LLAVES

trozo grande de madera —se llevaba al hombro, Is, 22, 22— con el que antiguamente se corrí­a el cerrojo de una puerta. Las cerraduras hací­an en madera, empotradas en el marco de la puerta y sostenidas con clavijas y nudos, Neh 3, 3. Para accionar el cerrojo, a manera de ll., habí­a una manecilla especial, Cnt 5, 5.

La figura de las ll. simboliza responsabilidad y autorización para proclamar la apertura del reino. A Dios y Jesús corresponde el poder sobre las ll. del universo entero; Cristo que tiene las ll. de la Muerte y del Hades, Ap 1, 18, entregó a Pedro las ll. del reino de los Cielos invistiéndole así­ del poder de atar y desatar la tierra, Mt 16, 19, es decir, confiándole el poder disciplinario sobre la Iglesia a través de la cual el hombre tiene acceso al Reino de Dios. Lluvia, como el clima de Palestina se condiciona a la ll., en verano era algo excepcional, 1 S 12, 17-18. Las cosechas dependí­an de que la ll. cayese a tiempo, Lv 26, 4; Dt 11, 14 y 17; Jr 5, 24. La falta de ll. era señal de un castigo de Dios, Am 4, 7. La sequí­a producí­a efectos desastrosos, 1 R 17, 7; 18, 1-2; Jl 1, 10-12. Según la creencia, la ll. vení­a de depósitos inmensos en el Cielo, Gn 7, 11; Sal 65, 9; 148, 4. La l. producí­a efectos desastrosos en el hombre, tal como sucedió en el ® Diluvio; y se le consideraba también una bendición de Dios, Mt 5, 45; Gn 27, 28; Dt 28, 12.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

En la antigüedad las llaves son el sí­mbolo de la autoridad y del poder. Darle a uno las llaves de la ciudad es entregarle la autoridad suprema de gobierno sobre ella. Dios tiene las llaves del cielo, de donde baja la lluvia cuando él abre (Lc 4,25), y las llaves del abismo o reino de la muerte, sobre el que ejerce omní­modo poder (Ap 20,1-3). Jesucristo tiene “la llave de David, que abre y nadie cierra, cierra y nadie abre (Ap 3,7), cumpliendo de este modo la profecí­a de Isaí­as (Is 22,22), que hací­a de las llaves de David tí­tulo mesiánico y sí­mbolo de su poder. Las llaves del Reino de los cielos confieren a Pedro la autoridad máxima para gobernar la Iglesia (Mt 16,19). La llave de la ciencia (Lc 11,52) es también una expresión metafórica, que indica el conocimiento. ->; Iglesia.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> Pedro, Iglesia). Son sí­mbolo de autoridad, entendida sobre todo en sentido hermenéutico: reflejan la capacidad de interpretar rectamente la Escritura. Reciben una importancia especial en el evangelio de Mateo, donde se distinguen y vinculan las llaves de los escribas y fariseos, las de Pedro y las de cada comunidad cristiana.

(1) Escribas y fariseos (Mt 23,13). Ellos no han de entenderse aquí­ como representantes de una autoridad ajena a la Iglesia (en la lí­nea del judaismo rabí­nico posterior), sino como cristianos de lí­nea farisea, cuya existencia e influjo ha destacado Hechos (cf. Hch 15,5). Pues bien, estos escribas y fariseos se atribuyen el poder de las llaves, es decir, la capacidad de interpretar la Ley de Dios: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres. ¡Pues vosotros no entráis, ni dejáis entrar a los que están entrando!” (Mt 23,13). Mateo critica de esta forma a los escribas* y fariseos de la Iglesia, que han querido tomar el poder de las llaves, para utilizarlas de un modo legalista, cerrando el reino de Dios a los otros (es decir, a los que no cumplen sus normas, a los pobres de Jesús, a los impuros). Actuando de ese modo, ellos no entran en el Reino (pues no aceptan la apertura de Jesús a los pobres), ni dejan entrar a los demás (pues les cierran el camino de la Iglesia, que es portadora de ese Reino).

(2) Las llaves de Pedro (Mt 16,17-19) sirven para abrir el Reino a los pobres. Pedro las utilizó una vez y para siempre, en el momento decisivo de la Iglesia, como clavero supremo, abriendo con esas llaves de Dios el mismo reino mesiánico para los pobres y expulsados de la ley judí­a y también para los restantes cristianos, todos los que aceptan el evangelio según Mateo, asentados sobre la roca de su fe, esto es, sobre su interpretación liberadora de Jesús. “Te daré las llaves del reino de los cielos, y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,19). Aquí­ no se dice lo que Pedro ha de hacer en el futuro, sino lo que ha hecho, abriendo para siempre las puertas de Israel y de Jesús (las de Israel por medio de Jesús) a todos los pueblos de la tierra. Una tradición católica de Roma ha referido estas palabras a cada uno de los papas, como si ellos siguieran teniendo la misma autoridad fundadora (¡piedra!) y doctrinal (¡atar y desatar!) que tuvo Pedro cuando interpretó el judaismo (lí­nea de Santiago) de una forma universal (lí­nea de Pablo). Esta es una lectura posible y válida del texto, pero el final del Evangelio, dirigido a todos los misioneros de Jesús y abierto a todos los pueblos, no ha sentido la necesidad de conceder un lugar o tarea especial a Pedro (cf. Mt 28,16-20), pues la apertura universal de la Iglesia se encuentra ya asegurada por lo que Pedro hizo al comienzo de la Iglesia. Otras lí­neas cristianas (Marcos o Pablo, Santiago o el Apocalipsis, Juan y las pastorales) no han sentido la necesidad de apelar a un pasaje como éste. De todas formas, una vez que ha sido recibido por el Nuevo Testamento, puede recibir un valor y suscitar una dinámica (una historia de la recepción) muy especial, como ha destacado la Iglesia católica. La función de Pedro como roca o base resulta inseparable de su tarea de “escriba experto en el reino de los cielos” (cf. Mt 13,51), capaz de vincular las palabras de la antigua ley israelita y la experiencia nueva de Jesús, que le ha ofrecido las llaves del reino de los cielos, es decir, las llaves de Dios. Pedro ha sabido emplearlas, ratificando para siempre la interpretación verdadera del Evangelio, que vincula la fidelidad a la ley (propia de Santiago; cf. Mt 5,17-20) y la misión universal (destacada por Pablo; cf. Mt 28,16-20). Así­ lo ha hecho de una vez y para todas; así­ lo recuerdan y actualizan, apelando a Pedro, los papas de Roma.

(3) Las llaves de cada comunidad (Mt18,15-20). Este pasaje atribuye a cada comunidad el poder de las llaves que Mt 16,17-19 atribuí­a a Pedro, pero omite la primera función (ser roca), quizá suponiendo que ella no puede repetirse: “En verdad os digo: todo lo que atéis en la tierra habrá sido atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra habrá sido desatado en el cielo” (Mt 18,18). De esa manera concede a cada comunidad cristiana una autoridad suprema, en clave de evangelio, en la lí­nea de Pedro: de una forma que resulta lógica en el contexto del judaismo y cristianismo antiguo, pero que va en contra de una visión jerárquica posterior de la Iglesia, el Jesús de Mateo, que ha concedido una autoridad especial a Pedro, en el principio de la Iglesia, no atribuye después las llaves de Dios (atar-desatar) a unas personas especiales, dotadas de jerarquí­a superior, sino a cada una de las comunidades cristianas (donde estén dos o tres reunidos en mi nombre…). Lo que hizo Pedro en su tiempo, de una vez por siempre, para el conjunto de la Iglesia (entendida de modo universal), pueden y deben hacerlo después los creyentes reunidos de cada iglesia particular, que así­ aparecen como herederos de su función constituyente o magisterial (que en el fondo es la misma). Lógicamente, eso no impide que ellos puedan nombrar después obispos.

(4) Visión del Apocalipsis. Concibe las llaves como signo de autoridad (abrir y cerrar) sobre la casa del mundo. En un momento parece que ellas están en manos del ángel (Satán) que ha bajado para abrir con su llave las puertas del pozo del abismo (Ap 9,1), haciendo así­ que suban todos los males sobre el mundo. Pero la llave me siánica de David (que abre y nadie cierra, cierra y nadie abre) la tiene Jesucristo (Ap 3,7), de manera que él posee autoridad sobre el Hades y la muerte (Ap 1,18). Por eso tiene incluso la llave del abismo, haciendo que un ángel encierre allí­ a Satán (20,1), primero por mil años, luego para siempre. Cristo abre las puertas de la muerte y Hades (20,14), de tal forma que todos los allí­ cautivos pueden liberarse, inscribiéndose en el Libro de la Vida, como herederos de la Ciudad abierta, cuyas doce puertas no se cierran ya ni de dí­a ni de noche (21,25): al final no habrá llaves; la Ciudad del Cristo está siempre abierta, en gozo y confianza para todos los humanos.

Cf. R. AGUIRRE (ed.), Pedro en la Iglesia primitiva, Verbo Divino, Estella 1990; R. E. BROWN (ed.), Pedro en el Nuevo Testamento, Sal Terrae, Santander 1976; O. CULLMANN, San Pedro, Ediciones 62, Madrid 1967; J. DELORME (ed.), El ministerio y los ministerios según el Nuevo Testamento, Cristiandad, Madrid 1975: J. GNILKA, Pedro y Roma. La figura de Pedro en los dos primeros siglos de la Iglesia, Herder, Barcelona 2003; T. V. SMITH, Petrine Controversies in Early Christianity. Altitudes towards Peter in Christian Writings of the First Two Centuries, WUNT 11/15, Mohr, Tubinga 1985; T. WIARDA, Peter in the Gospels: Patteni, Personalitv and Relationship, WUNT 2/127, Mohr, Tubinga 2000.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra