RESUCITAR

v. Levantar
Neh 4:2 ¿resucitarán de los montones del polvo
Isa 26:19 muertos vivirán .. cadáveres resucitarán
Hos 6:2 el tercer día nos resucitará, y viviremos
Mat 10:8 resucitad muertos, echad .. demonios fuera
Mat 11:5; Luk 7:22 los muertos son resucitados, y
Mat 14:2; Mar 6:14; Luk 9:7 Juan el Bautista ha resucitado de los muertos
Mat 16:21; Mat 17:23; Mat 20:19; 27:63


volver a la vida a un muerto. En las Escrituras se encuentran varios casos de personas muertas vueltas a la vida por la acción divina a través de algún hombre de Dios, de algún profeta, es decir de alguien que tiene una misión de Dios; en el N. T. los milagros de Jesús, que son signos del poder dado al Hijo por el Padre; igualmente los apóstoles llevaron a cabo resurrecciones de muertos, pues Cristo les dio ese poder. En el A. T., el profeta Elí­as volvió a la vida al hijo de una viuda, que lo habí­a acogido en su casa, en la ciudad sidonia de Sarepta, 1 R 17, 17-24. El profeta Eliseo también resucitó a un niño, el hijo de una mujer principal de Sunén, 2 R 4, 32-37. En el N. T., está la resurrección de Lázaro, tras varios dí­as de permanecer en el sepulcro, uno de los principales signos de Jesús, para fortalecer la fe de sus discí­pulos. Es cuando Jesús dice: †œYo soy la resurrección. El que cree en mí­, aunque muera, vivirᆝ, dando a entender que la verdadera resurrección no es la que operó en su amigo Lázaro, sino la última, pues éste debí­a morir de nuevo para alcanzar la verdadera vida, la eterna; que la muerte es algo transitorio, el paso necesario para alcanzar la gloria, Jn 11, 1-44. Con este mismo sentido, como signos del poder de Dios, conferido por Jesús a los apóstoles, éstos llevaron a cabo milagros de resurrección, como los de Pedro, quien resucitó a una mujer llamada Tabitá o Dorkás, Hch 9, 39-42; Pablo, de la misma manera, le devolvió la vida a un joven llamado Eutico, quien cayó de una ventana, mientras oí­a la predicación del Apóstol, Hch 20, 9-12.

Esta idea de la resurrección final del hombre integral se afianzó en el N.

T. ; no la de la simple vuelta a la vida terrenal para volver a morir sin ninguna esperanza, como dice el apóstol Pablo, †œNo moriremos todos, mas todos seremos transformados…; sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de la incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad†, 1 Co 15, 51-53.

En el A. T. se puede ver que los hebreos no tení­an una idea sobre la vida de ultratumba, pensaban que quienes morí­an, buenos y malos, iban a parar al ® seol, Nm 16, 33; Sal 9, 18. El seol era la mansión de los muertos, donde se llevaba una vida reducida a su más mí­nima expresión, silenciosa, oscura, donde ni siquiera se podí­a alabar a Dios, de ahí­ que el salmista se queje y le dice al Señor: †œQue después de morir nadie te recuerda, y en el seol ¿quién te alabará?, Sal 6, 6. Es decir, tampoco tení­an una doctrina de la recompensa, de un juicio final.

Solamente en el siglo II a. C. aparecen en las Sagradas Escrituras los primeros textos explí­citos de una esperanza y una fe en la resurrección, de una recompensa, de una rehabilitación de los justos y de los que mueren por Dios, los mártires, esto es, de un juicio final y de una recompensa, una retribución, eterna, según se haya vivido en la tierra. En un texto apocalí­ptico, en medio de la tribulación, la persecución del seléucida Antí­oco IV Epí­fanes, Daniel anuncia de manera profética la resurrección de la carne: Muchos de los que descansan en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para vergüenza y horror eternos. Los maestros brillarán como el resplandor del firmamento y los que enseñaron a muchos a ser justos, como las estrellas para siempre†, Dn 12, 2-3. Para los justos y los santos, según este texto, no se trata solamente de su reconocimiento póstumo, como se lee en Sb 3, 7, sino de la glorificación del hombre total, la restauración de la carne, del cuerpo, corrompida y desintegrada por la muerte, reunida eternamente con su espí­ritu.

El segundo texto también explí­cito sobre la certeza de la resurrección de la carne, es del libro de los Macabeos. En 2 M 7, se narra el martirio de los siete hermanos macabeos y el de su madre, quienes afirman, antes de morir martirizados por el soberano seléucida, la recompensa de la vida eterna, la resurrección de la carne para aquéllos que permanecen fieles a Dios. Esta esperanza en la resurrección se basa en poder creador de Dios, dador de toda vida, que ha hecho el mundo y es el Señor de la vida; así­ animaba la madre a sus hijos para que recibieran tranquilos el martirio: †œYo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espí­ritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así­ el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espí­ritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos por amor a sus leyes†, 2 M 7, 23. Uno de los hermanos dice: †œTú, criminal, nos privas de la vida presente, pero el Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna†, 2 M 7, 9.

En los profetas también se encuentra esta fe en la resurrección. Como en la parábola de los huesos secos, del profeta Ezequiel, vivificados por el Espí­ritu creador de Dios, Ez 37, 1-14. Isaí­as anuncia la rehabilitación por obra de Dios, en medio del drama del pueblo en el destierro, prefigurando la salvación final o escatológica, que depende de fidelidad a Dios, Is 26, 19.

La esperanza en la resurrección de los muertos se fue formando a través de la historia del pueblo de Israel, basada en la fe en Dios, Señor de la vida y de la muerte. En la fe que el justo no puede, que se mantiene en unión con Dios, no puede ser exterminado por la muerte, Sal 16 (15), 9-10; 49 (48), 16; 73 (72), 23-24.

En el N. T. Jesús, al anunciar su muerte y resurrección, a los tres dí­as, fundamenta la del hombre, Mt 17, 22-23; Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33-34. Pero Jesús trajo algo nuevo con respecto a la resurrección, a esta esperanza, el que él anunció e inauguró el Reino de Dios, Mc 14, 25. En los sinópticos, Jesús dice cómo será la resurrección en sus discusiones con los miembros de dos de las sectas judí­as de su tiempo, la de los saduceos, que no creí­an en la resurrección, Lc 20, 27; y la de los fariseos, que la afirmaban, pero que en otro mundo se vivirí­a una vida como esta. Jesús, por el contrario, afirma la resurrección por el poder del Dios vivo, y les dice, citando las Escrituras: †œY en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leí­do lo dicho por Dios: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos†; y los resucitados ya no serán según su condición mundana y terrestre, sino asimilados a los ángeles, Mt 22, 23-33; Mc 12, 18-27; Lc 20, 27-40.

En la época apostólica concretamente en la Iglesia de Corinto, se presentaron, también, contradictores de al resurrección. Pablo aclara estas cuestiones planteadas por algunos cristianos de esta Iglesia que admití­an la resurrección de Cristo, mas no la de los muertos. Pablo refuta estos errores partiendo del misterio pascual, esto es, de la muerte y resurrección de Cristo, 1 Co 15, 3-5; como también en Rm 1, 4; Ga 1, 24; 1 Ts 1, 10; y trae los casos en que Jesús resucitado se apareció a muchos, algunos muertos ya, otros aún vivos, incluido el mismo Apóstol, testimonios seguros en los que se fundamenta la fe, 1 Co 15, 6-11. De acuerdo con este razonamiento, si se niega la resurrección de los muertos, igualmente se debe negar la de Jesús. Dice el Apóstol: †œCristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que murieron†œ, 1 Co 15, 20; es decir, la resurrección de Cristo tiene sentido en cuanto constituye las primicias de la nuestra. De lo contrario, vana serí­a la fe, vací­a; si no fuera así­ los creyentes estarí­an aún en sus pecados, la fe no los salvarí­a de la muerte total. Por esto, dice Pablo: †œY si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todaví­a en vuestros pecados†, 1 Co 15, 17. Pablo dice que por un hombre entró el pecado al mundo, al cual estamos atados los humanos, y por el pecado entró la muerte; pero por un hombre, Jesús, que asumió nuestra condición humana, quien murió y resucitó por el género humano para redimirlo del pecado, también vino la salvación, pues Jesús venció la muerte, 1 Co 15, 22-23. En otras cartas, el Apóstol habla de la experiencia del bautismo y de la fe, mediante los cuales se muere y se resucita a una nueva vida en Cristo, Col 3, 1-4; el cristiano unido a Cristo por el bautismo participa ya de la vida celestial; pero es una vida espiritual que se manifestará plenamente en la segunda venida del Señor, en la parusí­a: †œPorque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios†, Col 3, 3. Porque la primera venida de Jesús ya se cumplió, en humillación, su pasión por redimir al mundo; la segunda, la parusí­a, será en gloria a juzgar a todos los hombres, Jn 14, 3.

Para esta segunda venida dice Juan: †œsaldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio†, Jn 5, 29; aquí­ se afirma un juicio final, definitivo, en el cual se retribuirá a cada uno según sus obras. Pablo habla en este mismo sentido, y afirma, en su proceso ante el procurador Félix, cuando los judí­os lo acusaron de ser el jefe de una secta revoltosa, que su creencia en Jesús y en la resurrección es la continuidad de la religión de sus antepasados, que negar a Cristo es negar esa tradición, dice: †œEn cambio te confieso que según el Camino, que ellos llaman secta, doy culto al Dios de mis padres, creo en todo lo que está escrito en la Ley y en los Profetas y tengo en Dios la misma esperanza que éstos mismos tienen (aquí­ se refiere a los fariseos), de que habrá una resurrección, tanto de los justos como de los injustos. Por eso yo también me esfuerzo por tener constantemente una conciencia limpia ante Dios y ante los hombres†, Hch 24, 14-16. Esta misma idea del juicio final y la recompensa se encuentra en 1 Jn 2, 28.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

1. egeiro (ejgeivrw, 1453), para cuyos varios significados véase LEVANTAR, Nº 4, se utiliza: (a) de levantar los muertos, voces activa y pasiva, p.ej., de la resurrección de Cristo (Mat 16:21; 17.23; 20.19; 26.32; Luk 9:22; 20.37; Joh 2:19 “lo levantaré”; Act 3:15; 4.10 [no 5.30, véase (c) más abajo]; 13.30,37: “levantó”; Rom 4:24 “levantó”; v. 25; 6.4,9; 7.4; 8.11: “que levantó”, dos veces; 8.34; 10.9: “levantó”; 1Co 6:14a: “levantó”; 15.13,14,15, dos veces, 16,17,20; 2Co 4:14; Gl 1.1; Eph 1:20; Col 2:12 que †¦ levantó”; 1Th 1:10; 2Ti 2:8; 1Pe 1:21); (b) de la resurrección de seres humanos (Mat 10:8; 11.5; 27.52: “se levantaron”; Mc 12.26; Luk 7:22; Joh 5:21 “levanta”; 12.1, 9,17; Act 26:8; 1Co 15:29 y 32,35,42,43, dos veces, 44, 52; 2Co 1:9; 4.14; Heb 11:19 “para levantar”); (d) de levantar a una persona para que ocupe un puesto en medio de un pueblo, dicho de Cristo (Act 5:30; y también en 13.23, donde los mss. más comúnmente aceptados tienen ago, traer, LBA: “ha dado”); de David (Act 13:22; para el v. 33, véase Nº 2); (d) metafóricamente, de un cuerno de salvación (Luk 1:69); (e) de hijos, de piedras, mediante el poder creador de Dios (Luk 3:8); (f) del templo, como los judí­os pensaron (Joh 2:20 “lo levantarás”); (g) de levantar una persona, sanándola de una enfermedad fí­sica (Mc 1.31; 9.27; Act 3:7; 10.26; Jam 5:15); (h) metafóricamente, de levantar aflicción (Phi 1:17, en los textos más comúnmente aceptados; Reina-Valera sigue TR, donde se halla epifero: “añadir”). Véanse también DESPERTAR, ENDEREZAR. 2. anistemi (ajnivsthmi, 450), para diferentes aplicaciones véase LEVANTAR, Nº 8, se traduce resucitar: (a) de la resurrección de los muertos por parte de Cristo (Joh 6:39,40, 44,54); (b) de la resurrección de Cristo de entre los muertos, “levantó” (Act 2:24; 2.32; 13.34; para el v. 30 véase kathizo, poner, seguido en los textos más comúnmente aceptados; véase (c) más adelante; Act 17:31 “con haberle levantado”; (c) de suscitar o levantar a una persona para que ocupe un lugar en medio de una nación, traducido con el verbo levantar, dicho de Cristo (Act 3:26; 7.37; 13.33: “levantando”, Besson), no aquí­ por resurrección de entre los muertos, a pesar de la descaminada traducción de Reina-Valera; esto queda confirmado por la última parte del versí­culo, que explica el levantamiento como habiendo tenido lugar por su encarnación, y por el contraste con el v. 34, donde se destaca el hecho de que fuera resucitado “de entre los muertos”, usándose el mismo verbo: (d) de suscitar descendencia (Mat 22:24); (e) de ser levantado del sueño natural (Mat 1:24; aquí­ algunos mss. tienen diegeiro, despertar del todo); véanse DESPERTAR, Nº 2, LEVANTAR, Nota bajo Nº 6. Nota: Para el contraste entre Nº 1 y Nº 2, véase LEVANTAR, Nº 4 (2o párrafo). 3. sunegeiro (sunegeivrw, 4891), levantar juntamente con (sun, con, y Nº 1). Se utiliza de la resurrección espiritual del creyente con Cristo (Eph 2:6 “juntamente con El nos resucitó”); voz pasiva en Col 2:12 “fuisteis †¦ resucitados con El”; 3.1: “Si †¦ habéis resucitado con”.¶ 4. anago (ajnavgw, 321), conducir o traer arriba, o traer de nuevo (ana). Se traduce en este último sentido de la resurrección del Señor (Heb 13:20). lit. “Y el Dios de la paz, que trajo de nuevo de entre los muertos al pastor de las ovejas”, traducido “que resucitó” (RVR). Véanse EMBARCAR, HACER(SE) A LA VELA, LLEVAR, NAVEGAR, OFRECER, PARTIR, SACAR, TRAER, ZARPAR. (Véase también RESURRECCIí“N)

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento