PLURALISMO TEOLOGICO

En el estudio y en la profundización de los contenidos de la revelación, el pluralismo teológico es una realidad de hecho que surge de los diversos métodos y lenguajes, de las diversas filosofí­as y expresiones que los teólogos utilizan para expresar el mensaje cristiano en términos comprensibles para el hombre contemporáneo, dentro siempre de la fidelidad a la tradición recibida.

En cierto sentido, el pluralismo teológico es tan antiguo como el cristianismo. En efecto, va en los libros del Nuevo Testamento es posible encontrar entre los diversos autores no sólo una diversidad de estilo, sino también y sobre todo un modo distinto de presentar las verdades que Dios ha querido comunicarnos para nuestra salvación, hasta el punto de que los exegetas han podido hablar de varias “teologí­as del Nuevo Testamento”. Con la época patrí­stica, cuando la reflexión teológica se encuentra en su propio camino con los diversos sistemas filosóficos de la época, se profundiza más aún el pluralismo teológico, Baste pensar en la manera diversa con que en Oriente y en Occidente se forma y se desarrolla la teologí­a de la gracia. En el perí­odo escolástico, bajo la influencia de las órdenes religiosas y de las nacientes universidades, el pluralismo teológico se manifestará en las diversas escuelas teológicas, basadas en diversos sistemas de pensamiento, como el platonismo, el neoplatonismo, el aristotelismo, etc. Por el contrario, en la época moderna, debido a la amenaza de la Reforma protestante primero y de la i1ustración después, se frenó nótablemente su desarrollo. Un testimonio elocuente de este hecho son los manuales neoescolásticos, en los que se utiliza un lenguaje lo más común y universal posible para localizar mejor a los diversos “adversarios” de una tesis determinada, y sobre todo la encí­clica Aeterni Patris, de León XIII, publicada el 4 de agosto de 1879, que informó a la reflexión teológica durante casi un siglo (cf. DS 3135-3140).

El problema del pluralismo teológico volvió a cobrar consistencia en torno a los años cincuenta, cuando, en reacción contra el predominio casi absoluto de la filosofí­a y teologí­a neoescolástica, los teólogos intentaron nuevos caminos: baste pensar en la Lebensteologie, en la teologí­a kerigmática, en la Nouvelle Théologie, en todas las discusiones sobre “la filosofí­a cristiana o las filosofí­as cristianas”. La encí­clica Humani generis, de pí­o XII, de 1950, se fijará en estos “rerum novarum studiosi” y seguirá enfrentándose con el problema del pluralismo teológico dentro de la perspectiva del neotomismo leoniano (cf. DS 3875-3899).

Durante el concilio Vaticano II chocaron estas dos tendencias opuestas, pero en los textos definitivos se abandonó el planteamiento de la neoescolástica y se abrieron notables puertas a la posibilidad del pluralismo, no sólo a nivel genérico (GS 33,44), sino también a nivel especí­fico, en el terreno de la cultura (GS 59,62), de la polí­tica (GS 75), de la conciencia (DH 2), etc.

Después del concilio Vaticano II la cuestión del pluralismo teológico conoció un desarrollo ulterior. debido especialmente a los siguientes motivos: a) el afán por asimilar las justas instancias del pensamiento filosófico contemporáneo: b) la apertura ecuménica a las confesiones cristianas no católicas y a las religiones no cristianas; c) las adquisiciones histórico-crí­ticas en el terreno de los estudios bí­blicos, de la historia de los dogmas, de las doctrinas y de las instituciones: d) la secularización, la influencia del marxismo, la conciencia de cambio de situación pastoral: e) el problema hermenéutico.

El pluralismo teológico es un dato esencial en la profundización de la fe por dos razones principales: a) la naturaleza de la Revelación cristiana que, como autocomunicación y automanifestación de Dios, no puede traducirse en una expresión plenamente adecuada del lenguaje humano: b) el hecho de que esta revelación de Dios se recibe en las situaciones históricas concretas del creyente. Naturalmente, hay que poner mucha atención para que este pluralismo teológico, católicamente legí­timo, no degenere en la disolución de la fe, sino que siga siendo siempre “unidad en la diversidad”.

G. Occhipinti

Bibl.: C. Vagaggini, pluralismo teológico, en NDT 11, 1349-1365: W Henn, Pluralismo teológico, en DTF~ l059-l062; Comisión Teológica Internacional, El pluralismo teológico, BAC. Madrid 1973; K. Rahner, El pluralismo en teologí­a y la unidad de confesión en la Iglesia, en Concilium 46 (1969) 427-488: W Kasper, Unidad y pluralismo en teologí­a, Sí­gueme, Salamanca 1969: AA. W Diversas teologí­as, responsabilidad comun , en Concilium 191(1984).

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

El pluralismo teológico deberí­a entenderse dentro de todo el contexto del pluralismo como tal. La palabra pluralismo generalmente se refiere a una situación en la que una variedad de sistemas de pensamiento, visiones del mundo o explicaciones de la realidad coexisten sin que ninguna de ellas adquiera hegemoní­a sobre las otras. Por muchas razones, el pluralismo puede decirse que caracteriza a la sociedad contemporánea en su conjunto. Primeramente, la filosofí­a occidental de estos últimos siglos ha enfatizado el papel del sujeto en el acto de conocer, con el-resultado de que .se ha puesto mayor atención en los aspectos personales y situacionales del conocer. Se pone énfasis no tanto en la afirmación de verdades eternas, sino en puntos de vista y perspectivas evolutivas. Las ciencias fí­sicas también han aclarado la importancia de los marcos de referencia, como puede verse, por ejemplo, en un cambio tan revolucionario en la visión del mundo como el representado por la teorí­a de la relatividad. Los campos de la historia y de la hermenéutica, por su parte, han centrado su atención en el hecho de que los sujetos están siempre, hasta cierto punto, condicionados por el tiempo y el espacio. Además, el desarrollo de medios más efectivos de comunicación de masas ha roto el aislamiento cultural, con el resultado de que los individuos son conscientes de y están influidos por una gama más amplia de puntos de vista. La ética cientí­fica de la libre investigación, a su manera, contribuye al pluralismo,. como lo hacen conceptos polí­ticos tales como la libertad de expresión y la libertad religiosa. Todos ellos tienden a promover el libre intercambio de ideas y el sometimiento de varios puntos de vista, en pie de igualdad, ante el tribunal abierto de la razón y de la experiencia humanas. El resultado es que la sociedad contemporánea es marcadamente pluralista; algunos dicen que lo es irreversiblemente.

El pluralismo se puede distinguir del relativismo epistemológico. Este último afirma que todos los puntos de vista son igualmente válidos, modo éste de ver que conduce rápidamente a la autocontradicción, puesto que admite la validez de su propia negación. Si, en cambio, el pluralismo se entiende como la postura según la cual una variedad de conceptualizaciones pueden complementarse unas a otras sin contradicción al explicar una realidad dada, no tiene por qué ser inconsecuente con una epistemologí­a crí­ticamente realista,-que rechaza con firmeza el escepticismo y que afirma a la vez cierto conocimiento de la realidad, explicando cómo es posible tal conocimiento.

El pluralismo teológico se refiere a la situación en la que los teólogos, al desarrollar la tarea de la teologí­a que ha sido clásicamente expresada como fides quaerens intellectum (la fe que busca comprenderse), utilizan diversos discursos de pensamiento y experiencia humanos para explicar el mensaje cristiano en términos que sean a la vez fieles a la tradición heredada e inteligibles para los hombres de la época. Hasta cierto punto, este pluralismo teológico es tan antiguo como el propio cristianismo. El NT usa una variedad de expresiones, condicionadas ellas mismas por la composición de las diversas comunidades de la primitiva Iglesia, para expresar doctrinas importantes tales como la identidad de Jesucristo. Así­ los diversos tí­tulos cristológicos (l Cristologí­a: tí­tulos), predominantes algunos entre judeocristianos y otros entre cristianos gentiles, proporcionan un ejemplo concreto de este primitivo pluralismo teológico. La historia subsiguiente del cristianismo también da testimonio de una legí­tima diversidad de aproximación en teologí­a, como las diferencias de perspectiva entre teologí­a oriental y occidental (ver UR 17). Por ejemplo, al explicar los efectos de la salvación, los teólogos orientales poní­an el acento en la divinización de la criatura, mientras que los teólogos occidentales tendí­an a centrar la atención sobre la salvación del pecado original. Además, dentro de cada tradición existí­a una diversidad no pequeña. Agustí­n cita a Cipriano cuando dice que “está permitido pensar de modo diferente, mientras se mantenga el bien de la comunión” (De baptismo lII, 3,5). Más tarde, la teologí­a escolástica, bajo la influencia de las congregaciones religiosas y de las nuevas universidades, exhibió un tipo de pluralismo en sus diversas escuelas de pensamiento, particularmente las basadas en las’ maneras de pensar platónicas más tradicionales, b bien en las aristotélicas nuevamente redescubiertas. Por otra parte, distinciones tales como la de Fides implicita y Fides explicita eran empleadas por los teólogos escolásticos para explicar la unidad en la fe que se obtiene entre los cultos y los incultos, unidad que admite diferencias sustanciales entre tales cristianos por lo que se refiere a las creencias que explí­citamente profesan. La reforma del siglo xvi demostró que algunos tipos de diversidad en teologí­a, e, incluso más aún, en doctrina, no son compatibles con la unidad entre los cristianos. Al mismo tiempo, ayunos intentaron sin éxito hacer sitio a la unidad entre aquellos que no estaban de acuerdo sobre algunas doctrinas especí­ficas, distinguiendo entre artí­culos de fe fundamentales y no fundamentales, intento que no trataba adecuadamente la autoridad de la revelación o del magisterio de la Iglesia, y que por esa razón fue finalmente rechazado por el papa Pí­o XI en la Mortalium animos, de 1927. En general, las comunidades cristianas del perí­odo posterior a la reforma acentuaron una unidad en la fe que no supo valorar en su justo precio el pluralismo teológico, hecho que está testificado no sólo por el creciente énfasis romano-católico sobre la autoridad doctrinal del magisterio, sino también por las muchas divisiones doctrinales no resueltas entre las comunidades protestantes.

El pluralismo teológico tiene interés para la teologí­a fundamental por un sinnúmero de razones. Una de las razones del pluralismo teológico tiene que ver con la naturaleza de la misma revelación cristiana, que, como automanifestación de Dios, es incapaz de expresarse de manera plenamente adecuada en lenguaje humano. San Pablo escribe: “¡Qué profundidad de riqueza, de sabidurí­a y de ciencia la .de Dios! ¡Qué incomprensibles son sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! (Rom 11,33). La carta a los Efesios habla de la incalculable riqueza de Cristo” (Ef 3,8). Tomás de Aquino captó algo de este sentido de la naturaleza trascendente de la verdad revelada en una sentencia citada a menudo: articulus fidei est perceptio divinae veritatis tendens in ipsam (S. Th. II-II, 26, ad 2), frase que indica que la expresión de la verdad divina en lenguaje humano está siempre apuntando más allá de sí­ misma, hacia una realidad divina,más grande que nunca puede captar. Puesto que ninguna expresión se adecúa completamente a la verdad revelada, no sólo es posible una pluralidad de expresiones, sino que también puede ser benéfica si éstas se complementan unas a otras, conduciendo así­ a una penetración más completa de esa verdad:
Otra razón del pluralismo teológico puede encontrarse en el hecho de que la revelación es recibida con fe según el modo del creyente. El teólogo-filósofo del siglo xx B. Lonergan ha aclarado algunos de los múltiples y complejos factores que diferencian a los sujetos entre sí­. Tal diversidad de sujetos conduce casi inevitablemente a una variedad en los modos en que la verdad revelada es recibida y expresada. Aunque cierta diversidad entre sujetos es resultado de la ignorancia, el error o la falta de conversión, y lleva a oposiciones irreconciliablemente contradictorias, no toda variedad es necesariamente de ese tipo. El concilio Vaticano Il bendice aquella diversidad que representa la l inculturación del evangelio cuando, en su decreto sobre la actividad misionera, anima a la Iglesia local a plantar la semilla de la fe en el rico suelo de las costumbres, la sabidurí­a, la enseñanza, la filosofí­a, las artes y ciencias de su propia gente (AG 22; para una aplicación litúrgica de esto ver SC 40). La diversidad resultante en disciplina, liturgia, teologí­a y espiritualidad es considerada como expresión de la catolicidad de la Iglesia (cf LG 23; AG 22; UR 4). El concilio habla varias veces de una legí­tima variedad incluso en el reino de las expresiones teológicas de la doctrina (UR 17; AG 22; GS 62). La variedad no necesariamente impide la unidad de la Iglesia, sino que más bien, por el contrario, podrí­a incluso promoverla (LG 13; UR 16; OE 2). No sólo el reino de la cultura (espacio), sino también el reino de la historia (tiempo) contiene raí­ces de pluralismo teológico. Aquí­ deberí­a advertirse que el desarrollo de la doctrina implica una cierta variación de una época a la siguiente, de modo que la “fe, que de una vez para siempre ha sido transmitida a los creyentes” (Jds 3), ha encontrado expresión en grados variados de adecuación a lo largo de los siglos. Así­, se puede observar un cierto pluralismo teológico en la forma en que figuras como Ignacio de Antioquí­a, Ireneo de Lyon o Buenaventura, históricamente distantes, hablan sobre la única fe. Además, este reino de la historia del pensamiento cristiano debe ser examinado con el telón de fondo de la escatologí­a. Pablo escribe: “Ahora vemos como por medio de un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de una manera imperfecta; entonces conoceré de la misma .manera .que Dios me conoce a mí­” (1Cor 13,12). La naturaleza confusa de la visión de fe durante esta peregrinación terrena garantiza una cierta insuficiencia, que sucesivamente ofrece un margen de legí­tima diversidad entre los teólogos.

Al estar directamente relacionado con la revelación y su recepción en fe, el pluralismo teológico toca así­ varias de las preocupaciones más vitales de la teologí­a fundamental. Además, el pluralismo necesitarí­a ser discutido en cualquier epistemologí­a teológica, es decir, en cualquier consideración de la teologí­a como ciencia (l Teologí­a, IV), otro problema dentro del normal punto de origen de la teologí­a fundamental. Quizá más que ningún otro, el pluralismo teológico plantea la cuestión de una adecuada explicación de la unidad en la fe. ¿Cómo se puede distinguir esa legí­tima variedad, aceptada e incluso bendecida por el concilio Vaticano II, de esa diversidad en la fe que destruye la unidad de la Iglesia? ¿Cómo puede distinguirse el pluralismo teológico del indiferentismo doctrinal? Los criterios para discernir lo que pertenece a la legí­tima diversidad de la expresión de la fe incluirí­an ciertamente la fidelidad a la revelación tal como se expresa en la Escritura y en la tradición, coherencia con el sensus fidelium y aprobación por el magisterio pastoral de la Iglesia. Aquí­ el pluralismo teológico remite a la cuestión de la l ortodoxia, contemplada como una norma para determinar qué posiciones permanecen dentro de la unidad de la fe.

Obviamente, las cuestiones planteadas por el pluralismo teológico son directamente relevantes para el movimiento ecuménico, que en buena parte presupone que la unidad en la fe es un requisito previo para compartir más la vida. Si la comunión plena espera alcanzar la unidad en la fe, es esencial clarificar precisamente lo que se quiere decir con unidad en la fe, especialmente a la luz del hecho de que cierto grado de diversidad teológica es legí­timo. Pero aunque la reflexión sobre el pluralismo teológico se hace evidente, la comunión en la verdad que existe entre cristianos es compleja al incorporar un número verdaderamente grande de sujetos diferentes a la unidad de una única fe. El desafio de explicar esta comunión en la verdad todaví­a no se ha encontrado de manera adecuada.

BIBL.: COMISION TEOLí“GICA INTERNACIONAL, El pluralismo teológico, Madrid 1973; CONGAR Y. Diversités et communion, Parí­s 1982; DUNN D. G., Unity and Diversity in the New Testament, Filadelfia 1977; LONERGAN B., Doctrinal Pluralism, Milwaukee 1971; TRAcY D., Blessed Rage for Order: The New Pluralism in Theology, Nueva York 1975.

W. Henn

LATOURELLE – FISICHELLA, Diccionario de Teologí­a Fundamental, Paulinas, Madrid, 1992

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Fundamental