JINETE

v. Caballo
Exo 15:1 ha echado en el mar al caballo y al j
Act 23:23 mandó que preparasen .. setenta j y
Rev 9:16 el número de los .. j era 200 millones


El tema de los jinetes, con sus caballos de guerra, es conocido en el Antiguo Testamento, donde está vinculado sobre todo al recuerdo del éxodo, cuando Dios arrojó al mar “a caballos y jinetes” (Ex 15,1). La tradición israelita sabe también que los jinetes de guerra con sus carros de caballos son incapaces de salvar, pues la salvación está fundada en la ayuda de Dios (cf. Am 2,1; Is 2,7; 31,1; etc.). Pero la tradición conoce también la figura de unos caballos que salen a realizar la obra de Dios, cada uno con su color particular (alazanes, negros, blancos, overos: Zac 6,1-9).

(1) Los cuatro jinetes y caballos del Apocalipsis (Ap 6,1-8). Sobre esa base se entienden los jinetes y caballos del Apocalipsis, que aparecen como portadores del juicio de Dios, llevando consigo los males de la historia: “Y vi cómo el Cordero rompí­a el primero de los siete sellos y oí­ a uno de los cuatro Vivientes que decí­a con voz como de trueno: ¡Ven! Miré y he aquí­ un caballo blanco y el que lo montaba tení­a un arco; y se le dio una corona y salió como vencedor, dispuesto a vencer. Cuando rompió el segundo sello, oí­ al segundo Viviente que decí­a: ¡Ven! Y salió otro caballo de color rojo. A quien lo montaba se le dio (poder) para arrancar la paz de la tierra y que los humanos se maten entre sí­, y se le dio una espada grande. Cuando rompió el tercer sello, oí­ al tercer Viviente que decí­a: ¡Ven! Miré y he aquí­ un caballo negro. El que lo montaba tení­a una balanza en su mano. Y en medio de los cuatro Vivientes oí­ como una voz que decí­a: Por un kilo de trigo, el salario de un dí­a… Cuando rompió el cuarto sello, oí­ la voz del cuarto Viviente que decí­a: ¡Ven! Miré y he aquí­ un caballo amarillo. Y el nombre de quien lo montaba era Muerte, y el Hades lo seguí­a. Y se les dio poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar por medio de la espada, el hambre, la peste y las fieras de la tierra” (Ap 6,1-8). Los tres últimos (espada, hambre y peste/muerte) son bien conocidos en la tradición israelita (cf. 2 Sm 24; Ez 14,21; Eclo 39,28-31; Mc 13,7-9.24-25). El primero (jinete con arco) es más difí­cil de interpretar, pues ofrece rasgos que parecen positivos, pues su caballo es de color blanco, lleva un arco en la mano y en su frente una corona de victoria, de manera que muchos exegetas lo interpretan como signo del Cristo guerrero (que aparecerá en Ap 19,11). Al principio de todo, como anuncio mesiánico, surgirí­a este jinete anticipando el triunfo de Dios. Además, el texto conclusivo de Ap 6,8 parece que alude sólo a los tres últimos jinetes (espada, hambre y peste/guerra). En contra de eso, pensamos que los cuatro caballos-jinetes forman un conjunto inseparable y los tres últimos expresan lo que está velado en el primero. Lo que podrí­a parecer (y ser) principio bueno (color blanco, corona de victoria) ha de entenderse como fuente de engaño, sentido negativo del Imperio de Roma: empieza cabalgando el jinete del caballo blanco, con arco en la mano, para engañar mejor, con su falsa corona de victoria; parece promesa de vida, anuncio de salvación, pero es principio de todos los males. Este primer jinete es anticristo, antisigno del Jinete mesiánico (de Ap 19,11-16). De todas formas, el texto ofrece cierta ambigüedad y su sentido sólo emerge claramente a la luz del desarrollo posterior (Ap 13-18). A pesar de eso, podemos y debemos ver a los jinetes como poderes de muerte que despliegan lo que está en el fondo del Imperio romano: son divisas de la historia destructora, camino que parece bueno (jinete blanco con arco) pero lleva a la muerte expresada por el Hades (cuarto jinete). Muchos motivos de este friso de muerte son tradicionales. Pero la visión de conjunto es nueva: estos jinetes son la humanidad que, pudiendo realizarse de manera positiva y tender a la victoria del bien (que podrí­a anunciar el jinete blanco del principio), se destruye a sí­ misma en su violencia. (2) El primer caballo-jinete (Ap 6,1-2) es blanco y expresa la fuerza y ambigüedad de la potencia humana que se expresa en el imperio mundial de Roma, antisigno de Cristo. Así­ aparece ahora, en caballo blanco, color de cielo, con arco en su mano y corona de triunfo en su frente: ha salido a vencer, parece que puede imponerse sobre todos los poderes de la tierra. Su insignia es el arma de guerra que evoca batallas mí­tico-simbólicas del Dios israelita (cf. Hab 3,4-15): en el fondo está la imagen del Dios Tormenta (Baal*, Hadad), que dispara sus rayos y quizá el mismo Marduk*, matando con arco al monstruo/madre Tiamat; más cercano puede estar el imperio de los jinetes partos, enemigos de Roma y muchas veces vencedores en la guerra, que amenazan con arco y caballo blanco la frontera del imperio. Pero esos rasgos pueden quedar en penumbra. En el primer plano aparece el jinete universal (y aquí­ romano) de la guerra, que sale a triunfar, buscando corona de la victoria que lleva a la muerte.

(3) El segundo caballo-jinete (Ap 6,3-4) es rojo fuego de sangre (pyrros), con espada de guerra. Para llevar su corona y triunfar sobre la tierra, el caballo blanco ha debido teñirse de sangre, con un jinete que tiene el poder de quitar la paz a la tierra. El mismo imperio, elevado sobre el deseo de sangre, con una corona de triunfo, se vuelve historia infinita de matanza despiadada. Para conservarse como imperio, los hombres (los romanos) luchan mutuamente, en camino de muerte (cf. Mc 13,8), expresada por la gran espada, que ha dado a Roma su victoria. Pablo (Rom 13,4) creí­a que la espada en Roma es buena. Por el contrario, a la luz de su experiencia militar y judicial, el Ap la toma como mala: no hay makhaira (espada) positiva, ni victoria mesiánica que pueda lograrse por ella (contra 1 Hen 90,19 y 2 Mac 15,16). Para el Ap sólo es buena la espada verbal o romphaia: palabra victoriosa de Jesús, Logos de Dios (cf. Ap 1,16; 19,15).

(4) El tercer caballo-jinete (Ap 6,5-6) es negro, color de luto, signo del hambre que avanza con séquito de muerte. El jinete lleva en sus manos la balanza (dsygon) y ella pudiera presentarse como positiva: Dios mismo garantiza en Israel la justicia a través de una balanza fiel, promoviendo el derecho, san cionando con su medida justa el juicio (cf. Lv 19,16; Ez 45,10). La balanza (libra) es signo astrológico y expresión de justicia, que Roma ha querido ofrecer a la tierra: libra es ley, orden de un imperio que se piensa legal. Pero Juan sabe que ella se ha pervertido, lo mismo que antes se habí­a pervertido la espada de victoria. Ya no hay justicia en las balanzas, no se respeta el derecho, no se garantiza la vida de los pobres. La ley de Roma se vuelve así­ principio de hambre. Por eso Juan explica el sinsentido de esta balanza infame que condena a muerte a los pobres: una medida de trigo por un denario… Un denario es lo que gana al dí­a el jornalero. Por un denario se compraban en tiempos normales hasta doce medidas de trigo, para el jornalero y su familia. La nueva balanza del jinete del caballo negro les condena al hambre: con su jornal sólo se pueden comprar una ración de trigo (para una sola persona) o tres malas raciones de cebada, que sirven para tres personas, pero son insuficientes para una familia numerosa. Ha subido el precio de forma asesina, mueren de hambre los pobres. Mientras tanto, los alimentos caros (aceite y vino) llenan el mercado, pero están sólo al alcance de los ricos. Esta es la balanza del imperio malo que se eleva sobre el hambre de los pobres. (5) El cuarto caballo y jinete (Ap 6,7-8) son del color verdusco de la muerte/peste. La Biblia griega (los LXX) suele traducir por muerte (tlianatos) la palabra hebrea peste (deber) que hallamos en las trilogí­as tradicionales de guerra, hambre y peste (cf. 2 Sm 24 y Ez 14,21: cf. apeste, fame et bello de las letaní­as cristianas). La progresión resulta clara: tras la guerra y el hambre llega la epidemia, enfermedad misteriosa que trae la muerte para gran parte de la población. Lo que empezaba pareciendo victoria imperial (corona de vida) se ha vuelto procesión de infierno, con la peste/muerte en el último vagón del tren de la historia. La imagen no necesita comentario: sobre un caballo verdusco cabalga la peste, segando con su hoz el hilo de vida de los hombres; por eso sigue el Hades, viejo Dios idolátrico de mundos inferiores, convertido en depósito de cadáveres, fracaso de la historia. No hace falta decir de dónde viene: ella sigue, como último caballo a los caballos anteriores. Tras el blanco de la gloria mentirosa, el rojo de espada y el negro del hambre, avanza el último jinete en caballo verde/gris de muerte. Este es el final; no hay quinto jinete, pues el cuarto es Hades. Mirados en conjunto, estos jinetes expresan la verdad mentirosa del imperio humano, tal como ha venido a expresarse en Roma. Tras su fachada blanca de victoria (arco de Dios, corona triunfal del primer jinete) se esconde la realidad funesta de la guerra interminable, el hambre injusta, la muerte. Así­ lo ratifica la conclusión del texto (Ap 6,8b) diciendo: se les dio (a Muerte y Hades e indirectamente a los cuatro jinetes) el poder de matar a una cuarta parte de los seres vivos. El final del texto (Ap 1,8) recoge los males anteriores, añadiendo las fieras (1,8), como si ellas completaran la dura cabalgata de violencia. Esta no ha sido buena guerra de Dios o su Mesí­as que cabalga en caballo de justicia (cf. Sal 45,6), ofreciendo a los buenos victoria (cf. 2 Mac 3,24-25), sino guerra perversa de un imperio de hambre y muerte.

(6) El Logos montado a Caballo. Cristo jinete (palabra*, Cristo*, espada*, vendimia*). Los cuatro jinetes y caballos anteriores representaban los males del mundo. Pues bien, al final del gran drama de la historia viene a revelarse el Jinete vencedor. “Vi luego el cielo abierto y apareció un caballo blanco y el Sentado encima de él se llama Fiel y Verdadero, y juzga y combate con justicia. Sus ojos son como llamas de fuego y múltiples diademas adornan su cabeza. Lleva escrito un Nombre que nadie conoce sino él. Va envuelto en un manto empapado de sangre y su Nombre es éste: ¡El Logos (= Palabra) de Dios! Los ejércitos del cielo, con sus jinetes vestidos de lino blanco purí­simo, galopan tras sus huellas sobre blancos caballos. De su boca sale una espada afilada, para dominar a las naciones, y él las pastoreará con vara de hierro. El es quien pisa el lagar del vino de la ira del furor del Dios todopoderoso. Y sobre su manto y su muslo lleva escrito este Nombre: Rey de reyes y Señor de señores” (Ap 21,11-16). Este es el Jinete-Cristo, vencedor de la guerra final según el Apocalipsis. Un jinete misterioso, en caballo blanco, con arco de guerra y corona de victoria abrí­a la cabalgata de la historia destructora de este mundo, que llevaba a la guerra, el hambre y la peste o muerte (cf. Ap 6,1-8). Ahora aparece otro jinete, un Sentado a caballo (como Dios en el Trono), portador de victoria verdadera. El lector advierte pronto que este Sentado/Jinete es Jesús. No se manifiesta en forma de Cordero (aunque lo sigue siendo) ni de Hijo del Humano, aunque lo sea también (cf. Ap 5,6; 1,13), sino de Capitán del ejército de Dios. Con gestos de guerra han querido combatirle los poderes del mundo; en gesto de guerra más alta responde, cabalgando invicto en favor de la verdad y la justicia (cf. Sal 45,5), para juzgar guerreando (Ap 19,11; cf. Sal 9,9) y culminar la obra de Dios. La aparición de un jinete celeste que ayuda a luchar y triunfar es tradicional: “[A los que querí­an saquear sacrilegamente el templo de Jerusalén] se les apareció un caballo, montado por un terrible jinete y enjaezado con riquí­sima montura. El caballo pateó con sus pezuñas delanteras a Heliodoro; el jinete llevaba armadura de oro” (2 Mac 3,25). “Cuando estaban todaví­a cerca de Jerusalén, un caballero vestido de blanco apareció al frente de ellos (de los luchadores macabeos), llevando una armadura de oro. Todos juntos bendijeron al Dios misericordioso y se animaron, dispuestos a atacar a hombres y a fieras, y a penetrar hasta por muros de hierro. Así­ marchaban en orden de batalla con su aliado celeste a la cabeza, señal de que el Señor se habí­a compadecido de ellos” (2 Mac 11,8.10). La tradición bí­blica sabe que no basta una justicia forense (dar a cada uno lo suyo, en equilibrio legal), sino que es necesaria la justicia liberadora o rnesiánica que destruye el mal del mundo y abre el ancho campo de la vida para los que estaban oprimidos.

(7) Los rasgos del Cristo Jinete. Estos son sus elementos distintivos, (a) Sus ojos son llama de fuego (Ap 19,12; cf. 1,14; 2,18): juzga a través de la mirada, pero sobre todo libera a través de la Palabra. Por eso es Logos o Palabra de Dios, (b) Tiene un nombre que sólo él conoce (19,12). Lo lleva escrito en su cabeza o frente (cf. 9,4; 14,1; 22,4) y se lo dará a los vencedores (Ap 3,12). Es Nombre mesiánico de intimidad y compañí­a, de amor y triunfo verdadero, no el número de muerte de la Bestia (cf. Ap 13,17-18, número 6-6-6), ni el misterio falso de la Prostituta (17,56). Probablemente, forma parte de la disciplina del arcano que los judí­os han aplicado a Dios (YHWH, las Cuatro Letras, Tetragrama de la tradición israelita). No lo ha querido Juan decir, será bueno que no lo investiguemos: el Jinete pertenece al misterio de Dios, eso basta, (c) Se llama Logos (19,13), es la Palabra creadora del principio de la historia israelita (Gn 1), que los judí­os han llamado Dabar. Este es el momento culminante de la creación, el séptimo dí­a, la obra cumplida: Habló Dios en otro tiempo, de diversas formas, por patriarcas y profetas; ahora lo hace de manera plena por su Hijo (cf. Hebl,l-3). En el principio y fin de Dios se encuentra su Palabra (cf. Jn 1,1-14). Los poderes anteriores (Bestia, Prostituta, Reyes) eran signo de engaño, sangre de violencia. El poder de Dios en Cristo es la Palabra, (d) Lleva escrito en manto y muslo: Rey de Reyes y Señor de Señores (19,16; cf. Dt 10,17). Por encima de los Reyes y señores de este mundo, que se identifican con la Bestia o se asocian a ella (cf. Ap 16,12; 17,9.12), se eleva el verdadero Rey y Señor, en tí­tulo aplicado a Dios (15,3) o al Cordero (17,4). Frente al poder del mundo que domina a los hombres para destruirles emerge el Jinete vencedor, cuyo nombre sólo él conoce. Este es el Hijo del Hombre que dirige su mensaje a las iglesias (Ap 1,9-20), el Cordero degollado (Ap 5) y rey victorioso. Es el Logos, la auténtica razón montada a caballo (conforme a una imagen evocada por Hegel, en un contexto muy distinto, relacionado con Napoleón).

(8) La sangre. El jinete lleva el manto empapado en Sangre (Ap 19,13), en signo antiguo (cf. Is 63,1-6) que debe ser interpretado de forma pascual. La borracha Prostituta (Ap 17,6) bebe sangre de mártires. En contra de eso, este Jinete es el Cordero degollado (Ap 5), que no bebe la sangre de los demás, a los que oprime y mata, sino que va revestido de su propia sangre salvadora (Ap 7,14) y de la sangre de los mismos creyentes (= oprimidos), degollados a lo largo de la historia (cf. 18,24), que siguen pidiendo justicia/venganza (6,10; 19,2). Jesús lleva la sangre en su manto (en el lugar donde está escrito su nombre de Rey), como signo de victoria: es debilidad hecha principio de fortaleza, fuerza de los crucificados. Con ella vence, haciendo suya la voz de las ví­ctimas del mundo. Por eso le siguen los ejércitos del cielo, montados en caballos blancos… (19,14), dirigidos antes por Miguel, contra el Dragón (12,7). Pero aquí­ no hay batallas de tipo estelar (¡guerra de galaxias!). El Capitán del ejército del cielo es el mismo Jesús crucificado, con el manto de Victoria teñido de sangre. Por eso, los soldados de su ejército podrán ser los mártires humanos como en Ap 7,1-8 o 14,1-5: ellos combaten con su sangre, con el testimonio de su vida, con su resistencia activa; pero resulta preferible tomarles como ángeles en sentido estricto, pues los mártires son manto de Victoria (de Sangre) del Jinete.

(9) La palabra. De la boca del jinete sale una espada… (Ap 19,15), que es Palabra o Logos de Dios, como espada que juzga (mata y da vida) a los humanos. De esa espada* ha tratado ya el Ap (1,16; 2,12.16), siguiendo la mejor tradición israelita (cf. Is 11,4; Sal 17,24.27; Sab 18,15) y cristiana (Heb 4,12). Esta es el arma de Jesús, vara de hierro para dirigir a las naciones (cf. 12,5, con cita de Sal 2,9), sin carácter destructivo. Por eso, a Jesús le podemos llamar el guerrero y pastor de la Palabra. Con la Palabra dirige (es vara de pastor), con ella vence (ella es espada de guerrero). Precisamente allí­ donde resultaba más hiriente (espada, vara de hierro), el simbolismo se vuelve paradójicamente más humano, menos belicista: el arma de Jesús es su sangre y/o palabra.

Cf. J. Comblin, Cristo en el Apocalipsis, Herder, Barcelona 1969; R. Schnakenburg, “La figura de Cristo en el Apocalipsis de Juan”, en Mysterium Salutis in/I, Cristiandad, Madrid 1971, 292-401: E. Schüssler Fiorenza, Apocalipsis. Visión de un mundo justo. Verbo Divino, Estella 1997; A. Yabro Collins, The Combat Mvth in the Book of Revelation, HDR 9, Missoula MO 1976.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

1. jippeus (iJppeuv”, 2460), jinete. Se usa en plural en Act 23:23,32; cf. jippos, caballo; véase CABALLO.¶ 2. jippikos (iJppikov”, 2461), adjetivo que significa “de un caballo” o “de jinetes”, ecuestre. Se usa como nombre, denotando caballerí­a (Rev 9:16 “jinetes”), en una cantidad de “doscientos millones”.¶

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento