SEGUIMIENTO EVANGELICO

Compartir la misma vida de Cristo

El seguimiento evangélico se identifica con el modelo apostólico de compartir la misma vida de Cristo por amor. Es seguimiento que responde a una llamada para una relación permanente y personal con Cristo, que se expresa en comunión de hermanos para la misión (Mc 3,13-14; Mt 4,18-23). Se concreta en la disponibilidad para vivir anunciando el Evangelio, como vivió el Señor (Mt 10,1-42; Mc 6,7-12; Lc 9, 1-6; 10,2-9). Los enviados (“apóstoles” o misioneros) deben quedar libres para evangelizar (Mt 10,8ss; Mc 6,8ss; Lc 9,3ss; Lc 10,4ss). No caben condicionamientos personales, sociales ni culturales.

Este seguimiento evangélico comenzó a invitación de Cristo, en el lago de Genesaret (Mt 4,19-22; Lc 5,1-11), pero se fue reestrenando en diversas ocasiones, como después del milagro de Caná (Jn 2,12) y cuando Jesús pasaba predicando por los pueblos de Palestina (Lc 8,1-3). Habí­a, pues, el grupo de los “Apóstoles” y otras personas, incluso algunas mujeres y su misma madre (Jn 2,12).

Exigencias y renuncias

Las exigencias y renuncias del seguimiento evangélico arrancan del hecho de compartir la misma vida y la misma suerte de Cristo. Por esto, no caben puntos de apoyo al margen del evangelio, porque “el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza” (Mt 8,20; Lc 9,58). Para Cristo y para sus enviados, el punto de apoyo es la voluntad salví­fica del Padre. Se trata de “no anteponer nada a Cristo” (San Cipriano y San Benito).

Cuando en el evangelio se dice que los Apóstoles “lo dejaron todo” (Lc 5,11; Mt 4,20.22), el texto da a entender que el acento recae en el “seguimiento”, a modo de compartir esponsalmente la vida, porque sólo el amor de amistad (cfr. Jn 15,13-15) puede exigir un desprendimiento y una donación de totalidad. La afirmación de Pedro resume este tono de desprendimiento por un amor de totalidad “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mt 19,27; Mc 10,28). Jesús señalará el motivo principal “por ni nombre”, es decir, por unión y amor a mi persona (Mt 19,29).

Seguir a Cristo es como un “nuevo nacimiento” (Jn 3,3). Es el radicalismo del amor, es decir, de “amar con todo el corazón” (Mt 22,37; Deut 6,5). La medida de este amor es el amor de Cristo y del Padre “Como yo os he amado” (Jn 13,34); “sed perfectos como vuestro Padre celestial” (Mt 5,48). “El mismo se hace ley viviente y personal, que invita a su seguimiento, da mediante el Espí­ritu, la gracia de compartir su misma vida y su amor, e infunde la fuerza para dar testimonio del amor en las decisiones y en las obras” (VS 15).

Respuesta de amor y compromiso misionero

Es la respuesta al amor de Cristo, puesto que sus discí­pulos están llamados a “tomar su cruz y seguirle” (Lc 9,23). El amor a Cristo es un cambio de vida como inserción en la suya “No soy yo el que vivo, sino que es Cristo quien vive en mí­” (Gal 2,20). Se busca este amor de Cristo, como quien busca “el tesoro escondido” y “la perla preciosa”, dejando todo lo demás (Mt 13,44-46).

Las bienaventuranzas, además de ser el “autorretrato de Cristo”, son también “invitaciones a su seguimiento y a la comunión de vida con él” (VS 16). Por esto, “la moral cristiana… consiste principalmente en el seguimiento de Jesucristo, en el abandonarse a El, en el dejarse transformar por su gracia y ser renovados por su misericordia, que se alcanzan en la vida de comunión de su Iglesia” (VS 119).

Hoy como ayer, Jesús sigue formando el grupo de sus discí­pulos (el “discipulado”), transmitiéndoles su palabra, entablando una relación profunda con ellos, invitándoles a un seguimiento radical en comunión de hermanos, enviándoles con su misma misión.

El seguimiento evangélico, en su sentido radical, se llamará durante la historia “vida apostólica” (“apostolica vivendi forma”). Se quiere vivir como el Maestro (cfr. Mt 8,20; Lc 9,58), para no ser “obstáculo” o “tropiezo” a su obra redentora (Mc 8,33). La “sequela Christi” equivale a caminar con Cristo hacia la Pascua en Jerusalén y hacia la evangelización del mundo. Se camina con Cristo hacia el Padre (escatologí­a), imitando su “éxodo” hacia Jerusalén. Equivale a unión personal, intimidad e imitación, para compartir su mismo destino pascual.

Referencias Bienaventuranzas, consejos evangélicos, espiritualidad sacerdotal, vida apostólica, vida consagrada.

Lectura de documentos CEC 1716-1717; VS I (19, 66, 119); LG V.

Bibliografí­a S. BLANCO, B. FERNANDEZ, Seguimiento, en Diccionario Teológico de la Vida Consagrada (Madrid, Pub. Claretianas, 1989) 1616-1641; J. ESQUERDA BIFET, Seguimiento y desposorio (Barcelona, Balmes, 1994); Idem, Compartir con la vida con Cristo. Dinamismo de la vocación cristiana (Barcelona, Balmes, 1988); Idem, Te hemos seguido ( BAC, Madrid, 1988); S. GALILEA, El seguimiento de Cristo (Bogotá, Paulinas, 1991); T. MATURA, El radicalismo evangélico (Madrid, Inst. Vida Religiosa, 1980); D. MONGILLO, Seguimiento, en Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas, 1991) 1717-1728; B. SECONDIN, Seguimiento y profecí­a (Madrid, Paulinas, 1986).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización