TERAPEUTAS, FILON DE ALEJANDRIA

(-> esenios, Qiunrán). El estudio que Filón* de Alejandrí­a dedicó a los Terapeutas de Egipto en su Vida contemplativa constituye uno de los documentos más significativos de la historia religiosa de Occidente.

(1) Comunidad contemplativa. Como su nombre griego indica, los terapeutas (de therapeuein, servir) eran servidores de Dios o cumplidores de la Ley judí­a; formaban parte del amplio espectro de esenios, judí­os piadosos o santos que tanto en Palestina como en Egipto llevaban una existencia de entrega religiosa. Filón afirma que viví­an empeñados en la contemplación de Aquel Que Es (lo divino), superando para ello la esclavitud de los cuidados temporales (Vita Contemplativa = VC 11,16): “Huyen en huida sin retorno, abandonando hermanos, hijos, esposa, padres, numerosos parientes… Pero, a diferencia de los esclavos…, no emigran hacia otra ciudad, puesto que toda ciudad, aun la mejor organizada, está saturada de indecibles trastornos y agitaciones que no podrí­a soportar quien ha sido alguna vez guiado por la filosofí­a. Los mejores [de estos terapeutas…] son enviados desde todas partes, como hacia una colonia, hacia cierto lugar sumamente apropiado, que ellos miran como su propia patria, situada al norte del lago Maerotis, sobre una colina… Las residencias de los allí­ congregados son sencillas y procuran las dos protecciones más necesarias: contra el ardor de los rayos de sol y contra el frí­o del aire… En cada residencia existe una habitación consagrada llamada santuario o aislatorio, en la que se aí­slan para cumplir los ritos secretos de su vida religiosa… Dos veces por dí­a acostumbran entregarse a las plegarias, hacia la aurora y hacia el atardecer: al salir el sol piden que el dí­a sea brillante… Al ocultarse el sol ruegan que sus almas puedan ser liberadas de la turba de los sentidos y de las cosas sensibles…” (VC 18-28). En esa lí­nea, la Biblia se convierte para ellos en libro de contemplación más que de historia, de interioridad espiritual más que de compromiso social. De esa forma realizan la emigración interior, un Exodo mí­stico, que no les lleva a la tierra prometida de Palestina, sino a un tipo de colonia celeste, a una Ciudad Nueva donde pueden entregarse a la Verdad, en una vida de aislamiento, que sólo rompen el sábado, para dialogar sobre las Escrituras y atender a las necesidades del cuerpo (cf. VC 30,36-37).

(2) La fiesta de los terapeutas. Su gesto más significativo es un banquete sagrado, mucho más perfecto que el Symposion de Platón (cf. VC 40-63), que ellos repiten cada semana de semanas. Sagrado es para ellos el séptimo dí­a (sábado), más sagrado es cada séptimo sábado, es decir, cada Pentecostés*, cuya vigilia celebran de un modo solemne. Según eso, cada cincuenta dí­as se reúnen los miembros de la colonia, vestidos de blanco, hombres a la derecha, mujeres a la izquierda, sobre lechos de madera (según costumbre helenista), mientras sirven los más jóvenes del grupo, pues no hay entre ellos esclavos. “No se lleva vino en esos dí­as, sino agua clarí­sima, frí­a para la mayorí­a, caliente para los ancianos en estado delicado. Además, la mesa permanece pura de seres con sangre y el alimento sobre ella se reduce a panes condimentados con sal, a los que a veces sazonan con hisopo, como un condimento a tí­tulo de concesión para los paladares más refinados. La recta razón, que prescribe sobriedad a los sacerdotes cuando realizan los sacrificios, prescribe a éstos [terapeutas] que estén sobrios toda la vida, puesto que el vino es droga que produce insensatez y los costosos majares excitan la concupiscencia más insaciable de las creaturas” (VC 73-74). Estos terapeutas son vegetarianos*, no aceptan sacrificios, ni carne de animales, sino sólo legumbres y verduras. Son también abstemios*. Su verdadera co mida es la contemplación comunitaria del misterio. No les importa lo que comen (alimentos* corporales), sino lo que contemplan y cantan. Así­ pasan la noche, mientras escuchan la palabra de los textos sagrados y cantan, en un tipo de armoní­a celeste, esperando que llegue el sol, desde el fondo de la noche, como el dí­a primero de la creación. “El que preside la comunidad indaga sobre algún punto de las Sagradas Escrituras o esclarece alguna dificultad propuesta por otro… Después se pone de pie y canta un himno compuesto como una invocación a Dios… y después cantan también los demás, en el tumo correspondiente, según el orden establecido… Después… se ponen todos de pie juntos y forman primero dos coros, uno de hombres y otro de mujeres… y poseí­dos de divina inspiración entonan ora los cantos procesionales, ora los estásimos, las estrofas o las antiestrofas… Entonces, una vez que cada uno de los dos coros ha realizado separadamente su propia parte en el festí­n, bebiendo como en las fiestas báquicas el vino puro del amor divino, mézclanse ambos coros y de dos conviértense en uno, como se hací­a en remotos tiempos junto al mar Rojo (cf. Ex 15)…, donde hombres y mujeres a la par formaron un solo coro y cantaron himnos de acción de gracias a Dios, su salvador, dirigiendo a los hombres el profeta Moisés y a las mujeres la profetisa Marí­a… El coro de los terapeutas y terapéutrides… produce un concierto armonioso y realmente musical. De ese modo, embriagados con esta noble embriaguez, continúan hasta el amanecer… Y entonces, con todo el cuerpo dirigido hacia el oriente, cuando ven que asoma el Sol, elevando las manos hacia el cielo, suplican tener una feliz jornada y alcanzar la verdad y la clarividencia en su razonamiento. Y después de las plegarias todos se retiran hacia los santuarios privados, para practicar y cultivar de nuevo la filosofí­a que les es familiar” (cf. VC 75-90). Es evidente que Filón ha recreado, de forma literaria, el orden y sentido de este banquete de vigilia pentecostal utilizando el modelo de Platón. Pero, al mismo tiempo, evoca una fiesta que él mismo ha conocido, en su contacto con los terapeutas de Egipto. Después de haber escuchado y compartido la palabra de la Escritura, unidos por el canto, varones y mujeres, superan la oscuridad de la noche, hasta que llega el Sol, signo del Dios verdadero, al que reciben, mirando admirados y agradecidos hacia oriente. Es como si el mundo empezara de nuevo, como si volviera el dí­a de la primera creación: ellos, los contemplativos cósmicos, han llamado al Dios del Sol con sus cantos en la noche; el Dios del Sol ha respondido y sigue respondiendo, cada cincuenta dí­as, en la liturgia pentecostal de la nueva creación. Entendida así­, esta celebración de los terapeutas tiene muchos rasgos que después han destacado los cristianos, especialmente en sus monasterios, cuando interpretaron la Biblia de formas contemplativas, destacando la importancia del canto. Hay en esta obra de Filón muchos otros rasgos, importantes para conocer el judaismo helenista y contemplativo de su tiempo (en el tiempo de Jesús). Pero aquí­ sólo hemos querido poner de relieve su modo de aplicar espiritualmente la Escritura. Trad. castellana en J. M. Triviño, Obras completas de Filón de Alejandrí­a V, Acerbo, Buenos Aires 1976, 153-176; S. Vidal, Filón de Alejandrí­a. Los Terapeutas, Sí­gueme, Salamanca 2005.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra