Lc 6, 39-45 – Parábolas: Ser discípulos

39 Les dijo también una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? 40 No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. 41 ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? 42 ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. 43 Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; 44 por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. 45 El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.

Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)


Homilías, comentarios y meditaciones desde la tradición de la Iglesia

Cirilo de Alejandría

Homilía: Los discípulos llamados a ser los iniciadores y maestros del mundo entero

«El discípulo no está por encima de su maestro» (Lc 6,40)
Capítulo 6: PG 72, 602-603. [Liturgia de las Horas]

PG

Un discípulo no es más que su maestro, si bien cuando termine el aprendizaje, será como su maestro. Los bienaventurados discípulos estaban llamados a ser los iniciadores y maestros del mundo entero. Por eso era conveniente que aventajasen a los demás en una sólida formación religiosa: necesitaban conocer el camino de la vida evangélica, ser maestros consumados en toda obra buena, impartir a sus alumnos una doctrina clara, sana y ceñida a las reglas de la verdad; como quienes ya antes habían fijado su mirada en la Verdad y poseían una mente ilustrada por la luz divina. Sólo así evitarían convertirse en ciegos, guías de ciegos. En efecto, los que están envueltos en las tinieblas de la ignorancia, no podrán conducir al conocimiento de la verdad a quienes se encuentran en idénticas y calamitosas condiciones. Pues de intentarlo, ambos acabarán cayendo en el hoyo de las pasiones.

A continuación y para cortar de raíz el tan difundido morbo de la jactancia, de modo que en ningún momento intenten superar el prestigio de los maestros, añade: Un discípulo no es más que su maestro. Y si ocurriera alguna vez que algunos discípulos hicieran tales progresos, que llegaran a equipararse en mérito a sus antecesores, incluso entonces deben permanecer dentro de los límites de la modestia de los maestros y convertirse en sus imitadores.

Es lo que atestiguará Pablo, diciendo: Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo. Por tanto, si el maestro se abstiene de juzgar, ¿por qué tú dictas sentencia? No vino efectivamente a juzgar al mundo, sino para usar con él de misericordia. Cuyo sentido es éste: si yo —dice— no juzgo, no juzgues tú tampoco, siendo como eres discípulo. Y si por añadidura, eres más culpable que aquel a quien juzgas, ¿cómo no se te caerá la cara de vergüenza? El Señor aclara esto mismo con otra comparación. Dice: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo?

Con silogismos que no tienen vuelta de hoja trata de persuadirnos de que nos abstengamos de juzgar a los demás; examinemos más bien nuestros corazones y tratemos de expulsar las pasiones que anidan en ellos, implorando el auxilio divino. El Señor sana los corazones destrozados y nos libra de las dolencias del alma. Si tú pecas más y más gravemente que los demás, ¿por qué les reprochas sus pecados, echando al olvido los tuyos? Así pues, este mandato es necesariamente provechoso para todo el que desee vivir piadosamente, pero lo es sobre todo para quienes han recibido el encargo de instruir a los demás.

Y si fueren buenos y capaces, presentándose a sí mismos como modelos de la vida evangélica, entonces sí que podrán reprender con libertad a quienes no quieren imitar su conducta, como a quienes, adhiriéndose a sus maestros, no dan muestras de un comportamiento religioso.

Francisco de Sales

Introducción a la Vida Devota: Somos como la perdiz de Paflagonia

«¿Cómo puedes decir a tu hermano: déjame quitarte la paja que tienes en el ojo, cuando tú no ves la viga que hay en el tuyo?» (Lc 6, 42)
3ª parte, capítulo 36, III, 257

Somos hombres porque tenemos razón y sin embargo es cosa rara encontrar hombres verdaderamente razonables, pues el amor propio nos perturba de ordinario la razón y nos conduce insensiblemente a mil clases de pequeñas pero peligrosas injusticias e iniquidades… ¿Es que no son esas cosas iniquidades y sinrazones?

Acusamos por cualquier cosa a nuestro prójimo y siempre nos excusamos a nosotros mismos; queremos vender caro y comprar barato; queremos que se haga justicia en la casa del otro pero que en nuestra casa haya misericordia y tolerancia.

Queremos que nuestras palabras se tomen a buena parte y nosotros somos quisquillosos y muy sensibles a las de los demás… Nosotros defendemos nuestro rango puntillosamente y queremos que los demás sean humildes y condescendientes.

Fácilmente nos quejamos del prójimo pero no queremos que él se queje de nosotros. Lo que hacemos por otro siempre nos parece mucho y lo que el otro nos hace lo tenemos en nada.

En dos palabras: somos como la perdiz de Paflagonia, que tiene dos corazones: tenemos uno dulce, educado y agradable para con nosotros y otro duro, severo, riguroso para con el prójimo.

Tenemos dos medidas: con la una pesamos nuestras comodidades con la mayor ventaja que podemos; con la otra pesamos las de los demás dándoles las mayores desventajas posibles.

… Filotea: sé equitativa y justa en tus acciones: ponte siempre en el lugar del prójimo y a él ponle en el tuyo; así juzgarás bien. Hazte vendedora cuando compres y compradora cuando vendas y así venderás y comprarás con justicia.

…¿Te acuerdas, Filotea, de examinar a menudo tu corazón para ver si eres así hacia el prójimo, así como quisieras que él fuera contigo?


Uso Litúrgico de este texto (Homilías)