SEPULTURA

v. Hades, Hoyo, Infierno, Muerte, Sepulcro
Gen 35:20 un pilar sobre su s .. es la señal de la s
Deu 34:6 y ninguno conoce el lugar de su s hasta
Job 5:26 vendrás en la vejez a la s, como la
Ecc 6:3 si su alma no se sació .. careció de s
Isa 53:9 se dispuso con los impíos su s, mas con
Jer 22:19 en s de asno será enterrado .. fuera
Eze 32:18 la tierra, con los que descienden a la s
Eze 39:11 daré a Gog lugar para s allí en Israel
Mat 27:7 el campo del .. para s de los extranjeros
Mar 14:8 anticipado a ungir mi cuerpo para la s
Joh 12:7 para el día de mi s ha guardado esto


acción de enterrar a un difunto; lugar de su enterramiento.

Dar s. a un difunto era un deber sagrado para los hebreos Si 38, 16; incluso los cadáveres de los reos condenados a muerte debí­an enterrarse el mismo dí­a de la ejecución, Dt 1, 23; Jos 8, 29; 10, 27; Jn 19, 31.

Existí­an normas de pureza con respecto al contacto con cadáveres muy estrictas sobre todo con los sacerdotes, y quien lo tuviera quedaba impuro y debí­a someterse a unos ritos para quedar limpio, Lv 21, 1-4; Nm 6, 912; 19, 11-16; 31, 19-20; Ez 44, 25-27.

Existen en las Escrituras varias narraciones que dan a conocer algunas de las costumbres que acompañaban el enterramiento de un difunto, su preparación y el acto de la s. Por ejemplo, cerrar los ojos al difunto, abrazarlo, besarlo, Gn 46, 4; 50, 1; para luego proceder a amortajarlo, embalsamarlo, aunque no según la costumbre egipcia, que implicaba un proceso dispendioso y lento, como sucedió con el cadáver de Jacob en Egipto, su embalsamamiento duró cuarenta dí­as, Gn 50, 3. En el duelo los hebreos, como los pueblos orientales, prorrumpí­an en lamentos y lloros, en grandes y ruidosas manifestaciones de dolor, como golpes de pecho, se contrataban las plañideras; el duelo podí­a durar varios dí­as, Si 22, 12; 38, 17; Jr 9, 16-17; Am 5, 16; Ez 24, 15-24; Mt 9, 23; Mc 5, 38. El cortejo fúnebre se distinguí­a también por las manifestaciones de dolor, 2 S 3, 31; Lc 7, 12. Para lo reyes muertos en paz con Dios, se acostumbraba un rito funerario, quemar junto al lugar de la s. aromas, 2 Cro 16, 14; Jr 34, 15; este honor le fue negado a Ocozí­as, rey de Judá, 2 Cro 21, 19.

Los israelitas no tuvieron la costumbre de otros pueblos de incinerar los cadáveres, pues se consideraba una deshonra; era una pena reservada para ciertos delitos, como el adulterio, Gn 38, 24; para quien tomara por esposas a una mujer y a su madre, Lv 20, 14; para la prostitución de las hijas de los sacerdotes, Lv 21, 9.

Para la época de la dominación romana se introdujeron entre los israelitas muchos de los usos de la metrópoli. Los cadáveres se lavaban, Hch 9, 37; se embalsamaban con perfumes y aromas, Mc 16, 1; Lc 24, 1; Jn 19, 39; se envolví­a el cuerpo en lienzos o sábanas, Mt 27, 59; Mc 15, 46; Lc 23, 53; Jn 11, 44; 19, 40; de Lázaro dice Juan que tení­a atados los pies y las manos con vendas, cuando salió del sepulcro, pero no se sabe si esto era costumbre judí­a; la cabeza del difunto se envolví­a con un sudario, Jn 11, 44; 20, 6.

En cuanto a los sepulcros existen varias formas a través de la historia de Israel, así­ como también variaban según la condición social del difunto; estos estaban situados en las afueras de los poblados. Las familias, por lo general, tení­an un s. familiar para todos sus miembros. Se empleaban las cuevas o cavernas naturales como lugar de s., como la cueva de Makpelá comprada por Abraham, frente a Hebrón, donde enterró a su mujer Sara, Gn 23, 19; esta cueva se convirtió en la tumba de los patriarcas, allí­ fue sepultado Abraham, Gn 25, 8-10; igualmente Isaac, Jacob y sus mujeres, Gn 49, 29-31. De aquí­ la expresión muy común de descansar, reunirse con los antepasados, cuando alguien morí­a. Era ignominioso, un castigo, no ser enterrado en el sepulcro familiar, 1 R 13, 22. De muchos personajes bí­blicos se dice que sus restos fueron a reposar en el mismo sitio de sus padres, como Sansón, Jc 16, 31; Asahel, uno de los veteranos de David, 2 S 2, 32; Saúl y Jonatán, 2 S 21, 13-14; Matatí­as, el padre de los Macabeos, fue sepultado en la tumba de sus padres, 1 M 2, 70.

También se abrí­an tumbas en la tierra en las cuales se hací­a un fondo o lecho de piedra para colocar el cadáver, que después fue un nicho en el que se enterraba al difunto en un sarcófago; se levantaban estelas conmemorativas sobre la s.; Débora, la nodriza de Rebeca, fue sepultada debajo de una encina, Gn 35, 8 y 19.

En la época monárquica existió el sepulcro de los reyes, en la Ciudad de David, donde fueron enterrados el rey David y su hijo Salomón, 1 R 2, 10; 1 R 11, 43. De los reyes de Judá se dice que también fueron enterrados aquí­, Roboam, 1 R 14, 31; Abí­as, 1 R 15, 8; Asá, 1 R 15, 24; Ocozí­as, 2 R 9, 28; Amasí­as, 2 R 14, 20; Ozí­as, 2 R 15, 7; Jotam, 2 R 15, 38; sin em bargo, de algunos reyes de Judá se dice en Crónicas, que fueron enterrados en la Ciudad de David, mas no en el sepulcro de los reyes, por su infidelidad a Yahvéh, como Joram, 2 R 8, 24; 2 Cro 21, 20; Joás, 2 R 12, 22; 2 Cro 24, 25; Ajaz, 2 R, 16 20; 2 Cro 28, 27. El rey Ozí­as, quien murió enfermo de lepra, fue enterrado †œen el campo de los sepulcros de los reyes†, es decir, en la tierra, 2 Cro 26, 23. El rey Ezequí­as fue sepultado †œen la subida de los sepulcros de los hijos de David†, lo cual podrí­a significar un lugar preeminente en la necrópolis de los reyes de Judá, 2 Cro 32, 33. Manasés y su hijo Amón fueron sepultados en el jardí­n de su palacio, el jardí­n de Uzzá, 2 R 21, 18 y 26; Manasés fue sepultado en su casa, 2 Cro 33, 20. En las reparaciones de las murallas de Jerusalén, en tiempos de Nehemí­as, se mencionan las †œtumbas de David†, Ne 3, 16; el apóstol Pedro, en su discurso el dí­a de Pentecostés, dijo: †œHermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente†, Hch 2, 29; basada en este texto, en la colina occidental de Jerusalén, llamada en los primeros siglos del cristianismo Sión, la tradición ha creí­do que está la tumba del rey David, que hoy aún es venerada; esto es una confusión con la fortaleza de Sión, conquistada por el rey a los jebuseos, 1 R 2, 10.

La gente pudiente podí­a levantarse sepulcros lujosos los cuales fueron variando de acuerdo con la influencias culturales de otros pueblos. Tal el caso de José de Arimatea, quien habí­a hecho excavar uno en la roca, Mt 27, 57. Existí­an las tumbas de los pobres, †œdel pueblo llano†, como se mencionan en 2 R 23, 6; así­ como las fosas comunes, Jr 26, 23.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

ver, TUMBA

vet, Inhumación, puesta en tierra de un cadá

ver, honras fúnebres. Al darse una defunción, los amigos se precipitaban en la casa mortuoria, lanzando grandes gritos, especialmente las mujeres (Mr. 5:38); incluso se alquilaban plañideras (Jer. 9:17). Se lavaba el cuerpo (Hch. 9:37), que era después envuelto en un lienzo o atado con vendas (Mt. 27:59; Jn. 11 :44). Los ricos añadí­an perfumes y especias (Jn. 12:7; 19:39) que en ocasiones se quemaban (Jer. 34:5). El cuerpo era depositado en una cueva o en un sepulcro cavado horizontalmente en la roca (Gn. 25:9, 10; Mt. 27:60; 2 S. 3:31; Lc. 7:14). (Véase TUMBA.)

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

Los judí­os, al parecer, no practicaban el embalsamamiento al estilo de los demás pueblos, como, por ejemplo, Egipto, que habí­a llegado a dominar las técnicas del mismo. Por los indicios que dan los evangelistas se puede afirmar que daban sepultura al cadáver después de haberlo ungido exteriormente con aromas (Lc 23,56), especialmente mirra y áloe (Jn 19,39); después le envolví­an el rostro con un sudario (Mt 15,46; Jn 20,7) y el cuerpo en un lienzo (Mc 15,46; Jn 20,7) sujeto por medio de tiras (Jn 19,40).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

El entierro del cuerpo de un difunto era un acto de considerable importancia para la gente de tiempos bí­blicos. Por este motivo, Abrahán, la primera persona sobre la que la Biblia dice especí­ficamente que llevó a cabo un entierro, estuvo dispuesto a invertir una considerable suma de dinero en un lugar apropiado para emplearlo como sepultura. (Véase COMPRA.) Los hititas (hijos de Het), a los que compró el campo, tení­an sus propias sepulturas †˜selectas†™. (Gé 23:3-20.) La cueva que obtuvo Abrahán se convirtió en la sepultura familiar, en la que con el tiempo se depositaron los restos de su esposa, los de Abrahán mismo y los de Isaac, Rebeca, Lea y Jacob. (Gé 25:9; 49:29-32.) Jacob no querí­a de ningún modo que se enterrase su cuerpo en Egipto, sino con sus antepasados. (Gé 47:29-31.) Esto requerí­a que su cadáver fuese embalsamado, pues, de otro modo, se hubiera corrompido durante el caluroso trayecto de Egipto a la cueva de Macpelá. (Gé 50:1-3, 13.) José expresó un deseo similar, de modo que su cuerpo también se embalsamó y colocó en un ataúd, en espera de ser trasladado al tiempo del éxodo. (Gé 50:24-26; Jos 24:32.) Este deseo obedecí­a a que compartí­an la misma fe en las promesas de Dios y de este modo expresaban su convicción de que se cumplirí­an. (Heb 11:13-22, 39.)
Parece ser que se preferí­an las sepulturas familiares, según el modelo que puso Abrahán. (2Sa 19:34-37.) Gedeón, Sansón y Asahel fueron enterrados †˜en la sepultura de su padre†™. (Jue 8:32; 16:31; 2Sa 2:32.) Sin embargo, la frecuente expresión †˜yacer, o ser enterrado, con los antepasados†™, no implica necesariamente ser enterrado en su misma sepultura, pues esta expresión se usa con relación a personas a las que, obviamente, no se enterró en el mismo lugar que a sus antepasados. (Gé 15:15; Dt 31:16; 32:50; 1Re 2:10; Hch 13:36.) Por lo tanto, debe referirse a su entrada común en el Seol (Hades), la sepultura común de la humanidad. A esta sepultura común se la llama †œla casa de reunión para todo viviente†. (Job 30:23.)
Enterrar el cadáver de otra persona se entendí­a como una expresión de bondad amorosa, y los hombres de Jabés-galaad arriesgaron su vida con el fin de dar sepultura a Saúl y sus hijos. (1Sa 31:11-13; 2Sa 2:4-6.) Quedar insepulto se consideraba una gran desgracia (Jer 14:16), y era un medio que Dios empleaba para expresar su rechazo hacia las personas que seguí­an un mal proceder. (Jer 8:1, 2; 9:22; 25:32, 33; Isa 14:19, 20; compárese con Rev 11:7-9.) En tal caso, el cuerpo quedaba expuesto para que lo devorasen animales y aves de carroña. (Sl 79:1-3; Jer 16:4.) La imagen patética de Rizpá negándose a abandonar los cadáveres de sus hijos, quizás durante meses, hasta que se les concedió un entierro, muestra ví­vidamente la importancia que se atribuí­a a esta cuestión. (2Sa 21:9-14.)
La ley que Jehová dio por medio de Moisés decí­a que se debí­a enterrar incluso a los delincuentes. (Dt 21:23; compárese con Jos 8:29.) El hecho de que Ahitofel se suicidara no fue óbice para que se le enterrase. (2Sa 17:23.) Salomón dio instrucciones relativas al entierro de Joab al mismo tiempo que ordenó su ejecución. (1Re 2:31.) Jehú tení­a la intención de dar sepultura a la inicua Jezabel por consideración a que habí­a sido †œhija de rey†, pero no logró impedir el cumplimiento de la profecí­a de Jehová concerniente a que serí­a †œcomo estiércol sobre la faz del campo†. (2Re 9:10, 34-37; compárese con 2Cr 22:8, 9.)
Salvo los casos de Jacob y José, los israelitas debí­an enterrar a sus muertos el mismo dí­a que fallecí­an. Esta era una medida necesaria, pues debido al clima normalmente cálido de las tierras bí­blicas, los cadáveres se descomponen con rapidez. El mentiroso Ananí­as fue enterrado menos de tres horas después de haber muerto. (Hch 5:5-10.) Además, según la ley mosaica, cualquiera que tocase un cadáver se hací­a inmundo durante siete dí­as. Aunque la razón de esta decisión judicial debí­a ser subrayar que la muerte es el resultado del pecado y la imperfección, también serví­a para prevenir la propagación de enfermedades y contribuí­a a la higiene de quienes la observaban. Los que no seguí­an este sistema de purificación prescrito en la Ley podí­an ser castigados con la pena de muerte. (Nú 19:11-20; compárese con Dt 21:22, 23.) Josí­as utilizó los huesos de los idólatras para hacer sus altares religiosos inservibles para el culto, y además profanó sus sepulturas. (2Re 23:14-16; 2Cr 34:4, 5.)
En vista de la actitud bí­blica hacia los cadáveres, es evidente que no se practicaba ni toleraba la adoración de reliquias de siervos prominentes de Dios. El mismo sepultó el cadáver de Moisés en un lugar desconocido, con lo que hizo imposible que en el futuro se hiciesen peregrinajes a su tumba. (Dt 34:5, 6; compárese con Jud 9.)
Se utilizaban diferentes lugares como sepultura. Si bien es cierto que se practicaba el tradicional método occidental de enterrar en el suelo, no era muy habitual en el Oriente Medio. La nodriza de Rebeca, Débora, así­ como, al menos en un principio, el rey Saúl y sus hijos, fueron sepultados bajo árboles grandes. (Gé 35:8; 1Cr 10:12.) Pero al parecer se preferí­an grutas naturales o excavadas artificialmente en la piedra caliza blanda tan común en Palestina, como en el caso de Abrahán. Con frecuencia, la sepultura se preparaba personalmente con mucha antelación. (Gé 50:5; Isa 22:16; 2Cr 16:14.) El lugar podí­a estar cerca del dueño, como en el jardí­n. (1Sa 25:1; 1Re 2:34; 2Re 21:25, 26.) La expresión †œjunto a su casa† no quiere decir dentro del edificio, como se ve al comparar 2 Crónicas 33:20 con 2 Reyes 21:18.
Las investigaciones arqueológicas nos proporcionan una idea del tipo de sepulturas que se utilizaban en la antigüedad. Además de estar excavadas en la tierra, en Palestina las sepulturas podí­an consistir en panteones y cámaras labradas en la roca, con frecuencia en las laderas de las montañas. Al parecer se tení­a predilección por los lugares elevados. (Jos 24:33; 2Re 23:16; 2Cr 32:33; Isa 22:16.) La cámara podí­a estar destinada a una sola sepultura, en cuyo caso el cuerpo se depositaba en un lugar excavado en el suelo. O podí­a haberse preparado para varias, con nichos suficientemente profundos como para contener un cuerpo, labrados en ángulo recto en las paredes de la cámara. La estrecha abertura por la que se introducí­a el cuerpo se tapaba después con una piedra cortada a la medida exacta. En otros casos, se labraba un nicho en forma de banco en la pared posterior y en las laterales (Mr 16:5), o podí­a haber una fila doble de tales bancos, lo que aumentaba la capacidad de la sepultura. Las tumbas podí­an constar de más de una cámara, aunque parece ser que entre los judí­os eran más usuales las de una sola cámara. Como es lógico, cuando el cuerpo se colocaba sobre un banco, habí­a que sellar la entrada para impedir que fuera depredado por animales salvajes. La entrada principal se obstruí­a con una piedra grande que se abrí­a como una puerta, y en ocasiones, con una piedra circular que se hací­a rodar sobre un surco frente a la entrada. Dichas piedras circulares podí­an llegar a pesar más de una tonelada. (Mt 27:60; Mr 16:3, 4.)
Las antiguas sepulturas judí­as se caracterizaban por su sencillez. Por lo tanto, contrastaban mucho con las tumbas paganas, que solí­an decorarse con pinturas murales y otros adornos. Aunque Jacob levantó una columna sobre la sepultura de Raquel, posiblemente una sola piedra (Gé 35:20), parece ser que se trataba más de una señal que de un monumento. (1Sa 10:2.) En 2 Reyes 23:17 también se menciona una †œlápida† que señalaba cierta sepultura. Jesús mencionó las tumbas †œque no están expuestas a la vista, de modo que los hombres andan sobre ellas y no lo saben†. (Lu 11:44.) Como tocar un cadáver suponí­a inmundicia ceremonial, las sepulturas judí­as solí­an blanquearse con el fin de que se advirtiese su presencia. (Mt 23:27.) Según indica la Misná, se blanqueaban todos los años poco antes de la Pascua. (Sheqalim 1:1.)
Tras la muerte de una persona, su cuerpo por lo general se lavaba (Hch 9:37) y untaba con aceites y ungüentos aromáticos, lo que, si se considera un tipo de embalsamamiento, no se asemejaba al que efectuaban los antiguos egipcios. (Compárese con Mr 14:3-8; Jn 12:3, 7.) Luego se envolví­a el cuerpo en un paño, por lo general de lino. (Mt 27:59; Jn 11:44.) Se acostumbraba a poner en estas vendas especias, como mirra y áloes. (Jn 19:39, 40.) En otras ocasiones el cuerpo se tendí­a sobre aceite y diferentes ungüentos, como se hizo en el caso del rey Asá. (2Cr 16:14.) La gran †œquema funeral† que se menciona en este caso debe referirse a la quema de dichas especias, que producirí­an un incienso aromático. La cabeza del difunto a veces se cubrí­a con un paño diferente. (Jn 20:7.)
Las mujeres que fueron a la tumba de Jesús al tercer dí­a para untar su cuerpo con especias puede que lo hicieran debido a la prisa con que se enterró a Jesús, y por tanto con el objeto de efectuar un trabajo más completo a fin de que el cuerpo se conservase durante un perí­odo más largo. (Mr 16:1; Lu 23:55, 56.)
El cuerpo probablemente se llevaba hasta la sepultura en un féretro, o andas funerarias, hechas posiblemente de mimbre, y en ocasiones era acompañado por una procesión numerosa, que quizás incluí­a músicos que tocaban música fúnebre. (Lu 7:12-14; Mt 9:23.) Puede que durante el llanto alguien hiciera ante la sepultura algún comentario con relación al difunto. (2Sa 3:31-34; 2Cr 35:23-25.)
Con el transcurso del tiempo, como la cantidad de muertos aumentaba, se crearon los cementerios. Normalmente estaban fuera de los muros de la ciudad. Sin embargo, a los reyes de Judá se les enterraba en †œla Ciudad de David†, y a los de Israel, en la ciudad capital del reino septentrional. (1Sa 25:1; 1Re 22:37; 2Cr 9:31; 24:15, 16.) J. G. Duncan escribe en su libro Digging Up Biblical History (1931, vol. 2, pág. 186): †œAunque los hebreos en ocasiones enterraban a sus muertos intramuros, por regla general excavaban sus tumbas en la roca, en la ladera de alguna colina cercana a la ciudad. La presencia de tumbas en la roca de una ladera es un indicio seguro de que hubo un asentamiento en una colina próxima, mientras que la ausencia de sepulturas prueba que el lugar no estuvo ocupado†. Los riscos que rodean Jerusalén contienen una cantidad considerable de sepulturas. (Compárese con Isa 22:16.) Se cree que el †œcementerio de los hijos del pueblo† (†œlas sepulturas de la gente común†, Mod), situado en el valle de Cedrón, era un cementerio para la clase más pobre. (Jer 26:23; 2Re 23:6.) La Biblia también menciona el †œcampo del alfarero†, donde se sepultaba a los extraños. (Mt 27:7; véase AKELDAMA.)
Aunque la incineración estaba muy extendida entre los babilonios, los griegos y los romanos, no era común entre los judí­os. Los cadáveres de Saúl y sus hijos fueron quemados, pero sus huesos se enterraron. (1Sa 31:8-13; nótese también Am 6:9, 10.)
En las Escrituras Hebreas, el significado de las palabras qé·ver (†œsepultura†; Gé 23:4) y qevu·ráh (†œsepulcro†; Gé 35:20) difiere del significado del término hebreo sche´óhl, que no alude a una o varias tumbas, sino al sepulcro común de toda la humanidad. Del mismo modo, en las Escrituras Griegas Cristianas, el término griego tá·fos (†œsepulcro†; Mt 27:61), así­ como las palabras mne·ma (†œtumba†; Mr 15:46) y mne·méi·on (†œtumba conmemorativa†; Lu 23:55), son distintos de la palabra griega hái·des, que es la equivalente de sche´óhl. (Véanse HADES; SEOL; TUMBA CONMEMORATIVA.)

Sepulturas de los reyes y de David. Pedro dijo en el Pentecostés: †œDavid […] falleció y también fue sepultado, y su tumba está entre nosotros hasta este dí­a†. (Hch 2:29.) Esto indica que la sepultura del rey David aún existí­a para el año 33 E.C.
En 1 Reyes 2:10 se dice que se enterró a David en †œla Ciudad de David†, y al parecer llegó a ser una costumbre enterrar en ese lugar a los reyes de Judá. De los veinte reyes que ocuparon el trono después de David, se especifica que doce fueron enterrados en la Ciudad de David, si bien no todos en †œlas sepulturas de los reyes†. El registro bí­blico dice especí­ficamente que a Jehoram, Joás (Jehoás) y Acaz no se les enterró en ellas. (2Cr 21:16, 20; 24:24, 25; 28:27.) En lugar de ser una tumba común compuesta de varias cámaras, es posible que †œlas sepulturas de los reyes† se refiriera a una zona concreta dentro de la Ciudad de David donde estaban ubicadas las tumbas conmemorativas de los reyes. El rey Asá fue enterrado en una †œgrandiosa sepultura que él habí­a excavado para sí­ en la Ciudad de David† (2Cr 16:14), y a Ezequí­as se le enterró †œen la subida a las sepulturas de los hijos de David†. (2Cr 32:33.) El rey Uzí­as, que murió leproso, fue enterrado †œcon sus antepasados, pero en el campo de entierro que pertenecí­a a los reyes, porque dijeron: †˜Es leproso†™†. Esto da a entender que su cuerpo se enterró en el suelo, en lugar de ser depositado en una tumba excavada en la roca. (2Cr 26:23.)
En cuanto a los demás reyes de Judá, parece ser que Manasés y Amón fueron enterrados en otro lugar, †œen el jardí­n de Uzᆝ. (2Re 21:18, 23, 26.) El que se diga que el hijo de Amón, el fiel rey Josí­as, fue enterrado en †œel cementerio de sus antepasados†, puede indicar tanto que se le enterró en las tumbas reales de la Ciudad de David como que el entierro fue en las sepulturas de Manasés y Amón. (2Cr 35:23, 24.) Tres reyes murieron en el exilio: Jehoacaz (en Egipto), Joaquí­n y Sedequí­as (en Babilonia). (2Re 23:34; 25:7, 27-30.) En cumplimiento de la profecí­a de Jeremí­as, Jehoiaquim tuvo †œel entierro de un asno†, †œarrojado de dí­a al calor y de noche a la escarcha†. (Jer 22:18, 19; 36:30.)
Al justo sumo sacerdote Jehoiadá se le concedió el honor de ser enterrado en †œla Ciudad de David junto con los reyes†, siendo la única persona conocida que recibió tal distinción sin pertenecer al linaje real. (2Cr 24:15, 16.)
No se ha determinado el emplazamiento de estas sepulturas reales. Basándose en la referencia a †œlas Sepulturas de David†, en Nehemí­as 3:16, y en la alusión a †œla subida a las sepulturas de los hijos de David†, en 2 Crónicas 32:33, hay quien cree que su ubicación más probable es la colina sudoriental de la ciudad, cerca del valle de Cedrón. En esa zona se han hallado lo que parecen ser tumbas subterráneas labradas en la roca, con conductos rectangulares que penetran hacia el interior. No obstante, no pueden identificarse con certeza, y cualquier intento de hacerlo se ve complicado, no solo por la destrucción que sufrió la ciudad en los años 70 E.C. y 135 E.C., sino porque los romanos utilizaron la sección meridional de la ciudad como cantera. Por ello, las tumbas mencionadas se hallan muy deterioradas.
El mausoleo de la reina Elena de Adiabene, ubicado en la parte N. de la actual Jerusalén, es conocido por el engañoso nombre de †œtumba de los reyes†. La realidad es que se construyó en el siglo I E.C., y no debe confundirse con los cementerios reales que menciona la Biblia.

†œLos cadáveres de sus reyes.† En Ezequiel 43:7-9, Jehová condenó a la casa de Israel y a sus reyes debido a que habí­an contaminado Su santo nombre †œpor su fornicación y por los cadáveres de sus reyes en su muerte†, y dijo: †œAhora que alejen de mí­ su fornicación y los cadáveres de sus reyes, y ciertamente residiré en medio de ellos hasta tiempo indefinido†. Algunos comentaristas entienden que estas palabras indican que los judí­os eran culpables porque habí­an construido las sepulturas de ciertos reyes en las proximidades del templo. En el versí­culo 7, cerca de una veintena de manuscritos y ediciones hebreos, así­ como los targumes, contienen la frase †œen su muerte†, mientras que el texto masorético lee †œsus lugares altos† y la Septuaginta griega dice †œen medio de ellos†.
Aun suponiendo que la lectura correcta de este versí­culo fuese †œen su muerte†, no parece que eso sea suficiente razón para creer que alguno de los reyes de Judá fue enterrado en las cercaní­as del templo. Puesto que el cadáver de una persona era inmundo según la Ley, el enterrar a alguien en las proximidades del templo hubiese constituido una afrenta directa contra Dios; sin embargo, las historias de los reyes no aluden ni siquiera de manera velada a semejante profanación de la santidad del templo. Es improbable que los reyes a los que no se concedió un entierro en las †œsepulturas de los reyes† o †œde los hijos de David†, recibieran sepultura cerca del templo, un lugar más ensalzado, en vez de en uno menos importante u honorable.
Un examen más detenido de Ezequiel 43:7-9 muestra que se estaba hablando acerca de la idolatrí­a, y que del mismo modo que la †œfornicación† era figurativa, †œlos cadáveres de sus reyes† representaban los í­dolos sin vida que habí­an adorado los gobernantes y la casa de Israel. Jehová se habí­a expresado en términos similares en Leví­tico 26:30, donde advirtió a los israelitas que debido a su desobediencia †˜aniquilarí­a sus lugares altos sagrados y cortarí­a sus estantes del incienso y pondrí­a los propios cadáveres de ellos sobre los cadáveres de sus í­dolos estercolizos†™. (Compárese Jer 16:18; Eze 6:4-6.) La Biblia muestra que tales í­dolos se introdujeron en el recinto del templo. (Eze 8:5-17.) Asimismo, debe recordarse que a algunos de estos í­dolos se les llamaba reyes, y la palabra †œrey† está incluida en los nombres Mólek (1Re 11:7), Milcom (1Re 11:5) y Malcam (Jer 49:1). El profeta Amós (5:26) escribió con relación a los í­dolos del reino septentrional: †œY ciertamente llevarán a Sakut su rey y a Keván, sus imágenes, la estrella del dios de ustedes, que ustedes se hicieron†. De manera que parece tener mayor peso la opinión de que el texto condena la idolatrí­a mas bien que la profanación del suelo santo por enterrar en él a algún gobernante literal.

Fuente: Diccionario de la Biblia