ORGULLO

Orgullo (heb. gâzôn; gr. huper’faní­a). Estima propia exagerada que ciega a su poseedor a las debilidades y peligros, y pavimenta el camino a su humillación y destrucción (Pro 11:2; 16:18; 29:23; etc.). Es una de las actitudes que más odia Dios (Pro 8:13). El orgullo arrogante 861 contribuyó a la caí­da de las naciones de la antigüedad (Isa 10:12; 33:19; Jer 13:9; etc.). Orientales. Véase Hijos del Oriente. Oriente. Véase Este. Oriente, Hijos del. Véase Hijos del Oriente.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

Aunque este término puede ser utilizado de manera positiva, en las Escrituras se emplea mayormente para señalar un exceso en la autoestima, una arrogancia o soberbia que conduce a una persona a exagerar su importancia o sus virtudes. En hebreo, la palabra ge†™a viene de una raí­z que significa †œelevarse†. El o. hace que el individuo piense que es mejor que los demás. Y, lo que es peor, pretende negar a Dios o cuestionar sus palabras y acciones. El o. es, por tanto, pecaminoso (†œAltivez de ojos, y o. de corazón, y pensamientos de impí­os, son pecados† [Pro 21:4]). †¢Satanás enalteció su corazón contra Dios (Eze 28:17). El o. fue parte de los pecados de †¢Sodoma (†œHe aquí­ que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan…† [Eze 16:49]). Dios aborrece al orgulloso (†œSeis cosas aborrece Jehová … los ojos altivos…† [Pro 6:16-17]; †œJehová asolará la casa de los soberbios† [Pro 15:25]). †œJehová es excelso, y atiende al humilde, mas al altivo mira de lejos† (Sal 138:6).

En el NT el apóstol Juan advierte que †œla vanagloria [o soberbia] de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo† (1Jn 2:16). El Señor dijo: †œAprended de mí­, que soy manso y humilde de corazón† (Mat 11:29). Por lo tanto, en imitación al ejemplo de Cristo, el humillarse constituye una virtud, contrapuesta siempre en la Escritura al pecado de la soberbia y el o. †œDios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes† (Pro 3:34; Stg 4:6; 1Pe 5:5). †œLa soberbia del hombre le abate; pero al humilde de espí­ritu sustenta la honra† (Pro 29:23). †¢Humildad.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

Véase SOBERBIA.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Pasión o acto que lleva a sobrestimarse a sí­ mismo, con o sin motivo, y con desprecio de los demás. Como actitud radical de la persona desencadena una serie de actos ofensivos para el prójimo e incluso ofensivos para Dios.

En la Escritura Sagrada está condenado con frecuencia como contrario el hombre creado por Dios para servirle: Is. 10.13 y 14.12; Gal. 6.3; 1 Cor. 4.6; 2 Cor. 10.7. Se declara que el orgullo se opone a Dios: Tob. 4.14. Conduce al hombre a la perdición: Ecclo. 10.14; Sant. 6.6.; 1 Pedr. 5.5.

Es la fuente de otros muchos pecados: Prov. 26.12; 1 Jn. 5.44. Y conviene recordar que Dios humilla a los soberbios y ensalza a los humildes: Job. 20. 6-9; Salm. 31.24; Prov. 16.18. Así­ lo recuerda el cántico de Marí­a Santí­sima, el Magnificat, cuando afirma que el Señor “ensalza a los humildes y humilla a los poderosos” (Luc. 2. 52).

La piedad cristiana siempre entendió el orgullo como fuente de todo desorden.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. vicios capitales)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

El orgulloso es un hombre que se ensalza a sí­ mismo sobremanera y contra toda razón (Mt 23,12), un hombre soberbio que será humillado por Dios (Lc 1,51-52); el orgullo es un pecado contrario a la humildad (Tob 4,14); por él comienza la apostasí­a (Mt 7,27; 1 Jn 2,15) y es raí­z y origen de otros muchos pecados (1 Jn 5,44). Por estas razones, el hombre debe evitar cuidadosamente caer en el orgullo (Lc 14,10). ->humildad.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Exceso de estimación propia por la que uno se cree superior a los demás debido a cualidades o posesiones, como el talento, la belleza, la riqueza, el rango u otras, y que lleva a mostrar desprecio a los demás o mantenerse alejado de su trato y actuar con insolencia, arrogancia y altivez. Con menor frecuencia puede tener el sentido de gran satisfacción por algo propio y personal, sea una acción o posesión, que uno mismo considera digno de mérito. Sinónimos de orgullo son: egotismo, arrogancia, altivez, vanidad, presunción y soberbia.
El verbo hebreo ga·´áh significa literalmente †œhacerse alto; subir†, y es la raí­z de varias palabras hebreas que comunican la idea de orgullo. Estos términos relacionados se traducen †œaltivez†, †œpropio ensalzamiento† y, tanto en buen como en mal sentido, †œeminencia† y †œsuperioridad†. (Job 8:11; Eze 47:5; Isa 9:9; Pr 8:13; Sl 68:34; Am 8:7.)
La palabra griega kau·kjá·o·mai, que significa †œjactarse; gloriarse; alborozarse†, se usa también tanto en buen como en mal sentido, que viene determinado por el contexto. (1Co 1:29; Ro 2:17; 5:2.)

El orgullo es engañoso y destructivo. Una persona puede ser orgullosa y no reconocerlo, de modo que, con el fin de evitar enfrentarse a la realidad de su orgullo, atribuya sus acciones a otras causas. Toda persona debe examinarse a sí­ misma y sus motivos para ver si adolece de este defecto. El apóstol Pablo muestra la necesidad de tener buenos motivos y conocerse uno mismo a este respecto, cuando dice: †œSi doy todos mis bienes para alimentar a otros, y si entrego mi cuerpo, para jactarme [kau·kje·so·mai], pero no tengo amor, de nada absolutamente me aprovecha†. (1Co 13:3.)
Por consiguiente, el orgullo ha de desarraigarse de la personalidad para beneficio propio. Más importante, hay que hacerlo si se pretende agradar a Dios. Debe odiarse este defecto, pues la Palabra de Dios dice: †œEl temor de Jehová significa odiar lo malo. El propio ensalzamiento y el orgullo y el mal camino y la boca perversa he odiado†. (Pr 8:13.)
Quien no se libre del orgullo sufrirá. †œEl orgullo está antes de un ruidoso estrellarse; y un espí­ritu altivo, antes del tropiezo† (Pr 16:18); †œla casa de los que a sí­ mismos se ensalzan será demolida por Jehovᆝ. (Pr 15:25.) Hay varios ejemplos del †˜ruidoso estrellarse†™ de algunas naciones, dinastí­as y personas orgullosas. (Le 26:18, 19; 2Cr 26:16; Isa 13:19; Jer 13:9; Eze 30:6, 18; 32:12; Da 5:22, 23, 30.)
El orgullo también es engañoso. El apóstol Pablo aconseja: †œSi alguien piensa que es algo, no siendo nada, está engañando su propia mente†. (Gál 6:3.) Al orgulloso le parece que está tomando el camino que le es más provechoso, pero no tiene en cuenta a Dios. (Compárese con Jer 49:16; Rev 3:17.) La Biblia dice: †œMejor es ser humilde de espí­ritu con los mansos que dividir el despojo con los que a sí­ mismos se ensalzan†. (Pr 16:19.)

La jactancia. La palabra griega kau·kjá·o·mai, †œjactarse†, se utiliza frecuentemente con el sentido de tener orgullo egoí­sta. La Biblia muestra que ningún hombre tiene base para jactarse de sí­ mismo o de sus logros. En la congregación cristiana de Corinto, algunos estaban hinchados de orgullo o se gloriaban de otros hombres, lo que provocaba divisiones en la congregación. Pensaban de manera carnal, con la vista puesta en los hombres en lugar de en Cristo. (1Co 1:10-13; 3:3, 4.) Estos hombres no se interesaban en el bienestar espiritual de la congregación, sino que, en vez de ayudar a los compañeros cristianos a adquirir un corazón bueno ante Dios, deseaban jactarse de las apariencias externas. (2Co 5:12.) Por consiguiente, el apóstol Pablo censuró con severidad a la congregación y mostró que no habí­a lugar para que se jactasen respecto de ninguna persona, con la excepción de Jehová Dios y lo que El habí­a hecho por ellos. (1Co 1:28, 29; 4:6, 7.) La regla era: †œEl que se jacta, jáctese en Jehovᆝ. (1Co 1:31; 2Co 10:17.)
Santiago, el medio hermano de Jesús, fue aún más allá al condenar a los que se jactaban de ciertos proyectos mundanos que intentaban realizar, diciéndoles: †œUstedes se glorí­an en sus alardes llenos de presunción. Todo ese gloriarse es inicuo†. (Snt 4:13-16; compárese con Pr 27:1.)

Una buena connotación. La palabra hebrea ga·´áh, la griega kau·kjá·o·mai y demás términos afines también se usan con un sentido favorable: la satisfacción que se siente por una acción o posesión. El salmista se refirió a Israel como †œel orgullo de Jacob, a quien él [Jehová] ha amado†. (Sl 47:4.) En una profecí­a de restauración, Isaí­as dijo que el fruto de la tierra serí­a †œalgo de lo cual tener orgullo†. (Isa 4:2.) El apóstol le dijo a la congregación de Tesalónica que, como resultado de su fe, su amor y su perseverancia, †œnosotros mismos nos gloriamos de ustedes entre las congregaciones de Dios†. (2Te 1:3, 4.) Los cristianos se sienten orgullosos de tener a Jehová como su Dios, de haber llegado a conocerle y de que El les haya reconocido. Siguen el principio: †œEl que se glorí­a, glorí­ese a causa de esta misma cosa: de tener perspicacia y de tener conocimiento de mí­, que yo soy Jehová, Aquel que ejerce bondad amorosa, derecho y justicia en la tierra†. (Jer 9:24; compárese con Lu 10:20.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Los griegos, para liberarse del sentimiento de inferioridad, recurrí­an con frecuencia a una sabidurí­a completamente humana; la Biblia fpnda el orgullo del hombre en su condición de criatura y de hijo de Dios: el hombre, a menos que sea *esclavo del *pecado, no puede tener *vergüenza delante de Dios ni delante de los hombres.’ El orgullo auténtico no tiene nada que ver con la *soberbia, que es su caricatura; este orgullo es perfectamente compatible con la *humildad. Así­ la Virgen *Marí­a al cantar el Magní­ficat tiene plenamente conciencia de su valor, de un valor creado por Dios solo, y lo proclama a la faz de todas las generaciones (Lc 1.46-50).

La Biblia no tiene término propio para designar este orgullo; pero lo caracteriza partiendo de dos actitudes. Una, siempre noble, a la que los traductores griegos llaman parresí­a, tiene afinidad con la *libertad; los hebreos la describen sirviéndose de una perí­frasis: el hecho de mantenerse derecho, de tener el *rostro levantado, de expresarse abiertamente; el orgullo se manifiesta en una plena libertad de lenguaje y de comportamiento. Deriva también de otra actitud emparentada con la *confianza, cuya irradiación es; los traductores griegos la denominan kaukhesis: es el hecho de gloriarse de alguna cosa o de apoyarse en ella para darse aplomo, para existir uno frente a sí­ mismo, frente a los otros, frente al mismo Dios; esta *gloria puede ser noble o vana, según que se alimente en Dios o en el hombre.

AT. 1. Orgullo del pueblo elegido. Cuando Israel fue sacado de la esclavitud y hecho libre después de romper las barras de su yugo, entonces pudo “caminar con la cabeza levantada” (Lev 26,13), con parresí­a (LXX). Esta nobleza, orgullo que deriva de una consagración definitiva, obliga al pueblo a vivir en la *santidad misma de Dios (Lev 19, 2). Este sentimiento, si bien puede fácilmente degenerar en desprecio (p. e. Eclo 50,25s), justifica en Israel el empeño por separarse de los otros pueblos idólatras (Dt 7,1-6). El orgullo sobrevive en la humillación misma, pero entonces se convierte en *vergüenza, como cuando Israel tiene “el vientre pegado al suelo” porque Yahveh oculta su *rostro (Sal 44,26); pero si se humilla, entonces podrá de nuevo “levantar la cara hacia Dios” (Job 23,26). En todo caso el pueblo, abatido hasta el suelo o con la mirada fija en el cielo, conserva en su corazón el orgullo de su *elección (Bar 4,2ss; cf. 2,15; Sal 119,46).

2. Orgullo y vanidad. Del orgullo a la *soberbia no hay más que un paso (Dt 8,17); entonces el orgullo se convierte en vanidad, pues su apoyo es†¢ ilusorio. A la gloria de poseer un *templo en el que habita Dios, hay que responder con la fidelidad a la alianza, pues de lo contrario toda seguridad es engañosa (Jer 7,4-11). Asimismo, “que el sabio no se glorí­e de su sabidurí­a, que el valiente no se glorí­e de su valentí­a, que el rico no se glorí­e de su riqueza. Pero quien quiera gloriarse, halle su gloria en esto: en tener inteligencia y en *conocerme” (9,22s). El único orgullo auténtico es la irradiación de la *confianza en Dios solo. Este proceso de degradación se observa también en las *naciones, que, como criaturas, deben dar gloria a solo Dios y no enorgullecerse por su belleza, por su poderí­o o su riqueza (Ls 23; 47: Ez 26-32). Finalmente, los sabios gustan de repetir que el *temor de Dios es el único motivo de orgullo (Eclo 1,11; 9,16), pero no la riqueza ola pobreza (10,22); el orgullo está en ser hijos del Señor (Sab 2,13), en tener a Dios por padre (2,16). Ahora bien, el orgullo del justo no es sólo interior, y su irradiación condena al *impí­o; éste, en cambio, *persigue al justo. Y el orgullo del justo oprimido se expresa en la oración que dirige al que le da existencia: “No seré confundido” (Sal 25,3; 40,15ss).

3. El orgullo del siervo de Dios. El restablecimiento del orgullo del justo no se verifica según los caminos del hombre. Israel se cree abatido, abandonado por su Dios, pero Dios sostiene a su siervo, lo lleva de la mano (Is 42,1.6); así­, en la persecución endurece su rostro y no será confundido (50,7s). Sin embargo, el profeta anuncia que las multitudes se horrorizaron al verle: no tení­a aspecto de *hombre, de tan desfigurado como estaba (52,14); delante de él se volví­a el rostro porque él mismo habí­a venido a ser despreciable y despreciado (53,2s). Pero si el siervo ha perdido el *rostro a los ojos de los hombres, Dios toma su causa en la mano y justifica su orgullo interior inquebrantable “glorificándolo” a la faz de los pueblos: “será alto, exaltado, será muy elevado: mi siervo prosperará” (52,13) y “compartirá los trofeos con los poderosos” (53,12). Siguiendo el ejemplo del siervo, todo *justo puede invocar el *juicio de Dios: después que se le ha tenido por loco y miserable, he aquí­ que el último dí­a “el justo se mantendrá de pie lleno de confianza” (Sab 5,1-5).

NT. 1. El orgullo de Cristo. Jesús, que sabe de dónde viene y adónde va, manifiesta su orgullo cuando se proclama *Hijo de Dios. El cuarto evangelio presenta este comportamiento como una parresí­a. Jesús habló “abiertamente” al mundo (Jn 18, 20s), tanto que el pueblo se preguntaba si las autoridades no lo habí­an reconocido por el Cristo (7,25s); pero como este hablar franco no tiene que ver con la publicidad estrepitosa del *mundo (7,3-10), no se le comprende, y debe cesar (11,54); Jesús cede, pues, el puesto al *Paráclito que ese *dí­a dirá todo claro (16,13.25). Aunque el término no se halla en los sinópticos sino a propósito del anuncio de la pasión (Me 8,32), sin embargo, describen comportamientos de Jesús que expresan la parresí­a. Así­ cuando reivindica frente a toda *autoridad los derechos del Hijo de Dios o de su Padre: frente a sus padres (Lc 2,49), frente a los abusos impí­os (Mt 21, 12ss; Jn 2,16), frente a las autoridades establecidas (Mt 23). Sin embargo, este orgullo no es nunca reivindicación de la honra personal, no busca sino la *gloria del Padre (Jn 8.49s).

2. Orgullo y libertad del creyente. El fiel de Cristo ha recibido con su fe un orgullo inicial (Heb 3,14), que debe conservar hasta el fin como un gozoso orgullo de la esperanza (3, 6). En efecto, por la *sangre de Jesús está lleno de seguridad y confianza (10,195) y puede adelantarse hacia el trono de la *gracia (4,16); no puede perder esta seguridad ni siquiera en la *persecución (10,34s), sopena de ver a Jesús avergonzarse de él (Lc 9,26 p) el dí­a del juicio; pero si ha sido fiel, puede tranquilizar su corazón, pues Dios es más grande que nuestro corazón (Un 4, 17; 2,28; 3.20ss).

El orgullo del cristianismo se manifiesta acá en la tierra en la libertad con que da testimonio de Cristo resucitado. Así­ desde los primeros dí­as de la Iglesia los apóstoles, iletrados (Act 4,13) anunciaban la palabra sin desfallecer (4,29.31; 9,27s: 18,25s), delante de un público hostil o desdeñoso. Pablo caracteriza esta actitud por la ausencia de velo sobre el rostro del creyente: refleja la *gloria misma del Señor resucitado (2Cor 3,lls); tal es el fundamento del orgullo apostólico: “nosotros creemos, y por eso hablamos” (4,13).

3. Orgullo y gloria. Como Jeremí­as, que en otro tiempo quitaba a todo hombre el derecho de “gloriarse”, a no ser del conocimiento de Yahveh, así­ lo hace también san Pablo (lCor 1,31).

Pero Pablo sabe el medio radical escogido por Dios para quitar al hombre toda tentación de vanagloria: la *fe. En adelante ya no hay privilegio en que uno pueda apoyarse, ni el nombre de judí­o, ni la ley, ni la circuncisión (Rom 2,17-29). Ni siquiera Abraham pudo gloriarse de *obra alguna (4,2), mucho menos nosotros, que somos todos pecadores (3,19s.27). Pero gracias a Jesús que le ha procurado la reconciliación, puede el fiel gloriarse en Dios (5,11), y en la *esperanza de la gloria (5,2), fruto de la *justificación por la fe. Todo lo demás es despreciable (Fip 3.3-9); sólo la *cruz de Jesús es fuente de gloria (Gál 6,14), pero no los predicadores de esta cruz (ICor 3,21).

Finalmente, el cristiano puede estar orgulloso de sus tribulaciones (Rom 5,3); las flaquezas del Apóstol son fuente de orgullo (ICor 4,13; 2Cor 11,30; 12,9s). Entonces los frutos del apostolado, que son las Iglesias fundadas, pueden ser la corona de gloria del Apóstol (ITes 2,19; 2Tes 1,4): puede estar uno orgulloso de sus ovejas, incluso a través de las dificultades que suscitan (2Cor 7,4.14; 8,24). El misterio del orgullo cristiano y apostólico es el misterio pascual, el de la gloria que brilla a través de las tinieblas. Está orgulloso el que con su fe ha atravesado el reino de la muerte.

-> Confianza – Rostro – Gloria – Vergüenza – Soberbia.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

El orgullo puede definirse como «autoestima desproporcionada e irracional, acompañada de un trato insolente y rudo hacia los demás». Es un intento de aparecer mejor de lo que realmente somos, con «ansiedad por ganar aplausos, y con amargura e ira cuando no se nos toma en cuenta». «El orgullo es la alta opinión que de sí misma tiene un alma pobre, pequeña y mezquina» (MSt).

El orgullo es universal entre todas las naciones, siendo atribuido variadamente en la Biblia a Israel, Judá, Moab, Edom, Asiria, Jordán y Filistea. Está conectado con el pecado de Sodoma (Ez. 16:49). Por otra parte, el ambicioso orgullo de Satanás fue parte del pecado original del universo (Ez. 28:17, con Ti. 3:6). Puede que haya sido el primer pecado en entrar en el universo de Dios y, sin duda, que será uno de los últimos en ser erradicado.

La Biblia enseña que el orgullo engaña el corazón (Jer. 49:16), endurece la mente (Dn. 5:20), concibe contienda (Pr. 13:10), rodea como una cadena (Sal. 73:6), y lleva a los hombres a la destrucción (Pr. 16:18). El corazón orgulloso suscita contiendas (Pr. 28:25), y es una abominación al Señor (Pr. 16:5). Dios aborrece una mirada orgullosa (Pr. 6:17) y aquellos que la poseen tropezarán y caerán (Jer. 50:32).

El orgullo es el padre del descontento, la ingratitud, la presunción, la pasión, extravagancia y el fanatismo. Es muy difícil que se cometa un mal que no esté relacionado al orgullo, en algún sentido. Agustín y Tomás de Aquino afirmaron que el orgullo era la misma esencia del pecado. Puesto que Dios aborrece el orgullo (Stg. 4:6), el creyente debe aprender a despojarse del orgullo y a vestirse de humildad.

BIBLIOGRAFÍA

Charles Buck, Theological Dictionary; L.S. Chafer, Systematic Theology, II, pp. 63–64; MSt; A.H. Strong, Systematic Theology, p. 569.

Gerald B. Stanton

MSt McClintock and Strong, Cyclopaedia of Biblical, Theological and Ecclesiastical Literature

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (438). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

El lugar que se le acuerda al orgullo, y a su antítesis, la humildad, es una característica distintiva de la religión bíblica, que no tiene paralelo en otros sistemas religiosos o éticos. El orgullo del rebelde, que rehúsa depender de Dios y sujetarse a él, y en cambio se atribuye a sí mismo el honor que se le debe a Dios, figura como la misma raíz y esencia del pecado.

Podemos decir, con Tomás de Aquino, que el orgullo se reveló por primera vez cuando Lucifer intentó establecer su trono en lo alto con presuntuosa independencia de Dios (Is. 14.12–14). El diablo caído (Lc. 10.18) infundió en Adán y Eva el deseo de ser como dioses (Gn. 3.5), con el resultado de que toda la naturaleza del hombre quedó infectada con orgullo a causa de la caída (cf. Ro. 1.21–23). La “condenación del diablo” está relacionada con el ogullo en 1 Ti. 3.6 (cf. “el lazo del diablo” en 1 Ti. 3.7; 2 Ti. 2.26); el orgullo fue su perdición y sigue siendo el medio primordial por el cual ocasiona la ruina de hombres y mujeres. Es por ello que vemos que todo el AT condena sistemáticamente la arrogancia humana, especialmente en los Salmos y en la literatura sapiencial. En Pr. 8.13 tanto gē˒â, ‘arrogancia’, como ga˒a, ‘insolencia’, son abominación para la sabiduría divina: la manifestación de las mismas en forma de orgullo nacional en Moab (Is. 16.6), Judá (Jer. 13.9), e Israel (Os. 5.5) son especialmente denunciadas por los profetas. En Pr. 16.18 se llama gā˒ôn, “altivez de espíritu”, a la notoria “soberbia” que viene “antes del quebrantamiento”, y se la rechaza a cambio del espíritu contrito. La “altivez”, gōḇah, aparece como la causa fundamental del ateísmo en el Sal. 10.4. Es lo que provoca la caída de Nabucodonosor en Dn. 4.30, 37. Una palabra más suave, zāḏôn, ‘presunción’, se aplica al entusiasmo juvenil de David en 1 S. 17.28, pero en Abd. 3 aun esto se considera un mal engañoso. En la literatura sapiencial posterior, p. ej. Ecl. 10.6–26, aparecen nuevas advertencias contra el orgullo.

La enseñanza griega durante los últimos cuatro siglos antes de Cristo, a diferencia del judaísmo, consideraba que el orgullo era una virtud, y la humildad algo despreciable. El “hombre de gran alma” de Aristóteles estimaba profundamente su propia excelencia; subestimarla equivalía a pasar por persona de espíritu mezquino. Igualmente, el sabio estoico proclamaba su propia independencia moral y su igualdad con Zeus. Sin embargo, la insolencia (hybris) es una profunda fuente de mal moral en la tragedia griega (cf., p. ej., la Antígona de Sófocles).

La ética cristiana rechazó conscientemente el concepto griego a favor de la perspectiva veterotestamentaria. Se acordó suprema excelencia a la humildad cuando Cristo se proclamó a sí mismo “manso y humilde de corazon” (Mt. 11.29). Por el contrario, el orgullo (hyperēfania) apareció en una lista de vicios corruptores que provienen del corazón malvado del hombre (Mr. 7.22). En el Magnificat (Lc. 1.51s) se dice que Dios esparce a los soberbios y exalta a los humildes. Tanto en Stg. 4.6 como en 1 P. 5.5 se cita Pr. 3.34 para enfatizar el contraste entre los mansos (tapeinois), a quienes favorece Dios, y los orgullosos (hyperēfanois), a quienes Dios resiste. Pablo equipara a los injuriosos (hybristas) y los soberbios (alazonas) con los pecadores orgullosos en su bosquejo de la depravada sociedad pagana en Ro. 1.30; cf. 2 Ti. 3.2. Stg. 4.16 y 1 Jn. 2.16 condenan el arrogante despliegue de ostentación (alazoneia). En 1 Co. 13.4 se dice que el amor está libre tanto de la arrogancia como de la jactancia que desfiguran a los maestros heréticos de 1 Ti. 6.4.

Pablo veía el orgullo (“jactancia” ante el Conocimiento de la ley y ante las obras) como el espíritu característico del judaísmo, y como causa directa de la incredulidad de los judíos. Insistía en que el evangelio está destinado a excluir la jactancia (Ro. 3.27) al enseñar a los hombres que son pecadores, que la justicia propia, por lo tanto, está fuera de cuestión, y que deben mirar a Cristo para su justicia, tomándola como don gratuito por la fe en él. La salvación “no es por obras, para que nadie se gloríe”; es toda por gracia. En consecuencia, ningún hombre, ni siquiera Abraham, puede gloriarse en la obtención de su propia salvación (vease Ef. 2.9; 1 Co. 1.26–31; Ro. 4.1–2). El mensaje evangélico de la justicia a través de Cristo anuncia la desaparición de la justificación de uno mismo en la religión; por eso fue piedra de tropiezo para el orgulloso pueblo judío (Ro. 9.30–10.4).

Este énfasis neotestamentario produjo un profundo impacto en la ética primitiva y medieval. Agustín, Tomás de Aquino, y Dante, caracterizaron todos al orgullo como el pecado final, mientras que Milton y Goethe lo dramatizaron.

Bibliografía. H. C. Hahn, “Gloriarse”, °DTNT, t(t). II, pp. 234–236; R. Bultmann, Teología del Nuevo Testamento, 1980, pp. 293ss; id., Creer y comprender, t(t). II; J. M. González Ruiz, “Orgullo”, °EBDM, t(t). V, cols. 681–683.

ERE; Arndt; MM; R. Niebuhr, The Nature and Destiny of Man, 1944–45, cap(s). 7; E. Güting, C. Brown, NIDNTT 3, pp. 27–32; G. Bertram, TDNT 8, pp. 295–307, 525–529.

D.H.T.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Orgullo es el amor excesivo a la propia excelencia. Normalmente se le considera uno de los siete pecados capitales. Santo Tomás, sin embargo, haciendo suya la apreciación de San Gregorio, lo considera el rey de todos los vicios, y pone a la vanagloria en su lugar como uno de los pecados capitales. Al darle esta preminencia lo toma en un significado más formal y completo. Él entiende que es ese estado de ánimo en el que un hombre, por el amor a su propio valor, intenta sustraerse de la sujeción a Dios Todopoderoso, y desprecia las órdenes de los superiores. Es una especie de desprecio a Dios y a los que llevan su comisión. Considerado de esta manera, es, por supuesto, un pecado mortal de la especie más atroz. De hecho Santo Tomás en este sentido lo califica como uno de los pecados más negros. Mediante él la criatura se niega a permanecer dentro de su órbita esencial; le da la espalda a Dios, no por debilidad o ignorancia, sino únicamente porque en su auto-exaltación no está dispuesto a someterse. Su actitud tiene algo satánico en ella, y probablemente no se verifica a menudo en los seres humanos.

Un tipo menos atroz de orgullo es el que impulsa a apreciarse demasiado uno mismo indebidamente y sin justificación suficiente, sin, sin embargo, ninguna disposición para despojarse del dominio del Creador. Esto puede ocurrir, según San Gregorio, ya sea porque un hombre se considera como la fuente de las ventajas que puede percibir en sí mismo, o porque, si bien reconoce que Dios se les ha otorgado, considera que esto ha sido en respuesta a sus propios méritos, o porque se atribuye dones que no tiene; o por último, porque aun cuando estos son reales él cree irracionalmente estar por encima de los demás.

Suponiendo que se abrigue la convicción indicada en los dos primeros casos, el pecado sería uno grave y uno tendría la culpa adicional de la herejía. Por lo general, sin embargo, esta persuasión errónea no existe; es la actitud lo que es condenable. Los dos últimos casos, en general, no se considera que constituyan delitos graves. Esto no es cierto, sin embargo, cuando la arrogancia de un hombre es motivo de gran daño a otro, como, por ejemplo, si asume los deberes de un médico sin los conocimientos necesarios.

El mismo juicio se debe hacer cuando el orgullo ha dado lugar a tal temperamento del alma que en la consecución de su propósito está lista para cualquier cosa, incluso el pecado mortal. La vanagloria, la ambición y la presunción son comúnmente enumeradas como los vicios hijos del orgullo, porque se adaptan bien para servir a sus objetivos desordenados. En sí mismas son pecados veniales a menos que alguna consideración ajena las coloque en las filas de las transgresiones graves. Cabe señalar que la presunción aquí no representa el pecado contra la esperanza; significa el deseo de intentar lo que excede su capacidad.

Fuente: Delany, Joseph. “Pride.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 12. New York: Robert Appleton Company, 1911. 20 Dec. 2011
http://www.newadvent.org/cathen/12405a.htm

Traducido por Luz María Hernández Medina.

Fuente: Enciclopedia Católica