Lc 6, 36-38: Misericordia y generosidad

27 En cambio, a vosotros los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, 28 bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. 29 Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. 30 A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. 31 Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. 32 Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. 33 Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. 34 Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. 35 Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. 36 Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; 37 no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; 38 dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)


Homilías, comentarios, meditaciones desde la Tradición de la Iglesia

Isaac el Sirio, monje

Discurso:La pureza es la misericordia.

Discurso ascético, 81.

«Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso.» (Lc 6,36).

No intentes distinguir al hombre digno del indigno. Considera a todos los hombres iguales a la hora de servirlos y amarlos. Así los podrás llevar a todos hacia el bien. El Señor ¿no se sentaba a la mesa con los publicanos y mujeres de mala vida, sin apartar de su presencia a los indignos? Así, tú harás el bien y honrarás igual al infiel y al asesino; con más razón porque él también es hermano tuyo, ya que participa de la única naturaleza humana. He aquí, hijo mío, el mandamiento que te doy: “que la misericordia siempre prevalezca en tu balanza, hasta tal punto de sentir dentro de ti la misericordia que Dios siente por el mundo.

¿Cuándo experimenta el hombre que su corazón ha alcanzado la pureza? Cuando considere a todos los hombres buenos, sin que ninguno le parezca impuro o impío. Entonces, aquel hombre es puro de corazón. (Mt 5,8)…

¿Qué es la pureza? En pocas palabras: es la misericordia del corazón para con el universo entero. Y ¿qué es la misericordia del corazón? Es la llama que le inflama de amor hacia toda la creación, hacia los hombres, los pájaros, los animales, los demonios, hacia todo lo creado. Cuando piensa en ellos o cuando los contempla, el hombre siente que sus ojos se llenan de lágrimas de una profunda e intensa piedad que le colma el corazón y le hace incapaz de tolerar, de escuchar, de ver la menor injusticia y la menor aflicción que alguna criatura padezca. Por esto, la oración, acompañada de lágrimas, se extiende en todo momento tanto sobre los seres desprovistos de la palabra como sobre los enemigos de la verdad o sobre aquellos que perjudican a los demás, para que sean guardados y purificados. Una compasión inmensa y sin medida nace en el corazón del hombre, a imagen de Dios.

San Máximo el Confesor

«Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (cf. Lc 6,36).

No te ates a las sospechas o a los hombres que te llevan a escandalizarte de ciertas cosas. Porque los que, de una u otra manera, se escandalizan de las cosas que les ocurren, las hayan o no querido, ignoran el camino de paz que, recorrido con amor, llevan al conocimiento de Dios a los que se sienten atraídos por él.

No ha alcanzado todavía el amor perfecto el que se ve aún afectado por los caracteres de los hombres, el cual, por ejemplo, ama a uno y aborrece al otro, o bien tan pronto ama como detesta al mismo hombre y por las mismas razones. El amor perfecto no desgarra la única y misma naturaleza de los hombres porque éstos tienen caracteres diferentes, pero teniendo en cuenta su naturaleza, ama a todos con el mismo amor. Ama a los virtuosos como amigos, y a los malos como enemigos, haciéndoles el bien, soportándolos con paciencia, sufriendo lo que le llega de su parte, no considerando, de ninguna manera, la malicia, sino llegando incluso a sufrir por ellos si la ocasión se presenta. Así, si es posible, hará de ellos unos amigos. Cuando menos será fiel a sí mismo mostrando siempre y a todos sus frutos de la misma forma. Nuestro Señor y Dios, Jesucristo, mostrándonos el amor que nos tiene sufrió por la humanidad entera y a todos por igual dio la esperanza de la resurrección, aunque cada uno, según sus obras, se haga digno de la gloria o del castigo.

San Juan Pablo II, papa

Encíclica: Misericordia con las obras, no con las palabras.

Carta encíclica “Dives in Misericordia”, § 3.

«Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso.» (Lc 6,36).

Son muchos los pasos de las enseñanzas de Cristo que ponen de manifiesto el amor-misericordia bajo un aspecto siempre nuevo. Basta tener ante los ojos al Buen Pastor en busca de la oveja extraviada (Mt 18, 12s; Lc 15, 3s) o la mujer que barre la casa buscando la dracma perdida (Lc 15, 8s). El evangelista que trata con detalle estos temas en las enseñanzas de Cristo es san Lucas, cuyo evangelio ha merecido ser llamado «el evangelio de la misericordia»…

Cristo, al revelar el amor-misericordia de Dios, exigía al mismo tiempo a los hombres que a su vez se dejasen guiar en su vida por el amor y la misericordia. Esta exigencia forma parte del núcleo mismo del mensaje mesiánico y constituye la esencia del ethos evangélico. El Maestro lo expresa bien sea a través del mandamiento definido por él como « el más grande» (Mt 22,38), bien en forma de bendición, cuando en el discurso de la montaña proclama: « Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7).

De este modo, el mensaje mesiánico acerca de la misericordia conserva una particular dimensión divino-humana. Cristo —en cuanto cumplimiento de las profecías mesiánicas—, al convertirse en la encarnación del amor que se manifiesta con peculiar fuerza respecto a los que sufren, a los infelices y a los pecadores, hace presente y revela de este modo más plenamente al Padre, que es Dios « rico en misericordia » (Ef 2, 4). Asimismo, al convertirse para los hombres en modelo del amor misericordioso hacia los demás, Cristo proclama con las obras, más que con las palabras, la apelación a la misericordia que es una de las componentes esenciales del ethos evangélico. En este caso no se trata sólo de cumplir un mandamiento o una exigencia de naturaleza ética, sino también de satisfacer una condición de capital importancia, a fin de que Dios pueda revelarse en su misericordia hacia el hombre: …los misericordiosos… alcanzarán misericordia.

Juan Taulero, dominico

Sermón: Cuatro tipos de medidas.

Sermón 39, domingo 4º después de la Trinidad.

«Una medida generosa, colmada, remecida y rebosante» (Lc 6,38).

Nuestro Señor menciona cuatro tipos de medidas que se le darán al hombre: una medida generosa, una medida colmada, una medida remecida y una medida rebosante […] Comprended primero lo que es una buena medida. Consiste en que el hombre cumpla la voluntad de Dios, viva según sus mandamientos y los de la santa Iglesia […], que practique los sacramentos y sienta el dolor de sus pecados […], que ame a Dios y a su prójimo […] He aquí una vida verdaderamente cristiana […]; podemos llamarlo lo estrictamente necesario […] Cuando el hombre se inicia en la vida espiritual, se propone buenas prácticas exteriores, tales como oraciones, sacrificios, ayunos y otras formas particulares de devoción. Luego, esta es la medida colmada que se le da, a saber un ejercicio interior e íntimo, por el cual el hombre pone todo su celo en buscar a Dios en lo más profundo de su ser, porque es allí donde está el Reino de Dios (Lc 17,21). Hijos míos, esta vida es muy diferente de la primera, como correr es diferente de estar sentado. […]

Viene luego la medida remecida: es el amor desbordado. Este amor lo da todo, todas las buenas obras, toda la vida, todo el sufrimiento. Lleva en su vaso todo el bien que se hace en el mundo, por parte de todos los hombres, buenos o malos […]; todo está en la caridad […] El amor absorbe todo el bien que se encuentra en el cielo, en los ángeles y los santos, los sufrimientos de los mártires. Atrae hacia sí todo lo que hay de bueno en todas las criaturas del cielo y de la tierra, donde una gran parte se pierde o por lo menos parece que se pierde; la caridad no lo deja perder. […]

Viene luego la medida desbordante. Esta medida está tan plena, es tan abundante, tan generosa que se desborda por todas partes. Nuestro Señor toca con un dedo el vaso y enseguida se desborda de dones muy por encima de su capacidad […] Todo se esparce, se pierde en Dios y se hace uno con Él. Dios se ama a sí mismo en estos hombres, opera todas sus obras en ellos […] Así es como la medida de los corazones desbordantes se difunde por toda la Iglesia.

Santa Teresa del Niño Jesús, carmelita descalza, doctora de la Iglesia

Obras: El amor a los enemigos.

Manuscrito autobiográfico C, 15v° – 16r°

«Amad a vuestros enemigos» (Lc 6,27).

El Señor explica en el Evangelio en qué consiste su mandamiento nuevo. Dice en san Mateo: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen” (Mt 5,43-44). La verdad es que en el Carmelo una no encuentra enemigos, pero sí que hay simpatías. Se siente atracción por una hermana, mientras que ante otra darías un gran rodeo para evitar encontrarte con ella, y así, sin darse cuenta, se convierte en motivo de persecución. Pues bien, Jesús me dice que a esa hermana hay que amarla, que hay que rezar por ella, aun cuando su conducta me indujese a pensar que ella no me ama: “Pues si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman”(Lucas, 6).

Y no basta con amar, hay que demostrarlo. Es natural que nos guste hacer un regalo a un amigo, y sobre todo que nos guste dar sorpresas. Pero eso no es caridad, pues también los pecadores lo hacen. Y Jesús nos dice también: “A todo el que te pide, dale, y al que se lleve lo tuyo no se lo reclames”. Dar a todas las que pidan gusta menos que ofrecer algo una misma por propia iniciativa…

Si es difícil dar a todo el que nos pide, lo es todavía mucho más dejar que nos cojan lo que nos pertenece, sin reclamarlo. Digo, Madre, que es difícil, pero debería más bien decir que parece difícil, pues el yugo del Señor es suave y ligero (Mt 11,30). Cuando lo aceptamos, sentimos enseguida su suavidad y exclamamos con el salmista: “Corrí por el camino de tus mandatos cuando me ensanchaste el corazón” (Ps 118,32). Sólo la caridad puede ensanchar mi corazón. Y desde que esta dulce llama lo consume, Jesús, corro alegre por el camino de tu mandato nuevo… (Jn 13,34).

Santa Teresa de Calcuta, religiosa

Obras: Si tu trabajo no está impregnado de amor es inútil

No hay amor más grande.

«Haced el bien y prestad sin esperar nada» (Lc 6,).

Es posible que en tu apartamento o en la casa de al lado de la tuya, viva un ciego que se alegraría que le hicieras una visita para leerle el periódico. Puede ser que haya una familia que esté necesitada de alguna cosa sin importancia a tus ojos, alguna cosa tan simple como el hecho de guardarle su hijo durante media hora. Hay muchísimas cosas que son tan pequeñas que mucha gente no se da cuenta de ellas.

No creas que hace falta ser simple de espíritu para ocuparse de la cocina. No pienses nunca que sentarse, levantarse, ir y venir, que todo lo que haces no es importante a los ojos de Dios.

Dios no va a pedirte cuántos libros has leído, ni cuántos milagros has hecho. Te preguntará si lo has hecho lo mejor que has podido, por amor a él. ¿Puedes, sinceramente, decir: «He hecho todo lo que he podido»? Aunque lo más y mejor acabe siendo un fracaso, debe ser nuestro más y mejor. Si realmente estás enamorado de Cristo, por modesto que sea tu trabajo, lo harás lo mejor que puedas, con todo el corazón. Es tu trabajo quien dará testimonio de tu amor. Puedes agotarte en el trabajo, e incluso puedes matarte, pero en tanto que no está impregnado de amor, es inútil.


Comentarios exegéticos

Próximamente… no puedo hacerse ahora por falta de tiempo.