Juan 10,11-18 – doy mi vida por las ovejas

Texto del evangelio Jn 10,11-18 – doy mi vida por las ovejas

11. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas.
12. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa,
13. porque es asalariado y no le importan nada las ovejas.
14. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí,
15. como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.
16. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor.
17. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo.
18. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre.»

Reflexión: Juan 10,11-18

¿Hasta dónde hemos de comprometernos? ¿Qué hemos de estar dispuestos a hacer por el Reino? Pues el Señor nos da ejemplo. Él es el Buen Pastor, que ama y se siente plenamente identificado con sus ovejas, a las que ama a tal extremo, que está dispuesto a dar Su Vida por ellas. Y algo extremadamente importante es que llega a darla, pero a veces no llegamos a entender esto precisamente, y es que el la da, es decir que nadie se la quita. Hay aquí una diferencia muy grande, porque a veces, condolidos comprensiblemente con los sufrimientos de Cristo en Su pasión y muerte en cruz, tendemos a culpar y maldecir a sus verdugos y nos quedamos en el juicio aquel a cuantos tuvieron que ver de uno u otro modo con su muerte, empezando con el mismo Pedro, que lo negó tres veces y Judas, que lo traicionó. Y esta emoción, estos sentimientos, nos impiden ver el verdadero valor de la muerte de Jesús, es decir, que si bien sufrió lo indecible, como pocos hombres serían capaces de aguantar, sometidos a tales vejámenes y torturas, lo realmente importante es que Él mismo se sometió voluntariamente a tal sufrimiento hasta llegar a la horrenda muerte para enseñarnos algo. Hay aquí toda una pedagogía Divina que tenemos que atender y de la que tenemos que aprender. Él ha sido elevado precisamente para que todos le podamos ver, viéndole creamos y creyéndole nos salvemos. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.

El Señor no es solo nuestro Pastor, sino el Buen Pastor, aquel que va incluso tras las ovejas perdidas, las descarriadas, porque quiere recuperarlas a todas, al extremo de dar Su vida por ellas. Nadie se lo exige, nadie se lo pide, nadie se lo impone; Él la da voluntariamente. Pero esto tiene un valor inconmensurablemente mayor si tenemos en cuenta que es el Hijo de Dios y como tal, es Dios. Es decir que todo un Dios se empequeñece y humilla al extremo del hombre más frágil, pobre y abandonado, sometiéndose a la condena de una muerte despiadada solo reservada para subversivos o delincuentes. Jesucristo es tratado como la escoria humana, aquel del que podríamos pensar que tiene muy bien merecido su castigo. Esta es precisamente la paradoja de la que tenemos que aprender. Por lo tanto nuestra reflexión tiene que estar dirigida a desentrañar este misterio. ¿Por qué el Señor tenía que someterse voluntariamente a este sacrificio? ¿Siendo Dios, por qué tenía que rebajarse a este trato ignominioso? Reconocer que es Dios, es un buen punto de partida para comprender este misterio, porque esto nos debe llevar necesariamente a comprender que si lo hizo, tendría que tener una poderosísima razón Divina. No porque no pudiera acabar con el puñado de hombres que lo acosaban, que por más grande que fuera, no hubieran sido nada para Dios. Es que no se trataba de mostrar su poderío como mundanamente nosotros hubiéramos justificado. Había algo superior que tenía que enseñarnos y solo lo haría entregándose voluntariamente a este sacrificio y no escatimó esfuerzo alguno por hacerlo. Y es así, dando su propia vida, sometiéndose a esta dolorosísima pasión, que nos muestra hasta dónde es capaz de amarnos. Pudiendo librarse, como hubiera querido Judas y muchos otros, no lo hace, sino que va hasta el final, entregando Su Vida en la Cruz. De este modo dio ejemplo del mayor amor del mundo, aquel que es capaz de dar la vida por los que ama, incluso los que no le conocen y los que lo desprecian como sus declarados enemigos. Tanto amó Dios al mundo que dio a Su propio Hijo por la Salvación de la humanidad. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.

¿Es que no había otra forma de salvarnos? ¿Crees que si lo hubiera habido Dios no la hubiera aplicado? Pues si hemos reconocido a Jesucristo como el Hijo de Dios y si somos sinceros en este reconocimiento, tenemos que concluir que esta era la única forma de salvarnos y Él, una vez convencido de ello, siguió con Su Misión hasta el fin, dando Su vida por nosotros. Esto podría compararse a la situación que debe enfrentar un salvavidas en el mar o un bombero en un incendio, llega un momento en que ha de tomar la decisión de enfrentar un peligro mayor a sus fuerzas, en el que corre el riesgo de perder la vida, para salvar a quien está siendo víctima de las olas o de las llamas y sin pensarlo si se trata de un amigo o de un enemigo, se lanza a salvarlo, llegando incluso a perder la vida. Esto mismo hizo Jesús por todos nosotros, dándonos ejemplo del amor más grande, enseñándonos a qué extremo tendremos que llegar si queremos alcanzar la Vida Eterna, que está al alcance de todos los que estamos dispuestos a seguirlo. ¿Cómo lo sabemos? Porque Él mismo nos prometió resucitar al tercer día, lo que hizo, presentándose a los discípulos. De este modo selló el pacto de Salvación entre Dios y nosotros, porque del mismo modo en que Él fue resucitado para la Vida Eterna, seremos resucitados todos por Dios Padre si hacemos lo que Él nos manda. ¿Y, qué nos manda? Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. No había otro modo de enseñarnos el Camino de la Salvación. Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Es por lo tanto conociéndolo, viéndolo, meditando en Su ejemplo y siguiéndolo que alcanzaremos la Vida Eterna, para la cual fuimos creados, es decir la razón de nuestra existencia en este mundo. ¿Por qué Dios quiso que vivamos eternamente? Porque nos amó aun antes que existiéramos. No se trata de un premio, ni de un merecimiento. Es algo que recibimos por Gracia de Dios, si se quiere, un obsequio, el mejor de los obsequios. Podemos tomarlo o dejarlo. Dios ha hecho todo lo que está al alcance de su Divina Sabiduría; incluso ha enviado a Su Hijo Único a enseñarnos el Camino, lo cual Él ha hecho. Toca a nosotros responder. ¿Oímos y seguimos al Buen Pastor, aquel que conocemos muy al interior de nuestro corazón o seguimos empecinados en nuestro extravío? Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.

Oremos:

Padre Santo, te damos gracias por enviarnos a Tu Único Hijo a Salvarnos, enseñándonos el Camino, la Verdad y la Vida…Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos…Amén.

Roguemos al Señor…

Te lo pedimos Señor.

(Añade tus oraciones por las intenciones que desees, para que todos los que pasemos por aquí tengamos oportunidad de unirnos a tus plegarias)

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