HIJO DEL HOMBRE

Hijo del Hombre (gr. Huiós tóu Atithropou). En el AT se usa con frecuencia esta expresión idiomática que significa “hombre”; es decir, “ser humano”. En este sentido aparece casi 100 veces en el libro de Ezequiel (Eze 2:1, 3, 6, 8; 3:1, 3; etc.) como la forma en que Dios se dirigió al profeta cuando le habló en visión. En Dan 7:13 y 14, “un hijo de hombre” aparece en la visión de Daniel, a quien los eruditos conservadores por lo general identifican como el Mesí­as. Aquí­, como en los Evangelios, el Mesí­as es identificado como un ser humano. La expresión “uno como un hijo de hombre” en este pasaje probablemente se deba entender como “uno que parecí­a un ser humano”, o “uno con forma humana”, o “uno como un ser humano”. En la literatura apocalí­ptica judí­a el “hijo del hombre” es primariamente un ser celestial que aparecerí­a en el dí­a final como juez. “Hijo del Hombre” fue la designación favorita de Jesús para sí­ mismo, y aparece más de 80 veces en los Evangelios. El tí­tulo destaca la realidad de su naturaleza humana, así­ como el similar, “Hijo de Dios”, afirma su divinidad. Ningún otro se dirigió a él como “Hijo del Hombre”. Jesús era el “Hijo del Hombre” no sólo en un sentido estrictamente histórico ( cf Lc 1:31-35; Rom 1:3, 4; Gá. 4:4), sino también en otro más elevado. El tí­tulo lo designa como el Cristo encarnado (Joh 1:14; Phi 2:6-8) y presenta un mudo testimonio acerca del milagro por el que el Creador y la criatura se unieron en una persona divino-humana. La Divinidad se identificaba con la humanidad para que la humanidad pudiera ser restaurada otra vez a la imagen divina. El tí­tulo era algo menos desafiante y provocativo que el de “Hijo de Dios”; sin embargo también tení­a connotaciones mesiánicas muy claras. Por la forma en que Jesús lo usó, recordaba a Dan 7:13 y 14, donde el “hijo de hombre” recibe su dominio eterno. En por lo menos 2 casos (Mat 24:30; 26:64), la forma en que usó la expresión claramente refleja la escena descripta en Dan_7, tal vez en parte para dirigir la mente de los hombres hacia él, como la persona de la que habló Daniel. Cuando fue llevado ante el Sanedrí­n, Jesús afirmó que le habí­a sido dada “autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre” (Joh 5: 27), con lo que asociaba el tí­tulo con la escena del juicio en Dan_7 Más tarde, les dijo a los discí­pulos que cuando viniera como Hijo del Hombre, “en su gloria”, se sentarí­a “en su trono de gloria” (Mat 25:31) para juzgar, como lo aclaran los versí­culos siguientes. En un sentido, el tí­tulo “Hijo del Hombre” ocultaba en parte su pretensión de ser el Mesí­as, ya que de acuerdo con la costumbre hebrea podí­a significar sencillamente “hombre”. Pero, por otro lado, también revelaba en parte su pretensión de ser el Mesí­as, en vista de la forma en que se lo usaba en el AT, como ya se ha mencionado. La pregunta suscitada en las mentes de sus oyentes acerca del tí­tulo se hace evidente en la ocasión, 4 dí­as antes de la crucifixión, cuando le preguntaron directamente: “¿Quién es este Hijo del Hombre”? (Joh 12:34). Resulta claro que los discí­pulos comprendí­an la relación entre los tí­tulos “Hijo de Dios” e “Hijo del Hombre”, porque en el encuentro en Cesarea de Filipo, cuando Jesús les preguntó: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?… ¿Quién decí­s que soy yo?”, Pedro respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mat 16:13-16). El tí­tulo “Hijo del Hombre” nos asegura que el Hijo de Dios realmente vivio para vivir sobre la Tierra como un hombre entre los hombres y para morir como un hombre en favor 547 de sus semejantes. “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mar 10:45).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

es la expresión con que Jesús se refiere a sí­ mismo, se lee en boca de Cristo, menos en Jn 12, 34; Hch 7, 56; Ap 1, 13; 14, 14. Es un hebraí­smo para referirse al ser humano, para significar la distancia entre Dios y el hombre, Ez 2, 1; Sal 8, 4. En Dn 7, 13-14, la expresión hebrea ben †˜adam, h. de hombre, se refiere a un ser por encima del hombre, angélico, trascendental, que los apocalí­pticos, los apócrifos, identifican con el Mesí­as. En los Evangelios, Jesús se llama a sí­ mismo H. del Hombre, de manera paradójica, en cuanto a su naturaleza humana y divina. Como ser humano en la tierra: †œLas zorras tienen sus guaridas, y las aves del cielo sus nidos; pero el H. del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza†, Mt 8, 20; 11, 19; que habrí­a de padecer, morir y resucitar, Mt 17, 12 y 22; 20, 18 y 28; 26, 1; Mc 8, 31; 9, 12 y 31; 10, 33; 14, 21 y 41; Lc 9, 22 y 44; 22, 22; 24, 7. De su condición humana a la exaltación divina, cuando el H. del hombre sea glorificado y venga al final de los tiempos, la parusí­a, Mt 19, 28; 24, 26-27; 25, 31; Mc 8, 38; 13, 26; 14, 62; Lc 9, 26; 17, 22-37; 22, 69; Ap 1, 13; 14, 14.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Expresión que se usaba en el AT para enfatizar la debilidad del ser humano frente a la grandeza de Dios (†œ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el h. del h., para que lo visites?† [Sal 8:4]). Así­ llama Dios al profeta Ezequiel unas noventa y dos veces. Este tí­tulo aparece en el libro de Daniel, que habla de †œun h. de h.† que vení­a †œcon las nubes del cielo† al cual †œle fue dado dominio, gloria y reino† (Dan 7:13-14). Posteriormente, en el libro pseudoepigráfico de Enoc aparece un †œH. del H.† que es presentado con muchos detalles como el Mesí­as (En. 46 al 48). En tiempos del Señor Jesús, por lo tanto, el tí­tulo se entendí­a como perteneciente al Mesí­as. Con él se apunta hacia el hecho de que él personifica la nueva humanidad. él es el †œpostrer Adán† (1Co 15:45).

El Señor Jesús se refirió a sí­ mismo como el H. del H. unas ochenta veces. En algunas ocasiones queriendo decir: †œYo†. En muchas otras utilizaba la expresión en relación con sus acciones (†œEl H. del H. no tiene dónde recostar su cabeza† [Mat 8:20]; †œVino el H. del H., que come y bebe…† [Luc 7:34]), así­ como para referirse a los sufrimientos que padecerí­a (†œel H. del H. será entregado en manos de hombres† [Luc 9:44]), o para hablar sobre la gloria que tendrí­a en su regreso a la tierra (†œEntonces aparecerá la señal del H. del H. en el cielo … y verán al H. del H. viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria† [Mat 24:30]).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

ver, GENESIS

vet, (A) Término que designa al ser humano, para diferenciarlo a la vez de la Deidad y de los animales (Nm. 23:19; Jb. 25:6; Sal. 8:5; Is. 51:12). (Véase (a) (G)). Gabriel, dirigiéndose al atemorizado Daniel, le dice: “hijo de hombre” (Dn. 8:17). Ezequiel, abrumado por una visión, oyó las palabras: “Hijo de hombre, ponte en pie” (Ez. 2:1). A partir de entonces, esta expresión se repite constantemente (92 veces) para dirigirse al profeta. Daniel predijo (Dn. 7:13, 14) que la potencia mundial hostil, simbolizada por las bestias feroces, sucumbirá ante el Anciano de dí­as. “Uno como hijo de hombre”, viniendo con las nubes del cielo, recibirá entonces el dominio universal. Todos los pueblos lo servirán; su dominio será un dominio eterno, que nunca tendrá fin, y su reino no será jamás destruido. En esta visión, el ser humano contrastado con las bestias (tipos de los reinos de este mundo) representa al hombre por excelencia, al Mesí­as, destinado a recibir con todos los santos el reino universal y eterno (Dn. 7:14, 27). (B) Jesús, el Hijo del hombre. En los Evangelios, el Señor se da a Sí­ mismo este tí­tulo 78 veces, evocando deliberadamente Dn. 7:13-14 (cfr. Mt. 24:30; Mr. 14:62, etc.). Esteban también designa a Jesús con este tí­tulo (Hch. 7:56; cfr. He. 2:6; Ap. 1:13; 14:14). Al elegir un tí­tulo así­, el Cristo no quiere sólo afirmar su fraternidad con los hombres ni insistir en su condición humana, por cuanto al mismo tiempo reivindica constantemente los atributos de la Deidad (Lc. 5:24). Opta con ello por un término que le define como un representante tí­pico de la humanidad, el “último Adán”, el “segundo hombre” venido del cielo, en tanto que el primero era de la tierra (1 Co. 15:45, 47), el cabeza de la nueva raza salvada por su sacrificio (Ro. 5:12-19). El Cristo recibe el nombre de Hijo del hombre en relación con toda la raza, en tanto que Hijo de David es su nombre en relación con Israel, e Hijo de Dios es su nombre divino. Jesús empleó constantemente el tí­tulo de Hijo del hombre en relación con su misión. Se identifica con los hombres perdidos, los viene a buscar y a salvar (Lc. 19:10); da su vida en rescate por muchos (Mr. 10:45). Como tal, es entregado, crucificado, sepultado y resucitado (Mt. 12:40; 20:18; 26:2); volverá también en su cuerpo glorificado para juzgar y reinar (Mt. 24:30, 39; 25:31; Ap. 1:13-16). Queda claro de pasajes como Mt. 26:63-64 y 16:13, 16-17 que el Hijo de Dios y el Hijo del hombre son la misma persona. Según Jn. 5:22, 27, Dios mismo no juzga a nadie, sino que todo el juicio lo ha dado a Cristo, por cuanto es el Hijo del hombre. En lugar de castigarnos como hubiera podido hacer, el Padre envió a su Hijo para salvarnos. Por este acto de Dios, el hombre no se pierde porque sea pecador, sino porque rehúsa el perdón divino (Jn. 3:16-19). Así­, es el mismo Salvador quien viene a ser el Juez. Es cosa terrible menospreciar al Hijo del hombre, que ha sido soberanamente exaltado después de su humillación, y que aparecerá pronto en su gloria (He. 2:6-9).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Jesús se definió con el término “hijo del hombre”, frecuente en los profetas. Unas 88 veces sale la expresión en el Nuevo Testamento: 31 en Mateo, 13 en Marcos, 27 en Lucas, 12 en Juan, es decir 83 veces, la casi totalidad, en los relatos evangélicos. La mayor parte de las veces es el mismo Jesús el que se autodenomina de esta manera.

La persistencia y la uniformidad de esta denominación en los cuatro textos evangélicos hace pensar que Jesús la daba una importancia singular. Era una expresión con resonancia profética que se repite también con cierta frecuencia en el Antiguo Testamento (“ben ha’adam” en hebreo y “bar nassa” en arameo, que los LXX tradujeron por “uios tou anthropon”) y alude a la realidad humana de un elegido de Yaweh: Sal 8.5; Num 23.19; Is. 51.12; Job 25.6; Dan 7.13.

Jesús, pues, manifestó cierta predilección por ella y, en el parecer de muchos comentaristas, no era otra cosa que la bí­blica afirmación de su realidad mesiánica. Armonizaba ante sus oyentes su conciencia divina, la cual proclamó incluso como desafí­o ante sus adversarios, con la referencia de su identidad humana, con claros ecos proféticos para los oyentes.

Es una doble afirmación la que se recoge en los textos evangélicos; es la expresión de singular valor catequí­stico y pedagógico. Hace posible presentar a Jesús como lo que es: “Hijo de Dios” por naturaleza divina; e “hijo del hombre”, hombre perfecto, por naturaleza humana. En esa doble dimensión reside su grandeza teológica y escatológica. Teológicamente centra el misterio de la salvación; mí­sticamente suscita la esperanza de la aplicación de esa salvación. Si la primera hace recordar su supremací­a divina, su origen celeste, su eterna e infinita grandiosidad, la segunda hace entender que, como hombre, es sensible, mortal, terreno.

Por eso es tan interesante resaltar en esa expresión su sentido de cercaní­a, de familiaridad, de naturalidad. Es la expresión evangélica mejor para recoger en ella el misterio salvador de Cristo y la dimensión encarnacional de su figura. Es la que se halla detrás de todos los rasgos de su humanidad, de su corazón, de su itinerario, de su fuerza ejemplarizante para el resto de la humanidad.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

DJN

SUMARIO: 1. del tí­tulo. -2. Actuación terrena del Hijo del hombre. – 3. El Hijo del hombre sufriente y resucitado. 3.1. Anuncio de la pasión y reacción de Pedro (Mc 8, 31). 3. 2. Enseñanza sobre la suerte del Hijo del hombre (Mc 9, 31).- 4. Actividad ultraterrena del Hijo del hombre. – 5. El Hijo del hombre, el Hombre y los hombres. – 6. Nueva presentación del Hijo del hombre.

Jesús se autopresentó como “el Hijo del hombre”. Pero estamos ante una expresión que no es castellana. Y, aunque así­ aparezca el texto griego de los evangelios, hay que ir más allá de ellos para poder entender su significado. Tenemos el origen en el arameo bar nashá bar enasá, cuya traducción literal no serí­a “el hijo del hombre”, sino “el hombre”. Probablemente el texto en el que mejor se refleja el significado original de la expresión es el ecce (= idoú ó ánthropos) (Jn 19,5), con cuya indicación Jesús, considerado por los lectores del evangelio como su Señor y su Dios, fue presentado al pueblo como hombre. Evidentemente que, al hacer dicha presentación, Pilato no pensaba en nada de eso.

El “hijo del hombre” serí­a una especie de sustituto del pronombre personal “yo”. En el arameo de Galilea del hombre se utilizaba como alocución perifrástica de uno mismo. Igual que la expresión paralela “ese hombre” se empleaba en un contexto en el que se hace alguna referencia a la humillación o a la muerte, pero hay también otros casos en los que se evita la primera persona por reserva o modestia. Por otra parte, mientras “ese hombre” puede significar “yo” o “tú”, de hombre siempre indica o se refiere al que habla (G. VERMES, Jesús judí­o, Atajos, 1994, p. 179). En arameo “hijo del hombre” es un término de lo más corriente para decir “hombre”, en el sentido de un individuo de la especie humana (“un hombre” o “el hombre”, según los casos). (C.H. DODD, fundador del cristianismo, Herder, 1974,pp.132-133).

1. Importancia del tí­tulo
Antes de formularla explí­citamente es preciso tener en cuenta las observaciones siguientes: la designación, expresión o como se la quiera llamar, únicamente aparece en los evangelios, con un par de excepciones carentes de interés; siempre se refiere a Jesús; solamente la encontramos en sus labios. La constatación de estos datos nos lleva a concluir que se trata de la única autodesignación de Jesús. ¿Por qué los autores de los evangelios la tradujeron con tan estricta literalidad? Los evangelistas proceden así­ únicamente cuando refieren palabras de Jesús.

No aceptamos como verosí­mil que la fórmula o tí­tulo fuese una creación de la Iglesia puesta en labios de Jesús, como han afirmado algunos autores. La imagen o figura del Hijo del hombre serí­a producto de la fantasí­a oriental. La estructuración de esta afirmación se justifica siguiendo los pasos siguientes: El punto de partida lo tendrí­amos en las primeras experiencias de Jesús después de su muerte. Así­ hizo acto de presencia el pensamiento de la resurrección: Dios, rotas las ataduras de muerte, le resucitó, por cuanto no era posible que fuera dominado por ella (Hch 2, 24).

En un segundo momento, establecida la exaltación de Jesús y su sesión a la derecha del Padre, surge la idea de la vuelta del cielo como redentor apocalí­ptico, como el Hijo del hombre. Este tí­tulo aparece primera vez y es aplicado a Jesús como necesario para acentuar la esperanza cristiana de su regreso.

Esta experiencia y la forma de su expresión tiene su fundamento en el texto citado de Hechos que, a su vez, estaba respaldado por una serie de Salmos (18, 4-5; 16, 6-11; 2, 7). El más importante fue el Sal 110, 1: éntate a mi derecha, porque esta afirmación los llevó al Sal 8,6: “Qué es el hombre para que te acuerdes de él el hijo del hombre para que tú cuides de él”. Desde este terreno volvieron los ojos a Dn 7, 13: “Seguí­a yo mirando en la visión nocturna, y vi venir en las nubes del cielo un como hijo de hombre, que se llegó al anciano de muchos dí­as y fue presentado a éste”. También apareció en escena como objeto para la reflexión Zar 12, 10: “llorarán a aquel al que traspasaron”.

Una vez establecido que Jesús volverí­a a la tierra como el Hijo del hombre y el redentor apocalí­ptico, el cristianismo primitivo enriqueció su figura recurriendo a una forma y contenido nuevos. Por un lado utilizó las ideas y los textos tradicionalmente conectados con la apocalí­ptica judí­a. Un resultado de este proceso fue la creación de Mc 15, 24-27: conmoción de los astros y, al final, la venida del Hijo del hombre… La otra forma consistió en investigar las Escrituras para quedarse con aquellas que hablan de catástrofes análogas judiciales y de conmociones cósmicas con las consiguientes metáforas. El Hijo del hombre en Q es el resultado de este proceso: (Lc 12,8-9.- Mt 10, 32-33) énfasis en el juicio; comparación con el relámpago (Lc 17,2.- Mt 24, 37); la repentinidad de su aparición (Lc 17, 28.- Mt 24, 37-41); la comparación con Lot (Lc 11, 30.-Mt 12, 40); la comparación con Jonás (Lc 17, 28-29).

Las especulaciones anteriores son inseparables de la apocalí­ptica judí­a. Tres obras en particular han jugado un papel decisivo en la creación de esta figura misteriosa: Dn 7,13: la visión de “uno semejante a un hijo de hombre”; el 2Esd y las parábolas de Henoc (cap. 37-71) que describen al redentor escatológico inspirándose en Daniel y, por tanto, presentándose como un hombre o una figura humana o un hijo del hombre.

A modo de í­ntesis: Después que se desarrolló la idea de que Jesús estaba en el cielo a la derecha de Dios y que vendrí­a desde allí­ como redentor apocalí­ptico comenzó a utilizarse el tí­tulo de/ ampliándolo a otros dos contextos: en la apologética de la pasión y en la reflexión de su significado terreno. (N. Perrin, Son Man, en The lnterpreter’s Dictionary of the Bible, Suplementary Volume, pp. 833-836.).

Considerando el tema desde la especulación presentada y anunciando otras que en poco o en nada se contraponen a ella para mejorarla, nada tiene de particular la fina ironí­a con la que se expresa Paul Winter: “Si la interpretación que Perrin hace de la frase Hijo del hombre es correcta no debemos buscar el origen del mito en Irán, en Judea ni en Ugarit, sino en las universidades alemanas”.

Hemos calificado esta reconstrucción del origen de la figura del Hijo del hombre como producto de la fantasí­a oriental. Nos reafirmamos en ello. Y la justificamos desde las consideraciones siguientes: la) Las hechas como inicio de este apartado sobre la importancia del tí­tulo. Además habrí­a que explicar que una fórmula tan aislada, fruto de una reflexión teológica profunda, haya sido circunscrita a los evangelios y que desapareciese después sin pena ni gloria ni motivo que justificase la supresión de la misma.. El respeto que demuestran los evangelistas por ella obedece a que se remonta al mismo Jesús. Fue él quien la utilizó.

Los evangelistas la emplearon porque descubrieron en ella su importancia cristológica. Al menos así­ se deduce de la utilización cuantitativa que hicieron de ella. La comparación con el tí­tulo “Hijo de Dios”, que teórica y teológicamente deberí­a tener mayor relieve, da el resultado siguiente: la expresión “Hijo de Dios” es utilizada doce veces por Mateo; siete por Marcos; diez por Lucas y nueve por Juan. “Hijo del hombre” aparece treinta veces en Mateo, catorce en Marcos, veinticinco en Lucas y doce en Juan. Ochenta y dos veces sobre treinta y ocho. Uno de los estudiosos que más han profundizado en el tema expresa asi su importancia: “De todos los tí­tulos cristológicos el del Hijo del hombre ha sido el más investigado. El motivo es que se ha tenido siempre la esperanza de a través de este í­tulo de dignidad, más profundamente en la doctrina del propio Jesús… El análisis del tí­tulo de Hijo del hombre es un punto de partida adecuado para una investigación de las tradiciones cristológicas más antiguas” (E HAHN, ós tou anthropou (= Menschensohn), en Exegetisches Wórterbuch zum Neuen Testament, III, col. 927-935).

El estudio del tí­tulo cristológico que pretendemos aclarar nos obliga a su consideración en tres fases o momentos de su vida.

2. Actuación terrena del Hijo del hombre
En este primer tiempo Marcos destaca dos afirmaciones fundamentales: l) Hijo del hombre tiene para perdonar los pecados. Es la escena conocida del paralí­tico llevado en una camilla y colocado ante Jesús (Mc 2, 1-12; Mt 9, 1-8; que prescinde del detalle inverosí­mil de “levantar el tejado” y Lc 5, 17-26). El relato en el que aparecen sus palabras pertenece al género literario llamado “apotegma”: historietas cuya finalidad única es enmarcar las palabras de Jesús. La narración subraya la perdonadora de Jesús.

El Maestro concede algo que nadie le habí­a pedido. En lugar de la curación le es concedido el perdón. ¿Incongruencia? No. El paralí­tico es el sí­mbolo de toda parálisis esclerotizante que acaba con la vida. Su curación es la liberación de la propia esclavitud, de la lejaní­a de Dios, del pecado, de su “ser en la muerte” (Rom 7, 24). Al que habí­a estado paralizado se le concede la existencia escatológica, que es la existencia cristiana con su quehacer en el mundo. El curado se va a su casa y a sus quehaceres desentendiéndose de las discusiones posteriores.

1°) confrontación con los escribas demuestra que Jesús tiene la autoridad suficiente para hacer lo que hizo: perdonar curar. El perdón de los pecados el milagro, en el sentido explicado, demuestran que aquello que únicamente puede hacer Dios, puede hacerlo también su Enviado.Y, al hacerlo y afirmarlo, Jesús no blasfema; por el contrario, instaura el reino de Dios. El hecho de pertenecer a la triple tradición apunta a un episodio que echó profundas raí­ces en las primitivas comunidades cristianas; su finalidad pretendí­a destacar la autoridad de Jesús; si utilizan la expresión Hijo del hombre como tí­tulo cristológico se supone -como en todo tí­tulo- una reflexión y un punto de apoyo y de partida; creemos que puede concluirse que la elevación a la categorí­a de “titulo” de la expresión Hijo del hombre fue una explicitación y una interpretación de lo que se hallaba intencionadamente oculto en la misma: Jesús la utilizó segunda intención, la de ocultar su dignidad tras ella
No olvidemos que esta escena tiene lugar muy poco después de la teofaní­a del bautismo en el Jordán, cuando salta a la conciencia de Jesús plus existente en su persona humana. Si los escribas no reaccionaron, ello obedece a dos razones: al género literario que, en estos casos, no admití­a réplica y, en segundo lugar, al desconcierto que la expresión perifrástica “Hijo del hombre” suscitaba. ¿Qué habrí­a detrás de aquella designación corriente? (W. Schmithals, en su comentario al evangelio de Marcos).

°) El sábado al servicio del hombre y no viceversa (Mc 2, 23-28; Mt 12, 1-8; Lc 6, 1-5). La anécdota ingeniosa se convierte en la base sólida de una teologí­a o cristologí­a profunda. ¿Por qué el hombre deja de estar sometido a una ley “eclesiástica” que le esclavizaba? Porque Jesús, en cuanto Hijo del hombre, es el portador escatológico de la salud-salvación. Precisamente por eso concede a sus discí­pulos la libertad frente al sábado. Dicho de otro modo, la libertad concedida al hombre está justificada desde la superioridad del Hijo del hombre sobre aquello que coartaba dicha libertad y la convertí­a en esclavitud. No cabe duda de que, además, en el texto subyacen los debates de la comunidad cristiana sobre el particular.

En la sociedad de nuestros dí­as esta afirmación de la libertad humana ha sido un logro difí­cil de conseguir. Pero no resulta extraño oí­r el recurso a la expresión de Jesús: el sábado ha sido hecho para el hombre y no viceversa. El hombre no se halla al servicio de la institución. Esta se justifica únicamente para que el hombre pueda alcanzar sus aspiraciones legí­timas.

Mediante el recurso al Hijo del hombre para justificar la libertad humana, Marcos logra dos objetivos; la dignidad de Jesús recurriendo a una expresión que entonces todaví­a no era “titular” o tí­tulo cristológico. —fue el evangelista el que la convirtió en í­tulo— y manifestar dicha dignidad mediante la fusión de dos tradiciones originariamente distintas: las que consideraban a Jesús como un mero profeta y las que le aceptaban ya como el Mesí­as. Al entrar ambas en la comunidad cristiana se unieron, se identificaron y se enriquecieron.

°) Junto a los dos textos de triple tradición destacamos los de doble tradición: El Hijo del hombre ón y bebedor (Mt 11, 18-19; Lc 7, 33-34). El tí­tulo Hijo del hombre es auténtico en esta ocasión; no es inventable, porque nadie tira piedras contra el propio tejado; es un insulto grave e indecoroso. Decir de alguien en aquella época —y poco más o menos también en la nuestra— que era “comilón y borracho” equivalí­a a designarlo como una persona inútil, como un parásito, un explotador. La gravedad de tales calificativos lo ponen de relieve algunos textos del A.T. (Prov 23, 21; Deut 21, 18-21: se lleva al castigo de la lapidación de un hijo así­ por decisión de “los ancianos” y se les acusa de ser causa del empobrecimiento). Este calificativo se le dio a Jesús por la comunión de mesa con los pecadores (Mt 9, 9-13), por su compañí­a con los ‘am ha – ares, pueblo sencillo e inculto, que ran unos malditos (Jn 7, 49).

El tí­tulo Hijo del hombre tiene aquí­ una clara dimensión de amenaza. Porque la última palabra, el juicio último, lo pronunciará el que ahora es considerado como un maldito, “am ha-ares”. Su actuación en el mundo obliga a tomar una postura ante él; y lo mismo su predicación y enseñanza, en particular las parábolas “de decisión”: la que debí­an tomar los hombres por la presencia de Dios en él. Y ahí­ está la paradoja, una vez más, de la vida y enseñanzas de Jesús: un comilón y bebedor de vino, considerado como un “‘am ha-ares” convertido en el juez de quienes lo desprecian y condenan.

4°) zorras campo y los pájaros del cielo (Mt 8, 19-20; Lc 9, 57-58). No estamos ante un proverbio aplicable a todos los hombres, sino ante unas palabras auténticas de Jesús. No puede aducirse argumento alguno en contra de su autenticidad. No es probable que surgiese en la comunidad. Esta consideró a Jesús como un predicador itinerante, pero no como un mendigo. En dicha afirmación pudieron haber influido las dificultades y persecuciones de que fue objeto y que le obligaron a huir de un sitio para otro.

En cuanto a su contenido se acentúa el pensamiento del seguimiento, en contra de “la instalación”. El seguimiento excluye el afianzamiento en uno mismo y pone de relieve el servicio que se presta a los demás. El no tener dónde reclinar la cabeza parece acentuar la misma idea: prioridad por la causa del Reino; todo lo demás se hallarí­a subordinado a ella.

Desde el punto de vista histórico-religioso, Jesús no es como Diógenes, que no tení­a casa ni refugio y pernoctaba al aire libre en Corinto. Tampoco debe entenderse como un tí­tulo cristiano de dignidad, sino en un sentido tí­pico que establecí­a la contraposición a los animales. Entonces la sentencia podrí­a traducirse por “yo” ó “un hombre como yo”, que no tiene lugar fijo. Así­ Colpe (en el artí­culo que citaremos al final entre la bibliografí­a) parte del supuesto de que Jesús está hablando “unmesianisch”, es decir, no en sentido mesiánico. El ser apátrida, según Dibelius, aludirí­a al ocultamiento terreno del Hijo del hombre, que precede a su revelación final. Pero el texto no habla del ocultamiento, sino de la ausencia de lugar seguro, de ser apátrida.

°) Imperdonabilidad del pecado contra el Espí­ritu Santo (Mt 12, 32; Lc 12, 10). El contenido de la frase supone la originalidad de la expresión en cuanto perteneciente al Jesús terreno. Supone, además, la tensión entre el Hijo del hombre en su fase terrena y en su fase celeste. La formulación del logion serí­a postpascual. La imposibilidad del perdón obedece a la exclusión del único camino para obtenerlo. El pecado es perdonado siempre que se acepte la acción salvadora de Dios a través del Espí­ritu y de su representante visible, el Hijo del hombre. verdad os que todo les será a los hombres, los pecados y aun las blasfeque profieran; pero quien blasfeme el Espí­ritu Santo tendrá perdón jamás, es reo eterno pecado. Porque ellos í­an: “Tiene espí­ritu impuro” (Mc 3, 28-30).

variabilidad de la utilización de la expresión Hijo del hombre en los mismos textos es signo evidente de la oscilación y falta de fijeza dentro de la misma tradición (la bienaventuranza proclamada por Jesús para los que sufren es precisada añadiendo “por amor del Hijo del hombre”) (Lc 6,22); la precisión que nos ofrece Mateo dice “por mí­” (Mt 5,11) y es, sin duda alguna, en este caso, más original que la de Lucas. Lo mismo ocurre en la presentación del foro en el que actuará el Hijo del hombre a favor o en contra de sus defensores o detractores: el “yo” de Mateo, lo traduce Lucas por “el Hijo del hombre”. Aquí­ parece más original Lucas.

Mateo tiene otras tres especí­ficas sobre el Hijo del hombre. En la primera nos es presentado como el de la buena (Mt 13, 37. 31). El Hijo del hombre es la figura dominante en la explicación de la parábola. Evidentemente es una persona secundaria. Se halla en la interpretación de la parábola, hecha por la Iglesia, no por Jesús.

La explicación de la misma refleja la experiencia vivida en las comunidades fundadas por la palabra, por el Hijo del hombre, y combatidas por el prí­ncipe del mal. Por otra parte, no se habla del mensaje, tal como exigirí­a el contexto, sino de los miembros del Reino.

°) La huida de una ciudad a otra (Mt 10, 23). Es una amonestación dirigida a los “misioneros”: “Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; y si en ésta os persiguen también, huid a una tercera. En verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes de que venga Hijo del hombre”. El origen de la afirmación nos harí­a pensar en el campo de la misión. Pero Jesús, ¿no dijo nada a sus discí­pulos de dificultades, persecuciones, correr la misma suerte que el Maestro…? Creemos que la expresión puede ser de Jesús, aunque deba adnitirse igualmente el hecho de que está influenciada por la experiencia de los discí­pulos en su tarea misionera.

La tercera sentencia propia de Mateo habla de la ón de los sobre Hijo del hombre (Mt 16, 13). Los tres sinópticos (Mt 16,13; Lc 9,18; Mc 8,27) coinciden en la pregunta que Jesús hace a los discí­pulos “¿Quién decí­s que soy yo?”. La diversidad está en la pregunta sobre la opinión de la gente: “¿quién soy yo?” (Mc y Lc); “¿quién es el Hijo del hombre?” (Mt).

Por las más elementales leyes del paralelismo el Hijo del hombre y yo designan la misma persona. Son indudablemente más originales Marcos y Lucas. Pero el problema no termina ahí­. ¿No pudo utilizar Jesús la fórmula “Hijo del hombre” en cuanto perifrástica —no como tí­tulo— teniendo en cuenta que la escena se halla situada en Galilea donde dicha fórmula perifrástica era frecuente?
°) El Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra? (Lc 18, 8; es la primera de las dos sentencias propias de Lucas). La sentencia no es considerada como auténtica por la mayorí­a de los intérpretes. Creemos, sin embargo, que puede defenderse la originalidad del proverbio. Según el uso lingüí­stico de los sinópticos, el logion habla de la aceptación de las palabras o de la predicación de Jesús. El problema que plantea es si cuando venga el Hijo del hombre podrá constatar que los hombres han tomado en serio su llamada a la decisión, si han seguido su invitación a la conversión y han mantenido una relación constante con Dios, como la pobre viuda con el juez inicuo. Estamos diciendo que la frase es inseparable de la parábola anterior. Y la unión con la parábola del juez inicuo y la viuda se halla garantizada por este punte: “aunque les haga esperar, Dios hace justicia prontamente a los elegidos que claman a él dia y noche” (w. 7b. 8a).

úsqueda y salvación de lo perdido (Lc 19, 10). El logion (el segundo de los especí­ficos de Lucas) es una sí­ntesis de la obra salví­fica del Hijo del hombre. No podemos tener seguridad alguna sobre su origen. Lo que sí­ puede afirmarse es que estamos ante un tí­tulo cristológico importantí­simo, fruto, sin duda, de la reflexión teológica. Las palabras de Jesús, ¿dieron pie a dicho tí­tulo, aunque él las pronunciase a nivel perifrástico de pronombre personal? La escena -situada en casa de un pecador público, como era Zaqueo- es sinónima de la presencia actuante de la gracia. El contenido coincide con la predicación de Jesús, que se dirigí­a a los publicanos, que quiere el arrepentimiento y se sitúa decisivamente en la lí­nea del amor.

Aunque haya mucho de escenificación en la presentación del episodio, su centro de gravedad refleja la misión del Hijo del hombre: el máximo responsable de los hombres cuya palabra fue comprometida por la acogida de Dios.

3. El Hijo del hombre sufriente y resucitado
Desarrollaremos lo indicado en el presente tí­tulo mediante una exposición somera de las tres predicciones clásicas de la pasión. En su forma actual ninguna de ellas se remonta a Jesús. Están formuladas con tanta precisión, peculiaridades y detalles que nos obligan a pensar en algo que ya habí­a ocurrido y que es presentado como futuro en unas fórmulas hechas. Serí­an unas predicciones “ex eventu”, es decir, hechas después de haber ocurrido lo que anuncian. Más aún, expresadas en su forma actual los discí­pulos no se hubiesen enterado de nada. La mayor verosimilitud en este terreno nos situarí­a ante formulación corta, como la siguiente: “Estad atentos a lo que voy a deciros: El Hijo del hombre ha de ser entregado en poder de los hombres” (Lc 9, 44).

En cuanto a las predicciones destaquemos lo siguiente: a) Nos ofrecen un cuadro igualmente coincidente con las pretensiones del Jesús terreno. Estarí­amos en la trayectoria marcada por Marcos (2, 10. 28: sobre el paralí­ticio y lo referente al sábado) en relación con la identidad del Hijo del hombre; b) Garantizan la conservación del misterio del Mesí­as que habla y actúa veladamente (como en Mc 2,10. 28), que se manifiesta veladamente a sus discí­pulos; c) La identidad de Jesús podí­a seguir oculta en Galilea (allí­ fue pronunciada la primera predicción, Mc 8, 31, y también la segunda, Mc 9, 31; la tercera no era una revelación de la misma porque se hace en el cí­rculo de los discí­pulos (hacia afuera seguí­a bien guardada la identidad de Jesús).

.1. Anuncio de la pasión y reacción de Pedro (Mc 8, 31)
Existen razones convincentes para afirmar la verosimilitud de la expresión de Jesús, lo cual no nos exige admitirla en su total literalidad: llamar “satanás” a Pedro no puede haber sido una invención cristiana; también es probable la existencia de un debate sobre la peligrosidad de subir a Jerusalén; digamos lo mismo del ocultamiento de la dignidad de Jesús mediante el recurso a la expresión “Hijo del hombre”; no es inverosí­mil la localización de la escena en Cesarea de Filipo.

El contenido del anuncio es triple: acentuar la dimensión ánica de Jesús, inseparable de la confesión de Pedro; destacar el mesianismo , que enseña la naturaleza del discipulado de Jesús e incluye en él a sus seguidores; poner de relieve la necesidad de la ón, como consecuencia de la posesión del Espí­ritu.

Este primer anuncio de la pasión se halla confirmado por otros muy próximos a él. En el contexto de la transfiguración encuentra su base lo relativo a la resurrección del Hijo del hombre (Mc 9, 9: sólo cuando el Hijo del hombre resucite de entre los muertos podrá entenderse lo ocunido en su fase anterior de pasión e incluso algunas acciones significativas de la resurrección, como era el caso de la transfiguración. (J. P. METER, Jesus, el nuevo comentario bí­blico “San Jerónimo”, pp.1324-1325). La relación con el tema de la resurrección aparece casi en el mismo contexto anterior por la intriga que suscitó en los discí­pulos que Jesús hablase de la resurrección: “Le preguntaron diciendo: ¿Cómo dicen los escribas que primero ha de venir Elí­as? El les dijo: Cierto que Elí­as, viniendo primero, restablecerá todas las cosas; pero, ¿cómo está escrito del Hijo del hombre que padecerá mucho y será despreciado? Yo os digo que Elí­as ha venido ya e hicieron con él lo que quisieron, como de él está escrito” (Mc 9, 11-13).

La venida de Elí­as, identificado con el Bautista, es recogida aqui con la finalidad de resaltar el paralelismo entre el Bautista y Jesús.

El texto paralelo de Mateo (16, 212), siendo la primera predicción de la pasión, menciona al Hijo del hombre:
“Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discí­pulos que tení­a que ir a Jerusalén para sufrir mucho de parte de los ancianos, de los prí­ncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto y al tercer dí­a resucitar”.

Jesús habla de que tení­a que subir a Jerusalén… sigue a Marcos con mí­nimas variantes, por ejemplo Jesús no enseña (como afirma Marcos), sino que comunica.

paralelo de Lucas (9, 22) sigue fielmente a Marcos: No debe excluirse que los discí­pulos o los seguidores de Jesús, ya antes de la pascua, llegasen a la convicción de su mesianidad. Serí­a en todo caso una concepción falsa, la común de la época, y que Jesús debí­a corregir:

“Es preciso que el Hijo del hombre padezca mucho, y que sea rechazado de los ancianos y de los prí­ncipes de los sacerdotes de los escribas, y sea muerto resucite al tercer dí­a”.

En este texto de Lc 9,22 tendrí­amos dicha corrección en la lí­nea de Mc 8, 31. La mesianidad de Jesús no puede separarse de la pasión, muerte y resurrección del Hijo del hombre; lo contrario serí­a tergiversarla.

La predicción se fundamenta en la “necesidad” establecida por Dios. Antes de que dicho imperativo se cumpla, no puede ser anunciada clara y plenamente su mesianidad (v. 21: después de la confesión de Pedro, Jesús prohí­be que se lo digan a nadie). Y es que, efectivamente, la triple predicción de la pasión alcanza su finalidad en la resurrección, pero tiene su fundamento en la necesidad establecida por Dios (= ). A la acción de los sanedritas se contrapone la acción de Dios. Esta se acentúa más en Lucas que en Marcos. En Lucas Jesús es “el Cristo de Dios”, acentuando más, mediante la unión del regente y del regido (Dios y Jesús) el aspecto histórico-salví­fico (Lc 24, 26: “¿No era necesario que el Mesí­as padeciese esto y entrase en su gloria?”).

Esta trayectoria es la que deben seguir sus discí­pulos (Lc 9, 23-27). Sin la realización llevada a cabo por Jesús, serí­a incomprensible dicha confesión por parte de los discí­pulos.

.2. Enseñanza sobre la suerte del Hijo del hombre (Mc 9, 31)
Es la segunda predicción de la pasión. Su contextualización es de gran interés. Tiene lugar entre Cesarea de Filipo (donde ha tenido lugar la confesión de Pedro) y Cafarnaún. Es como el centro de la actividad de Jesús. “Atravesaban de largo la Galilea”, que es el lugar de la revelación o epifaní­a del Hijo del hombre sufriente, de Jesús como Mesí­as; pero es una revelación oculta, misteriosa. Los discí­pulos han quedado desconcertados y no querí­an sembrar el desconcierto entre la gente. El texto no puede ser más significativo: de largo la Galilea queriendo que nadie lo supiese “porque iba enseñando” (Mc 9, 30).

Se supone que la enseñanza versaba sobre la suerte que iba a correr el Hijo del hombre. Jesús viaja de incógnito, “se esconde” en casa (donde reprende a los discí­pulos por sus pretensiones) y salieron inmediatamente de Galilea (Mc 10,1). Esto significa: que Marcos, después de la confesión de Cesarea, no deja aparecer en público ni a Jesús ni a sus discí­pulos; corrige el punto de vista de los discí­pulos sobre el mesianismo; ellos participaban de la misma mentalidad que los galileos (por eso se oculta ante ellos, después de haberse revelado secretamente a los suyos).

Ante la preferencia de los discí­pulos por un Mesí­as triunfalista, se destaca la oposición entre el Hijo del hombre, el Hombre por excelencia, y los hombres que frustran el plan de Dios y optan por la consigna habitual de “sálvese quien pueda”.

El sentido pleno de la vida entregada es la vida encontrada. La vida-muerte de Jesús es pionera de todas las demás y determinadora de la dirección que deben tomar. Tiene tanta importancia que el éxito de la vida-muerte de los demás depende de que hayan sido configurados con la vida-muerte de Jesús. (D. J. HARRINGTON, Gospel according to , en “The New Jerome Biblical Commentary”, pp. 614-615).

El texto paralelo de Mt 17, 22 coincide con el de Marcos, aunque éste insiste más en lo negativo, en la muerte, para que resalte más la victoria.

Se acentúa la oposición entre “los hombres”, que actúan movidos por los intereses religiosos, teológicos, económicos, polí­ticos (dictaduras…) y “el Hombre”, que sale de sí­ mismo y considera la entrega de su vida a favor de aquellos a los que es entregado para eliminar sus egoí­smos.

El paralelo de Lucas 9, 44, citado literalmente más arriba, habla de la “entrega”: omite la muerte y la resurrección. Se acentúa en él la misma contraposición entre “los hombres” y “el Hombre”. Los hombres simbolizan la oposición a la causa y al programa del Hijo del hombre.

3.3. ón exacta del futuro (Mc 10, 33- 34; Mt 20, 17-19; Lc 18, 31-34)
Hemos llegado a la tercera predicción de la pasión. Aquí­ Jesús no enseña, sino que informa. La multitud de detalles y precisiones concretas apunta a una formulación pospascual. Es la más apretada y completa sí­ntesis que puede ofrecerse del relato de la pasión. Todos los detalles particulares: entrega (= por Dios) a los sanedritas, condenación a muerte por las autoridades del consejo supremo, la entrega a los paganos, los ultrajes, los insultos, las ofensas… pertenecen al relato de la pasión. No es preciso pensar en una tradición particular.

El evangelista ha formulado esta tercera predicción de la pasión como una contrarréplica a un falso discipulado, representado en las apetencias de los hijos del Zebedeo y en la reacción de los demás. Dicha contrarréplica, formulada posteriormente, se halla sintetizada en la afirmación sobre la finalidad y objetivo de los seguidores de Jesús que, a ejemplo del Hijo del hombre, deben pensar en servir a los demás, no en ser servidos por ellos.

Las precisiones particulares mencionadas se hallan reunidas intencionadamente: “Iban subiendo a Jerusalén: Jesús caminaba delante, y ellos iban sobrecogidos y le seguí­an medrosos. Tomando de nuevo a los doce, comenzó a declararles lo que iba a sucederle” (V 32, inmediatamente después es formulada la tercera predicción de la pasión, que es la que tenemos delante). La intencionalidad apuntada pretende poner de relieve la distancia entre Jesús y los doce; se acentúa que el camino de Jesús debe ser también el de sus discí­pulos.

Como la Iglesia vive sólo desde él y para él, se quiere poner de relieve que debe actuar como él (esto no lo entendieron los discí­pulos; lo dicho en 10, 35- 42 sobre “beber el cáliz” significa correr la misma suerte… Ellos en cambio pretenden los primeros puestos. Frente a sus ambiciones humanas y polí­ticas el evangelista destaca acentuadamente la intención ógica. En cuanto a la intención ógica se pretende comunicar a los lectores cristianos que es Jesús quien tiene y retiene la iniciativa; que sus enemigos, aparentemente tan fuertes, son en realidad instrumentos de Dios; que Dios actúa como actor principal en el acontecimiento de la pasión; que sólo en el seguimiento los discí­pulos se hallan en el camino de Jesús. El sentido del sufrimiento del Mesí­as se desvela únicamente ante la obediencia de la fe
La finalidad cristológica se concentra en un versí­culo intencionadamente separado de los que componen la tercera predicción de la pasión: pues el Hijo del hombre ha venido a ser , sino a servir y dar su vida para redención de muchos (Mc 10, 45). En este texto, probablemente, el Hijo del hombre suplantó al “yo”, como lo demuestra el paralelo de Lucas que parece más original y se referirí­a al Jesús terreno (Lc 22, 27).

El motivo de la introducción del v. 45 hay que verlo, desde el punto de vista del evangelista, en todo el contexto: después de establecer el modo de la vida eclesial (w. 42-44) debe intentar ofrecer la fundamentación cristológica de su conducta (vv. 43a. 35-40 y 47). El evangelista utiliza el v. 45 motivado por ello. La fundamentación aludida es ofrecida en una frase confesional cristológica de cuño judeocristiano: la muerte de Jesús como pago-rescate por muchos (1 Tim 2,6; Tit 2, 14; 1 Cor 11, 24-25; 15,3…). Este pensamiento, importante también en la interpretación central de la Cena, hace referencia a ls 53: el , pago o rescate por la libertad de los esclavos.

El pago, ¿fue hecho a Satanás o a Dios? Es una cuestión bizantina que debe quedar abierta. El significado es claro: el sentido de la muerte de Cristo es la liberación del pecado y de la muerte (1 Cor 5, 18; Rom 3, 25).

El término tan técnico de la interpretación de su vida como un rescate (= ) difí­cilmente puede ser atribuido a Jesús. Debe tenerse en cuenta -razones de reflexión teológica aparte- su aislamiento en la tradición. Además falta en el lugar paralelo de Lc 22, 25-27.

Antes de la institución de la eucaristí­a (Mc 14, 21) vuelve a ser mencionado el Hijo del hombre sigue su camino. En este momento el texto está centrado en una triple enseñanza: el cumplimiento de la Escritura (sin que sea mencionada ninguna en particular); el traidor es presentado como un instrumento al servicio del plan divino, pero con grave responsabilidad y culpabilidad; no vale la pena nacer para vivir en oposición a Dios.

Ya en Getsemaní­ vuelve Jesús a hablar del Hijo del hombre que es entregado en manos de los pecadores (Mc 14, 41). Aparece de nuevo el tema de la entrega en manos de los pecadores. ¿A quién se refiere? Se trata de los dirigentes espirituales del pueblo de Dios, de los representantes de Dios en un sistema religioso caducado. Se trata también de los dirigentes polí­ticos, de los encargados de gobernar la ciudad terrena. Ni a unos ni a otros interesa la causa del Hijo del hombre o su proyecto de promoción del hombre. Va en contra de sus intereses. Y esto responde a la historia de todos los tiempos, pero se inició o, al menos, se denunció explí­citamente en aquel tiempo. Esto significa que el hecho en cuestión está en aquella historia y no simple fruto de la invención o especulaciones posteriores.

Junto a estas afirmaciones hay que establecer que la formulación es posterior al suceso, por supuesto. Se remonta a una tradición que se halla recogida en los versí­culos siguientes:

“En verdad os digo que ya no beberé el fruto de la vid hasta aquel dí­a en que lo beba nuevo en el reino de Dios” (v. 25).

“Jesús le respondió: En verdad te digo que tú, hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante dos veces, me negarás tres” (v. 30).

La conclusión es que aquí­ se ha desarrollado una idea teológica fundamental. que acentúa el pensamiento siguiente: el momento del arresto es la hora de la entrega en manos de los pecadores. Una hora que Dios habí­a determinado para llevar a término la obra de la consumación. Algo muy semejante al concepto de “hora” existente en el evangelio de Juan. Esto equivaldrí­a a la justificación de un tí­tulo como el del Hijo del hombre en este momento.

4. Actividad ultraterrena del Hijo del hombre
La tercera fase del Hijo del hombre se centra en su actividad de juez.

4.1. En el momento supremo el Hijo del hombre avergonzará (Mc 8, 38: Lc 12, 8; en Mateo “el Hijo del hombre” es sustituido por el pronombre personal, Mt 10, 32-33) de aquellos que se hayan avergonzado de él. Es una referencia a sus falsos seguidores que serán desenmascarados; el Hijo del hombre demostrará que la moneda, aparentemente de reconocido curso legal, es falsa; que el seguimiento de Jesús era hipócrita e interesado. Recordemos lo dicho sobre la variabilidad entre el “yo” y “el Hijo del hombre”. El Hijo del hombre aparece frecuentemente en las afirmaciones escatológicas de Jesús en las que él se habí­a expresado mediante el pronombre personal de primera persona: “Yo también lo confesaré…” (Mt 10, 32-33), que se convierte en el Hijo del hombre en Mc 8, 38 y en Lc 12, 8. “Cuando el Hijo del hombre se siente sobre el trono de su gloria” (Mt 19, 28), que traduce Mc 10, 29 “por mí­ y por el evangelio” y Lc 18, 29 por “te hemos seguido”. Por otra parte, el texto de Mt 19, 28 no habla de la epifaní­a o manifestación del Hijo del hombre, sino de su señorí­o, del que participarán los suyos. ¿Cuál de las expresiones es más natural?
Esta actitud del Hijo del hombre se corresponde con el comportamiento de sus aparentes discí­pulos que se han de él. Se avergüenzan de él aquellos que han rechazado u ocultado el mensaje de Jesús porque cuestionarí­a o pondrí­a en peligro su posición social y cualquier otro tipo de interés.

De esta forma establecen una jerarquí­a de valores en cuya cima no se encuentra Jesús o el Hijo del hombre, sino el mismo que habla de ello pero, en realidad, no tiene en él, al menos, su último punto de referencia.

4.2. ¿Cuándo y cómo se manifestará dicha “vergüenza” mutua? La respuesta puede ser múltiple:

“Cuando el Hijo del hombre en la gloria del Padre (Mc 8, 38). Dicha gloria significa la manifestación plena de Dios en el Resucitado. Cuando el reino Dios venga en poder (Mc 9,1), cuya presencia se decide ante el sí­ o el no a la pertenencia al Reino, ante la fe o aceptación del mismo o la infidelidad o su rechazo”. Verán al Hijo del hombre venir en su Reino” (Mt 16, 28). Se hallarán presentes santos ángeles (Mc 8, 38) que son los acompañantes habituales del Hijo del hombre o de Dios en sus teofaní­as. Tienen un valor meramente funcional y ornamental.

Ni siquiera la referencia a la gloria de los ángeles nos obliga a pensar en el último dí­a en el sentido tradicional. Se refiere al juicio personal, a la trayectoria de la vida que se convierte en evaluación progresiva ante el Maestro que la valora como los exámenes parciales, superados los cuales la nota final es ya cuestión de la “secretarí­a”. Esto, evidentemente, será visible para los ojos de la fe.

El texto analizado nos habla, como es lógico, del segundo momento o de la última evaluación que mantiene la tensión entre el Hijo del hombre presente-futuro.

Jesús no hablaba remitiendo ad calendas graecas lo que era objeto de su predicación; afirmaba que el futuro se deahora, en la confrontación personal directa con su palabra (Mc 8, 38). La finalidad de lo afirmado en 9,1 es la misma: el hombre no debe engañarse sobre la proximidad acuciante de Dios. Las fórmulas de entonces no son repetibles.

El texto paralelo de Mateo (10, 32-33) lo dice así­: “Pues a todo el que me confesare delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre, que está en los cielos; pero a todo el que me negare delante de los hombres, yo le negaré también delante de mi Padre, que está en los cielos”.

La vergüenza se traduce aquí­ por evaluación, que estará de acuerdo con las obras realizadas. Y éstas se hallan determinadas por la calidad del seguimiento (Mt 16, 24: “negación de sí­ mismo, tomar la cruz y seguimiento”).

La parafernalia de la venida es presentada con í­sticas apocalí­pticas, es decir, que la forma y el modo de su venida es presentado con el recurso a especulaciones y representaciones puramente fantásticas: venida en “las nubes” (Mc 13, 26) significa la pertenencia del Hijo del hombre a la esfera divina. gran gloria es también sí­mbolo de su realeza y condición divina. El gran o la gran potencia significan la posibilidad de comunicar a los hombres una plenitud de vida capaz de superar la muerte.

imágenes cósmicas, como sol que se oscurecerá… (Mc 13, 24-27 y par.) deben ser tomadas en sentido figurado y no indican por sí­ mismas ni el final del mundo ni el de la historia. Piensan en otros simbolismos como las referencias a divinidades astrales que son historificados aplicándolos a determinados acontecimientos históricos, como cambios de poder, de tiraní­as… con mayor o menor fortuna algunos autores (J. MATEOS – E CA-MACHO, Hijo del hombre,ed. el Almendro, 1995, in loco, p. 197). En contraposición a ellos Dios mismo es llamado Potencia. Las estrellas y las potencias son las divinidades paganas o los que persiguen a los que proclaman el evangelio (Mc 13, 9-10).

La visión del del Hijo del hombre (Mt 24, 30) podrí­a ser un argumento de que el texto es anterior al de Marcos y de que estarí­a formado bajo la influencia de Dn 7, 13. La palabra para Mateo pertenece al discurso escatológico. El “signo” no es un fenómeno luminoso (al estilo del relámpago), ni el Hijo del hombre como tal, sino el pendón o la bandera-estandarte para reunir al pueblo de Dios del tiempo último, en alusión a Is 11, 12: “Alzará su estandarte en las naciones, y reunirá a los dispersos de Israel, y juntará a los dispersos de Judá, de los cuatro confines de la tierra”.

Es como la convocatoria de los elegidos de Dios. llegada no es única; ni tiene lugar a lo largo de la historia, particularmente de la historia personal. Al servicio de estas ideas: que Dios hace los suyos se hallan otras imágenes, como “golpearse el pecho” (Zac 12, 10.12.14), la para despertarlos y reunirlos pertenece también al lenguaje apocalí­ptico (1 Tes 4, 16).

Lucas, en el lugar paralelo (21, 27) nos describe la misma realidad con imaginaria idéntica. En relación con Mt 24, 30 únicamente debe notarse la ausencia del “signo”.

4.3. En algunos textos la parusí­a es relacionada con la venida del Hijo del hombre (Mt 24, 27.37.3. Son los únicos, aunque; indirectamente, se habla del mismo tema en la pregunta que los discí­pulos hacen a Jesús en el mismo cap. de Mateo, v.3b). En relación con ellos se imponen las siguientes reflexiones: La del reámpago: la comparación con la parusí­a está en la evidencia, no en lo inesperado y en su repentinidad. La de dí­as de Noé quiere poner de relieve la necesidad de la preparación actual. Los í­as del Hijo del hombre (expresión propia de Lc 17, 24. 26) hacen referencia a una llamada penitencial. Los dí­as del Hijo del hombre en la tierra llegarán pronto al final; en la crisis venidera los hombres desearí­an volverse atrás, pero entonces ya será demasiado tarde.

La parusí­a según los tres textos de Mateo no debe ser entendida en el sentido tradicional. Citamos a continuación dos textos que afirman lo contrario: “Lo mismo vosotros, tenéis que estar preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora que menos penséis” (Mt 24, 44). “Velad, pues, y orad en todo tiempo a fin de que tengáis fuerza para escapar de todas estas cosas que van a suceder y presentaron seguros ante el Hijo del hombre” (Lc 21, 36; que es muy próximo al que acabamos de copiar de Mateo).

El contexto de ambos textos es la parábola de los siervos vigilantes. Aquí­, ciertamente, subyace la tradición de Jesús. Marcos (13, 35) transmite una parábola paralela; en ella, el que viene, inesperadamente, no es el ladrón sino el dueño de la casa. En Mt 21, 42, “el dueño de la casa” se ha convertido en “vuestro Señor” y, de este modo, introdujo a Jesús.

En el proceso ante el sanedrí­n tenemos las palabras más coercitivas en el sentido de la identificación de venida del Hijo del hombre y el final de los tiempos:
“¿Eres tú el Mesí­as, el Hijo del Bendito? Jesús dijo: Yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo” (Mc 14, 62).

Se trata de una visión o escenificación del triunfo que alcanzará aquel que ha sido considerado como blasfemo por los dirigentes espirituales de su pueblo y que, por ello, habí­a sido condenado a muerte.

Esta identificación se halla exigida por la ley del paralelismo. El único acto: resurrección – exaltación – ascensión – parusí­a fue separado en dos por la Iglesia: uno perteneciente al pasado, la resurrección, y otro referente al futuro, su venida sobre las nubes. (C. H. DODD, parábolas del Reino, original publicado en 1938, traducido por Cristiandad, p. 101).

tiempo indefinido nunca es signo de consuelo. ¿Podrí­a aducirse como signo de triunfo y de victoria, para los amigos o los enemigos de Jesús, un acontecimiento tan remoto que nadie se atreverí­a hoy a calcular los millones de años que tardarí­a en producirse? Naturalmente que los contemporáneos de Jesús no medí­an la duración del tiempo por unidades de millón. No obstante, el acontecimiento al que hace referencia Jesús obligaba a sus contemporáneos a pensar en un tiempo más o menos lejano, en un acontecimiento remoto e impredecible, que no podí­a servir de consuelo ni de esperanza para nadie, ni para los discí­pulos de Jesús ni para sus enemigos.

Y ahí­ está precisamente la contradicción, porque tanto Mateo como Lucas afirman que tendrá lugar “desde ahora” (Mt 26, 64; Lc 22, 69).

Lo que comienza ahora es el reino de Cristo. Iniciado con su venida “en la plenitud de los tiempos” (Gal 4, 4), llega a su perfección con su “sesión a la derecha del Padre y con su venida sobre las nubes del cielo”. En ellas alcanza su plenitud, su perfección y la escenificación más llamativa el reino de Cristo. Las imágenes hacen referencia a la irrupción del reino de Dios en la historia. En ella Jesús asume el papel “escatológico” del Hijo del hombre.

“parusí­a y el juicio”. Lo absoluto, lo totalmente otro, ha penetrado en el espacio y en el tiempo. Y así­ como el reino de Dios y el Hijo del hombre han llegado, así­ también ha llegado -sin esperar al clásico fin del mundo y al juicio universal- el juicio existencial, dependiente de la actitud del hombre ante dicha realidad divina y la bienaventuranza.

Jesús se reconoce como el Mesí­as, pero como un Mesí­as por el tamiz del Hijo del hombre. Esto significa el cambio radical en las esperanzas judí­as. Y también una amenaza muy seria. Los jueces de Jesús quedan sometidos al veredicto de Jesús como juez, en su calidad de Hijo del hombre. Amenaza que va implí­cita en el “veréis”. Ante la perspectiva de su condenación, Jesús manifiesta la certeza de su justificación-aprobación por Dios y el rechazo-condenación de sus condenadores por él mismo, en cuanto juez escatológico, en cuanto Hijo del hombre. (R. PESCH, Markus-evangelium, I, en “Theologischer Kommentarzum Neuen Testament”, Herder, 1977, pp. 437-439).

En cuanto la imaginerí­a apocalí­ptica, lo anunciado apocalí­pticamente para el futuro comienza a hacerse realidad en el presente. Pero este presente histórico es incapaz de contener todo el significado de lo absoluto. Por eso, las imágenes conservan su significado como sí­mbolos de las realidades eternas, las cuales, aunque penetran en la historia, no se agotan nunca en ella. El Hijo del hombre ha venido, viene y seguirá viniendo.

Estas formas de futuro son simples acomodaciones de lenguaje. El cómputo divino del tiempo no coincide con el de la cronologí­a humana. En Dios no hay un antes ni un después. Lo mismo ocurre con la venida del Hijo del hombre en las nubes del cielo “a partir de ahora”. Vino, viene y vendrá. Y esta venida permanente coincide con el “hoy” de Dios, se cronologuiza y se personaliza en el encuentro del hombre con él, y en su actitud y opción por él o en su contra.

El juicio final o el tiempo último es intemporal. Se temporaliza en el decurso del devenir humano y de la historia individual. Lo único seguro anunciado por Jesús en esta cuestión es la venida del reino de Dios. Las formas de su venida y el cuándo de la misma son presentadas recurriendo al módulo de las realidades humanas. Jesús, con su presencia y con todo lo que ella significa, incluida su resurrección, convirtió en realidad el mundo nuevo, el reino de Dios. Una posibilidad de gracia o juicio, de bienaventuranza o desdicha, dependientes de la actitud del hombre ante el Reino.

Lo que no se puede controlar en la historia por los métodos histórico-crí­ticos es representado como un acontecimiento futuro mediante descripciones simbólico-apocalí­pticas. Estas son siempre funcionales. Se hallan al servicio de la realidad que ellas manifiestan y o significan.

Entre otros posibles proverbios, el más importante es la ñal de Jonás (Lc 11, 30; Mt 12, 29-40; Mc 8, 11). La “generación” adúltera e infiel deberí­a haber reaccionado como los ninivitas. El Hijo del hombre debí­a haber significado para sus contemporáneos lo que Jonás fue para los ninivitas: una palabra que revolucionase su vida y su conducta. Más aún, la parusí­a-venida de Jesús posterior a la pascua deberí­a haber significado un nuevo aldabonazo para sus conciencias.

5. El Hijo del hombre, el Hombre y los hombres
Este último punto tiene la finalidad de armonizar las tres realidades apuntadas. El Hijo del hombre, figura humano-celeste, es el Hombre por excelencia, que atrae hacia sí­ e incluye en su figura a los hombres, no sólo como modelo para ellos sino como impulsor de su plena realización.

La predicación del reino de Dios y el anuncio de su proximidad-presencia constituyen el centro de gravedad de la predicación de Jesús. Ahora bien, como este tema apenas se halla unido en la tradición antigua con el Hijo del hombre, la conclusión es que esta figura era desconocida para Jesús y que pertenece a la elaboración dogmática de la comunidad. Esta alternativa se halla confirmada por el planteamiento que hacen otros autores: “…en el estrato más antiguo de la tradición no existe conexión entre el reino de Dios y el Hijo del hombre. Un resultado que es tanto más soprendente cuanto que en el texto de Dn 7, 13- 27 ambos conceptos están unidos” (H. CONZELMANN, JeChristus, en RGG, III, col. 630-631).

5.1. Jesús es Hijo del hombre lo mismo que es Reino. Esta proporcionalidad implica la inseparabilidad de ambas realidades. Más aún, imposibilidad de su existencia sin la figura de Jesús. El Hijo del hombre no es un sí­mbolo alternativo ni un duplicado del Reino. Nace realmente de la confrontación de Jesús con el ambiente judí­o receloso y hostil que critica sus pretensiones de hacer presente y activo con sus opciones y sus palabras anticonformistas el señorí­o de Dios. ¿Quién se imagina que es? ¡Uno que sólo encuentra seguidores entre los pecadores y publicanos!
Jesús responde a estas insinuaciones crí­ticas sobre el hombre (el nash, arameo) remitiendo al juicio de Dios, ya que ese “hombre” es el que anuncia e inaugura el reino de Dios. Por eso mismo, el que ya ahora se decide en favor o en contra de Jesús decide también el éxito o el fracaso de su destino ante Dios. El reino de Dios al final se realiza como juicio irrevocable de ruina o de salvación en relación con las decisiones tomadas aquí­ y ahora frente al anuncio y la persona de Jesús.

El sí­mbolo del Hijo del hombre expresa la urgencia y la seriedad de la llamada que resuena en la proclamación del reino de Dios por medio de las palabras y de las tomas de posición de Jesús. Ningún hombre puede sustraerse a esa decisión que el Hijo del hombre, futuro delegado del juicio de Dios, anticipa ya desde ahora en la historia humana (R. FABRIS, Jesús de . Historia e interpretación, Sí­gueme, 1985, 200-201).

5.2. Jesús es el Hijo del hombre lo mismo que es el Reino. El es autor de ambas realidades tanto en su fase fundante o constituyente como en su desarrollo hasta alcanzar la consumación. La novedad paradójica de la vida de Jesús, el instaurador del Reino, criticado y condenado por los hombres, es lo que hace explotar todo el amasijo de viejos modelos religiosos y culturales y producir nuevos sí­mbolos para fundamentar y expresar una relación distinta con Dios y entre los hombres. Uno de los sí­mbolos, generador de nuevos significados para el vivir humano, es el Hijo del hombre.

Ni un simple equí­voco lingüí­stico, ni la esperanza escatológica de las comunidades primitivas, ni la exaltación carismática de los discí­pulos, pueden explicar la novedad y el dinamismo espiritual que encierra esta figura simbólica, con la que Jesús expresa su última esperanza, una esperanza que se desarrolla históricamente entre el anuncio del reino de Dios y el camino hacia la muerte. El Hijo del hombre, solidario en la fragilidad y en su impotencia con la condición moral de todos los hombres, se revela en Jesús crucificado, resucitado por Dios en su identidad definitiva como partí­cipe de la gloria y del poder de Dios. Esta toma de conciencia, explí­cita y cumplida, es la que los discí­pulos expresan después de la pascua cuando aplican a Jesús el tí­tulo de Hijo del hombre y releen sus palabras como anuncios proféticos de su “venida” en la gloria. (Remitimos de nuevo a R. FABRIS, pp. 201-202).

5.3. Jesús es presente y futuro, lo mismo que lo son el Hijo del hombre y el Reino; modesta, insignificante, casi invisible en su primera fase y magnanimidad en el tiempo de su exaltación y gloria. El Hijo del hombre y el Reino son dos “sí­mbolos en tensión”, que los hace particularmente cercanos.

La tensión entre el Reino humilde e insignificante en sus comienzos, como la mostaza, el fermento… y su desarrollo inmensamente desproporcionado, constituye su dinámica esencial. Es la ley del Reino. La alternativa del Reino como realidad “presente-futura” se resuelve admitiendo que Jesús parte de la apocalí­ptica. De ahí­ el aspecto y las afirmaciones de futuridad.

Pero él supera el carácter apocalí­ptico trasladándolo al terreno de la existencia. De este modo surge la relación entre presencia y futuridad —desde su aspecto existencial— de tal modo que el Reino se hace comprensible y asequible en sus palabras, en la conducta y en la presencia misma de Jesús. Y de este modo las afirmaciones futuras y presentes alcanzan, desde el punto de vista de la salud-salvación ofrecida hoy un sentido unitario: el tiempo en cuanto ha llegado al final; lo que nos queda es espacio para la penitencia. Así­ desaparece la preocupación apocalí­ptica acerca del tiempo del encuentro presente o futuro (H. CONZELMANN, art. ., col. 914-915).

5.4. Jesús es presencia de Dios, lo mismo que el Hijo del hombre y que el reino de Dios. decisiva y decisoria. El hombre juega su suerte por su actitud ante ella en la medida en que dicha presencia se hace cognoscible para el hombre. Tanto el anuncio del Reino como el Hijo del hombre son llamadas envolventes. La orientación humana de la vida se ve desorientada por una posibilidad nueva que la cambia y puede terminar en una alternativa: seguir la orientación primera, según la cual ha caminado el hombre hasta ahora, o reorientarse de nuevo teniendo en cuenta las nuevas posibilidades ofrecidas por las parábolas o por la palabra de Jesús en general o ante el anuncio del Hijo del hombre.

El principio fundamental “reorientador” se centra en la decisión humana y el consiguiente juicio divino que se realizan en el tiempo presente, en la vida de cada dí­a. tiempo futuro es éste, presente. El tiempo último o el último dí­a llega cuando se pasa la última hoja del calendario de nuestros dí­as. Lo que normalmente entendemos por “juicio último” lo estamos realizando a diario en el marco de la existencia concreta, como los criados vigilantes que, por serlo, son declarados bienaventurados (Mc 13, 32- 37; Mt 25, 21.23. 26). El tribunal ante el cual debemos dar razón y explicación de nuestros actos está colocado en el interior de nuestra conciencia. Este principio desorientador y reorientador es la tarea esencial del Reino y la del Hijo del hombre. Tanto el uno como el otro tienen la finalidad de sacudir con fuerza al hombre para obligarlo, sin coacción, a la decisión ante las nuevas posibilidades abiertas por las dos realidades mencionadas que, en el fondo, son la misma. (FELIPE F. RAMOS, Reino en Parábolas, Salamanca, 1996, p. 98).

6. Nueva presentación del Hijo del hombre
Es la que nos ofrece el cuarto evangelio. La identidad común con los sinópticos se centra en que unos y otros hablan de él para designar a la persona enviada por Dios a nuestro mundo para redimir al hombre; en ambos bloques el tí­tulo aparece exclusivamente en labios de Jesús; las influencias o reminiscencias son inegables; coinciden en la necesidad de que el Hijo del hombre tiene que pasar por serias dificultades, incluida la muerte, por fidelidad a la voluntad de Dios, y tanto este aspecto como el de la cruz son importantes en ambos, al par que muy distintos.

6.1. Hijo del hombre unificado en sus distintas fases. En el Hijo del hombre joánico no existen los tres perí­odos diferenciadores de su actividad, que caracterizan a los sinópticos. Más aun, en el evangelio de Juan no encontramos vestigio alguno de crecimiento, de su crecimiento hasta llegar a la madurez que tendrí­a lugar en su parusí­a o segunda visita en la que aparece claramente destacado su señorí­o único. Sólo en ese momento se presenta como el Juez soberano ante cuya presencia, examen y decisión son convocados todos los hombres de todos los tiempos. En el evangelio de Juan no tenemos siquiera relatos de la infancia, ni asombro alguno ante el crecimiento del Niño en edad, sabidurí­a y gracia ante Dios y ante los hombres.

Desde el primer texto en que aparece el Hijo del hombre hasta el último todos nos presentan la misma magnitud divina en perfecta unión e í­ntimo consorcio con Jesús de Nazaret.

Como anticipo de la “novedad” mencionada ofrecemos a continuación un elenco cuantitativo de los pasajes en que el cuarto evangelio recurre a la expresión Hijo del hombre: 1°) Jesús promete a sus discí­pulos que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre (1, 51). El Hijo del hombre equivale aquí­ a la meta hacia la que caminan los discí­pulos, 2°) En 3,13 afirma el evangelista que “Nadie sube al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo”. Estas complejas palabras contestan probablemente a la pregunta sobre quién puede subir al cielo; 3°) La tercera mención del Hijo del hombre le presenta siendo “elevado” como lo fue la serpiente levantada por Moisés a modo de estandarte en el desierto, “para que todo el que creyere en él tenga la vida eterna”. La vida que tiene el Hijo le ha sido concedida por el Padre que “le dio también poder de juzgar por cuanto que él es el Hijo del hombre” (3, 14-15; es la cuarta vez que es mencionado el Hijo del hombre); 5°) El hombre debe procurarse no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que el Hijo del hombre os da, porque Dios Padre le ha sellado con su sello (6,27); 6°) La posesión de la vida eterna depende de comer y beber la carne y la sangre del Hijo del hombre (6, 53); 7°) Jesús asegura que el Hijo del hombre volverá a subir donde estaba antes (6, 62); si le vieran subir alli, mediante la fe, desaparecerí­a el escándalo que ha surgido de exponer sus pretensiones de “ser de arriba”. 8°) La categorí­a divina del Hijo del hombre es afirmada en una de las frases más difí­ciles de todo el evangelio: “Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que no hago nada de mí­ mismo sino que, según me enseñó el Padre, así­ hablo” (8, 28). 9°) Jesús provoca la fe del ciego de nacimiento en el Hijo del hombre y, ante su pregunta, se identifica con él (9, 35). El Hijo del hombre es identificado por el ciego de nacimiento curado con el Mesí­as y desea saber quién es para creer en él. 10°) La respuesta desconcertante dada por Jesús a Felipe y Andrés cuando le pidieron que recibiese en audiencia a unos griegos que querí­an verle, deja de serlo si entendemos lo que significa el verbo “glorificar”: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre será glorificado” (12, 23). 11°) Ante la afirmación de Jesús sobre la elevación del Hijo del hombre la gente pregunta: “¿Quién es ese Hijo del hombre?” (12, 34). La pregunta le es hecha a Jesús desde las expectativas judí­as sobre un Mesí­as glorioso y en modo alguno sufriente. 12°) Cuando salió Judas del Cenáculo Jesús pronunció estas palabras: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre, y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, Dios también lo glorificará a él, y le glorificará en seguida” (13, 31-32). Cinco frases y otras tantas repeticiones del verbo “glorificar” aplicado en pasado y en futuro al Hijo del hombre y a Dios. Esto significa que la ida de Jesús a la muerte es su glorificación.

Terminamos este apartado remitido al tí­tulo del mismo. Desde la preexistencia hasta la glorificación, a lo largo de su existencia entre nosotros, de su presencia operante en sus palabras y en sus hechos, el cuarto evangelio la misma figura del Hijo del hombre en la que Dios se dio cita con el hombre, la revelación definitiva de Dios. Quien cree en él tiene por ello la vida eterna (F. Hahn).

.2. El Hijo del hombre como Revelador del Padre. El tí­tulo de Revelador no es dado nunca a Cristo en el cuarto evangelio. Sin embargo es el que mejor expresa su identidad. Esta afirmación es perfectamente aplicable al Hijo del hombre. El Hijo, en su calidad de ser humano, en cuanto persona humana, en cuanto Hijo del hombre vive siempre unido con su Padre de tal modo que su ser y quehacer es el espejo perfecto en el que el Padre se manifiesta.

Esta unidad en el ser y en el actuar la autoexpresa Jesús en la célebre frase de 1, 51/ Gen 28,12. En el Hijo del hombre se ha manifestado la realidad divina. En su vida y en su muerte se realiza.

subida y bajada de los ángeles sobre el del hombre (Gen 28, 12) significa que Dios está presente en él, que su persona es el lugar donde Dios se manifiesta y se comunica a los hombres. Jesús es el nuevo Betel, la nueva “casa de Dios” (X. LEí“N – DUFOUR, del evangelio de Juan, in loco). El intercambio continuo entre el cielo y la tierra indica que él es la revelación de Dios y esto lo verán los discí­pulos poco a poco a lo largo de su vida.

Juan quiere que, desde el primer momento, el lector se fije en la plena revelación que tendrá lugar al fin de la vida de Jesús. (H. VAN DEN BUSSCHE, en su comentario al evangelio de Juan).

La respuesta de Jesús ante la sorpresa de la gente por sus palabras la elevación del Hijo del hombre (12, 3) sitúa también al Hijo del hombre en el terreno de la revelación: el caminar en la luz es lo opuesto a caminar en las tinieblas, en la oposición a la voluntad de Dios. El es la luz, es decir, la salud reveladora en medio de las tinieblas. Se está utilizando el concepto dualista de la revelación (J. BECKER, comentario al cuarto evangelio, in loco).

6.3. Hijo del hombre juez. Este aspecto del Hijo del hombre es la caracterí­stica más acusada de esta figura en la apocalí­ptica judí­a. En este sentido pasó a la tradición sinóptica. De ahí­ la precisión que le es añadido: el “apocalí­ptico” Hijo del hombre. El evangelio de Juan recoge este eco fundamental pero, como es habitual en él, lo joaniza. Desde luego que es juez porque es el Hijo del hombre. El texto no puede ser más claro (5, 27). Pero lo es de distinta manera.

El punto de partida para el cuarto evangelio es doble: la ón del mensaje de Jesús y la consiguiente actualización de lo que en la apocalí­ptica judí­a se esperaba para el fin de los tiempos. El tiempo último es éste. La visión del Hijo del hombre no se diversifica en perí­odos de actividad diversa. Su misión coincide con su parusí­a y viceversa, la parusí­a es la realización de su misión. Esto es lo que hace que el juicio y la vida, el Juez y el dador de la vida aparezcan yuxtapuestos.

El evangelista utiliza al Hijo del hombre como medio para armonizar de alguna manera la escatologí­a tradicional, vinculada al “apocalí­ptico” Hijo del hombre, y la escatologí­a existencial, vivencial, realizada ya en parte aunque caminando todaví­a hacia la consumación. Y lo hace desapocaliptizando dicha figura y personalizándola en la actitud de cada hombre ante ella. (E E RAMOS, Hijo del hombre el Reino…).

.4. El Hijo del hombre como mediador. El Hijo del hombre es el revelador, el juez y el mediador, aparte de otras posibles resonancias implicadas en dicho tí­tulo. Queremos subrayar aquí­, antes de desarrollar este nuevo aspecto, que cada una de las acentuaciones que definen al Hijo del hombre no es del todo separable ni independiente de las otras. No constituyen compartimentos estancos ni autonomí­as absolutas. Más bien lo contrario. Los distintos aspectos existentes bajo un denominador común, como el del Hijo del hombre, se hallan interrelacionados y cada uno de ellos se halla ya presente en los otros. La “mediación” del Hijo del hombre se halla implí­cita en su categorí­a de revelador, por ejemplo, y no menos incluida en la de juez. Esto no obstante queremos detenernos en su aspecto de “mediador”.

Etimológicamente la expresión “hijo del hombre o hijo de hombre” significa un miembro de la familia humana. Este es el punto de partida para hablar del Hijo del hombre como mediador. Presentar al Hijo del hombre como mediador significa afirmar que es el unificador de dos realidades distintas. Ya hemos hecho referencia a la primera: la familia o la raza humana; la realidad de abajo; aquella a la que nosotros pertenecemos y en la que vivimos.

Por contraposición, la otra debe ser la de arriba, a la que nosotros no tenemos acceso, la realidad de Dios. La imagen de los ángeles subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre expresa dicha mediación o unificación.

Los ángeles no son los seres personales a los que está acostumbrada nuestra consideración. Son figuras funcionales representativas del mundo divino. Este mismo ya se halla expresado también en el mismo tí­tulo que, además de indicar la realidad humana, contiene también la divina simbolizada en el contenido que a dicho tí­tulo habí­a dado la apocalí­ptica. La apertura del cielo tiene la finalidad de hacer visible, asequible, participable una realidad de la que el hombre tiene una cierta añoranza, una precomprensión, pero que, para él, resulta inasequible, inalcanzable, por mucho interés y esfuerzo que ponga en acercarse a ella
El cielo abierto indica que la realidad descrita se ha hecho visible, asequible, alcanzable, participable. En el Hijo del hombre se une lo humano y lo divino, lo visible y lo invisible, lo perfectible y lo perfecto, lo inmanente y lo trascendente, lo temporal y lo eterno, el hombre y Dios.

El Hijo del hombre es un tí­tulo totalmente dependiente de la encarnación. Algunos autores como O. Culmann y C. Golpe sugieren que Jn 1, 14: Logos se carne, es una posible referencia al Hijo del hombre y F. M. Braun explica la relación entre el Logos y el Hijo del hombre. Cuando el Logos se hizo carne se hizo Hijo del hombre. El punto culminante de la revelación y del juicio tuvo lugar en la cruz. Después de la glorificación del Hijo del hombre en la “elevación” a la cruz el tí­tulo ya no tiene ulterior significado en Juan. (La cita tomada de F. J. Moloney, en Johannine Son of Man, p. 213, hace referencia a los artí­culos u obras de los autores citados: O. Cullmann, en su cristologí­a; el artí­culo de C.Colpe, en la obra que citaremos al final, y la obra de E J. BRAUN, Mes, Logos et Fils de l7iomme).

El Hijo del hombre es, por tanto, en el cuarto evangelio, el Hijo o el Hijo de Dios que encuentra a los hombres en Jesús de Nazaret, el Jesús .de Nazaret terreno, y de este modo posibilita la comunicación necesaria con el mundo celeste. Juan ha subordinado conscientemente este tí­tulo apocalí­ptico al del Hijo de Dios y a la cristologí­a del Enviado.

Teniendo esto en cuenta, el Hijo del hombre no es en modo alguno sinónimo de hombre ni la representación del pueblo de Dios del A.T., sino el Dios preexistente, celeste, que descendió a la esfera humana de las tinieblas y de la mentira, que llama a los suyos a la filiación divina y que después de una corta actividad salví­fica, sin haber estado separado ni un momento del mundo celeste, vuelve de nuevo a su reino de gloria y entonces recibe a los renacidos, a los que han sido trasladados al mundo divino por la acción del Espí­ritu, definitivamente en las moradas o habitaciones celestes que el Padre les ha preparado.

.5. El hijo del hombre como universal. Comenzamos este último desarrollo recordando un párrafo ya escrito a propósito del texto de 1, 51: “los ángeles que suben y bajan sobre el Hijo del hombre”. Partiendo de él afirmamos,y ahora repetimos, que la realidad descrita se ha hecho visible, asequible, alcanzable, participable. En el Hijo del hombre se une lo humano y lo divino, lo visible y lo invisible, lo perfectible y lo perfecto, lo inmanente y lo trascendente, lo temporal y lo eterno, Dios y el hombre.

Entre estos extremos se debatió el Hijo del hombre. Y logró armonizarlos en su persona. Entre estos extremos nos debatimos nosotros, ¿cómo lograr armonizarlos?
No olvidemos que fue la resurrección de Jesús la que resucitó el pasado de Jesús. Sin ella Jesús de Nazaret no hubiese alcanzado la categorí­a que le confiere la fe cristiana. No hubiese llegado a ser el Hijo del hombre sin su resurrección. Y esto no contradice lo que hemos llamado la joanización del Hijo del hombre por el cuarto evangelio. El Hijo del hombre joánico realiza en el presente lo que el Hijo apocalí­ptico del hombre ejercí­a en los sinópticos y en la apocalí­ptica judí­a. Pero la joanización es una anticipación, una epifaní­a proléptica, una retroyección al presente de una realidad futura, una ulterior reflexión joánica de la teologí­a cristiana primitiva sobre el Hijo del hombre. Ulterior reflexión convertida en una retroyección del futuro al pasado (H. van denBussche). > hijo de Dios; filiación; padre.

BIBL. – C. COLPE, ‘O uiós tou anthropou, en TWzNT; G. VERMES, ús el judí­o, Atajos, 1994; J. D. CROSSAN, ús. Vida de un campesino judí­o, Crí­tica, 1994; J. MATEOS – F. CAMACHO, Hijo del hombre, De. el Almendro, 1995; FELIPE F. RAMOS, Hijo del hombre y el Reino. – El Hijo del hombre en el cuarto evangelio, en Studium Legionense, 1998-1999. La “figura” del Hijo del hombre, en Naturaleza Gracia, 1998.

F. Ramos

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Expresión ambigua de usos distintos en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Hijo del hombre es la traducción del arameo bar emash y del hebreo bem adam; semánticamente indica un “hombre”, un ser que pertenece a la raza humana.

En el Antiguo Testamento se usa a menudo este nombre en el libro de Ezequiel, donde el profeta es llamado hasta 93 veces por Yahveh con la expresión “hijo de hombre”; en este contexto significa simplemente un “hombre’. El uso peculiar de esta expresión como se encuentra en el libro de Daniel exige una explicación distinta. En Dn 7 13- 14 se dice: “Seguí­a yo contemplando estas visiones nocturnas y vi venir sobre las nubes a alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacia el anciano y fue conducido por él. Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le serví­an, Su poder es eterno y nunca pasará, y su reino jamás será destruido “. Este texto ha recibido diversas interpretaciones y hasta hoy no es posible señalar una solución definitiva. El problema sobre la interpretación del “hijo de hombre’ toca diversos problemas :¿quién es?, ¿es un individuo o una colectividad?, ¿cuál es su misión?, ¿de qué modo se relaciona este texto con el contexto más amplio? La crí­tica, de todos modos, puede ofrecer estos resultados; el personaje de la visión tiene un valor simbólico: además, es representativo de una realidad más amplia y compleja. La teorí­a de la corporate persomality es la que mejor puede explicar el enigma: el “hijo de hombre’ de Daniel no puede reducirse ni a un individuo ni a una colectividad, sino que indica una personalidad colectiva. Con el personaje de esta visión se desea expresar la esperanza mesiánica que nunca habí­a fallado en medio del pueblo y que en este perí­odo, caracterizado por la perspectiva escatológica, asume las facciones de aquel que vendrá a establecer el reino de Yahveh. Las caracterí­sticas de la gloria, poder, juicio, que se describen, añaden a la figura del mesianismo que ya se tení­a anteriormente la connotación de la gloria escatológica que hasta ahora no estaba presente en los textos.

Para el Nuevo Testamento, esta expresión asume un carácter todaví­a más importante y definitivo. Aparece só1o en los evangelios (exceptuando algunas citas del Apocalipsis, Hebreos y Hechos) en 82 ocasiones. Y solamente en labios de Jesús. Algunas observaciones de orden crí­tico permiten destacar lo siguiente:

1. Los textos presentan una simple transliteración del arameo hasta tal punto que, en contra de toda regla, insertan un doble artí­culo en el griego, que obliga a traducir “el hijo del hombre’ para expresar ulteriormente la idea del determinativo.

2. Todos los textos relacionados con esta expresión se pueden reducir a tres categorí­as: a) el ministerio en la tierra del hijo del hombre; b) su pasión, muerte y resurrección; c) su gloria escatológica y el retorno correspondiente al final de los tiempos.

3. Se nota además un uso diferenciado. En algunos casos esta expresión indica sólo “un hombre’, mientras que en otros se convierte en un verdadero tí­tulo mesiánico; en otros casos, al menos 37 veces, el pronombre personal ha sido sustituido por el tí­tulo y esto hace optar por el carácter arcaico de los textos con el pronombre.

4. En 13 casos en los que se usa “hijo del hombre” no se tiene ningún cotejo fuera de la expresión, que ha entrado entonces directamente en los evangelios desde su origen.

Estas observaciones permiten orientamos ya hacia un fuerte carácter arcaico de esta expresión. Hay que añadir además que en los evangelios se advierte un uso de “hijo del hombre” muy particular, sobre todo si lo comparamos con el texto de Dn7,13-14. En efecto, en el Nuevo Testamento “hijo del hombre” va referido directamente a la persona histórica de Jesús, que con esta expresión ha querido identificarse a sí­ mismo y su misión. No cabe ninguna duda sobre el hecho de que esta identificación se dirige y refiere a Jesús de Nazaret. Los evangelios añaden a ]a expresión de gloria que posee el Hijo del hombre, la del sufrimiento y la pasión, que eran totalmente desconocidas y que crean una profunda discontinuidad con la idea veterotestamentaria.

La expresión no es una creación de la comunidad primitiva – siguiendo las huellas de ciertos textos extrabí­blicos que han resultado ser de una época posterior a los evangelios -, sino que ha sido más bien formulada por el mismo Jesús, que de este modo ha mantenido ininterrumpidamente su estilo revelativo: desvelar y velar al mismo tiempo.

“Hijo del hombre” se fue haciendo progresivamente un tí­tulo mesiánico con el que la comunidad primitiva identificó a Jesús con el Señor escatológico, pero esto sólo porque lo habí­a usado el propio Jesús para manifestar su misterio. En efecto, no se explica por qué la comunidad habrí­a creado un tí­tulo, si luego no lo utilizó en los himnos, en las oraciones ni siquiera en las profesiones de fe.

Con esta expresión Jesús pudo fácilmente señalar los rasgos de su misión: la obtención de la gloria, pero sólo a través de la pasión. Esto permite comprender la desorientación del pueblo y de los mismos discí­pulos que no le comprendí­an, cuando Jesús les hablaba de su pasión utilizando la imagen del “hijo del hombre’ (Mc 8,3133). De todas formas, con “Hijo del hombre ” los creyentes gozan de una de las expresiones más sagradas, ya que la utilizó el propio Maestro para hablar de sí­ mismo y de su misterio de salvación.

R. Fisichella

Bibl.: R. Fabris, Mesianismo escatológico y aparición de Cristo, en DTI, III, 497-514; O. Michel, Hijo del hombre, en DTNT 11, 280292; B. Forte, Jesús de Nazaret, San Pablo, Madrid 1983; L. Sabourin, Los nombres, los tí­tulos de Cristo, San Esteban, Salamanca 1965; R. Fisichella, La revelación, evento y credibilidad, Sí­gueme, Salamanca 1978.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Se utiliza principalmente como traducción de la expresión hebrea ben–´a·dhám. En este caso ´a·dhám, más bien que referirse a Adán como persona, tiene el sentido genérico de †œhumanidad†, por lo que, en esencia, la expresión ben–´a·dhám significa †œhijo de la humanidad; hijo humano o terrestre†. (Sl 80:17; 146:3; Jer 49:18, 33.) A menudo se utiliza esta expresión en paralelo con otros términos hebreos para †œhombre†, a saber: ´isch, que significa †œvarón† (compárese con Nú 23:19; Job 35:8; Jer 50:40) y ´enóhsch, †œhombre mortal†. (Compárese con Sl 8:4; Isa 51:12; 56:2.) En el Salmo 144:3 la expresión †œhijo del hombre mortal† viene del hebreo ben–´enóhsch, mientras que en Daniel 7:13 aparece el equivalente arameo (bar ´enásch).
En griego esa expresión es hui·ós tou an·thro·pou, cuya última parte representa la palabra genérica griega para †œhombre† (án·thro·pos). (Mt 16:27.)
El libro de las Escrituras Hebreas donde aparece con más frecuencia esa expresión es Ezequiel, donde Dios se dirige al profeta como †œhijo del hombre† más de noventa veces. (Eze 2:1, 3, 6, 8.) Parece ser que el que se llame de esta manera al profeta sirve para destacar que solo es una criatura humana, y así­ realza el contraste que existe entre el vocero humano y la Fuente de su mensaje, el Dios Altí­simo. En Daniel 8:17 se llama del mismo modo al profeta Daniel.

Cristo Jesús, †œel Hijo del hombre†. En los evangelios se encuentra esta expresión casi ochenta veces, y en todos los casos aplica a Jesucristo. El la utilizó para referirse a sí­ mismo. (Mt 8:20; 9:6; 10:23.) Además de aparecer en los evangelios, también se encuentra en Hechos 7:56; Hebreos 2:6; Revelación 1:13 y 14:14.
El que Jesús se aplicase a sí­ mismo esta expresión mostraba con claridad que el Hijo de Dios era en realidad un ser humano, que †œvino a ser carne†. (Jn 1:14.) Era †œprocedente de una mujer†, puesto que la virgen hebrea Marí­a lo habí­a concebido y dado a luz. (Gál 4:4; Lu 1:34-36.) Por consiguiente, no †œse encarnó† o simplemente materializó un cuerpo humano, como habí­an hecho antes ciertos ángeles, sino que llegó a ser un verdadero †˜hijo de la humanidad†™ al nacer de una madre humana. (Compárese con 1Jn 4:2, 3; 2Jn 7; véase CARNE.)
Por esta razón el apóstol Pablo podí­a aplicar el Salmo 8 a Jesucristo. En su carta a los Hebreos (2:5-9) Pablo citó los versí­culos que dicen: †œ¿Qué es el hombre mortal [´enóhsch] para que lo tengas presente, y el hijo del hombre terrestre [ben–´a·dhám] para que cuides de él? También procediste a hacerlo un poco menor que los que tienen parecido a Dios [†œun poco inferior a los ángeles†, en Hebreos 2:7], y con gloria y esplendor entonces lo coronaste. Lo haces dominar sobre las obras de tus manos; todo lo has puesto debajo de sus pies†. (Sl 8:4-6; compárese con Sl 144:3.) Pablo muestra que, para cumplir este salmo profético, Jesús fue hecho en realidad †œun poco inferior a los ángeles† y verdaderamente llegó a ser un †œhijo [mortal] del hombre terrestre†, para que muriese como tal y así­ †œgustase la muerte por todo hombre†, para que después su Padre, que lo resucitó, lo coronara con gloria y esplendor. (Heb 2:8, 9; compárese con el vs. 14; Flp 2:5-9.)
Por lo tanto, la designación †œHijo del hombre† también sirve para identificar a Jesucristo como el gran Congénere de la humanidad, aquel que tiene el poder de rescate para redimirla de la esclavitud al pecado y la muerte, y como el gran Vengador de la sangre. (Le 25:48, 49; Nú 35:1-29; véanse RECOMPRA, RECOMPRADOR; RESCATE; VENGADOR DE LA SANGRE.)
Por consiguiente, el que a Jesús se le llamara †œHijo de David† (Mt 1:1; 9:27) destaca el hecho de que era el heredero del pacto del Reino que se cumplirí­a en el linaje de David; el que se le llamase †œHijo del hombre† indica que es de la raza humana en virtud de su nacimiento carnal, y el que se le llame †œHijo de Dios† subraya su origen divino, que no descendió del pecador Adán ni heredó la imperfección de él y que, por lo tanto, disfruta de una posición completamente justa ante Dios. (Mt 16:13-17.)

¿Qué es la †œseñal del Hijo del hombre†?
Sin embargo, hay otra razón de peso para que Jesús se aplicara con frecuencia la expresión †œHijo del hombre†. Esta tiene que ver con el cumplimiento de la profecí­a registrada en Daniel 7:13, 14. Daniel vio en visión a †œalguien como un hijo del hombre† viniendo con las nubes de los cielos, que obtuvo acceso al †œAnciano de Dí­as† y a quien se le concedió †œgobernación y dignidad y reino, para que los pueblos, grupos nacionales y lenguajes todos le sirvieran aun a él†, y cuyo reino serí­a perdurable.
Debido a que la interpretación angélica de la visión, registrada en Daniel 7:18, 22 y 27, habla de los †œsantos del Supremo† y dice que toman posesión del Reino, muchos comentaristas han tratado de mostrar que aquí­ el †œhijo del hombre† es una †œpersona colectiva†, es decir, †˜los santos de Dios en su aspecto colectivo […] considerados en conjunto como pueblo†™, †˜el pueblo glorificado e ideal de Israel†™. Sin embargo, este razonamiento es superficial a la luz de las Escrituras Griegas Cristianas. No toma en consideración el hecho de que Cristo Jesús, el rey ungido de Dios, hizo un †˜pacto para un reino†™ con sus seguidores a fin de que pudieran participar con él en su Reino, y que aunque ellos tienen que gobernar como reyes y sacerdotes, lo harán bajo su jefatura y por medio de la autoridad que él les ha concedido. (Lu 22:28-30; Rev 5:9, 10; 20:4-6.) Por tanto, reciben autoridad para gobernar sobre las naciones solo debido a que él la recibió primero del Dios Soberano. (Rev 2:26, 27; 3:21.)
Las propias declaraciones de Jesús muestran cómo debe entenderse esta expresión. Con respecto a la †œseñal del Hijo del hombre†, declaró que †œverán al Hijo del hombre viniendo sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria†. (Mt 24:30.) Sin duda esto era una referencia a la profecí­a de Daniel, al igual que cuando respondió a la pregunta del sumo sacerdote de si era el Cristo, el Hijo de Dios, con las palabras: †œLo soy; y ustedes verán al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder y viniendo con las nubes del cielo†. (Mr 14:61, 62; Mt 26:63, 64.)
Por lo tanto, la profecí­a de la venida del Hijo del hombre a la presencia del Anciano de Dí­as, Jehová Dios, aplica claramente a una persona: el Mesí­as, Jesucristo. Los hechos muestran que así­ lo entendí­a el pueblo judí­o. Los escritos rabí­nicos aplicaban la profecí­a al Mesí­as. (Soncino Books of the Bible, edición de A. Cohen, Londres, 1951, comentario sobre Da 7:13.) Seguramente debido a que deseaban algún cumplimiento literal de esta profecí­a, los fariseos y los saduceos le pidieron a Jesús que †œles mostrara alguna señal del cielo†. (Mt 16:1; Mr 8:11.) Después que Jesús murió como hombre y fue resucitado a vida de espí­ritu, Esteban tuvo una visión de los †œcielos abiertos† y vio †œal Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios†. (Hch 7:56.) Este hecho muestra que aunque Jesucristo sacrificó su naturaleza humana como rescate por la humanidad, en su posición celestial sigue aplicándole la designación mesiánica †œHijo del hombre†.
En la primera parte de su declaración al sumo sacerdote sobre la venida del Hijo del hombre, Jesús dijo que estarí­a †œsentado a la diestra del poder†. Por lo visto estas palabras hacen alusión al Salmo profético 110, ya que Jesucristo habí­a mostrado con anterioridad que este salmo le aplicaba. (Mt 22:42-45.) Este pasaje, así­ como la aplicación que hizo el apóstol en Hebreos 10:12, 13, revela que Jesucristo tendrí­a que esperar durante un tiempo antes de que su Padre le enviase para ir †œsojuzgando en medio de [sus] enemigos†. Por lo tanto, se desprende que la profecí­a de Daniel 7:13, 14 no se cumple cuando Jesucristo resucitó y ascendió al cielo, sino cuando Dios le autoriza para tomar acción contra todos los opositores con una expresión vigorosa de su regia autoridad. Por tanto, †˜la venida del Hijo del hombre al Anciano de Dí­as†™ al parecer es contemporánea de la situación que se presenta en Revelación 12:5-10, cuando el simbólico niño es arrebatado al trono de Dios. Luego estalla guerra en el cielo y se oye una voz fuerte decir: †œÂ¡Ahora han acontecido la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo[!]†.
Incluso los seres humanos que no tienen fe tendrán que darse cuenta de su autoridad cuando la †œseñal del Hijo del Hombre† se manifieste al destruir este mundo impí­o. (Mt 24:30.)
Otras visiones proféticas de Revelación (17:12-14; 19:11-21) muestran el ejercicio de pleno poder real del Rey mesiánico sobre †œpueblos, grupos nacionales y lenguajes† (Da 7:14), de modo que el que es †œcomo un hijo del hombre† en Revelación 14:14 y 1:13 seguramente también representa a Jesucristo.
Con respecto al †˜Hijo del hombre que viene con las nubes y todo ojo lo ve†™ (Mt 24:30; Rev 1:7), véanse NUBE (Uso figurado); OJO; PRESENCIA.

Fuente: Diccionario de la Biblia

En el NT es una designación de Cristo, casi totalmente limitada a los Evangelios. Fuera de ellos solo se halla en Act 7:56, única ocasión en que un discí­pulo aplica este tí­tulo al Señor, y en Rev 1:13; 14.14; véase más adelante. “Hijo del Hombre” es el tí­tulo que Cristo se aplicaba a sí­ mismo; Joh 12:34 no es una excepción, porque la multitud estaba citando su propia afirmación. Este tí­tulo se halla especialmente en los Evangelios Sinópticos. Sus usos en el Evangelio de Juan (1.51; 3.13,14; 5.27; 6.27,53,62; 8.28; 12.23,34, dos veces; 13.31), no son paralelos a los de los Evangelios Sinópticos. En estos últimos el uso del tí­tulo cae en dos grupos: (a) cuando se refiere a la humanidad de Cristo, su obra terrenal, sus sufrimientos y muerte (p.ej., Mat 8:20; 11.19; 12.40; 26.2, 24); (b) cuando se refiere a su gloria en resurrección y a la de su futura venida (p.ej., Mat 10:23; 13.41; 16.27-28; 17.9; 24.27,30, dos veces, 37,39, 44). En tanto que se trata de un tí­tulo mesiánico, es evidente que el Señor se lo aplicaba a sí­ mismo de una manera distintiva, porque indica más que la condición de Mesí­as, la de cabeza universal por parte de aquel que es Hombre. Por ello, acentúa su condición humana, de un orden singular en comparación con el de los otros hombres, porque de El se declara que es del cielo (1Co 15:47), e incluso cuando estaba aquí­ abajo, era “el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Joh 3:13). Como Hijo del Hombre, tiene que ser apropiado espiritualmente como condición para poseer la vida eterna (Joh 6:53). En su muerte, como en su vida, la gloria de su condición humana se manifestó en la absoluta obediencia y sumisión a la voluntad del Padre (12.23; 13.31); y en vista de esto, le ha sido dado todo el juicio a El, que juzgará con un pleno conocimiento experimental de las condiciones humanas, el pecado exceptuado, y ejercerá el juicio compartiendo la naturaleza de aquellos que serán juzgados (Joh 5:22,27). El no solo es hombre, sino que es “Hijo del Hombre”; no por generación humana sino, en base del uso semita del término, por participar de las caracterí­sticas de la humanidad (a excepción del pecado) que pertenecen a la categorí­a de la humanidad. En dos ocasiones en Apocalipsis (1.13 y 14.14), se le describe como “uno semejante al Hijo de hombre” (Besson; RV, RVR, RVR77: “Hijo del Hombre”), cf. Dan 7:13: El que así­ habí­a sido visto era ciertamente el Hijo del Hombre, pero la ausencia del artí­culo en el original sirve para destacar lo que le caracteriza moralmente como tal. Por ello, en estos pasajes El es revelado, no como la persona conocida por el tí­tulo, sino como aquel que está calificado para actuar como el Juez de todos los hombres. El es la misma persona que en los dí­as de su carne, siguiendo su humanidad con su deidad. El término “semejante” sirve para distinguirle visto aquí­ en su gloria y majestad en contraste con los dí­as de su humillación. 2. teknon (tevknon, 5043), niño (relacionado con tikto, engendrar, dar a luz). Se usa tanto en el sentido natural como en el figurado. En contraste a huios, hijo (véase Nº 1), da prominencia al hecho del nacimiento, en tanto que huios destaca la dignidad y el carácter de la relación. En sentido figurado, teknon se usa de los niños de: (a) Dios (Joh 1:12); (b) luz (Eph 5:8); (c) obediencia (1Pe 1:14); (d) una promesa (Rom 9:8; Gl 4.28); (e) el diablo (1 Joh 3:10); (f) ira (Eph 2:3); (g) maldición (2Pe 2:14); (h) relación espiritual (2Ti 2:1; Flm 10). En castellano se traduce siempre como hijo/s, con lo que en las versiones castellanas se pierde la distinción entre huios, hijo, y teknon, niño. En las versiones inglesas esta distinción se mantiene, con los vocablos “child”, “children” para teknon, y “son”, “sons” para huios; las versiones francesas traducen “enfant/s” y “fils”, respectivamente; el lector hispano, para poder apreciar esta diferencia, se ve obligado a recurrir a una concordancia greco-española del NT. Nota: El término teknion, diminutivo de teknon, se usa en el NT solo en sentido figurado y siempre en plural. Se halla con frecuencia en 1 Juan (véase 2.1, 12, 28; 3.7,18; 4.4; 5.21); una vez en el Evangelio de Juan (13.33) y una vez en las Epí­stolas de Pablo (Gl 4.19). Es un término afectuoso dirigido por un maestro a sus discí­pulos bajo circunstancias que demandan una interpelación tierna, p.ej., de Cristo a los Doce justo antes de su muerte; el apóstol Juan lo usó para advertir a los creyentes en contra de peligros espirituales; Pablo, debido a los mortales errores del judaí­smo acechando en las iglesias de Galacia. Cf. su uso de teknon en Gl 4.28.¶ 3. pais (pai`”, 3816) significa: (a) niño en relación con la estirpe; (b) muchacho o muchacha en relación con la edad; (c) siervo, asistente, sirvienta, en relación con la condición. Como ejemplo de (a) véase Mat 2:16 “niños”, y Act 20:12 “joven”. Con respecto a (b), “muchacho” en Act 17:18 y Luk 9:42: En Luk 2:43 se usa del Señor Jesús: “niño”. Con respecto a (c), véase Mat 8:6,8,13, etc.: “criado”. Véanse CRIADO, JOVEN, MUCHACHA, MUCHACHO, NIí‘A, NIí‘O, SIERVO. Notas: (1) Paidion, diminutivo del Nº 3, se traduce “hija” en la RVR en Mc 7.30; “hijos” en 7.28; “hijo” en Joh 4:49; “hijos” en Heb 2:13,13; “hijitos” en Joh 21:5; 1 Joh 2:14 (TR), v. 18. Para un tratamiento más pleno de este término, véase NIí‘O. (2) Para teknogonia, que denota tener hijos (1Ti 2:15), véase ENGENDRAR, Nº 2.¶ B. Adjetivos 1. ateknos (a[tekno”, 815), (de a, privativo, y teknon, hijo), significa “sin hijos” (Luk 20:28-30).¶ 2. filoteknos (filovtekno”, 5388) (de fileo, amar, y teknon, hijo) significa una persona amante de sus niños (Tit 2:4 “a amar †¦ a sus hijos”). Véase AMAR, A, Notas (4).¶ C. Verbos 1. teknogoneo (teknogonevw, 5041), véase CRIAR, Nº 5. 2. teknotrofeo (teknotrofevw, 5044), véase CRIAR, Nº 6.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

En los evangelios se designa Jesús habitualmente a sí­ mismo con el tí­tulo de Hijo del hombre, expresión enigmática que sugerí­a, aunque velándolo a la vez, el aspecto más trascendente de su fisonomí­a. Para comprender su alcance hay que tener en cuenta sus empleos en el AT y en el judaí­smo.

AT. I. EL LENGUAJE CORRIENTE DE LA BIBLIA. La expresión hebrea y aramea “hijo de hombre” (ben-‘adam, bar-‘eral) aparece con mucha frecuencia como sinónimo de “*hombre” (cf. Sal 80,18). Designa un miembro dei la raza humana (“*hijo de humanidad”). Pensando en el que es el padre de toda la raza humana y lleva su nombre, se podrí­a traducir por “hijo de *Adán”. El uso de la expresión subraya la precariedad del hombre (Is 51,12; Job 25,6), su pequeñez delante de Dios (Sal 11,4), a veces su condición pecadora (Sal 14,2s; 31,20), abocada a la muerte (Sal 89,48; 90,3). Cuando Ezequiel, hombre de la adoración muda, postrado delante de la gloria divina, es interpelado por Yahveh como “hijo de hombre” (Ez 2,1.3, etc.), el término subraya la distancia y hace presente al profeta su condición mortal. Tanto más admirable es la bondad de Dios para con los “hijos de Adán”: multiplica para ellos sus maravillas (Sal 107,8) y su *sabidurí­a se complace en morar con ellos (Prov 8,31). Causa extrañeza el que un ser tan débil haya sido coronado por Dios como rey de la creación entera: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de hombre para que te cuides de él?” (Sal 8,5; cf. Gén 1). En esto se cifra toda la antropologí­a religiosa del AT: el hombre no es delante de Dios más que un soplo; sin embargo, Dios lo ha colmado de sus dones.

II. EL LENGUAJE DE LOS APOCALIPSIS. 1. El libro de Daniel. El apocalipsis de Daniel 7, tratando de representar en forma concreta la sucesión de los imperios humanos que se van a derrumbar cediendo el puesto al *reino de Dios, se sirve de una imaginerí­a impresionante. Los imperios son *bestias que surgen del *mar. Son despojadas de su poder cuando comparecen ante el tribunal de Dios, al que se representa con los rasgos de un anciano. Entonces llega sobre (o con) las *nubes del cielo “un como Hijo de hombre” ; avanza hasta el tribunal de Dios y recibe la realeza universal (7,13s). El origen de la imagen (probablemente mí­tica, como la de las bestias) es discutido. Hijo de hombre y bestias se oponen como lo divino a lo satánico. En la interpretación que sigue a la visión, la realeza cabe en suerte al “pueblo de los *santos del Altí­simo” (7,18. 22.27); a éste, pues, representa sin duda el Hijo de hombre, no ciertamente en su condición perseguida (7,25), sino en su gloria final. Sin embargo, las bestias figuraban tanto a los imperios como a sus jefes. No se puede, pues, excluir completamente que se haga alusión al jefe del pueblo santo, al que será entregado el imperio, como participación en el reino de Dios. De todos modos. las atribuciones del Hijo de hombre rebasan las del *Mesí­as, hijo de David: todo el contexto lo pone en relación con el mundo divino y acentúa su trascendencia.

2. La tradición judí­a. La apocalí­ptica judí­a posterior al libro de Daniel reasumió el sí­mbolo del Hijo de hombre, pero interpretándolo en forma estrictamente individual. En las parábolas de Henoc (la parte más reciente del libro), es un ser misterioso, tenido en reserva para el fin de los tiempos; entonces se sentará sobre su trono de gloria como juez universal, salvador y vengador de los justos, que vivirán cerca de él después de su resurrección. Se le atribuyen algunos de los rasgos del *Mesí­as real y del *siervo de Yahveh (él es el elegido de justicia, cf. Is 42,1), pero en su caso no se trata de sufrir, ni es de origen terrenal. Aun cuando se discute la fecha de las parábolas de Henoc, éstas representan un desarrollo doctrinal que debí­a ser ya cosa hecha en ciertos ambientes judí­os antes del ministerio de Jesús. Por lo demás, la interpretación de Dan 7 ha dejado huellas en el libro rv* de Esdras y en la literatura rabí­nica. La creencia en este salvador celestial pronto a revelarse prepara el uso evangélico de la expresión “Hijo del hombre”.

NT. 1. Los EVANGELIOS. En los evangelios la expresión ((Hijo del hombre” (calco griego de un arameo que hubiera debido traducirse ((Hijo de hombre”) se halla exclusivamente en labios de Jesús. Se ha retenido como una de sus expresiones originales, pues la comunidad cristiana lo designó con preferencia con otros tí­tulos. Se da el caso de que Jesús no se identifique explí­citamente con el HdH (Mt 16,27; 24,30 p); pero otras veces resulta claro que habla de sí­ mismo (Mt 8,20 p: 11.19; 16. 13; Jn 3,13s; 12,34). Es posible que escogiera la expresión por razón de su ambigüedad: susceptible de un sentido trivial (“este hombre que soy”), contení­a también una alusión neta a la apocalí­ptica judí­a.

1. Los sinópticos.

a) Los cuadros escatológicos de Jesús enlazan con la tradición apocalí­ptica: el HdH vendrá sobre las nubes del cielo (Mt 24,30 p), estará sentado sobre su trono de gloria (19, 28). juzgará a todos los hombres (16,27 p). Ahora bien, durante su proceso, interrogado por el sumo sacerdote para saber si es “el *Mesí­as, *hijo del bendito”, responde Jesús indirectamente a la pregunta identificándose con el HdH sentado a la diestra de Dios (cf. Sal 110.1) y que viene sobre las nubes del cielo (cf. Dan 7,13; Mt 26.64 p). Esta afirmación hace que se le condene por blasfemo. De hecho Jesús, descartando toda concepción terrenal del *Mesí­as dejó aparecer su trascendencia. Según estos antecedentes. el tí­tulo de HdH era apto para esta revelación.

b) En cambio, Jesús atribuyó también al tí­tulo de HdH un contenido que la tradición apocalí­ptica no preveí­a directamente. Viene a realizar en su vida terrena la vocación del *siervo de Yahveh, desechado y entregado a la muerte para ser finalmente glorificado y salvar a las multitudes. Ahora bien, este destino debe sufrirlo en calidad de HdH (Mc 8, 31 p; Mt 17.9 p.22s p; 20,18 p; 26,2.24 p.45 p). El HdH, antes de aparecer con gloria el última dí­a habrá llevado una existencia terrenal, en la que su gloria habrá estado velada en la humillación y en el sufrimiento, al igual que en el Libro de Daniel la gloria de los santos del Altí­simo presuponí­a su persecución. Así­ Jesús, para definir el conjuntode su carrera prefiere el tí­tulo de HdH al de Mesí­as (cf. Mc 8,29ss), demasiado implicado en las perspectivas temporales de la esperanza judí­a.

c) En el rebajamiento de esta condición oculta (cf. Mt 8,20 p; 11,19), que puede excusar las *blasfemias que se profieren contra él (Mt 12, 32 p), Jesús comienza, no obstante, a ejercer algunos de los poderes del HdH: poder de perdonar los *pecados (Mt 9,6 p), señorí­o del *sábado (Mt 12,8 p), anuncio de la *palabra (Mt 13,37). Esta manifestación de su dignidad secreta anuncia en cierto modo la del último dí­a.

2. El cuarta evangelio. Los textos joánnicos sobre el HdH acusan a su manera todos los aspectos del tema que hemos notado en los sinópticos. El aspecto glorioso: precisamente como HdH el Hijo de Dios ejercerá el último dí­a el poder de juzgar (Jn 5,26-29). Entonces se verá a los ángeles subir y bajar sobre él (1,51), y esta glorificación final manifestará su origen celestial (3,13), puesto que “volverá a subir allí­ adonde estaba antes” (6,62). Pero antes de esto el HdH debe pasar por un estado de humillación, en el que los hombres tendrán dificultad en reconocerlo para creer en él (9,35). Para que puedan “comer su carne y beber su sangre” (6,53) será preciso que su carne “sea dada por la vida del mundo” en sacrificio (cf. 6,51). Sin embargo, en la perspectiva joánnica la cruz se confunde con el retorno al cielo del HdH, para constituir su elevación. “Es preciso que sea elevado el Hijo del hombre” (3,14s; 12,34); esta elevación es paradójicamente su glorificación (12,23; 13,31), y por ella se realiza la revelación completa de su misterio: “entonces sabréis que yo soy” (8,28). Se comprende que, por anticipación de esta gloria final, el HdH ejerza desde ahora algunos de sus poderes, particularmente el de juzgar y de vivificar a los hombres (5,21s.25ss) por el don de su carne (6,53), alimento que sólo él puede dar porque el Padre lo ha marcado con su sello (6,27).

II. LOS ESCRITOS APOSTí“LICOS. El recurso al sí­í­nbolo del HdH es muy raro en el resto del NT, si se exceptúan algunos pasajes apocalí­pticos. Esteban ve, a Jesús en gloria, a la diestra de Dios (cf. Sal 110,1), en la situación del HdH (Act 7,55s). Asimismo el vidente del Apocalipsis joánnico (Ap 1,12-16), que contempla por adelantado su parusí­a para la *mies o recolección escatológica (Ap 14,14ss). Quizá también san Pablo recuerda el tema del I-IdH cuando describe a Jesús como el *Adán celestial, cuya imagen revestirán los hombres resucitados (ICor 15,45-49). Finalmente, aplicando a Jesús el Sal 8,5ss, la epí­stola a los Hebreos ve en Jesús al “hombre”, al “Hijo de hombre”, rebajado antes de ser llamado a la gloria (Heb 2,5-9). Llegada a este punto la reflexión cristiana, establece el empalme entre el “hijo de Adán” de los salmos, el Hijo de hombre de los apocalipsis y el nuevo Adán de san Pablo. Como hijo de Adán compartió Jesús nuestra condición humillada y doliente. Pero, como desde este momento era el Hijo de hombre de origen celestial, llamado a retornar para el *juicio, su pasión y su muerte le conducí­an a su *gloria de resucitado, en calidad de nuevo Adán, cabeza de la humanidad regenerada. Así­, cuando sea manifestado el último dí­a, nos extrañaremos de haberlo ya encontrado, misteriosamente oculto en el más pequeño de sus *hermanos necesitados (cf. Mt 25,31 ss).

-> Adán – Hombre – Jesús – Juicio – Mesí­as.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Véase Cristología.

Fuente: Diccionario de Teología