SEMILLAS DEL VERBO

La preparación evangélica en culturas y religiones

En todas las culturas y religiones se encuentran las “semillas del Verbo”, a modo de preparación evangélica para un encuentro explí­cito con Cristo. Esta afirmación patrí­stica, que ya se halla en San Justino (Apologí­a, II,8), ha tenido amplio eco en los estudios actuales, y ha sido frecuentemente citada y comentada por los documentos magisteriales, conciliares y postconciliares (AG 3,11; EN 53,80; RMi 28; VS 94).

En todas las culturas, el misterio del hombre es siempre el mismo. La fe cristiana afirma que “la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro” (GS 10). Sólo Cristo, el Verbo encarnado, “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (GS 22). Pero para poder llegar a esta fe, el mismo Dios ha sembrado “semillas” de su Verbo, a modo de preparación evangélica. Esas semillas no se pueden anular ni infravalorar, sino que, desbrozando todos los defectos, habrá que presentar a Cristo como desde dentro del corazón y de la cultura, como un don que supera infinitamente toda previsión humana sin destruir lo ya sembrado por Dios durante toda la historia.

En toda la creación e historia humana, ha existido siempre la acción salví­fica del Verbo (con el Padre y en el Espí­ritu). Clemente de Alejandrí­a se refiere al budismo e hinduí­smo cuando habla de una especie de “pedagogí­a” hacia Cristo y de una preparación evangélica “hasta que el Señor quiera llamarlos” (Stromata, 1,5; 6,8).

Desde el principio de la historia, “el Verbo era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, y el mundo no le conoció” (Jn 1,3-4.9-10). “Todo fue creado por él y para él” (Col 1,16). Desde el momento de la Encarnación, el Verbo hecho hombre asume la historia humana de todas las épocas como propia “Y el Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros” (Jn 1,14).

Discernir para llevar a la madurez

En todas los pueblos y culturas religiosas, se pueden encontrar sus huellas, que “deben examinarse con la luz evangélica” (AG 11). Siendo el Verbo Encarnado la “Palabra definitiva del Padre sobre el hombre y sobre la historia” (TMA 5; cfr. Heb 1,1ss), la acción evangelizadora tratará de discernir esas huellas para llevarlas a la madurez de un encuentro de fe con el Verbo Encarnado. Efectivamente, el mismo Espí­ritu Santo, que ha sembrado estas “semillas” en el decurso de la historia, “las prepara para su madurez en Cristo” (RMi 28). Para llegar a este encuentro de plenitud, las “semillas” necesitan constatar las huellas explí­citas del Verbo en la vida de los cristianos.

La diferencia del cristianismo respecto a las otras religiones estriba en la iniciativa de Dios de enviar a su Hijo, la persona del Verbo (no sólo sus “semillas”), como revelación definitiva. En Cristo, “es Dios quien viene en Persona a hablar de sí­ al hombre” (TMA 6).

A partir de esta doctrina, será fácil entender el alcance misionero de la afirmación “El Verbo Encarnado es el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad” (TMA 6). Si “el Verbo siempre ha asistido al género humano” (San Ireneo Adv. Haer. 3,18,1), desde su Encarnación “se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (GS 22). En este sentido se puede decir que los pueblos “poseen la salvación escrita, sin papel ni tinta, por el Espí­ritu Santo en sus corazones” (Adv. Haer. 3,4,2).

Recapitular en Cristo todas las cosas

La evangelización tiende a “recapitular en Cristo todas las cosas” (Ef 1,10). Las “semillas del Verbo” quedan asumidas en esa dinámica de recapitulación. No se trata de separar el Verbo de Jesucristo, sino de distinguir momentos y modos de la epifaní­a de Dios Amor por medio del único Verbo encarnado que es Jesucristo. Habrá que evitar tanto la eliminación de los valores auténticos, cuanto el sincretismo de una sí­ntesis indiferenciada.

La sintoní­a entre las “semillas” del Verbo y sus “huellas” más explí­citas, deberá llegar a un encuentro real de “fe”. El camino por recorrer no depende sólo de las otras religiones, sino principalmente de los mismos creyentes en Cristo, llamados a presentar y anunciar los signos de su Encarnación. El encuentro como salto a la fe, que es don de Dios, se realizará por medio de la “conversión” más profunda por parte de todos, evangelizados y evangelizadores (RMi 46-47).

Referencias Anuncio, conversión, creación, cristianismo, Encarnación, historia, hombre, inculturación, misión “ad gentes”, redención, Reino de Dios, sacramento universal de salvación.

Lectura de documentos GS 22; LG 16; AG 3,11; NAe 2; EN 53,80; RMi 28.

Bibliografí­a J. ESQUERDA BIFET, Huellas del Verbo encarnado en las diversas experiencias de Dios. A propósito del Jubileo del año 2.000 Burgense 36 (1995) 333-359; Idem, Hemos visto su Estrella, Semillas del Verbo, Madrid, BAC 1996, cap. IX,6; Idem, El cristianismo y las religiones de los pueblos ( BAC, Madrid, 1997) VII.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización