DIA DE EXPIACION

Celebración de penitencia general para los hijos de Israel establecida en la ley, que debe tener lugar †œen el mes séptimo, a los diez dí­as del mes†, en el cual debí­an afligir sus almas y el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santí­simo, cosa que no se podí­a hacer en ninguna otra fecha (Lev 16:29-31). Era dí­a de †œsanta convocación…. porque es d. de e., para reconciliaros delante de Jehová vuestro Dios† (Lev 23:27-29). El sacerdote tení­a que ofrecer sacrificios por sí­ mismo y luego por los pecados del pueblo. Tomaba dos machos cabrí­os y se echaba suerte para escoger a uno de ellos para el sacrificio y otro para ser enviado al desierto para llevar †œsobre sí­ todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada† (Lev 16:22), antes de lo cual se le imponí­an las manos. Se realizaban varios otros sacrificios, además del macho cabrí­o. Una referencia especí­fica en el NT aparece en Heb 9:7, donde se habla de que †œen la segunda parte† del †¢tabernáculo †œsólo el sumo sacerdote una vez al año† podí­a entrar, †œno sin sangre†. †œPero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros … entró una vez para siempre en el Lugar Santí­simo, habiendo obtenido eterna redención† (Heb 9:11-12). Sin embargo, es de señalar que este rito sólo se menciona en el Pentateuco. No aparece en los libros históricos, poéticos y proféticos del AT. Después del exilio, la celebración tomó más auge, y los judí­os lo consideran como el más importante del año (Yom Kippur).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

(heb. yohm hak·kip·pu·rí­m, †œdí­a de los cubrimientos†).
En el dí­a décimo del mes séptimo del año sagrado —es decir, el 10 de Tisri—, el pueblo de Israel conmemoraba el Dí­a de Expiación, un dí­a de propiciación o de cubrir los pecados. (Tisri cae entre septiembre y octubre.) En ese dí­a el sumo sacerdote de Israel ofrecí­a sacrificios para cubrir los pecados: sus propios pecados, los que habí­an cometido los otros levitas y los del pueblo. Era también un tiempo apropiado para purificar el tabernáculo —posteriormente el templo— de la contaminación producida por los efectos del pecado.
El Dí­a de Expiación era un tiempo para convocación santa y ayuno, como lo indica el hecho de que el pueblo entonces tení­a que †˜afligir sus almas†™. Este era el único ayuno que se estipulaba en la ley mosaica. Era también un sábado, es decir, un dí­a para abstenerse de los trabajos cotidianos. (Le 16:29-31; 23:26-32; Nú 29:7; Hch 27:9.)
El sumo sacerdote únicamente podí­a entrar en el Santí­simo del tabernáculo —o del templo— una vez al año, el Dí­a de Expiación. (Heb 9:7; Le 16:2, 12, 14, 15.) El año de Jubileo daba comienzo con el Dí­a de Expiación. (Le 25:9.)
Cuando se instituyó esta observancia en el desierto de la pení­nsula del Sinaí­, en el siglo XVI a. E.C., Aarón, hermano de Moisés, era el sumo sacerdote de Israel. Lo que a él se le dijo que hiciese proporcionó el modelo para la futura observancia del Dí­a de Expiación. Una reconstrucción mental de los impresionantes acontecimientos de ese dí­a nos ayudará a entender lo que en realidad significaba para los israelitas. Sin lugar a dudas, este dí­a hací­a que tuvieran conciencia de que eran pecadores y necesitaban redención, al tiempo que aumentaba su aprecio por la misericordia que Jehová les manifestaba abundantemente al hacer provisión para cubrir sus pecados del año anterior.

Rasgos del Dí­a de Expiación. Aarón tení­a que entrar en el lugar santo con un toro joven para una ofrenda por el pecado y con un carnero para una ofrenda quemada. (Le 16:3.) En el Dí­a de Expiación no usaba sus vestiduras habituales, sino que se bañaba en agua y se vestí­a con un traje talar santo de lino. (Le 16:4.) Luego, el sumo sacerdote echaba suertes sobre dos cabritos —ambos igualmente sanos y sin tacha— que habí­a provisto la asamblea de los hijos de Israel. (Le 16:5, 7.) Se echaban suertes sobre ellos para determinar cuál de los dos serí­a sacrificado a Jehová como ofrenda por el pecado y cuál se enviarí­a al desierto llevando los pecados de ellos como †˜macho cabrí­o para Azazel†™. (Le 16:8, 9; compárese con Le 14:1-7; véase AZAZEL.) Seguidamente sacrificaba el toro joven como ofrenda por el pecado a favor de sí­ mismo y de su casa, que incluí­a a toda la tribu de Leví­, de la que su familia formaba parte. (Le 16:6, 11.) A continuación, tomaba incienso fino perfumado y el braserillo lleno de brasas del altar y pasaba la cortina para entrar en el Santí­simo. Ya en este compartimiento más interior, donde se encontraba el arca del testimonio, se quemaba el incienso, y la nube del incienso quemado se extendí­a sobre la cubierta de oro del Arca, encima de la cual estaban los dos querubines laminados en oro. (Le 16:12, 13; Ex 25:17-22.) Todo esto preparaba el camino para que después Aarón pudiese volver a entrar en el Santí­simo sin recibir castigo.
Luego Aarón salí­a del Santí­simo, tomaba parte de la sangre del toro y volví­a a entrar, para a continuación salpicar la sangre con su dedo siete veces delante de la cubierta del Arca, por su lado oriental. De esta forma se completaba la expiación a favor del sacerdocio, y así­ los sacerdotes quedaban limpios y podí­an mediar entre Jehová y su pueblo. (Le 16:14.)
El macho cabrí­o sobre el cual caí­a la suerte †œpara Jehovᆝ se sacrificaba como ofrenda por el pecado del pueblo. (Le 16:8-10.) Posteriormente, el sumo sacerdote introducí­a la sangre del macho cabrí­o para Jehová dentro del Santí­simo, usándola para hacer expiación por las doce tribus no sacerdotales de Israel. De manera similar a como se hací­a con la sangre del toro, la sangre del macho cabrí­o se rociaba †œhacia la cubierta y delante de la cubierta† del Arca. (Le 16:15.)
De este mismo modo Aarón también tení­a que hacer expiación por el lugar santo y la tienda de reunión. Para ello †˜tomaba parte de la sangre del toro y del macho cabrí­o para Jehovᆙ y hací­a expiación por el altar de la ofrenda quemada, poniendo parte de la sangre sobre los cuernos del altar. Además, tení­a que †œsalpicar parte de la sangre sobre él siete veces con su dedo y limpiarlo y santificarlo de las inmundicias de los hijos de Israel†. (Le 16:16-20.)
Luego, el sumo sacerdote dirigí­a su atención al otro macho cabrí­o, el que era para Azazel. Colocaba sus manos sobre la cabeza del animal y confesaba sobre él †œtodos los errores de los hijos de Israel y todas sus sublevaciones en todos sus pecados†, poniéndolos, por decirlo así­, sobre su cabeza, y a continuación lo enviaba †˜al desierto por mano de un hombre que estaba listo†™. De esta manera, el macho cabrí­o llevaba los errores de los israelitas al desierto, donde desaparecí­a. (Le 16:20-22.) Después, el hombre que conducí­a al macho cabrí­o fuera del campamento tení­a que lavar sus prendas de vestir y bañar su carne en agua antes de volver a entrar en el campamento. (Le 16:26.)
Llegado este momento, Aarón entraba en la tienda de reunión, se quitaba sus vestiduras de lino, se bañaba y se colocaba sus prendas habituales de vestir. A continuación sacrificaba su ofrenda quemada y la ofrenda quemada del pueblo para hacer expiación (utilizando los carneros mencionados en Le 16:3, 5), y hací­a humear sobre el altar la grasa de la ofrenda por el pecado. (Le 16:23-25.) Jehová siempre reclamaba la grasa de un sacrificio para sí­ mismo y a los israelitas se les prohibí­a comerla. (Le 3:16, 17; 4:31.) Lo que quedaba del toro y del macho cabrí­o de la ofrenda por el pecado se sacaba del patio del tabernáculo y se llevaba a un lugar fuera del campamento, donde se quemaba. Aquel que quemaba los restos de estos animales tení­a que lavar su ropa y bañarse en agua antes de entrar en el campamento. (Le 16:27, 28.) En Números 29:7-11 se enumeran otros sacrificios que se llevaban a cabo ese dí­a.

Cesa la observancia legí­tima. A pesar de que los que se adhieren al judaí­smo todaví­a celebran el Dí­a de Expiación, esta celebración casi no se asemeja en nada a la que Dios instituyó, puesto que en la actualidad no hay ni tabernáculo, ni altar, ni arca del pacto, ni se llevan a cabo sacrificios de toros y machos cabrí­os ni existe un sacerdocio leví­tico. Sin embargo, los cristianos comprenden que los siervos de Jehová no están bajo tal obligación. (Ro 6:14; Heb 7:18, 19; Ef 2:11-16.) Por otra parte, la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 E.C. hizo cesar los servicios del verdadero sacerdocio leví­tico y actualmente no hay ninguna forma de determinar quiénes podrí­an actuar con propiedad como tales sacerdotes. The Encyclopedia Americana (1956, vol. 17, pág. 294) dice con respecto a los levitas: †œDespués de la destrucción del templo, desaparecieron de la historia en la diáspora, entremezclándose en la muchedumbre de cautivos que se esparció por todo el mundo romano†.

Cumplimiento antití­pico. Mientras el Dí­a de Expiación se observó como estaba prescrito, sirvió, al igual que otros rasgos de la ley mosaica, a modo de representación de cosas mucho mayores. Un estudio cuidadoso de esta observancia a la luz de las declaraciones inspiradas del apóstol Pablo revela que el sumo sacerdote de Israel y los animales que se usaron en relación con esta celebración tipificaron a Jesucristo y su obra de redención a favor de la humanidad. En su carta a los Hebreos, Pablo muestra que Jesucristo es el gran Sumo Sacerdote antití­pico. (Heb 5:4-10.) El apóstol también indica que la entrada del sumo sacerdote en el Santí­simo una vez al año con la sangre de los animales sacrificados prefiguraba la entrada de Jesucristo en el cielo mismo con su propia sangre para hacer expiación a favor de aquellos que ejercen fe en su sacrificio. Por supuesto, como Jesucristo no tení­a pecado, no tuvo que ofrecer sacrificio alguno debido a pecados personales, como debí­a hacer el sumo sacerdote de Israel. (Heb 9:11, 12, 24-28.)
Así­ como Aarón sacrificaba el toro por los sacerdotes y por el resto de la tribu de Leví­ rociando su sangre en el Santí­simo (Le 16:11, 14), Cristo presentó el valor de su sangre humana a Dios en los cielos, donde podí­a aplicarse para beneficiar a aquellos que llegarí­an a gobernar con él como reyes y sacerdotes. (Rev 14:1-4; 20:6.) Asimismo, al igual que se sacrificaba el macho cabrí­o para Jehová y se salpicaba su sangre delante del Arca en el Santí­simo para beneficio de las tribus no sacerdotales de Israel (Le 16:15), el sacrificio de Jesucristo beneficia a la humanidad que no forma parte del Israel espiritual o sacerdotal. Se requerí­an dos machos cabrí­os, ya que uno solo no podí­a usarse como sacrificio y luego servir para llevarse los pecados de Israel. No obstante, se hací­a referencia a los dos machos cabrí­os como una sola ofrenda por el pecado (Le 16:5) y se les trataba de forma similar hasta que se echaban suertes sobre ellos, lo que da a entender que juntos tení­an un solo valor simbólico. Cristo no solo fue sacrificado, sino que, además, se llevó los pecados de todos aquellos por los que se ofreció en sacrificio.
El apóstol Pablo mostró que como no era posible que la sangre de toros y de machos cabrí­os borrase los pecados, Dios le preparó a Jesús un cuerpo (que se mostró dispuesto a sacrificar cuando se presentó para bautismo), y, de acuerdo con la voluntad divina, los seguidores de Cristo †œ[han] sido santificados mediante el ofrecimiento del cuerpo de Jesucristo una vez para siempre†. (Heb 10:1-10.) Tal como los restos de los cuerpos del toro y del macho cabrí­o que se habí­an ofrecido en el Dí­a de Expiación se quemaban finalmente fuera del campamento de Israel, el apóstol hace notar que Cristo sufrió (fijado en un madero) fuera de la puerta de Jerusalén. (Heb 13:11, 12.)
Es evidente, por lo tanto, que aunque el Dí­a de Expiación judí­o no eliminó el pecado de manera definitiva, ni siquiera de Israel, los diversos rasgos de esta celebración anual tení­an un carácter tí­pico. Prefiguraron la gran expiación de los pecados que hizo Jesucristo, el †˜sumo sacerdote a quien los cristianos confesamos†™. (Heb 3:1; véanse EXPIACIí“N; RESCATE.)

Fuente: Diccionario de la Biblia