VIUDA

v. Huérfano
Gen 38:11 Judá dijo a Tamar su .. Quédate v en
Exo 22:22 a ninguna v ni huérfano afligiréis
Deu 10:18 que hace justicia al huérfano y a la v
2Sa 14:5 yo a la verdad soy una mujer v y mi
1Ki 17:9 he dado orden allí a una mujer v que te
Job 22:9 las v enviaste vacías, y los brazos de los
Job 24:3 asno .. y toman en prenda el buey de la v
Job 29:13 mí, y al corazón de la v yo daba alegría
Job 31:16 si .. e hice desfallecer los ojos de la v
Psa 94:6 a la v y al extranjero matan, y a los
Psa 109:9 sean sus hijos huérfanos, y su mujer v
Psa 146:9 guarda .. al huérfano y a la v sostiene
Pro 15:25 Jehová .. afirmará la heredad de la v
Isa 1:17 haced justicia al huérfano, amparad a la v
Jer 49:11 yo los criaré; y en mí confiarán tus v
Lam 1:1 la grande entre las .. se ha vuelto como v
Zec 7:10 no oprimáis a la v, al huérfano .. pobre
Mat 23:14; Mar 12:40; Luk 20:47 devoráis las casas de las v
Mar 12:42; Luk 21:2 vino una v pobre, y echó dos
Luk 2:37 era v hacía ochenta y cuatro años; y no
Luk 4:26 sino a una mujer v en Sarepta de Sidón
Luk 7:12 hijo único de su madre, la cual era v
Luk 18:3 había también .. una v, la cual venía a
Act 6:1 de que las v .. eran desatendidas en la
1Ti 5:3 honra a las v que en verdad lo son
1Ti 5:9 sea puesta en la lista sólo la v no menor
1Ti 5:14 quiero, pues, que las v jóvenes se casen
Jam 1:27 visitar a .. y a las v en sus tribulaciones
Rev 18:7 como reina, y no soy v, y no veré llanto


Viuda (heb. generalmente zalmánâh; gr. jera, “un/una doliente”). La suerte de las viudas en la antigüedad a menudo era penosa (Luk 21:2-4), especialmente en los paí­ses paganos, donde prevalecí­an ciertos estigmas supersticiosos que se les adjudicaban. El judaí­smo y el cristianismo hicieron mucho para brindar respeto, simpatí­a y apoyo a las mujeres que habí­an perdido a sus maridos (Deu 14:29; 16:11, 14; 27:19; Mar 12:40; Act 6:1; 1 Tit 5:3-9; Jam :27). La ley mosaica ofrecí­a protección a las viudas, que a menudo eran explotadas (Psa 94:6; Isa 1:23; Eze 22:7; Mal 3:5; etc.). No se les debí­a causar aflicción (Exo 22:22; cf Deu 27:19), ni se les podí­a confiscar la ropa como prenda para asegurar la devolución de un préstamo (Deu 24:17); también participaban de las bendiciones del diezmo* del 3er año (26:12); y espigar* lo que habí­a quedado después de la cosecha era una de sus prerrogativas (24:19-21). La costumbre establecí­a que las viudas llevaran una vestimenta especial por medio de la cual se las reconociera (Gen 38:14, 19; cf Judit 10:3, 4). Se esperaba que el hermano de un esposo fallecido se casara con la viuda sin hijos para asegurar la descendencia de su hermano (Gen 38:7-9; Rth 4:1-10). El sumo sacerdote no podí­a casarse con una viuda (Lev 21:10, 14; cf Eze 44:22). Vocación. Véase Llamado. Votí­va, Ofrenda. Véase Sacrificios y Ofrendas.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

En el AT las viudas son consideradas como bajo el cuidado especial de Dios (Psa 68:5; Psa 146:9; Pro 15:25). Desde tiempos primitivos ellas se ataviaban con vestidos distintos. Se ordenaba a los hebreos tratarlas con especial consideración, y eran castigados si no lo hací­an (Exo 22:2; Deu 14:29; Isa 1:17; Jer 7:6).

La iglesia cuidaba de las viudas pobres (Act 6:1; Jam 1:27; 1Ti 5:4); pero sólo recibí­an ese cuidado las que tení­an por lo menos 60 años de edad, habí­an estado casadas sólo una vez y tení­an testimonio de buenas obras (1Ti 5:9-10). En los siglos II yéIII habí­a una orden de las viudas en la iglesia. Sus miembros velaban por las mujeres de la congregación. Esta orden fue abolida por el sí­nodo de Laodicea, 364 d. de J.C.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

La mayorí­a de las veces en que se utiliza este término (almanah) en la Escritura, la referencia es a una mujer que habiendo muerto su esposo, ha quedado en la indigencia. Se incluí­a también a mujeres que estuvieron una vez casadas, pero que ya no lo estaban y enfrentaban dificultades para su sostenimiento. La mujer que perdí­a el marido, pero que tení­a un hijo que la pudiera mantener, o si podí­a casarse con el hermano del esposo (levirato), o si tení­a medios económicos propios, no entraba dentro de esta categorí­a. †¢Noemí­, †¢Orfa, †¢Rut, o †¢Abigail nunca son llamadas v. en ese sentido. Es interesante notar que ese apelativo se utilizó para †¢Tamar sólo después que salió de la casa de su suegro, tras haber enviudado dos veces (Gn. 38).

Al fenecer el marido sin dejar descendencia, la v. tení­a que casarse con el hermano del difunto (Deu 25:5-6). El sumo sacerdote no podí­a desposar a una v., a menos que el difunto hubiera también sido sacerdote (Eze 44:22). Si una hija de un sacerdote enviudaba, podí­a volver a la casa de su padre y comer de las cosas santas (Lev 22:13).
tendencia general de las disposiciones de la ley mosaica iba dirigida a mantener el mayor equilibrio social posible y a evitar la indigencia. La situación de viudez, así­ como la orfandad, eran considerados como una marginalidad social, por lo cual Dios ordenó: †œA ninguna v. ni huérfano afligiréis† (Exo 22:22). El libro de Deuteronomio insiste en que se protejan a los huérfanos, las v. y los levitas. Es decir, a los que no tení­an medios propios para su subsistencia. No se podí­a tomar †œen prenda la ropa de la v.† (Deu 24:17). Y al cosechar, se debí­a dejar †œalguna gavilla en el campo†, así­ como otros frutos, †œpara el huérfano y para la v.† (Deu 24:17-22). Parte de algunas ofrendas, como el diezmo del tercer año, serví­a para que †œel levita, que no tiene parte ni heredad contigo, y el extranjero, el huérfano y la v.† comieran y se saciaran (Deu 14:28-29). Habí­a una maldición contra cualquiera †œque pervirtiere el derecho del extranjero, del huérfano y de la v.† (Deu 27:19).
Señor Jesús denunció a los escribas (†œ… que devoran las casas de las viudas† [Mar 12:40; Luc 20:47]). Es posible que aquellos hombres se aprovechaban de la situación desvalida de las v. para apoderarse de sus bienes. La iglesia primitiva tení­a muy en cuenta la manutención de los desamparados, especialmente las v. (Hch 6:1). Era práctica de los creyentes tener una lista para darles ayuda. Pablo señala a Timoteo que pusiera cuidado en poner en ella a †œlas v. que en verdad lo† eran, siempre que no tuvieran familiares que pudieran ayudarles (1Ti 5:3-16).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, COST LEYE

ver, MATRIMONIO

vet, Las viudas llevaban una ropa especial que las distinguí­a (Gn. 38:14, 19). Después de quitarse las joyas, se ceñí­an de saco y se mesaban los cabellos, no ungiéndose la cabeza (Jdt. 10:3, 4; 16:7-8). Dios exhorta a tener compasión de los desventurados entre los que cuenta a las viudas (Dt. 10:18; Sal. 68:5; 146:9; Pr. 15:25; Jer. 49:11). La Ley de Moisés, como después de él los profetas, exhortaban a los israelitas a tratar a las viudas con justicia. Dios castigará a los que las dañen (Ex. 22:22; Dt. 14:29; 16:11, 14; 24:17-21; 26:12, 13; Is. 1:17; Jer. 7:6; 22:3; Zac. 7:10; Mal. 3:5). Jesús ataca a aquellos que atentan contra los recursos de las viudas (Mr. 12:40). La iglesia primitiva se cuidaba de las viudas desvalidas (Hch. 6:1; Stg. 1:27; 1 Ti. 5:3, 16), con la condición de que tuvieran al menos 60 años y que precisaran de esta ayuda (1 Ti. 5:9, 10). Desde finales del siglo II hasta el IV, los autores eclesiásticos hablan de las viudas ancianas como formando una especie de hermandad encargada de ocuparse de las mujeres que pertenecí­an a la iglesia, especialmente de las viudas más jóvenes y de los huérfanos. En el año 364 d.C., el sí­nodo de Laodicea abolió esta función. En cuanto a segundas nupcias de una viuda con un hermano de su marido, véase MATRIMONIO.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[458]
Mujer que ha perdido por muerte al esposo y se encuentra en situación social diferente de soltera o casada.

Aparece con frecuencia la Sda. Escritura como signo de desamparo y de abandono, debido a la situación desdichada en la que quedaban las mujeres que no tení­an marido o lo habí­an perdido por fallecimiento.

En el Nuevo Testamento se habla de la mujer viuda (“jera”) 26 veces. Se la presenta con connotaciones de soledad, tristeza y abandono. Se la iguala a los huérfanos abandonados, pues la mujer en Israel dependí­a del varón, del padre o del esposo. La que carecí­a de ellos, y no era protegida por parientes próximos, se encontraba en total abandono, dado el régimen de poligamia imperante en el que sólo la mujer principal gozaba de algunos derechos.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Las viudas vestí­an ropas sencillas (Gén 38,14.19). Si no tení­an hijos, ordinariamente se volví­an a casar, como ordenaba la ley del levirato, pero se alaba la permanencia en la viudez (Lc 2,36). Las viudas, los huérfanos, los extranjeros estaban amparados por la ley (Ex 22,21; Dt 10,18; 16,11.14). La primitiva Iglesia se cuidaba de las viudas (Act 6,1), que, por otra parte, constituí­an un estado con funciones especí­ficas (1 Tiro 5,9-10). El Evangelio demuestra especial atención a las viudas (Mt 12,40-43; Lc 2,37; 7,12; 18,3-5; 20,47; 21,2-3).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(>>i excluidos, huérfanos, extranjeros). El tema de las viudas está vinculado al de los huérfanos y extranjeros, que forman los tres grupos más amenazados del entorno israelita. El Nuevo Testamento asume la exigencia de ayudar a las viudas y las convierte en candidatas de un posible ministerio peculiar dentro de la Iglesia.

(1) Proteger a las viudas. Viuda †˜almanah) es una mujer que carece de la protección social y económica de la familia, porque ya no está bajo el cuidado de su padre o de sus hermanos, ni tiene tampoco la asistencia y cobijo de un varón, sea porque su marido ha muerto, sea porque ha sido abandonada y ha quedado sola, sin padres, hermanos o parientes que cuiden de ella. En el contexto patriarcalista y violento del antiguo Israel era imposible vivir sola, pues la unidad fundante y el espacio base de existencia era la casa (bet-ab) y fuera de ella una mujer se hací­a prostituta o vagaba sin sentido por los pueblos. En ese contexto se entiende la institución del levirato (Dt 25,5-10): el hermano o pariente más cercano del marido muerto ha de casarse con la viuda, no sólo para asegurar la descendencia del difunto, sino para protegerle o darle casa a ella (cf. Gn 38; Rut 4). Los viejos textos ugarí­ticos, tan cercanos en muchos rasgos a la Biblia hebrea, dicen que el rey debe proteger a viudas y huérfanos, garantizándoles un espacio de vida (cf. Poema de Aqhat, CTA 17, V, 7-9). Conforme a la ley israelita más antigua, las viudas, lo mismo que los huérfanos* y los extranjeros*, están bajo la protección especial de Yahvé, de manera que los israelitas deben ofrecerles su asistencia (cf. Ex 22,22; Dt 16,11; 24,20). La carta de Santiago, siguiendo la mejor tradición israelita, identifica la piedad (religión) con “visitar a los huérfanos y a las viudas en su aflicción, y guardarse sin mancha del mundo” (Sant 1,27). Para Mc 12,40, el mayor pecado de una iglesia que se sacraliza a sí­ misma consiste en “devorar las casas de las viudas” con el pretexto de hacer allí­ largas oraciones; eso significa que hay algunos que, en vez de servir a las viudas, se aprovechan de ellas. En ese contexto evoca Mc 12,41-44 la ofrenda de la viuda, que pone todo lo que tiene al servicio de los demás, apareciendo así­ como el testimonio máximo del Reino.

(2) La institución de las viudas (mujer*, patriarcalismo*). Respondiendo a las posibles crí­ticas de la sociedad pagana, que ven el cristianismo como religión de mujeres, que rompen el orden social de la comunidad, algunos cristianos han querido encerrar a la mujer en la casa, poniéndola al servicio del marido (que representa el orden externo de la sociedad) y de los hijos. La misión de la mujer serí­a el matrimonio. Sólo de esa forma, sometida al marido y entregada a la educación de los hijos, ella aprenderí­a a ser persona. Desde ese contexto plantea 1 Tim el tema de las viudas, que ocupan un lugar significativo dentro de la comunidad. Entre ellas pueden darse cuatro casos que el autor distingue con toda precisión: (a) Si las viudas son jóvenes deben casarse de nuevo, como si fueran solteras normales, pues de lo contrario “andan ociosas, van de casa en casa, se entrometen en todo y se ponen en peligro de caer en la lascivia” (cf. 1 Tim 5,13-15). Que se casen pues, que se sometan al marido y eduquen a sus hijos, (b) Si las viudas son mayores y tienen familia cristiana han de ser cuidadas por sus parientes. Aquellos hijos o nietos que no cuidan a sus familiares desamparados y/o ancianos “reniegan en el fondo de la fe” y son peores que los no cristianos. Por eso, normalmente, muchas viudas viven con su propia familia (cf. 1 Tim 5,4.8.16). (c) Las viudas mayores que están abandonas y no tienen familia que las quiera o pueda cuidar serán atendidas por el conjunto de la comunidad (1 Tim 5,16), que se convierte para ellas en auténtica familia. Por eso, han de quedar en manos de Dios (cf. 1 Tim 5,5) dejando que la comunidad cristiana les sostenga, (d) Hay, en fin, un cuarto tipo de viudas dedicadas a funciones eclesiales. Son aquellas que han cuidado bien de la familia, se han mantenido en fe y honestidad y, en la etapa final de su vida, sin marido a quien cuidar, y teniendo todaví­a fuerza para ello, quieren ponerse al servicio de la Iglesia. Ellas constituyen una especie de comunidad asistencial, encargada de las obras sociales de la Iglesia: han de socorrer a los atribulados, formando así­ una especie de grupo especial de ancianas (tendrán más de 60 años), liberadas para servicios eclesiales (1 Tim 5,9-10). Pablo habí­a deseado que todas las mujeres jóvenes quedaran solteras para ocuparse del Señor, es decir, para el servicio de la Iglesia (celibato*: 1 Cor 7,7-8); así­ querí­a construir una nueva y más intensa comunión de liberados donde varones y mujeres, viviendo en libertad de amor y superando un tipo de preocupaciones inmediatas, pudieran dedicarse plenamente al Cristo, para agradarle en todo y para suscitar así­ sobre la tierra un germen de nue va humanidad abierta al amor universal. El autor de 1 Tim ha invertido esa visión, oponiéndose con fuerza al entusiasmo escatológico (y celibatario) de Pablo; ciertamente, no exige que todos los varones se casen pero supone que han de hacerlo y manda que sólo los casados puedan ser ministros de la Iglesia (1 Tim 3,2.8-13). Por eso, la forma de vida ideal o más perfecta no es el celibato sino el matrimonio. Esta exigencia se acentúa con relación a las mujeres: todas deberán casarse para cumplir así­ el mandato de la creación y para madurar como personas. Sólo en un caso extremo puede haber dentro de la Iglesia mujeres liberadas para el servicio de la comunidad. Ellas deben ser viudas (educadas ya a través del matrimonio) y haber cumplido más de sesenta años (que tengan apagado su deseo sexual). Sólo entonces la Iglesia puede inscribirlas como viudas, para el servicio de la comunidad (1 Tim 5,9).

Cf. M. Y. MacDonald, Las comunidades paulinas. Estudio socio-histórico de la institucionalización en los escritos paulinos y deuteropaidinos, Sí­gueme, Salamanca 1994; Las mujeres en el cristianismo primitivo y la opinión pagana. El poder de la mujer histérica, Verbo Divino, Estella 2004; E. Schüssler Fiorenza, En memoria de Ella, Desclée de Brouwer, Bilbao 1989; E. Tamez, Luchas de poder en los orí­genes del cristianismo. Un estudio de la primera Carta a Timoteo, DEI, San José de Costa Rica 2004 (= Sal Terrae, Santander 2005).

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Mujer que no ha vuelto a casarse tras morir su esposo. La muerte del esposo rompe el lazo matrimonial y la mujer puede volver a casarse si así­ lo desea. (Rut 1:8-13; Ro 7:2, 3; 1Co 7:8, 9.) En la sociedad patriarcal, y luego bajo la ley mosaica, el hermano de un hombre que hubiese muerto sin hijos tení­a que tomar como esposa a la viuda de su hermano y darle un hijo para continuar el linaje del difunto. (Gé 38:8; Dt 25:5-10; Rut 4:3-10; véase MATRIMONIO DE CUí‘ADO.)
La viuda podí­a volver a la casa de su padre una vez muerto su cónyuge. (Gé 38:11.) En la Ley habí­a una disposición especí­fica con este fin en beneficio de la hija de un sacerdote que †œquedara viuda o divorciada†. Puesto que el sacerdote recibí­a diezmos para el sostén de su casa, la hija podí­a participar de esta provisión. Esto garantizaba que no se encararí­a a la pobreza, y por lo tanto evitaba cualquier oprobio que de otra manera caerí­a sobre el sacerdocio. (Le 22:13.) La Ley de Dios concedí­a a las viudas que no tení­an ningún apoyo o protección el derecho de rebuscar en los campos, los olivares y las viñas (Dt 24:19-21), beneficiarse de la abundancia de las fiestas anuales (Dt 16:10-14) y participar cada tercer año de los diezmos que contribuí­a la nación. (Dt 14:28, 29; 26:12, 13.)

Interés de Jehová y Cristo por las viudas. Jehová dijo que El †œejecuta juicio para el huérfano de padre y la viuda†. (Dt 10:18.) La Ley exigí­a que se tratara con absoluta justicia y equidad a las viudas. (Ex 22:22-24; Dt 24:17.) Se pronunciaba una maldición sobre los que pervertí­an el juicio de las viudas (Dt 27:19), y en los escritos de los profetas se exhortaba a tratarlas correctamente. (Isa 1:17, 23; 10:1, 2; Jer 22:3; Eze 22:7; Zac 7:9, 10; Mal 3:5.)
Jesús se interesó en el bienestar de las viudas de Israel cuando acusó a los escribas de †˜devorar las casas de las viudas†™. (Mr 12:38-40; Lu 20:46, 47.)

La ayuda cristiana a las viudas. Durante la emergencia que surgió en la congregación cristiana poco después del dí­a del Pentecostés del año 33 E.C., a las viudas de habla griega se les estaba pasando por alto en la distribución diaria. Cuando este asunto se presentó a los apóstoles, lo consideraron de tal importancia que nombraron a †œsiete varones acreditados […] llenos de espí­ritu y de sabidurí­a† para supervisar la distribución equitativa de alimento. (Hch 6:1-6.)
El apóstol Pablo dio instrucciones completas en 1 Timoteo 5:3-16 para que la congregación cristiana cuidara amorosamente de las viudas. La congregación tení­a que atender a las viudas necesitadas, pero si la viuda tení­a hijos o nietos, habrí­an de ser ellos los que asumieran la responsabilidad de proveer para sus necesidades, o, como Pablo mandó, †œsi alguna mujer creyente tiene viudas [es decir, que fuesen sus familiares], que las socorra, y que la congregación no esté bajo la carga. Entonces esta puede socorrer a las que realmente son viudas [es decir, a las que realmente carecen de ayuda]†. Para que se pusiera a una viuda en la lista para recibir ayuda material de la congregación tení­a que haber †œcumplido no menos de sesenta años† y haber demostrado buena moralidad, devoción fiel y amorosa a Jehová, así­ como hospitalidad y amor a otras personas. Por otra parte, el apóstol recomienda que las viudas jóvenes se vuelvan a casar, tengan hijos y lleven una casa, evitando de esta manera el lazo de los impulsos sexuales y el peligro de estar †˜desocupadas y volverse chismosas y entremetidas en asuntos ajenos†™.
Santiago, el medio hermano de Jesús, destacó la importancia de cuidar de los huérfanos y de las viudas en su tribulación cuando puso en paralelo esta responsabilidad con el mantenerse sin mancha del mundo, y así­ indicó que era un requisito para la adoración que es limpia e incontaminada desde el punto de vista de Dios. (Snt 1:27.)
Entre las viudas de fe notable están Tamar (Gé 38:6, 7), Noemí­ y Rut (Rut 1:3-5), Abigail (1Sa 25:37, 38, 42), la viuda de Sarepta (1Re 17:8-24) y Ana la profetisa (Lu 2:36, 37; compárese lo que Lucas dice de Ana con los requisitos que registró Pablo en 1Ti 5:3-16 para que una viuda mereciera recibir ayuda). Por otra parte, Jesús alabó a una viuda, cuyo nombre no se menciona, porque contribuyó al templo todo lo que tení­a. (Mr 12:41-44.)

Uso figurado. A las ciudades abandonadas y desoladas se las compara simbólicamente a viudas. (Lam 1:1; compárese con Jer 51:5.) Babilonia la Grande, †œla gran ciudad que tiene un reino sobre los reyes de la tierra†, se jacta —como lo hizo su tipo, la antigua Babilonia— de que nunca se quedará viuda. No obstante, tal como la antigua Babilonia en realidad se quedó †œviuda†, lo mismo le pasará a la Babilonia la Grande de la actualidad. (Isa 47:8, 9; Rev 17:18; 18:7, 8.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Fuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento

quera (chvra, 5503) Mat 28:13 (en TR); Mc 12.40,42,43; Luk 2:37; 4.25,26, lit., “una mujer una viuda”; 7.12; 18.3,5; 20.47; 21.2-3; Act 6:1; 9.39, 41; 1Ti 5:3, dos veces, 4,5, 11,16, dos veces; Jam 1:27; 1Ti 5:9, se refiere a viudas ancianas (no a un “orden” eclesiástico), reconocidas para recibir ayuda o mantenimiento por parte de la iglesia (cf. vv. 3,16), como aquellas que hubieran cumplido las condiciones mencionadas. Cuando el mantenimiento pudiera ser administrado por aquellos que tuvieran familiares viudas (una circunstancia probable en familias grandes), la iglesia no debí­a asumir tal responsabilidad. Hay un indicio aquí­ de la tendencia de esquivar la responsabilidad individual con perjuicio de las finanzas de la iglesia. En Rev 18:7 se emplea figuradamente de una ciudad desamparada.¶

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

La viuda en el AT es primordialmente una figura de desamparo y necesidad, que es incapaz de protegerse y de proveer para sí misma. Por esta razón, la ley mosaica exige consideración especial para ella, junto con los huérfanos y los extranjeros, y amenaza con el castigo de Dios a aquellos que así no lo hagan (Ex. 22:22–24; Dt. 10:18; 24:17–21; cf. Mal. 3:5). Así, la viuda es un símbolo apto para la Jerusalén destruida, que es una ciudad privada de gente y bienes, indefensa y desprotegida (Lm. 1:1; cf. Is. 47:8; Ap. 18:7), y se puede expresar la severidad del juicio cuando aun la viuda es destruida (Is. 9:17).

El NT continúa la idea de un cuidado especial por la viuda (Stg. 1:27) y el juicio sobre sus opresores (Mr. 12:40); pero hace más explícita la idea de necesidad del AT, haciendo una distinción entre las viudas y «las verdaderas viudas» (1 Ti. 5:3–8). Estas últimas son las que no tienen hijos o nietos que cuiden de ellas, y sus necesidades han de ser suplidas por la iglesia. Si alguno abandona a una pariente que es viuda, ha negado su fe; por lo tanto, es contrario a la voluntad de Cristo. Es peor que un incrédulo, porque aun el peor de los incrédulos tiene cuidado de sus padres.

Hay además una indicación sobre un tipo especial de viudas, quienes, de acuerdo a fuentes patrísticas, tienen ciertos deberes de caridad y de supervisión. Se requería que no tuvieran menos de sesenta años de edad, fueran esposas de un sólo marido, y conocedoras de buenas obras. Las viudas más jóvenes no eran admitidas a causa de su falta de madurez y de dominio propio (1 Ti. 5:9–16).

Robert B. Laurin

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (643). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

I. En el Antiguo Testamento

La legislación heb. se ha caracterizado siempre por su solicitud para con las viudas y, juntamente con los huérfanos y extranjeros, hacía provisiones especiales para ellas (p. ej. Ex. 22.21s; Dt. 14.29; 16.11, 14; 24.17; cf. Jer. 7.6). Aun en los tiempos premosaicos se reconocía la situación de la viuda sin hijos, y se establecían disposiciones para ella (Gn. 38; * Matrimonio, IV), las que fueron formalmente impuestas bajo Moisés (Dt. 25.5ss; * Pariente).

Dado que el tener hijos se consideraba un gran honor, algo que luego adquirió mayor importancia todavía cuando la nación buscaba un Mesías (Is. 11.1), la viudez en la mujer que no hubiera pasado la edad de la procreación, como también la *esterilidad, se consideraba vergüenza y oprobio (Is. 4.1; 54.4). Las viudas de los reyes, empero, mantenían su viudez, y se consideraban como propiedad, aunque no siempre esposas, del nuevo rey. Proponerle casamiento a una de ellas era equivalente a aspirar al trono (1 R. 2.13ss).

Dado que con frecuencia los hombres descuidan a las viudas, Dios se ocupa especialmente de ellas (Sal. 68.5; 146.9; Pr. 15.25), y la bondad para con ellas se elogia como una de las marcas de la verdadera religión (Job 29.13; Is. 1.17). La opresión y los daños cometidos contra las mudas, por otra parte, merecían severo castigo (Sal. 94.6; Mal. 3.5). Jerusalén y Babilonia son asemejadas con las viudas en su desolación (Lm. 1.1; Is. 47.8), y el efecto de la muerte violenta se compara con el de las mujeres que quedan viudas (Lm. 5.3; Ez. 22.25). (* Huérfano )

II. En el Nuevo Testamento

La iglesia cristiana heredó del judaísmo la obligación de proveer para la viuda. El autor judeocristiano Santiago afirma categóricamente que el auxiliar a las viudas en sus tribulaciones es una marca de la clase de religión a la que Dios no puede hallarle falta (1.27). Aun cuando una viuda hubiese quedado bien provista comparativamente, necesita ser protegida de los inescrupulosos. Una de las cosas que Jesús condenaba en algunos fariseos era que “devoraban” las casas de las viudas (Mr. 12.40); y probablemente estaba tomando una ilustración de la vida diaria de ese entonces cuando contó la historia de la viuda que por su persistencia en demandar justicia le estaba agotando la paciencia al juez (Lc. 18.1–5). Más frecuente, empero, era que las viudas quedaran en la indigencia. Una de las primeras buenas obras que ocupó la atención de la iglesia en Jerusalén fue la sistematización de la distribución diaria de limosnas para las viudas necesitadas; siete hombres fueron designados para ocuparse de que las viudas de habla griega no fueran descuidadas en comparación con las de habla aramea (Hch. 6.1–4). Hechos también ilustra en forma notable la caridad evidenciada por cierto individuo cuando, después de la muerte de Tabita, dice que “todas las viudas” de Jope se reunieron para testificar ante Pedro de la bondad que dicha persona les había mostrado (9.39).

Pablo les dijo a los corintios que le parecía bien que las viudas se casasen nuevamente, pero de ningún modo quiso hacer de esto una regla. El nuevo casamiento, empero, debía ser en el seno de la confraternidad cristiana (véase 1 Co. 7.8–9, 39). Por otra parte, al escribirle a Timoteo, expresa su deseo de que las viudas jóvenes vuelvan a casarse; e insta a las viudas que lo sean “en verdad”, e. d. las que no tienen parientes que las puedan sostener, y que cumplen en forma regular sus deberes religiosos, reciban un trato especial estén a cargo de la iglesia. Se debe preparar una lista de dichas personas, y sólo deben figurar en ella las de más de 60 años de edad que hubiesen dado prueba de haber realizado buenas obras, por haberse ocupado de criar hijos, por haber sido hospedadoras, o por haber socorrido a los del pueblo de Dios que hubiesen padecido necesidad (1 Ti. 5.9–10).

En Ap. 18.7 la palabra “viuda” se usa metafóricamente para una ciudad privada de sus habitantes, y azotada con pestes y hambre.

Bibliografía. J. Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús, 1977, pp. 152ss; T. de Orbiso, “Viuda”, °EBDM, t(t). VI, cols. 1243–1246; R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, 1985, pp. 7–73.

S. Solle, NIDNTT 3, pp. 1073–1075.

J.D.D., R.V.G.T.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Las prescripciones canónicas respecto a las viudas en el Antiguo Testamento se refieren principalmente al asunto de un segundo matrimonio. Si un hombre moría sin hijos, su viuda estaba obligada a casarse con el hermano de su difunto esposo, y si éste se negaba era sometido a la vergüenza delante del pueblo (Deut. 25,5-10). Se le prohibía al sumo sacerdote casarse con una viuda (Lev. 21,14), pero otros miembros del sacerdocio estaban en libertad de tomar como esposa a la viuda de otro sacerdote, pero no a la viuda de un laico (Ez. 44,22). Fuera de estas prescripciones, no hay ninguna Ley en el Antiguo Testamento que restrinja el que una viuda se case por segunda vez. El sustento de las viudas se le encomendaba a la caridad de los israelitas, y a ellas se les permitía recoger las espigas de los maizales, olivos y viñedos (Deut. 24,19-22). En el tercer año de los diezmos (o el gran diezmo) las viudas tenían su parte de la ofrenda (Deut. 26,12), y en las tres principales solemnidades del año eran invitadas a la fiesta con el padre de familia más cercano (Deut. 16,11).

En la época de los Macabeos se depositaba dinero y se mantenían provisiones en el Templo de Jerusalén para la subsistencia de las viudas (2 Mac. 3,10), y también se compartía con ellas el botín de batalla (2 Mac. 8,28). Para su protección, había una prohibición en contra de tomar sus vestidos en prenda (Deut. 24,17). En el libro de Job se consideraba una acción malvada el quitarle el buey a una viuda debido a un compromiso (24,3), de lo que los comentaristas generalmente deducen que la ley del Deuteronomio se extendió posteriormente a todas las posesiones de una viuda. Además de las prescripciones legales para la protección de las viudas, el Antiguo Testamento contiene numerosos preceptos generales en que se recomienda la reverencia y benevolencia del pueblo elegido y la amarga denuncia de sus opresores y defraudadores.

La suerte de la viuda en los tiempos del Antiguo Testamento era generalmente difícil, y Cristo se refiere al óbolo de la viuda como una ofrenda de los más pobres entre los pobres (Mc. 12,44). Asimismo, denuncia enérgicamente a los fariseos: “porque devoran las casas de las viudas” (Mt. 23,14). Bajo la Antigua Dispensación algunas viudas se dedicaron a una vida de observancia religiosa especial, como sucedió con la profetisa Ana, “que no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones.” (Lc. 2,37).

En tiempos del cristianismo primitivo el sostenimiento de las viudas era un deber especial de los Apóstoles, quienes recogían limosnas para ellas y les encomendaban su cuidado a los diáconos (Hch. 6,1). Este apoyo de las viudas necesitadas siempre ha sido considerado un determinado cargo de los ministros de la Iglesia cristiana, y muchos decretos papales y conciliares lo mencionan como una tarea que incumbe especialmente a los obispos, párrocos y los titulares de beneficios. En tiempos apostólicos a veces se empleaba a las viudas en ciertas labores en el ministerio de la Iglesia (Rom. 16,1), aunque no como pastoras (1 Cor. 14,34, 1 Tim. 2,12). En su primera epístola a Timoteo (5,9) San Pablo habla de ciertas viudas de la Iglesia, instruyendo que la que sea elegida “no tenga menos de sesenta años de edad, que ha sido la esposa de un solo marido y tenga el testimonio de sus buenas obras…”, y algunos ven en esto una referencia a la orden de diaconisas, mientras que otros no. Poco después, sin embargo, se le llamó “viudez” al oficio de diaconisa (St . Ignat., “Sm. 8.1).

En cuanto a las segundas nupcias de las viudas en la Iglesia Cristiana, aunque San Pablo declara que la viudez es preferible al estado matrimonial (1 Cor. 7,8) , sin embargo, no prohíbe volver a casarse (1 Cor. 7,39). La ley eclesiástica permite las segundas nupcias, si el vínculo del primer matrimonio se ha disuelto y si realmente no hay ningún impedimento canónico, como es el caso de los clérigos de las órdenes mayores en los Ritos Orientales. En la mente de la Iglesia, sin embargo, las segundas nupcias son menos honorables que un primer matrimonio (Conc. Ancyr., c. 19; Conc.. Laodic., c. 1), y el estado de viudez es más recomendable (Concilio de Trento, secs. XXIV, de matr., can. 10) como un bien más perfecto. (Véase mujer).

Bibliografía: THOMASSIN, Vet. et noval disciplina (Paris, 1688); WERNZ, Jus decret., IV (Rome, 1904).

Fuente: Fanning, William. “Widow.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 15. New York: Robert Appleton Company, 1912.
http://www.newadvent.org/cathen/15617c.htm

Traducido por Luz María Hernández Medina

Fuente: Enciclopedia Católica