El respeto a la libertad religiosa, base imprescindible de la democracia – editorial ECCLESIA

El respeto a la libertad religiosa, base imprescindible de la democracia – editorial ECCLESIA

Ya lo adelantaba nuestro Editorial de la pasada semana, y al  tema volvemos ampliamente en las páginas 8 y 9 de este número de ecclesia, a propósito de cinco recientes atentados contra la libertad religiosa en España. Dos de ellos fueron en Mondoñedo-Ferrol, otro en Valencia, el cuarto en Madrid y el último por ahora —y esperemos que de manera definitiva— en Tenerife.

Todo ello, además, se inserta en el crecimiento experimentado en España en el último año (ecclesia, página 11, número 3.834) de ataques a la libertad religiosa, no solo contra la religión católica, sino también contra otras creencias religiosas.

¿Qué es lo que está pensándonos?, ¿a qué se debe esta espiral de intolerancia? Nada más lejos de nuestra voluntad que el extremismo, el victimismo, la exageración o el alarmismo. Pero lo cierto es que los sucesos antedichos son un pésimo síntoma de salud democrática y de respeto a uno de los principios fundamentales de toda democracia y de toda sociedad de bien como lo es el de la libertad religiosa, un  derecho humano, el de la libertad religiosa, tan sagrado, tan esencial y tan importante como los demás. Así lo consagra la declaración universal de los Derechos Humanos (artículo 18, entre otros) y así lo recoge, en su artículo 16, nuestra Constitución española.

El derecho a la libertad religiosa no significa la imposición de las creencias y de las prácticas religiosas por sagradas o por mayoritarias que estas puedan ser. El derecho a la libertad religiosa consagra tanto el derecho a creer como el derecho a no creer; y, además, por esta misma lógica, lo que consagra  también es el derecho  y el deber a respetar las legítimas creencias o increencias de los ciudadanos. Es así de sencillo.

A nadie se le obliga, por ejemplo, a querer y a tener devoción a la Virgen María, pero, por la misma razón, nadie tampoco puede ser obligado a lo contrario y, en modo alguno, nadie puede herir impunemente los sentimientos de quienes creen y de quienes no creen. ¿Tan difícil es de entender y de respetar todo esto?

Estamos en vísperas electorales.  ¿Será necesario recordar que nuestros votos no deberán jamás nutrir o amparar a quienes no respetan el derecho fundamental a la libertad religiosa? Sería un error de consecuencias imprevisibles.