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El retiro espiritual en la historia de la Iglesia

El retiro espiritual en la historia de la Iglesia

Por: Primeros Cristianos

Esta práctica espiritual es algo común en la Iglesia desde los primeros siglos: siempre que una persona buscaba prepararse para una misión, o, simplemente, notaba la urgencia de corresponder con mayor entrega a los toques de la gracia, procuraba intensificar su trato con el Señor.
 
Ya en el comienzo de su pontificado, Benedicto XVI recomendó los días de retiro espiritual, particularmente los que se hacen en completo silencio (Discurso a un grupo de Obispos en visita ad limina, 26-XI-2005).

Y en el tradicional Mensaje para la Cuaresma del año 2011, refiriéndose al Evangelio del segundo domingo, el de la Transfiguración del Señor, insistió: es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: Él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cfr. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.
 
Un poco de historia
 
Retiro es la traducción del latín recessus, que significa apartarse, retirarse. Cuando este aislamiento tiene un fin religioso, un motivo sobrenatural, hablamos propiamente de retiros espirituales.
 
La idea de retirarse, para tratar de hablar más íntimamente con Dios y hacer oración, es inherente a la naturaleza humana. Algunas veces, las más, este retiro consistirá en el recogimiento interior necesario para facilitar ese diálogo del alma con Dios.
 
En la Sagrada Escritura se hallan abundantes testimonios de esos retiros del hombre para ir a un encuentro personal más directo con Dios. Tampoco hay que olvidar el papel que juega el desierto en la vida de Israel, como pueblo escogido de Dios.
 
Moisés, los profetas y san Juan Bautista constituyen un precedente en el que se inspiraron los primeros Padres del desierto: San Atanasio, en la Vida de San Antonio, cita a Elías como modelo de los solitarios.
 
Jesucristo mismo, "lleno del Espíritu, partió del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde estuvo cuarenta días" (Lc 4,1-2). Después de la Ascensión de Cristo encontramos a los Apóstoles y a un grupo numeroso de fieles reunidos dentro del Cenáculo, en compañía de la Virgen Santísima, esperando la efusión del Paráclito que Jesús les había prometido.
 
Los primeros cristianos
 
La famosa frase de Cicerón "numquam minus solus quam cum solus sum" (nunca estoy menos solo que cuando estoy solo) adquirió carta de naturaleza en toda la literatura espiritual cristiana desde san Ambrosio: él la transcribió dándole un sentido profundamente cristiano.
 
Al final del siglo IV, dentro de las instituciones que más han progresado -los eremitas, en Egipto; los cenobitas, ya sean de san Antonio, de san Pacomio o de san Basilio-, a pesar de notorias diferencias, existe un ideal común: el servicio exclusivo de Dios y la separación del mundo; el aislamiento y el silencio; la penitencia corporal y la reglamentación de la oración, junto con la lectura espiritual y la recitación de los salmos.
 
Culmina esta etapa con la aparición de la figura egregia de san Agustín y, más concretamente, con las Confesiones, que constituyen de hecho una valiosa guía para introducirnos en el mundo del retiro espiritual.

En los siglos sucesivos, la vida monástica, introducida ya en el Occidente europeo, va a adquirir un desarrollo extraordinario, hasta llegar a la época de san Bernardo.

Se generaliza, como práctica entre los monjes, la costumbre de dedicarse durante unos días y por entero a la vida de piedad, después de haber hecho la profesión religiosa; y, en este sentido, puede hablarse con rigor de un retiro espiritual.