LUZ

v. Dar, Lámpara, Lumbrera
Gen 1:3 y dijo Dios: Sea la l; y fue la l
Exo 10:23 de Israel tenían l en sus habitaciones
Est 8:16 los judíos tuvieron l y alegría, y gozo y
Job 18:5 la l de los impíos será apagada, y no
Job 29:3 a cuya l yo caminaba en la oscuridad
Job 30:26 cuando esperaba l, vino la oscuridad
Job 37:3 dirige, y su l hasta los fines de la tierra
Psa 4:6 alza sobre nosotros .. la l de tu rostro
Psa 27:1 Jehová es mi l y mi salvación; ¿de quién
Psa 36:9 contigo está el .. en tu l veremos la l
Psa 37:6 tu justicia como la l, y tu derecho como el
Psa 43:3 envía tu l y tu verdad; éstas me guiarán
Psa 49:19 entrará en la .. y nunca más verá la l
Psa 89:15 andará, oh Jehová, a la l de tu rostro
Psa 90:17 sea la l de Jehová nuestro Dios sobre
Psa 97:11 l está sembrada para el justo, y alegría
Psa 104:2 el que se cubre de l como de vestidura
Psa 112:4 resplandeció en las tinieblas l a los rectos
Psa 118:27 Jehová es Dios, y nos ha dado l; atad
Ecc 2:13 a la necedad, como la l a las tinieblas
Ecc 11:7 suave .. es la l, y agradable a los ojos
Isa 2:5 venid .. y caminaremos a la l de Jehová
Isa 5:20 hacen de la l tinieblas, y de las tinieblas l
Isa 9:2 pueblo que anda en tinieblas vio gran l
Isa 30:26 y la l de la luna será como la l del sol
Isa 42:6; 49:6


Luz (heb. Lû5, Lû5âh, “almendro” o “separación [partida]”). 1. Nombre primitivo de la ciudad de Bet-el* (Gen 28:19; 35:6; Jos 18:13; Jdg 1:23). En Jos 16:2 se la distingue de Bet-el, de modo que se debe suponer que Bet-el se desarrolló como un pueblo vecino mientras que la ciudad vieja siguió existiendo por un tiempo, pero que gradualmente perdió su nombre. 2. Ciudad en el territorio de los hititas, probablemente en Siria, construida por un hombre de Luz, más tarde Bet-el, en Palestina. Por ayudar al enemigo, su vida fue preservada cuando los de José destruyeron la ciudad donde estaba su hogar. Por consiguiente, fue al territorio de los hititas y construyó una ciudad que la llamó con el nombre que tení­a donde habí­a vivido (Jdg 1:22-26). El lugar no ha sido identificado. 728

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

Forma 1. Nombre primitivo de la ciudad de ® Betel Jos 18, 13; Jc 1, 23 2. Ciudad en la tierra de los hititas, fundada por un hombre llamado José, quien entregó a los espí­as israelitas su ciudad, Betel, por lo que le perdonaron la vida, y allí­ fundó su ciudad, tal ves a 7 km al noroeste de Cesarea de Filipos. 3. Para los hebreos, el resplandor de la l. es la presencia de Dios, Ex 24, 10; Sal 27, 1; 104, 2; Is 9, 2; también es el inicio de la actividad creadora, Gn 1, 3-5. La l. representa el bien, a diferencia de la oscuridad o las tinieblas, el mal. Los hijos de la l. son los discí­pulos de Jesús, 1 Ts 5, 5. En el Evangelio según San Juan, a Jesús se le caracteriza por ser la l. verdadera, Jn 1, 6-10. La l. como esfera del bien se encuentra repetidamente en el N. T. Maaká, nombre propio de varón y de mujer y de una región. 1. Concubina de Caleb, quien le parió dos hijos, Séber y Tirjaná, 1 Cro 2, 48. 2. Mujer de Makir, hijo de Manasés, 1 Cro 7, 16. 3. Mujer de Yeiel, descendiente de Benjamí­n, 1 Cro 8, 29; 9, 35. 4. Padre de Janán, uno de los Valientes de David, 1 Cro 11, 43. 5. Simeonita padre de Sefatí­as, 1 Cro 27, 16. 1. Una de las esposas del rey David, hija de Talmay, rey de Guesur, madre de Absalón, 2 S 3, 3; 1 Cro 3, 2. 2. Nieta de Absalón, fue la favorita entre las mujeres de Roboam, rey de Judá; madre de Abiyyam, ostentaba el tí­tulo de Gran Dama, 1 R 15, 2; 2 Cro 11, 20-22. En el reinado de su nieto Asá aún tení­a el tí­tulo de Gran Dama, el cual la despojó su nieto, †œpor haber hecho un objeto abominable para Aserᆝ, sin que se sepa de qué objeto se trata, 1 R 15, 10-13; 2 Cro 15, 16. 3. Padre de Akis, rey de Gat, en tiempos del reinado de Salomón, 1 R 2, 39. 6. Región de Aram, al norte de Transjordania, al sudeste del monte Hermón, adjudicada a Yaí­r, hijo de Manasés, de la que no pudo expulsar a sus habitantes, que vivieron en medio de Israel, Dt 13, 14; Jos 12, 5; 13, 11-13. Sus habitantes se aliaron con los ammonitas contra el rey David, pero fueron derrotados y sometidos a tributo, 2 S 10, 6.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Las primeras palabras atribuidas a Dios son Sea la luz (Gen 1:3).

Dios es el Creador tanto de la luz como de las tinieblas (Isa 45:6-7; 1Jo 1:5) y vigila su sucesión ordenada (Psa 104:20; Amo 4:13); sin embargo, la luz es superior a las tinieblas(Ecc 2:13). Más que todo, la luz es la fuente de vida (Ecc 11:7). La palabra se usa frecuentemente como sinónimo de estar vivo (Job 3:20), nacer (Job 3:16), los placeres de la vida (Psa 97:11), buenos dí­as para los justos (Psa 112:4), o algo indispensable para la felicidad del ser humano (Psa 36:9). Luz y verdad están emparentadas en la Biblia (Psa 43:3; comparar Salmo 19; Pro 6:23; Isa 51:4). La verdad y la ley dan conocimiento (Psa 19:8; Psa 139:11-12) y dirección (Deu 28:29; Job 22:28; Pro 4:18; comparar Mic 7:8). El que recibe luz se convierte en luz brillando hacia afuera (Psa 34:5; Ecc 8:1) y hacia adentro (Pro 20:27; Dan 5:11). Las manifestaciones de la luz son la obra del padre de las luces (Jam 1:17), el cual vive en la luz (Exo 13:21; Psa 104:2; 1Ti 6:16) y confiere luz como dádiva divina. Las Escrituras son una lámpara o luz (2Pe 1:19). Se habla de la conversión como iluminación (Heb 6:4; Heb 10:32). Los creyentes son hijos de luz (Luk 16:8; 1Th 5:5) y son la luz del mundo (Mat 5:14). Debido a que el don se puede perder por razón de inactividad (Joh 5:35; 1Th 5:5-6), la luz celestial debe ser usada como armadura o arma (Rom 13:12; Eph 6:12) en la lucha en contra de la oscuridad. La luz está presente permanentemente en Cristo (Joh 1:7-9; Heb 1:3) y en el evangelio (Act 26:23; 2Co 4:4).

En la vida futura no habrá más noche (Rev 21:23).

Luz ( lugar ) .

(heb., luz, darse vuelta).

1. Una aldea en la frontera del norte de Benjamí­n (Jos 16:2; Jos 18:13). Jacobo vino aquí­ cuando huyó de su familia.

El durmió aquí­, y Dios se le apareció en un sueño. Para conmemorar la ocasión Jacob le cambió el nombre a la aldea, llamándola Betel (casa de Dios, Gen 28:17).
2. Una aldea en la tierra de los heteos edificada por un hombre de Luz en Canaán (Jdg 1:26).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Es un “estado” de la materia; cualquier átomo puede convertirse en sonido o en luz. Así­, pues, no existe sólo la luz del sol o la luna o estrellas, sino la luz de una candela, la luz cósmica, etc. que fue la que creó Dios, en Ge,1:3.

– Es manifestación de la gloria divina, Mat 17:2-5, Luc 2:9.

– Cristo es la vida, la luz de los hombres, Jua 1:4-14.

– Cristo es la luz del mundo, Mat 4:16, Luc 1:78-79, Jua 8:12, Jua 9:5, Jua 12:46.

– Los cristianos somos luz del mundo, Mat 5:14.

– El Bautista fue testimonio de la luz, Jn. l
&,Mat 5:35.

– La Palaba de Dios es luz, Sal 119.

105.

– Es sí­mbolo de iluminación espiritual, 2Co 4:6, Efe 5:14.

– Da “ciencia, conocimiento”, Isa 51:4, Dan 2:22, Pro 6:23.

– Da “vida”, Job 3:16, Job 33:30.

– Todo el Evangelio de S. Juan está dominado por la idea de que Cristo, como revelación del Padre, es luz que se revela a los hombres, Jn.l,Job 3:19-21, Job 8:12, Job 9:5, Job 12:46. y Dios es la luz, 1Jn 1:5-7, Jn. l
5- I 4.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

†¢Bet-el.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

En la †¢creación, la l. fue hecha antes que el sol (†œY dijo Dios: Sea la l.; y fue la l.† [Gen 1:3]; †œDijo luego Dios: Haya lumbreras…† [Gen 1:14-16]). Desde el principio, se contraponen los conceptos de l. y tinieblas. La dificultad para reconocer objetos en la oscuridad, para caminar y orientarse, hace que en el lenguaje corriente se equipare la oscuridad a la ignorancia. La l., en cambio, permite ver las cosas, por lo cual se le compara al conocimiento, a entender. Se relaciona la l. con la persona de Dios (†œAlza sobre nosotros, oh Jehová, la l. de tu rostro† [Sal 4:6]; †œJehová es mi l.† [Sal 27:1]; †œDios es l.† [1Jn 1:5]). Por eso el Señor Jesús dice: †œYo soy la luz† (Jua 8:12). Los creyentes son †œhijos de l.† (Efe 5:8), por lo cual no deben andar en tinieblas.

Al encender una antorcha o una lámpara en la oscuridad, se iluminan las cosas. Así­, se compara el acto de comprender algo que no se sabí­a, como una iluminación (†œTú encenderás mi lámpara; Jehová mi Dios alumbrará mis tinieblas† [Sal 18:28]). De esa manera se entiende la conversión de una persona al Dios vivo y verdadero (†œPorque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo† [2Co 4:6]).

†œAndar en la l.† es una expresión que significa vivir en la práctica de la verdad y la piedad, sin participar †œen las obras infructuosas de las tinieblas†, sino más bien reprendiéndolas (Efe 5:11). Ese andar en la l. es requisito para tener †œcomunión unos con otros† y obtener el perdón de nuestros pecados (1Jn 1:5-7).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, TIPO LUGA

ver, BET-EL

vet, (a) Además de las referencias a la luz fí­sica como existente con independencia del sol, y emanando después del sol como gran lumbrera, este término se usa en las Escrituras de una manera muy destacada en sentido moral. La luz de Dios es su palabra por la que se revela, y por la que no sólo revela los peligros que existen en esta escena, sino que además actúa como lámpara para mostrar el verdadero camino (Sal. 119:105). El salmista pide a Jehová que alce sobre él la luz de su rostro (Sal. 4:6), y declaró que el mismo Jehová era su luz (Sal. 27:1). Así­ como la luz natural da vigor y salud al cuerpo, así­ la luz de Dios da gozo y fortaleza al alma. “Dios es luz”, y el Señor Jesús vino a la tierra como la luz verdadera que alumbra a todo hombre. No sólo manifestó con su presencia todo el mal en el mundo y lo falso de las pretensiones de los conductores de Israel, sino que “la vida era la luz de los hombres” (Jn. 1:4; 8:12). Los cristianos son “luz en el Señor” (Ef. 5:8), y son exhortados a caminar como “hijos de luz” (1 Ts. 5:5). En medio de las tinieblas tienen que resplandecer como luces en el mundo (Fil. 2:15). Sobre ellos descansa una grave responsabilidad, pues no deben empañar el brillo que deberí­a caracterizarles como teniendo en sus corazones la luz de la gloria del Señor. Si la luz en el cristiano se vuelve tinieblas al no caminar en la realidad del camino de Cristo, ¡cuán grandes son las tinieblas! (Mt. 6:23). Se ha dicho que la luz describe muy apropiadamente a Dios. La luz, invisible ella misma, lo manifiesta todo. Los cristianos, como ya se ha señalado, son “luz en el Señor”, y por ello manifiestan las infructí­feras obras de la carne. En cambio, de ellos no se dice lo que se dice únicamente de Dios, que sean amor, porque el amor es la fuente soberana de la actividad en Dios. Dios es luz (1 Jn. 1:5) y Dios es amor (1 Jn. 4:8). El cristiano es luz en el Señor, y somos exhortados a amarnos unos a otros, como El nos ha amado (Jn. 15:12). (b) Luz, como nombre geográfico (véase BET-EL).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[553]
Además del sentido fí­sico de energí­a cósmica de naturaleza ondulatoria que estimula los conos y bastoncitos de la retina cuando se mueven en un espectro de entre 390 y 760 mmc, interesa la dimensión simbólica y espiritual de este concepto
En la Escritura parece con frecuencia la referencia de la luz a la divinidad y la relación de la tiniebla con el mal. (Ver Luces)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(-> fuego, Dios, amor, palabra). Es uno de los sí­mbolos principales de la experiencia israelita y cristiana. Puede tomarse como centro de una constela ción de significados, de los que evocaremos algunos, siguiendo el mismo despliegue temático del conjunto de la Biblia.

(1) Creación. Lo primero fue la luz. “En el principio habí­a oscuridad sobre la faz del abismo, y el Espí­ritu de Dios se cerní­a sobre la faz de las aguas. Entonces dijo Dios: Sea la luz y fue la luz. Dios vio que la luz era buena, y separó Dios la luz de las tinieblas. Dios llamó a la luz dí­a, y a las tinieblas llamó noche” (cf. Gn 1,2-5). Este es el comienzo de todas las cosas, el principio y final de la creación. Las tinieblas (jok) ya existí­an, como fondo de caos que rodea al ser divino. No eran nada, y sin embargo estaban ahí­. Ellas no son “dios”, de manera que no existe un dios bueno y otro malo, pues Dios es sólo bueno y signo suyo es la luz Cor) que él mismo irradia y que concede sentido, espacio y tiempo y visibilidad a todo lo que existe. Pero en su mismo entorno, como expresión del lí­mite que Dios abre para que puedan existir otras cosas, se abrí­an las tinieblas. Quizá pudiéramos decir que Dios mismo es la luz que se expande y regala, de tal forma que en él (en Dios, en la luz) existe todo. Por eso, a su lado, la tiniebla “no es” y, sin embargo, es necesaria, como entorno de Dios, como vací­o que él llena, como caos que él ordena, como oscuridad que él alumbra. Por eso podemos añadir que la luz no es “nada concreto” y, sin embargo, está en todo. No se pueden comparar luz y tinieblas, como si fueran simétricas (bien y mal, vida y muerte), como dos platillos de una misma balanza. Sólo existe luz, sólo hay bien, sólo existe la Palabra, que es la Vida y la Luz de los hombres (cf. Jn 1,4-12), pero allí­ donde los hombres no escuchan la Palabra se abre el silencio sin voz, la muerte sin vida, la oscuridad sin luz… Ese silencio muerto, ese mal y oscuridad son como entorno y contraste de esa luz, cuando se extiende sobre la nada.

(2) Focos de luz: luminarias o luceros. No son primero los focos de luz y después la Luz, sino al revés: de la Luz que es Dios brotan los luceros o luminarias: “Entonces dijo Dios: Haya luminarias en la bóveda del cielo… E hizo Dios las dos grandes luminarias: la luminaria mayor para señorear el dí­a y la luminaria menor para señorear la noche. Hizo también las estrellas. Dios las puso en la bóveda del cielo para alumbrar sobre la tierra, para presidir sobre el dí­a y la noche, y para separar la luz de las tinieblas” (Gn 1,14-18). Esta es la palabra que Dios dice en el dí­a central de la semana, en el momento en que se decide el orden y despliegue de la creación. Habí­a ya luz, habí­a tierra y cielo, aguas y mares. Pero la luz no se habí­a condensado todaví­a, formando unas lumbreras o luceros, focos de luz que guí­an la vida de los hombres, separando tiempos (dí­a y noche) y espacios (unos luminosos, habitados, y otros oscuros, inhabitables). En este momento central culmina la creación de la luz, expresada en los grandes y pequeños luceros, que no son Dios (como pensaban muchas religiones antiguas, desde Mesopotamia hasta Grecia), pero que traducen la presencia del Dios de la Luz, dando sentido y relieve a los diversos tiempos, lugares y personas. Estos luceros se llaman me’órot (en los LXX phostéras): portadores de luz, los “alumbrantes”. Entre ellos, como astro verdadero, surgirá el sexto dí­a de la creación el ser humano.

(3) Colores de luz y de paz: el arco iris. El cielo y la tierra de Dios son hermosos y fuertes, pero tienen un equilibrio inestable, vinculado a la misma libertad del hombre, que puede pervertirse y pervertirlo todo, y a las condiciones del mundo, hecho de equilibrios frágiles: de posibles cataclismos, de duras tormentas, de diluvios. La Biblia cuenta, como ejemplo del riesgo de la vida de los hombres, el gran diluvio de los tiempos antiguos del que sólo algunos pocos (Noé y su familia) se salvaron (cf. Gn 6-7). Pues bien, la historia de ese cataclismo, siempre amenazante, termina con la evocación de los colores de la luz que expanden su signo de paz, como expresión del pacto primigenio de la vida que vence a la muerte, de la esperanza que destruye al odio: “Esta será la señal del pacto que establezco con vosotros y con todo ser viviente que está con vosotros, por generaciones, para siempre: Yo pongo mi arco en las nubes como señal del pacto que hago con la tierra. Y sucederá que cuando yo haga aparecer las nubes sobre la tierra, entonces el arco se dejará ver en las nubes y me acordaré de mi pacto” (Gn 9,12-15). El arco era para los antiguos el signo por excelencia de la guerra: los arqueros eran los más duros militares. Pues bien, la luz ha hecho el prodigio: el arco militar se ha convertido sobre el cielo de los dí­as de tormenta en juego de colores, en promesa de agua buena y de paz, por encima de todo cataclismo y guerra. La luz aparece así­ como signo del don de la vida que supera no sólo la tiniebla y la violencia del cosmos, expresada por la gran tormenta, sino también la guerra entre los hombres.

(4) La luz de Dios cercano: Menórah. Los israelitas han concebido siempre la luz como un signo del Dios que está presente, patente y oculto, haciendo surgir de la tiniebla todas las cosas que existen. Por eso, es normal que los creyentes hayan respondido a Dios ofreciéndole un foco de luz, una lámpara en el santuario. Uno de los testimonios más antiguos que conocemos de ello es el relato de la vocación del joven Samuel, que serví­a al sacerdote en el templo de Silo donde ardí­a la “lámpara de Dios” (ner). Pero el testimonio más conocido, hasta el dí­a de hoy, es el candelabro o portaluz de siete brazos que alumbrará más tarde de forma perpetua en el templo de Jerusalén y que se llama precisamente menórah (en los LXX lykhnos, de la misma raí­z que lux, licht, luz), portadora de la luz, de una luz que Dios ofrece a los hombres y que los hombres devuelven a Dios (Ex 25,31-35). Este candelabro será entre los israelitas el más perfecto de los signos y rituales religiosos: es la luz de los siete dí­as del tiempo (Gn 1) y de los siete espí­ritus de Dios que llenan todo el universo y que, para los cristianos, se expresa de un modo especial en la iglesias, que el Apocalipsis concibe como luces encendidas en el mundo (cf. Ap 1,12-13.20; 2,1). De manera sorprendente, la carta a los Hebreos define a los espí­ritus-ángeles como luz de fuego, fuego de luz mensajera que se abre y se extiende hacia todos los hombres (cf. Heb 1,7). Por eso, es normal que los creyentes hayan querido ver a Dios, viendo la luz, por medio de la misma Luz que es Dios: “En ti están las fuentes de la Vida y en tu luz veremos la luz” (Sal 36,10). De manera significativa, Vida y Luz se identifican: en la Vida de Dios vivimos, en su Luz nos conocemos, siendo de esa forma un resplandor de su presencia.

(5) Hijos de la luz e hijos de las tinieblas. El libro del Génesis no habí­a divi nizado la luz y las tinieblas, sino sólo la Luz, concibiendo las tinieblas como aquello que queda fuera de la Luz, como el contrapunto de nada que nos hace comprender mejor la luz, que es el Todo de todo lo que existe. Pero en Israel ha existido también desde antiguo una tendencia a dualizar y escindir la realidad, a dividir todas las cosas, haciendo que ellas sean bien y mal, luz y tinieblas, vida y muerte (cf. Dt 30,19). Ciertamente, se sabe que todo viene de Dios: “¡Yo mismo hago la luz y creo las tinieblas! (cf. Is 45,7). Sobre esa base se ha podido afirmar que existen dos espí­ritus eternos, enfrentados, divididos, en guerra perpetua, “la guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas” (cf. Qumrán, Mili tama 1QM 1,1). Esta es la guerra para la que el Instructor de Qumrán educa a sus esenios: “para amar a todos los hijos de la luz… y para odiar a todos los hijos de las tinieblas, a cada uno según su culpa, en la venganza de Dios” (Regla de la Comunidad 1QS 1,9-11). Esta oposición entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas se encuentra en el fondo de varios textos del Nuevo Testamento, pero de un modo distinto, no combativo, sino afirmativo y testimonial: “Todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del dí­a. No somos hijos de la noche ni de las tinieblas” (1 Tes 5,5); “sois Luz en el Señor, caminad como hijos de la luz” (Ef 5,8) ; “mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz” (Jn 12,36; cf. Lc 16,8). Aquí­ se sitúa la diferencia cristiana. Algunos dualistas, como los esenios de Qumrán estaban dispuestos a luchar, incluso en guerra militar, contra los hijos de las tinieblas, que ellos identificaban con los romanos o judí­os renegados, en un camino que sigue influyendo todaví­a en todos los que hablan de la justicia infinita o de la guerra contra el eje del mal. Los cristianos, en cambio, se descubren hijos de la luz, pero no para luchar contra los hijos de las tinieblas, sino para alumbrar gratuita y generosamente en las tinieblas, irradiando su luz en la oscuridad. Así­ lo advierte Jesús, de manera tajante, evocando el texto anterior de Qumrán: “Habéis oí­do que se ha dicho amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo; yo, en cambio, os digo: ¡amad a vuestros enemigos…!”. De esa forma ha roto Jesús la simetrí­a violenta del bien y el mal, de la Luz y las tinieblas, viniendo a presentarse sólo como testigo universal de la luz.

(6) Vosotros sois la luz del mundo: una ciudad encendida sobre el mundo. En este contexto se sitúan algunos textos básicos del evangelio: “No se enciende una luz [lykhnos] para ponerla debajo de un celemí­n, sino sobre un candelabro o portador de luz [lykhnia], para que alumbre a todos los que están en la casa” (Mt 5,15). Jesús concibe a sus discí­pulos como una luz encendida en la altura (¡vosotros sois la luz del mundo!), como una ciudad elevada y luminosa, para que todos vean y puedan caminar con claridad, sin miedo a perderse (cf. Mt 5,14). De esa manera retoma uno de motivos más importantes de la esperanza profética de Israel: “¡Levántate y brilla! Porque ha llegado tu luz, y la gloria de Yahvé ha resplandecido sobre ti. Porque las tinieblas cubrí­an la tierra; y la oscuridad, los pueblos. Pero sobre ti resplandecerá Yahvé y en ti se contemplará su gloria. Entonces caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu aurora” (Is 60,1-3). Esta es la esperanza y tarea de Jesús: quiere crear un pueblo de gentes luminosas, una ciudad de personas transformadas en luz. Así­ quiere que sea su Iglesia: una ciudad de gentes que alumbran de forma generosa, regalando su luz, gratuitamente, para que todos vean y vivan en concordia. Aquí­ no hay lucha de la luz contra las tinieblas, sino desbordamiento de vida: que todos puedan ver, porque a todos se regala, de modo generoso, la luz recibida.

(7) El milagro de la luz: los ciegos ven. Uno de los motivos centrales del Evangelio es el prodigio de la luz, que es gratuita (¡el sol alumbra sobre buenos y malos!: Mt 5,45), pero que se encuentra combatida y a veces rechazada: “Vino la luz a los hombres, pero los hombres no la recibieron” (Jn 1,10-12), de manera que algunos prefirieron y prefieren vivir en las tinieblas (cf. Jn 3,18). Pues bien, sobre esa base, Jesús aparece como portador apasionado de Luz, un hombre cuya principal tarea ha consistido y sigue consistiendo en abrir los ojos a los ciegos (ciegos corporales, ciegos de espí­ritu), para que puedan ver y escoger, caminar y vivir en libertad. Por eso, cuando le preguntan “¿qué haces?” él responde: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios…” (Mt 11,5 par). Jesús no viene a resolver problemas puntuales, a decir a los hombres y mujeres lo que han de hacer, sino para alumbrarles: quiere que ellos mismos se abran a la luz, que puedan caminar, que se descubran limpios… Quiere que ellos sean lo que quieran, como quieran, en luz transparente, de manera que así­ puedan, ellos mismos, en libertad gozosa, decidir la forma en que deben comportarse. Una parte muy significativa de los evangelios está dedicada a los “milagros de la luz”, milagros fí­sicos, pero, sobre todo, psicosomáticos y espirituales: Jesús ha deseado que los hombres vuelvan al principio de la creación, como seres de Luz, para el amor, para la palabra, para la convivencia (cf. Mc 8,22-23; 10,46-51; Jn 9,1-32; Lc 4,18).

(8) Ten cuidado: luz de tu cuerpo es el ojo. La luz no es algo que se da y recibe, que se ofrece y tiene, sólo desde fuera, como una cosa objetiva que un hombre o mujer pudieran separar de sí­ mismos, sino que ella es vida profunda, la misma vida humana que el hombre y la mujer debe cultivar, siendo ellos mismos, según dice uno de los textos más bellos de la tradición del Evangelio: “La lámpara [lykhnos, luz] del cuerpo es el ojo. Por eso, si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará lleno de luz. Pero si tu ojo es malo, todo tu cuerpo estará en tinieblas. De modo que, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡cuán grande será tu oscuridad! Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá al uno y amará al otro, o se dedicará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a la mamona” (Mt 6,22-24; cf. Lc 11,34-36). El hombre es portador de una Luz que le desborda y que se expresa por sus ojos, que son la verdadera lámpara de Dios en el mundo. Un ojo sano y transparente: ésa es la bendición de Dios, el don más grande, la misma vida hecha Luz y comunicación: un hombre o mujer hecho ojos que miran y se dejan mirar. Sin duda, hay comunicación de palabras y de manos, de cuerpos y almas. Pero en el fondo de la creación de Dios, la más honda comunicación es la de los ojos que miran y pueden ser mirados, diciéndose a sí­ mismos. El dí­a en que hombres y mujeres se miren a los ojos y se digan a sí­ mismos a través de la mirada habrá existencia humana. El dí­a en que dejen de mirarse de esa forma los hombres y mujeres habrán muerto, pues ellos no son más que luz compartida que se mantiene encendida y que arde sólo al darse, siendo más fuerte cuanto más arde.

(9) Una parábola escandalosa. Diez muchachas con lámpara. “El reino de los cielos se parece a diez muchachas que tomaron sus lámparas y salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Cuando las necias tomaron sus lámparas, no tomaron consigo aceite, pero las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas…” (Mt 25,1-3). Esta es una parábola extraña, por muchos motivos, y por eso no puede tomarse al pie de la letra. Pero debemos recordar que la mayorí­a de las parábolas son escandalosas o, si se prefiere, paradójicas: son palabra que choca, que lleva a pensar, que exige una respuesta… El escándalo de esta parábola es evidente. En primer lugar, las muchachas no son lykhnos, luz personal, sino que llevan “lámparas” (lampadas). Son novias de un esposo polí­gamo, que va a casarse, al mismo tiempo, con diez o con aquellas de las diez que sean prudentes. Además, en contra de toda la enseñanza del Evangelio, las prudentes no deben dar aceite a las necias… Por otra parte, se trata de una parábola machista: el novio viene, como dueño y señor, las novias aguardan… Pero, dicho eso, debemos añadir que se trata de una parábola gozosa, pues vincula el tema de la luz con el matrimonio, entendido como relación de un hombre y una mujer. Desde esa base podemos retomar sus temas: el novio que viene es el amor, la luz plena; las novias que esperan son los hombres y mujeres capaces de cuidar su luz o de apagarla. Las bodas son dos luces que se unen, formando una luz compartida, luz de dos, en la gran Luz del Novio-Novia que les acoge en su amor. Son dos luces distintas, dos personas diferentes, y una luz doble, que se abre a otros, a los amigos y a los hijos como luz creadora, en la Luz de Dios, donde se unifican y completan, cada uno en el otro y para el otro, cada uno desde el otro y con el otro. En este contexto podemos decir que, para los cristianos, la luz originaria se ha venido a revelar en Cristo.

(10) Yo soy la luz del mundo, Dios es luz… Así­ dice Jesús en el evangelio de Juan: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en las tinieblas” (Jn 8,12; 9,5; 12,46). Para eso ha venido, para que los hombres puedan vivir en la luz, amándose los unos a los otros. Este es su poder, éste su reino: que los hombres puedan vivir en la verdad (cf. Jn 18,37). No tiene una luz propia, sino la de Dios, retomando así­, de manera sorprendente, el tema del principio de la Biblia, cuando se decí­a que Dios habí­a empezado creando la luz (Gn 1,3-4). Ahora no se dice que Dios crea la luz, sino que él mismo es Luz, luz que se expresa en el amor entre los hombres: “Este es el mensaje: Dios es Luz, y en él no existe oscuridad alguna. Si decimos que tenemos comunión con él y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad. Pero si andamos en Luz, como él está en Luz, tenemos comunión unos con otros” (1 Jn 1,5-7). La misma Palabra de Dios es Luz para los hombres, como sabe el prólogo solemne del evangelio de Juan: “En él estaba la Vida y la Vida era la Luz para los hombres” (Jn 1,4-6), la luz de la Palabra compartida de los ojos y las manos, que Jesús quiere irradiar en este mundo, como un fuego: “He venido a encender fuego en la tierra. ¡Y cómo quisiera ya que estuviera ardiendo!” (cf. Lc 13,49). Esta es la verdad suprema: no existen dos espí­ritus, uno de luz, otro de tinieblas; no se puede hablar de guerra entre los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad, pues Dios es solamente Luz, una luz que se expresa en el amor que cada uno enciende en el otro, pues, al final del camino, la lámpara de cada uno es el otro. Tenemos el riesgo de perdernos en nuestra propia oscuridad, pero la luz de Dios es más fuerte que las oscuridades de los hombres. Esa es la luz que limpia el corazón, para que los hombres puedan descubrir a Dios y descubrirse a sí­ mismos: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (cf. Mt 5,7) y se amarán unos a los otros. Esta es la verdad, éste el mensaje: una luz que se ofrece y no se impone; una luz que se dice, silenciosamente, recreando cada dí­a la vida por el otro y con el otro.

Cf. J. Vázquez Allegue, LOS hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. El prólogo de la regla de la comunidad de Qumrán, Verbo Divino, Estella 2000.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

La imagen de la luz se usa con frecuencia en la Biblia. Dios, creador de la luz, está revestido de luz. La luz es como el reflejo de su gloria, la vestidura con que Dios se cubre (Sal 104,2). La sabidurí­a, efusión de la gloria de Dios, es “un reflejo de la luz eterna” superior a toda luz creada (Sab 7 27- 29). La luz es una de las imágenes preferidas por el evangelio: Cristo se reveló como luz, “la luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Jn 1,9), “la luz del mundo” (Jn 8,12), la luz “para iluminar a las gentes” (Lc 2,32).

El simbolismo de la luz designa igualmente con frecuencia a los cristianos, “hijos de la luz” (Ef 5,8): “vosotros sois la luz del mundo…; brille así­ vuestra luz ante los hombres” (Ml 5,14-16). Los cristianos son los “iluminados”. en el bautismo recibieron la luz que es Cristo. Por eso san Gregorio de Nisa llama “la fiesta de las luces ” al dí­a del bautismo. Se comprende, por consiguiente, por qué la primera parte de la vigilia pascual está constituida por la liturgia de la luz (el fuego, el cirio pascual, el pregón pascual). Aquella noche la Iglesia, como comunidad de “ví­rgenes prudentes” sale al encuentro del Esposo con sus lámparas encendidas. A partir de esa noche, durante los cincuenta dí­as pascuales, el cirio ilumina las celebraciones de la comunidad cristiana. El eco de la Pascua se refleja luego en el bautismo (entrega de la vela encendida en el cirio: ” una llama que siempre tenéis que alimentar y procurad que vuestros hijos, iluminados por Cristo, vivan siempre como hijos de la luz”) y en las exequias (los que empezaron a caminar bajo la luz de Cristo glorioso, concluirán su camino bajo la misma luz). Otro rito de la luz es el del 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor.

En las celebraciones litúrgicas, en el altar o cerca de él se ponen dos o más velas encendidas: son un signo de veneración o de celebración gozosa. Lo mismo se hace en la proclamación del Evangelio. Finalmente, delante del sagrario la lámpara encendida es con su luz un signo de la presencia sacramental de Cristo en la eucaristí­a.

R. Gerardi

Bibl.: J Chevalier – A. Gheerbrant, Diccionario de los sí­mbolos. Herder, Barcelona 1986, 663-668; H. Ch. Hahn, Luz, en DTNT 11, 462-474; J Ratzinger Luz, en CFT 11, 561-572; J. Aldazábal, Gestos y sí­mbolos, 1, CPL. Barcelona 1985, 57-63; H, Schelkle, Teologí­a del Nuevo Testamento, 1, Herder, Barcelona 1975. 199ss.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

A. NOMBRES 1. fos (fw`”, 5457), relacionado con fao, dar luz (de las raí­ces fa– y fan–, que expresan la luz tal como la percibe el ojo, y, metafóricamente, como llega a la mente; de donde se deriva faino, hacer aparecer; faneros, evidente, manifiesto, etc.); cf. el término castellano fósforo (lit.: portador de luz). “Primariamente, la luz es una emanación luminosa, energética, de ciertos cuerpos, lo que posibilita al ojo discernir la forma y color de ellos. La luz exige un órgano apto para recibirla (Mat 6:22). Cuando no hay ojos, o cuando la vista ha quedado imposibilitada por cualquier causa, la luz no tiene utilidad. El hombre, en su condición natural, es incapaz de recibir la luz espiritual, por cuanto carece de capacidad para discernir lo espiritual (1Co 2:14). Por ello, los creyentes reciben el nombre de “hijos de luz” (Luk 16:8), no solo por haber recibido una revelación de Dios, sino que mediante el nuevo nacimiento han recibido la capacidad espiritual para ella. “Aparte de su sentido literal como fenómeno natural, el término luz se usa en las Escrituras de: (a) la gloria de la morada de Dios (1Ti 6:16); (b) la naturaleza de Dios (1 Joh 1:5); (c) la imparcialidad de Dios (Jam 1:17); (d) el favor de Dios (Psa 4:6); del rey (Pro 16:15); el de una persona influyente (Job 29:24); (e) Dios, como el que alumbra a su pueblo (Isa 60:19,20); (f) el Señor Jesús como el que alumbra a los hombres (Joh 1:4,5,9; 3.19; 8.12; 9.5; 12.35,36,46; Act 13:47); (g) el poder iluminador de las Escrituras (Psa 119:105); y de los juicios y mandamientos de Dios (Isa 51:4; Pro 6:23, cf. Psa 43:3); (h) de la conducción de Dios (Job 29:3; Psa 112:4; Isa 58:10); e, irónicamente, de la conducción del hombre (Rom 2:19); (i) la salvación (1Pe 2:9); (j) la justicia (Rom 13:12; 2Co 11:14-15; 1 Joh 2:9-10); (k) el testimonio en cuanto a Dios (Mat 5:14, 16; Joh 5:35); (1) la prosperidad y el bienestar en general (Est 8:16; Job 18:18; Isa 58:8-10)” (de Notes on Thessalonians, por Hogg y Vine, pp. 159-160). 2. fotismos (fwtismov”, 5462), véase ILUMINAR, B. Se traduce “luz” en 2Co 4:4; “iluminación” en v. 6. 3. fengos (fevggo”, 5338), resplandor, fulgor. Se usa de la luz de la luna (Mat 24:29; Mc 13.24: “resplandor”); de una lámpara (Luk 11:33). Véase RESPLANDOR.¶ 4. lucnos (luvcno”, 3088), lámpara de mano; véase bajo , Nº 2. B. Verbos 1. fotizo (fwtivzo, 5461), véanse ACLARAR, ALUMBRAR, Nº 4. 2. epifaino (ejpifaivnw, 2014), transitivamente, exhibir (epi, sobre; faino, hacer resplandecer). Se usa intransitiva y metafóricamente en Luk 1:79 “para dar luz”. Véanse APARECER, Nº 4; DAR LUZ, MANIFESTAR. Nota: Para los verbos apokueo, gennao, y tí­kto, véanse DAR A LUZ, NACER, etc. Véanse también ALUMBRAR, ILUMINAR, RESPLANDECER. C. Adjetivo foteinos (fwteinov”, 5460), (de fos; A, Nº 1), luminoso. Se traduce “lleno de luz” en Mat 6:22; Luk 11:34,36, dos veces, figuradamente, de la sencillez del ojo, que actúa como la lámpara del cuerpo; en Mat 17:5, “de luz”, de una nube. Véase LUMINOSO.¶ D. Frase Adverbial Nota: El adjetivo faneros se usa en la frase adverbial eis faneron en Mc 4.22; Luk 8:17 “salir a luz”.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

El tema de la luz atraviesa toda la revelación bí­blica. La separación de la luz y de las tinieblas fue el primer acto del Creador (Gén 1,3s). Al final de la historia de la salvación la nueva creación (Ap 21,5) tendrá a Dios mismo por luz (21,23). De la luz fí­sica que alterna acá abajo con la *sombra de la noche se pasará así­ a la luz sin ocaso que es Dios mismo (1Jn 1,5). La historia misma que se desarrolla en el í­nterin toma la forma de un conflicto en que se enfrentan la luz y las tinieblas, enfrentamiento idéntico al de la *vida y de la *muerte (cf. Jn 1,4s). No hay una metafí­sica dualista que venga a cristalizar esta visión dramática del mundo, como sucede en el pensamiento iranio. Pero no por eso deja de ser el hombre objeto del conflicto: su suerte final se define en términos de luz y de tinieblas como en términos de vida y de muerte. El tema ocupa, pues, un puesto central entre los simbolismos religiosos a q.:e recurre la Escritura.

AT. I. EL DIOS DE LUZ. 1. El creador de la luz. La luz, como todo lo demás, no existe sino como criatura de Dios: luz del dí­a, que emergió del caos original (Gén 1,1-5); luz de los *astros que iluminan la tierra dí­a y noche (1,14-19). Dios la enví­a y la vuelve a llamar, y ella obedece temblando (Bar 3,33). Por lo demás, las tinieblas que alternan con ella se hallan en la misma situación, pues el mismo Dios “hace la luz y las tinieblas” (ls 45,7; Am 4, 13 LXX). Por eso luz y tinieblas cantan el mismo cántico en alabanza del Creador (Sal 19,2s; 148,3; Dan 3,71s). Toda concepción mí­tica queda así­ radicalmente eliminada; pero esto no es obstáculo para que la luz y las tinieblas tengan un significado simbólico.

2. El Dios vestido de luz. En efecto, como las otras criaturas, la luz es un signo que manifiesta visiblemente algo de Dios. Es como el reflejo de su *gloria. Por este tí­tulo forma parte del aparato literario que sirve para evocar las teofaní­as. Es el *vestido en que Dios se envuelve (Sal 104,2). Cuando aparece, “su resplandor es semejante al dí­a, de sus manos salen rayos” (Hab 3,3s). La bóveda celestial, sobre la que reposa su trono, es resplandeciente como el cristal (Ex 24,10; Ez 1,22). Otras veces se le representa rodeado de *fuego (Gén 15,17; Ex 19,18; 24,17; Sal 18,9; 50,3) o lanzando los relámpagos de la *tormenta (Ez 1,13; Sal 18,15). Todos estos cuadros simbólicos establecen un nexo entre la presencia divina y la impresión que hace al hombre una luz deslumbradora. En cuanto a las tinieblas, no excluyen la *presencia de Dios, puesto que él las sondea y ve lo que acaece en ellas (Sal 139, lls; Dan 2,22). Sin embargo, la tiniebla por excelencia, la del seol, es un lugar en el que los hombres son “arrancados de su mano” (Sal 88,6s. 13). En la oscuridad ve, pues, Dios sin dejarse ver, está presente sin entregarse.

3. Dios es luz. No obstante este recurso al simbolismo de la luz, antes del libro de la Sabidurí­a no se aplicará a la esencia divina. La *sabidurí­a, efusión de la gloria de Dios, es “un reflejo de la luz eterna”, superior a toda luz creada (Sab 7,27. 29s). El simbolismo alcanza aquí­ un grado de desarrollo, del que el NT se servirá más copiosamente.

II. LA LUZ, DON DE Dios. 1. La luz de los vivos. “La luz es suave, y a los ojos agrada ver el sol” (Ecl 11,7). Todo hombre ha pasado por esta experiencia. De ahí­ una asociación estrecha entre la luz y la *vida: nacer es “ver la luz” (Job 3,16; Sal 58,9). El ciego que no ve la “luz de Dios” (Tob 3,17; 11,8) tiene un gusto anticipado de la muerte (5,11s); viceversa, el enfermo al que libra Dios de la muerte se regocija de ver brillar de nuevo en sí­ mismo “la luz de los vivos” (Job 33,30; Sal 56,14), puesto que el Seo/ es el reino de las tinieblas (Sal 88,13). Luz y tinieblas tienen así­ para el hombre valores opuestos que fundan su simbolismo.

2. Simbolismo de la luz. En primer lugar, la luz de las teofaní­as comporta un significado existencial para los que son agraciados con ellas, sea que subraye la majestad de un Dios hecho familiar (Ex 24,10s), sea que haga sentir su carácter temeroso (Hab 3,3s). A esta evocación misteriosa de la presencia divina, la metáfora del rostro luminoso añade una nota tranquilizadora de benevolencia (Sal 4,7; 31,17; 89,16; Núm 6,24ss; cf. Prov 16,15). Ahora bien, la presencia de Dios al hombre es sobre todo una presencia tutelar. Con su *ley ilumina Dios los pasos del hombre (Prov 6,23; Sal 119,105) ; es también la *lámpara que le guí­a (Job 29,3; Sal 18,29). Librándolo del peligro ilumina sus ojos (Sal 13,4); es así­ su luz y su salvación (Sal 27,1). Finalmente, si el hombre es justo, le conduce hacia el gozo de un dí­a luminoso (Is 58,10; Sal 36,10; 97,11; 112,4), mientras que el malvado tropieza en las tinieblas (Is 59,9s) y ve extinguirse su lámpara (Prov 13,9; 24,20; Job 18,5s). Luz y tinieblas representan así­ finalmente las dos suertes que aguardan al hombre, la felicidad y la desgracia.

3. Promesa de la luz. No tiene, pues, nada de extraño hallar el simbolismo de la luz y de las tinieblas en los profetas, en perspectiva escatológica. Las tienieblas, azote amenazador que experimentaron los egipcios (Ex 10,21…), constituyen uno de los signos anunciadores del *dí­a de Yahveh (Is 13,10; Jer 4,23; 13, 16; Ez 32,7; Am 8,9; Jl 2,10; 3,4; 4,15): para un mundo pecador éste será tinieblas y no luz (Am 5,18; cf. Is 8,21ss).

Sin embargo, el dí­a de Yahveh debe tener también otra faz, de gozo y de liberación, para el *resto de los justos humillado y angustiado; entonces “el pueblo que caminaba en las tinieblas verá una gran luz” (Is 9,1; 42,7; 49,9; Miq 7,8s). La imagen tiene un alcance obvio y da lugar a múltiples aplicaciones. Hacepensar primero en la claridad de un dí­a maravilloso (Is 30,26), sin alternancia de dí­a y de noche (Zac 14,7), iluminado por el “sol de justicia” (Mal 3,20). No obstante, el alba que amanecerá para la nueva *Jerusalén (Is 60,Iss) será de otra naturaleza que la del tiempo actual: es el Dios vivo el que personalmente iluminará a los suyos (60,19s). Su *ley alumbrará a los pueblos (Is 2,5; 51,4; Bar 4,2) ; su siervo será la luz de las *naciones (Is 42,6; 49,6).

Para los justos y los pecadores se reproducirán así­ en el dí­a supremo las dos suertes de las que la historia del *Exodo ofreció un ejemplo llamativo: las tinieblas para los impí­os, pero para los santos la plena luz (Sab 17,1-18,4). Estos resplandecerán como el cielo y los astros, mientras que los impí­os permanecerán para siempre en el horror del oscuro leo/ (Dan 12,3; cf. Sab 3,7). La perspectiva va a dar en un mundo transfigurado a la imagen del Dios de luz.

NT. I. CRISTO, LUZ DEL MUNDO. 1. Cumplimiento de la promesa. En el NT la luz escatológica prometida por los profetas ha venido a ser realidad : cuando Jesús comienza a predicar en Galilea se cumple el oráculo de Is 9,1 (Mt 4,16). Cuando resucita según las profecí­as es para “anunciar la luz al pueblo y a las naciones paganas” (Act 26,23). Así­ los cánticos conservados por Lucas saludan en él desde la infancia al sol naciente que debe iluminar a los que están en las tinieblas (Lc 1,78s; cf. Mal 3,20; Is 9,1; 42,7), la luz que debe iluminar a las naciones (Lc 2,32; cf. Is 42,6; 49,6). La vocación de Pablo, anunciador del Evangelio entre los paganos, se inscribirá en la lí­nea de los mismos textos proféticos (Act 13,47; 26,18).

2. Cristo revelado como luz. Sin embargo, por sus actos y sus palabras se ve a Jesús revelarse como luz del mundo. Las curaciones de ciegos (cf. Mc 8,22-26) tienen en este punto un significado particular, como lo subraya Juan refiriendo el episodio del ciego de nacimiento (Jn 9). Jesús declara entonces: “Mientras estoy en el mundo soy la luz del mundo” (9,5). En otro lugar comenta: “El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (8,12); “yo, la luz, vine al mundo para que quien creyere en mí­ no camine en las tinieblas” (12,46). Su acción iluminadora dimana de lo que él es en sí­ mismo : la *palabra misma de Dios, *vida y luz de los hombres, luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (1,4.9). Así­ el drama que se crea en torno a él es un enfrentamiento de la luz y de las tinieblas: la luz brilla en las tinieblas (1,4), y el *mundo malo se esfuerza por sofocarla, pues los hombres prefieren las tinieblas a la luz cuando sus *obras son malas (3,19). Finalmente, a la hora de la pasión, cuando Judas sale del cenáculo para entregar a Jesús, Juan nota intencionadamente: “Era de *noche” (13, 30); y Jesús al ser arrestado declara: “Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas” (Lc 22,53).

3. Cristo transfigurado. Mientras Jesús vivió en la tierra, la luz divina que llevaba en sí­ estuvo velada bajo la humildad de su *carne. Hay, sin embargo, una circunstancia en la que se hace perceptible a testigos privilegiados en una visión excepcional: la *transfiguración. Este rostro que resplandece, estos *vestidos deslumbradores como la luz (Mt 17,2 p) no pertenecen ya a la condición mortal de los hombres: anticipan el estado de Cristo resucitado, que aparecerá a Pablo en una luz fulgurante (Act 9,3; 22,6; 26,13); forman parte del simbolismo propio de las teofaní­as del AT. En efecto, la luz que resplandece en el *rostro de Cristo es la de la gloria de Dios mismo (cf. 2Cor 4,6): en calidad de *Hijo de Dios es “el resplandor de su gloria” (Heb 1,3). Así­, a través de Cristo luz se revela algo de la esencia divina. No sólo Dios “habita una luz inaccesible” (ITim 6,16); no sólo se le puede llamar “el Padre de las luces” (Sant 1,17), sino que, como lo explica san Juan, “él mismo es luz, y en él no hay tinieblas” (Un 1,5). Por eso todo lo que es luz proviene de él, desde ‘la creación de la luz fí­sica el primer dí­a (cf. Jn 1,4), hasta la iluminación de nuestros corazones por la luz de Cristo (2Cor 4,6). Y todo lo que es extraño a esta luz pertenece al reino de las tinieblas: tinieblas de la noche, tinieblas del seol y de la muerte, tinieblas de Satán.

II. LOS HIJOS DE LUZ. 1. Los hombres entre las tinieblas y la luz. La revelación de Jesús como luz del mundo da un relieve cierto a la antí­tesis de las tinieblas y de la luz, no en una perspectiva metafí­sica, sino en un plano moral: la luz califica la esfera de Dios y de Cristo como la del bien y de ‘la justicia, las tinieblas califican la esfera de *Satán como la del mal y de la impiedad (cf. 2Cor 6,14s), aun cuando_ Satán, para seducir al hombre, se disfrace a veces de ángel de luz (11,14). El hombre se halla cogido entre las dos y le es preciso escoger, de modo que sea “hijo de las tinieblas” o “hijo de luz”. La secta de Qumrán recurrí­a ya a esta representación para describir la *guerra escatológica. Jesús se sirve de ella para distinguir el *mundo presente del *reino que él inaugura: los hombres se dividen a sus ojos en “hijos de este mundo” e “hijos de luz” (Lc 16,8). Entre unos y otros se opera una división cuando aparece Cristo-luz: los que hacen. el mal huyen de la luz para que no sean descubiertas sus *obras; los que obran en la verdad vienen a la luz (Jn 3,19ss) y creen en la luz para ser hijos de luz (Jn 12,36).

2. De las tinieblas a la luz. Todos los hombres pertenecen por nacimiento al reino de las tinieblas, particularmente los paganos “en sus pensamientos entenebrecidos” (Ef 4, 18). Dios es quien “nos llamó de las tinieblas a su admirable luz” (lPe 2,9). Sustrayéndonos al imperio de las tinieblas nos transfirió al reino de su Hijo para que compartiéramos la suerte de los santos en la luz (Col I,12s): gracia decisiva, experimentada en el momento del bautismo, cuando “Cristo brilló sobre nosotros” (Ef 5,14). Fa otro tiempo éramos tinieblas, ahora somos luz en el Señor (Ef 5,8). Esto determina para nosotros una lí­nea de conducta: “vivir como hijos de la luz” (Ef 5,8; cf. lTes 5,5).

3. La vida de los hijos de luz. Era ya una recomendación de Jesús (cf. Jn 12,35s): importa que el hombre no deje oscurecer su luz interior, y también que vele sobre su ojo, *lámpara de su cuerpo (Mt 6,22s p). En Pablo se hace habitual la recomendación. Hay que revestirse las armas de luz y desechar las obras de tinieblas (Rom 13,12s), no sea que nos sorprenda el *dí­a del Señor (lTes 5,4-8). Toda la moral entra fácilmente en esta perspectiva: el “fruto de la luz” es todo lo que es bueno, justo y verdadero; las “obras estériles de las tinieblas” comprenden los pecados de todas clases (Ef 5,9-14). Juan no habla de otra manera. Hay que “caminar en la luz” para estar en comunión con Dios, que es luz (Un 1,5ss). El criterio es el *amor fraterno: en esto se reconoce si está uno en las tinieblas o en la luz (2,8-11).

El que vive así­, como verdadero hijo de luz, hace irradiar entre los hombres la luz divina, de la que ha venido a ser depositario. Hecho a su vez luz del mundo (Mt 5,14ss), responde a la misión que le ha dado Cristo.

4. Hacia la luz eterna. El hombre, caminando por tal camino, puede esperar la maravillosa transfiguración que Dios ha prometido a los justos en su reino (Mt 13,43). En efecto, la *Jerusalén celestial, adonde llegará finalmente, reflejará en sí­ misma la luz divina, conforme a los textos proféticos (Ap 21,23ss; cf. Is 60); entonces los elegidos, contemplando la faz de Dios, serán iluminados por esta luz (Ap 22,4s). Tal es la esperanza de los hijos de luz; tal es también la oración que la Iglesia dirige a Dios por los que de ellos han dejado ya la tierra: lux perpetua luceat eis! Ne cadant in obscurum, sed signifer sanctus Michael repraesentet eas in lucem sanctam (Ofertorio de la Misa de difuntos).

-> Blanco – Fuego – Gloria – Lámpara – Noche – Sombra – Revelación.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Para el hebreo antiguo, que estaba rodeado de adoradores del sol, la luz era santa, el símbolo natural de Dios. En el AT se describe a Dios como creando la luz (Gn. 1:3) y vestido de luz (Sal. 104:2); y el término se usa en conexión con la vida a fin de expresar esa gloria última que Dios da a los hombres (Sal. 36:9). En el NT se emplea fōs como una expresión para lo eternamente real en contraste con skotos, que es pecado e irreal. Algunos derivan este contraste de la antítesis entre las esferas de Ahura-mazda y Angro-mainyu en el zoroastrismo (véase); y, por cierto, es un elemento en la doctrina de los Dos Espíritus de los Manuscritos del Mar Muerto. Platón asociaba el sol con la idea del Bien, y Filón consideraba al Creador como un arquetipo de la luz.

En 1 Jn. 1:5 se establece en forma absoluta que ho zeos fōs estin. Santiago llama a Dios, como Creador de los cuerpos celestiales, patros tōn fōtōn (1:17), añadiendo que él no cambia de posición ni es eclipsado como ellos lo son. Las Pastorales nos recuerdan la majestad de Dios en el Sinaí afirmando que él mora en fōs aprositon. Con más frecuencia se dice en el NT que la luz reside en el Logos y se la describe (Jn. 1:3–4) como la vida de los hombres. Entra en el mundo, brilla en las tinieblas del error, ilumina a cada hombre; pero sólo aquellos que reciben al Logos pueden llegar a ser hijos de luz y entrar al final en la Ciudad Santa cuya luchnos es el Cordero (arnion, Ap. 21:23).

Al encarnarse el Logos vino a ser fōs tou kosmou (Jn. 8:12). En la tradición rabínica esta frase se aplicaba a la Torah y al templo y no es una afirmación de deidad; sino que para Juan implica que Cristo es la fōs alezinon, la realidad última. Por contraste hay muchas luces más pequeñas o copias de la realidad, que derivan su llama transitoria del Logos; una luchnos como ésta era Juan el Bautista (Jn. 5:35). La luz verdadera testifica de sí misma, porque su luz es autoevidente, y por la luz veremos la luz. Las luces menores dan testimonio del Logos.

La conversión de Pablo es esencialmente un encuentro con fōs ek tou ouranou (Hch. 9:3). Las escamas de la oscuridad pecaminosa se desprendieron de sus ojos, y se le comisionó como una luz para los gentiles (Hch. 13:47). Se vistió con la armadura de luz para combatir con los gobernadores de las tinieblas, quienes están dirigidos por Satanás, que se transforma en una parodia de un ángel de luz (2 Co. 11:14). Instruye a sus convertidos a caminar como hijos de luz (Ef. 5:8).

Durante el éxodo la luz de Dios fue exhibida a los israelitas como su shekinah de gloria (véase) en fuego y humo. En la LXX también fōs se asocia con doxa en Is. 60:1–3. La transfiguración contiene ambos temas. Los vestidos de Jesús se vuelven blancos como fōs (Mt. 17:2) y tanto Pedro como Juan insisten en que ellos vieron la doxa de Dios en el monte (Jn. 1:14; 2 P. 1:17). En el Cuarto Evangelio la gloria de Cristo no sólo se manifiesta en el monte, sino que en todas sus señales, y resulta en una krisis o discriminación por la luz: los malhechores odian la luz; los que buscan la verdad vienen a la luz; cuando la luz aparece todos los hombres emiten un juicio sobre sí mismos (Jn. 3:19–21).

BIBLIOGRAFÍA

Arndt; C.H. Dodd, The Interpretation of the Fourth Gospel, pp. 201–212; HDB; Filón, Somn. I. 75; A. Dupont-Sommer, The Jewish Sect of Qumran, pp. 118–130; R. Bultmann, Zur Geschichte der Lichtsymbolik im Altertum.

Denis H. Tongue

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Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (369). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Antiguo nombre de *Bet-el, llamado así por Jacob después de su sueño acerca de la escalera entre el cielo y la tierra, cuando pasó la noche cerca de la ciudad (Gn. 28.19; 35.6; 48.3). Es el lugar donde pernoctó Jacob cerca de la ciudad, mas bien que la ciudad misma, el que recibió el nombre Bet-el (Jos. 16.2), pero posteriormente este lugar alcanzó tal importancia que también se aplicó el nombre a la ciudad (Jos. 18.13; Jue. 1.23). Sin embargo, los habitantes cananeos todavía llamaban Luz a la ciudad, debido a que cuando los israelitas la tomaron, un cananeo a quien obligaron a mostrarles la entrada a cambio de su vida escapó “a la tierra de los heteos” y fundó otra ciudad del mismo nombre (Jue. 1.24–26).

Bibliografía. F. M. Abel, Géographie de la Palestine, 2, 1938, pp. 371.

T.C.M.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Este término está relacionado con el gozo, la bendición y la *vida, en contraste con el dolor, la adversidad y la muerte (cf. Gn. 1.3s; Job 10.22; 18.5s). En tiempos primitivos ya significaba la presencia y el favor de Dios (cf. Sal. 27.1; Is. 9.2; 2 Co. 4.6), en contraste con el juicio de Dios (Am. 5.18). De estas y otras fuentes surge un dualismo ético muy marcado entre la luz y las tinieblas, e. d. entre el bien y el mal, en el NT (cf. Lc. 16.8; Jn. 3.19ss; 12.36; 2 Co. 6.14; Col. 1.12s; 1 Ts. 5.5; 1 P. 2.9). Algunos entendidos, p. ej. C. H. Dodd, han considerado que los paralelos helenísticos resultan significativos a este respecto, pero la presencia de este uso en el judaísmo, p. ej. La guerra de los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas en RMM, hace innecesaria tal inferencia, y nos ofrece un comentario más pertinente sobre los conceptos neotestamentarios.

La *santidad de Dios se expresa en términos de luz, p. ej. en 1 Ti. 6.16, donde se dice que habita “en luz inaccesible”; cf. 1 Jn. 1.5, donde se dice que “Dios es luz”, y otros pasajes en esa misma epístola, en los que se explican las consecuencias de este hecho para el creyente. Podemos ver el mismo pensamiento en la típica expresión heb. “hijos de luz”, que dos veces emplea Pablo (Ef. 5.8; cf. 1 Ts. 5.5; Jn. 12.36).

En el Evangelio de Juan el término luz se refiere, no tanto a la santidad de Dios, como a la revelación de su amor en Cristo y la penetración de dicho amor en vidas entenebrecidas por el pecado. Es así que Cristo se refiere a sí mismo como “la luz del mundo” (Jn. 8.12; 9.5; cf. 12.46), y en el Sermón del monte aplica esta expresión a sus discípulos (Mt. 5.14–16). En forma semejante, Pablo puede referirse a “la luz del evangelio de la gloria de Cristo”, y a Dios mismo como el que “resplandeció en nuestros corazones” (2 Co. 4.4–6).

Bibliografía. C. H. Dodd, La interpretación del cuarto evangelio, 1978; H.-C. Hahn, “Luz”, °DTNT, t(t). II, pp. 462–474; M. Saebo, “Luz”, °DTMAT, t(t). I, cols. 148–156; Aalen, “Luz”, °DTAT, 1978, t(t). I, cols. 159–180; J. Mateos, J. Barreto, Vocabulario teológico del evangelio de Juan, 1980.

Arndt; ISBE; C. H. Dood, The Interpretation of the Fourth Gospel, 1954, pp. 201–212; D. Husser, “The Dead Sea Sect and Pre-Pauline Christianity”, Aspects of the Dead Sea Scrolls, eds. C. Rabin y Y. Yadin, 1958, pp. 215–266; H. Conzelmann, TDNT 9, pp. 310–358; H.-C. Hahn et al., NIDNTT 2, pp. 484–496.

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Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico