PROMESA

v. Juramento, Pacto, Voto
Neh 9:38 hacemos fiel p, y la escribimos
Ecc 5:4 a Dios haces p, no tardes en cumplirla
Luk 24:49 aquí, yo enviaré la p de mi Padre sobre
Act 1:4 que esperasen la p del Padre, la cual
Act 2:33 habiendo recibido del Padre la p del
Act 2:39 porque para vosotros es la p, y para
Act 7:17 se acercaba el tiempo de la p, que Dios
Act 13:23 conforme a la p, Dios levantó a Jesús
Act 13:32 anunciamos el evangelio de aquella p
Act 26:6 por la esperanza de la p que hizo Dios a
Rom 4:13 no por la ley fue dada a Abraham .. la p
Rom 4:14 si .. vana resulta la fe, y anulada la p
Rom 4:16 a fin de que la p sea firme para toda su
Rom 9:8 los que son hijos según la p son contados
Rom 15:8 para confirmar las p hechas a los padres
2Co 1:20 las p de Dios son en él Sí, y en él Amén
2Co 7:1 así .. amados, puesto que tenemos tales p
Gal 3:14 por la fe recibiésemos la p del Espíritu
Gal 3:16 a Abraham fueron hechas las p, y a su
Gal 3:17 ley .. no lo abroga, para invalidar la p
Gal 3:21 ¿luego la ley es contraria a las p de Dios?
Gal 3:22 que la p .. fuese dada a los creyentes
Gal 3:29 linaje de .. sois, y herederos según la p
Gal 4:23 la carne, mas el de la libre, por la p
Gal 4:28 así que .. como Isaac, somos hijos de la p
Eph 1:13 sellados con el Espíritu Santo de la p
Eph 2:12 ajenos a los pactos de la p, sin esperanza
Eph 3:6 y copartícipes de la p en Cristo Jesús
Eph 6:2 que es el primer mandamiento con p
1Ti 4:8 tiene p de esta vida presente, y de la
Heb 4:1 que permaneciendo aún la p de entrar en
Heb 6:12 aquellos que por la fe y .. heredan las p
Heb 6:13 cuando Dios hizo la p a Abraham, no
Heb 8:6 mejor pacto, establecido sobre mejores p
Heb 9:15 los llamados reciban la p de la herencia
Heb 10:36 hecho la voluntad de .. obtengáis la p
Heb 11:33 alcanzaron p, taparon bocas de leones
2Pe 1:4 nos ha dado preciosas y grandísimas p
2Pe 3:4 ¿dónde está la p de su advenimiento?
2Pe 3:9 el Señor no retarda su p, según algunos
2Pe 3:13 esperamos, según sus p, cielos nuevos
1Jo 2:25 es la p que él nos hizo, la vida eterna


en las Escrituras es la palabra de salvación dada por Yahvéh al hombre. Yahvéh creó el mundo y puso en él al hombre, en el paraí­so, en armoní­a con la naturaleza. Sin embargo el hombre rompió ese equilibrio, pues pecó y fue expulsado del paraí­so. Pero tras la caí­da, Yahvéh le anuncia al hombre la salvación, aunque lejana, †œEnemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y tu linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar†, Gn 3, 25. Este versí­culo afirma el enfrentamiento entre la humanidad y la serpiente, pero permite ver la victoria de la primera; a este versí­culo se le ha llamado el protoevangelio, o primer buen anuncio, la salvación lejana, pasaje éste cargado de mesianismo. Aquí­ la primera p. de Yahvéh, aunque tácita. La maldad aumenta en la humanidad, y Yahvéh manda el castigo, el diluvio; pero salva a un hombre justo, Noé. Y con Noé la p. de Yahvéh se hace explí­cita, p. hecha a todos los hombres, la de un nuevo orden en el mundo, la de salvar la creación, ya no habrá más diluvio en la tierra, p. que se garantiza con la alianza, cuya señal será el arco iris. Pero esta alianza es iniciativa de Dios, pura gracia de Dios, inmerecida por el hombre. Yahvéh llama a Abraham y esta vocación está prefigurada la elección del pueblo de Israel, Yahvéh hace la p. a Abraham e darle un numerosa descendencia, así­ como la posesión de la tierra de Canaán. Abraham es el destinatario de un don gratuito de Dios, por puro amor, que no solamente promete dones sino una relación personal con él, †œY estableceré mi Alianza entre nosotros dos, y con tu descendencia después de ti, de generación en generación: una Alianza eterna, de ser yo tu Dios y el de tu posteridad†, Gn 17, 3-8. La señal de esta Alianza es la circuncisión, por la cual se acepta el pacto, que es pura iniciativa divina.

La p. hecha por Yahvéh a Abraham se renueva en su descendencia, en Isaac, en Jacob, a quien llama Israel, del cual descenderá el pueblo, el pueblo elegido gratuitamente por Yahvéh, en un acto amoroso. Yahvéh sólo exige fidelidad y le da al pueblo la Ley en el Sinaí­. La p. se mantiene a pesar de las infidelidades del pueblo, la p. parece cumplirse con la entrada y conquista de Canaán, la Tierra Prometida, Jos 23. Pero los pecados del pueblo la comprometieron, lo que recordarán permanentemente los desterrados en Babilonia, el apremio de la Ley, testigo contra Israel, †œTomad el libro de la Ley. Ponedlo al lado del arca de la alianza de Yahvéh vuestro Dios. Ahí­ quedará como testimonio contra ti†, Dt 31, 26. Así­ continúa al pueblo israelita hasta Jesucristo, término hacia el cual tendí­a la historia de la salvación, y quien le da todo su sentido. La fidelidad de Dios a sus promesas se manifiesta plenamente en Cristo, †œPues todas las promesas hechas por Dios han tenido un sí­ en él; y por eso decimos por él Amén†, 2 Co 1, 20. La p. en el N. T., en la Nueva Alianza, ya no es exclusiva de un pueblo, es para todos los que viven la misma fe en Jesucristo, pues son herederos de Abraham, de la p., no por la carne sino por la fe, Rm 4, 16.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

En el hebreo del AT no existe una palabra equivalente a p. En muchos lugares donde las distintas versiones la utilizan es una traducción de dabar, o sea †œdecir† y †œhablar†. Así­, Jos 21:45, donde dice †œno faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová habí­a hecho†, puede traducirse también †œno faltó ninguna de las palabras que Jehová habí­a dicho†. Sin embargo, el concepto de p. está por doquiera en el AT, puesto que los patriarcas y el pueblo de Dios viví­an en constante †¢esperanza de que Dios cumplirí­a sus palabras.

Cuando Dios llamó a Abraham en Ur de los caldeos, le dijo: †œHaré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición† (Gen 12:1-2). Más tarde le prometió que tendrí­a un hijo en su vejez (†œCiertamente Sara tu mujer te dará un hijo† [Gen 17:19]). De esto habla el apóstol Pablo cuando dice que †œno por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la p. de que serí­a heredero del mundo† (Rom 4:13) y que †œa Abraham fueron hechas las p., y a su simiente† (Gal 3:16). El apóstol aclara que el Señor Jesús es el cumplimiento de estas p. Y a través de él, los creyentes han visto cumplirse en ellos las p. de Dios. Ellos son, †œcomo Isaac … hijos de la p.† (Gal 4:28) y †œherederos de la p.† (Heb 6:17).
de las promesas de Dios estaba relacionada con el derramamiento del Espí­ritu Santo (†œY después de esto derramaré mi Espí­ritu sobre toda carne† [Joe 2:28]), lo cual se cumplió en el dí­a de Pentecostés (Hch 2:1-21). †œDios nos ha dado preciosas y grandí­simas promesas, para que por ellas† llegaran los creyentes a ser †œparticipantes de la naturaleza divina† (2Pe 1:4); †œY esta es la p. que él nos hizo, la vida eterna† (1Jn 2:25). En el NT esto se llama †œla p. del Padre† (Luc 24:49; Hch 1:4; Hch 2:33). Y al Espí­ritu se le denomina †œel Espí­ritu Santo de la p.† (Efe 1:13).
én Dios ha prometido un futuro de gloria para sus hijos (†œ… herederos del reino que ha prometido a los que le aman† [Stg 2:5]). Ha dicho que su Hijo Jesucristo volverá otra vez. Algunos se burlan diciendo: †œ¿Dónde está la p. de su advenimiento?†. Pero †œel Señor no retarda su p., según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros…† (2Pe 3:9).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, DOCT

vet, (heb. “omer”, dicho, “promesa”, Sal. 77:8; “dabar”, palabra, “promesa”, 1 R. 8:56; gr.: “epangelia”, “promesa”, Lc. 24:49; “epangelma”, “promesa”, 2 P. 1:4; hay asimismo varios términos derivados y compuestos). En la Biblia hallamos una gran cantidad de “preciosas y grandí­simas promesas” (1 P. 1:4). “Dios, que no miente, prometió” (Tit. 1:2). Dios, que anuncia lo por venir desde el principio (Is. 46:10), mantiene siempre la palabra que ha salido de El (cfr. Is. 46:11; 58:14). La primera promesa que se halla en la Biblia después de la caí­da es la de la venida del Libertador (Gn. 3:15). Empezando con este núcleo primario a partir del que Dios va revelando Su plan de redención, se pueden citar las siguientes promesas de Dios: (a) La promesa a Abraham de bendecir en él a todas las familias de la tierra, y de darle a él y a su descendencia la tierra de Canaán (Gn. 12:2, 7, etc.). De esta promesa se hace eco frecuentemente el AT (cfr. Ex. 12:25; Dt. 1:8, 11; etc.). Esta promesa es también mencionada por Pablo (Ro. 4:13-25), exponiendo cómo la Ley dada más tarde no constituye la base de la recepción de lo prometido (cfr. también Gá. 3:15-18). Así­, la promesa se mantiene, en tanto que la Ley tuvo un propósito temporal (cfr. Gá. 3:19). (b) A David le fue dada la promesa de que su descendencia tendrí­a a perpetuidad el trono de Israel (2 S. 7:12, 13, 16, cfr. 2 S. 7:28). Esta promesa fue reafirmada en los tiempos más oscuros de la historia de Judá (Jer. 23:5 8; 30:9; 33:15-17, 20-22, 25-26; Zac. 12:7-13:1; cfr. Mt. 1:1 ss; Lc. 1:32, 69; 3:32; Ap. 5:5; etc.) (c) La promesa del Nuevo Pacto (Jer. 31:31-40); de la restauración de la nación de Israel en la tierra y unida en un solo reino (Ez. 36-37), la promesa del derramamiento del Espí­ritu (Ez. 36:25-27) Todas las promesas se cumplen en la persona y mediante la obra del Señor Jesucristo (Hch. 13:23, 29-39). Por Su muerte efectuó la reconciliación (Ro. 5:10) y los suyos recibieron en Pentecostés “la promesa del Padre” (Lc. 24:49; Hch. 1:4). La promesa dada a Abraham es, conforme le fue dicho a él, de bendición para todas las familias de la tierra; se apropian de ella todos los que por la fe vienen a ser hijos de Abraham (Ro. 4:9-16; cfr. Gá. 3:14, 29). La promesa de la vida eterna (1 Jn. 2:25) que es en Cristo (2 Ti. 1:1) será manifestada de una manera plena cuando seamos recogidos por El, cuando vuelva para tomar a los creyentes consigo (cfr. Jn. 14:1- 4). “Porque todas las promesas de Dios son en él Sí­, y en él Amén” (2 Co. 1:20). El último libro de la Biblia cierra con una promesa que debe llenar de esperanza y expectativa el corazón del creyente: “El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí­, ven, Señor Jesús” (Ap. 22:20; cfr. Tit. 2:11-14).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[011]
Compromiso que se establece ante la propia conciencia de hacer o entregar algún don, acto o disposición. Las promesas son palabras responsables que se pronuncian y por lo tanto obligan en virtud de la sinceridad, de la fidelidad y de la veracidad.

Las que se hace a los hombres tiene un sentido natural de compromiso, si son libres y éticas. Una promesa malvada o de hacer algún mal no sólo no obliga a ser cumplida, sino que exige arrepentimiento de la maldad planeada.

Las promesas hechas a Dios y las hechas por motivos religiosos a un santo en cuanto miembro glorificado del Cuerpo Mí­stico de Cristo, implican una referencia trascendente y la expresión de la virtud de religión. Existe especial deber de cumplirlas por razón de la majestad divina o de la dignidad de la figura sagrada puesta como referencia.

La Sagrada Escritura está llena de promesas, de Dios a los hombres (a Noé, a Abraham, a Jacob, a Moisés) y de los hombres a Dios. Es importante descubrir en esas promesas un modelo de confianza y de respeto, un deseo de vinculación espiritual. La promesa es como una plegaria y por lo tanto una expresión espiritual. Se deben hacer con fe, con respeto, con reflexión y, por supuesto, con contenidos buenos.

Algunos moralistas diferencian la promesa del voto en cuanto a la solemnidad del compromiso y a su publicidad. Pero en la esencia de la relación del hombre con Dios, la diferencia no es significativa y se puede igualar en cuanto a conceptos aunque en cuanto a terminologí­as se diversifiquen juramentos, promesas, votos, compromisos.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Aunque en el A. T. no haya un término técnico para expresarlo, el designio salví­fico de Dios, revelado a la humanidad, se ha llamado después “promesa”, porque es la Palabra solemne de Dios, tan firme y fiel por sí­ misma, que equivale a una promesa absoluta, corroborada a veces mediante un juramento. Dirigida a todas las naciones, aplicada temporalmente a Israel por la Alianza, es el fundamento de la elección, de la fe y de la esperanza en el futuro. Está mantenida por la fidelidad y la justicia de Dios en el “resto de Israel”, y se realiza en la Nueva Alianza por la fe en la redención de Jesús. La promesa incluí­a también la tierra de Palestina, a la que por eso se llama “Tierra Prometida”, lugar de descanso y morada de Dios, preludio del nuevo cielo y de la nueva tierra que Dios creará para todos los fieles a su Promesa, todos los creyentes. Los evangelios sólo hablan expresamente una vez de la promesa (Lc 24, 49); el resto del N. T. lo hace con frecuencia confirmando que Dios ha cumplido su promesa, enviando a su Hijo al mundo como redentor de los hombres (Act 13, 23. 32; 26, 6; Rom 1, 2; 4, 13, 21; 9, 4-9; 15, 8; 2 Cor 1, 20; Gál 316-29; 4, 23. 28; Ef 3, 6; Heb 4, 1; 6, 12-17; 7, 6; 8, 6; 9, 15; 11, 9-39), y que Jesús ha cumplido también enviando a los hombres el Espí­ritu Santo (Act 1, 4; 2, 33; Gál 3, 5; Ef 1, 13). ->esperanza.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Según la Biblia, es el compromiso de conceder bienes a ciertas personas, instituciones o grupos que Dios asume libremente y que mantiene con su poder y fidelidad. La promesa es correlativa al amor de Dios y a la fe que quiere suscitar en el corazón del hombre.

En el Antiguo Testamento no hay un término especí­fico que corresponda a prometer o a promesa. El hebreo recurre para expresar esta idea a varias palabras: juramento, herencia, palabra, o a fórmulas como “cumplir las palabras de la alianza”, “mantener la palabra”.

Los juramentos de Dios pueden indicar no sólo bendiciones, sino también maldiciones o amenazas. Las promesas divinas van unidas a la idea de alianza o de pacto. Dios es fiel a las promesas hechas a los Patriarcas, aun cuando sus herederos no cumplan las exigencias de la alianza. Sin embargo, Dios puede restringir o volver a proponer las promesas sobre nuevas bases.

El primer depositario de la promesa (una descendencia numerosa y la posesión de la tierra de Canaán) es Abrahán; este hecho marca el comienzo de una nueva relación entre Dios y el hombre después del pecado original (Gn 17 7). Las exigencias de la promesa se extienden, a través de la ley, de Abrahán a todo el pueblo de Israel (Heb 19,5-6). La monarquí­a daví­dica es objeto de nuevas promesas: un descendiente de David (2 Sam 7 5- 16) será mediador de la nueva alianza (1s 9,117. 11,1-5). La herencia de la promesa no depende de la descendencia camal de Abrahán, sino de la fidelidad a la bendición divina. En virtud del incumplimiento de la alianza, los profetas amenazan a Israel con el juicio de Dios. Cuando Israel pierde todo papel polí­tico, Dios despierta la fe de su pueblo con nuevas promesas. A través de los profetas, las promesas se espiritualizan; se trata de una nueva relación interior con Dios y de la esperanza de un salvador prí­ncipe de la paz (1s 9,61, de un nuevo pastor de su rebaño (Ez 34,23), de un Hijo del hombre, que es el representante de todos los herederos de la promesa (Dn 7).

En el Nuevo Testamento aparece el término griego evangelí­a para indicar la palabra dada. No es una casualidad que posea cierta afinidad con euangelion, la buena nueva. En los sinópticos, Jesús es el Mesí­as prometido y el anunciador de nuevas promesas (Mt 1,1 17). Para Mateo, las promesas de Jesús comienzan va en este mundo: Jesús permanecera con los suyos (28,20), la roca de su Iglesia nunca se quebrará (16,18); sin embargo, los bienes serán poseí­dos substancialmente en una era escatológica. Para Pablo y Lucas, la promesa se ha cumplido ya desde ahora a través de Cristo y los creyentes están ya en posesión del Espí­ritu Santo, prenda de la salvación futura. Pablo subraya que por la incredulidad de 1srael los paganos han heredado ahora la promesa (Rom 1 1,11), pero cree en la fidelidad de Dios para con su pueblo.

Para Juan, Jesús es la presencia viva de las promesas de Dios (Jn 5,39), aunque prosigue la esperanza de participar del triunfo pleno de Cristo y de su Iglesia: ésta es la substancia del Apocalipsis, La epí­stola a los Hebreos se refiere a las promesas hechas a los padres como 6gura de una herencia eterna (6,13; 11,32). En la 2 Pe, los bienes prometidos tienen un carácter escatológico y se retrasan en el tiempo, aguardando la conversión de todos (3,9).

El esquema promesa-cumplimiento es la ley propia de la historia de la salvación.- Dios cumple sus promesas y esto es garantí­a de porvenir hasta e1 momento de la parusí­a.

En la teologí­a contemporánea el tema de la promesa vuelve a presentarse fundamentalmente con la Teologí­a de la esperanza, de J Moltmann (1964). El Dios de la revelación es el Dios de la promesa, ” poder del futuro”, en cuanto que promete, mediante la resurrecci6n de Cristo, un mundo nuevo. La promesa se convierte en resorte de la historia y conduce a una fe crí­tica. También en la teologí­a de W Pannenberg, J B. Metz y Schillebeeckx el Dios de la promesa se convierte en la fuerza transformadora de la sociedad.

E C Rava

Bibl.: E. Hoffmann, Promesa, en DTNT, III, 421-425; R. Bultmann, Profecí­a y cumplimiento, en Creer Y comprender 11,- Studium, Madrid 1976, l35-155: J Moltmann, Teologia de la esperanza, Sí­gueme, Salamanca 1969, esp. 123-179. J Vermeylen, El Dios de lapromesa y el Dios de la alianza, Sal Terrae, Santander – 1990; AA, VV , Tratados Y Juramentos en el Antiguo Oriente Próximo, Verbo Divino, Estella 1994.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

La palabra promesa deriva directamente del latín promissa, significando exactamente lo que nuestra palabra promesa significa, «declaración o seguridad dada a otra persona con respecto a una situación futura en que uno hará o evitará algún acto específico o en que uno dará o concederá alguna cosa, generalmente en un buen sentido implicando cierta ventaja o placer de la persona interesada» (Oxford English Dictionary). No existe una palabra en las Escrituras hebreas o griegas que tenga este significado exacto. La palabra que generalmente se traduce promesa en el AT es dāḇar, traducida así sobre ochocientas veces, o «decir», más de cien veces: hablar, publicar, pronunciar. Cuando estos anuncios conllevan la idea de algo prometido, la palabra se usa así, p. ej., en las promesas ordinarias entre los hombres, y especialmente las promesas de Dios al pueblo de Israel (Dt. 1:11; 6:3; 9:28; 15:6; 19:8, etc.) o a individuos como Salomón (1 R. 5:12). En las Escrituras del NT, la palabra es epangelia, que en la mayoría de los casos se traduce simplemente «promesa», como sustantivo y en su forma verbal. La raíz de esta palabra angelia significa algo anunciado; angelos, el anunciador o el mensajero, y euangelia, un mensaje de buenas noticias. En contadas ocasiones la palabra se usa como una promesa incidental de un hombre a otro, como en Hechos 23:21. Su aparición en el NT puede asociarse en tres grupos. Están en primer lugar, las frecuentes referencias a las promesas de Dios a Abraham acerca de un descendiente (Ro. 4:13–16, 20; 9:8, 9; 15:8; Gá. 3:16–22; Heb. 6:13–17; 7:6; 11:9, 11, 17). Abraham creyó estas promesas, y fueron repetidas a su descendencia patriarcal, Isaac y Jacob, a través de quienes vendría esta promesa. La relación de los creyentes cristianos con las promesas de Abraham serán consideradas más tarde.

El segundo gran tema de estas promesas se encuentra en la simiente de David «un Salvador, conforme a la promesa (Hch. 13:23). Esteban habla del tiempo del advenimiento como «el tiempo de la promesa que Dios había jurado a Abraham» (Hch. 7:17). Esta promesa a David, de un Salvador ha sido confirmada en Cristo (Hch. 13:32). Es en este grupo donde debemos asignar la alusión de Pablo a «la promesa que es por fe en Jesucristo» (Gá. 3:22). Es probable que este doble grupo de promesas, aquellas a Abraham relacionada con una simiente y las de David en relación con un rey que reinaría, estén unidas en las referencias de Pablo a este tema como «las promesas hechas a los padres» (Ro. 15:8); en la discusión familiar acerca del futuro de Israel, él se refiere a ellos como «los hijos de la promesa (Ro. 9:8, 9) y les recuerda a los israelitas que ellos son los que poseen las promesas de Dios (Ro. 9:4). Íntimamente asociado con esto está el don de Dios prometido a nosotros en Cristo, es decir, la promesa de la vida en Cristo (2 Ti. 1:1), o como se expresa en otra parte «la promesa de la herencia eterna» (Heb. 9:15), o como escribió Juan, «ésta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna» (1 Jn. 2:25).

El tercer grupo de promesas relacionadas con el don del Espíritu Santo después de la ascensión de nuestro Señor, nunca se refiere a éstas como una promesa hasta después de la resurrección (Lc. 24:49; cf. Hch. 1:4; 2:33; Ef. 1:13).

Otras materias relacionadas con las promesas de Dios son mencionadas sólo incidentalmente: la promesa del descanso (Heb. 4:1); el cumplimiento de la promesa de un nuevo cielo y una nueva tierra (2 P. 3:13, de Is. 52:11 y Os. 1:4); la promesa de la resurrección (Hch. 26:6); «el primer mandamiento con promesa», mirando a la obediencia de los hijos hacia los padres (Ef. 6:2, de Ex. 20:12).

Existe alguna semejanza entre promesa y profecía (véase). Así por ejemplo, la frase usada frecuentemente «las promesas a Abraham y a Israel» en su mayor parte se refiere a las profecías dadas a Abraham y a los patriarcas, comenzando con Génesis 12:1–3 (véase Ro. 9:4, 8; 15:8; Gá. 3:16–22). Pero existen algunas diferencias notables: (1) todas las promesas se relacionan con algo deseable, bueno, que bendice y enriquece; en tanto que las profecías se refieren a juicios, destrucciones, invasiones, la aparición de enemigos de Cristo, tales como el cuerno pequeño, el hombre de pecado, etc. (2) Las promesas normalmente tienen un espectro más amplio que las profecías, incluyendo a menudo al género humano—aunque descubrimos que también toda la humanidad está involucrada en algunas profecías—así, el quinto Mandamiento es llamado el «primer mandamiento con promesa» (Ef. 6:2), y pareciera referirse a todo aquel que obedece este mandamiento. Así, también, con «la promesa de vida» (1 Ti. 4:8; 2 Ti. 1:4). (3) Las promesas tienen un cumplimiento más continuo, generación tras generación, más que las profecías, como en la conocida frase, «la promesa del Padre» o «la promesa del Espíritu Santo» (Lc. 24:49; Hch. 1:4; 2:33, 39; Gá. 3:14; Ef. 1:13). Aunque hay profecías que se relacionan con Palestina, ésta nunca es llamada «la tierra de la profecía», sino «tierra de la promesa» (Heb. 11:9), que continúa a través de las edades, aun cuando por la desobediencia pierde por un tiempo el cumplimiento de la promesa. (4) Muchas promesas son condicionales, dependiendo de la obediencia a la Palabra de Dios, como las Bienaventuranzas, pero muchas profecías son incondicionales, y se cumplirán finalmente. (5) Generalmente el concepto de promesa abarca muchas declaraciones de Dios, como en la frase «nos ha dado preciosas y grandísimas promesas (2 P. 1:4), considerando que las profecías están dirigidas normalmente a eventos más específicos o individuos.

Wilbur M. Smith

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (494). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

En el AT heb. no hay ningún término especial correspondiente al concepto o la acción de prometer. En los pasajes en que las traducciones castellanas dicen que alguien ha prometido algo, en heb. simplemente se afirma que alguien ha dicho o hablado (˒āmar, dāḇar) algo con referencia futura. En el NT aparece el término técnico epangelia, principalmente en Hechos, Gálatas, Romanos, y Hebreos.

Una promesa es una palabra que se proyecta a un momento temporal futuro, aun no ocupado. Va más allá de quien la pronuncia y de quien la recibe, y determina un compromiso entre ellos para el futuro. La promesa puede consistir en asegurar una acción continua o futura a favor de alguien: “Estaré con vosotros”, “Los que lloran recibirán consolación”, “Si confesamos nuestros pecados él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados”. Puede tratarse de un solemne pacto relativo a una relación mutua e imperecedera (aun cuando desigual), como en el caso de los pactos bíblicos. Puede ser también el anuncio de un acontecimiento futuro: “Cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte.” El estudio de las promesas bíblicas, en consecuencia, debe abarcar mucho más que el uso de la palabra misma en la Biblia en las versiones castellanas. (Véase tamb. * Palabra, * Profecía, * Pacto, y * Juramentos.) A menudo la palabra de promesa iba acompañada de un juramento (Ex. 6.8; Dt. 9.5; He. 6.13ss).

El que lo que Dios ha hablado con la boca puede, efectivamente, llevarlo a cabo con su mano es el manual de señas bíblicas divinas, porque su palabra nunca vuelve vacía. A diferencia de los hombres y de los dioses paganos, él conoce y dirige el futuro (1 R. 8.15, 24; Is. 41.4, 26; 43.12, 19, etc.; Ro. 4.21; cf. Pascal, Pensées, 693). Por medio de los libros históricos podemos trazar un esquema de promesas divinas y su cumplimiento histórico (G. von Rad, Studies in Deutoronomy, 1953, pp. 74ss), que expresan dicha verdad.

El punto de convergencia de las promesas veterotestamentarias (a Abraham, Moises, David, y los Padres a través de los profetas) es Jesucristo. Todas las promesas de Dios se confirman en él, y por medio de él las afirma la iglesia en el “Amén” de su culto de adoración (2 Co. 1.20). Las antiguas citas y alusiones veterotestamentarias en los relatos de los evangelios indican dicho cumplimiento. El Magnificat y el Benedictus expresan el gozo de que Dios haya mantenido su palabra. La Palabra prometida se hizo carne. El nuevo pacto ha sido inaugurado, y esto sobre la base de las “mejores promesas” profetizadas por Jeremías (Jer. 31; He. 8.6–13). Jesús es su garantía (He. 7.22), y el Espíritu Santo de la promesa la primera etapa de su cumplimiento (Ef. 1.13–14).

Mientras esperaba la promesa de la nueva venida de Cristo, y los nuevos cielos y la nueva tierra (2 P. 3.4, 9, 13), la iglesia se lanzó a la obra misionera con la seguridad de su presencia (Mt. 28.20), y con las noticias de que “la promesa del Padre”—el Espíritu Santo (según Jl. 2.28)—fue dado a judío y gentil en Jesucristo, cumpliéndose así la promesa hecha a Abraham, de bendición universal por medio de su posteridad. La promesa se correlaciona con la fe, y está a disposición de todos los que, al imitar la fe de Abraham, se convierten en “hijos de la promesa” (Gá. 3; Ro. 4; 9). (* Escatología, * Excrituras )

Bibliografía. °J. Jeremias, La promesa de Jesús a los paganos, 1974; J. Moltmann, Teología de la esperanza, 1966; E. Hoffmann, “Promesa”, °DTNT, t(t). III, pp. 421–425; R. Bultmann, Creer y comprender, 1976, t(t). II, pp. 137–155; M. García Cordero, “Promesas”, °EBDM, t(t). V, cols. 1288–1292; G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento, 1976, t(t). II, pp. 411 ss.

G. K. Chesterton, A Defence of Rash Vows, 1901; J. Jeremias, Jesus’ Promise to the Nations, trad. ing. 1958; W. G. Kümmel, Promise and Fulfilment, trad. ing.² 1961; F. F. Bruce (eds.), Promise and Fulfilment: Essays presented to S. H. Hooke, 1963; J. Moltmann, Theology of Hope, trad. ing. 1967; J. Bright, Covenant and Promise, 1977; J. Schniewind y G. Friedrich, epangellõ, etc., TDNT 2, pp. 576–586; E. Hoffmann, NIDNTT 3, pp. 68–74.

J.H.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico