TRISTEZA

v. Adversidad, Angustia, Calamidad, Dolor, Malo, Miseria, Padecimiento, Sufrimiento, Tribulación
Deu 28:65 pues allí te dará Jehová .. t de alma
Pro 10:1 padre, pero el hijo necio es t de su madre
Pro 10:22 la que enriquece, y no añade t con ella
Isa 35:10 gozo y alegría, y huirán la t y el gemido
Luk 22:45 los halló durmiendo a causa de la t
Joh 16:6 estas cosas, t ha llenado vuestro corazón
Joh 16:20 pero .. vuestra t se convertirá en gozo
Rom 9:2 que tengo gran t y continuo dolor en mi
2Co 2:1 conmigo, no ir otra vez a vosotros con
2Co 2:3 que cuando llegue no tenga t de parte de
2Co 7:10 porque la t que es según Dios produce
2Co 9:7 cada uno dé .. no con t, ni por necesidad
Phi 2:27 de mí, para que yo no tuviese t sobre t
Heb 12:11 parece ser causa de gozo, sino de t


Es algo malo, que abate el ánimo, seca los huesos, y roe el corazón, Prov.l2:25, 15:13, 17:22, 25:20.

– Tristeza del joven rico, Mat 19:22, Mar 10:22, Luc 18:23.

– Tristeza de Cristo, Mat 26:38, Mar 14:34.

Ver “Gozo”, “Dolor”. -: TRIUNFO
– El de los malos es corto y enganadizo, Job 20:5, Sal 37:10, Mat 16:26.

– Jesús triunfó sobre los demonios, Col 2:15.

– Triunfo del cristiano: Rom 8:37-39, 2 Cor.2.

14, Rev 2:7, Rev 2:11, Rev 2:17, Rev 2:26; Rev 3:5, Rev 3:12, Rev 3:21.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

[761]

Sentimiento de pena, que va desde la simple desgana provocada por un desengaño o fracaso hasta la depresión más profunda y la angustia oscurecedora de la mente. La idea de tristeza, considerada como pasión o sentimientos estable, y opuesta a la alegrí­a y al gozo, condiciona la vida del hombre cuando le domina un tiempo o en un terreno.

Términos paralelos que la expresan son los de pena, amargura, desconsuelo, abatimiento, aflicción, pesar, dolor, sufrimiento. Los estados de la tristeza pueden ser de diversa identidad y variadas circunstancias, causalidades y modelos.

Es importante educar a la persona para superar los estados de tristeza, como lo es prepararla para la situación de alegrí­a. La alegrí­a puede oscilar desde el gozo hasta la exaltación; y la tristeza puede ir desde la simple y pasajera pena hasta la profunda depresión y el abatimiento.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

En los evangelios hay diversas manifestaciones de tristeza, también por diversas motivaciones de la misma. Se entristeció el rey Herodes por la petición que le hizo la hija de Herodí­as (Mt 14,9; Mc 6,26); el joven rico, por la llamada del Señor, que le exigí­a dejar sus riquezas (Mt 19,22; Mc 10,22; Lc 18,23); los obreros, por la actitud inmisericorde de un compañero de trabajo (Mt 18,31); los apóstoles, por el anuncio de la pasión del Señor (Mt 17,23; Mc 14,19; Jn 16,6); Pedro se entristeció porque Jesucristo le insistí­a en que si le amaba (Jn 21,17); se entristeció el mismo Jesucristo ante la pasión (Mt 26,37-38; Mc 14,34). Pero en la tristeza se engendra la alegrí­a. Esta es una de las paradojas del Evangelio: los apóstoles estarán ahora tristes, pero luego tendrán la plenitud del gozo (Jn 16,20), exactamente igual que la mujer, triste ante el parto, pero gozosa después de él (Jn 16,21-22), y todo ello en espera de la definitiva y eterna desaparición de las lágrimas (Ap 7,17; 21,4).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

La tristeza, contrariamente a la alegrí­a (*gozo) que está ligada a la salvación y a la *presencia de Dios, es un fruto amargo del *pecado que separa de Dios. Sus causas aparentes son variadas: una *prueba que significa que Dios oculta su *rostro (Sal 13,2s), una esposa que decepciona por su malicia (Eclo 25,23), un hijo mal educado (30,9s), un *amigo traidor (37,2), la propia *lo-cura de uno (22,10ss) o su perversidad (36,20), la maledicencia de otros (Prov 25,23). La Biblia no se contenta con referir la continua decepción del hombre, condenado a “alimentarse de un pan de lágrimas” (Sal 80, 6), sin hallar consolador (Ecl 4,1); tras la inmensa pena de los hombres descubre el pecado que es su verdadera causa y muestra su remedio en el Salvador: si la tristeza viene del pecado, la alegrí­a es fruto de la salvación (Sal 51,14).

AT. 1. Sentido común y tristeza. La revelación no se eleva de golpe a tales alturas; acusa también la reacción vulgar, de tipo estoico, que trata de esquivar la tristeza, aun sabiendo que sólo el *temor del Señor asegura la alegrí­a de la vida (Eclo 1, 12s). La tristeza deprime el corazón (Prov 12,25), abate el espí­ritu (15,13), deseca los huesos (17,22), todaví­a más que la enfermedad (18,14). Consiguientemente aconsejan los sabios: “No te abandones a tus ideas sombrí­as” (Eclo 30,21), “expulsa la tristeza que ha perdido a muchos” y los *cuidados que hacen envejecer antes de tiempo (30,22). Desde luego, hay que “afligirse con los afligidos” (Eclo 7,34; cf. Prov 25,20); pero ante la pérdida de un ser querido no hay que lamentarse desmesuradamente: “consuélate una vez que ha partido su espí­ritu” (Eclo 38,16-23); el *vino consuela no pocas amarguras (Prov 31,6s; Ecl 9,7; 10, 19); y si bien “toda alegrí­a se cambia pronto en pesar” (Prov 14,13), no olvides “que hay tiempo para llorar y tiempo para reir” (Ecl 3,4). Estos consejos, por muy prosaicos que sean, pueden ayudar a desenmascarar el artificio que se insinúa solapadamente en la tristeza; preparan para una revelación más alta.

2. La tristeza, signo del pecado. En efecto, la historia de la alianza es en cierto respecto *educación de Israel partiendo de la tristeza que causan los *castigos merecidos: significa que se ha tomado conciencia de la separación de Dios. La sanción del pecado de idolatrí­a en el Sinaí­ consiste en que Yahveh “no acompañará en persona” al pueblo; habrá que quitarse los *vestidos de fiesta en señal de duelo y de separación (Ex 33,4ss). A la entrada de la tierra prometida (Jos 7,6s.11s), durante el perí­odo de los Jueces (Jue 2), se deja sentir el mismo ritmo: pecado, alejamiento de Dios, castigo, que engendra tristeza. Los profetas están encargados de revelar esta tristeza, denunciando la *paz ilusoria del pueblo pecador; lo hacen primero dejándose sumergir ellos mismos en un abismo de tristeza. Jeremí­as es modelo, y sus propios gritos de dolor debieran ser los del pueblo: ante la guerra que se acerca (Jer 4,19), ante el hambre (8,18), la desgracia (9,1), es Jeremí­as la con-ciencia contrita del pueblo pecador (9,18; 13,17; 14,17). Vive separado del pueblo, en testimonio contra él (15,17s; 16,8s); Ezequiel también, pero al revés : no debe llorar por “la alegrí­a de sus ojos”, su mujer; hasta tal punto está endurecido el corazón de piedra de Israel (Ez 24,15-24).

3. La tristeza según Dios. Los profetas tienen también por misión procurar una verdadera compunción. En efecto, la tristeza se expresa con cantidad de gritos y gestos: *ayuno (Jue 20,26), *vestidos rasgados (Job 2,12), saco y ceniza (2Sa 12,16; 1Re 20,31s; Lam 2,10: Jl 1,13s; Neh 9, 1; Dan 9,3), gritos y lamentaciones (Is 22,12; Lam 2,18s; Ez 27,30ss; Est 4,3). Estas liturgias de *penitencia merecen a veces ser estigmatizadas por los profetas (Os 6,1-6; Jer 3,21-4,22), porque si hay que llorar, no es tanto por los dones perdidos cuanto por la ausencia del Señor (Os 7,14), a condición de ser fieles a la ley (Mal 2,13), para expresar una auténtica contrición: “Desgarrad vuestros corazones, no vuestros vestidos” (Jl 2,12s). Entonces son valederas estas demostraciones (Neh 9, 6-37; Esd 9,6-15; Dan 9,4-19; Bar 1,15-3,8; Is 63,7-64,11); los llantos atraen la compasión de Dios (Lam 1,2; 2,11.18; Sal 6,7s); la tristeza es una confesión del pecador: “Señor, recoge mis lágrimas en tu odre” (Sal 56,9).

4. Tristeza y esperanza. El quebrantamiento del corazón no mata la *esperanza, sino al contrario: recurre al Salvador que no quiere la muerte, sino la vida del pecador (Ez 18,23). A través del *exilio, reconocido como el castigo ejemplar de los pecados cometidos, Israel entrevé que un dí­a cesará definitivamente la tristeza. Raquel lloró sus hijos deportados; rio querí­a ser consolada, pero Yahveh interviene : “¡Cesa de la-mentarte! ¡Enjúgate los ojos!” (Jer 31,15ss). En efecto, un arma de esperanza es lo que maneja el profeta de las lamentaciones, convertido de repente en mensajero de *consolación: “Salieron entre llantos, yo los hago volver consolados… trocaré en júbilo su tristeza, convertiré su pena en alegrí­a, los consolaré, los alegraré después de sus penas” (31,9.13). Entonces en el corazón de Sión, que no querí­a cantar jubilosamente en el exilio (Sal 137), derramará su bálsamo el libro de la consolación (Is 40-55; 35,10; 57,18; 60,20; 61, 2s; 65,14; 66,10.19). “Los que siembran con lágrimas siegan cantando” (Sal 126,5; cf. Bar 4,23; Tob 13, 14). Cierto que todaví­a podrán sobrevenir el pecado y la tristeza (Esd 10,1), pero se espera que no sumerjan ya sino a la ciudad del mal (Is 24,7-11), mientras que en la monta-ña de Dios “enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros” (25, 8). Pero no es ésta la última palabra del AT. Esta perspectiva paradisí­aca, que reasumirá el Apocalipsis, no ve-la todaví­a la realidad dolorosa del camino de la alegrí­a sin fin: un dí­a habrá que hacer una lamentación sobre el “traspasado” para que se abra en el flanco de la ciudad la fuente inagotable de alegrí­a (Zac 12,10s).

NT. 1. La tristeza de Jesucristo. Era preciso que aquél que quitaba el pe-cado del mundo fuera abrumado de la inmensa tristeza de los hombres, aunque sin quedar aplastado por ella. Como los profetas, se entristeció profundamente por el *endurecimiento de los fariseos (Mc 3,5), se lamentó por la inconsciencia de Jerusalén que desconocí­a la hora de su *visita (Le 19,41). Además de esta tristeza por el pueblo elegido, lloró Jesús por la *muerte, por Lázaro, su amigo muerto hací­a algunos dí­as (Jn 11,35). No se trata sencillamente de la amistad puramente humana que en ello creí­an ver los *judí­os (11,36s), pues Jesús se estremece interiormente de nuevo (11,38), sin duda porque amaba a Lázaro con un amor que viene del Padre (15,9). Pero se habí­a estremecido ya una vez y se habí­a turbado (11,33.38) con ocasión de los sollozos que expresaban en todo su horror la realidad de la muerte con que iba a enfrentarse en la tumba de un Lázaro ya en putrefacción.

No sólo frente a la muerte, sino en la muerte misma quiso Jesús sufrir “tristeza y angustia”, “estar triste hasta la muerte” (Mt 26,37s p), con una tristeza que equivalí­a a la muerte: ¿no iba a hallarse su voluntad en conflicto con la del Padre, cavando un foso que sólo serí­a capaz de colmar una oración obstinada? Pero habiendo así­ recogido en su súplica los clamores y las lágrimas de los hombres frente a la muerte, fue escuchado (Heb 5,7); cuando en la cruz exprese el abandono del Padre en que se siente morir, lo hará por medio del salmo del justo perseguido (Mt 27,46 p): como lo interpretó Lucas, será para abandonarse a aquel que parecí­a abandonarle (Lc 23,46). Entonces queda vencida la tristezapor aquel que, sin ser pecador. se entregó a ella.

2. Bienaventurados los que lloran. (Le 6,21). El que así­ debí­a sumergirse en el abismo de la tristeza podí­a por adelantado *beatificar no al dolor en cuanto tal, sino a la tristeza unida con su gozo de redentor. Conviene distinguir tristeza y tristeza. “La tristeza según Dios produce una penitencia de la que no hay que arrepentirse; la tristeza del mundo lleva a la muerte” (2Cor 7,10). Es-ta sentencia paulina está ilustrada con ejemplos conocidos. Por una parte vemos al joven que se va triste porque prefiere sus *riquezas a Jesús (Mt 19,22), anunciando de lejos a los ricos, que condena Santiago prometiéndoles la muerte eterna (Sant 5,1); ahí­ están los discí­pulos de Getsemaní­, agobiados de *sueño y de pesadumbre, es decir, maduros para abandonar a su maestro (Lc 22,45); finalmente, ahí­ está Judas, desespera-do por haberse separado de Jesús por la traición (Mt 27,3ss): tal es la tristeza del *mundo. Viceversa, la tristeza según Dios aflige a los discí­pulos cuando piensan en la traición que amenaza a Jesús (Mt 26,22), a Pedro que solloza por haber renegado a su Señor (26,75), a los discí­pulos de Emaús que caminan tristes recordando a Jesús que los ha dejado (Lc 24, 17). Marí­a solloza porque se han llevado a su Señor (Jn 20,1 lss). Lo que distingue las dos tristezas es el amor de Jesús; el pecador debe pasar por la tristeza que le separa del mundo para adherirse a Jesús, mientras que el convertido no quiere conocer más tristeza que la de la separación de Jesús.

2. De la tristeza nace la alegrí­a. La bienaventuranza prometí­a la *consolación a los que lloran; sin embargo, Jesús habí­a anunciado que se llorarí­a cuando fuera retirado el esposo (Mt 9,15). El sermón después de la cena revela el sentido profundo de la tristeza. Jesús habí­a sido la causa de los llantos renovados de Raquel por los niños inocentes (Mt 2,18); ni siquiera habí­a temido contristar a su madre cuando lo exigí­an los asuntos de su Padre (Lc 2,48s). Ahora no niega que su partida sea causa de tristeza, pues de lo contrario no serí­a él aquel sin quien la vida no es sino muerte; sabe también que el *mundo se regocijará de su desaparición (Jn 16, 20). Volviendo a la comparación utilizada para describir el nacimiento de un mundo nuevo (Is 26,17; 66,7-14; Rom 8,22), evoca el gozo de la mujer que ha atravesado la tristeza de su hora trayendo un hombre al mundo (Jn 16,21). Así­ “vuestra tristeza se convertirá en alegrí­a” (16,20): ya ha pasado, o más bien ha pasado a la alegrí­a, como las llagas que marcan para siempre al cordero celestial, como degollado (Ap 5,6); ahora ya la tristeza se consuma en una alegrí­a que nadie puede arrebatar (Jn 16,22), pues proviene de aquel que se mantiene en pie más allá de las puertas de la muerte. Brota de la turbación fatal (14,27), de las tribulaciones (16, 33). Los discí­pulos de Jesús no están ya tristes porque no se hallan nunca en aquella *soledad de huérfanos, en que parecí­an haber quedado (14,18), entregados al mundo perseguidor (16, 2s): el resucitado les da su propio gozo (17,13; 20,20).

En adelante, pruebas (Heb 12,5-11; lPe 1,6ss; 2,19), separación de los hermanos difuntos (1Tes 4,13) o aún incrédulos (Rom 9,2), nada puede ya hacer mella al gozo del creyente ni separarle del amor de Dios (Rom 8, 39). El discí­pulo del Salvador, aparentemente triste, en realidad siempre gozoso (2Cor 6,10), aun pisando los caminos de la tristeza conoce el gozo celestial, el que colmará a los elegidos, con los que Dios permanecerá para siempre, enjugando toda lágrima de sus ojos (Ap 7,17; 21,4).

-> Consolación – Gozo – Pecado – Reir – Soledad.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

En forma realista, la Biblia considera tanto la tristeza como el gozo como parte infaltable de la experiencia humana presente. Así como el gozo es el don de Dios; de la misma forma, la tristeza es inmediata o finalmente resultado del pecado (Gn. 3:16; Sal. 32:10); aunque en este estado mortal mixto de la vida presente, paradójicamente la tristeza y el gozo podrían caracterizar la experiencia del creyente al mismo tiempo (cf. Ro. 5:2 y 9:2; 1 P. 1:6, 8).

Un total de veintiséis palabras hebreas comunican la idea de tristeza, incluyendo palabras cuyos significados contienen también la idea de aflicción, temor, pesar, apuro, lamentación, dolor, angustia, melancolía, vanidad y pena. Lupeō («afligir» o «hacer decir») y odunaomai («estar apenado») y sus derivados son términos que usa el NT. Algunas versiones traducen penzos por «tristeza» en Ap. 18:7 y 21:4, pero la RV60 está en lo correcto al traducir «llanto».

Causas familiares para la tristeza son una pérdida sensible (Gn. 42:38; Fil. 2:27; 1 Ts. 4:13); persecución (Est. 9:22; Sal. 13:2); las calamidades de la vida (Sal. 116:3); la rebelión de aquellos que amamos (Ro. 9:2); los juicios de Dios (Lm. 1:12; 2 Co. 2:7). Un importante contraste es el que se hace entre la «tristeza del mundo» que produce «muerte» y la «tristeza que es según Dios», la cual «produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse» (2 Co. 7:10).

Westlake T. Purkiser

RV60 Reina-Valera, Revisión 1960

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (621). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología