SOBRENATURAL

(v. gracia)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Dentro de la antropologí­a teológica, “sobrenatural” se utiliza en contraposición a natural, para designar todo lo que supera a la naturaleza, todo lo que en el hombre no está sometido a las condiciones de la creación.

Históricamente, la elaboración de este término y del concepto que expresa se llevó a cabo en tres etapas fundamentales. Aparece por primera vez en el siglo XIII, cuando la entrada del aristotelismo provoca a la Escolástica a una reflexión más profunda sobre el concepto de naturaleza-natural, que hasta entonces, siguiendo la interpretación agustiniana, indicaba únicamente el estado concreto en que la humanidad habí­a comenzado a existir.

Pero a partir de entonces, sobre todo con santo Tomás, natural indicará lo que pertenece a la esencia del hombre, lo que es “debido” a su ser como criatura; por contraste, sobrenatural designará aquellos dones “no debidos” a la naturaleza, dones gratuitos, como la inmortalidad, la integridad, la gracia santificante, la visión beatí­fica.

La segunda etapa se tiene en los siglos XVI-XVII, cuando la palabra “sobrenatural” entra en los mismos documentos de la Iglesia (cf DS 1921, 1923), como consecuencia de la polémica con Bayo, que negaba prácticamente la gratuidad de la elevación al orden sobrenatural, afirmando que el hombre estaba llamado a la visión de Dios en el estado de integridad original, sin la novedad de Cristo. Para defender esta gratuidad, la teologí­a recurrirá a la hipótesis de la “naturaleza pura”, es decir, a la posibilidad que tení­a Dios de crear a un hombre dotado de aquellos bienes que le correspondí­an en virtud de su naturaleza, excluyendo la llamada a la visión beatí­fica y a la comunión con él. La introducción de esta hipótesis cambiará notablemente la manera de ver lo sobrenatural: en efecto, se buscará determinar cada vez más aquellas perfecciones “debidas” a la naturaleza humana, aquellos elementos que pertenecen al hombre ” constitutivamente ” , ” consecutivamente ” (lo que él puede conseguir con las fuerzas de la naturaleza), o ” exigitivamente ” (lo que se requiere para que la naturaleza alcance su propio fin). Lo sobrenatural quedará definido, negativamente, como todo aquello que no pertenece a la naturaleza de ninguna de estas tres formas, y será . J visto como un añadido exterior que perfecciona ciertamente a la naturaleza humana, pero no de manera intrí­nseca, ya que ésta es ya perfecta en su orden natural.

La tercera y última etapa que ha desarrollado una reflexión especial sobre lo sobrenatural comenzó a finales del siglo XlX y comienzos del xx, cuando, contra el racionalismo ilustrado y las diversas formas de inmanentismo, la categorí­a de lo sobrenatural aparecerá como uno de los instrumentos esenciales de la teologí­a para pensar las relaciones del Reino de Dios con el mundo y sus instituciones (cf. DS 3689), y parecerá tan importante que los teólogos que, en reacción contra ese “extrinsecismo”, querí­an volver a la posición de santo T omás, se verán severamente amonestados para que pongan suficientemente de relieve la gratuidad de la vocación del hombre (cf. DS 3891).

Después de todas estas discusiones, en la antropologí­a teológica actual se prefiere, para hablar de este aspecto, partir precisamente del hombre realmente existente, del hombre en cuanto criatura de Dios y llamado a la filiación divina en Cristo. En este sentido, estos dos momentos (natural-sobrenatural) del único proyecto salví­fico de Dios deben ciertamente distinguirse, pero no separarse. Es verdad que el segundo momento no depende del primero, va que entonces Dios dependerí­a del-hombre y Cristo no serí­a ya el don supremo; pero al mismo tiempo este segundo momento exige el primero, o sea, la creación, que no tiene más fin que el de hacer posible la comunicación de Dios.

G. Occhipinti

Bibl.: G, Colombo, Sobrenatural, en DTI, 1V 348-359: G. Boff Sobrenatural. en NDT, 11, 1673-1687; J. Alfaro, Lo natural y lo sobrenatural. Estudio histórico desde santo Tomás hasta Cayetano (1274-1534), Madrid 1952; H. de Lubac, El misterio de lo sobrenatural. Estela, Barcelona 1970: K, Rahner, Sobre la relación entre la naturaleza y la gracia, en Escritos de teologí­a, 1, Taurus, Madrid 1961, 327-350; íd., Naturaleza – y gracia, en Ibí­d. 1V 215-243.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

La palabra designa lo que supera a la naturaleza; sin embargo, precisamente el concepto de naturaleza no está definido teológicamente de manera uní­voca, pues también sirve para designar la naturaleza divina. Más exactamente significa la que no ha sido creado y, en cuanto increado, tiene repercusiones en la naturaleza en cuanto creada. Pues sólo donde tales repercusiones pueden rastrearse es posible preguntar sensatamente desde lo creado por algo sobrenatural. La formación de la palabra, y por tanto también el concepto mismo, es estrictamente paralela a “meta-fí­sica” (= después, detrás, más allá y, en este sentido, por encima de la naturaleza), aunque en realidad se trata de una representación que quiere destacar la orientación de arriba abajo. En cualquier caso, estos conceptos suponen una visión de la realidad en planos diversos. La expresión cristiana “sobrenatural” indicaba el aspecto de la realidad que no está sometida a las condiciones de la creación, que, sin embargo, para ésta y vista desde ésta, es necesaria, sin que la creación pueda determinarla de alguna manera.

Desde la revelación judeocristiana resulta inevitable una distinción en este sentido; pero el problema de una formación análoga del concepto conduce a aquellas dificultades que acompañan y con frecuencia caracterizan el camino del concepto “sobrenatural” en la historia de la teologí­a. H. de Lubac ha trazado esta historia en sus etapas más importantes en Surnaturel (1946) y en Augustinisme et Théologie moderne,así­ como en Le Mystére du Surnaturel (ambas en 1965). La demostración histórica de una existencia anterior de la palabra en la Edad Media tardí­a no cambia para nada el descubrimiento real de H. de Lubac de que la verdadera eficacia del concepto proviene de la disputa entorno a Bayo y a C. Jansen, y en este contexto se relaciona con la concepción de órdenes de lo sobrenatural y de lo natural más o menos independientes y .completos como elemento decisivo de un sistema.

El hombre apenas puede concebir un orden sobrenatural como: tal, e incluso un sistema, porque no tiene acceso a esta realidad en lo creado o fuera de ello. Por eso la trascendencia de ese orden hay que descubrir la o manifestarla como inmanente, sin que pueda afirmarse una vinculación necesaria en lo creado con lo sobrenatural. Como lo ha demostrado H. de Lubac, es aún más delicado y arriesgado trazar un orden o un sistema de la naturaleza pura como concepto opuesto. En vez de poder asegurar con ello la plena independencia, gratuidad y libertad de lo sobrenatural, como afirman sus defensores, el intento conduce más bien a la consecuencia de que lo sobrenatural es superfluo, y en último caso sólo un duplicado absurdo de lo que conocemos como naturaleza/ creación.

En realidad, esta concepción de lo sobrenatural recibe su contenido de la conocido, es decir, de lo natural/ creado, y se presenta luego como una reunión de elementos ya conocidos en un plano supuestamente superior abstrayendo de las limitaciones creadas. Sin embargo, la imagen así­ trazada no puede expresar precisamente la peculiaridad de lo sobrenatural; su sentido es dudoso. Para llegar a otra concepción, habrá que comenzar incluyendo el concepto de Dios de la tradición judeo-cristiana, como se intentó ya arriba, precisando la naturaleza como lo creado. Dios aparece entonces como creador en sentido pleno allí­ donde alcanza su meta suprema en esta acción: la propia autocomunicación a lo que no es él. En este sentido serí­a “sobrenatural” lo que constituye esta autocomunicación directa o indirectamente, así­ como todo lo que es afectado por ella en la medida en que es éste el caso. Esto el hombre puede conocerlo en virtud de la revelación; por más que ésta le afecte hasta lo más profundo de su constitución, no puede bosquejarla desde él.

La peculiaridad cristiana de lo sobrenatural exige ciertamente una concepción que incluya la plena y definitiva autocomunicación de Dios en Jesucristo. Sólo a esta luz adquiere también el concepto de creación aquellos contornos que permiten conocerlo y juzgarlo no sólo como designación de una situación condicionada neutralmente, sino como expresión de un querer y de un obrar personales, y por tanto como expresión básicamente personal. La vocación a la filiación divina expresa la relación de lo creado a lo sobrenatural, y con ello su orientación sobrenatural, de una manera más plena y más profunda que el discutido “desiderium videndi Deum”. Sin embargo, surge la dificultad de que a un acontecimiento histórico, sometido a las limitaciones de espacio y de tiempo, se le atribuya un significado que por su naturaleza no puede corresponder a ningún dato histórico concreto. Para obviar esta dificultad parece indispensable descubrir en la disposición humana general la correspondencia a la manifestación de Jesús, es decir, aquellos supuestos de conocimiento, comprensión y adhesión que le permiten al hombre conocer y reconocer en Jesucristo la mediación y la referencia a lo sobrenatural. K. ! Rahner habla a este respecto de “existencial sobrenatural” y de una cristologí­a que anda buscando en virtud del desarrollo de la idea de un salvador absoluto, condicionada por la experiencia. H. de Lubac remite a la concepción común de los escolásticos del siglo xn cuando declara: “La creación del Espí­ritu tiene su meta no en sí­ misma, sino en Dios” (Le Mystére du Surnaturel, Parí­s 1965, 132), sin cuestionar por ello en lo más mí­nimo el carácter gratuito de la gracia o la libre responsabilidad propia del hombre. Una evolución ulterior de estas posiciones fundamentales se produjo donde se precisó la gracia ante todo desde el conocimiento, o desde la libertad o desde la belleza. La colocación del acento en la verdad, el bien o el placer condiciona diversas orientaciones, que pueden realizarse también antitéticamente. Mas si de este modo no se favorecen facetas unilaterales a costa de los otros acentos respectivos, que poseen su derecho absolutamente propio, sólo es posible verlo en sus realizaciones y en sus consecuencias. Tampoco respecto al objeto es simplemente una posibilidad inocente la elección de una perspectiva teológica.

El significado de lo sobrenatural en las teologí­as con diversos acentos repercute singularmente en la orientación y el proceder respecto al mundo. No al azar la teologí­a polí­tica y la teologí­a de la liberación (l Teologí­a, V y VI) se han vuelto en contra de una privatización de la vida de fe o contra un cristianismo que se sitúa ante el mundo neutralmente o en actitud de renuncia. La orientación al fin último -concebido individual o socialmente- no puede ignorar que la realización de este destino se alcanza o se malogra en la conducta práctica respecto a las realidades terrenas. La gracia se ha dado para que produzca fruto, y por los frutos se conoce si se la ha acogido y empleado rectamente. Por eso hay que admitir que Dios como fin último del hombre no se le presenta a éste precisamente como fin último exclusivo de sus expectativas, sino que se le comunica para aquí­ y ahora, para que proceda como cristiano y viva ahora como cristiano. Lo sobrenatural y lo creado no se mezclan, y sin embargo constituyen una unidad; más aún, su colaboración fuerza a tomar posición y a comprometerse, o sea produce su efecto plenamente como tarea del cristiano. Con su exigencia, lo sobrenatural confiere a la existencia creada la tensión que conviene a su vida.

Por medio de estos efectos rastreables es posible experimentar indirectamente lo sobrenatural; pero aquí­ no podemos considerar más detenidamente las formas posibles de esta experiencia. Por supuesto, lo sobrenatural se da aquí­ sólo indicativamente; su neta indicación requiere la mención de la revelación de la palabra de Dios, concretamente de Jesucristo y su mensaje, a fin de que le resulte comprensible al hombre en su sentido propio. De esta manera se enuncia el carácter cristológico de lo sobrenatural. Sólo desde la manifestación de Jesucristo adquiere un nombre .y un rostro la autocomunicación de Dios en el mundo. Por eso cuando se habla de lo sobrenatural hay que hacer siempre referencia a ello, a fin de asegurar al concepto, en cuanto al contenido y formalmente, lo que es preciso para evitar incomprensiones y abusos. Ante todo, esta referencia no permite la división y el aislamiento de los órdenes, tal como serví­a de base a la concepción de la “teorí­a de los dos pisos”. Más bien sugiere una concepción análoga a la fórmula cristológica del concilio de Calcedonia o de la verdad de la encarnación. Con ello ofrece también el principio de una consideración histórico-salví­fica de lo sobrenatural y de su peculiar dinámica. Este aspecto, como algunos otros, era objeto de muy breve consideración en el tratamiento tradicional del tema, lo que tení­a como consecuencia una visión unilateral y no equilibrada del problema. Pero también la casi abstracción total del hombre determinado por lo sobrenatural o el desplazamiento de su consideración a la espiritualidad y la piedad robusteció esta unilateralidad. Por eso hay que esperar de una acentuación consciente del carácter cristológico de lo sobrenatural una nueva imagen que estimule la reflexión teológica y haga más fecunda esta verdad también para otras consideraciones teológicas; pero, en todo caso, que libre al tema del aislamiento en que ha caí­do.

La historia de la palabra sólo resulta útil en la medida en que el término es desconocido en la Iglesia antigua, aparece desde la Edad Media y se desarrolla rápidamente a partir de la teologí­a postridentina, convirtiéndose en un término técnico especial que se resiente de las mencionadas parcialidades y de ser empleado en el sistema. El uso adjetival es más originario y está mucho más extendido que el sustantivo, que esencialmente sólo se impuso en el siglo pasado. Como sustantivo independiente, el concepto resulta particularmente desafortunado; porque sugiere una perspectiva y una concepción que creí­a poder renunciar a las referencias necesarias.

BIBL,: BOUILLARD H., Lógica de Zafe, Madrid 1966; LuBAc H. de El misterió de lo sóbrenatu-‘ ral, Barcelona, 19912; ID, Agostinismo e teologia moderna, Milán 1979; ID, Petite catéchése sur Nature et Gráce, Parí­s 1980.

K. H. Neufeld

LATOURELLE – FISICHELLA, Diccionario de Teologí­a Fundamental, Paulinas, Madrid, 1992

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Fundamental