PRESCIENCIA, PREDETERMINACION

Presciencia significa conocimiento de lo que ha de suceder o existir. En la Biblia, esta palabra tiene que ver principalmente, aunque no de manera exclusiva, con Jehová Dios, el Creador, y con sus propósitos. Predeterminación es la acción de determinar o decidir algo por anticipado.

Los términos griegos. Las palabras que por lo general se traducen por †œpresciencia† y †œpredeterminación† se encuentran en las Escrituras Griegas Cristianas, aunque estos mismos conceptos se hallan reflejados también en las Escrituras Hebreas.
El término †œpresciencia† traduce la palabra griega pró·gno·sis (de pro, †œantes† y gno·sis, †œconocimiento†). (Hch 2:23; 1Pe 1:2.) La forma verbal correspondiente, pro·gui·no·sko, se emplea en dos ocasiones con referencia a los seres humanos: en el comentario de Pablo respecto a ciertos judí­os que lo habí­an †œconocido de antes† y en la referencia que hace Pedro al †œconocimiento de antemano† que tení­an aquellos a quienes dirigió su segunda carta. (Hch 26:4, 5; 2Pe 3:17.) En este último caso es obvio que tal presciencia no era infinita, es decir, no significaba que aquellos cristianos conocí­an todos los detalles sobre el tiempo, el lugar y las circunstancias relacionados con las condiciones y los sucesos futuros que Pedro habí­a considerado. Pero sí­ tení­an una idea general de lo que podí­an esperar, una idea que habí­an recibido gracias a que Dios inspiró a Pedro y a los otros escritores de la Biblia.
†œPredeterminar† traduce la palabra griega pro·o·rí­Â·zo (de pro, †œantes† y ho·rí­Â·zo, †œdelimitar, demarcar†). (La palabra española †œhorizonte† se deriva de la griega ho·rí­Â·zon, que significa †œdelimitador, demarcador†.) Como ilustración del sentido que tiene el verbo griego ho·rí­Â·zo, véase la declaración que hizo Jesús con respecto a sí­ mismo: †œEl Hijo del hombre se va conforme a lo que está designado [ho·ri·smé·non]†; o las palabras de Pablo cuando dijo que Dios †œdecretó [delimitó, ho·rí­Â·sas] los tiempos señalados y los lí­mites fijos de la morada de los hombres†. (Lu 22:22; Hch 17:26.) Este mismo verbo también se usa para hacer referencia a la determinación de los hombres, como, por ejemplo, cuando los discí­pulos †œresolvieron [hó·ri·san]† enviar una ministración de socorro a sus hermanos necesitados. (Hch 11:29.) No obstante, las referencias especí­ficas a la acción de predeterminar que aparecen en las Escrituras Griegas Cristianas solo se aplican a Dios.

Factores que se han de tener presente. Para entender la presciencia y la predeterminación de Dios, es preciso tener presente ciertos factores.
Primero: en la Biblia se dice claramente que Dios puede preconocer y predeterminar. Jehová mismo presenta como prueba de su Divinidad esta capacidad de preconocer y predeterminar acontecimientos de salvación y liberación, así­ como actos de juicio y castigo, y luego hacer que se realicen. Su pueblo escogido es testigo de ello. (Isa 44:6-9; 48:3-8.) La presciencia y la predeterminación divinas constituyen la base de toda profecí­a verdadera. (Isa 42:9; Jer 50:45; Am 3:7, 8.) Jehová desafí­a a todas las naciones que se oponen a su pueblo a que demuestren la pretendida divinidad de aquellos a quienes consideran dioses y de sus í­dolos, pidiendo que sus deidades profeticen actos de salvación y juicio similares y que luego hagan que se cumplan. Su impotencia ante este desafí­o demuestra que sus í­dolos solo †œson viento e irrealidad†. (Isa 41:1-10, 21-29; 43:9-15; 45:20, 21.)
Un segundo factor que debe tenerse en cuenta es el libre albedrí­o de las criaturas inteligentes de Dios. Las Escrituras muestran que Dios extiende a tales criaturas el privilegio y la responsabilidad de elegir lo que quieren hacer, de ejercer libre albedrí­o (Dt 30:19, 20; Jos 24:15), haciéndolas así­ responsables de sus actos. (Gé 2:16, 17; 3:11-19; Ro 14:10-12; Heb 4:13.) Por lo tanto, no son meros autómatas o robots. No se podrí­a afirmar que el hombre fue creado a la †œimagen de Dios† si no tuviera libre albedrí­o. (Gé 1:26, 27; véase LIBERTAD.) Lógicamente, no deberí­a haber ningún conflicto entre la presciencia de Dios, así­ como su predeterminación, y el libre albedrí­o de sus criaturas inteligentes.
Un tercer factor que debe tomarse en cuenta, pero que a veces se pasa por alto, es el de las normas y cualidades morales de Dios reveladas en la Biblia, como su justicia, honradez, imparcialidad, amor, misericordia y bondad. Por lo tanto, la manera de entender cómo Dios usa sus facultades de presciencia y predeterminación tiene que armonizar, no solo con algunos de estos factores, sino con todos ellos. Es evidente que cualquier cosa que Dios preconozca tiene que suceder inevitablemente, por lo que Dios puede llamar a las †œcosas que no son como si fueran†. (Ro 4:17.)

¿Sabe Dios de antemano todo lo que la gente hará?
La cuestión que ahora se plantea es: ¿Es infinito o ilimitado su ejercicio de la presciencia? ¿Prevé y preconoce todas las acciones futuras de todas sus criaturas, tanto celestiales como humanas? Y, ¿predetermina Dios tales acciones o hasta preordina cuál será el destino final de todas sus criaturas, aun antes de que hayan llegado a existir?
O, ¿ejerce quizás Dios su presciencia de manera selectiva o a voluntad, de modo que solo prevea o preconozca lo que opte por prever o preconocer? Y, en lugar de determinar el destino eterno de sus criaturas antes que lleguen a existir, ¿espera hasta poder juzgar su proceder en la vida y la actitud que demuestren al estar bajo prueba? Las respuestas a estas preguntas solo pueden hallarse en las Escrituras y en la información que en ellas se da sobre los tratos de Dios con sus criaturas, así­ como en aquellas cosas que Su Hijo Jesucristo reveló. (1Co 2:16.)

La doctrina del predestinacianismo. La doctrina de que Dios ejerce su presciencia hasta un grado infinito y predetermina o preordina el proceder y el destino de todos los individuos es conocida con el nombre de predestinacianismo. Sus defensores razonan que la Divinidad y la perfección de Dios requieren que sea omnisciente (que todo lo sabe), no solo tocante al pasado y al presente, sino también tocante al futuro. Según este concepto, el que Dios no preconociera todos los asuntos hasta en los mí­nimos detalles serí­a muestra de imperfección. Casos como el de Esaú y Jacob, los hijos gemelos de Isaac, se presentan como prueba de que Dios predetermina el futuro de sus criaturas antes de que nazcan (Ro 9:10-13); también se citan textos como Efesios 1:4, 5 en prueba de que Dios preconoció y predeterminó el futuro de todas sus criaturas aun antes del principio de la creación.
Para que este punto de vista fuera acertado, tendrí­a que armonizar con todos los factores expuestos hasta ahora, lo que incluirí­a la explicación bí­blica de las cualidades, normas y propósitos divinos, así­ como la relación justa de Dios con sus criaturas. (Rev 15:3, 4.) Serí­a conveniente, por lo tanto, analizar las implicaciones de la doctrina del predestinacianismo.
Aceptar este concepto implicarí­a suponer que, gracias a su presciencia, Dios preconoció y predeterminó antes de la creación de los ángeles y del hombre el comportamiento de dicha creación, incluso la rebelión de uno de sus hijos celestiales, la posterior rebelión de la primera pareja humana (Gé 3:1-6; Jn 8:44) y todas las penosas consecuencias de esa rebelión, tanto hasta el dí­a de hoy como para un futuro. Esto significarí­a forzosamente que toda la maldad que se ha producido durante la historia (crimen e inmoralidad, opresión y sufrimiento, mentira e hipocresí­a, adoración falsa e idolatrí­a) existí­a en un tiempo, antes de la creación, en la mente de Dios, debido a su preconocimiento del futuro hasta los más mí­nimos detalles.
El que el Creador de la humanidad verdaderamente hubiera ejercido su poder para preconocer todo lo que la historia ha visto desde la creación del hombre querrí­a decir que cuando El declaró: †œHagamos al hombre† (Gé 1:26), en realidad habrí­a estado poniendo en marcha deliberadamente toda la iniquidad practicada desde aquel tiempo. Estos hechos ponen en tela de juicio lo razonable y consecuente del concepto predestinaciano, en particular en vista de que el discí­pulo Santiago muestra que el desorden y otras cosas viles no se originan de los cielos, sino que son de fuente †œterrenal, animal, demoní­aca†. (Snt 3:14-18.)

¿Ejerce Dios la presciencia hasta un grado infinito? Razonar que el que Dios no preconociera todos los sucesos y circunstancias futuras en pleno detalle revelarí­a imperfección en realidad denota un concepto arbitrario de lo que es perfección. La perfección propiamente definida no presupone términos tan absolutos e inclusivos, puesto que, en realidad, el que algo sea perfecto radica en que esté a la altura de las normas de excelencia impuestas por alguien capacitado para juzgarlas. (Véase PERFECCIí“N.) En el fondo, los factores decisivos que han de determinar si algo es perfecto o no son la propia voluntad y el beneplácito de Dios, no las opiniones o conceptos humanos. (Dt 32:4; 2Sa 22:31; Isa 46:10.)
Examí­nese el siguiente ejemplo: La omnipotencia de Dios es innegablemente perfecta e infinita. (1Cr 29:11, 12; Job 36:22; 37:23.) No obstante, la perfección de su poder no requiere que haga uso de la plenitud de su omnipotencia en cualquier caso dado o en todos ellos. Es obvio que no lo ha hecho, pues, de haber sido así­, no solo hubiese destruido algunas ciudades y naciones antiguas, sino que hace mucho que hasta la propia Tierra y todo cuanto hay en ella habrí­an sido destruidos por la expresión de sus juicios y poderosas manifestaciones de desaprobación, como ocurrió en el Diluvio y en otras ocasiones parecidas. (Gé 6:5-8; 19:23-25, 29; compárese con Ex 9:13-16; Jer 30:23, 24.) Por lo tanto, el ejercicio que Dios hace de su fuerza no es una liberación de poder ilimitado, sino que está controlada por su propósito, y cuando se merece, atemperado por su misericordia. (Ne 9:31; Sl 78:38, 39; Jer 30:11; Lam 3:22; Eze 20:17.)
De manera similar, si en determinados asuntos Dios opta por hacer uso de su facultad infinita de presciencia de manera selectiva y solo hasta cierto grado, nadie, ni humano ni ángel, tiene derecho a decirle: †œ¿Qué estás haciendo?†. (Job 9:12; Isa 45:9; Da 4:35.) Por lo tanto, no es una cuestión de capacidad, es decir, de lo que Dios puede prever, preconocer o predeterminar, porque †œpara Dios todas las cosas son posibles† (Mt 19:26), sino de lo que Dios considere conveniente preconocer y predeterminar, porque †œtodo lo que se deleitó en hacer lo ha hecho†. (Sl 115:3.)

Presciencia selectiva. La opción al predestinacianismo, el ejercicio selectivo de la presciencia de Dios, tendrí­a que estar de acuerdo con sus propias normas de justicia y ser consecuente con lo que El revela de sí­ mismo en su Palabra. Contrario al predestinacianismo, varios textos de la Biblia muestran que Dios analiza una situación que se estaba produciendo y luego decide sobre la base de su examen de los hechos.
Por ejemplo, Génesis 11:5-8 indica que Dios dirigió su atención a la Tierra con el fin de examinar lo que ocurrí­a en Babel y a continuación tomó medidas para desbaratar la conspiración inicua que habí­a comenzado allí­. Cuando en Sodoma y Gomorra se vieron sumidos en un ambiente de iniquidad, Jehová le informó a Abrahán que iba a investigar (por medio de sus ángeles) †˜para ver si obraban del todo conforme al clamor que acerca de ello habí­a llegado a él, y, si no, podrí­a llegar a saberlo†™. (Gé 18:20-22; 19:1.) Dios dijo que †˜habí­a llegado a conocer a Abrahán†™, y después que este estuvo a punto de sacrificar a Isaac, Jehová declaró: †œAhora sé de veras que eres temeroso de Dios, puesto que no has retenido de mí­ a tu hijo, tu único†. (Gé 18:19; 22:11, 12; compárese con Ne 9:7, 8; Gál 4:9.)
Presciencia selectiva significa que Dios podí­a optar por no preconocer indistintamente todos los actos futuros de sus criaturas. Esto querrí­a decir que en lugar de que toda la historia desde la creación en adelante fuese una simple repetición de lo que Dios ya habí­a previsto y predeterminado, El podrí­a, con toda sinceridad, colocar ante la primera pareja humana la perspectiva de vida eterna en una Tierra libre de iniquidad. Las instrucciones que Jehová dio a sus dos primeros hijos humanos para que, como sus agentes perfectos y libres de pecado, llenaran la Tierra con su prole, la transformaran en un paraí­so y ejercieran control sobre la creación animal, constituí­an la concesión de un privilegio verdaderamente amoroso y lo que en realidad deseaba para ellos, más bien que ser una comisión condenada al fracaso de antemano. Si Dios hubiera preconocido que la primera pareja humana iba a pecar y que jamás podrí­a comer del †œárbol de la vida†, la prueba del †œárbol del conocimiento de lo bueno y lo malo† y el que hubiese creado un †œárbol de la vida† en el jardí­n de Edén hubieran carecido de sentido y de propósito. (Gé 1:28; 2:7-9, 15-17; 3:22-24.)
Ofrecer algo muy deseable a otra persona sabiendo de antemano que no podrá cumplir las condiciones para obtenerlo se considera un acto hipócrita y cruel. La esperanza de tener vida eterna se presenta en la Palabra de Dios como una meta al alcance de toda persona. Después que Jesús instó a sus oyentes a †˜seguir buscando con el fin de hallar†™ aquellas cosas buenas que proceden de Dios, dijo que un padre no darí­a una piedra o una serpiente a un hijo que le pidiese pan o pescado. Luego, con el fin de dar a conocer el punto de vista de su Padre respecto a defraudar las legí­timas aspiraciones de una persona, añadió: †œPor lo tanto, si ustedes, aunque son inicuos, saben dar buenos regalos a sus hijos, ¡con cuánta más razón dará su Padre que está en los cielos cosas buenas a los que le piden!†. (Mt 7:7-11.)
Así­ que las invitaciones y oportunidades que Dios coloca delante de todas las personas para que reciban beneficios y bendiciones eternas son de buena fe. (Mt 21:22; Snt 1:5, 6.) El puede instar a los hombres con toda sinceridad a que †˜se vuelvan de sus transgresiones y sigan viviendo†™, como hizo con el pueblo de Israel. (Eze 18:23, 30-32; compárese con Jer 29:11, 12.) Lógicamente, no podrí­a instarlos de este modo si preconociera que individualmente estaban destinados a morir como practicantes de iniquidad. (Compárese con Hch 17:30, 31; 1Ti 2:3, 4.) Jehová le dijo a Israel: †œNi dije yo a la descendencia de Jacob: †˜Búsquenme sencillamente para nada†™. Yo soy Jehová, que hablo lo que es justo, que informo lo que es recto. […] Dirí­janse a mí­ y sean salvos, todos ustedes los que están en los cabos de la tierra†. (Isa 45:19-22.)
De manera similar, el apóstol Pedro escribió: †œJehová no es lento respecto a su promesa [del dí­a venidero en el que se rendirán cuentas], como algunas personas consideran la lentitud, pero es paciente para con ustedes porque no desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento†. (2Pe 3:9.) Si Dios ya hubiera preconocido y predeterminado con milenios de anticipación exactamente qué individuos recibirí­an la salvación eterna y cuáles destrucción eterna, bien cabrí­a preguntarse de qué sirve la †˜paciencia†™ de Dios y hasta qué grado es genuino su deseo de que †œtodos alcancen el arrepentimiento†. El apóstol Juan escribió por inspiración que †œDios es amor†, y el apóstol Pablo indica que el amor †˜espera todas las cosas†™. (1Jn 4:8; 1Co 13:4, 7.) En consonancia con esta sobresaliente cualidad divina, Dios muestra una actitud genuinamente sincera y bondadosa hacia todas las personas, deseando que obtengan la salvación, mientras no demuestren ser indignas y ya no quede esperanza para ellas. (Compárese con 2Pe 3:9; Heb 6:4-12.) Por eso el apóstol Pablo habla de la †œcualidad bondadosa de Dios [que] está tratando de conducirte al arrepentimiento†. (Ro 2:4-6.)
Finalmente, si por la presciencia de Dios, la oportunidad de recibir los beneficios del sacrificio de rescate de Cristo Jesús ya hubiera estado irrevocablemente cerrada para algunos, quizás para millones de personas, incluso antes de que nacieran, debido a que nunca pudieran ser merecedores de esos beneficios, no podrí­a decirse con sinceridad que el rescate se habí­a hecho disponible para todos los hombres. (2Co 5:14, 15; 1Ti 2:5, 6; Heb 2:9.) Es obvio que la imparcialidad de Dios no es una simple metáfora. †œEn toda nación, el que le teme [a Dios] y obra justicia le es acepto.† (Hch 10:34, 35; Dt 10:17; Ro 2:11.) La opción de buscar a Dios, por si acaso †˜buscan a tientas y verdaderamente lo hallan, aunque, de hecho, no está muy lejos de cada uno de nosotros†™, está disponible para todas las personas. (Hch 17:26, 27.) Por consiguiente, la exhortación divina que se da al final del libro de Revelación: †œCualquiera que oiga, diga: †˜Â¡Ven!†™. Y cualquiera que tenga sed, venga; cualquiera que desee, tome gratis el agua de la vida† (Rev 22:17), no es una esperanza vací­a o una promesa hueca.

Cosas preconocidas y predeterminadas. En todo el registro bí­blico, cuando Dios ejerce su presciencia y predeterminación siempre es en consonancia con sus propósitos y su voluntad. †œProponerse† algo significa aspirar a conseguir cierta meta u objetivo poniendo los medios que lo propician. (La palabra griega pró·the·sis, que se traduce †œpropósito†, significa literalmente †œlo antepuesto o expuesto antes†.) Puesto que los propósitos de Dios se cumplirán inevitablemente, El puede preconocer los resultados, la realización final de sus propósitos, y puede predeterminar tanto esos resultados como los pasos que quizás crea conveniente dar para lograrlos. (Isa 14:24-27.) Por eso se dice que Jehová †˜forma†™ o †˜moldea†™ (del hebreo ya·tsár, término relacionado con †œalfarero†; Jer 18:4) su propósito en lo que respecta a acontecimientos o acciones futuras. (2Re 19:25; Isa 46:11; compárese con Isa 45:9-13, 18.) En su calidad de Gran Alfarero, Dios †œopera todas las cosas conforme a la manera como su voluntad aconseja†, en armoní­a con su propósito (Ef 1:11), y †œhace que todas sus obras cooperen juntas† para el bien de los que lo aman. (Ro 8:28.) Por tanto, Dios †œdeclara desde el principio el final, y desde hace mucho las cosas que no se han hecho†, especí­ficamente en relación con sus propósitos determinados. (Isa 46:9-13.)
Dios creó perfecta a la primera pareja humana, y pudo contemplar los resultados de toda su obra creativa y ver que todo era †œmuy bueno†. (Gé 1:26, 31; Dt 32:4.) En lugar de preocuparse con un sentido de desconfianza por lo que la pareja humana pudiera hacer en el futuro, Dios †œprocedió a descansar†, dice el registro. (Gé 2:2.) Pudo hacerlo porque, en virtud de su omnipotencia y sabidurí­a supremas, ninguna acción, circunstancia o contingencia que surgiera podrí­a convertirse en un obstáculo insalvable o en un problema irremediable que impidiera la realización de su propósito soberano. (2Cr 20:6; Isa 14:27; Da 4:35.) Por lo tanto, no existe ninguna base bí­blica para apoyar los argumentos de los que creen en la predestinación y alegan que el que Dios se abstuviera así­ de emplear sus poderes de presciencia pondrí­a en peligro sus propósitos, dejándolos †œsiempre expuestos al fracaso por falta de previsión, lo que lo obligarí­a a poner continuamente en orden su sistema cuando este se desordenara por causa de la contingencia de las acciones de los seres con libre albedrí­o†. El que Dios haga uso de su presciencia de manera selectiva tampoco significa que sus criaturas tengan el poder de †œquebrantar las medidas [de Dios], obligarlo a cambiar continuamente su modo de pensar, someterlo a vejación o ponerlo en confusión†, como afirman los que creen en el predestinacianismo. (Cyclopædia, de M†™Clintock y Strong, 1894, vol. 8, pág. 556.) Si ni siquiera los siervos terrestres de Dios tienen verdadera necesidad de †˜inquietarse acerca del dí­a siguiente†™, se desprende que su Creador, para quien las naciones poderosas son †œcomo una gota de un cubo†, ni tuvo ni tiene tal ansiedad. (Mt 6:34; Isa 40:15.)

Respecto a clases de personas. También hay casos en los que Dios preconoció el derrotero que emprenderí­an ciertos grupos, naciones o la mayorí­a de la humanidad, y por ello predijo el rumbo básico que seguirí­an sus acciones futuras y predeterminó la acción que tomarí­a con ellos. No obstante, esa presciencia o predeterminación no priva a los que integran tales grupos de la humanidad de ejercer su libre albedrí­o para decidir qué proceder particular quieren seguir, como se ve en los siguientes ejemplos:
Antes del diluvio del dí­a de Noé, Jehová anunció su propósito de causar una destrucción que resultarí­a en la pérdida de vidas humanas y animales. No obstante, el relato bí­blico muestra que Dios tomó esa determinación después que se manifestaron las condiciones que requirieron tal acción, como la violencia y otras maldades. Además, como Dios puede †˜conocer el corazón de los hijos de la humanidad†™, examinó la situación y descubrió que †œtoda inclinación de los pensamientos del corazón [de la humanidad] era solamente mala todo el tiempo†. (2Cr 6:30; Gé 6:5.) Sin embargo, hubo personas, a saber, Noé y su familia, que individualmente obtuvieron el favor de Dios y escaparon de la destrucción. (Gé 6:7, 8; 7:1.)
Algo similar sucedió en el caso de la nación de Israel: aunque Dios dio a los israelitas la oportunidad de llegar a ser un †œreino de sacerdotes y una nación santa† si guardaban su pacto, no obstante, unos cuarenta años después, cuando la nación estaba a punto de entrar en la Tierra Prometida, predijo que quebrantarí­an su pacto y que El los abandonarí­a como nación. En este caso, la presciencia de Dios no carecí­a de base previa, puesto que ellos ya habí­an manifestado insubordinación y rebelión a escala nacional. Por consiguiente, Dios dijo: †œPorque bien conozco su inclinación que van desarrollando hoy antes de que yo los introduzca en la tierra acerca de la cual he jurado†. (Ex 19:6; Dt 31:16-18, 21; Sl 81:10-13.) Dios podí­a preconocer que la inclinación que manifestaban resultarí­a en que aumentara su iniquidad, pero eso no hací­a que El, en virtud de su presciencia, fuera responsable de ello, tal como el que alguien sepa de antemano que una determinada estructura que se ha edificado con materiales de poca calidad y de manera deficiente se deteriorará no lo hace responsable de ello. La regla divina que rige es: †˜Se siega lo que se siembra†™. (Gál 6:7-9; compárese con Os 10:12, 13.) Ciertos profetas proclamaron advertencias proféticas de las expresiones de juicio que Dios habí­a predeterminado, pero todas se basaban en una condición o actitud de corazón ya existente. (Sl 7:8, 9; Pr 11:19; Jer 11:20.) Sin embargo, aun en estos casos, habí­a oportunidad para que algunos respondieran individualmente al consejo, la censura y las advertencias de Dios, y así­ se hicieran dignos de su favor; de hecho, hubo quienes lo hicieron. (Jer 21:8, 9; Eze 33:1-20.)
El Hijo de Dios, que también podí­a leer los corazones humanos (Mt 9:4; Mr 2:8; Jn 2:24, 25), fue dotado por su Padre con poderes de presciencia, de modo que pudo predecir condiciones, sucesos y expresiones de juicio divino que acontecerí­an en el futuro. Jesús predijo que los escribas y fariseos como clase recibirí­an el juicio del Gehena (Mt 23:15, 33), pero con ello no quiso decir que cada fariseo o escriba estuviera condenado de antemano a la destrucción, como lo muestra el caso del apóstol Pablo. (Hch 26:4, 5.) Jesús predijo ayes para Jerusalén y otras ciudades que no querí­an arrepentirse, pero no indicó que su Padre hubiera predeterminado que cada persona de esas ciudades sufrirí­a ese castigo. (Mt 11:20-23; Lu 19:41-44; 21:20, 21.) También preconocí­a en qué resultarí­a la inclinación y actitud de corazón de la humanidad, y predijo las condiciones que existirí­an entre la humanidad para el tiempo de la †œconclusión del sistema de cosas†, y también cómo se irí­an realizando los propósitos de Dios. (Mt 24:3, 7-14, 21, 22.) Los apóstoles de Jesús también pronunciaron profecí­as que manifestaban la presciencia de Dios con respecto a ciertas clases, como el †œanticristo† (1Jn 2:18, 19; 2Jn 7), y también el fin que tales clases tienen predeterminado. (2Te 2:3-12; 2Pe 2:1-3; Jud 4.)

Respecto a determinadas personas. Además de emplear su presciencia con respecto a clases de personas, también lo ha hecho en relación con determinadas personas. Entre estos están: Esaú y Jacob (mencionados antes), el Faraón del éxodo, Sansón, Salomón, Josí­as, Jeremí­as, Ciro, Juan el Bautista, Judas Iscariote y el propio Hijo de Dios, Jesús.
En los casos de Sansón, Jeremí­as y Juan el Bautista, Jehová hizo caso de su presciencia antes de que nacieran. Sin embargo, Dios no especificó cuál iba a ser su destino final, pero sí­ predeterminó que Sansón vivirí­a conforme al voto de los nazareos e iniciarí­a la liberación de Israel de los filisteos, que Jeremí­as serí­a profeta y que Juan el Bautista harí­a una obra preparatoria como precursor del Mesí­as. (Jue 13:3-5; Jer 1:5; Lu 1:13-17.) Aunque se les favoreció mucho con dichos privilegios, este hecho no garantizaba que obtendrí­an salvación eterna, ni siquiera que permanecerí­an fieles hasta la muerte (aunque los tres lo hicieron). Jehová predijo que uno de los muchos hijos de David serí­a llamado Salomón y predeterminó que ese serí­a quien edificarí­a el templo. (2Sa 7:12, 13; 1Re 6:12; 1Cr 22:6-19.) No obstante, aunque se le favoreció de esta manera y hasta tuvo el privilegio de escribir ciertos libros de las Santas Escrituras, Salomón cayó en la apostasí­a en los últimos años de su vida. (1Re 11:4, 9-11.)
En el caso de Esaú y Jacob, la presciencia de Dios tampoco fijó sus destinos eternos; lo que hizo fue determinar o predeterminar cuál de los grupos nacionales que descenderí­an de ellos conseguirí­a una posición dominante sobre el otro. (Gé 25:23-26.) Al prever que dominarí­a Jacob, también se mostró que él serí­a quien obtendrí­a el derecho de primogénito, lo que conllevaba el privilegio de pertenecer al linaje por medio del cual vendrí­a la †œdescendencia† abrahámica. (Gé 27:29; 28:13, 14.) De este modo, Jehová Dios dejó claro que cuando selecciona individuos para usarlos de determinada manera, no se rige por las costumbres o procedimientos usuales que se conforman a las expectativas humanas. Tampoco se ve obligado a otorgar ciertos privilegios únicamente sobre la base de obras, de modo que alguien pudiera llegar a creer que se ha †˜ganado el derecho†™ a tales privilegios y que †˜se le deben†™. El apóstol Pablo destacó este punto cuando mostró por qué Dios, por su bondad inmerecida, pudo conceder a las naciones gentiles privilegios que en otro tiempo parecí­a que estaban reservados a Israel. (Ro 9:1-6, 10-13, 30-32.)
La cita que Pablo hace de que Jehová †˜amó a Jacob [Israel] y odió a Esaú [Edom]†™ corresponde a Malaquí­as 1:2, 3, escrito mucho después del tiempo de Jacob y Esaú. De modo que la Biblia no dice necesariamente que Jehová tuviera esa opinión de los gemelos antes de su nacimiento, aunque es un hecho probado cientí­ficamente que gran parte de la manera de ser y del temperamento de un niño se determinan al tiempo de la concepción como consecuencia de los factores genéticos aportados por cada uno de los padres, y es obvio que Dios puede ver esos factores. David dijo que Jehová vio †˜hasta su embrión†™. (Sl 139:14-16; véase también Ec 11:5.) No es posible decir hasta qué grado afectó eso a la predeterminación de Jehová concerniente a los dos muchachos, pero, de todos modos, el que escogiera a Jacob en lugar de a Esaú no significó en sí­ mismo que condenaba a la destrucción a Esaú o a sus descendientes, los edomitas. Hasta algunos cananeos, cuyos pueblos habí­an sido maldecidos, tuvieron el privilegio de asociarse con el pueblo que estaba en relación de pacto con Dios y recibieron bendiciones. (Gé 9:25-27; Jos 9:27; véase CANAíN, CANANEO núm. 2.) El †œcambio de parecer† que Esaú buscó encarecidamente con lágrimas solo fue un intento infructuoso de alterar la decisión de su padre Isaac de que la bendición especial correspondiente al primogénito aplicara por entero a Jacob. Por lo tanto, esto indicó que Esaú no sentí­a ningún arrepentimiento ante Dios por su actitud materialista. (Gé 27:32-34; Heb 12:16, 17.)
La profecí­a de Jehová concerniente a Josí­as requerí­a que algún descendiente de David se llamara así­, y además predijo que ese rey tomarí­a acción contra la adoración falsa que se practicaba en la ciudad de Betel. (1Re 13:1, 2.) Más de tres siglos después, un rey con ese nombre cumplió esta profecí­a. (2Re 22:1; 23:15, 16.) Sin embargo, no prestó atención a †œlas palabras de Nekó procedentes de la boca de Dios†, lo que resultó en su muerte. (2Cr 35:20-24.) Por lo tanto, aunque Dios lo preconoció y predeterminó para hacer un trabajo especí­fico, Josí­as era una persona con libre albedrí­o que podí­a escoger entre obedecer o no hacerlo.
De manera similar, Jehová predijo con casi dos siglos de anterioridad que se valdrí­a de un conquistador llamado Ciro para liberar a los judí­os de Babilonia. (Isa 44:26-28; 45:1-6.) No obstante, la Biblia no dice que el gobernante persa que se llamó así­ en cumplimiento de la profecí­a divina se hiciese adorador verdadero de Jehová; de hecho, la historia seglar muestra que continuó adorando a dioses falsos.
Estos casos de presciencia antes del nacimiento de la persona no están en pugna con las cualidades reveladas de Dios y las normas que El ha declarado. Tampoco hay nada que indique que Dios haya obligado a aquellas personas a obrar contra su voluntad. En los casos del Faraón, de Judas Iscariote y del propio Hijo de Dios, no hay prueba alguna de que Jehová haya empleado su presciencia antes de que llegaran a existir. En cada uno de estos casos quedan reflejados algunos principios relacionados con la presciencia y predeterminación divinas.
Uno de esos principios es que Dios pone a prueba a una persona, bien al ocasionar o dar lugar a que ocurran determinadas circunstancias o acontecimientos, o al hacer que esa persona escuche sus mensajes inspirados, con el fin de que ejerza su libre albedrí­o y tome una decisión que revele a la vista de Jehová cuál es la inclinación de su corazón. (Pr 15:11; 1Pe 1:6, 7; Heb 4:12, 13.) De acuerdo con la respuesta de la persona, Dios puede también amoldarla en el derrotero que ella ha escogido de propia voluntad. (1Cr 28:9; Sl 33:13-15; 139:1-4, 23, 24.) Así­ que †œel corazón del hombre terrestre† tiene que inclinarse primero en una determinada dirección antes de que Jehová proceda a dirigir sus pasos. (Pr 16:9; Sl 51:10.) Cuando se halla bajo prueba, el corazón puede adoptar una actitud invariable, bien para endurecerse en un proceder de injusticia y rebelión o para reafirmarse en su devoción inquebrantable a Jehová Dios y en su determinación a hacer Su voluntad. (Job 2:3-10; Jer 18:11, 12; Ro 2:4-11; Heb 3:7-10, 12-15.) Una vez que la persona ha llegado a ese extremo por decisión propia, las consecuencias de su derrotero pueden predeterminarse y predecirse sin violentar su derecho a ejercer libre albedrí­o y sin que se haga injusticia. (Compárese con Job 34:10-12.)
El caso del fiel Abrahán, que ya se ha examinado, ilustra bien estos principios. Un caso opuesto fue el del insensible Faraón del éxodo. Jehová previó que no autorizarí­a la salida de los israelitas †œsalvo por una mano fuerte† (Ex 3:19, 20), y predeterminó la plaga que resultarí­a en la muerte de su primogénito. (Ex 4:22, 23.) A menudo se ha interpretado mal la consideración que hace el apóstol Pablo de cómo actuó Dios con el Faraón, como si Dios endureciese el corazón de las personas arbitrariamente, conforme a su propósito predeterminado, sin tomar en cuenta la inclinación o actitud de corazón que esas personas hayan tenido antes. (Ro 9:14-18.) Según muchas traducciones, Dios advirtió a Moisés que †˜endurecerí­a el corazón [del Faraón]†™. (Ex 4:21; compárese con Ex 9:12; 10:1, 27.) No obstante, algunas versiones traducen el relato bí­blico de manera que diga: †œYo dejaré que a él se le haga obstinado el corazón† (NM); †œYo permitiré que quede endurecido [†œdejaré se endurezca†; BC, nota] su corazón† (CJ). De igual manera, el apéndice de la traducción al inglés de Rotherham muestra que en hebreo a menudo se presentan las circunstancias o el permiso de un suceso como si fueran la causa del mismo, y que incluso mandatos positivos han de aceptarse ocasionalmente con tan solo el sentido de permiso†. Por ejemplo, el texto hebreo original dice en Exodo 1:17 que las parteras †œhací­an que los niños varones vivieran†, cuando la realidad era que, al no darles muerte, les permití­an vivir. Después de citar como apoyo a los doctos hebreos M. M. Kalisch, H. F. W. Gesenius y B. Davies, Rotherham comenta que el sentido hebreo de los textos relacionados con el Faraón es que †œDios permitió que Faraón endureciera su corazón —le dejó permanecer—, le dio la oportunidad, la ocasión, de que saliera la iniquidad que habí­a en él. Eso es todo†. (The Emphasised Bible, apéndice, pág. 919; compárese con Isa 10:5-7.)
Un hecho que corrobora este punto de vista es que el propio registro bí­blico indica claramente que fue el propio Faraón quien †œendureció su corazón†. (Ex 8:15, 32, Val; †œhizo insensible su corazón†, NM.) De modo que actuó según su voluntad y siguió su inclinación terca, lo que condujo a unos resultados que Jehová ya habí­a previsto y predicho con exactitud. Las repetidas oportunidades que Jehová dio a Faraón le obligaron a tomar decisiones, y a medida que las tomaba, iba endureciendo su actitud. (Compárese con Ec 8:11, 12.) Como lo muestra el apóstol Pablo al citar Exodo 9:16, Jehová permitió que la situación tomara este curso a lo largo de las diez plagas para poner de manifiesto Su poder y hacer que Su nombre se conociera por toda la Tierra. (Ro 9:17, 18.)

¿Predestinó Dios a Judas para que traicionara a Jesús de modo que se cumpliese la profecí­a?
El proceder traidor de Judas Iscariote cumplió profecí­a divina y demostró la presciencia de Jehová, así­ como también la de su Hijo. (Sl 41:9; 55:12, 13; 109:8; Hch 1:16-20.) No obstante, no puede afirmarse que Dios predeterminó o predestinó especí­ficamente a Judas para que siguiera tal proceder. Las profecí­as habí­an predicho que uno de los asociados í­ntimos de Jesús lo traicionarí­a, pero no especificaron cuál de ellos serí­a. También en este caso los principios bí­blicos excluyen la posibilidad de aducir que Dios predestinó el comportamiento de Judas. El apóstol Pablo mencionó la siguiente norma divina: †œNunca impongas las manos apresuradamente a ningún hombre; ni seas partí­cipe de los pecados ajenos; consérvate casto†. (1Ti 5:22; compárese con 3:6.) Jesús se interesó en seleccionar sabiamente y con el debido rigor a sus doce apóstoles, pues antes de dar a conocer su decisión, pasó toda una noche orando a su Padre. (Lu 6:12-16.) Si hubiera estado predestinado que Judas fuese un traidor, la guí­a de Dios hubiese sido inconsecuente y, según su propia norma, se hubiese hecho partí­cipe de los pecados que Judas cometió.
Por consiguiente, se desprende que cuando se seleccionó a Judas para ser apóstol, su corazón aún no daba indicios de tener una actitud traicionera. El permitió que †˜brotara una raí­z venenosa†™ y lo contaminara, de modo que se desvió y que aceptó la dirección del Diablo en lugar de la de Dios, lo que le llevó al robo y la traición. (Heb 12:14, 15; Jn 13:2; Hch 1:24, 25; Snt 1:14, 15; véase JUDAS núm. 4.) Cuando su desviación llegó a un determinado punto, Jesús mismo pudo leer el corazón de Judas y predecir su traición. (Jn 13:10, 11.)
Es verdad que en Juan 6:64, después de indicar que algunos discí­pulos habí­an tropezado debido a ciertas enseñanzas de Jesús, leemos que †œJesús supo desde el principio [†œdesde el primer momento† (LT); †œdesde un principio† (FF)] quiénes eran los que no creí­an y quién era el que lo traicionarí­a†. Si bien la palabra †œprincipio† (gr. ar·kje) se usa en 2 Pedro 3:4 para referirse al comienzo de la creación, también puede hacer alusión a otras ocasiones. (Lu 1:2; Jn 15:27.) Por ejemplo, cuando el apóstol Pedro dijo que el espí­ritu santo se habí­a derramado sobre los gentiles †œasí­ como también habí­a caí­do sobre nosotros en el principio†, obviamente no se referí­a al comienzo de su discipulado o de su apostolado, sino a un momento importante de su ministerio, a saber, el dí­a del Pentecostés de 33 E.C., †œel principio† del derramamiento del espí­ritu santo con un propósito determinado. (Hch 11:15; 2:1-4.) En consecuencia, es de interés notar el comentario que se hace en el Commentary on the Holy Scriptures sobre Juan 6:64: †œPrincipio […] no significa de manera metafí­sica desde el principio de todas las cosas […], ni desde el principio de conocer El [Jesús] a cada uno […], ni desde el principio de congregar El a los discí­pulos en torno de sí­, ni desde el principio de Su ministerio mesiánico […], sino desde los primeros gérmenes secretos de incredulidad [que hicieron tropezar a algunos discí­pulos]. Con relación a esto El conoció al que lo traicionarí­a desde el principio† (de Lange, traducción y edición de P. Schaff, 1976, pág. 227; compárese con 1Jn 3:8, 11, 12).

La predeterminación del Mesí­as. Jehová Dios preconoció y predeterminó los sufrimientos, muerte y resurrección del Mesí­as. (Hch 2:22, 23, 30, 31; 3:18; 1Pe 1:10, 11.) La realización de lo que Dios habí­a predeterminado por su presciencia dependí­a en parte de Su propio poder y de las acciones de algunos hombres (Hch 4:27, 28), que se prestaron voluntarios a la influencia del adversario de Dios, Satanás el Diablo. (Jn 8:42-44; Hch 7:51-54.) No obstante, así­ como los cristianos del tiempo de Pablo †˜no estaban en ignorancia de los designios de Satanás†™, Dios podí­a prever los deseos y recursos inicuos que el Diablo idearí­a en contra de Jesucristo, el Ungido de Dios. (2Co 2:11.) Además, Dios podí­a emplear su poder a fin de deshacer u obstaculizar cualquier ataque contra el Mesí­as que no se ajustara al tiempo y la manera señalados en la profecí­a. (Compárese con Mt 16:21; Lu 4:28-30; 9:51; Jn 7:1, 6-8; 8:59.)
Las palabras de Pedro en cuanto a que Cristo, como el Cordero de sacrificio de Dios, habí­a sido †œpreconocido antes de la fundación [una forma del término griego ka·ta·bo·le] del mundo [kó·smou]†, son interpretadas por los defensores de la predestinación en el sentido de que Dios ejerció tal presciencia antes de la creación de la humanidad. (1Pe 1:19, 20.) La palabra griega ka·ta·bole, traducida †œfundación†, tiene el sentido literal de †œlanzamiento hacia abajo†, y puede referirse a †˜la concepción de descendencia†™, como en Hebreos 11:11. Aunque el que Dios creara a la primera pareja humana fue la †œfundación† de un mundo de la humanidad, como se muestra en Hebreos 4:3, 4, esa pareja perdió después la posición que tení­an como hijos de Dios. (Gé 3:22-24; Ro 5:12.) No obstante, por la bondad inmerecida de Dios, se les permitió concebir descendencia y producir prole, y de uno de sus hijos la Biblia dice especí­ficamente que se ganó el favor de Dios y se colocó en condición de ser redimido y salvado, a saber, Abel. (Gé 4:1, 2; Heb 11:4.) Es digno de mención que en Lucas 11:49-51 Jesús hace alusión a †œla sangre de todos los profetas vertida desde la fundación del mundo† y pone esto en paralelo con las palabras †œdesde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarí­as†. Así­ que Jesús relacionó a Abel con la †œfundación del mundo†.
El Mesí­as o el Cristo habrí­a de ser la prometida Descendencia por medio de la que se bendecirí­an todas las personas justas de todas las familias de la Tierra. (Gál 3:8, 14.) La primera vez que se mencionó esa †œdescendencia† fue después de la rebelión en Edén y antes del nacimiento de Abel. (Gé 3:15.) Esto fue más de cuatro mil años antes de que se revelara inequí­vocamente que el †œsecreto sagrado† era la †œdescendencia† o simiente mesiánica. Por lo tanto, puede decirse sin lugar a dudas que ese †œsecreto† fue †œguardado en silencio por tiempos de larga duración†. (Ro 16:25-27; Ef 1:8-10; 3:4-11.)
A su tiempo debido, Jehová Dios asignó a su propio Hijo primogénito para que cumpliera el papel profético de la †œdescendencia† y llegara a ser el Mesí­as. No hay nada que muestre que ese Hijo estuviera predestinado a desempeñar esa función aun antes de su creación o de que estallara la rebelión en Edén. El que con el tiempo Dios lo escogiera para que se encargara de cumplir las profecí­as tampoco se hizo sin que hubiera una base previa. El perí­odo de í­ntima asociación entre Dios y su Hijo antes de que este fuera enviado a la Tierra indudablemente resultó en que Jehová lo †˜conociera†™ a tal grado que pudiera estar seguro de que cumplirí­a fielmente las promesas y los cuadros proféticos. (Compárese con Ro 15:5; Flp 2:5-8; Mt 11:27; Jn 10:14, 15; véase JESUCRISTO [Probado y perfeccionado].)

Predeterminación de los †˜llamados y escogidos†™. Todaví­a quedan por explicar los textos que tratan acerca de aquellos cristianos que han sido †œllamados† o †œescogidos†. (Jud 1; Mt 24:24.) Se dice que son †œescogidos según la presciencia de Dios† (1Pe 1:1, 2), †˜escogidos antes de la fundación del mundo†™, †˜predeterminados a la adopción como hijos de Dios†™ (Ef 1:3-5, 11), †˜elegidos desde el principio para la salvación y llamados a este mismo destino†™. (2Te 2:13, 14.) El sentido de estos textos depende de que se refieran a la predeterminación de ciertas personas individuales o de que hablen de la predeterminación de una clase de personas, a saber, la congregación cristiana, el †œsolo cuerpo† (1Co 10:17) de los que serán coherederos con Cristo Jesús en su Reino celestial. (Ef 1:22, 23; 2:19-22; Heb 3:1, 5, 6.)
En caso de que estas palabras aplicaran a individuos especí­ficos que han sido predeterminados a la salvación eterna, querrí­an decir que esas personas nunca podrí­an resultar infieles ni fallar en su llamada, puesto que la presciencia de Dios en su caso no podrí­a resultar inexacta y el que El los predeterminara a cierto destino jamás podrí­a fracasar o ser frustrado. No obstante, los mismos apóstoles a los que se inspiró para escribir las palabras supracitadas mostraron que algunos que fueron †˜comprados†™ y †˜santificados†™ por la sangre del sacrificio de rescate de Cristo y que habí­an †œgustado la dádiva gratuita celestial† y habí­an †œllegado a ser participantes de espí­ritu santo […] y los poderes del sistema de cosas venidero† apostatarí­an sin posibilidad de arrepentimiento, y así­ se acarrearí­an destrucción. (2Pe 2:1, 2, 20-22; Heb 6:4-6; 10:26-29.) Los apóstoles instaron unidamente a aquellos a quienes escribieron: †œHagan lo sumo por hacer seguros para sí­ su llamamiento y selección; porque si siguen haciendo estas cosas no fracasarán nunca†, y: †œSigan obrando su propia salvación con temor y temblor†. (2Pe 1:10, 11; Flp 2:12-16.) Es obvio que Pablo, quien fue †œllamado a ser apóstol de Jesucristo† (1Co 1:1), no se consideró como persona predestinado a la salvación eterna, puesto que habla de sus vigorosos esfuerzos por tratar de alcanzar †œla meta para el premio de la llamada hacia arriba por Dios† (Flp 3:8-15) y también expresa su preocupación de †˜no llegar a ser desaprobado de algún modo†™. (1Co 9:27.)
De manera similar, el que se les conceda †œla corona de la vida† está sujeto a que permanezcan fieles bajo pruebas hasta la mismí­sima muerte (Rev 2:10, 23; Snt 1:12); en caso contrario, pueden perder la corona de su correinado con el Hijo de Dios. (Rev 3:11.) El apóstol Pablo expresó su confianza en que tendrí­a †œreservada la corona de la justicia† solo después de tener la certeza de que se acercaba el fin de su vida, cuando casi habí­a †œcorrido la carrera hasta terminarla†. (2Ti 4:6-8.)
Por otra parte, si se entiende que los textos citados antes aplican a una clase, es decir, a la congregación cristiana o †œnación santa† de los llamados considerada en conjunto (1Pe 2:9), entonces significan que Dios preconoció y predeterminó que llegarí­a a existir dicha clase (pero no qué personas especí­ficas la formarí­an). En ese caso, también querrí­an decir que El prescribió o predeterminó, según su propósito, el †œmodelo† al que tendrí­an que conformarse los que, a su debido tiempo, fueran llamados para ser miembros de ella. (Ro 8:28-30; Ef 1:3-12; 2Ti 1:9, 10.) Dios también predeterminó qué obras se esperarí­a que estos llevaran a cabo, así­ como el hecho de que serí­an probados debido a los sufrimientos que el mundo les causarí­a. (Ef 2:10; 1Te 3:3, 4.)
Sobre los textos que hablan de los †˜nombres escritos sobre el rollo de la vida†™, véase NOMBRE.

Fatalismo y predestinacianismo. Los pueblos paganos de la antigüedad, entre ellos los griegos y los romanos, creí­an que los dioses predeterminaban el destino de una persona, en particular la duración de su vida. La mitologí­a griega atribuí­a el control de los destinos del hombre a tres deidades: Cloto (la hilandera), que hilaba la trama de la vida; Láquesis (la que da a cada uno su lote), que determinaba la duración de la vida, y ítropo (la inflexible), que poní­a fin a la vida de una persona cuando se cumplí­a su tiempo. Los romanos también tuvieron una trí­ada similar.
Según el historiador judí­o Josefo (siglo I E.C.), los fariseos procuraron conciliar el concepto del destino con su creencia en Dios y el principio del libre albedrí­o que Dios otorgó al hombre. (La Guerra de los Judí­os, libro II, cap. VIII, sec. 14; Antigüedades Judí­as, libro XVIII, cap. I, sec. 3.) En la obra The New Schaff-Herzog Encyclopedia of Religious Knowledge, se hace el siguiente comentario: †œAntes de Agustí­n [siglos IV y V E.C.] no hubo en el cristianismo un desarrollo serio de la teorí­a de la predestinación†. Y la Encyclopædia of Religion and Ethics, de Hastings, 1919, vol. 10, pág. 231) dice a este respecto que los †œpadres de la Iglesia† anteriores a Agustí­n —entre ellos Justino, Orí­genes e Ireneo— †œno tuvieron conocimiento alguno del concepto de la predestinación incondicional; enseñaron el principio del libre albedrí­o†. Al refutar las doctrinas propias del gnosticismo, estos †œpadres de la Iglesia† por lo general se apoyaron en la creencia de que la facultad del libre albedrí­o era †œla caracterí­stica distintiva de la personalidad humana, la base de su responsabilidad moral, un don divino que le permití­a al hombre optar por hacer las cosas que agradan a Dios†, y hablaron de †œla autonomí­a del hombre ante Dios, cuyo consejo no le constreñí­a†. (The New Schaff-Herzog Encyclopedia of Religious Knowledge, edición de S. Jackson, 1957, vol. 9, págs. 192, 193.)

Fuente: Diccionario de la Biblia