SAMUEL, VOCACION
(-> Isaías, Jeremías, Ezequiel, anunciación). Los relatos de vocación y anunciación profética constituyen uno de los testimonios privilegiados del encuentro y comunicación del hombre con Dios. Entre ellos tiene una importancia especial el de Samuel, contado por un narrador, y no por el mismo «profeta», como en los casos de Isaías y Jeremías. A pesar de ello, constituye uno de los documentos religiosos más significativos de la Biblia. Citamos y comentamos la primera parte, que trata del encuentro del joven con Dios.
(1) Texto y personajes. El texto evoca el proceso de escucha, educación y juicio del profeta, que es todavía un muchacho y que asiste como servidor de Eli, sacerdote, en el templo de Silo. «En aquellos días la palabra de Yahvé era rara y no eran frecuentes las visiones. Un día estaba Eli acostado en su habitación; se le iba apagando la vista y casi no podía ver. Aún ardía la lámpara de Dios y Samuel se hallaba acostado en el templo de Yahvé donde estaba el Arca de Dios. Y Yahvé llamó a Samuel y él le respondió: ¡Aquí estoy! Y corrió a donde estaba Eli y le dijo: ¡Aquí estoy! (Vengo) porque me has llamado. Y le respondió: No te he llamado. Vuelve, acuéstate. Y se acostó. Y Yahvé volvió a llamar otra vez a Samuel; y Samuel se levantó y fue a donde estaba Eli y le dijo: ¡Aquí estoy! (Vengo) porque me has llamado. Y le respondió: ¡No te he llamado, hijo mío! Vuelve, acuéstate. Y Samuel no conocía aún a Yahvé, pues no se le había revelado la palabra de Yahvé. Y por tercera vez llamó Yahvé a Samuel y se levantó y fue a donde estaba Eli y le dijo: ¡Aquí estoy! (Vengo) porque me has llamado. Y comprendió Eli que era Yahvé quien llamaba al joven. Y dijo Eli a Samuel: Vete, acuéstate. Y si alguien te llama responde: ¡Habla, Yahvé, que tu siervo escucha! Y vino Yahvé y haciéndose presente le llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Y Samuel respondió: ¡Habla, que tu siervo escucha! Y dijo Yahvé a Samuel: Mira, yo voy a hacer en Israel una cosa (= palabra) que a todos los que la oigan les retumbarán los oídos…» (1 Sm 3,11). Esta escena, que suele llevar el título de «el niño (o pequeño) Samuel» se ha hecho muy popular. Pero Samuel no es niño, sino joven (na’ar. 1 Sm 3,1): ha entrado en la adolescencia, sin alcanzar aún la madurez (puede estar entre los 15 y 25 años). El texto dice que sirve (mesaret) a Yahvé, como criado o ministro del sacerdote en las tareas del culto: duerme en el templo (hekah 3,3) y cuida su lámpara hasta entrada la noche; a la mañana abre sus puertas (6,15); evidentemente vela por el orden de la Casa. Eli, el anciano sacerdote, liturgo de una vieja dinastía corrompida (cf. 1 Sm 2,11-36), casi ciego, y Samuel, el joven servidor que aprende a escuchar la voz de Dios educándose en el templo (3,2.7), son protagonistas de la escena.
(2) Las tres llamadas. El texto comienza diciendo que la palabra (dabar) y la visión (hazon) de Yahvé eran raras. Silencio y oscuridad dominaban en el mundo del anciano sacerdote ciego. Es como si la lámpara de Dios fuera a extinguirse y todo el pueblo terminara a oscuras con Eli ya retirado en sus habitaciones. Avanza la noche, se extingue la lámpara (ner), se apagan los ojos de Eli y parece que el pueblo acabará en un silencio ciego. Pero el texto sigue diciendo que Dios habla. A diferencia de Is 6 o Ez 1, aquí no hay visión, ni signos sagrados (trono, manto, fuego). Todo es más sencillo: el simple susurro de una voz, un rumor imperceptible de palabras en medio de la noche. Habla Yahvé y Samuel no entiende. Esta es la trama de un gesto tres veces repetido, en relato que nos puede parecer monótono (1 Sm 3,4-5; 3,6-7; 3,8-9). Dios llama, Samuel escucha y responde diciendo ¡Aquí estoy!, mientras corre hasta el lecho de Eli que le atiende y, sin reproche alguno, le envía de nuevo a su lecho. El relator (y el lector) saben de antemano lo que pasa. Pero Samuel y Eli no lo saben, deben aprenderlo. La primera vez, Eli se limita a tranquilizar a Samuel. La segunda vez le sigue tranquilizando, pero aún con más cariño, diciéndole que vuelva a acostarse; por su parte, el redactor corta por un momento el hilo de la trama y, en paréntesis aclaratorio, disculpa a Samuel: ¡no conocía aún a Yahvé…! (3,7). La tercera vez, el sacerdote indica a Samuel que responda y dialogue con Dios, diciéndole: ¡habla, Yahvé, que tu siervo escucha! Esta es una escena conmovedora. El viejo sacerdote no conoce a Dios: ¡hace tiempo que no acoge sus palabras, empeñado como está en los simples cultos exteriores de su templo! Pero reconoce y quiere que otros puedan escucharle. Por eso instruye al joven ofreciéndole una intensa lección de profecía; le enseña a mantenerse en la presencia de Yahvé sin escapar; le educa para abrir sus oídos a la voz más alta de Dios. (3) La palabra de Yahvé (1 Sm 3,1014). El texto dice que Dios llama a Samuel tres veces, pero Samuel sólo responde a la tercera. Dios le comunica su voz y él puede elevarse y actuar como profeta. No ve serafines ni siente fuego en los labios, ni contempla el carro de Dios, pero ha escuchado la llamada y eso basta, ¡es ya profeta! Este es un relato instituyente. Los reyes reciben el poder a través de una ceremonia de entronización; los sacerdotes por un gesto de unción (Lv 9) y por los dones sagrados que «llenan su mano» (Ex 29,33). El profeta, en cambio, sólo puede apoyarse en la palabra en medio del silencio de la noche. Eli le aconseja (¡mantente firme, escucha!), pero en el momento decisivo no puede acompañarle. Samuel tiene que acoger la voz a solas: la única garantía profética es la experiencia de su encuentro con Dios.
Cf. J. Briend, Dios en la Escritura, Desclée de Brouwer, Bilbao 1996; G. del Olmo, Vocación de líder en el antiguo Israel, Universidad Pontificia, Salamanca 1973.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra