Aparcar la frustración y sonreír ante la propia vida

Por: Carlos Padilla Esteban

Tengo la sensación de que cambiar no es tan sencillo. Nos acostumbramos a lo que hay y nos da miedo lo nuevo. El otro día leía: «En verdad, yo no cambio jamás, o cambio muy poco, pero cambia el modo en que me enfrento conmigo mismo, y eso es capital»[1].
 
Tal vez lo principal que tenemos que cambiar es la forma de enfrentar la vida, de enfrenarnos con nosotros mismos. La realidad es la que es y no resistirme a ella es el camino para ser felices.
 
Hay cosas que no cambian nunca aunque a nosotros nos gustaría que fueran distintas. El mismo autor añadía: «Cuando dejas de esperar que la obra que estás realizando se ajuste al patrón o idea que te has hecho de ella, dejas de sufrir por este motivo. La vida se nos va en el esfuerzo por ajustarla a nuestras ideas y apetencias»[2].
 
Esperamos mucho de la vida, de los demás, de las cosas que hacemos, también de Dios. Esperamos que nos garanticen el éxito y la paz. Queremos llegar a donde nos proponemos y no aceptamos los obstáculos ni las limitaciones. Las expectativas siempre nos hacen sufrir.
 
Tenemos poca resistencia ante las contrariedades. Poca tolerancia con los fracasos y frustraciones. La vida, cuando se complica, deja de parecernos tan interesante. Al pensar en mi vida como es en el momento en que me encuentro pienso que cambiaría cosas, pero no lo fundamental.
 
Me gusta mi vida. Me cambiaría a mí mismo en mis fallos y debilidades, y lucho por hacerlo. Cambiaría enfermedades de personas queridas que me duelen. O los límites que hablan de pobreza, vejez, debilidad.
 
Me gustaría cambiar el mundo y a los hombres. Pero sobre todo esa incapacidad que a veces tengo de sonreír ante los problemas y los contratiempos. Sé que puedo cambiar poco, pero lo que poco que puedo lucho por conseguirlo.
 
Cambiar es sano. Que las circunstancias de nuestra vida cambien también es bueno. Aunque buscamos la estabilidad y la seguridad. Nos cuesta que las personas cambien demasiado, si no es para bien. Que dejen de ser como eran antes.
 
Otras veces nos molesta más la inmovilidad, el hecho de que alguien a quien queremos no actúe como deseamos, como esperamos, no cambie, no evolucione, no crezca.
 
¡Cuánta infelicidad nos produce ver que los otros no actúan como esperamos! Es la frustración ante la realidad, ante comportamientos que no son los esperados. Ante aquello que no nos gusta y no podemos cambiar, porque no está en nuestras manos.
 
A veces nos creemos con ciertos derechos. Esperamos que la vida sea de una determinada manera. Y cuando no es así, nos frustramos. La resistencia a darle el sí a lo que tenemos delante nos entristece.
 
Una persona me comentaba: «Mucha gente se mira hoy y se pregunta si su vida es como la había soñado hace veinte años. Muchos dirán que no, que no se parece en nada. Ante esa realidad puedo frustrarme y vivir infeliz. O puedo besar la realidad como es y vivir alegre».
 
No es sencillo, la verdad. Pero es posible. Mirar mi vida como es hoy y sonreír. Saber que hay cosas que cambiaría sin problemas. Otras que me gustan y quiero. Algunas que puedo perder con el paso del tiempo. Sólo me queda aceptar que la realidad es la que es y no hay que tenerle miedo.

 
[1] Pablo D´Ors,
Biografía del silencio
[2] Pablo D´Ors,
Biografía del silencio