SAMARITANOS/AS

Samaritanos/as (heb. shômerônîm; gr. samarí­t’s o samaréit’s, samarí­tis o samaréitis). Esta palabra aparece sólo una vez en el AT (2Ki 17:29, BJ; “los de Samaria”, RVR), y se refiere a los ciudadanos del antiguo reino de Israel. Pero más tarde se aplicó a la población de la región de la cual Samaria habí­a sido el centro polí­tico, y donde se desarrolló un singular sistema religioso y social. El origen de estos 1045 samaritanos se describe en 2Ki 17:24-34 Después que Tiglat-pileser III (745-727 a, C.) y Sargón II (722-705 a.C.) llevaron a la mayor parte de la población de Israel al exilio, trajeron gente de Babilonia, del norte de Mesopotamia y de Hamat en Siria, y la distribuyeron por el territorio del antiguo reino de Israel. Esta gente trajo su religión, pero, como resultado de su contacto con el resto de los israelitas que habí­an quedado allí­, también adoptó el culto a Jehová. La incorporación de la nueva religión se aceleró como consecuencia de algunas catástrofes que los recién llegados interpretaron como señal de disgusto de la divinidad local por causa de que ellos no le habí­an prestado suficiente atención. Bajo Esarhadón (681-669 a.C.) y Asurbanipal (669- 627? a.C.; el Asnapar bí­blico, Ezr 4:10), nuevos continentes de extranjeros se establecieron en el territorio de Samaria (Ezr 4:2, 9, 10). Durante el reino de Josí­as (c 640-c 609 a.C.), rey de Judá, cuando el poder de Asiria declinaba rápidamente, éste pudo extender su autoridad sobre el territorio del antiguo reino de Israel, que desde el 722 a.C. habí­a sido la provincia asiria de Samaria. Por eso, al llevar a cabo su reforma religiosa, abarcó no solamente su propio reino, sino también el territorio de las tribus del norte, y destruyó todo vestigio de cultos paganos y de idolatrí­a (2Ch 34:6, 7). Es posible que la obra de Josí­as haya contribuido a que la adoración del Dios de Israel se extendiera entre los samaritanos, y que los cultos extranjeros se vieran cada vez más restringidos, aunque a pesar de eso los judí­os consideraban que la religión de aquéllos era impura. Como texto bí­blico adoptaron la versión del Pentateuco anterior al exilio babilónico de Judá. Algunos de los habitantes de Samaria tení­an el hábito de asistir regularmente a los servicios religiosos llevados a cabo en Jerusalén, incluso después de la destrucción del templo (Jer 41:5; cf Ezr 4:2). Cuando los judí­os regresaron del exilio (c 536 a.C.) y comenzaron a restaurar su religión, los samaritanos quisieron unirse a ellos, pero Zorobabel, Jesúa y los demás dirigentes rechazaron de plano el ofrecimiento (Ezr 4:13). Por las admoniciones de los profetas habí­an aprendido que su propia calamidad nacional habí­a sido el resultado de su infidelidad a Dios. Convencidos de que los interesados habí­an corrompido la religión judí­a, querí­an evitar caer de nuevo en los errores de la época anterior al exilio, y por eso eligieron el aislamiento religioso y social. Como consecuencia de esta actitud se desarrolló un odio creciente entre las 2 naciones, que con frecuencia se manifestó en actos hostiles. Los samaritanos se opusieron a los judí­os que acababan de regresar cuando estos construí­an el templo en tiempos de Ciro (vs. 4, 5), lanzaron acusaciones contra ellos en la época de Asuero (v 6) y estorbaron activamente la reconstrucción del muro de Jerusalén durante el reinado de Artajerjes. No se contentaron con acusar de rebelión a los judí­os, sino que interrumpieron su tarea evidentemente por la fuerza de las armas, quemaron puertas y destruyeron partes del muro que ya habí­an sido levantadas (Ezr 4:7-23; Neh 1:3). Nehemí­as describe con detalles los esfuerzos hechos por el gobernador samaritano, Sanbalat, para impedir su obra, aunque él habí­a sido enviado por el rey y disponí­a de toda la autoridad necesaria para terminar la tarea de reconstruir el muro (Neh 2:10, 19, 20; 4:1, 2; 6:1-14). Josefo dice con respecto a ellos que eran tan poco sinceros, que pretendí­an ser judí­os cuando éstos eran prósperos y respetados y cuando la afinidad con ellos les podí­a producir algunas ventajas, pero negaban toda relación con el judaí­smo cuando temí­an que les perjudicara. Al ser rechazados por los judí­os, los samaritanos construyeron un templo en el monte Gerizim, en el cual ofrecí­an sacrificios de acuerdo con el ritual mosaico. No se sabe a ciencia cierta si fue levantado en el s V o el s IV a.C., pues Josefo afirma que se lo edificó bajo la dirección de Sanbalat en la época de Alejandro Magno. Además informa que cuando los judí­os entraron en conflicto con sus autoridades religiosas, se volvieron hacia los samaritanos. El contraste entre los judí­os y los samaritanos se agudizó en tiempos de Antí­oco IV Epí­fanes. Mientras los judí­os resistieron sus intentos de helenizarlos, y sufrieron grandes persecuciones de los sirios (2 Mac. 6), los samaritanos dedicaron a Zeus (Júpiter) su templo del monte Gerizim por considerarlo el defensor de los extranjeros (2 Mac. 6:2). De allí­ que cuando los judí­os recuperaron el control de Palestina durante el reinado de los Macabeos, se pusieran en contra de los samaritanos, y Juan Hircano (135-105/104 a.C.) destruyera el templo del monte Gerizim en el 128 a.C. Sin embargo, los samaritanos continuaron celebrando servicios religiosos en la cumbre, junto al lugar donde habí­a estado su santuario, por considerar que ése era el verdadero lugar de culto (Joh 4:20, 21). Aun hoy siguen celebrando la fiesta de la Pascua (figs 432, 446) en el monte Gerizim, de acuerdo con el rito mosaico, incluido el sacrificio del cordero 1046 pascual. (Para las discrepancias entre los datos de Josefo y Nehemí­as, vease Sanbalat.) 446. Un sumo sacerdote samaritano dirige a su congregación en oración en la ceremonia de la Pascua anual en el monte Gerizim. El odio que existí­a entre judí­os y samaritanos no habí­a disminuido cuando Jesús ejerció su ministerio terrenal. Varios pasajes del NT lo indican claramente (Luk 9:51-54; Joh 4:9; cf 8:48). Por eso la mayor parte de los peregrinos que viajaban de Galilea a Jerusalén evitaban pasar por Samaria, y preferí­an hacer un desví­o por Perea. El aislamiento social y religioso de los samaritanos los salvó de ser absorbidos por la invasión musulmana del s VII d.C. y subsiguientes, de tal suerte que algunos grupos de ellos han sobrevivido en la zona de Nâblus y en algunos otros lugares de la Palestina de nuestros dí­as. Su religión no diferí­a demasiado de la de los judí­os en tiempos de Cristo, porque también ellos aceptaban el Pentateuco y esperaban que apareciera un Mesí­as (Joh 4:25). Pero sus creencias religiosas eran más liberales, especialmente más que las de los fariseos, y habrí­an sido algo parecidas a las de los saduceos. Los cristianos no manifestaron discriminaciones de ninguna clase, y aceptaron a los samaritanos en pie de igualdad (Luk 10:29-37; 17:16-18; Joh 4:1-42-1 Act 8:5, 6). Bib.: FJ-AJ ix. 14.3; xi.8.2, 7.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico