PERSONALIDAD

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Es un concepto psicológico y dependiente, y en parte derivado, del concepto de persona. Se puede entender como la “conciencia de ser persona”, de ser hombre singular, libre, y de ser origen del conjunto de rasgos activos y dinámicos que se desprenden de ese concepto.

Los psicólogos modernos han diferenciado y discutido, según sus propios presupuestos, el concepto de persona, uno de los más complejos en las ciencias del hombre.

El personalismo psicológico de Gordon Alport la identifica con “el conjunto de rasgos psicobiológicos que mueven al hombre a situarse adecuadamente en su medio” (La Personalidad. Cap. 1). Es definición que no dice lo que es, sino lo que produce. Y, al decir rasgos y ver la persona como una integración de ellos, obliga a buscar una referencia o punto central que es el yo (la conciencia de identidad) y una serie de elementos derivados del yo (actitudes, predisposiciones) y configurados por las facultades radicales de le hombre: la inteligencia (valores, criterios, ideas), la voluntad (opciones, motivos, adhesiones) y la afectividad (intereses, sentimientos).

La religiosidad y los valores o rasgos espirituales no se pueden entender fuera de los conceptos psicológicos nacidos de la idea de personalidad y de los rasgos que manifiesta el hombre.

También conviene recordar que el concepto de personalidad se emplea con frecuencia en un sentido sociológico de representación o de identificación. Tener personalidad social o ser una personalidad es reflejar una dignidad o reclamar una atención que supera todo lo que resulta ordinario y vulgar.

También en el lenguaje religioso se habla de personalidades en cuanto se alude a personas concretas que resaltan en la colectividad por su cultura, por su autoridad, por su eco social o por su dignidad espiritual. Personalidad especial es la de los Obispos y la del Papa, por su significación en cada lugar concreto unos y en la Iglesia Universal el otro.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Esta palabra se deriva del latín persona, con el siguiente significado psicológico: la organización mental fluida y cambiante dentro de un individuo (y observable a los demás) de todas las características racionales, emocionales y físicas las cuales tienen la consistencia suficiente como para hacer de él una persona única.

En el uso común, la personalidad es un índice popular y apresurado del carácter. A menudo se usa como contraste, como en la frase: «él tiene una buena personalidad, pero cuando uno le conoce se da cuenta que es muy superficial». Por implicación, una personalidad acentuada indica una falta de consecuencia entre el hombre «verdadero» y la impresión externa.

El significado implica una peculiaridad en conducta y reacción a diferentes estímulos; es decir, nosotros no siempre reaccionamos de la misma manera ante cada persona, grupo o incidente, o de la misma forma ante la misma persona, grupo o incidente en tiempo diferente; pero existe una característica que conforma las bases de una comprensión de uno mismo o de otros como personas particulares.

Existen muchas definiciones del término, pero generalmente se alinean en dos sentidos: descripción externa de la conducta o descripción interna del «verdadero hombre interior». La descripción señalada antes intenta ser lo suficientemente completa como para cubrir las dos áreas.

En la mayoría de las traducciones bíblicas no existe una referencia directa a la «personalidad». Sin embargo, «personalidad» puede ser sustituida por «persona» en algunos pasajes sin alterar el significado.

El concepto comúnmente aceptado de «personalidad cristiana» se aplica a aquellos que se han vestido del «nuevo» hombre (del que habla Pablo), o de la mente de Cristo y de quienes exhiben también las características externas que podríamos llamar «ser como Cristo». Una extensión del significado implica centrar las características diferentes de la personalidad en Cristo, características que han sido definidas como patrones consistentes de acción dentro del individuo. En la persona no organizada, estas características están en conflicto unas con otras. A veces se logra alcanzar una organización en términos de algún propósito central, como el egoísmo, por ejemplo; pero a fin de cuentas tal propósito prueba ser insatisfactorio. Otras veces, el principio de organización es uno altruista y se alcanza un alto nivel de ajuste.

Sin embargo, para el cristiano, el nivel más alto de ajuste consiste en centrar todos los rasgos característicos en Cristo. Potencialmente, no existirá conflicto en tal organización. De la misma manera en que los rayos de la rueda se centran en el núcleo de la rueda sin chocar entre ellos, así los diversos rasgos de la personalidad humana centrados en Cristo evitan una competencia interna. El resultado se traduce en una personalidad cristiana positiva, fuertemente integrada, lo cual se convierte en una meta para la vida.

BIBLIOGRAFÍA

  1. Allport, Personality, pp. 1–48; también The Individual and His Religion; D.W. Mackinnon en J. Mc V. Hunt, Personality, pp. 3–48; E. Ligon, The Psychology of Christian Personality, pp. 16–20; G. Murphy, Personality.

Stanley E. Lindquist

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (471). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología