguí­an llamándose †œreyes h.†, 1 R 10, 29; 2 R 7, 6.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

†¢Heteos.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

[900]

Pueblo establecido en la Anatolia (hoy norte de Turquí­a) y que constituyó un imperio en torno al 1600 antes de Cristo. Tiene una especial relación con la Biblia pues en las diversas fases de su desarrollo hay referencias en la Escritura.

En un tiempo se creyó que los pueblos hititas fueron sólo una leyenda de la Biblia. Pero las excavaciones y exploración de la zona localizaron su capital en Bogazkoy, en Turquí­a. Con ese pueblo, en su perí­odo de decadencia negoció Salomón con carros y caballos. Y a la grandeza de sus palacios alude Isaí­as (20.1), con su rey Sargón y su ciudad en Khorsabad, hoy en Iraq.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(De [Pertenecientes] a Het).
Pueblo que descendió de Het, el segundo hijo de Canaán mencionado por nombre. (Gé 10:15.) Por lo tanto, los hititas eran de origen camí­tico. (Gé 10:6.)
Abrahán tuvo alguna relación con los hititas, que residí­an en Canaán antes de que él se trasladase allí­. Jehová habí­a prometido dar a la descendencia de Abrahán la tierra de Canaán, que estaba habitada por varias naciones, una de las cuales era la hitita. (Gé 15:18-21.) Sin embargo, Jehová le dijo a Abrahán que †œtodaví­a no [habí­a] quedado completo el error de los amorreos [término que se usa a menudo para englobar a todas las naciones de Canaán]†. (Gé 15:16.) Por lo tanto, Abrahán respetó el derecho de propiedad de los hititas, y cuando su esposa Sara murió, negoció con Efrón, el hijo de Zóhar el hitita, la compra de una cueva donde enterrarla. (Gé 23:1-20.)
En los dí­as de Josué, los hititas habitaban la tierra comprendida entre †œel desierto y este Lí­bano hasta el gran rí­o, el rí­o Eufrates, es decir, toda la tierra de los hititas†. (Jos 1:4.) Al parecer viví­an principalmente en la región montañosa, que debí­a incluir el Lí­bano y tal vez algunas zonas de Siria. (Nú 13:29; Jos 11:3.)

Bajo la maldición de Noé. Debido a que los hititas descendieron de Canaán, llegaron a estar bajo la maldición que Noé pronunció sobre él, de modo que Israel los sojuzgó en cumplimiento de las palabras de Noé registradas en Génesis 9:25-27. La religión de los hititas era pagana, probablemente una forma de adoración fálica como la de las demás religiones cananeas. El que Esaú, el nieto de Abrahán, se casara con mujeres hititas resultó ser †œuna fuente de amargura de espí­ritu para Isaac y Rebeca†, los padres de Esaú. (Gé 26:34, 35; 27:46.)
Dios dijo que la tierra que ocupaban los hititas y otros pueblos vecinos era †œuna tierra que mana leche y miel†. (Ex 3:8.) Sin embargo, aquellas naciones se habí­an corrompido hasta el extremo de que su presencia en la tierra la contaminaba. (Le 18:25, 27.) Jehová advirtió a Israel repetidas veces del peligro de participar con ellas en sus prácticas degradadas e inmundas. Tras mencionar especí­ficamente un buen número de ellas, Jehová se las prohibió a los israelitas, diciéndoles: †œNo se hagan inmundos por medio de ninguna de estas cosas, porque por medio de todas estas cosas, se han hecho inmundas las naciones [entre ellas, los hititas] que voy a enviar de delante de ustedes†. (Le 18:1-30.)

Destrucción decretada. Los hititas eran una de las siete naciones de las que se dice que eran merecedoras de ser dadas por entero a la destrucción. Se menciona que dichas naciones eran †œmás populosas y más fuertes† que Israel. De manera que en aquel tiempo las siete naciones deben haber ascendido a más de tres millones de personas, y los hititas serí­an un enemigo temible en las montañas, su baluarte. (Dt 7:1, 2.) Cuando se enteraron de que Israel habí­a cruzado el Jordán y destruido las ciudades de Jericó y Hai, manifestaron su hostilidad al unirse a las demás naciones de Canaán para luchar contra Israel (entonces dirigido por Josué). (Jos 9:1, 2; 24:11.) En vista de eso, las ciudades de los hititas debieron haber sido destruidas y sus habitantes barridos para que no pusiesen en peligro la lealtad de Israel a Dios e hiciesen que incurriese en su desaprobación. (Dt 20:16-18.) Sin embargo, Israel no cumplió a cabalidad el mandamiento de Dios. Después de la muerte de Josué, los israelitas fueron desobedientes y no echaron a estas naciones, de modo que llegaron a ser para ellos †œcomo espinas en sus costados† y un acoso constante. (Nú 33:55, 56.)

Historia posterior. Debido a que Israel no obedeció a Dios destruyendo por completo a las naciones cananeas, Jehová declaró: †œPor lo tanto, yo, a mi vez, he dicho: †˜No los expulsaré de delante de ustedes, y tendrán que llegar a ser lazos para ustedes, y sus dioses les servirán de señuelo†™†. (Jue 2:3.) Parece ser que se toleró a los cananeos que quedaron en Israel, y en algunas ocasiones excepcionales, incluso ocuparon puestos respetables y de responsabilidad. También parece ser que los hititas fueron la única nación cananea que mantuvo importancia y poder como nación. (1Re 10:29; 2Re 7:6.)
Dos hititas, Ahimélec y Urí­as, fueron soldados, probablemente oficiales, del ejército de David. Urí­as fue un hombre celoso por la victoria de Israel sobre sus enemigos, y también observaba la Ley. David tuvo relaciones con Bat-seba, la esposa de Urí­as, y por ello ordenó que se le pusiera en un lugar peligroso en la batalla, donde murió. Por este motivo Jehová castigó a David. (1Sa 26:6; 2Sa 11:3, 4, 11, 15-17; 12:9-12.)
El rey Salomón †˜hizo leva de hombres†™ hititas para trabajos forzados. (2Cr 8:7, 8.) Sin embargo, sus esposas extranjeras, entre las que habí­a hititas, hicieron que se apartase de Jehová su Dios. (1Re 11:1-6.) En la Biblia se menciona que para el tiempo del reinado de Jehoram de Israel (c. 917-905 a. E.C.), los hititas todaví­a tení­an reyes, así­ como medios y recursos para guerrear. (2Re 7:6.) Sin embargo, las conquistas sirias, asirias y babilonias debieron acabar con el poderí­o hitita.
Tras la repatriación de Israel en 537 a. E.C., los israelitas, entre ellos algunos sacerdotes y levitas, se casaron con cananeas y dieron sus hijas a cananeos. Entre aquellos cananeos habí­a hititas. Aquello era una violación de la ley de Dios, por lo que Esdras los censuró y los impulsó a que acordaran repudiar a sus esposas extranjeras. (Esd 9:1, 2; 10:14, 16-19, 44.)

Uso figurado. Cuando Jehová habló a Jerusalén en la profecí­a de Ezequiel, usó el término †œhitita† en un sentido figurado, al decir: †œTu origen y tu nacimiento fueron de la tierra del cananeo. Tu padre era el amorreo, y tu madre era una hitita†. (Eze 16:3.) Cuando Israel entró en aquella tierra, los jebuseos ocupaban Jerusalén, la capital de la nación sobre la que Jehová habí­a colocado su nombre. Pero ya que las tribus cananeas más importantes eran los amorreos y los hititas, al parecer se les menciona a ellos como representantes de las naciones cananeas, entre las que figuraban los jebuseos. Así­ que la ciudad habí­a tenido un origen modesto, pero Jehová habí­a hecho que fuese hermoseada. Su fama se extendió a todas las naciones gracias al rey David, quien se sentó sobre el †œtrono de Jehovᆝ (1Cr 29:23), el arca del pacto sobre el monte Sión y, por último, el glorioso templo edificado por Salomón, el hijo de David. Pero Jerusalén se hizo corrupta e inmoral como las naciones cananeas de su alrededor, por lo que al final Jehová causó su desolación. (Eze 16:14, 15.)

Se les intenta identificar en la historia seglar. Los historiadores y arqueólogos han intentado relacionar a los hititas de la Biblia con un pueblo homónimo de la historia seglar. La base principal para tal relación ha sido lingüí­stica, la comparación de palabras que al parecer tienen un sonido o una grafí­a similar.
Las inscripciones cuneiformes asirias aluden con frecuencia a †œHatti† en un contexto que permite ubicarla en Siria o Palestina, de modo que quizás se haga referencia a los hititas de la Biblia. Sin embargo, tomando como base este término, †œHatti†, algunos investigadores vinculan a los hititas bí­blicos con el llamado Imperio hitita, que tení­a su capital en Asia Menor, muy hacia el N. y al O. de la tierra de Canaán. Lo intentan hacer, como se detalla a continuación, refiriéndose a tres diferentes grupos étnicos.

Se †œidentifican† tres grupos. En Anatolia (Asia Menor), englobada en lo que hoy es Turquí­a, se han desenterrado numerosas inscripciones antiguas en un lugar llamado Bogazköy, anteriormente conocido como †œHattusa†. Esta fue la capital de una tierra que los eruditos modernos han llamado Hatti y donde el idioma que se hablaba era el †œhatti†. A este primer pueblo lo conquistó otro que impuso un idioma diferente, que, según los investigadores, era de la familia indoeuropea. Este idioma empleaba la escritura cuneiforme, y recibe el nombre de †œhitita cuneiforme†. Con el tiempo lo reemplazó otro idioma, también de origen indoeuropeo, que en lugar de usar caracteres cuneiformes empleaba escritura jeroglí­fica. Recibe el nombre de †œhitita jeroglí­fico†. Se afirma que se han hallado algunas inscripciones en este idioma en Asia Menor y el N. de Siria. Los eruditos dicen que estos tres idiomas representan tres grupos étnicos. No obstante, no existe prueba alguna que relacione a ninguno de ellos con los hititas de la Biblia. Martin Noth dijo con referencia al llamado hitita cuneiforme: †œEl término †˜hitita†™ no se encuentra en los textos antiguos; es una creación de la ciencia moderna que se basa en la conexión histórica entre esta lengua y el reino de Hatti en Asia Menor†. Y continúa diciendo sobre los †œjeroglí­ficos hititas†: †œEl término convencional de †˜hitita†™ aplicado a estos jeroglí­ficos es inapropiado y desconcertante† (El mundo del Antiguo Testamento, 1976, pág. 242). Otro historiador, E. A. Speiser, llega a esta conclusión: †œEl problema que plantean los hititas de la Biblia es […] complejo. Para empezar, hay que averiguar a qué hititas se hace referencia en un determinado pasaje bí­blico: los hattis, los indoeuropeos de escritura cuneiforme o los de escritura jeroglí­fica† (The World History of the Jewish People, 1964, vol. 1, pág. 160).
De lo anterior se desprende que cualquier supuesta identificación de los hititas de la Biblia con el †œImperio hitita† que tení­a su capital en Hattusa es simple conjetura y no ha sido probada. Por esta razón, las referencias que se hacen en esta publicación a los †œhititas† de la historia seglar suelen escribirse entre comillas para recordar al lector que tal identificación no está probada y que no creemos que la prueba tenga las suficientes garantí­as como para considerarla definitiva.

Fuente: Diccionario de la Biblia

(heb. ḥittı̂m, benê ḥēt). En el AT los hititas (°vp, °nbe, °bj; °vrv2 “heteos”) constituyen, en primer lugar, una gran nación que le dio su nombre a toda la región de Siria, “desde el desierto y el Líbano hasta el gran río Éufrates, toda la tierra de los heteos hasta el gran mar donde se pone el sol” (Jos. 1.4); y en segundo lugar, un grupo étnico, que vivió en Canaán desde los tiempos patriarcales hasta después del asentamiento israelita (Gn. 15.20; Dt. 7.1; Jue. 3.5), grupo llamado literalmente “los hijos de Het” (Gn. 23.3, etc.), según su antepasado epónimo Het, hijo de Canaán (Gn. 10.15).

I. El imperio heteo/hitita

Este imperio fue fundado ca. 1800 a.C. por un pueblo indoeuropeo que se había asentado en Asia Menor en ciudades-estados unos dos siglos antes. Derivaron el nombre de “heteos” o “hititas” de los hatti, los primitivos habitantes de la zona donde se asentaron, y cuyo legado puede seguirse claramente en el arte y la religión hititas, y en nombres y títulos divinos y reales. Con la expansión del imperio hitita la designación fue incluyendo los pueblos y las tierras que iba incorporando.

Uno de los primeros reyes de este imperio, Tudhaliyas I (ca. 1720 a.C.), ha sido relacionado (precariamente) con “Tidal, rey de Naciones”, de Gn. 14.1 (°vm). Alrededor del 1600 a.C. Hattusilis I extendió su dominio sobre partes del N de Siria. Su sucesor Mursilis I estableció una capital nueva en Hattusas (la moderna Bogazkoy), al E del Halis; se debe principalmente a los archivos descubiertos allí a partir de 1906 el conocimiento que tenemos de la historia y la literatura hititas. Mursilis I capturó Alepo y posteriormente (ca. 1560 a.C.) atacó Babilonia, acontecimiento que precipitó la caída de la 1º dinastía babilónica.

El rey Telepino (ca. 1480 a.C.) fue el gran legislador hitita. Hay ciertas afinidades notables entre los códigos legales hititas y los del Pentateuco, si bien las afinidades se relacionan con cuestiones de detalles y de disposición, más que con la concepción general. Mientras que los códigos del Pentateuco se asemejan a los grandes códigos legales semíticos del antiguo Cercano Oriente, en el sentido de que emplean la ley del talión como principio básico, en las leyes hititas predomina el principio netamente indoeuropeo de la compensación (Wergeld). Se ha descubierto también alguna analogía entre las condiciones que establecen los tratados hititas y los pactos del AT. Otros puntos notables de contacto se encuentran en el levirato, y en los procedimientos para determinar la voluntad divina o el futuro desconocido por medio de terafines y ˒ōbôṯ (“espíritus familiares”).

El imperio hitita alcanzó su apogeo bajo Suppiluliuma I (ca. 1380–1350 a.C.). Fue en su provincia de Kizzuwatna, en el SE del Asia Menor, donde por primera vez se efectuó la fundición del hierro en el Cercano Oriente, en escala tal que justifica que se hable del comienzo de la edad del hierro. Este rey extendió su imperio a la Mesopotamia superior y a Siria, hasta llegar al Líbano en el S. De este modo los hititas se enfrentaron con el avance del imperio egipcio hacia el N en Asia, y las hostilidades entre ambas potencias continuaron hasta el 1284 a.C., cuando Hattusilis III y Ramsés II reconocieron al Orontes como la frontera natural entre ambos, concertando un pacto de no agresión.

El imperio hitita se derrumbó alrededor del 1200 a.C. como resultado de ataques provenientes de enemigos occidentales.

II. Los reinos hititas

Con la caída del imperio hitita, 24 ciudades-estados de los tabali (“Tubal” en el AT) heredaron el territorio original de los hititas al N de los montes Tauro. En Siria siete ciudades-estados que habían pertenecido al imperio hitita perpetuaron el nombre “hitita” durante varios siglos; sus gobernantes recibían el nombre de “reyes de los hititas”. Hamat en el Orontes, y Carquemis en el Éufrates, se encontraban entre las más importantes de dichas siete ciudades. Hamat se alió con David (2 S. 8.9ss), cuyo reino bordeaba “Cades en el país de los hititas” (2 S. 24.6, °vp; °vm “Tahtim-hodsi”; °vrv2 *“Hodsi”). Salomón comerció con estos “reyes de los hititas” (1 R. 10.28s; 11.1). En el ss. IX a.C. su reputación militar era tal que podían sembrar pánico en el ejército de Damasco (2 R. 7.6). Pero en el siglo siguiente fueron reducidos uno por uno por los asirios; Hamat cayó en el 720 a.C. y Carquemis en el 717 (cf. 2 R. 18.34; 19.13; Is. 10.9).

Los documentos asirios y babilónicos de la época (hasta la dinastía caldea) se refieren regularmente a toda la Siria (incluida Palestina) como la “tierra de los hatti”; Sargón II en 711 a.C. se refiere al pueblo de Asdod como “los pérfidos hatti”.

La lengua de los siete reinos hititas se conoce por los textos jeroglíficos que se han descifrado en años recientes; inscripciones bilingües en jeroglíficos hititas y fenicios, descubiertos en Karatepe, Cilicia (1946–7), han contribuido en forma considerable a la tarea de desciframiento. La lengua de dichos textos no es idéntica a la lengua oficial del imperio hitita más antiguo, que se escribía con caracteres cuneiformes y fue reconocida como lengua indoeuropea en 1917; se asemeja más bien a una lengua indoeuropea vecina llamada luvio.

III. Los heteos/hititas de Canaán

Los hititas de Canaán en la época patriarcal aparecen como habitantes de la sierra central de Judá, especialmente la zona de Hebrón. Se ha conjeturado que formaban una rama de los hatti preindoeuropeos, o primitivos migradores de alguna parte del imperio hitita; el imperio hitita mismo nunca se extendió tan al S. Por otro lado, pueden no haber tenido nada en común con los hititas del N, salvo el nombre similar (si bien no enteramente idéntico). En Gn. 23 los heteos/hititas constituyen la población de Hebrón (“el pueblo de aquella tierra”), entre los que Abraham vivió como “extranjero y forastero”, y a los que compró el campo de Macpela, con su cueva, como lugar de sepultura para su familia. El relato de la compra está, se dice, “saturado de intrincadas sutilezas relacionadas con las leyes y costumbres hititas, que encuadran perfectamente con la época de Abraham” (M. R. Lehmann, BASOR 129, 1953, pp. 18; pero véase otra opinión en G. M. Tucker, JBL. 85, 1966, pp. 77ss). Esaú entristeció a sus padres al casarse con dos “hijas de Het … hijas de esta tierra” (Gn. 27.46; cf. 26.34s), aparentemente en la región de Beerseba. Jerusalén, según Ez. 16.3, 45, se fundó con una mezcla de hititas y amorreos. El nombre de *Arauna jebuseo (2 S. 24.16ss) puede haber sido hitita, y Urías heteo, evidentemente morador de Jerusalén, era uno de los valientes de David (2 S. 23.39). A Ahimelec, uno de los compañeros de David en los días en que este andaba proscrito, se lo describe como hitita (1 S. 26.6).

La última referencia a los heteos/hititas de Canaán aparece en el reinado de Salomón (2 Cr. 8.7); de allí en más se fusionaron con el resto de la población de la tierra.

Bibliografía. O. Skrzypczak, “Hititas”, °EBDM, t(t). IV, cols. 1293–1299; “Heteos”, °DBA, pp. 343–347; S. Herrmann, Historia de Israel, 1979, pp. 36–38; R. de Vaux, Historia antigua de Israel, 1975, t(t). I, pp. 114–120; A Parrot, Mundos sepultados, 1962, pp. 106–109.

O. R. Gurney, The Hittites2, 1966; id. Some Aspects of Hittite religion, 1976; O. R. Gurney J. Garstang, The Geography of the Hittite Empire, 1959; S. Lloyd, Early Anatolia, 1956; L. Woolley, A Forgotten Kingdom, 1953; E. Neufeld, The Hittite Laws, 1951; E. Akurgal, The Art of the Hittites, 1962; G. Walser (eds.), Neuere Hethiterforschung, 1964; H. A Hoffner, “Some Contributions of Hittitology to OT Study”, TynB 20, 1969, pp. 29ss; id., “The Hittites and Hurrians” en POTT, pp. 197ss; F. Cornelius, Geschichte der Hethiter, 1973; J. Lehmann, The Hittites, 1977.

F.F.B.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Uno de los muchos pueblos del noroeste de Asia, llamado hittim en la Biblia Hebrea, o Khuti o Kheta en los monumentos egipcios y Hatti en los documentos cuneiformes. Durante muchos siglos se conoció la existencia de los hititas por escasas alusiones en la Biblia. Documentos egipcios y asirios les revelaron a los estudiosos de la última parte del siglo XIX el poder del imperio hitita, y los descubrimientos que se siguen ahora en la casa misma de este pueblo ya olvidado proveen casi a diario nueva e importante información sobre él, despertando el interés de académicos, y fomentando la esperanza que pronto la historia de los hititas sea tan conocida como la de Egipto y Asiria. En la última parte del siglo XVIII, un viajero alemán había notado dos figuras talladas en una roca cerca de Ibreez, en el territorio de la antigua Licaonia. El Mayor Fischer las redescubrió en 1838, e hizo un dibujo de las figuras y una copia de las dos breves inscripciones en caracteres aspecto extraño que acompañaban a estas figuras, las cuales no se sabía qué eran en ese momento. En sus viajes a lo largo del Orontes (1812) Burckhardt también había notado en Hama, el sitio de la antigua ciudad de Hamath, un bloque cubierto con lo que parecía ser una inscripción, aunque los caracteres eran desconocidos. Mencionó este descubrimiento en su “Travels in Syria” (p. 146), sin que, sin embargo, atrajera la atención de los viajeros y orientalistas. Casi sesenta años después, Johnson y Jessup encontraron en el mismo lugar tres placas con la misma descripción, y en 1872 el Dr. W. Wright había llevado las piedras al Museo Imperial de Constantinopla. Los caracteres grabados en relieve sobre las piedras se designaron durante largo tiempo como “escritura hamatita”, aunque ya en 1874 el Dr. Wright había sugerido que eran de origen hitita. Al comparar las inscripciones de Ibreez con las de Hamah, E. J. Davis notó que la primera estaba también en la “escritura hamatita”. Muy pronto se descubrieron nuevos textos en Alepo, Jerabûls, Nínive, Ghiaur-ka-lessi, Boghaz-Keui, Monte Sípilo, el paso de Karabel: todos presentaban los mismos extraños caracteres jeroglíficos grabados en relieve y de manera boustrophedon. Cuando había figuras acompañando las inscripciones, también tenían un asombroso parecido entre sí: todos estaban vestidos con una túnica que les llegaba a las rodillas, estaban calzados con botas con orillas dobladas hacia arriba, y llevaban una gorra con visera alta. Se tuvo la certeza de que estos monumentos pertenecían a la población hitita localizadas por las inscripciones egipcias y asirias en el oriente de Asia Menor. La verdadera casa de los monumentos hititas, de hecho, se extiende desde el Eufrates hasta el río Halis; monumentos hallados más allá de estos límites, o bien marcan el sitio de colonias excéntricas, o son memorias de conquistas militares. Esta distribución geográfica, así como algunas de las características notables en las figuras talladas en estos monumentos, deja claro que los hititas deben haber sido originalmente habitantes de una región fría y montañosa, y que se debe considerar como su hogar primigenio las altas mesetas de Capadocia. Tanto los monumentos egipcios como los de ellos los describen como feos de apariencia, con piel amarilla, cabello negro, frente hundida, ojos oblicuos y mandíbula superior sobresaliente. Este tipo todavía se puede encontrar en Capadocia.

En cuanto a su lenguaje, puede decirse, a pesar de las investigaciones de Conder, Sayce, y otros, que hasta ahora han desafiado la paciencia y el genio de los orientalistas. Los primeros textos hititas conocidos fueron escritos en los llamados caracteres hamatitas; los archivos reales descubiertos desde 1905 en Boghaz-Keui, bajo los auspicios del “Deutsche Orient-Gesellschaft”, contienen muchos textos hititas escrito en caracteres cuneiformes. Es de esperarse que esto permita a los estudiosos detectar el secreto de ese lenguaje antiguo que aún persistía en Licaonia en el tiempo de los viajes misioneros de San Pablo en esas regiones. Asimismo, se sabe muy poco sobre la religión hitita. La dificultad especial aquí surge en parte por las tendencias sincréticas manifiestas en el desarrollo religioso de los antiguos pueblos del Oriente, y en parte por la escasez de información relativa al culto claramente hitita. La descripción de Luciano del gran templo de Mabog y su culto puede contener algunas características del culto que se realizaba en la muy antigua ciudad de Carkemish; pero parece ser una tarea inútil tratar de rastrear estas características con una brecha de unos diez siglos. Debido a la permanencia de las costumbres populares en lugares remotos del país, y particularmente en las regiones montañosas, menos accesibles a la influencia extranjera, tal vez haya allí una información más fiable sobre el primitivo culto hitita a partir de la descripción de Estrabón de las solemnidades religiosas en Capadocia en la época clásica (Estrabón, XII, II, 3, 6, 7). Sin embargo, el panteón hitita se conoce, en cierta medida, por los nombres propios que con frecuencia contienen como elemento constitutivo del título de alguna deidad. Entre los nombres divinos más habitualmente empleados se pueden mencionar aquí: Tarqû, Rho, Sandan, Kheba, Tishûbû, Ma, and Hattû. El pacto emprendido por Ramsés II y Hattusil sugiere la idea de que el cielo, la tierra, ríos, montañas, tierras, ciudades, tenían cada uno su Sutekh femenino o hombre, una especie de genius loci, como el Ba’alath o Baal arameo. Un tratado entre el mismo Hattusil y el gobernante de Mitanni en que citan primero deidades de origen babilónico,luego otras de carácter más claramente hitita, y, por último, algunos dioses indo-persa, atestigua el carácter sincrético de la religión hitita ya en el siglo XIV a.C. Gracias a los documentos egipcios y asirios, tenemos más detalles sobre la historia de los hititas. En una fecha temprana algunas de sus tribus se abrieron paso a través de los desfiladeros de la cordillera de Tauro en el norte de Siria y se establecieron en el valle de Orontes: Hamath y Cadés (V.a. Kadesh) fueron las primeras ciudades hititas. Algunas bandas, prosiguieron su marcha hacia el sur y se asentaron en la región montañosa del sur de Palestina, donde se mezclaron con los amorreos, quienes poseían la tierra en ese entonces. Ezequiel, al afirmar que la madre de Jerusalén era una hitita (una hitita—V.A., 16,3.45; D.V.: cetita), muy probablemente se refiere a una antigua tradición sobre el origen de la ciudad. En todo caso, cuando Abraham llegó a Canaán se encontró una colonia hitita agrupada en torno a Hebrón (Gén. 23,3; 26,34, etc.) La mayor parte de la nación se estableció en el Naharina (comp. Hebr.: Aram Naharaim), entre los ríos Balikh y Orontes, en las laderas de la cordillera Amano y en las llanuras de Cilicia. Esta posición, entre los dos imperios más importantes del mundo antiguo, es decir, Caldea y Egipto, hizo del territorio ocupado por los hititas, en el camino seguido por los comerciantes de ambas naciones, uno de los países comerciales más ricos de Oriente.

Pero la población estaba quizás tal vez todavía más inclinada a la guerra que al comercio, y los monumentos locales, no menos que los registros egipcios, dan testimonio de las conquistas militares y el poder de los hititas en las lejanas regiones del oeste y el sur de Asia Menor. Hay algunos motivos para la creencia de que ciertas tradiciones que subsistieron en esas regiones siglos después (origen de la dinastía lidia, la leyenda de las amazonas), se originaron en las conquistas hititas, y que podemos reconocer a los guerreros de tez morena de Capadocia en el Keteioi mencionado en Odyss. XI, 516-521. Cierto es, en todo caso, que Tróade, Lydia y las costas del Mar de Cilicia reconocieron la supremacía hitita a principios del siglo XVIII a.C.

Los hititas aparecen por primera vez en documentos históricos en la época de la décimo octava dinastía egipcia (alrededor de 1550 a.C.). Tutmosis I, en el primer año de su reinado, llevó sus armas al norte de Siria y estableció sus trofeos en las orillas del Eufrates, tal vez cerca de Karkemis. Su nieto, Tutmosis III, fue un gran guerrero. Dos veces, nos dice, en 1470 y 1463 a. C., le rindió tributo el rey de la tierra de los hititas, “el grande”. Después de una señal de victoria en Megiddó, y la toma de esta ciudad, que era la llave de los valles de Siria, Tutmosis III tomó en varias ocasiones a Cadés y Karkemis e invadió el Naharina. A su muerte, el imperio egipcio rayaba en la tierra de los hititas. Los éxitos de los ejércitos egipcios no desanimaron a sus resistentes vecinos. Sus empresas incansables obligaron a Ramman-Nirari, rey de Asiria, a invocar la ayuda de Tutmosis IV contra de los hititas de Mer’ash; y al parecer recibieron la ayuda, pues una inscripción nos dice que la primera campaña del príncipe de Egipto se dirigía contra los quetas. Estos, sin embargo, con sus aliados los minnis, los amurrus, los kasis, y el rey de Zinzar, no dejaron de presionar hacia el sur, causando grave alarma a los gobernantes de Egipto. Estuvieron refrenados hasta la muerte de Amenhotep III por el rey de Mitanni, Dushratti, quien había hecho alianza con el rey de Egipto, los hititas reanudaron la ofensiva durante el reinado de Amenhotep IV. Fueron dirigidos por Etaqqama, hijo de Sutarna, príncipe de Cadés, que antes habían combatido contra ellos, había sido hecho prisionero, y aunque profesaba estar aún actuando en nombre del faraón, se había convertido en su ferviente seguidor. Ante Etaqqama, Teuwaatti, Arzawyia y Dasa, cayeron una por una las ciudades de Siria y las fortalezas de Egipto, Cadés y en el Orontes, conquistados, se convirtieron durante siglos en un centro del poder hitita. Subbiluliuma, durante cuyo reinado el imperio hitita ganó con sus éxitos militares un lugar de prominencia en el mundo oriental, es el primer gran soberano hitita nombrado en inscripciones: Karkemis, Tunip, Nii, Hamat y Cadés se mencionan entre las principales ciudades de su imperio, el Mitani, el Arzapi y otros principados a lo largo del Eufrates reconocieron su soberanía, y Tróade, Cilicia y Lydia reconocían su dominio.

Los sucesores de Amenofis IV, obstaculizados por la dificultad y el desorden imperante en el país, no podían competir con un vecino tan poderoso; Ramsés I, fundador de la décimo nona dinastía, después de un ataque, cuyo éxito parece haber sido dudoso, fue obligado a concluir con Subbiluliuma un tratado que le dio completa libertad de acción a los hititas. Su hijo y sucesor, Seti I, intentó la reconquista de Siria y al principio fue victorioso. Marchó con sus ejércitos a través de Siria hasta el Orontes, cayó repentinamente sobre Cadés que le arrebató de las manos de Muttalu. Sin embargo, el éxito de esta campaña no fue decisivo de ningún modo, y se concluyó una paz honorable con el gobernante hitita Mursil.

La época de la muerte de Seti fue una de revolución en el gobierno hitita. Muttallu, el hijo de Mursil había sido asesinado y su hermano Hattusil fue llamado al trono (alrededor de 1343 a.C.), el cual de inmediato reunió todas sus fuerzas contra Egipto. El encuentro tuvo lugar cerca de la ciudad de Cadés: en una dura batalla en la que el rey egipcio, sorprendido en una emboscada, apenas logró escapar; la confederación del norte fue derrotada y el gobernante hitita pidió la paz. Sin embargo, el tratado que se concluyó entonces fue una corta tregua, y sólo dieciséis años más tarde, en el vigésimo primer año de Ramsés, en el vigésimo primer día del mes Tybi, se firmó finalmente la paz entre el gobernante egipcio y el “gran el rey de los hititas”. El tratado, el texto egipcio que se ha conocido en su totalidad, y del que se halló una minuta babilónica en 1906 en Boghaz-Keui, era un pacto de alianza ofensiva y defensiva entre los dos poderes colocados así en pie de igualdad; este tratado, así como el matrimonio de la hija de Hattusil con Ramsés en el trigésimo cuarto año del reinado de este último, muestra la fuerza de la posición alcanzada por el entonces imperio hitita. Hatussil era ciertamente un príncipe tan poderoso que pretendió interferir en la política de Babilonia. Había entrado en una alianza con Katachman-Turgu, rey de Babilonia. A la muerte de éste Hattusil amenazó con romper la alianza si no se le daba la corona al hijo del príncipe fallecido. Las relaciones pacíficas del imperio hitita con su vecino del sur continuó durante el reinado del hijo de Ramsés, Meneftá, el faraón del Éxodo; este príncipe, de hecho, poco después de su accesión, le envió maíz a los hititas en un tiempo en que Siria fue devastada por el hambre. Es cierto que Egipto tuvo que repeler en sus propias costas la invasión de los libios y otros pueblos de Asia Menor, pero, a pesar de que estos pueblos parecen haber sido vasallos de los hititas, nada indica que éstos tenían ningún interés en la empresa. Tal no fue el caso bajo Ramsés III. Una confederación formidable de las naciones de la costa y de las islas del mar Egeo barrió el noroeste de Asia, conquistaron a los hititas y a otros pueblos del interior y, crecidos por las tropas de los reinos conquistados, cayeron sobre las costas de Egipto. El ejército invasor se topó con un completo desastre, y, entre otros detalles, Ramsés III registra que el rey de los hititas fue capturado en la batalla. El imperio hitita ya no era una unidad política, sino que se había dividido en estados independientes; tal vez algunas tribus en el lejano oeste y el sur de Asia Menor se habían sacudido de la lealtad hitita. Sin embargo sabemos por Teglatfalasar I (V.A. Tiglat-pileser) que, hacia finales del siglo XII, la “tierra de la Hatti” todavía se extendía desde el Líbano hasta el Eufrates y el Mar Negro. Ya a fines del siglo XIV a. C., Hattusil había mostrado una buena visión política al advertir al rey de Babilonia contra el progreso de Asiria. Fue realmente a manos de los asirios que los hititas hallaron su perdición. La primera mención fechada de éstos en los documentos asirios se encuentra en los anales de Teglatfalasar I (alrededor de 1110 a.C.). En varias expediciones contra la tierra de Kummukh (Comagene), penetró más y más hacia el país hitita, pero nunca logró forzar su camino a través de los vados del Éufrates; la ciudad de Karkemis, al mando de ellos, obligó su respeto.

Los doscientos años que siguieron a la muerte de Teglatfalasar fueron un período de decadencia para el imperio asirio. Parece que fueron pocas las relaciones de los hititas con el reino de Israel, que, bajo David y Salomón había tenido gran prominencia. Se nos dice que David tenía hititas en su ejército y en su guardia personal (1 Samuel 26,6; 2 Sam. 11,6, etc.), los cuales posiblemente eran descendientes de los hititas establecidos en el sur de Palestina. Betsabé, la madre de Salomón, tal vez pertenecía a su raza. En cualquier caso, parece que Hadadézer, rey de Sobá, se esforzaba por extender sus posesiones a expensas de los dominios hititas en Siria (2 Sam. 8,3) cuando fue batido por David. Se sabe también por 2 Sam. 24,6 que los oficiales de David llegaron tan lejos como Cadés en el Orontes (texto hebreo que corregir) cuando fueron enviados a hacer el censo de Israel. El texto de 1 Reyes 10,28 ss., añade que en la época de Salomón los comerciantes israelitas compraban caballos en Egipto y como intermediarios para los príncipes sirios e hititas. Los gobernantes de Damasco lograron hacer lo que Hdadézer no pudo; construyeron su poder en parte a costa del imperio de Salomón y en parte del dominio hitita, que es señal de que la una vez inquebrantable supremacía de Karkemis estaba aparentemente en decadencia, de lo cual no dejan dudas las inscripciones de Asurnasirpal (885-860). Renovó las campañas de Teglatfalasar I contra las tribus hititas orientales y logró cruzar el Éufrates; Karkemis escapó des asalto a manos del conquistador asirio mediante la paga de una gran cantidad de dinero. Continuando con su ataque hacia el oeste, Asurnasirpal compareció ante la capital de los katinianos; al igual que Karkemis, la ciudad lo sobornó y lo indujo a volverse hacia las ciudades fenicias. Unos siglos de operaciones comerciales lucrativas, al parecer cambiaron por completo el espíritu guerrero de la una vez agresiva raza hitita. Año tras año Salmaneser II (860-825—(B.D., Salmanasar— condujo sus ejércitos contra los distintos estados hititas, con el propósito de apoderarse de la carretera entre Fenicia y Nínive. El derrocamiento de la katinianos finalmente despertó una vez más el espíritu guerrero de los príncipes hititas, los cuales formaron una liga bajo la dirección de Sangara de Karkemis; pero los degenerado hititas, incapaces de resistir la embestida asiria, se vieron obligados a comprar la paz mediante el pago de un fuerte tributo (855). Esta victoria, que quebró el poder de los hititas de Siria y los redujo a la condición de tributarios, les abrió a los asirios el camino a Fenicia y Palestina. Al año siguiente Salmanasar entró en contacto con Damasco e Israel. Sin embargo, Karkemis todavía estaba en manos de los hititas. Tras la muerte de Salmanasar, le sobrevino un período de decadencia al imperio asirio, período durante el cual las relaciones mutuas de las dos naciones parecen haber permanecido inalteradas. Sin embargo, nuevos enemigos de Oriente estaban presionando de cerca la tierra de los hititas. Inscripciones vánicas registran las incursiones de Menua, rey de Duspas, contra las ciudades de Surisilis y Tarkhigamas, en el territorio del príncipe hitita Skadahalis. En otra expedición Menuas derrotó al rey de Gupas e invadió el país hitita hasta Malatiyeh. El hijo de Menua, Argistis I, una vez más marchó con sus ejércitos en la misma dirección, y conquistó el país a lo largo de las riveras del Eufrates, desde Palu a Malatiyeh.

La accesión de Theglatfalasar III (745) puso fin a las conquistas de los reyes vánicos, pero esto no significó un respiro para los muy debilitados hititas, de hecho, muy pronto su país fue visitado de nuevo por las tropas asirias, y, en 739, el rey Pisiris de Karkemis tuvo que pagar tributo al gobernante de Nínive. Aprovechándose, al parecer, por los problemas políticos que marcaron el final del reinado de Salmanasar IV, Pisiris, con la ayuda de algunos caciques vecinos, se declaró independiente. Sin embargo, esto no le sirvió de nada; en 717 Karkemis cayó ante Sargón, el rey fue hecho prisionero, y su riqueza y el comercio pasó a manos de los colonos asirios establecidos allí por el conquistador. La caída de la gran capital hitita resonó en todo el mundo oriental y encontró eco en las declaraciones proféticas de Isaías (10,9), la cual marcó de hecho el destino final de un imperio otrora poderoso. De ahí en adelante los hititas, obligados a retroceder a su hogar original en la espesura del Tauro, dejaron de ser contados entre los pueblos dignos de retener la atención de los historiadores.

Bibliografía: SAYCE, The Hamathite Inscriptions in Transactions of the Society of Biblical Archæology, V, p. 27-29; IDEM, The Monuments of the Hittites, ibid., VII, pp. 251, 284; IDEM, The Hittites. The Story of a Forgotten Empire (3rd ed., Londres, 1903); WRIGHT, The Empire of the Hittites (Londres, 1884); CONDER, Heth and Moab (Londres, 1889); IDEM, Altaic Hieroglyphs and Hittite Inscriptions (Londres, 1887); IDEM, The Hittites and their language (Londres, 1898); MASPERO, Histoire ancienne des peuples de l’Orient classique, II (París, 1897); DE LANTSHEERE, De la race et de la langue des Hittites in Compte rendu du congrés scientifique international des catholiques (1891); IDEM, Hittites et Omorites (Brussels, 1887); HALÉVY, La langue des Hittites d’après les textes assyriens in Recherches Bibliques, pp. 270-288; VIGOUROUX, Les Héthéens de la Bible, leur histoire et leurs monuments in Mélanges bibliques, (2da. ed., París, 1889); JENSEN, Hittiter und Armenien (Strasburg, 1898); WINCKLER, Die im Sommer 1906 in Kleinasien ausgeführten Ausgrabungen in Orientalistische Litteratur-Zeitung (15 Dec., 1906); IDEM in Mitteilungen der Orient-Gesellschaft (dic., 1907).

Fuente: Souvay, Charles. “Hethites.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910.
http://www.newadvent.org/cathen/07305a.htm

Traducido por Luz María Hernández Medina

Fuente: Enciclopedia Católica