Diezmos

– 1 –
Introducción

El subtítulo requiere una explicación, porque ciertamente no existe más correspondencia con la homónima obra clásica castellana (Fuenteovejuna) que el sentido de solidaridad entre toda la hermandad cristiana.

Efectivamente, al encarar este estudio bien cabe la observación:

2 Los cristianos que establecieron el cobro de los diezmos en las iglesias evangélicas, ¿eran simples miembros de ellas o sus ministros?

La respuesta es obvia, habida cuenta que en los viejos tiempos la

instrucción bíblica, teológica y doctrinal era competencia de los ministros del culto, pues todavía buena parte de la feligresía de las iglesias era analfabeta. Además, entre los que sí sabían leer, felices eran

si poseían una Biblia, Himnario y algún devocional, entre los escasos libros que podrían hallarse en cualquier hogar cristiano.

Si en algún sitio en particular la práctica fue promovida por los mal llamados “laicos”, tales excepcionales iniciativas no hacen más que probar la regla general: en toda la historia fue la autoridad eclesiástica la que propuso, promulgó y obligó al pago de los diezmos.

Que la doctrina del diezmo proceda pues del mismo elenco ministerial

encargado de enseñarlo, imponerlo, reclamarlo y percibirlo, lógicamente que despertará suspicacias en cualquier oveja con dos dedos de frente.

Las ovejas podrán ser tan estúpidas como algunos predicadores dicen de la especie ovina, pero jamás al grado de no percibir el frío que corroe

sus huesos, cada vez que son trasquiladas en las reuniones.

Existen impuestos nacionales y municipales que se pagan anualmente,

semestralmente, trimestralmente o mensualmente; pero iglesias hay que

ya sobrepasaron la época de la esquila y están desollando sus ovejas.

El presente estudio se anuncia pues como de procedencia ovejuna, ya que pretende servirse de las observaciones hechas por sencillos hermanos, pero que en nuestra época actual tienen pronto y fácil acceso

a cuantas obras de referencia necesiten consultar.

Aquí está el detalle –como decía Cantinflas-, que no toman en cuenta los pastores que siguen recordando, insistiendo y demandando el pago de los diezmos, como lo hicieran sus antepasados desde sus púlpitos

infalibles ante congregaciones incapacitadas de controvertirles.

Ahora fácilmente se puede adquirir o consultar en una librería o biblioteca evangélica las mismas obras en que se apoyan nuestros predicadores y expositores bíblicos. A relativamente bajo costo puede

conseguirse también verdaderas bibliotecas digitales para usar con la

computadora, logrando en escasos segundos el acceso a distintas versiones bíblicas y Comentarios, Concordancias y Diccionarios Bíblicos.

Actualmente, y en nuestro país, será muy raro encontrarnos con algún

hermano analfabeto; y alcanza con visitar a los creyentes por sus casas

para advertir un selecto surtido de libros cristianos más otros programas

informáticos (COMPUBIBLIA, Bible Online, Christian Library) con decenas de versiones bíblicas y centenares de volúmenes de consulta, sin

contar el acceso por Internet a páginas Web de estudios bíblicos, y hasta proponer cualquier asunto a los Foros Cristianos de Discusión.

Sorprende pues que los pastores continúen predicando los diezmos con tal inconsciencia, como émulos de aquel Juan Tetzel que casi cinco siglos atrás obtenía fondos de los rústicos alemanes para las arcas del Vaticano.

Bien podrá irles mientras las ovejas en sus rediles pasten su dieta de

ignorancia; pero cuando ellas despierten a su necesidad de alimentarse de la Palabra de Dios no adulterada, ¿qué inventarán ellos entonces?

Al breve título de Diezmos convendrá también otra explicación. Y es que cuando se considera este tema hay que estar muy atentos a la burda

maniobra de distracción, procurando confundirlo con otros asuntos afines como son: las ofrendas que aportan los creyentes a sus iglesias; y

el del sostén de quienes están dedicados a la obra del Señor. Estos dos

deberes y privilegios de los cristianos por supuesto que están vigentes y

nadie discute nuestro compromiso en tales aspectos. Suele ocurrir, que

intuyendo el peligro de salir mal parados con un asunto tan traído de los

pelos como es el del diezmo, se procura mezclarlo con los otros para que en la polvareda del entrevero pase disimulado.

Bastará echar mano a una Concordancia para comprobar que el verbo

“diezmar” se conjuga 6 veces en nuestra usual RV1960; apareciendo el término “diezmo/s” 41; correspondiendo de las 47 referencias, 37 al A.T. y 10 al N.T. Haremos nuestro estudio teniéndolas todas ellas a la vista, a fin de que no se nos escape ninguna cuya ocurrencia pudiera legitimar su vigencia en la iglesia de Cristo.

Como aclaración final debemos decir, que: contra cualquier impresión negativa que sugiera el tratamiento del tema, en cuanto a que se atente contra el sustento legítimo de los siervos del Señor, ¡todo lo contrario! Precisamente, el sistema de diezmos mantiene bajo niveles de pobreza, cuando no indigencia, a la mayoría de los pastores evangélicos criollos.

El sistema de diezmos fue eficaz en el Israel primitivo, en su contexto nacional y religioso de comunidades esencialmente agrícolas y donde el

cumplimiento de toda la ley mosaica podía poner coto a las injusticias.

Imponerlo en la iglesia de Cristo tan solo puede ser ventajoso para los

ricos, que jactándose de ser diezmeros fieles pueden disponer a voluntad

del 90% restante; mientras que al pobre le es un penoso compromiso.

Sirve también el diezmo a pastores de grandes y prósperas iglesias; mas hambrea a quienes lo son de nuevas, pequeñas y pobres, principalmente en el interior del país y barrios suburbanos.

Sin duda que el ministerio cristiano es superior al levítico, y superior es también el método neotestamentario de ofrendar y contribuir al sostén de los obreros del Señor. Nadie que aborde este estudio prejuzgue equivocadamente antes de leernos. Ojalá Dios nos convenza que lo que Él ha dispuesto es mejor que lo que prevén nuestros cálculos.

– 2 –

Textos aducidos del Antiguo Testamento

Génesis 14:

Melquisedec bendice a Abram

17Cuando volvía de la derrota de Quedorlaomer y de los reyes que con él estaban, salió el rey de Sodoma a recibirlo al valle de Save, que es el Valle del Rey. 18Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino; 19y le bendijo, diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; 20y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los diezmos de todo.

Esta es la primera mención que se hace del diezmo en la Biblia, pero atenderemos mejor a este hecho en Hebreos 7, ya que allí prefieren los defensores del diezmo considerar el caso, por cobrar renovado valor como extensa cita neotestamentaria.

Por ahora convendrá reparar en apenas cuatro cosas:

1 – Se sabe que desde la antigüedad, los cultos paganos de India, China,

Grecia y Roma, eran sostenidos por los diezmos de los practicantes

de las diversas religiones; no siendo forzados a darlo, sino movidos

únicamente por su propia devoción. Los vencedores en batallas

solían entregar los diezmos del botín de guerra a los sacerdotes de

los dioses que habían augurado y prosperado su victoria. Es posible

que tal costumbre se practicara en todo el mundo antiguo.

2 – Nótese que Abraham no peregrina hasta el alfolí de Melquisedec

como si le estuviera deudor del pago de sus diezmos, sino que es

aquel quien le sale al encuentro; pero no tampoco como quien se los

sale a cobrar, sino con el propósito de bendecirle.

3 – Adviértase que la ocasión muestra un gesto espontáneo y libre de

Abraham. Melquisedec no lo pide, y Abraham lo da voluntariamente,

sin compromiso con ley o disposición que le obligara a ello.

4 – En todo caso, desde Génesis a Hebreos tenemos que únicamente en

tal oportunidad Abraham dio los diezmos. Si una larga vida de 175

años muestra esta sola ocasión, ¿servirá el ejemplo de Abraham a

pastores y tesoreros que persiguen a los fieles tras dos meses de

atraso?

Génesis 28:

20E hizo Jacob voto, diciendo: Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, 21y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. 22Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti.

Es sugestivo en este caso que en la sucesiva historia de Jacob no haya quedado el más mínimo registro de que alguna vez cumpliera su promesa. Conocidas son las tretas y estratagemas de que se vale Jacob para llevar adelante sus planes, y aunque logró adquirir gran riqueza, no existe constancia de que efectivamente hubiese apartado el diezmo para Dios. En todo caso quedan tres preguntas sin respuesta: ¿A quién darlo? ¿Dónde? y ¿Para qué? Quizá tampoco él halló contestación a ellas, y

ello explique que no haya registro de que lo hubiese hecho. En todo caso, resulta significativo que la escasez en Canaán llevara a Jacob con

toda su familia a subsistir en Egipto.

Por más conocido que sea este silencio en cuanto al cumplimiento de la promesa de Jacob, insólitamente un autor de la talla del Dr. Frank W. Patterson parece sufrir una amnesia o saber lo que nadie sabe.

Argumentando sobre los posibles problemas de la Iglesia en cuanto al diezmo, responde así a la pregunta: ¿Debemos pedir a las personas que no tienen sueldo que diezmen?

– Seguramente que sí. Jacob, sin empleo y huyendo de su hermano, tuvo

una visión del Santísimo Dios y por consiguiente prometió a Jehová

que diezmaría. Dios le bendijo ricamente en los años subsiguientes y

Jacob cumplió su promesa. (Manual de Finanzas para Iglesias, p.55)

Dejando de lado que Jacob ya no venía huyendo de su hermano (buena distancia había puesto entre Beerseba y Bet-el) pues viajaba al norte (Harán) en busca de esposa, y Esaú con igual propósito le llevaba la contraria marchando al sur, no se gasta el autor en explicarnos dónde encontró el dato de que Jacob cumpliera su promesa. Ya suena gracioso,

por no decir chistoso, la distracción de los predicadores cuando citan este pasaje ingenuamente, hablando de la ofrenda que da en esta ocasión.

Además, bien mirado, más que una piadosa aspiración, esto parece un

intento de soborno. Si Dios le diera cuanto pide, podría ofrendarle el 90% y vivir muy bien él con el 10% restante. Cualquier ciudadano de

nuestro tercer mundo, de pedir y recibir tanta bendición hubiese sido más generoso que Jacob.

Esta segunda mención apenas sirve -junto a la anterior-, para demostrar que el diezmo es anterior a la ley, cosa sabida y que nadie discute, pero que se sobredimensiona, pues el que fuese común en el paganismo y en Canaán, en nada favorece para hacerlo más aceptable a los cristianos.

Los demás pasajes del Pentateuco, libros históricos, Amós y Malaquías, tienen que ver con la institución de los diezmos, su restauración e incumplimiento.

Convendrá mirar cual sea la primera mención a los diezmos en la antigua Ley, para advertir un aspecto que por tan sabido suele pasar desapercibido:

Levítico 27:

30Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de Jehová es; es cosa dedicada a Jehová. 31Y si alguno quisiere rescatar algo del diezmo, añadirá la quinta parte de su precio por ello. 32Y todo diezmo de vacas o de ovejas, de todo lo que pasa bajo la vara, el diezmo será consagrado a Jehová. 33No mirará si es bueno o malo, ni lo cambiará; y si lo cambiare, tanto él como el que se dio en cambio serán cosas sagradas; no podrán ser rescatados.

34Estos son los mandamientos que ordenó Jehová a Moisés para los hijos de Israel, en el monte de Sinaí.

Que esta última frase esté precisamente a continuación de la primera

disposición legal respecto a los diezmos, es como para refregarnos ante

los ojos el hecho de que los diezmos bíblicos fueron establecidos para el

pueblo de Israel; no para la gentilidad ni para la iglesia de Jesucristo.

La segunda mención aparece en

Números 18:

20Y Jehová dijo a Aarón: De la tierra de ellos no tendrás heredad, ni entre ellos tendrás parte. Yo soy tu parte y tu heredad en medio de los hijos de Israel.

21Y he aquí yo he dado a los hijos de Leví todos los diezmos en Israel por heredad, por su ministerio, por cuanto ellos sirven en el ministerio del tabernáculo de reunión. 22Y no se acercarán más los hijos de Israel al tabernáculo de reunión, para que no lleven pecado por el cual mueran. 23Mas los levitas harán el servicio del tabernáculo de reunión, y ellos llevarán su iniquidad; estatuto perpetuo para vuestros descendientes; y no poseerán heredad entre los hijos de Israel. 24Porque a los levitas he dado por heredad los diezmos de los hijos de Israel, que ofrecerán a Jehová en ofrenda; por lo cual les he dicho: Entre los hijos de Israel no poseerán heredad.

25Y habló Jehová a Moisés, diciendo: 26Así hablarás a los levitas, y les dirás: Cuando toméis de los hijos de Israel los diezmos que os he dado de ellos por vuestra heredad, vosotros presentaréis de ellos en ofrenda mecida a Jehová el diezmo de los diezmos. 27Y se os contará vuestra ofrenda como grano de la era, y como producto del lagar. 28Así ofreceréis también vosotros ofrenda a Jehová de todos vuestros diezmos que recibáis de los hijos de Israel; y daréis de ellos la ofrenda de Jehová al sacerdote Aarón.

Es de advertir en esta porción (a más de la observación anterior en

cuanto a “los hijos de Israel”) que por tres veces se repite que los levitas

no tendrían en posesión tierra alguna. Caso que las iglesias quieran restaurar los diezmos de los levitas, o aplicar tal sistema a sus ministros, para ser consecuentes, estos no podrían poseer en propiedad ni siquiera un terrenito.

Por brevedad, seleccionamos ahora unos versículos de este capítulo del Deuteronomio:

El santuario único

12

1Estos son los estatutos y decretos que cuidaréis de poner por obra en la tierra que Jehová el Dios de tus padres te ha dado para que tomes posesión de ella, todos los días que vosotros viviereis sobre la tierra…. 5sino que el lugar que Jehová vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su habitación, ése buscaréis, y allá iréis. 6Y allí llevaréis vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos, y la ofrenda elevada de vuestras manos, vuestros votos, vuestras ofrendas voluntarias, y las primicias de vuestras vacas y de vuestras ovejas;…. 8No haréis como todo lo que hacemos nosotros aquí ahora, cada uno lo que bien le parece, 9porque hasta ahora no habéis entrado al reposo y a la heredad que os da Jehová vuestro Dios. 10Mas pasaréis el Jordán, y habitaréis en la tierra que Jehová vuestro Dios os hace heredar; y él os dará reposo de todos vuestros enemigos alrededor, y habitaréis seguros. 11Y al lugar que Jehová vuestro Dios escogiere para poner en él su nombre, allí llevaréis todas las cosas que yo os mando: vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos, las ofrendas elevadas de vuestras manos, y todo lo escogido de los votos que hubiereis prometido a Jehová…. 17Ni comerás en tus poblaciones el diezmo de tu grano, de tu vino o de tu aceite, ni las primicias de tus vacas, ni de tus ovejas, ni los votos que prometieres, ni las ofrendas voluntarias, ni las ofrendas elevadas de tus manos; 18sino que delante de Jehová tu Dios las comerás, en el lugar que Jehová tu Dios hubiere escogido, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, y el levita que habita en tus poblaciones; te alegrarás delante de Jehová tu Dios de toda la obra de tus manos. 19Ten cuidado de no desamparar al levita en todos tus días sobre la tierra.

Resalta en este pasaje el énfasis puesto en “la tierra” y “en el lugar”.

Dios no sacó a su pueblo de Egipto para esparcirlo por las naciones

-como después ocurriría-, sino para meterlo en Canaán y elegir luego a

Jerusalem como la ciudad santa donde su templo será levantado. Mientras tanto, el lugar en que estuviere el tabernáculo de reunión -donde sirven los levitas-, es el sitio adonde debían traerse los diezmos.

Es imposible no ver el carácter locatario de los diezmos. Durante la

cautividad, no se conoce que estuviera vigente este sistema de diezmos.

Pasamos ahora a ver otros tres versículos en

Deuteronomio 14:

La ley del diezmo

22Indefectiblemente diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año. 23Y comerás delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere para poner allí su nombre, el diezmo de tu grano, de tu vino y de tu aceite, y las primicias de tus manadas y de tus ganados, para que aprendas a temer a Jehová tu Dios todos los días.

28Al fin de cada tres años sacarás todo el diezmo de tus productos de aquel año, y lo guardarás en tus ciudades.

Como se ve, el sistema del diezmo estaba relacionado a la producción

agropecuaria, por lo que se contabilizaba anualmente, y cada tres años

se apartaba el diezmo del último año para compartirlo con el levita, el

extranjero, el huérfano y la viuda, como dice hacia el final del capítulo.

Sobre lo mismo nos ilustra

Deuteronomio 26:

12Cuando acabes de diezmar todo el diezmo de tus frutos en el año tercero, el año del diezmo, darás también al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda; y comerán en tus aldeas, y se saciarán. 13Y dirás delante de Jehová tu Dios: He sacado lo consagrado de mi casa, y también lo he dado al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda, conforme a todo lo que me has mandado; no he transgredido tus mandamientos, ni me he olvidado de ellos.

El sueldo mensual no era la costumbre de entonces, pero de querer

reproducir en nuestros días aquella práctica antigua, mal no estaría que

las iglesias hicieran compartir el diezmo a sus ministros, con los extranjeros, huérfanos y viudas que hubiera en la población. ¡Aunque

fuese cada tres años! Recordemos que en las epístolas tenemos también

instrucciones respecto a como las iglesias y los creyentes deben cuidar de las viudas y los huérfanos.

Las referencias en 1Samuel 8:15,17 corresponden a cómo el rey que Israel pide a Samuel, diezmaría los bienes del pueblo; no viene al caso.

Es interesante la siguiente porción cuando las reformas de Ezequías en 2Crónicas 31:

4Mandó también al pueblo que habitaba en Jerusalén, que diese la porción correspondiente a los sacerdotes y levitas, para que ellos se dedicasen a la ley de Jehová. 5Y cuando este edicto fue divulgado, los hijos de Israel dieron muchas primicias de grano, vino, aceite, miel, y de todos los frutos de la tierra; trajeron asimismo en abundancia los diezmos de todas las cosas. 6También los hijos de Israel y de Judá, que habitaban en las ciudades de Judá, dieron del mismo modo los diezmos de las vacas y de las ovejas; y trajeron los diezmos de lo santificado, de las cosas que habían prometido a Jehová su Dios, y los depositaron en montones. 7En el mes tercero comenzaron a formar aquellos montones, y terminaron en el mes séptimo. 8Cuando Ezequías y los príncipes vinieron y vieron los montones, bendijeron a Jehová, y a su pueblo Israel. 9Y preguntó Ezequías a los sacerdotes y a los levitas acerca de esos montones. 10Y el sumo sacerdote Azarías, de la casa de Sadoc, le contestó: Desde que comenzaron a traer las ofrendas a la casa de Jehová, hemos comido y nos hemos saciado, y nos ha sobrado mucho, porque Jehová ha bendecido a su pueblo; y ha quedado esta abundancia de provisiones.

11Entonces mandó Ezequías que preparasen cámaras en la casa de Jehová; y las prepararon. 12Y en ellas depositaron las primicias y los diezmos y las cosas consagradas, fielmente; y dieron cargo de ello al levita Conanías, el principal, y Simei su hermano fue el segundo.

Esta porción tiene especial interés, pues muestra una realidad que siempre se repite: cuando los conductores del pueblo de Dios hacen las cosas como Dios manda, el pueblo es bendecido y contribuye generosamente. Lo vemos cuando el pueblo de Israel ofrenda con tal

abundancia para la obra del santuario, que Moisés mandó pregonar por

todo el campamento que nadie trajera más nada: “Así se le impidió al

pueblo ofrecer más; pues tenían material abundante para hacer toda la

obra, y sobraba” (Ex.36:3-7). ¿Alguien escuchó alguna vez a un

agradecido ministro pedirle a su generosa congregación que deje de

ofrendar? Otro tanto ocurre cuando el rey David, que tanto había acumulado para la construcción del templo en Jerusalem, brinda al pueblo la oportunidad de participar con ofrendas voluntarias. El efecto lo vemos en 1Cr.29:9: “Y se alegró el pueblo por haber contribuido voluntariamente; porque de todo corazón ofrecieron a Jehová voluntariamente”. Como en visión neotestamentaria, como si lo hubiera

leído en una epístola de Pablo (“…todo es vuestro, y vosotros de Cristo,

y Cristo de Dios”) David exclama: 14”Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos.”

Las iglesias de Macedonia, como oportunamente veremos, conocieron

también el privilegio del dar para la obra de Dios.

Pero volviendo a la porción que tenemos por delante, además de las

frases que expresan la abundancia, notemos que cuatro veces aparece la palabra “montones”. Así tuvo el rey que mandar preparar un lugar adecuado para depositar todo cuanto se había acumulado.

Antes de acusar a su grey de estar robándole a Dios, o de exponer

públicamente la tacañería de su gente, quejándose de tan magras ofrendas, ¿no deberían los ministros empezar por examinarse y revisar

la forma en que están llevando a cabo la obra de Dios?

Siempre será oportuno recordar que los bolsillos y carteras no se

abren generosamente por los reiterativos llamados a ofrendar, sino por

los íntimos estímulos espirituales que surgen de la profunda convicción

de que realmente Dios está siendo glorificado, la iglesia edificada, y las

almas salvadas a través del ministerio ejercido por todos los santos bajo

la sabia conducción y ejemplo de sus apóstoles, profetas, evangelistas,

pastores y maestros (Ef.4:11,12).

No querer entender esto, y persistir en pedir a que los feligreses den y

den, es pedir peras al olmo.

Nehemías 10:

37que traeríamos también las primicias de nuestras masas, y nuestras ofrendas, y del fruto de todo árbol, y del vino y del aceite, para los sacerdotes, a las cámaras de la casa de nuestro Dios, y el diezmo de nuestra tierra para los levitas; y que los levitas recibirían las décimas de nuestras labores en todas las ciudades; 38y que estaría el sacerdote hijo de Aarón con los levitas, cuando los levitas recibiesen el diezmo; y que los levitas llevarían el diezmo del diezmo a la casa de nuestro Dios, a las cámaras de la casa del tesoro.

Muchas veces se repite en este capítulo la expresión “la casa de nuestro Dios”, pues la reconstrucción de la misma necesitaba de la contribución del pueblo, de manera que allí también debían traerse los diezmos, ofrendas y primicias, siendo recibidas por los levitas y

sacerdotes.

Se ha pretendido establecer un parangón entre aquello y lo que hoy día es práctica generalizada en muchas denominaciones evangélicas: se lleva al “Templo Evangélico” (“casa de Dios”) el sobre con el diezmo que es entregado al “Pastor” (sacerdote) o Tesorero, Secretario o Diácono (levitas). Pero aparte de que el pago de los diezmos bajo la ley ya no corre en la dispensación de la gracia, porque otro superior criterio mueve al cristiano a ofrendar, quien pastorea a sus hermanos no es más ni mejor sacerdote que cualquiera de ellos; ni los funcionarios en la congregación son más ministros del santuario que los demás miembros que por fe se acercan al trono de la gracia; ni el edificio en que la iglesia se reúne debería ser llamado Templo o Casa de Dios (¡Iglesia mucho menos!), porque no lo son, (pues la Biblia dice que no), por más común que sea la religiosa costumbre de endilgarles tales rótulos obsoletos.

Nehemías 12:

44En aquel día fueron puestos varones sobre las cámaras de los tesoros, de las ofrendas, de las primicias y de los diezmos, para recoger en ellas, de los ejidos de las ciudades, las porciones legales para los sacerdotes y levitas; porque era grande el gozo de Judá con respecto a los sacerdotes y levitas que servían.

Ya que estamos en tren de obtener de cada cita algún destello de luz que contribuya a nuestro estudio, este texto nos muestra que no se podrá en momento alguno ser consecuente con la línea de pensamiento que pretende justificar el pago actual de los diezmos sobre el modelo del

sistema levítico. O sea, que de intentarlo, habrá que ser siempre muy

selectivo, viendo que es lo que se puede imitar y qué cosas conviene

soslayar. En casi todas las iglesias donde sobrevive este sistema, más son las hermanas mujeres puestas con cargos de tesoreras, pro-tesoreras, Presidentas y Secretarias de Comisiones de Finanzas o Recursos, que los hermanos varones designados para cumplir tales cometidos. Aquellos levitas cortarían sus barbas de enterarse que tiempo vendría en que serían substituidos por mujeres.

Como acotación positiva de este pasaje, podrá agregarse a lo dicho en un comentario anterior, la razón que promovía, en aquel entonces, tan saludables iniciativas: porque era grande el gozo de Judá con respecto a los sacerdotes y levitas que servían.

Nehemías 13:

4Y antes de esto el sacerdote Eliasib, siendo jefe de la cámara de la casa de nuestro Dios, había emparentado con Tobías, 5y le había hecho una gran cámara, en la cual guardaban antes las ofrendas, el incienso, los utensilios, el diezmo del grano, del vino y del aceite, que estaba mandado dar a los levitas, a los cantores y a los porteros, y la ofrenda de los sacerdotes. 6Mas a todo esto, yo no estaba en Jerusalén, porque en el año treinta y dos de Artajerjes rey de Babilonia fui al rey; y al cabo de algunos días pedí permiso al rey 7para volver a Jerusalén; y entonces supe del mal que había hecho Eliasib por consideración a Tobías, haciendo para él una cámara en los atrios de la casa de Dios. 8Y me dolió en gran manera; y arrojé todos los muebles de la casa de Tobías fuera de la cámara, 9y dije que limpiasen las cámaras, e hice volver allí los utensilios de la casa de Dios, las ofrendas y el incienso.

10Encontré asimismo que las porciones para los levitas no les habían sido dadas, y que los levitas y cantores que hacían el servicio habían huido cada uno a su heredad. 11Entonces reprendí a los oficiales, y dije: ¿Por qué está la casa de Dios abandonada? Y los reuní y los puse en sus puestos. 12Y todo Judá trajo el diezmo del grano, del vino y del aceite, a los almacenes. 13Y puse por mayordomos de ellos al sacerdote Selemías y al escriba Sadoc, y de los levitas a Pedaías; y al servicio de ellos a Hanán hijo de Zacur, hijo de Matanías; porque eran tenidos por fieles, y ellos tenían que repartir a sus hermanos. 14Acuérdate de mí, oh Dios, en orden a esto, y no borres mis misericordias que hice en la casa de mi Dios, y en su servicio…. 29Acuérdate de ellos, Dios mío, contra los que contaminan el sacerdocio, y el pacto del sacerdocio y de los levitas.

Aunque esta porción nada nuevo aporte al asunto del diezmo -pese a

citarlo dos veces-, presenta un asunto cuya problemática suele ser frecuente en las iglesias. Realmente sorprende que el sumo sacerdote Eliasib hubiese emparentado con Tobías, e incluso a través de un nieto suyo también con Sambalat (v.28), enemigos públicos números uno y dos (véase 2:10, 19; 4:1-8; cap.6) de los judíos y particularmente de

Nehemías. Si el sumo sacerdote quisiera hacer una lista de los individuos

que nunca jamás debían acercarse a los atrios de la casa de Dios, debía

encabezarla con Tobías. Contra toda lógica y razón, y tras emparentar

con él, le hizo una gran cámara precisamente en el sitio menos indicado.

Nos preguntamos: ¿cómo pudo emparentar Eliasib con un personaje tan

nefando como Tobías y todavía crear para él un sitio preferencial? No

fue porque escasearan judíos dignos, porque leemos en el v.13 la lista

que compuso Nehemías de hombres bien conocidos por fieles como para

ejercer la mayordomía entre sus hermanos. ¿Lo hizo por torpe o por loco? Lo más probable que ni lo uno ni lo otro, sino por una gran sagacidad puesta al servicio de sus ambiciones personales. Quizá ayude a

ilustrar su actitud aquel dicho que dice más o menos así: “Líbreme Dios

de mis amigos, que de mis enemigos me cuido yo”. Pese a su rareza, la

historia de la humanidad está plagada de casos semejantes, en que leales amigos son puestos a un lado, otorgando cargos de confianza a enemigos o personajes con oscuros antecedentes. Lo incomprensible se aclara, no bien descubrimos que los virtuosos nunca serán los compañeros idóneos de quienes tienen la virtud únicamente como un vestido exterior. Eliasib podía exhibir con su vestimenta sacerdotal la suprema autoridad religiosa de que estaba revestido, y Tobías, en atención a la alta consideración que aquel le dispensaba, no le representaba riesgo alguno; mientras que los demás virtuosos tenidos por fieles en el concepto general, y de Nehemías en particular, podían hacerle sombra no bien siguieran creciendo en la apreciación de los demás.

Pasemos al aggiornamento del caso, poniendo al día tal situación.

Si lo del sumo sacerdote Eliasib nos sorprende, más todavía debería

sorprendernos lo que está ocurriendo desde antiguo y por todas partes.

En algunas iglesias tenidas por cristianas y evangélicas, donde es santo y seña que Cristo sea su cabeza y el Espíritu Santo quien la dirige y guía -fórmula tan deteriorada como la de que allí se siga la Biblia-, ¡Eliasib ha sido superado con creces!

Los nuevos Diótrefes muchas veces distinguen con cargos y puestos de

importancia a profesantes que ni siquiera son convertidos; o que de serlo

son tan carnales y mundanos que no lo parecen. Pero sabiéndose indignos e inmerecedores de la distinción conferida, son capaces de ser leales a muerte, de quien supo considerarles a tal grado.

Mientras tanto, otros miembros idóneos de la iglesia, sufren el gran dolor de Nehemías, que también lo padeció Pablo cuando corintios y gálatas le menospreciaban, pues otros llamados “apóstoles” habían captado su preferente atención.

Cuántos cristianos fieles, veteranos, experimentados, capacitados para el servicio y de buen testimonio son puestos a un lado, privilegiando a aquellos que parecen candidatos a retribuirles más ventajosamente con su apoyo, servicio y dinero, ¡aunque después resulten un fiasco!

Así como Nehemías volvió a Jerusalem y puso las cosas en su lugar,

así el Señor de la iglesia pronto volverá por ella y ajustará cuentas con

los suyos.

Aunque castigado, Israel no aprende

4Id a Bet-el, y prevaricad; aumentad en Gilgal la rebelión, y traed de mañana vuestros sacrificios, y vuestros diezmos cada tres días. 5Y ofreced sacrificio de alabanza con pan leudado, y proclamad, publicad ofrendas voluntarias, pues que así lo queréis, hijos de Israel, dice Jehová el Señor.

Confieso que al leer esta porción pensé en seguir de largo contentándome sólo con citarla, pues nada veía más que las palabras

del texto. Desconfiando de la aridez de mi lectura, rogué al Señor que me diera luz al releerla. Fue así que de repente advertí que tenía ante mis ojos un video que mostraba claramente nuestra situación.

El pueblo de Dios en nuestro país frecuentemente acude a sus santuarios (Bet-el, Gilgal), no para santificarse sino para añadir más pecado a su pecado. Vigilias y retiros pueden constituir hoy día pasatiempos placenteros, sin carga por el pecado ni avidez espiritual. Se repite hasta el cansancio como si fuese un versículo bíblico: “Dios habita entre las alabanzas de su pueblo”, cuando es apenas una línea de una canción. Lo más aproximado es lo que dice el Salmo 22:3b: “… Tú que habitas entre las alabanzas de Israel”, sin citar las primeras palabras del versículo: “Pero tú eres santo”. El pueblo cristiano es exhortado por sus pastores a bailar en una pata, mientras la recriminación del profeta sigue tronando desde las páginas de la Escritura: “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1Sa. 15:22).

Es así como muchos predicadores han engañado a nuestros hermanos

argentinos. Cada principio de año, de semestre o trimestre, les han

profetizado el advenimiento de una nueva época de bendición y prosperidad para la Argentina, guardándose muy bien de enfatizar la

cruda realidad del pecado y la corrupción social que había alcanzado

también a las iglesias. El pueblo de Dios no fue exhortado al arrepentimiento sino a danzar y dar gritos de júbilo y victoria.

Claro está que el festivo clima que ellos recreaban, propiciaba las

mejores colectas de diezmos y ofrendas: “proclamad, publicad ofrendas

voluntarias”, dice nuestro texto, pero los nuestros agregaron todavía el pago de los diezmos tildando de ladrones a los atrasados o incumplidores.

Y en nuestro país hemos ido a la zaga de ellos, como generalmente hacemos; y así están también nuestras cosas.

El sarcástico lenguaje usado por el Señor hasta aquí, cede paso a una

nota de tristeza: “pues que así lo queréis, hijos de Israel”. Aquí está la

clave: el pueblo elegido que goza del preferente amor del Señor, ha

dejado la palabra del Señor por salirse con la suya. Es cierto que exteriormente usaban la Biblia y cumplían hasta el exceso todas las

formalidades del culto; pero como en toda falsa religiosidad, mostrando

en sus shows los dos secuaces de la apostasía: la autosatisfacción y la

autopublicidad.

Ojalá recapaciten delante del Señor los predicadores, y en vez de preparar visiones de su propio corazón para presentar a su gente una

elaborada versión de los acontecimientos, se decidan de una vez por

hablarles la verdad.

Ojalá el pueblo no sea tan contumaz como el de Israel, que aunque

castigado, no aprendía.

Lo que primero debe llenarse, no es el alfolí con los diezmos, sino el

trono de la gracia con pecadores penitentes confesando su desobediencia

y apostasía.

Hay mayor gozo entre los ángeles del cielo, por un solo cristiano que se arrepiente, que por otros noventa y nueve que expresan su júbilo

alabando al mismo Dios que ofenden y desobedecen.

El texto áureo que de tanto insistir con él poco falta para correrlo unas

pocas páginas e incluirlo en el Nuevo Testamento, es el de

Malaquías 3:

El pago de los diezmos

6Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos. 7Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué hemos de volvernos? 8¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. 9Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. 10Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. 11Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos. 12Y todas las naciones os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos.

Todos sabemos que este es el pasaje favorito de los pastores cuantas veces prediquen del diezmo.

La autoridad delegada de Dios que ellos no se cansan de invocar, y la

disposición servil de las ovejas engordadas (Ez.34:16) y acomodadas,

bastan a desalentar cualquier voz de protesta que en medio de la grey se alce. De ocurrir, alcanzará el gesto del brazo y el dedo índice extendido

señalando la puerta. Si la pobre oveja quedara congelada por la impresión sin atinar a moverse, será sacudida y movida al estentóreo grito de:

-Si no le gusta, ¡váyase!

Y tras su salida, descargará el pastor su “ira santa” contra la que se fue, dispensando sobre el lomo de las que se quedaron la corrección de su vara y su cayado, quitándoles cualquier resuello de insubordinación que pudiera quedarles.

Como todo tiene su límite, pienso que es el tiempo de Dios para de una buena vez mandarlos a todos a Ezequiel 34, a que se descubran allí tal cual son, y vuelvan su mirada implorando misericordia al Príncipe de los pastores, que ya está a las puertas.

Es cierto que toda Escritura es inspirada divinamente, y así también lo

es cada palabra de Malaquías. Es cierto también que esta profecía tiene

aún mucho que enseñarnos conforme el mismo Espíritu Santo que la

inspiró abra los ojos de nuestro entendimiento. Pero es cierto también

que no tenemos necesidad que ningún latoso nos enseñe, pues la misma

unción que hemos recibido de Él permanece en nosotros y nos enseña

todas las cosas, pues es verdadera y no mentirosa (1Jn.2:27). ¿O acaso desde que creímos no nos ha dado el Señor al Consolador prometido como el Espíritu de verdad que nos guiaría a toda verdad? (Jn.16:13).

Si los profesionales de la religión saben realmente algo, pues que lo

muestren; pero no mandando callar a ninguna oveja que delate su ignorancia, sino -como reza el dicho-, “hablando la gente se entiende”.

La impotencia y debilidad de los ministros se manifiesta siempre que son forzados a acallar las voces disonantes, o a expulsar todo elemento que le resulte problemático.

Si la iglesia es de Cristo, cada oveja es cosa sagrada; si es el negocio del pastor, podrá echarlas a patadas o asarlas a fuego lento.

(No me cuido en el hablar, porque de todos modos se me criticará; tanto por usar tecnicismos como lenguaje vulgar)

Por supuesto que cualquier predicador es libre para elegir la porción

bíblica sobre la que ha de enseñar; y todo pastor, maestro o expositor

que siga un método sistemático, por ejemplo: Los Profetas Menores, no

ha de saltearse el capítulo 3 de Malaquías nada más que por no entrar en conflicto con algunos.

Ciertamente que en la porción que va desde el v.6 al 12 hay material

abundante para nuestra meditación e inspiración, e incluso para sacar

lecciones prácticas que ilustrarán mejor nuestra comprensión del ofrendar y la rica provisión divina.

Nadie discute la divina inspiración del pasaje, la plena vigencia de los

principios espirituales que contiene, y el saludable beneficio que reportará a quien medite, aprenda, crea y obedezca la palabra del Señor. Sólo digo que debemos estar muy atentos para que no apliquemos indebidamente una porción, pues “ninguna profecía es de interpretación privada”, por más que tales aplicaciones y tales interpretaciones fuesen las más comunes en nuestro medio.

Lo que seguirá pues, no comprende a los fieles pastores vocacionales que enseñan a su congregación la palabra de Dios, sino a los profesionales que malogran al rebaño del Señor, disuadiendo a los que se acercan, y siendo un obstáculo para el progreso del evangelio.

– Para facilitar, y darle más vida a un estudio que no debería ser engorroso, imaginaremos una escena en una iglesia típica donde vez tras

vez el pastor hace del diezmo su tema de predicación favorito, y donde su elocuencia raya a gran altura.

Imaginaremos también que entre los miembros allí sentados está un joven de modesta apariencia, y con una cara de opa que oculta muy bien

su espíritu sensible, un corazón ejercitado y una mente despierta.

Como de costumbre, el pastor usa de sus registros más bajos de voz al

llegar a la terrible conminación: “Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed todos los diezmos al alfolí…”. Luego usará tonos más dulces y melodiosos al hablar de las ventanas de los cielos y la bendición sobreabundante. Entonces, las lágrimas surcarán las mejillas, destellos de esperanza brillarán en los ojos, mientras las largas uñas de las hermanas escarbarán en los pliegues de sus carteras, allí donde siempre suelen dejar algún billete bien doblado y apretado. Pero ahora retumba su vozarrón que ruge como el tubo más grueso del órgano, mientras su brazo extendido apunta con el índice a uno y otro lado de la concurrencia, desde la primera hasta la última fila.

El joven de nuestra historia, como que experimenta un sacudón nervioso que no pasa desapercibido para el pastor, quien preguntándose la razón de aquella inquietud, inconscientemente conserva su dedo apuntándole en el aire como si fuera un revólver a punto de dispararle;

mientras tanto sigue bramando: -Malditos sois… me habéis robado… traed todos los diezmos.

Sorpresivamente y para asombro de todo el mundo el opa se levanta,

agarrándose para no caerse del respaldo del banco delantero. Aunque

parece algo distraído, en realidad hacía dos semanas que se venía preparando para este momento, estudiando mucho la Biblia y cuanto Comentario Bíblico pudo consultar.

– Perdone usted –comienza diciendo-, si bien soy relativamente nuevo en

la iglesia, siempre he ofrendado como mejor pude y sentí de hacerlo.

Jamás diezmé ni pienso hacerlo, ni tampoco le estoy robando a nadie.

La gente observa estupefacta como el dedo del pastor se contrae rápidamente como apretando el gatillo, y hasta una sencilla hermana de la primera fila tapa con ambas manos sus oídos protegiéndose del estampido.

– ¡Pues esta misma noche me hago cura si no te hago confesar delante de

todos que el diezmo es de Dios! ¡Dílo! ¡Dílo de una vez!

El joven como que vacila; hamaca la cabeza a uno y otro lado, como si

alguna idea se le quedara trancada, y luego con una pachorra que tiene en vilo a los circunstantes, responde:

– ¡Pues cómo no… faltaba más…! Pero para ello debe convencernos que

como cristianos debemos pagar los diezmos, y que de no hacerlo le

estamos robando a Dios.

– ¡Neófito impertinente! ¿Y qué es acaso lo que estoy haciendo?

– Pues una cosa es que Vd. lo enseñe, y otra que lo aprendamos.

– ¡No aprende quien no quiere! ¿Acaso Malaquías no habla bien claro?

– A los judíos, lo que es a mí, el profeta ni el mismo Dios me reclama

diezmo alguno.

– ¡Insolente! ¿De dónde sacas que tal Escritura no te concierne?

– Está al final del Antiguo Testamento, y nosotros los cristianos aunque

creemos en la Biblia entera, nos guiamos por el Nuevo Testamento.

Además, nosotros ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia y …

– ¡Caído de la gracia debías mejor decir! –interrumpe frenético el pastor-

Mira la pregunta del verso 8: “¿Robará el hombre a Dios?” Allí dice

“el hombre”, no “el judío”; ¿lo habías advertido, sabelotodo?

El sudor de las manos hace que resbalen sobre el respaldo al que se sujetaba, y cae esta vez sentado el cara de opa sobre su banco, como si

estuviese noqueado en un rincón del ring. Al ver de reojo el aire de

autosuficiencia y triunfo en el rostro del pastor, se incorpora como por

resorte y despertando de un sueño:

– Pero esta palabra está dicha a los hijos de Jacob, como dice el verso

seis, o sea, a Israel, el pueblo judío. La iglesia de Jesucristo es algo

nuevo, donde los creyentes judíos y gentiles somos uno en Cristo.

– ¿Pretendes enseñarme? ¿Dónde has estudiado? ¿En cuál Seminario o

Instituto te graduaste?

– Pero… ¿soy yo o es el pago de los diezmos el asunto que discutimos?

– ¿Discutir? ¡Te queda grande! Mira y ve que en el verso seis dice:

“Porque yo Jehová no cambio”. ¿Te das cuenta? Si Jehová no cambia,

su palabra también permanece para siempre y lo que aquí dice sigue

vigente y es de aplicación universal.

El silencio es tenso. Algunas miradas compasivas se dirigen hacia el

joven como dándole ánimo, pero la mayoría no sabe hacer otra cosa que asentir con la cabeza a lo que diga el pastor, esmerándose porque él vea

tales muestras de apoyo. El joven pasea su mirada sobre su Biblia abierta y como si hiciera un descubrimiento exclama:

– ¡Claro que Dios no cambia! Pero nosotros sí, porque Él nos cambia

cuando nos convierte y hace nuevas criaturas en Cristo. Por eso el que

está sentado en el trono dice: “He aquí, yo hago nuevas todas las

cosas” . Además, vea usted que hacia el final de la porción dice: “Y

todas las naciones os dirán bienaventurados; porque seréis tierra

deseable”. La promesa y el mandamiento conciernen a Israel, así que

no es el diezmo universalmente obligatorio como usted dijo.

Ahora el rostro del pastor se ha descompuesto en tal forma, que

hasta un chiquito lo desconoce, se asusta y empieza a llorar.

– ¿Es que te atreves a detractarme delante de todos?

– De ningún modo, pero traje a un amigo inconverso a la reunión, y no

podía permitir que él saliera de aquí pensando que yo era un ladrón.

Usted sabe: por aquello de “el que calla, otorga”.

– Bien, bien, señorito erudito, si esta porción revistiera un alcance

meramente local, como tú quieres, y no universal como yo sostengo,

¿no te parece que a Dios le sería más fácil abrir un manantial de

bendición sobreabundante en medio de Judá, o más precisamente de

Jerusalem, en lugar de abrir las ventanas de los cielos, lo que habla

de una inconmensurable amplitud?

Esta vez estallan los amenes como fuegos artificiales y hasta algunos

aplauden acaloradamente. Los que habían mirado comprensivamente

al joven opa, bajan sus cabezas resignados, y aquel siente que un

rubor de vergüenza cubre su rostro. Justo cuando el pastor se va a dar

vuelta para dar por concluida la polémica, el joven como que pierde

sus rasgos de opa y se reanima:

– Justo en estos días estudié algo de lo que usted ha llamado

“hermenéutica”. Así aprendí que entre sus principales principios está

aquel de que “un texto sin su contexto es un pretexto” y que “la

Escritura explica la Escritura”.

– ¿Sí? ¡Qué bien! ¿Y de qué te sirve ahora? –pregunta el pastor

mostrando por la firmeza de su voz absoluta solvencia.

– Porque precisamente, ya que usted mismo puso por ejemplo a

Judá y Jerusalem, repare lo que dice el versículo 4: “Y será grata

a Jehová la ofrenda de Judá y de Jerusalem, como en los días

pasados, y como en los años antiguos”. ¿No ve usted que es más

que evidente que este asunto rige únicamente para el pueblo terrenal

de Dios, y que así como ocurrió en la antigüedad con Israel, se

cumplirá también en el reino milenial con el Israel restaurado como

explica Pablo al final de Romanos 11?

– ¡Pues no, no lo veo evidente ni se me antoja verlo así! Esta demanda

de los diezmos es también para la iglesia, ¡y se acabó!

– Pues hablando de acabar, acabando Malaquías dice: “Acordaos de la

ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes

para todo Israel” (4:4). Nosotros no estamos bajo la ley de Moisés

sino bajo la de Cristo (1Co.9:21), y no fue en Horeb sino en el

Calvario, donde en la cruz nuestro Salvador nos libró de la maldición

de la ley que usted se atreve a invocar contra nosotros; y los

mandamientos de nuestro Señor no son solo para Israel, sino que Él

nos ha dado el poder de su Santo Espíritu para serle testigos desde

Jerusalem a toda Judea y Samaria y hasta lo último de la tierra.

– Si dice “Acordaos de la ley de Moisés” es entonces para que no la

olvidemos, ya que nuestro mismo Señor no vino para abrogar la Ley sino para cumplirla, y Él mismo dijo que no pasaría ni siquiera un

tilde de la ley.

– ¡Cierto! Lo que nosotros no podíamos cumplir, el Señor Jesús lo

cumplió por nosotros, porque el fin de la ley es Cristo como enseña

Pablo, y Cristo nos redimió de la maldición de la ley. Ahora, si usted

depende de las obras de la ley, dice en Gálatas 3:10, que está bajo

maldición y que es maldito si no cumple con todo lo establecido,

porque de nada le servirá ser un diezmero fiel, guardar el sábado y

todo lo demás, pues Santiago 2:10 dice que alcanza con ofender un

solo punto para hacerse culpable de todos.

– ¡Conque ahora me tomas por pastor adventista! Y hasta me tratas de

maldito, ¡ladrón de diezmos! ¿Qué títulos tienes tú para enseñarme a

mí? Muestra tus certificados de estudios y diplomas, si los tienes;

¡exhibe tu título de pastor, maestro o predicador a ojos de toda la

congregación, para que todos lo vean! –

Bien, lo haré… pero para ser consecuente con lo que dijo, primero

muéstrenos usted, a ojos de toda la congregación, que ha sido

debidamente circuncidado.

El pastor ahora parece enloquecer, toma el micrófono, corre hacia

el control de audio y aumenta el volumen, y protegiéndose tras el

púlpito grita con una mano extendida como expulsando un demonio:

– ¡Vade retro! ¡Vade retro!

Mientras el joven que ya no tenía cara de opa iba saliendo, su amigo se

le acerca y le pregunta:

– ¿Qué le pasa al pastor, qué le pasa?

– ¡No lo sé! Quizá se está haciendo cura, pues ya está hablando en latín.

– 3 –

Textos aducidos del Nuevo Testamento

Mateo 23:

23¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello.

Lucas 11:

42Mas ¡ay de vosotros, fariseos! que diezmáis la menta, y la ruda, y toda hortaliza, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios. Esto os era necesario hacer, sin dejar aquello.

Hemos puesto juntos estos dos pasajes, porque siendo dos citas responden a un mismo relato según el testimonio de ambos evangelistas.

Quienes lo utilizan en apoyo a su posición de la vigencia en la iglesia del pago de los diezmos, enfatizan la última expresión: “sin dejar de hacer aquello”. Por supuesto que el Señor Jesús no omitiría ningún aspecto de la ley, y éste estaba claramente establecido en Levítico 27: 30Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de Jehová es; es cosa dedicada a Jehová.

Sin duda que a diferencia de todos los demás pasajes hasta ahora examinados del Antiguo Testamento, éste a lo menos presenta tres obvias ventajas sobre aquellos:

1 – Pertenece al Nuevo Testamento.

2 – Son palabras del Señor Jesús.

3 – La expresión “sin dejar de hacer aquello” mantiene la vigencia con la

autoridad que le imprime el mismo Señor.

Vistas así las cosas, se espera que nadie replique nada a lo que parece un argumento concluyente.

No se requiere ser muy sagaz, sin embargo, para soltar una ingenua pregunta:

– ¿Está el Señor aquí enseñando algo a sus discípulos?

Ateniéndonos al pasaje de Mateo 23, podemos observar que hasta el v.12 hay instrucciones precisas para sus discípulos, por ejemplo el v.8: “Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos”.

Desde el versículo 13, en cambio, hasta el final de la porción en el v.36

es más que claro que ya no le está hablando a los suyos. Siete veces usa la expresión: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!” Siete veces les increpa con términos no menos duros: “¡Ay de vosotros, guías

ciegos!; ¡Insensatos y ciegos!; ¡Necios y ciegos!; ¡Guías ciegos!; ¡Fariseo ciego!; ¡Peores que vuestros padres!; ¡Serpientes, generación de víboras!”.

No, no puede caber duda alguna que jamás el Señor emplearía tales

calificativos con sus discípulos, ni tampoco les diría: “¿Cómo escaparéis

de la condenación del infierno?” (v.33b). En toda esta porción, si queremos buscar a los discípulos del Señor recién los encontraremos en

el v.34: “Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras

sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad”. Sabemos por el libro de

Los Hechos, las epístolas, el Apocalipsis y la historia del cristianismo,

que así aconteció con los discípulos del Señor.

Así que aquellos a quienes el Señor les dice que no deben dejar de diezmar no son sus discípulos, sino los escribas y fariseos que se justificaban a sí mismos haciéndose escrupulosos observadores de la ley.

El Señor no les anuncia a ellos el mismo evangelio que después proclamarán sus apóstoles, porque todavía se hallaban en la antigua dispensación de la ley, y Él todavía no había muerto y resucitado para

la salvación por la fe en la sangre de un nuevo pacto. Pero les prepara

el camino al mostrarles como con ser tan minuciosos al diezmar hasta

las mismas hierbas, de nada les aprovechaba si dejaban de lado lo más

importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe.

Insólitamente, tal aberración se produce hoy en día en muchas iglesias

llamadas de cristianas: si un miembro está conceptuado como un fiel

diezmero, cualquier inconsecuencia de su conducta podrá fácilmente

excusarse por accidental, o de un malentendido, o de una forma de

piedad que no alcanzan a percibir quienes le critiquen. Y al revés: el

mejor testimonio, piedad y capacitación espiritual que de un miembro

se conozca, de nada le sirve a la hora de reconocer ministerios, funciones y responsabilidades, si el pastor o tesorero no pueden acreditarle como un buen diezmero. O sea, se presupone que quien es fiel en lo poco

(al diezmar), lo es también en los aspectos más importantes de la vida

cristiana; mientras que quien aparezca como muy servicial, consagrado y

espiritualmente dotado, de fallar con su diezmo habrá que desconfiar de

toda su integridad cristiana. Antes de quejarse a Dios por el estado de

nuestras iglesias, habría que revisar primero las barbaridades que estamos cometiendo. Los fariseos y escribas a quienes el Señor censuraba no eran tan culpables como nosotros, pues todavía no habían alcanzado a leer Mt.23:23, como nosotros sí lo hicimos muchísimas veces. Quizá la única explicación que hallamos a esta misma actitud que ha sobrevivido por dos milenios, pese a poseer las Escrituras completas, sea la ceguera que el Señor les atribuye en esta porción en cinco ocasiones. No alcanza con haber leído y hasta predicado muchas veces de este capítulo y saber citar los versículos de memoria, si no se ha tenido la luz del Espíritu Santo para ser guiado a toda verdad.

Cuando no se quiere ver la verdad, porque no conviene verla, ocurre como con la luz; que no se viene a ella para que el mal no quede descubierto. Cualquiera que levante en alto una antorcha, automáticamente pasa a ser enemigo de cuantos reptan en las sombras.

Como no es posible endilgarle nada malo a la luz de la antorcha, la bronca estalla contra su portador, diciéndose todo de él menos que es

bonito. Esto está ocurriendo todos los días por todas partes, tanto por

los ámbitos religiosos como por los seculares.

También puede resultar esclarecedor el versículo contiguo: “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello!”. Aunque ambos

eran animales inmundos, el camello era el mayor de entre los que

abundaban en Palestina. Hay que estar muy ciego para obrar de este

modo, sin embargo es de lo más común. Siempre hubo en las iglesias

una tendencia en ser puntilloso con lo insignificante, al tiempo que se

mostraba una pasmosa ingenuidad frente a lo realmente importante.

Lo que llevamos dicho parecería ser tan sensato como suficiente como

para quedar convencidos de lo impropio de usar esta porción como prueba de que el Señor sigue esperando que no dejemos de diezmar. El solo pensar que tales palabras suyas pudieran cabernos, nos haría merecedores igualmente de todas las cosas feas que dice a los escribas y fariseos hipócritas; porque nadie se animaría a tomar para sí el consejo del Señor, y a la vez rechazar aquellas fuertes reconvenciones. Si la porción es para nosotros, la tomamos en su totalidad. Si no lo es,

entonces nos limitamos a aquellos a quienes fue dedicada. Se ofende a

la congregación cristiana toda vez que un predicador usa este pasaje para mostrarle que no deben dejar de diezmar. Es un insulto a la moral pública basar la práctica del diezmo sobre esta porción.

No obstante, es posible que quien está habituado muy sinceramente a este sistema como a tantas otras cosas emparentadas con la Biblia, aún mantenga alguna duda que le hace permanecer aferrado a lo que siempre

conoció, frente a lo bueno por conocer.

Es posible mantener cierta fidelidad literal a un pasaje sin hacer gran caso de su exégesis, al mejor estilo de Pilatos, quien cuando los judíos le

pidieron que corrigiera el título sobre la cruz del Señor, respondió: “Lo

que he escrito, he escrito”. Así también nos es posible simpatizar con

quien insista a toda costa en conservar la eficacia de la expresión: “sin

dejar de hacer aquello”. Valdrá la pena entonces poner nuestra mejor

voluntad en entender tal posición, sin claudicar por supuesto en la

inteligencia con que debemos manejarnos.

La primer dificultad con la que tropezamos es qué entendemos por

“aquello”. Si entendemos que el Señor se refiere únicamente al “diezmáis” es una cosa; y si fuera a todo lo que dijo: “porque diezmáis

la menta, el eneldo y el comino”, es otra cosa. Basta que consultemos

varias versiones bíblicas, para ver que frecuentemente los traductores

optan por la forma plural en el relato de Lucas, como Casiodoro de

Reina (1569) y Cipriano de Valera (1602) que vierten: “y no dejar

las otras”. Si el Señor apenas se refiere al diezmar, nada podemos agregar a lo ya dicho. Pero es difícil que así sea, pues entonces disminuiría considerablemente la fuerza de su recriminación a los fariseos. Decirles que deberían seguir diezmando nada añadiría a lo que todos sabían y se supone que practicaban como judíos. El vigor de la imagen usada está precisamente en la forma que tenían estos escribas y fariseos de diezmar:

“la menta, y el eneldo y el comino”; que no son los granos ni los frutos

de los árboles de que habla Lev.27:30, sino apenas hierbas usadas como

especias aromáticas. Recordemos que el Señor no está corrigiendo la

forma meticulosa de diezmar, sino la omisión en lo que es de más peso.

Así que parece coherente entender que Él aprueba el que sigan diezmando de la misma manera que lo vienen haciendo, pero dándole prioridad a lo que en la ley lo tiene.

La importancia en convenir que esto sea realmente así, obedece, no solo

a la coherencia del pensamiento que el Señor expresa, sino a que si de veras nos sentimos inclinados a hacer como el Señor dice a los fariseos que siguieran haciendo, entonces podría llegar a peligrar el mismo sostén

de los pastores que el sistema de diezmos pretende asegurar. Veamos:

Para cumplir entonces este texto al pie de la letra, deberíamos:

1 – Dedicarnos al cultivo de la menta, el eneldo y el comino.

2 – En la época de su recolección, separar nueve hojitas en un montón, y

otra en montón aparte (así es que diezmaban los fariseos).

3 – Una vez que tuviésemos las bolsitas o sacos con los diezmos de todo,

deberíamos llevarlo al lugar donde nos congregamos. (Recuérdese

que esta ofrenda no es mensual, sino al tiempo de la recolección).

Si bien los pastores y demás personal asalariado de la iglesia tendrían asegurado un sabroso aderezo para sus comidas, no se sabe de dónde saldría el arroz, las papas o carnes a ser condimentadas.

Por absurda que parezca esta conclusión, es a la que naturalmente se

llega de seguir la literalidad del texto hasta hacerla extensiva a nuestros

días en la iglesia. (Véanse las hojitas volando en la figura de la portada)

Lucas 18:

Parábola del fariseo y el publicano

9A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: 10Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. 11El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; 12ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. 13Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. 14Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.

Debe ser difícil para cuantos pretenden ver legitimado el diezmo en el

Nuevo Testamento, asumir la realidad de que en las apenas tres ocasiones que se menciona en los Evangelios, sea precisamente en forma negativa; no por el diezmo en sí, sino por la actitud de quienes lo dan.

En las dos anteriores citas, referidas a la misma reconvención del Señor a los escribas y fariseos, es evidente la falta del sentido de la proporción

para lo espiritual, mientras es mantenido matemáticamente justo para lo

material.

Y en esta otra ocasión que los Evangelios registran la palabra “diezmo”,

el Señor no la dice a los fariseos, pero sí la pone en boca del fariseo de su

parábola.

Decir que el Señor se las agarraba siempre con los fariseos, sería algo así como decir que yo les doy a los pastores como quien lava y no plancha. No es que se les tenga ojeriza –hablando siempre de los profesionales, nunca de los vocacionales-, pero por su celo e incidencia en la actitud religiosa del pueblo, es cierto que concitan la permanente atención de cuantos nos preocupamos por su arrogancia y menosprecio de los demás.

Tal como el Señor lo cuenta, así también es notoria hoy en día esta doble disposición íntima del elenco ministerial: “confiaban en sí mismos” -menospreciaban a los otros. Parece que esta es una pareja inseparable.

Solo cuando confiamos realmente en Dios aprendemos a apreciar y amar

a quienes como nosotros dependemos totalmente de Él, y unos de otros.

En el texto que sigue ni siquiera aparece la palabra “diezmo”, pero

procedemos a su estudio nada más que porque se ha presentado como

vinculado al mismo.

1Corintios 9:

11Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos de vosotros lo material? 12Si otros participan de este derecho sobre vosotros, ¿cuánto más nosotros?

Pero no hemos usado de este derecho, sino que lo soportamos todo, por no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo. 13¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan? 14Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio.

15Pero yo de nada de esto me he aprovechado, ni tampoco he escrito esto para que se haga así conmigo; porque prefiero morir, antes que nadie desvanezca esta mi gloria. 16Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!

17Por lo cual, si lo hago de buena voluntad, recompensa tendré; pero si de mala voluntad, la comisión me ha sido encomendada. 18¿Cuál, pues, es mi galardón? Que predicando el evangelio, presente gratuitamente el evangelio de Cristo, para no abusar de mi derecho en el evangelio.

Debido a la longitud del Estudio no lo hemos publicado completo, para seguir leyéndolo descargue la versión en PDF.