PURO

ver LIMPIO

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

En un principio, la pureza se entendió exclusivamente en la esfera de lo cultual. Dios es el santo por esencia, el puro. Las personas, los animales, los objetos que tuvieron alguna relación con El, debí­an también ser santos y puros; esta misma relación con El les dejaba santos y puros. De la misma manera que la santidad y la pureza son contagiosas, lo es también la impureza. Por eso se dan normas prolijas para que el hombre no contraiga impurezas al contacto con los animales y las cosas impuras (Lev 11, 17; 21, 1-22). Todas estas leyes purificadoras corrí­an el riesgo de caer en formulismo exagerado. Como así­ ocurrió. Ya los profetas, trasladando el concepto de pureza al orden moral, atacan a las excesivas fórmulas de purezaexterior, que hacen olvidar la pureza interior, la del corazón (Os 6, 6; Am 4. 4-5; 5, 21-25; Is 1, 10-17; Jer 7, 21-23). En los tiempos mesiánicos los ritos de purificación externa habí­an llegado al colmo, con olvido total de la pureza interna. Jesús fustigó este formulismo asfixiante de los escribas y fariseos, que sólo se preocupaban de la pureza externa y por dentro estaban llenos de los más graves defectos (Mt 15, 1-20; 23, 1-37; Mc 7, 1-23; 12, 38-40; Lc 20, 45-47). Jesucristo quita toda importancia a la pureza cultual y predica con vigor la pureza moral, liberando de este modo a la religión de todo aparato externo para situarla en el interior del hombre (Jn 4, 23). Nada es de suyo impuro; para el puro todo es puro (Rom 14, 14. 20). -> instituciones; culto; templo.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

PURO

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

La pureza, concepción común a las religiones antiguas, es la disposición requerida para acercarse a las cosas sagradas; aunque en forma accesoria puede implicar la virtud opuesta a la lujuria, se procura no con actos morales, sino mediante ritos. Ordinariamente tiende a profundizarse esta concepción primitiva, pero lo hace diversamente según los diferentes climas de pensamiento. Según la perspectiva dualista el *alma, pura por esencia, debe desentenderse del *cuerpo, en el que está aprisionada, y de las cosas materiales en cuyo contacto vive. Según la fe bí­blica, que cree buena a la creación entera, la noción de pureza tiende a hacerse interior y moral, hasta que Cristo muestra su, fuente única en su palabra y en su sacrificio.

AT. 1. LA PUREZA CULTUAL. 1. En la vida de la comunidad santa. La pureza, sin relación directa con la moralidad, proporciona la aptitud legal para participar en el culto o incluso en la vida ordinaria de la comunidad santa. Esta noción compleja, desarrollada particularmente en Lev 11-16, aparece a través de todo el AT.

Incluye la limpieza fí­sica: alejamiento de todo lo que no es limpio (inmundicias Dt 23,13ss), de lo que está enfermo (*lepra Lev 13-14; 2 Re 7,3) o corrompido (cadáveres Núm 19,11-14; 2Re 23,13s). Sin embargo, la discriminación de los *animales puros e impuros (Lev 11), tomada con frecuencia de tabues primitivos, no puede explicarse por el solo motivo de la higiene.

La pureza constituye una protección contra el paganismo: como Canaán estaba contaminada por la presencia de los paganos, los botines de guerra son condenados a la destrucción (Jos 6,24ss) y los frutos mismos de esta tierra están prohibidos durante los tres primeros años de cosecha (Lev 19,23ss). Determinados animales, como el puerco, son impuros (Lev 11,7), sin duda porque los paganos los asociaban a su culto (cf. Is 66,3).

La pureza reglamenta el uso de todo lo que es *santo. Todo lo que atañe al *culto debe ser eminentemente puto (Ex 25,31; Lev 21; 22), y sin embargo las cosas sagradas mismas pueden contaminar al hombre si se acerca a ellas indebidamente (Núm 19,7ss; lSa 21,5; 2,Sa 6,6a).

Las fuerzas vitales, fuente de bendición, son consideradas como sagradas, por lo cual se contraen impurezas sexuales aun con su uso moralmente bueno (Lev 12 y 15).

2. Ritos de purificación. La mayor parte de las impurezas, si no desaparecen por sí­ mismas (Lev 11,24s), se borran con el lavado del cuerpo o de los vestidos (Ex 19,10; Lev I7, 15s), con sacrificios expiatorios (Lev 12,6s) y, el dí­a de las *expiaciones, fiesta de la purificación por excelencia, por el enví­o al desierto, de un macho cabrí­o simbólicamente cargado con las impurezas del pueblo entero (Lev 16).

3. Respeto de la comunidad santa. En esta noción, todaví­a bastante material, de la pureza está latente la idea de que el *hombre es una realidad tal que no se puede disociar el *cuerpo y el *alma, y de que sus actos religiosos, por espirituales que sean, no dejan de estar encarnados. En una comunidad consagrada a Dios y deseosa de rebasar el estado natural de su existencia, no se come cualquier cosa, no se echa mano a todo, no se usa de cualquier manera de los poderes generadores de la vida. Estas múltiples restricciones, quizás arbitrarias en los orí­genes, produjeron un efecto doble. Preservaban a la fe monoteí­sta contra toda contaminación por parte del medio pagano circundante; además, adoptadas por obediencia para con Dios, constituí­an una verdadera disciplina moral. Así­ debí­an revelarse las exigencias de Dic., que son espirituales.

II. HACIA LA NOCIí“N DE PUREZA MORAL. 1. Los profetas proclaman constantemente que ni las abluciones, ni los *sacrificios tienen valor en sí­ si no comportan una purificación interior (Is 1,15ss; 29,13; cf. Os 6,6; Am 4,1-5; Jer 7,21ss). No por eso desaparece el aspecto cultual (Is 52, 11), pero la verdadera impureza que contamina al hombre se revela en su fuente misma, en el *pecado; las impurezas legales sólo son una imagen exterior de la misma (Ez 36, 17s). Hay una impureza esencial al hombre, de la que sólo Dios puede purificarlo (Is 6,5ss). La purificación radical de los *labios, del *corazón, de todo el ser forma parte de las promesas mesiánicas : “Derramaré sobre vosotros un agua pura y seréis purificados de todas vuestras impurezas” (Ez 36,25s; cf. Sof 3,9; Is 35,8; 52,2).

2. Los sabios caracterizan la condición requerida para agradar a Dios, por la pureza de las manos, del corazón, de la frente, de la oración (Job 11,4.14s; 16,17; 22,30), por tanto por una conducta moral irreprochable. Los sabios, no obstante, tienen conciencia de una impureza radical del hombre delante de Dios (Pros, 20,9; Job 9,30s); es una presunción creerse uno puro (Job 4,17). Sin embargo, el sabio se esfuerza en profundizar moralmente la pureza, cuyo aspecto sexual comienza a acentuarse; Sara se conservó pura (Tob 3,14), al paso que los paganos están entregados a una impureza degradante (Sab 14,25).

3. En los salmistas se ve afirmarse más y más, en un marco cultual, la preocupación por la pureza moral. El amor de Dios se vuelve hacia los corazones puros (Sal 73,1). El acceso al santuario se reserva al hombre de manos inocentes, de corazón puro (Sal 24.4), y Dios retribuye las manos puras del que practica la *justicia (Sal 18,21.25). Pero como sólo él puede dar esta pureza, se le suplica que purifique los corazones. El Miserere manifiesta el efecto moral de la purificación que espera de Dios solo. “Lávame de toda malicia…, purifí­came con el hisopo y seré puro.” Más aún: recogiendo la herencia de Ezequiel (36,25s) y coronando la tradición del AT, exclama : ” ¡Oh Dios! crea en mí­ un corazón puro” (Sal 51,12), oración tan espiritual que el creyente del NT puede adoptarla literalmente.

NT. I. LA PUREZA SEGÚN LOS EVANGELIOS. 1. La tendencia legalista subsiste todaví­a en la época de Jesús y remacha la ley acentuando las condiciones materiales de la pureza: abluciones repetidas (Me 7,3s), lavados minuciosos (Mt 23,25), huida de los pecadores que propagan la impureza (Mc 2,15ss), señales puestas en las tumbas para evitar las contaminaciones por inadvertencia (Mt 23,27).

2. Jesús hace observar ciertas reglas de pureza legal (Mc 1,43s) y en un principio parece condenar solamente los excesos de las observancias sobreañadidas a la ley (Mc 7,6-13). Sin embargo, acaba por proclamar que la única pureza es la interior (Mc 7,14-23 p): “Nada de lo que entra de fuera en el hombre puede mancharlo…, porque de dentro, del corazón del hombre proceden los malos deseos.” En este sentido también los demonios pueden llamarse “espí­ritus impuros” (Mc 1,23; Lc 9,42). Esta enseñanza liberadora de Jesús era tan nueva que los discí­pulos tardarán bastante en comprenderla.

3. Jesús otorga su intimidad a los que se dan a él en la *simplicidad de la fe y del amor, a dos “corazones puros” (Mt 5,8). Para *ver a Dios, para presentarse a él, no ya en su templo de Jerusalén, sino en su *reino, no basta la misma pureza moral. Precisa la presencia activa del Señor en la existencia; sólo entonces es el hombre radicalmente puro. Jesús dice así­ a sus Apóstoles: “Dios os ha purificado gracias a da palabra que yo os he anunciado” (Jn 15,3). Y todaví­a más claramente: “El que se ha bañado no necesita lavarse, está todo limpio; vosotros también estáis limpios” (Jn 13,10).

II. LA DOCTRINA APOSTí“LICA. 1. Más allá de la división entre puro e impuro. Fue necesaria una intervención sobrenatural para que de la palabra de Cristo sacara Pedro esta triple conclusión: ya no hay *alimento impuro (Act 10,15; 11,9); los mismos incircuncisos no están mancillados (Act 10,28); ahora ya Dios purifica por la *fe los corazones de los paganos (Act 15,9). Por su parte Pablo, armado con la enseñanza de Jesús (cf. Mc 7), declara osadamente que para el cristiano “nada es en sí­ impuro” (Rom 14,14). Habiendo ya pasado el régimen de la antigua ley, las observancias de pureza se convierten en “elementos sin fuerza”, de los que Cristo nos ha liberado (Gál 4,3.9; Col 2,16-23). “La realidad está en el cuerpo de Cristo” (Col 2,17), pues su cuerpo resucitado es germen de un nuevo universo.

2. Los ritos incapaces de purificar el ser interior los sustituyó Cristo por su *sacrificio plenamente eficaz (Heb 9; 10); purificados del pecado por la sangre de Jesús (1Jn 1, 7.9), esperamos tener un puesto entre los que “blanquearon sus vestiduras en la sangre del cordero” (Ap 7,14). Esta purificación radical se actualiza por el rito del *bautismo que deriva su eficacia de la *cruz: “Cristo se entregó por la Iglesia a fin de santificarla purificándola por el baño de agua” (Ef 5,26). Mientras las antiguas observancias no obtení­an sino una purificación completamente exterior, las *aguas del *bautismo nos limpian de toda mancha asociándonos a Jesucristo resucitado (1Pe 3, 21s). Ciertamente somos purificados por la, esperanza en Dios, quien por Cristo nos ha hecho sus hijos (1Jn 3,3).

3. La transposición del plano ritual al plano de la salud espiritual se expresa particularmente en la I.a epí­stola a los Corintios, en la que Pablo invita a los cristianos a expulsar de su vida la “levadura vieja” y a reemplazarla por “los ázimos de pureza y de verdad” (1Cor 5,8; cf. Sant 4,8). El cristiano debe purificarse de toda impureza de cuerpo y de espí­ritu para acabar así­ la obra de su santificación (2Cor 7,1). El aspecto moral de esta pureza está más desarrollado en las epí­stolas pastorales. “Todo es puro para los puros” (Tit 1,15), pues ahora ya nada cuenta delante de Dios sino la disposición profunda de los corazones regenerados (cf. lTim 4, 4). La caridad cristiana brota de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera (lTim 1,5; cf. 5,22). Pablo mismo da gracias a Dios por servirle con una conciencia pura (2Tim 1,3), como también pide a sus discí­pulos un corazón puro del que broten la justicia, la fe, la caridad, la paz (2Tim 2,22; cf. lTim 3,9).

Finalmente, lo que permite al cristiano practicar una conducta moral irreprochable es el hecho de estar consagrado al culto nuevo en el Espí­ritu: lo contrario de la impureza es la *santidad (ITes, 4,7s; Rom 6, 19). La pureza moral que preconizaba ya el AT se requiere siempre (F1p 4,8), pero su valor depende sólo de que conduce al encuentro de Cristo el dí­a último de su retorno (Flp 1,10).

-> Culto – Agua – Fuego – Pecado – Perfección – Santidad – Simple.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas