PATRIARCAL, ERA

I. El cuadro bíblico

Gn. 12–50 describe la época patriarcal, que abarca la vida de Abraham, Isaac, y Jacob, aunque los cap(s). 39–50 se ocupan más bien de José. Resulta extremadamente difícil proponer una fecha para la época patriarcal, y los eruditos difieren grandemente, entre 1900 y 1500 a.C. Los datos bíblicos son insuficientes para determinarla, y nos vemos obligados a proponer fechas tentativas comparando los datos de los relatos patriarcales en Gn. con datos extrabíblicos de la primera parte del 2º milenio a.C. Se torna aun más difícil trazar un cuadro de la época patriarcal, a causa de que Gn. está dedicado a unos cuantos individuos solamente. Es probable que el grupo total de personas que formaba el círculo de esta familia tan precisamente definida fuese muy amplio, y con seguridad que todos provenían de tierras ubicadas al NE de Palestina. Además, los escritores bíblicos deben de haber seleccionado sus propios materiales de una amplia variedad de tradiciones a su disposición, a fin de dar realce a importantes puntos religiosos y teológicos. Por lo tanto, si nos restringimos a los relatos bíblicos solamente, el historiador se verá severamente limitado.

Gn. muestra a los patriarcas trasladándose de Mesopotamia a Egipto, atravesando para ello un amplio teatro. Entre las ciudades que menciona el relato bíblico, y que, según ha demostrado la arqueología moderna, estuvieron ocupadas desde principios del 2º milenio a.C., se encuentran Ur (Gn. 11.28, 31; 15.7), Harán (Gn. 11.31–32; 12.4–5; 27.43; 28.10; 29.4), Siquem (Gn. 12.6; 33.18), Salem (Jerusalén, Gn. 14.18), Gerar (Gn. 20.1; 26.1, 6, etc.), Dotán (Gn. 37.17), y probablemente Hebrón (Gn. 13.18; 23.2, 19; 35.27), y Bet-el (Gn. 12.8). Los documentos de *Ebla (ca. 2300 a.C.) dan testimonio de la existencia de Sodoma, Gomorra, Adma, Zeboim, y Bela (Gn. 14.2) en época temprana. Ciudades significativas que no menciona la Biblia, y que florecían en la época patriarcal son Meguido, Hazor, Laquis, Gezer y Jericó. La ciudad mesopotámica de Ur no era en este período la ciudad de gran importancia política que vemos a fines del 3º milenio a.C., aunque ejercía considerable influencia en religión y literatura. La ciudad de *Ebla, en el Éufrates, también floreció en este período, y aunque la Biblia no la menciona, produjo alrededor de 20.000 tablillas que arrojan considerable luz sobre la época.

En algunos pasajes de Gn. aparecen listas de ciudades, p. ej. Astarot Karnaim, Ham, y Savequiriataim, ciudades a lo largo de la carretera que atravesaron los reyes del E cuando su invasión (Gn. 14.5); las “ciudades de la llanura” (Gn. 13.12; 19.25, 29); las ciudades por las que pasó Jacob cuando volvía a Bet-el (Gn. 35.5), y ciudades de Egipto (Gn. 41.35, 48; 47.21). Resulta claro que en Mesopotamia y Egipto hubo centros de colonización, ya sea aldeas abiertas o ciudades amuralladas, tanto pequeñas como grandes. En la Palestina propiamente dicha las ciudades se encontraban en las tierras bajas, o a lo largo de las carreteras.

Fuera de las zonas pobladas se movían los seminómadas con sus rebaños, formando así parte de una sociedad dimórfica en la que los residentes urbanos y los pastores seminómadas vivían unos al lado de los otros. Estos últimos frecuentemente acampaban en los alrededores de las ciudades (Gn. 12.6–9; 13.12–18; 33.18–20; 35.16–21; 37.12–17), ocasionalmente practicaban la agricultura (Gn. 26.12s), tenían intercambio económico y social con la gente de la ciudad (Gn. 21.25–34; 23.1–20; 26.17–33; 33.18–20), y aun moraban en las ciudades como “extranjeros residentes” durante períodos de diversa duración (Gn. 12.10; 15.13; 17.8; 20.1; 21.23, 34; 26.3; 28.4; 32.4; 35.27; 36.7; 37.1; 47.4–5). Fue así que cuando Lot y Abraham se separaron, Lot fue a vivir en la ciudad de Sodoma, acampando “hasta Sodoma”, y “estaba sentado a la puerta”. Las dos figuras de Jacob y Esaú presentan modos de vida en contraste, pero que a la vez se complementan (Gn. 25.27–34), y Jacob y sus hijos se establecieron durante un tiempo en Siquem, y entraron en la sociedad de los habitantes urbanos (Gn. 33.18–34.31).

Aprendemos algo de la vida seminómada de los pastores que vivían en tiendas, se desplazaban junto con sus rebaños, a veces a distancias considerables, en busca de pastos y pozos, y a veces teniendo que luchar con otros (Gn. 13.5–11; 18.1–8; 21.25–31; 24.62–67; 26.1–33; 29–31; 33.12–17; 36.6–8). Las posesiones que valoraban los patriarcas eran las ovejas, los asnos, los bueyes, las manadas y rebaños, y aun los *ganado (Gn. 12.16; 13.5, 7; 20.14; 21.27–30; 30.29; 31.1–10, 38; 32.13–16; 34.28; 46.32; 47.16–18). El término *“camello” (behēmâ) es amplio en algunos pasajes y se refiere, por lo tanto, a bestias pequeñas, aunque no cabe duda de que los patriarcas realmente poseyeron ganado en un sentido de la palabra, “bueyes”, bāqār (Gn. 12.16; 20.14; 21.27; 34.28). Los *viajes parecen haber sido comunes. Abraham se trasladó de Ur en Mesopotamia a Egipto en el curso de su vida; Jacob viajó de Palestina a Harán, y luego regresó (Gn. 28; 35), y posteriormente fue a Egipto. Probablemente existían rutas comerciales muy activas utilizadas por los mercaderes, un grupo de los cuales llevó a José a Egipto (Gn. 37.28–36).

Los relatos patriarcales mencionan gobernantes contemporáneos, el faraón de Egipto (12.15, 17, 20), ciertos “reyes” (heb. meleḵ) orientales, Amrafel de Sinar, Arioc de Elasar, Quedorlaomer de Elam, y Tidal, rey de Goim (14.1), pequeños gobernantes de la región de Sodoma y Gomorra (14.2), *Melquisedec, rey de Salem (14.18), Abimelec, rey de Gerar (20.2; 26.1, etc.), ciertos “jefes” de Edom (heb. ˓allûf), y reyes posteriores de Edom (Gn. 36.19, 31), “jefes” de los horeos (Gn. 36.29), y los jefes de Esaú (Gn. 36.40–43). Hasta la fecha no ha sido posible identificar a ninguno de estos personajes en registros históricos. Algunos deben de haber sido gobernantes muy insignificantes por cierto, y quizás las familias patriarcales seminómadas les prestaron atención solamente debido a la necesidad que tenían de lugares de pastoreo y agua. En algunos casos pactaron con ellos (Gn. 14.13; 21.27; 26.28s), pero en la mayor parte de los casos se movían libremente de un lado a otro en la sociedad dimórfica de su época.

La vida diaria de los patriarcas estaba regida por una serie de costumbres de vieja data y extendido uso. Los patriarcas y su parentela estaban organizados tribalmente, en unidades sociales interrelacionadas que comprendían grandes familias o clanes (Gn. 12.1–5; 24.1–9; 28.1–5). El sistema era patriarcal. Leemos sobre “la casa de tu padre” (bêṯ ˒āḇ) en Gn. 12.1; 24.38–40, o simplemente “la casa del patriarca” (Gn. 24.2; 31.14, 43; 36.6; 46.26–27, 31; 47.12; 50–8). En una sociedad de esa naturaleza, el padre, como jefe de la familia, tenía amplios poderes. Normalmente el hijo mayor lo sucedía como heredero de su posición y su propiedad. En ausencia de un heredero natural un esclavo podía convertirse en heredero (Gn. 15.2s), o el hijo de una esclava que se hubiera convertido en esposa subsidiaria (Gn. 16.1ss). En este último caso, si nacía un hijo se lo consideraba como hijo de la esposa verdadera que había presentado a la esclava a su marido. Esta disposición se aplicaba cuando la esposa daba su consentimiento, y no cuando el marido tomaba una esposa secundaria por su propia cuenta. Los matrimonios de Abraham con Agar (Gn. 16.1–4) y Cetura (Gn. 25.1–6) ofrecen un buen ejemplo de estos dos tipos de unión (cf. Gn. 30.3, 9). Se presentaban problemas cuando la verdadera esposa daba a luz a un hijo después del nacimiento de un hijo por parte de la esposa secundaria. En la sociedad patriarcal, aparentemente el verdadero hijo se convertía en heredero (Gn. 15.4; 17.19), aunque Gn. 21.10 sugiere que esto no debe haber sido automático. Sara tuvo que insistir en que Ismael no fuera heredero junto con su propio hijo Isaac.

El matrimonio era un asunto complejo. En la sociedad de esa época los ricos y los poderosos podían tomar más de una esposa, pero en general el matrimonio era monogámico. En la práctica, sin embargo, el marido podía tomar una concubina o esposa secundaria, con relativa facilidad, por su propia iniciativa; o si la pareja no podía producir el heredero deseado, la esposa podía entregarle una esclava. En la sociedad patriarcal Jacob y Esaú tuvieron más de una mujer de igual categoría (Gn. 26.34s; 29). Abraham se volvió a casar después de la muerte de Sara (Gn. 25.1s), y Nacor tuvo hijos de una concubina (Gn. 22.20ss).

Parecería que se prefería el casamiento endogámico, o sea dentro de la misma familia, p. ej. Abraham y Sara, Nacor y Milca (Gn. 11.27–30), Jacob y Raquel, Jacob y Lea, Isaac y Rebeca, Esaú y la hija de Ismael.

Es evidente que algunas de las costumbres patriarcales fueron prohibidas posteriormente por la ley mosaica, p. ej. el casamiento con dos hermanas (cf. Lv. 18.18), o con la propia hermanastra (Gn. 20.12; cf. Lv. 18.9, 11; Dt. 27.22).

En el caso de Jacob vemos que tuvo que prestar servicios al que había de ser su suegro a cambio de su esposa (Gn. 29.18s, 27s). No tenemos manera de saber si se trataba de una práctica común o no. Puede haber sido una costumbre aramea, o exclusiva de una zona del N de la Mesopotamia. Probablemente la práctica estaba más extendida que lo que los elementos con que se cuenta nos permiten determinar.

En un caso, por lo menos, se le prohibió contraer nuevos matrimonios a un hombre (Gn. 31.50).

La bendición patriarcal era importante, y una vez otorgada no se podía revocar (Gn. 27; 48–49). En Gn. 27 el hijo mayor abandonó su derecho de primogenitura y el menor recibió la bendición (vv. 22–29). Habría sido normal, sin embargo, aunque no automático, que el mayor recibiera la bendición.

Vamos a considerar las posibles comparaciones con otros antiguos documentos del Cercano Oriente. Existen ciertos paralelos entre las costumbres patriarcales y las prácticas contemporáneas, pero también hay una cantidad de rasgos que no tienen paralelo fuera de allí, y que parecen ser específicos de las costumbres patriarcales según nos las pinta el relato de Génesis.

Pocos detalles encontramos en asuntos de religión. Es evidente que los patriarcas eran conscientes de la necesidad de depositar fe en Dios en forma personal, ya que él los había guiado toda su vida, y los estimulaba con sus promesas (Gn. 12.1–3; 15.4s; 17; 28.11–22, etc.). Con respecto a la guía, Dios no estaba restringido a un lugar particular, sino que hizo sentir su presencia en Ur, Harán, Canaán, o Egipto (cf. Gn. 35.3). Una vez que los patriarcas entendían cuál era la voluntad de Dios, el único curso que tenían por delante era creer y obedecer (Gn. 22). La oración y el ofrecimiento de sacrificios constituían parte del culto regular de los patriarcas (Gn. 12.8; 13.4, 18; 26.25; 35.1, 3, 7). La circuncisión era un rito religioso que marcaba a los que pertenecían a la familia del pacto. Tan intensamente conscientes estaban los patriarcas de la actividad de Dios en medio de ellos, que tanto a ciertos lugares como a sus propios hijos, les ponían nombres de acuerdo con alguna circunstancia vinculada con la relación de Dios con ellos (Gn. 16.11, 14, todos los nombres de los hijos de Jacob en Gn. 29.31ss; cf. Gn. 32.30; 35.15, etc.). Aparentemente cada patriarca tenía su propio nombre para Dios, lo que sugiere cierto sentido de relación personal, el “temor”, o como sugirió W. F. Albright, el “pariente” (pahaḏ) de Isaac (Gn. 31.42, 53), el “Fuerte” (˒abı̂r) de Jacob (Gn. 49.24). Podríamos decir que este sentido de relación personal, el conocimiento de las promesas de Dios, y el tener conciencia de que la obediencia a la ley de Dios forma parte de la esencia de la fe verdadera, constituyen la médula de la religión patriarcal.

Debemos destacar dos rasgos de la sociedad patriarcal, a saber el concepto de pacto y el de elección. Ya sea directamente (Gn. 15.18; 27.7, 10–11, 13, 19) o indirectamente, el pacto de Dios con Abraham, Isaac y Jacob es profundamente significativo en la religión patriarcal. En el pacto Dios formalizó un vínculo recíproco con Abraham y sus descendientes, mediante un compromiso sumamente solemne que comprendía la promesa y la elección divinas de Abraham y sus descendientes (Gn. 12.1–3; 13.14–17; 15.18–21; 17.5–8, etc.). Por medio de Abraham y sus descendientes Dios llegaría a toda la humanidad (Gn. 12.3; 18.18; 22.17–18; 26.4; 28.14). Había determinado actuar de esta manera específicamente por medio de esa familia elegida (Gn. 17.18–19; 21.12). Los conceptos gemelos de pacto y elección son tópicos importantes en el cuadro que ofrece Gn. de la religión patriarcal.

II. Los descubrimientos modernos y la era patriarcal

Es difícil determinar la fecha precisa de la época patriarcal, pero hay buenas razones para ubicarla en la edad del bronce media, ca. 1850–1570 a.C. (* Abraham). Esta determinación está basada en la suposición de que los conocimientos arqueológicos y epigráficos pueden proporcionar información contemporánea. Actualmente se sostiene ampliamente este punto de vista, aunque autores como T. L. Thompson y J. van Seters ubican las tradiciones patriarcales en su totalidad en la edad de hierro, ya que adoptan la suposición de que se trata de creaciones literarias tardías e imaginarias. Para tales autores la arqueología no puede reconstruir un fondo “histórico” para el contenido de la era patriarcal, ya que según la definición que ofrecen el mismo no existe. Más adelante volveremos a esta cuestión. El siguiente esquema ofrece una idea de los descubrimientos más importantes de los últimos años. Debemos reconocer que las grandes colecciones de documentos antiguos recuperados sólo representan una pequeñísima proporción de todo lo que se escribió en los tiempos antiguos, y que en general son elementos que sobrevimeron accidentalmente.

a. Pueblos

Una variedad de pueblos se mencionan en los relatos patriarcales: egipcios, amorreos, elamitas, cananeos, horeos, edomitas, hititas. Gn. 14 parece referirse a cuatro grupos específicos. No es posible identificar a todos los grupos mencionados. Así, es posible que los horeos y los hurritas no sean los mismos. Por cierto que están relacionados con Edom y el S de la Palestina en Gn. 36.20s. Cabe la posibilidad de que los hititas de Gn. 23 no sean los hititas de Anatolia. Más bien se trata de un grupo de pueblos de la zona relacionados con los cananeos (Gn. 10.15). Es verdad que en la primera parte del 2º milenio hubo considerables movimientos de pueblos en el Cercano Oriente de la antigüedad, y en consecuencia sería de esperar que hubiese toda clase de pueblos en Canaán. En esa medida los relatos patriarcales reflejan las circunstancias de este período de una manera general.

Dos grupos de pueblos pueden resultar de particular interés, los hapiru y los binyaminitas de Mari. Los hayiru fueron ampliamente conocidos, tanto geográficamente como durante un largo período de tiempo. A Abraham se le llama hebreo en Gn. 14.13. Esto puede significar que se lo reconocía como perteneciente a los hapiru, pueblo muy ubicuo. Los binyaminitas eran elementos seminómades de la sociedad dimórfica en la región de Mari, y mucho podemos ganar por el estudio de lo que pueda saberse acerca de este grupo en los documentos de Mari. Hay numerosos paralelos, a nivel sociológico, con la sociedad patriarcal.

b. Ciudades

Las excavaciones han demostrado que en la primera parte del 2º milenio a.C. el antiguo Cercano Oriente heredó una antigua civilización, y que ya existían varias de las ciudades mencionadas en los registros patriarcales (véase I, sup.). Podemos conocer ciertos detalles de la vida en esas ciudades por las ruinas de las casas, la alfarería y las obras artísticas, las herramientas y las armas, y en algunos casos por los registros escritos que quedaron entre las ruinas. La ciudad de Harán (Gn. 11.31–32), por ejemplo, se conoce por tablillas de arcilla encontradas en *Mari. Las tablillas de *Ebla se refieren a un cierto número de ciudades en Canaán que se encontraban dentro del ámbito de sus intereses comerciales. Los importantes registros egp. conocidos como textos de execración, que datan del ss. XIX a.C., se refieren a varias que existían en Canaán en esa época, incluida Jerusalén (Gn. 14.18). Por cierto que se puede afirmar que una cantidad de ciudades de la edad del bronce media, tales como Meguido, Hazor, Laquis, Gezer, Jericó, y Siquem, entre otras, ya existían. Fuera de Canaán había grandes ciudades como Mari a orillas del Éufrates, cuyos registros escritos son de considerable significación para la descripción de la sociedad de la zona. A pesar de la riqueza de material, no estamos más cerca de determinar la fecha exacta de los patriarcas, debido a que estas ciudades tuvieron una existencia de muchos siglos. Es probable que todo lo que podamos afirmar con certeza sea que los relatos patriarcales no podrían referirse a un período anterior a aquel en el cual iniciaron su existencia las ciudades mencionadas.

c. Nombres personales

Los numerosos nombres en los registros patriarcales permiten la comparación con los sistemas nominales conocidos por los registros existentes en tablillas. Se pueden hacer numerosas comparaciones. Es así que el nombre Abram aparece con diversas variantes, como p. ej. A-ba-am-ra-am, A-ba-am-ra-ma, A-ba-ra-ma, en una diversidad de textos en regiones semíticas orientales que abarcan un extenso período de tiempo, de modo que este nombre poco sirve para una determinación precisa de fechas. Nombres como Ya˒qub-ilu (Jacob-el) aparecen tanto a principios como a fines del 2º milenio. También hay corroboración de algunos de los nombres de las doce tribus, como Simeón, Asur, Benjamín. Nombres como Ismael e Israel consisten en elementos verbales más el nombre de la deidad, Él. Otros nombres, como Isaac, probablemente sean hipocorísticos (nombre especial o cariñoso) formados exclusivamente por elementos verbales, p. ej. Isaac (yiṣḥāq), ‘ríe’, ‘se burla’, ‘juega’, o ‘acaricia” (Gn. 17.17; 18.12; 21.6). Se han llevado a cabo amplios estudios de nombres semíticos occidentales, amorreos, de Mari, etc., y se puede afirmar que el sistema nominal patriarcal tuvo muchos paralelos, en la primera parte del 2º milenio por cierto, pero también durante un período mayor, de modo que si bien nos ayuda a comprender mejor el sistema nominal patriarcal mismo, no nos ayuda a fechar a los patriarcas.

d. Viajes, intercambio, y comercio

En esa época los *viajes eran frecuentes y el *comercio considerable en todo el Cercano Oriente. Tablillas de arcilla procedentes de Capadocia indican que en una época tan temprana como el 2000 a.C. había intercambio comercial con cobre y lana entre Asia Menor y Asiria. Otros registros relatan movimientos de ejércitos y el transporte de botín, etc., en todo el Cercano Oriente. Grandes rutas cruzaban de Mesopotamia al Asia Menor y Palestina, y otras bajaban a Egipto. Resulta evidente que una gran carretera atravesaba la Transjordania (el *camino real, Nm. 20.17), de lo cual da testimonio la línea de antiguas ciudades a lo largo de la ruta, no lejos de la carretera moderna. Ilustraciones procedentes de Beni-hasán en Egipto, fechadas alrededor del 1900 a.C., muestran nómadas de viaje, posiblemente artesanos metalistas, de la zona de Palestina. Por ellos podemos tener una buena idea de la vestimenta y los artículos personales de esta gente en la época de Abraham. Sus principales bestias de carga parecen haber sido los asnos y los burros. Finalmente, las tablillas de *Ebla de ca. 2.300 a.C. nos introducen en la amplia zona comercial que cubrían los mercaderes de Ebla, y hacen ver la gran actividad existente en materia de viajes, intercambio y comercio, mucho antes del período que estamos proponiendo para la época patriarcal.

e. Las costumbres de la época

Podemos conocerlas gracias a los cientos de miles de tablillas de arcilla que representan los documentos de la vida diaria, legales, comerciales, religiosos y privados. Además, hay algunas importantes listas de leyes, tales como las leyes de Hamurabi (alrededor de 1750 a.C.), el código de la ciudad de Esnunna (s. XIX o XVIII a.C.), y los códigos sumerios fragmentarios pertenecientes a los reyes de Lipit-Istar y Ur-nammu (ss. XXI-XIX a.C.). De los documentos privados y personales debemos mencionar los de *Nuzi (ss. XV y XIV a.C.), *Mari (s. XVIII a.C.), Ras Shamra (*Ugarit, ss. XIV a.C.) y *Alalak (ss. XVII y XV a.C.). Combinados todos ellos proporcionan un cuadro de la vida en el N de la Mesopotamia en el período 2000–1500 a.C., y ofrecen un conjunto de información con el cual podemos estudiar las costumbres patriarcales. Es evidente que los documentos de los ss. XV y XIV nos llevan más allá de lo que estamos proponiendo como la época patriarcal, de modo que debemos utilizarlos con cierta precaución. Las costumbres cambian a lo largo de los años, pero a menudo reflejan prácticas más antiguas, y no sería imposible encontrar datos valiosos sobre la vida en el ss. XVIII a.C. leyendo documentos del ss. XV a.C. En general, sin embargo, los documentos de la misma época constituyen las fuentes de datos más confiables.

Poco después del descubrimiento de los documentos de Nuzi en los años 1925 a 1931, los eruditos propusieron muchos paralelos entre las costumbres de Nuzi y las costumbres patriarcales. Con el descubrimiento de un número cada vez mayor de documentos de otros lugares, y de siglos anteriores, podemos ver ahora que los textos de Nuzi no son tan pertinentes para los relatos patriarcales como una vez se pensó. En Nuzi se buscaron, y se encontraron, paralelos en lo referente a adopción, matrimonio, herencia, casamientos con la hermana de la esposa, adopción de hermanas, las “últimas palabras” de un patriarca antes de morir, el cumplimiento de un período de servicio antes de poder pedir una mujer en matrimonio, la entrega de una esclava como regalo de casamiento, y varias otras costumbres. Escritores como C. H. Gordon y E. A. Speiser defendieron vigorosamente el punto de vista de que los documentos de Nuzi nos ofrecían una rica fuente para establecer paralelos con los patriarcas. Actualmente se ha comprobado que de las 4000 tablillas cuneiformes no se ha citado más de una docena. Un concomitante de este punto de vista es que se buscó ubicar la era patriarcal en el ss. XIV a.C., sobre la base de vínculos con las costumbres que encontramos en los documentos de Ugarit, el-Amarna, y Nuzi.

En realidad, mientras más pruebas encontramos en las tablillas, más fácil resulta descubrir paralelos en materiales más antiguos. Así, el mejor ejemplo de adopción se encuentra en una antigua carta babilónica de Larsa, en la que se afirma que un hombre sin hijos podía adoptar a su propio esclavo, aspecto de la adopción que no encontramos en Nuzi. La adopción del hijo de una esclava de la esposa aparece en un solo texto de Nuzi. Era más común que el esposo se casara con una segunda mujer, o que adoptara a su propia esclava como concubina. Pero la mayor parte de las prácticas relativas a las esposas secundarias se conocen por textos de otros lugares del antiguo Cercano Oriente. Las últimas palabras de un patriarca a la hora de su muerte no tienen paralelo en Nuzi, y el casamiento con la hermana de la esposa que propone E. A. Speiser carece de verdadero fundamento, tanto en Nuzi como en Gn. 12–50. Parecería que no existe ninguna relación especial entre las tablillas de Nuzi y los relatos patriarcales. Sin embargo, no carece de valor la búsqueda de paralelos. En sentido general se puede discernir que las costumbres de los relatos patriarcales pertenecen a una sociedad no muy diferente de la que conocemos por las tablillas de principios del 2º milenio a.C. Sin embargo, muchas de las costumbres perduraron varios siglos, y no resultan lo suficientemente precisas para efectuar determinaciones cronológicas, aunque pueden resultar útiles para estudios sociológicos. Una de las más fructíferas líneas de investigación es el estudio de la vida nómada y la sedentarización en las antiguas sociedades dimórficas del Cercano Oriente, como la de Mari. Si combinamos dicho estudio con una continua búsqueda de paralelos en las costumbres, podremos quizá obtener una idea más clara, tanto de la sociedad patriarcal como del período de la época patriarcal. Es importante que comprendamos también que puede no haber un paralelo específico entre el material extrabíblico y una determinada costumbre patriarcal, debido a que se trataba de una peculiaridad del grupo patriarcal.

III. El valor histórico de los registros patriarcales

Se puede afirmar que en general se ha producido un cambio notable en los métodos de estudio desde los días de J. Wellhausen a fines del ss. XIX. Wellhausen sostenía que no se podía lograr ningún conocimiento histórico de los patriarcas sobre la base de los registros bíblicos, sino que estos eran más bien reflejo de los tiempos de quienes escribieron los relatos mucho después. No está totalmente olvidado este punto de vista, que ha sido planteado nuevamente por Thomas L. Thompson (1974) y J. van Seters (1975). Van Seters ha planteado la cuestión del grado en que la tradición oral sirve de base a los relatos de Gn., y se inclina a creer que su influencia es mínima. Argumenta que es imposible identificar en forma específica los nombres personales, los lugares, los pueblos, y las costumbres de los relatos patriarcales. No encuentra lugar específico para los patriarcas en los acontecimientos mundiales, y sostiene que muy poco contribuye la arqueología, si es que lo hace en alguna medida, a dilucidar su marco. También recalca los llamados anacronismos, como los camellos y los filisteos. Por ello pone en tela de juicio toda la búsqueda de paralelos con el 2º milenio y piensa, en cambio, que las tradiciones fueron en su mayor parte moldeadas por y para la comunidad religiosa y social de una época posterior, incluido el período del exilio. Esta actividad literaria tardía debe tener prioridad cuando se discuten los registros de Génesis. Los temas de la promesa divina a Abraham y el pacto fueron usados por los escritores con el fin de apoyar la ideología dinástica de la monarquía, pero se trataba de invenciones tardías. Thompson sigue una línea bastante similar, aunque hay diferencias de detalle entre su enfoque y el de van Seters. Ambos autores han sido severamente criticados. Otros escritores modernos que han cuestionado el valor histórico de los registros patriarcales son A. Alt y M. Noth, aunque ambos parecen admitir que bien puede haber importantes elementos de tradición con valor histórico originados en épocas anteriores.

Podemos aceptar que una generación de estudiosos ha llegado a conclusiones excesivas en los últimos años acerca de ciertos aspectos de los relatos patriarcales. Pero es una reacción extrema negar que dichos relatos carecen de todo valor histórico. La fuerza misma de las ideas teológicas de promesa y pacto nos dice que los patriarcas fueron algo más que invenciones literarias.

Muchos aspectos históricos quedan sin resolver. Es imposible fechar el período con exactitud, y por el momento no es posible llegar a una definición precisa de la sociedad patriarcal y sus costumbres en función de una sociedad contemporánea afín. Pero la mayor parte de los eruditos actuales parecen estar dispuestos a tratar los registros patriarcales con mucho más respeto, en lo que hace a su valor histórico, que algunos estudiosos anteriores. Lo mejor, por el momento, es quedar a la espera de mayores elementos testimoniales que puedan aportar las diversas fuentes. Un mayor grado de investigación podría permitir a los estudiosos sintetizar con mayor precisión el material bíblico y no bíblico. Mientras tanto, se mantienen invariables las grandes doctrinas teológicas como el pacto, la elección, la fe, la obediencia, y la promesa. Estas doctrinas han constituido el fundamento de la fe de Israel a través de los siglos, y han influido marcadamente en la fe de los cristianos. Pacos autores disentirían con esta última afirmación, cualquiera sea su punto de vista sobre la historicidad de los relatos de Génesis.

Bibliografía. °J. Bright, La historia de Israel, 1985, cap(s). 2; °R. de Vaux, Historia antigua de Israel, 1975; S. Moscati, Las antiguas civilizaciones semíticas, 1966; F. F. Bruce, Israel y las naciones, 1979; M. Noth, Historia de Israel, 1966; A. Lods, Israel, 1956; S. Herrmann, Historia de Israel, 1979.

J. Bright, A History of Israel², 1972, cap(s). 2; H. Cazelles, DBS, fasc. 36, cols. 81–156; W. G. Dever, “Palestine in the Second Millennium BCE: the Archaeological Picture”, en J. H. Hayes y J. M. Miller, Israelite and Judaean History, 1977, pp. 70–120; N. Glueck, “The Age of Abraham in the Negeb”, BA 18, 1955, pp. 2ss; BASOR 149, feb. 1958, pp. 8ss; 152, dic. 1958, pp. 18ss; id., The Other Side of Jordan, 1940; id., Rivers in the Desert, 1959; C. H. Gordon, “Biblical Customs and the Nuzu Tablets”, BA 3, 1940, pp. 1ss; K. M. Kenyon, “Palestine in the Middle Bronze Age”, CAH, 2/1, pp. 77–116; J. R. Kupper, Les Nomads en Mésopotamie au temps des rois de Mari, 1957; J. T. Luke, “Abraham and the Iron Age, Reflections on the New Patriarchal Studies”, JSOT 4, 1977, pp. 35–47; H. H. Rowley, “Recent Discovery and the Patriarchal Age”, BJRL 32, 1949–50, pp. 44ss; M. J. Selman, “The Social Environment of the Patriarchs”, TynB 27, 1976, pp. 114–136; E. A. Speiser, JBL 74, 1955, pp. 252ss; id., Genesis, AB, 1964; T. L. Thompson,. The Historicity of the Patriarchal Narratives, 1974; R. de Vaux, Histoire ancienne d’Israel, 1971, pp. 157–273; J. van Seters, Abraham in History and Tradition, 1975; C. J. Mullo Weir, “Nuzi”, en D. W. Thomas (eds.), Archaeology and Old Testament Study, 1967, pp. 73–86; D. J. Wiseman, BS 134, 1977, pp. 123–130; 137, 1977, pp. 228–237.

J.A.T.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico