Jn 14, 21-26: El Paráclito os lo enseñará todo

7 Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». 8 Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». 9 Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? 10 ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. 11 Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
12 En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. 13 Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. 14 Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)


Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia

Ogerio de Lucedio

Sermón: Quiero una sola riqueza, poseer a Cristo

«Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre» (Jn 14,7)
7, nn. 2.3.4.7: PL 184, 906. 907-908. 909

PL

Pero, Felipe, no comprendiendo que él era absolutamente semejante al Padre, le dice: Muéstranos al Padre y nos basta. Por lo cual, Jesús, echándole en cara su desconocimiento incluso del Hijo, le replica: Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Realmente no me habéis conocido, porque si me conocierais a mí, conoceríais también al Padre. No conoce al Hijo, quien piensa que el Padre es mejor: no porque uno sea el Padre y otro sea el Hijo, sino porque es absolutamente semejante. Por eso, porque el Hijo es absolutamente semejante al Padre, prosigue diciendo: Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? Lo que no puedes ver, créelo al menos. Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia, pues no hablo por mí mismo: lo que yo hago lo atribuyo a aquel de quien yo, que actúo, procedo. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras, entre las que se cuentan las palabras, las palabras que son obras buenas cuando a alguien edifican. Y siendo el Padre quien obra en mí, ¿no crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Si estuviéramos separados, en modo alguno podríamos actuar inseparablemente.

Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Es decir: os aseguro que el que cree en mí, esto es, cree que soy un Dios con el Padre, venerable y amable, también él hará las obras que yo hago, es decir, las obras que ahora las hago por mí mismo, después las haré por su medio: y aún mayores, siempre por medio de él, porque yo me voy al Padre: me voy a aquel del cual según mi divinidad nunca me he separado.

Carísimos hermanos: pidámosle esto: que su gracia nos preceda y acompañe, de manera que estemos dispuestos a obrar siempre el bien. En su nombré pidámosle a él solo, pues es en extremo avaro quien no se contenta con Cristo. Quien posee al Señor y dice con el profeta: El Señor es mi lote, nada puede poseer fuera de él.

Por lo cual, no debemos preocuparnos de otra cosa, sino de cómo merecer que Cristo sea nuestra heredad, él por cuyo amor hemos renunciado al amor propio y a la propia voluntad.

Esta es, carísimos, la heredad que hace la dicha de sus poseedores.

Francisco de Sales

Sermón (22-03-1615): La oración: estar en Dios

«Todo lo que pidiereis al Padre, en mi Nombre, os lo concederá» (Jn 14, 7)
IX, 46

La oración es tan útil y necesaria que sin ella no podríamos alcanzar ningún bien y es la oración la que nos enseña a hacer bien todas nuestras acciones.

Para saber lo que es la oración hay que escuchar las palabras del rey Ezequías cuando recibió la sentencia de muerte, que después fue revocada por su penitencia. El rey decía: «gritaré como el pollito de la golondrina cuando se queda solo, pues su madre ha ido a buscarle alimento y remedio para su ceguera.» La cría grita, pía, porque está sin su madre y porque no ve. Lo mismo yo, si pierdo la gracia, que es mi madre, y sin tener quien me socorra, clamaré:… y añade «y meditaré como la paloma.» Todos los pájaros tiene la costumbre de abrir el pico cuando cantan y gorjean, menos la paloma, que lanza su cantito o gemido reteniendo la respiración dentro de ella, y reteniendo su aliento sin dejarlo salir, logra emitir su canto.

También la meditación se logra cuando detenemos nuestro entendimiento en un misterio del cual pretendemos sacar buenos afectos, ya que sin esta intención no sería meditación sino estudio. Por tanto, la meditación es para mover los afectos y sobre todo el del amor. La meditación es la madre del amor de Dios y es la mejor oración, en la cual no se nota que se reza; lo que se hace, se lleva a cabo sin saber cómo se hace y sin pensar en lo que se pide. Así se ve que el alma está toda en Dios.

Nos queda por hablar de la causa final de la oración. Hemos de saber que todo ha sido creado para la oración y que cuando Dios creó al ángel y al hombre lo hizo para que le alabasen eternamente en el cielo y esta será la última cosa que haremos, si es que se puede llamar última a algo que es eterno.

Si se construye una iglesia y se nos pregunta por qué la hacemos, diremos que es para retirarnos allí a cantar las alabanzas de Dios, y sin embargo cantarlas será lo último que vamos a hacer.


Uso Litúrgico de este texto (Homilías)

Tiempo de Pascua: Sábado IV