INTERCESION

ver ORACIóN

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(pedir por otro).

– Moisés siempre estaba intercediendo por el pueblo.

– Los cristianos debemos orar los unos por los otros, Stg 5:16, ¡para nuestra sanación!: – Marí­a intercedió en las Bodas de Caná, en Jn.2, y gracias a Ella tuvieron vino, porque a Jesús no le importaba, ¡su hora no habí­a llegado!: (Jua 2:4).

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Acto de hablar con una persona con el propósito de conseguir para otra algún bien, o para defenderla. El término traduce una palabra hebrea que significaba †œasaltar a alguien con peticiones†. Abraham intercedió ante Dios por Sodoma (Gen 18:23-33). Cuando este patriarca quiso comprar la cueva de †¢Macpela, habló a los hijos de †¢Het, diciéndoles: †œInterceded por mí­ con Efrón†, el dueño original (Gen 23:8). †¢Mardoqueo animó a †¢Ester a que hablara con el rey †¢Asuero para †œinterceder delante de él por su pueblo† (Est 4:8). Muchas veces Moisés intercedió por Israel, delante de Dios (†œTe ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado … que perdones ahora su pecado† [Exo 32:31-32]). También los profetas intercedieron ante Dios por el pueblo. Una i. fracasada fue la que hizo †¢Betsabé cuando pidió a Salomón que permitiera el matrimonio de †¢Adoní­as con †¢Abisag sunamita (1Re 2:13-25).

En el NT es traducción de la palabra entuncanö para decirnos que †œCristo es el que murió … el que también intercede por nosotros† (Rom 8:34; Heb 7:25). él es el †œmediador entre Dios y los hombres† (1Ti 2:5). La i. es función eminentemente sacerdotal (†œEntre la entrada y el altar lloren los sacerdotes ministros de Jehová, y digan: Perdona, oh Jehová, a tu pueblo, y no entregues al oprobio tu heredad† [Joe 2:17]). Por eso el Señor Jesús dijo a Pedro: †œYo he rogado por ti, que tu fe no falte† (Luc 22:32). Pero también †œabogado tenemos para con el Padre† (1Jn 2:1), cuyos servicios necesitamos continuamente a causa de nuestros muchos pecados. Y también por la existencia del †œacusador†, que nos acusa †œdelante de nuestro Dios dí­a y noche† (Apo 12:10).
la vida de oración el creyente necesita la ayuda del Espí­ritu Santo, †œpues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espí­ritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles…. porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos† (Rom 8:26-27). A su vez, el creyente tiene el deber de interceder por otras personas. Pablo exhorta que †œse hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres, por los reyes y por todos los que están en eminencia…† (1Ti 2:1-2). Es deber orar †œpor los que os ultrajan y os persiguen† (Mat 5:44) y †œlos que os calumnian† (Luc 6:28). Pablo solicitaba que se orara por él (Rom 15:30; Col 4:3; 1Te 5:25). Debemos interceder †œunos por otros† (Stg 5:16). †¢Oración.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, DOCT

vet, En general, la acción de uno que busca el bien de otro, interviniendo en su favor, para conseguirle un beneficio, perdón, etc. Hay muchos casos de intercesión en las Escrituras, y se puede señalar en el AT la intercesión de Abraham ante Dios por Sodoma (Gn. 18:23-33); las múltiples intercesiones de Moisés buscando el perdón de Dios hacia una nación rebelde (Ex. 32:11-14, 21-24; 33:12-16; cfr. Dt. 9:13-29) y muchos otros ejemplos, como los de Samuel, Daniel, Esdras y Nehemí­as, orando por la bendición y restauración de su pueblo. En el NT nos encontramos con el gran Intercesor, Cristo. El término gr., “entunchanõ”, significa “encontrarse con”, interceder. Se refiere a la intercesión de Cristo en favor de sus santos, mientras se hallan en su estado presente, para llevarlos a ser como corresponde a la posición que les ha sido dada por el perdón justificador, y también para levantarlos por encima de sus pruebas, y conducirlos como sacerdotes a los goces y actividades correspondientes al santuario espiritual (Ro. 8:34; He. 7:25). El Espí­ritu Santo también intercede por los creyentes, cuando ellos no saben orar como debieran, y lo hace con gemidos indecibles (Ro. 8:26, 27). En 1 Ti. 4:5 se nos ordena que intercedamos por todos los hombres.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[470]
Petición que se hace en nombre de otro para obtener un beneficio o conseguir el perdón. Es idea frecuente, asociada a la de mediación, en el habla religiosa. Unos hombres interceden por otros. Y muchos hombres en sus plegarias sitúan a Marí­a Stma. o a los santos como intercesores ante la misericordia divina.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. mediación, oración)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Interceder no quiere decir simplemente “rezar por alguien”, como casi siempre pensamos. Etimológicamente significa “dar un paso al medio”, o sea, dar un paso para ponernos en medio de una situación. Interceder significa entonces ponerse allí­ donde se produce el conflicto, ponerse entre las dos partes del conflicto. Por tanto, no se trata sólo de presentar una necesidad ante Dios (iSeñor, danos la paz!), manteniéndonos al margen. Interceder es una actitud mucho más seria, grave y comprometida, es algo mucho más arriesgado. Interceder es estar allí­, sin moverse, sin huir, tratando de poner la mano sobre el hombro de ambas partes, aceptando el riesgo de esta postura. En la Biblia hay una página muy esclarecedora al respecto. Cuando Job se encuentra, casi desesperado, ante Dios, que en ese momento le parece un adversario irreconciliable, grita: “¿Quién se pondrá entre mi juez y yo? ¿Quién posará su mano sobre su hombro y el mí­o?”. Por tanto, no se trata de alguien que desde lejos exhorta a la paz o reza enérgicamente por la paz, sino de alguien que se pone en medio, que entra en el corazón de la situación, que extiende sus brazos a derecha e izquierda para unir y pacificar. Es el gesto de Jesucristo en la cruz. Con esto nos damos cuenta de que una verdadera intercesión cristiana es difí­cil; sólo se puede hacer en el Espí­ritu Santo y sabemos que no todos la comprenderán. Pero si hay un deseo que suscita es éste: el de estar en este momento en los lugares de conflicto, en las calles donde ciudadanos indefensos son amenazados y asesinados. Estar allí­ de forma meramente pasiva, sin ninguna acción polí­tica, sin ningún clamor, sólo con la fuerza de la intercesión. Estar allí­, como Marí­a al pie de la cruz, sin maldecir ni juzgar a nadie, sin gritarle a la injusticia, sin insultar.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

/ Abrahán II, le / Jesucristo III, 1 /Oración 1, 2-3.

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

El hebreo pāḡaʿ, «interceder», originalmente significaba «atacar». Más adelante, en un sentido bueno, «asaltar con peticiones». Cuando este «asalto» era hecho a favor de otro, su sentido era «interceder». Cinco veces aparece en el NT el verbo griego para «interceder», entunchanō (Hch. 25:24; Ro. 8:27, 34; 11:2; Heb. 7:25). El sustantivo, enteuxis, ocurre en 1 Ti. 2:1 donde se traduce por «peticiones»; y en 1 Ti. 4:5, donde la única traducción posible es «oración»—ya que uno difícilmente podrá «interceder» en favor de la «comida» preparada para comerse (1 Ti. 2:3). El español «intercesión» viene del latín intercedo, que significa «ir (o pasar) entre medio». Que «intercesión» tiene un significado específico se prueba cuando Pablo escribe, «Exhorto, ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres» (1 Ti. 2:1). El término no significa alabanza o peticiones en general, sino una verdadera preocupación por otros en la que uno se coloca entre ellos y Dios haciendo una petición en su favor. Cuando se usa para referirse a la obra mediadora de Cristo (la que debe tomarse como presente) se añade el sentido de «actuar por otros».

La literatura de los libros sapienciales del AT no contiene ninguna exhortación a, o ejemplo de, intercesión, ni tampoco hay muchos ejemplos en los libros poéticos (Job 1:5; 42:8; Sal. 20; 25:22; 35:13). Los profetas contienen numerosos ejemplos de intercesión, aun cuando estos hombres eran ante todo portavoces de Dios. En Is. 6; 25; 26; y 37 figura la intercesión en forma específica. También tenemos este tipo de oraciones en Jer. 10:23ss., 14:7ss.; en Ez. 9:8; 11:13 y en Dn. 9:16–19. Son menos frecuentes en los profetas menores. Jonás no ruega en ninguna forma por Nínive, aun cuando Jehová perdona la ciudad (Jonás 4). Malaquías 2:7 implica que los sacerdotes no estaban intercediendo. En Jl. 2:17 se muestra el carácter intercesor del oficio sacerdotal: «Entre la entrada y el altar lloren los sacerdotes ministros de Jehová, y digan: Perdona, oh Jehová, a tu pueblo, y no entregues al oprobio tu heredad …».

Son los libros históricos del AT los que muestran más ejemplos de intercesión. Un ejemplo es la intensa intercesión de Abraham por Sodoma (Gn. 18:23–33). La bendición de Jacob sobre los hijos de José tienen esta naturaleza (Gn. 48:8–23). Moisés tuvo un alto concepto del carácter social de la fe, y se le ve a este líder en muchas oportunidades intercediendo por el pueblo. Oró por el idólatra Israel después que hicieran el becerro de oro: «Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito» (Ex. 32:31–32). De la misma forma, Samuel, como profeta, sacerdote y juez, defiende con frecuencia al pueblo. Oró toda la noche por Saúl el pecador, apesadumbrado pero todavía tierno (1 S. 15:11).

La intercesión se insta y practica a través de todo el NT. Cristo instó a rogar aun por los que nos «persiguen». Él mismo le dijo a Pedro, «pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte …» (Lc. 22:32). Un extenso ejemplo es su oración sacerdotal de Jn. 17 en favor de sus apóstoles. En el libro de Hechos se ve con frecuencia a la joven iglesia entregada a la intercesión—por Pedro (12:5–12), por Bernabé y Saúl (13:3), etc. Las Epístolas están repletas de ella. En el NT, aun «el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Ro. 8:26). Y al presente Cristo está en el cielo, donde fue «para presentarse ahora por nosotros ante Dios» (Heb. 9:24).

Si se estudia la intercesión en la Escritura, por lo menos sacaremos algunos puntos en cuanto a este exaltado privilegio. Un punto es lo natural que es, ya que orar por otros es para el cristiano como respirar. Otro es que uno es realmente bautizado por el sentido del compromiso de aquellos por los cuales oramos, ya que temblamos al pensar en sus heridas, nos retorcemos al imaginar sus profundas llagas. Otro es que uno no debe orar por una masa de humanidad indiferenciada, ni sólo por todos los tipos y condiciones por las que atraviesan los hombres, sino que por individuos específicos con sus temores que hieren y sus heridas que abundan. Por cierto, las oraciones intercesoras tienen el olor del cielo en ellas.

BIBLIOGRAFÍA

J.B. Bernardin, The Intercession of Our Lord; Ll. D. Bevan, ISBE; G.A. Buttrick, Prayer; Madame Chiang Kai-shek, The Sure Victory; A.J. Gossip, In the Secret Place of the Most High; Georgia Harkness, Prayer and the Common Life; J.G. Tasker, HERE; A.C. Wieand, The Gospel of Prayer.

Joseph Kenneth Grider

ISBE International Standard Bible Encyclopaedia

HERE Hastings’ Encyclopaedia of Religion and Ethics

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (325). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

(Mediación)

Definición

Interceder es ir o venir entre dos partes, suplicar ante una de ellas a favor de la otra. En el Nuevo Testamento se usa como equivalente de entygchanein (Vulgata interpellare, en Hebreos 7,25). “Mediación” significa ponerse en medio de dos partes (contendientes), con el propósito de reconciliarlos (cf. mediator, mesites, 1 Tim. 2,5).

En el uso eclesiástico ambas palabras se toman en el sentido de la intervención principalmente de Jesucristo y segundo de la Bendita Virgen María y los ángeles y santos, a favor del ser humano. Sin embargo, sería mejor restringir la palabra mediación para la acción de Cristo, e intercesión para la acción de la Virgen María, los ángeles y los santos. En este artículo se tratará brevemente con: I. La mediación de Cristo; y más en detalle II. la intercesión de los santos.

La Mediación de Cristo

Al considerar la mediación de Cristo debemos distinguir entre su posición y su oficio. Como Hombre-Dios Él está en medio de Dios y el hombre participando de las naturalezas de ambos, y por lo tanto, por ese mismo hecho, apto para actuar como mediador entre ellos. Él es, ciertamente, el Mediador en el sentido absoluto de la palabra, de un modo que nadie más puede serlo. “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también” (1 Tim. 2,5). Está unido a ambos: “La cabeza de todo hombre es Cristo… la cabeza de Cristo es Dios” (1 Cor. 11,3). Su oficio de Mediador le pertenece a Él como hombre, su naturaleza humana es el principium quo, pero el valor de su acción se deriva del hecho que es una Persona Divina la que actúa. Esto lo consigue primero por el mérito de gracia y remisión del pecado, por medio del culto y satisfacción ofrecidos a Dios por y a través de Cristo. Pero, además de acercar el hombre a Dios, Cristo trae a Dios cerca del hombre, al revelarle al hombre las verdades y Mandamientos de Dios—Él es el apóstol enviado por Dios y el sumo sacerdote que nos lleva a Dios (Heb. 3,1).

Incluso en el orden físico el mero hecho de la existencia de Cristo es en sí misma una mediación entre Dios y el hombre. Al unir nuestra humanidad a su Divinidad Él nos unió a Dios y Dios a nosotros. Como dijo San Atanasio, “Cristo se hizo hombre para que los hombres se pudieran convertir en dioses” (Sobre la Encarnación 54; cf. San Agustín, “serm. De Nativitate Dom.”; Santo Tomás, III.1.2). Y por esto Cristo oró: “Que todos sean uno, como tú, Padre en mí y yo en ti…. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno”. (Juan 17,21-23). El tema de la mediación de Cristo pertenece propiamente a los artículos expiación, Jesucristo, redención, Cristo como Mediador. Vea también Santo Tomás, III.26, y los tratados sobre la Encarnación.

Intercesión e Invocación

Hablaremos aquí no sólo de intercesión, sino también de la invocación a los santos. La una ciertamente implica la otra, no clamaríamos ayuda de los santos a menos que ellos pudieran ayudarnos. El fundamento de ambas descansa en la doctrina de la Comunión de los Santos. En el artículo sobre ese tema se ha demostrado que los fieles en el cielo, en la tierra y en el purgatorio son un cuerpo místico, con Cristo como su cabeza. Todo lo que es de interés para una parte lo es para el resto, y cada uno ayuda a los demás: nosotros en la tierra al honrar e invocar a los santos y al orar por las almas en el purgatorio, y los santos en el cielo al interceder por nosotros. El Concilio de Trento estableció la doctrina católica de intercesión e invocación, la cual enseña que

“los santos, que reinan junto con Cristo, ofrecen a Dios sus propias oraciones por los hombres. Es bueno y útil invocarlos humildemente, y recurrir a sus oraciones y ayuda para obtener beneficios de Dios, a través de su Hijo Jesucristo Nuestro Señor, quien es nuestro único Redentor y Salvador. Hay personas que piensan impíamente, y niegan que se deba invocar a los santos, los cuales disfrutan de felicidad eterna en el cielo; o quienes afirman que ellos no oran por los hombres, o que nuestra petición por sus oraciones es idolatría, o que es repugnante a la palabra de Dios, y es opuesto al honor del único Mediador entre Dios y el hombre, Jesucristo” (Ses. XXV).

Esto ya había sido explicado por Santo Tomás: “La oración se ofrece a una persona de dos maneras: una es como si él mismo la fuese a conceder, y la otra es a ser obtenida a través de él. De la primera forma le oramos a Dios solamente, porque todas nuestras oraciones deben ir dirigidas a obtener gracia y gloria que sólo Dios puede conceder, según las palabras del Salmo [84(83),12]: ‘Porque Yahveh Dios … da gracia y gloria’. Pero de la segunda forma le oramos a los santos ángeles y a los hombres, no para que Dios conozca nuestras oraciones a través de ellos, sino para que por sus oraciones y méritos nuestras oraciones sean más eficaces. Por lo cual se dice en Apocalipsis (8,4): ‘Y por mano del Ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos.’” (Suma Teol. II-II, Q. LXXXIII,a.4).

La sensatez de la enseñanza y práctica católicas no pueden ser mejor establecidas que en las palabras de San Jerónimo:

“Si los Apóstoles y los mártires, mientras están todavía en el cuerpo, pueden orar por otros, en un tiempo cuando deben estar todavía ansiosos por sí mismos, ¡mucho más luego de que ganan sus coronas, victorias y triunfos! Un hombre, Moisés obtuvo de Dios el perdón para seis mil hombres armados, y San Esteban, el imitador del Señor y primer mártir en Cristo, pidió perdón para sus perseguidores, ¿será menor su poder después de haber comenzado su vida con Cristo? El apóstol San Pablo declara que doscientos setenta y seis almas que navegaban con él le fueron dadas libremente, y después que él desaparece y comienza a estar con Cristo, ¿cerrará su boca y no será capaz de emitir una palabra a favor de aquellos que a través del mundo entero creyeron en su predicación del Evangelio? ¿Y puede ser mejor el perro vivo Vigilancio que el león muerto? (“Contra Vigilant.”, n. 6, en P.L., XXIII, 344).

Las principales objeciones elevadas contra la intercesión e invocación de los santos son que estas doctrinas son opuestas a la fe y confianza que debemos tener sólo en Dios; que son una negación de los méritos completamente suficientes de Cristo; y que las mismas no pueden ser probadas en la Escritura y los Padres. Así el Artículo 22 de la Iglesia Anglicana dice: “La doctrina romana respecto a la invocación de los santos es una cosa indulgente vanamente inventada, y sin base ni garantía en la Escritura, sino más bien repugnante a la palabra de Dios.”

(1) En el artículo adoración se ha demostrado claramente que el honor rendido a los ángeles y santos es completamente diferente al supremo honor debido sólo a Dios, y solamente se les tributa como sus siervos y amigos. “El honrar a los santos que se han dormido en el Señor, el invocar su intercesión y venerar sus reliquias y cenizas, está muy lejos de disminuir la gloria de Dios, sino que más bien la aumenta, en la medida en que la esperanza del hombre se excita y confirma más, se les alienta a la imitación de los santos” (Cat. Del Concilio de Trento, pt. III, c. II, q. 11). Podemos, por supuesto, dirigir nuestras oraciones directamente a Dios, y Él puede oírnos sin la intervención de ninguna criatura. Pero esto no impide que podamos pedir la ayuda de nuestros hermanos que pueden ser más agradables a Dios que lo que somos nosotros mismos. No es porque nuestra fe y confianza sean débiles, ni porque su bondad y misericordia para nosotros sea menor, sino es porque sus preceptos nos alientan a acercárnosle a veces a través de sus siervos, como vemos al presente. Como señala Santo Tomás, invocamos a los ángeles y santos en un lenguaje muy diferente al que nos dirigimos a Dios. Le pedimos a Él que tenga misericordia de nosotros y que nos conceda lo que le pedimos, mientras que le pedimos a los santos que oren por nosotros, es decir, que unan sus peticiones a las nuestras.

Sin embargo, debemos tener en mente las palabras de Belarmino: “Cuando decimos que no se le debe pedir nada a los santos, excepto sus oraciones por nosotros, la cuestión no es sobre las palabras, sino sobre el sentido de las palabras. Pues en cuanto a las palabras se refiere, es legítimo decir ‘San Pedro, ten piedad de mí, sálvame, abre para mí las puertas del cielo’; también, “Dame salud física, paciencia, fortaleza’ etc., siempre que denotemos ‘sálvame y tenme piedad a través de tus oraciones’; ‘concédeme esto o aquello por tus oraciones y méritos’. Pues así habla San Gregorio Nacianceno (Orat. XVIII—según otros, XXIV—“De S. Cypriano” en P.G., XXXV, 1193; “Orat. de S. Athan.: En Laud. S. Athanas.”, Orat. XXI, en P.G., XXXV, 1128); en “De Sanct. Beatif.”, I, 17. El acto supremo de impetración, sacrificio nunca se ofrece a ninguna criatura. “Aunque la Iglesia se ha acostumbrado a veces a celebrar ciertas Misas en honor y memoria de los santos, no se deduce que ella enseñe que el sacrificio es ofrecido a ellos, sino sólo a Dios, quien los coronó; de donde el sacerdote no diría ‘Te ofrezco el sacrificio a ti, oh Pedro o Pablo’, sino que dando gracias a Dios por sus victorias, implora su patrocinio, que ellos se dignen interceder por nosotros en el cielo, cuya memoria celebramos en la tierra.” (Concilio de Trento, Ses. XXII, c. III). Las coliridianas, o filomarianitas, le ofrecían pequeñas tortas en sacrificio a la Madre de Dios; pero estas prácticas fueron condenadas por San Epifanio (Hær., LXXIX, en P.G., XLI, 740); Leoncio Bizancio, (“Contra Nest. et Eutych.”, III, 6, en P.G., LXXXVI, 1364); y por San Juan Damasceno (Hær., LXXIX, en P.G., XCIV, 728).

(2) La doctrina de un Mediador, Cristo, de ningún modo excluye la invocación e intercesión de los santos. Ciertamente todo mérito viene de Él; pero esto no hace ilegal pedir a nuestros hermanos, ya estén en la tierra o en el cielo, que nos ayuden con sus oraciones. El mismo apóstol que insiste tan fuertemente en la sola mediación de Cristo, sinceramente pide las oraciones de sus hermanos: “Pero os suplico, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo, que luchéis juntamente conmigo en vuestras oraciones rogando a Dios por mí” (Rom. 15,30); y él mismo ora por ellos: “Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros…” (Fil. 1,3-4). Si las oraciones de los hermanos en la tierra no merman la gloria y dignidad del Mediador, Cristo, así tampoco las oraciones de los santos en el cielo.

(3) En cuanto a la prueba en la Sagrada Escritura y los Padres, podemos mostrar que el principio y la práctica de invocar la ayuda de nuestros semejantes están claramente establecidos en ambos. Que los ángeles tienen un especial interés en el bienestar del hombre es claro a partir de las palabras de Cristo: “se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta” (Lucas 15,10). En el versículo 7 simplemente dice: “habrá más alegría en el cielo” Cf. Mateo 18,10; Hebreos 1,14. Que los ángeles oran por los hombres está claro por la visión del profeta Zacarías: “Oh, Yahveh Sebaot, ¿hasta cuándo seguirás sin apiadarte de Jerusalén… y Yahveh respondió al ángel… palabras buenas, palabras de consuelo” (Zac. 1,12-13). Y el arcángel San Rafael dice: “Y cuando tú hacías oraciones con lágrimas… yo ofrecía tus oraciones al Señor” (Tobías 12,12).

La combinación de las oraciones tanto de los ángeles como de los santos se ve en la visión de San Juan: “Otro ángel vino y se puso ante el altar, con un incensario de oro. Se le dieron muchos perfumes para que, con las oraciones de todos los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono. Y por mano del ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos.” (Apoc. 8,3-4). Dios mismo le ordenó a Abimélek que recurriera a la intercesión de Abraham: “…él rogará por ti para que vivas… Abraham rogó a Dios, y Dios curó a Abimélek” (Génesis 20,7.17). Así también en el caso de los amigos de Job Él dijo: “…id donde mi siervo Job, y ofrecer por vosotros un holocausto. Mi siervo Job intercederá por vosotros y, en atención a él, no os castigaré” (Job 42,8). Ciertamente la intercesión es prominente en varios pasajes del mismo Libro de Job: “¡Llama pues! ¿Habrá quién te responda? ¿a cuál de los santos vas a dirigirte?” (5,1); “Si hay entonces junto a él un Ángel, un Mediador escogido entre mil, que declare al hombre su deber que de él se apiade y diga: Líbrale de bajar a la fosa” (33,23). “Ellos (los ángeles) aparecen ante Dios como intercesores por los hombres, llevando ante Él sus necesidades, intercediendo a su favor. Esta obra está fácilmente conectada con su oficio general de laboral por el bien del hombre” (Dillman sobre Job, p. 44).

Constantemente se habla de Moisés como “mediador”: “yo estaba entre Yahveh y vosotros” (Deut. 5,5; cf. Gál. 3,19-20). Es cierto que en ninguno de los pasajes del Antiguo Testamento se hace mención de la oración a los santos, es decir; los hombres sabios departían de esta vida, pero esto estaba de acuerdo con el conocimiento imperfecto del estado de los muertos, quienes estaban todavía en el Limbo. El principio general de intercesión e invocación a los semejantes, sin embargo, está establecido en términos que no admiten negación; y este principio a su debido tiempo sería aplicado a los santos tan pronto se definió su posición. En el Nuevo Testamento el número de los santos ya idos sería comparativamente pequeño en esos tiempos primitivos.

Los más grandes Padres en los siglos siguientes hablaron claramente tanto de la doctrina como de la práctica de la intercesión e invocación. “Pero no sólo el sumo sacerdote, (Jesucristo), ora por aquellos que oran sinceramente, sino también los ángeles… así como también las almas de los santos que ya se han dormido (ai te ton prokekoimemenon hagion psychai” Orígenes, “”De Oratione”, n. XI, en P.G., XI, 448). Orígenes usa expresiones similares en muchos otros lugares; ciertamente se puede decir que apenas hay un tratado u homilía en la cual él no se refiera a la intercesión de los ángeles y santos. San Cipriano de Cartago, escribiendo al Papa San Cornelio, dice: “Debemos estar mutuamente conscientes uno del otro, oremos por cada uno, y si uno de nosotros, por la rapidez de la divina dignación, parte primero, que nuestro amor continúe en la presencia del Señor, que nuestra oración por nuestros hermanos y hermanas no cesen en la presencia de la misericordia del Padre” (Ep. LVII, en P.L., IV, 358). “A aquellos que están confiados, no les falta ni la protección de los santos ni las defensas de los ángeles” (San Hilario, “In Ps. CXXIV”, n. 5, 6, en P.L., X, 682). “Entonces conmemoramos también a aquellos que se durmieron antes, primero los patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, que Dios, por sus oraciones e intercesiones, pueda recibir nuestras peticiones” (San Cirilo de Jerusalén, “Cat. Myst.”, v, n. 9) en P.G., XXXIII, 1166). “Recuérdenme, ustedes, herederos de Dios, ustedes hermanos en Cristo, supliquen humildemente por mí ante el Salvador, que Cristo me libere de aquél que pelea contra mí cada día” (San Efrén, “De Timore Anim.”, in fin.). “Ustedes, mártires victoriosos, que sufrieron tormentos alegremente por el amor de Dios y Salvador; los que tengáis osadía de hablarle al Señor mismo, vosotros santos, intercedan por nosotros que somos hombres tímidos y pecadores, lleno de pereza, que la gracia de Cristo pueda venir sobre nosotros, e iluminen los corazones de todos nosotros para que podamos amarlo” (San Efrén,” Encom. en Mart. “). “Tú, [Efrén] que estás parado ante el altar divino, y estás ministrando con los ángeles a la Santísima y dadora de vida Trinidad, ténnos a todos en la memoria, pidiendo para nosotros la remisión de los pecados, y el fruto de un reino eterno “(San Gregorio de Nisa, De vita Ephraemi “, in fin., PG, XLVI, 850). “Tú (Cipriano) míranos propiciamente desde arriba, y guía nuestra palabra y vida; y pastorea [o pastorea conmigo], este rebaño sagrado… alegrándonos con una más perfecto y clara iluminación de la Santísima Trinidad, ante el que estás” (San Gregorio Nacianceno, Orat. XVII – según otros, XXIV -” De S. Cypr. “, PG, XXXV, 1193).

De igual manera, reza Gregorio a San Atanasio (Orat. XXI, “In laud. S. Athan.”, PG, XXXV, 1128). “¡Oh, coro santo! ¡Oh, banda sagrada! ¡Oh, ejército intacto de guerreros! ¡Oh, guardianes comunes de la raza humana! ¡Ustedes, graciosos partícipes de nuestras preocupaciones! ¡Ustedes, cooperadores en nuestra oración! ¡Muy poderosos intercesores!” (San Basilio”, Hom. en XL Mart.”, PG, XXXI, 524). ¡Que Pedro, que lloró tan eficazmente por sí mismo, llore por nosotros y vuelva hacia nosotros el benigno rostro de Cristo!” (San. Ambrosio, “Hexaem.”, V, XXV, n. 90, en PL, XIV, 242). San Jerónimo ya fue citado anteriormente. San Juan Crisóstomo habla frecuentemente en sus homilías de la invocación y la intercesión sobre los santos, por ejemplo, “Cuando percibas que Dios te está castigando, no vayas a sus enemigos… sino a sus amigos, los mártires, los santos y los que le eran agradables, y que tienen gran poder” (parresian, “audacia de expresión”- Orat. VIII,” Adv. Jud. “, n. 6, en PG, XLVIII, 937). “El que lleva la púrpura, dejando a un lado su pompa, está suplicando a los santos que sean sus patrones ante Dios; y el que lleva la diadema le suplica al fabricante de tiendas y al Pescador que sean sus patrones, aunque ellos están muertos” (“Hom. XXVI, in II Ep. ad Cor., n. 5, in PG, LXI, 581). “En la mesa del Señor no conmemoramos a los mártires del mismo modo que hacemos con otros que descansan, que oramos por ellos, sino que les pedimos que oren por nosotros para que podamos seguir sus pasos” (San Agustín,” In Joann. “, tr. LXXXIV, en PL, XXXIV, 1847).

Las oraciones a los santos aparecen en casi todas las liturgias antiguas. Así, en la Liturgia de San Basilio: “Por el mandato de tu Hijo unigénito nos comunicamos con la memoria de tus santos… Por cuyas oraciones y súplicas alcanzan misericordia para todos nosotros, y nos libran por el amor de tu santo nombre que es invocado sobre nosotros” Cf. la Liturgia de Jerusalén, la Liturgia de San Juan Crisóstomo, la Liturgia de Nestorio, la Liturgia Copta de San Cirilo de Alejandría, etc. Que Estas conmemoraciones no son adiciones posteriores se manifiesta en las palabras de San Cirilo de Jerusalén: “Entonces conmemoramos también a los que han muerto antes que nosotros, en primer lugar, patriarcas, profetas, los Apóstoles, los mártires, que Dios por sus oraciones e intercesiones pueda recibir nuestras peticiones” (“Cat. Myst”., V, en PG, XXXIII, 1113). (Véase Renaudot, “Liturgiarum Orientalium Collectio”, París, 1716.)

Estamos dispuestos a admitir que la doctrina de la intercesión de los santos es un desarrollo de la enseñanza de las Escrituras y que la práctica está abierta a los abusos. Pero si los cuidadosamente redactados y edificantes decretos del Concilio de Trento se respetan, no hay nada en la doctrina o en la práctica que merezca la condena expresada en el artículo XXII de la religión anglicana. De hecho, los anglicanos de la Alta Iglesia que lo que rechazan no es la invocación de los santos, sino sólo la “doctrina romana”, es decir, los excesos prevalecientes en ese tiempo y luego condenados por el Concilio de Trento. “En principio no hay disputa aquí entre nosotros y cualquier otra parte de la Iglesia Católica… ¡Que esa muy antigua costumbre, común a la Iglesia Universal, tanto Griega como Latina, de dirigirse a los ángeles y santos en la forma antedicha, no sea condenada como impía, o como vana y tonta “[Forbes, obispo de Brechin (anglicano), “Sobre los treinta y nueve artículos”, pág. 422]. Las iglesias reformadas, como cuerpo, rechazan la invocación de los santos. El artículo XXI de la Confesión de Augsburgo dice: “La Escritura no nos enseña a invocar a los santos, o a pedir ayuda a los santos; pues nos presenta a Cristo como único mediador, propiciatorio, sumo sacerdote e intercesor.” En la “Apología de la Confesión de Augsburgo” (ad art. Sec. 3, 4) se admite que los ángeles oran por nosotros, y los santos también, “por la Iglesia en general”, pero esto no implica que se les deba invocar. Los calvinistas, sin embargo, rechazan tanto la intercesión y la invocación como una impostura y engaño de Satanás, ya que con ello se evita la forma correcta de orar, y los santos no saben nada de nosotros, y no tienen ninguna preocupación en cuanto a lo que pasa en la tierra (“Gall. Confess.”, art. XXIV;” Remonst. CONF. “c. XVI, sec. 3).

Bibliografía: DENZINGER, Enchiridion (10ma ed., Friburgo im Br., 1908), n.984; Catechism of the Council of Trent, tr. DONOVAN (Dublín, 1867); ST. THOMAS, II-II, Q. LXXXIII, a. 4; y Suppl., Q. LXXII, a. 2; SUAREZ, De Incarnatione (Venecia, 1740-51), disp. LII; PETAVIO, De Incarnatione (Bar-le-Duc, 1864-70), XV, c. V, VI; BELLARMINE, De Controversiis Christian Fidei, II (París, 1608), Controv. quarta, I, XV ss.; WATERWORTH, Faith of Catholics, III (Nueva York, 1885); MILNER, End of Religious Controversy, ed. RIVINGTON (Londres, 1896); GIBBONS, Faith of our Fathers (Baltimore, 1890), XIII, XIV; MÖHLER, Symbolism tr. ROBERTSON, II (Londres, 1847), 140 ss.

Fuente: Scannell, Thomas. “Intercession (Mediation).” The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910.

http://www.newadvent.org/cathen/08070a.htm

Traducido por Luz María Hernández Medina

Fuente: Enciclopedia Católica