PECAR, PECADO, PECADOR

(hamartanein, hamartí­a, hamartólos)

Hamartéma, hamartia: “error, falta”; hamartanein: “fallar el golpe, engañarse, cometer una falta” y, por extensión, “pecar”. El pecador (hamartólos) es culpable delante de Dios por causa de sus faltas.

Sucede que Pablo habla de pecados (1 Cor 6,18; 7,28.36; 8,2; 15,34; 2 Cor 11,7; Rom 14,23) y su convicción es entonces que la muerte de Cristo libera de ellos al creyente, reconciliándolo con Dios (1 Cor 15,3, comparado con 15,17; 2 Cor 5,21; Gal 1,4; Rom 3,25; 5,8). Pero no es esto lo esencial de la reflexión de Pablo y el tema del perdón de los pecados está prácticamente ausente de su reflexión (la única excepción es Rom 4,7-8, citando el Sal 33,1-2; cf. también Rom 11,27). La originalidad de Pablo reside en su reflexión sobre “el” pecado (en singular) como fuerza que subyuga a la humanidad (Rom 1-8).

Los hombres están bajo el dominio del pecado (Rom 3,7.9.23; cf. 2,12), que no es aquí­ la falta moral, sino la falta de fe, la incredulidad que empuja al hombre a situarse a sí­ mismo como referencia propia (Rom 1,18-31). Es la ley la que hace aparecer la actitud de los paganos como pecado (1 Cor 15,56; Rom 3,20; Gal 3,22), mostrando la inutilidad de su búsqueda. Pero para los judí­os, la ley misma es la ocasión del pecado (Rom 7,10), al hacerse sujeto de adoración y de glorificación en vez de conducirlos a Dios (Rom 2,12-15.17-29).

Adán es el tipo de todos los hombres que reproducen, después de él, la revuelta de la humanidad contra Dios (Rom 5,12-21). La muerte, salario del pecado, es aquí­ ruptura de la comunión con Dios (5,12-14.16). Sólo la obediencia de Cristo que no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios (Flp 2,6), es decir, que no cometió “el” pecado, permite la justificación del creyente (Rom 5,19-21).

Liberado del pecado, es decir, restablecido en la comunión con Dios, el cristiano no tiene que estar ya sometido al pecado (Rom 6,1-2.6-7.10-18.20.22-23). El indicativo: hemos muerto al pecado (Rom 6,1) conduce al imperativo: que el pecado no reine en vuestros corazones (6,12). Después de subrayar una vez más la fuerza del pecado en cada uno de los hombres (Rom 7,5.7-9.11.13.14.17.20.23.25), Pablo concluye sin embargo: No hay ninguna condenación para los que estén en Cristo Jesús, ya que la ley del Espí­ritu que da la vida en Jesucristo me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte (Rom 8,2-3.10).

La tradición paulina destaca más bien la comprensión tradicional: se comprenden “los pecados” en plural (Ef 4,26; 1 Tim 1,9.10; 5,20.22.24′; 2 Tim 3,6; Tit 3,11) y la salvación reside en su perdón en Cristo (Col 1,14; Ef 2,1; 1 Tim 1,15).

E. Cu.

AA. VV., Vocabulario de las epí­stolas paulinas, Verbo Divino, Navarra, 1996

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas