VENGANZA

v. Paga, Retribución
Deu 32:35 mía es la v y la retribución; a su tiempo
Psa 94:1 Jehová, Dios de las v .. muéstrate
Psa 149:7 ejecutar v entre las naciones, y castigo
Isa 34:8 porque es día de v de Jehová, año de
Isa 59:17 tomó ropas de v por vestidura, y se
Isa 61:2 el año .. y el día de v del Dios nuestro
Isa 63:4 el día de la v está en mi corazón, y el
Jer 50:15 porque es v de Jehová. Tomad v de ella
Jer 50:28 las nuevas de la .. de la v de su templo
Jer 51:6 el tiempo es de v de Jehová; le dará su
Mic 5:15 con ira y con .. haré v en las naciones
Nah 1:9 no tomará v dos veces de sus enemigos
Rom 12:19; Heb 10:30 mía es la v, yo pagaré, dice


satisfacción que se toma del agravio u daño recibido. La v. era considerada un derecho y un deber; era cuestión de honor. Estaba permitida por la Ley, y consistí­a en imponer un castigo igual al daño causado, †œpagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal†, Ex 21, 12-25; Lv 24, 17-20; Dt 19, 21. Es decir, ésta, la ley del talión, era una norma de naturaleza social, que limitaba los excesos de la v., como se lee en Gn 4, 23-24: †œYo maté a un hombre por una herida que me hizo y a un muchacho por un cardenal que recibí­. Caí­n será vengado siete veces, mas Lámec lo será setenta y siete†.

Sobre el homicidio la Ley distingue el voluntario y el involuntario. En el primer caso se permití­a al vengador de sangre, go`el, el pariente más próximo de la ví­ctima a aplicar la represalia por el crimen, Nm 35, 19; en el segundo caso, para proteger al homicida involuntario, se establecieron las ciudades de asilo o de refugio, Ex 21, 12-13; Nm 35, 22-29; Dt 4, 4131; 19, 4-6; Jos 20.

La v. se ejecutaba según el principio de responsabilidad individua es decir, paga únicamente quien cometió el crimen, no pagarán los padres por los hijos, ni éstos por los padres, Dt 24, 16; Amasí­as, rey de Judá, aplicó esta ley, como se lee en 2 R 14, 6.

Hay v. injustas y excesivas Gn 34, 27; 2 R 3, 27; Jr 20, 10; Ez 25, 12; Est 8, 3.

El hombre justo pone en manos de Dios su causa y pide v. divina para sus enemigos y los de su pueblo, Is 34, 8; 61, 2; 63, 4; Jr 11, 20; 46, 10; 51, 6.

Siendo el mensaje de Jesús el del amor abolió la ley del talión, Mt 5, 3848; y mandó: †œAmad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen†, Lc 6, 27 35. Pablo en su carta a los Romanos, trae a colación el texto del Deuteronomio, en el cual Dios reclama para sí­ el derecho de v., Dt 32, 35; y dice el Apóstol que no se debe tomar justicia por la propia mano, sino dejar a la ira divina el castigo del pecado, Rm 12, 19; lo mismo se encuentra en Hb 10, 30.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(heb., naqam, escatimar). Cualquier castigo proporcionado en sentido de retribución. La palabra aparece en 32 vv. del AT (16 de ellos en Isaí­as y Jeremí­as; p. ej., Gen 4:15; Deu 32:35, Deu 32:41, Deu 32:43; Psa 94:1; Psa 99:8; Jer 50:15, Jer 50:28; Jer 51:6, Jer 51:11, Jer 51:36). En el NT hay tres palabras gr. relacionadas con el sentido de venganza o castigo por haber hecho el mal: dike (Act 28:4; Jud 1:7); ekdikesis, usada casi en el mismo sentido (venganza en Luk 21:22; Rom 12:19; Heb 10:30; retribución en 2Th 1:8); y orge designa el castigo de Dios por el mal en los seres humanos (Rom 3:5).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(pago, retribución o castigo por algo hecho malo).

– Dios es quien paga: Deu 32:35, Sal 94:1, Sal 149:7, Isa 34:8, Isa 61:2, Isa 63:4, Jer 50:15, Jer 51:6, Miq 5:15, Rom 12:9, Heb 10:30.

– E1 hombre no debe vengar, ni guardar rencor, Lev 19:18, Rom 12:19, Mat 7:1-5, Mat 6:14, Luc 6:27-38.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Es el acto de procurar una satisfacción por un daño o un agravio recibido. Sólo Dios puede hacer v., porque sólo él es totalmente justo. Por eso dice: †œMí­a es la v. y la retribución† (Deu 32:35; Rom 12:19; Heb 10:30). Cuando Dios dice: †œ… rotura por rotura, ojo por ojo, diente por diente† (Lev 24:20; Deu 19:21), está indicando que la justicia debe establecer penas que no excedan el daño realizado. Desafortunadamente, esto se interpretó como una orden divina para buscar v., y al hacerlo, se cometieron muchas injusticias. Pablo dice a los creyentes de Roma: †œNo paguéis a nadie mal por mal…. No os venguéis vosotros mismos, amados mí­os, sino dejad lugar a la ira de Dios† (Rom 12:17-19).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

[349]
Acción o deseo de responder con una ofensa, dolor o castigo a quien ha cometido una ofensa o causado un perjuicio. Es una actitud contraria al perdón y al amor al prójimo, que es la esencia del Evangelio. Por eso la venganza en contraria el mensaje del Nuevo Testamento, aunque que se encuentre con frecuencia en la moral tí­pica del Antiguo Testamento que reclama el exterminio de los enemigos y aplica la ley del talión (Ojo por ojo, diente por diente: Lev. 24. 19-21). Incluso en los textos antiguos se atribuye claramente a Dios la venganza (Deut. 32.35; Jer. 11. 20; Gen 4.10; Job. 16.19; Mac. 8.3).

Especial referencia hay a la “venganza de sangre”, que era actitud tí­pica de los pueblos orientales y que sigue vigente en las culturas árabes e islámicas. Esa venganza exige la pena del ofensor en el mismo grado o mayor que la ofensa causada, sea la muerte, la mutilación o el castigo fí­sico. Los textos bí­blicos sobre la venganza de sangre son abundantes, desde Caí­n (Gen 4.10) hasta los anuncios proféticos (2 Sam. 1.16), pasando por las acciones del pueblo contra sus enemigos: Jue. 8. 18-21; 2 Rey. 14.5; 1 Mac. 9. 38-42)

La venganza fue claramente repudiada por el Nuevo Testamento, en expresiones claras y directas de Jesús: Mt. 5. 38-42; Luc. 18. 7-9). Es contraria a la ley del amor (Rom. 12.19-20) y se opone al mensaje del perdón. Y aunque sigue latiendo en los textos evangélicos, sólo se deja entrever como referida escatológicamente a la justicia final del Dios señor de la Historia: Apoc. 6.10 y 16.6.

La educación del cristiano supone el cultivo de sentimientos de generoso perdón y de bondad. Las fronteras entre la justicia y el olvido de la ofensa no siempre son claras, sobre todo en clave de impulsos naturales del corazón humano. Pero el mensaje evangélico es ní­tido respecto al deber del perdón y del amor, incluso a los enemigos.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

La moral del talión* se puede entender desde una perspectiva de venganza, dentro de un equilibrio entre la acción y la reacción. En un primer nivel, la venganza queda en manos del goel o defensor de la sangre: un miembro especial de la familia o del clan que está encargado de restablecer la justicia. En un segundo nivel, la venganza pertenece a la ciudad o al Estado, superando así­ el plano de la justicia privada de la familia o tribu. En esa lí­nea, la ley israelita ha intentado superar la venganza, poniendo de relieve la exigencia de la justicia de Dios. Ella sigue conservando, sin embargo, un tipo de venganza, vinculada al talión. Sólo el perdón y el amor al enemigo, que aparece ya en algunos estratos del Antiguo Testamento, y que se despliega de un modo consecuente en el Nuevo Testamento, nos permite superar el nivel de la Ley* con su venganza legí­tima (cf. Mt 5,38-48; Rom 12,19). El Apocalipsis ha reelaborado el tema de la venganza, desde una perspectiva de persecución extrema, identificándola en el fondo con la justicia. Los asesinados de la historia no pueden aceptar componendas, ni “juiciosas” respuestas religiosas, ni discursos moralistas; por eso, sus voces se escuchan en el fondo del altar, pidiendo a Dios que se vengue de asesinados (Ap 6,10; cf. 19,2). Es evidente que Dios acepta en un nivel su grito, aunque la respuesta que ofrece (a través el Cordero degollado) desborda el nivel de la venganza histórica donde ellos han empezado a moverse, para situarnos en un plano de victoria gratuita de Dios. De todas formas, el tema de la venganza en el Apocalipsis ofrece unos rasgos retóricos que resultan menos concordes con el Sermón de la Montaña.

Cf. X. Pikaza, Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 1999.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Acción de causar mal a alguien como reparación de injuria, agravio o daño recibidos. La palabra griega ek·di·ké·o, que se traduce †œvengar†, se refiere literalmente a actuar †œde justicia†, lo que comunica la idea de hacer justicia. Tal como se usa en la Biblia, suele aplicar a la retribución divina en favor de la justicia, pero también puede referirse a la ejecución de lo que una persona cree que es justo o equitativo para satisfacción propia.

Pertenece a Jehová. Serí­a impropio que una persona se vengase o vengase a otros a menos que Jehová le hubiera nombrado para ejecutar venganza, o designado para ese fin por su Palabra. †œMí­a es la venganza, y la retribución†, dice Jehová. (Dt 32:35.) El salmista se dirige a Dios con las palabras: †œOh Dios de actos de venganza, Jehovᆝ. (Sl 94:1.) Por consiguiente, Dios condena a la persona que guarda rencor o busca venganza personal por males reales o imaginarios cometidos contra él o contra otros. (Le 19:18; Ro 12:19; Heb 10:30.)
Las Escrituras indican que todos los pecadores y transgresores merecen la expresión de la cólera de Dios, y que solo Su bondad inmerecida, manifestada al proveer el sacrificio de rescate de Jesucristo, hace posible retener la retribución justa contra el pecador. (Ro 5:19-21; 2Co 5:19; Heb 2:2, 3; véase RESCATE.) Dios mantiene su justicia al perdonar de este modo el pecado, y también es justo al traer juicio sobre los pecadores que rechazan su provisión; tales personas no pueden escapar de la venganza divina. (Ro 3:3-6, 25, 26; compárese con Sl 99:8.)

La venganza de Jehová tiene un propósito. La venganza de Jehová trae alivio y beneficios cuando actúa a favor de los que confí­an en El; además, le proporciona alabanza como el justo Juez. El salmista dice: †œEl justo se regocijará porque ha contemplado la venganza. […] Y la humanidad dirá: †˜De seguro hay fruto para el justo. De seguro existe un Dios que está juzgando en la tierra†™†. (Sl 58:10, 11.) Por lo tanto, el propósito principal de la venganza de Dios es vindicar y glorificar su propio nombre y soberaní­a. (Ex 14:18; Sl 83:13-18; Isa 25:1-5; Eze 25:14, 17; 38:23.) Su acción también vindica a sus siervos como sus verdaderos representantes, además de librarlos de circunstancias indeseables. (Ex 14:31; 15:11-16; Eze 37:16, 21-23; Sl 135:14; 148:14; Pr 21:18.)

Un tiempo fijo para la venganza de Dios. Las Escrituras muestran que Dios tiene un tiempo debido para expresar a gran escala su venganza sobre sus enemigos. El profeta Isaí­as recibió la comisión de proclamar †œel dí­a de la venganza de parte de nuestro Dios†. Dios expresó su venganza contra la antigua Babilonia, la opresora de su pueblo, cuando empleó a los ejércitos de Medo-Persia para acabar con su poder en el año 539 a. E.C. (Isa 61:1, 2; 13:1, 6, 9, 17.) Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, citó parte de la profecí­a de Isaí­as (61:1, 2) y se la aplicó a sí­ mismo. (Lu 4:16-21.) Aunque el registro no dice que leyera la parte concerniente al †œdí­a de la venganza†, sí­ proclamó ese †œdí­a†, que vino sobre Jerusalén en 70 E.C. Jesús predijo que los ejércitos romanos acamparí­an alrededor de la ciudad, y mandó a sus seguidores que huyeran de Jerusalén cuando los vieran, †œporque estos son dí­as para hacer justicia [†œdí­as de venganza†], para que se cumplan todas las cosas que están escritas†. (Lu 21:20-22, NM, nota; compárese con Besson, BJ, NTI, Val.)
Antes de su muerte y resurrección, Jesucristo dijo además: †œRespecto a aquel dí­a y hora [de ejecutar juicio sobre el sistema de cosas de la actualidad] nadie sabe, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino solo el Padre†. (Mt 24:36.) De este modo reveló que la venganza se ejecutarí­a con toda seguridad en un tiempo conocido y fijado por Dios. Para ilustrar que Dios actuarí­a con toda certeza a su debido tiempo a favor de su nombre y de sus siervos, habló de un juez que debido a la persistencia de una viuda en demandar justicia, decidió: †œVeré que se le rinda justicia [†œexigiré venganza para ella†]†. Jesús aplicó la ilustración a Dios, diciendo: †œDe seguro, entonces, ¿no hará Dios que se haga justicia a [literalmente, †œ¿no hará la venganza de […]?†] sus escogidos que claman a él dí­a y noche, aun cuando es sufrido para con ellos?†. (Lu 18:2-8, Int.)
Además, en la visión del apóstol Juan registrada en el libro de Revelación, él vio que las almas de los que habí­an sido muertos atrozmente a causa de la palabra de Dios y a causa de la obra de testimonio que habí­an hecho clamaban: †œ¿Hasta cuándo, Señor Soberano santo y verdadero, te abstienes de juzgar y de vengar nuestra sangre en los que moran en la tierra?† La respuesta que recibieron muestra que hay un tiempo determinado para ejecutar venganza, a saber, cuando †œse completara también el número de sus coesclavos y de sus hermanos que estaban a punto de ser muertos como ellos también lo habí­an sido†. (Rev 6:9-11.)
Las Escrituras revelan que esta ejecución de venganza empieza con Babilonia la Grande y luego prosigue con la †˜bestia salvaje y los reyes de la tierra y sus ejércitos†™. (Rev 19:1, 2, 19-21.)

Ejecutores designados. El Señor Jesucristo es el Principal Ejecutor de la venganza de Dios. Por eso, el apóstol Pablo conforta a los cristianos con las siguientes palabras: †œEs justo por parte de Dios pagar con tribulación a los que les causan tribulación, pero, a ustedes que sufren la tribulación, con alivio juntamente con nosotros al tiempo de la revelación del Señor Jesús desde el cielo con sus poderosos ángeles en fuego llameante, al traer él venganza sobre los que no conocen a Dios y sobre los que no obedecen las buenas nuevas acerca de nuestro Señor Jesús. Estos mismos sufrirán el castigo judicial de destrucción eterna de delante del Señor y de la gloria de su fuerza†. (2Te 1:6-9.)

En la congregación cristiana. Los apóstoles fueron nombrados bajo Jesucristo para cuidar de la congregación cristiana y protegerla de la inmundicia y la pérdida del favor de Jehová. Sobre la base de la autoridad que Dios le habí­a conferido, el apóstol Pablo escribió a la congregación de Corinto, que estaba teniendo divisiones y problemas con †œapóstoles falsos†: †œNos mantenemos listos para infligir castigo por [†œvengar†] toda desobediencia†. (2Co 10:6, BC; 11:13; 13:10.)
Los ancianos nombrados para cuidar de la congregación estaban autorizados a administrar †œvenganza†, en el sentido de que podí­an tomar medidas para corregir el mal y establecer la justicia, consiguiendo de este modo que la congregación tuviera de nuevo una posición justa delante de Dios. Esto es lo que hicieron los que dirigí­an la congregación corintia después que Pablo los corrigió, de manera que el apóstol les escribió en su segunda carta: †œÂ¡Qué gran solicitud produjo en ustedes, […] sí­, corrección del abuso [†œvenganza†]!†. Estos hombres mostraron arrepentimiento piadoso después de la primera carta de Pablo y echaron al hombre inicuo al que Pablo se habí­a referido, haciendo cuanto pudieron para enderezar los asuntos delante de Jehová. (2Co 7:8-12, BC.) Sin embargo, aquellos hombres no estaban autorizados para traer sobre el malhechor todo el castigo que exigí­a la justicia: una venganza completa, que incluirí­a la pena de muerte, como habí­a sido la prerrogativa de los jueces bajo la ley mosaica. (Le 20:10; Heb 10:28.) Tan solo echaban a los malhechores de la congregación (1Co 5:13), pero si tales malhechores no se arrepentí­an, finalmente recibirí­an la justicia completa por sus delitos con la muerte eterna. (Heb 10:29, 30.) Por lo tanto, el cristiano que adopta un proceder de injusticia, como, por ejemplo, la fornicación, está en peligro, †œporque Jehová es uno que exige castigo [literalmente, es el †œvengador†] por todas estas cosas†. (1Te 4:3-6, NTI.)

Gobernantes. Es posible que los gobernantes, cuyo deber es velar por la justicia, sean los que ejecuten venganza sobre los malhechores, incluidos los cristianos que quebranten las leyes del paí­s que están en armoní­a con lo que es justo y son coherentes con la autoridad que Dios ha concedido a esos gobernantes. En tal caso, los gobernantes ejecutan de manera indirecta la venganza de Dios, como escribe el apóstol Pablo: †œPorque los que gobiernan no son objeto de temor para el hecho bueno, sino para el malo. […] Es ministro de Dios, vengador para expresar ira sobre el que practica lo que es malo†. (Ro 13:3, 4; 1Pe 2:13, 14; compárese con Gé 9:6.)

La tendencia vindicativa del hombre imperfecto. El hombre caí­do e imperfecto tiene la tendencia a vengarse de los que le tratan injustamente o de aquellos a quienes odia. Quien comete adulterio con la esposa de otro hombre corre el peligro de recibir la venganza retributiva del esposo, como lo expresa el proverbio: †œPorque la furia de un hombre fí­sicamente capacitado son los celos, y no mostrará compasión en el dí­a de la venganza. No dará consideración a ninguna clase de rescate, ni mostrará disposición favorable, no importa cuán grande hagas el presente†. (Pr 6:32-35.) No obstante, la venganza personal suele ir acompañada de ira descontrolada, lo que no solo no logra ningún buen propósito, sino que acarrea la ira de Dios contra el que se venga así­. (Snt 1:19, 20.)

Enemigos de Dios y sus siervos. Quienes odian a Dios muestran hostilidad a Sus siervos e intentan vengarse de ellos. No se trata de un acto de justicia, sino que es la expresión de la hostilidad que sienten hacia lo que es recto y justo, y un intento de deshacerse de aquellas personas rectas que condenan su iniquidad mediante su palabra y modo de actuar. (Sl 8:2; 44:15, 16.) En algunas ocasiones se ha asesinado a los siervos de Dios con la idea torcida de que se ha ejecutado justicia. (Jn 16:2.) No obstante, al ejecutar esta supuesta †œjusticia vengativa† no agradan a Dios, sino que amontonan venganza contra ellos mismos. Es cierto que en algunas ocasiones Jehová se valió de las naciones, como Babilonia, para traer su propia venganza sobre su pueblo Israel cuando este quebrantaba el pacto que habí­a celebrado con El. (Le 26:25.) Pero a esas naciones las moví­a el odio y la malicia, y actuaban con venganza, por lo que Jehová también se vengó de ellas. (Lam 3:60; Eze 25:12-17.)
Véanse también CIUDADES DE REFUGIO; VENGADOR DE LA SANGRE.

Fuente: Diccionario de la Biblia

En el lenguaje de hoy, vengarse es castigar una ofensa devolviendo a otro mal por mal. En el lenguaje bí­blico la venganza designa en primer lugar cierto restablecimiento de la *justicia, una victoria sobre el mal. Si está siempre prohibido vengarse por odio del malvado, es, en cambio, un deber vengar el derecho atropellado. Sin embargo, el ejercicio de este deber evolucionó a lo largo de la historia: se sustrajo al individuo para confiarlo a la sociedad y, sobre todo, Dios se reveló poco a poco como el único vengador legí­timo de la justicia.

1. El vengador de la sangre. En la sociedad nómada que formaba Israel en sus orí­genes, los miembros del clan debí­an protegerse y defenderse mutuamente. En caso de homicidio un goel, “vengador de la sangre” (Núm 35,21), vengaba al clan matando al asesino. Al motivo de solidaridad se añadí­a la convicción de que la *sangre derramada clama venganza (cf. Gén 4,10; Job 16.18). que ha profanado la tierra en que mora Yahveh (Núm 35,33s). Así­ debí­a salvaguardarse la justicia.

Israel, convertido en pueblo sedentario, conservó esta costumbre (cf. 2Sa 3,22-27). Pero su legislación (Ex 21, 12; Lev 24,17). aun considerando todaví­a al vengador de la sangre como justiciero (Núm 35,12.19), se cuida de regularizar el ejercicio de su derecho a fin de que esté prevenido contra los excesos de su *ira (Dt 19,6). Ahora ya sólo a consecuencia de un homicidio voluntario (Dt 24,16) cae el homicida bajo los golpes del vengador de la sangre; además, debe haberse celebrado un proceso en la ciudad-refugio a que se haya trasladado el asesino (Núm 35,24.30; Dt 19). Así­, poco a poco el derecho a la venganza pasa del individuo a la sociedad.

2. La venganza personal. La legislación israelita frena mediante la ley del talión (Ex 21,23ss; Lev 24,19; Dt 19,21) la pasión humana siempre pronta a devolver mal por mal; prohí­be la actitud de venganza ilimitada de los tiempos bárbaros (cf. Gén 4,15.24). Finalmente, suaviza incluso la ley del talión admitiendo en ciertos casos la posibilidad de compensación pecuniaria, principio reconocido en otros códigos orientales (Ex 21, 18s.26s). Sin embargo, el talión podí­a impedir que la conciencia se elevara progresivamente: el deseo de venganza, aun codificado por la justicia social, puede seguir ocupando el corazón del hombre. Era, pues, preciso, realizar también una *educación de la conciencia.

a) Prohibición de vengarse. La ley de santidad ataca en su raí­z al de-seo de venganza: “No tendrás en tu corazón odio contra tu hermano… No te vengarás y no guardarás rencor a los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19,17s). Son célebres algunos ejemplos de *perdón: el de José, que interpreta la persecución de que ha sido ví­ctima como un designio de Dios que sabe sacar bien del mal (Gén 45, 3s.7; 50,19); el de David que no se venga de Saúl (lSa 24,4s; 26,5-12) a fin de no poner la mano en el ungido de Yahveh. Sin embargo, el mismo David hace que se ejerza una venganza póstuma contra Simeí­ y contra Joab (IRe 2,6-46). En todo caso, el deber del perdón queda restringido a los *hermanos de raza: así­ el libro de los Jueces no critica en modo alguno a Sansón por vengarse personalmente de los filisteos (Jue 15,3.7). Con los Sapienciales este deber tenderá a universalizarse y a profundizarse: “Quien se vengue experimentará la venganza del Señor… No guardes rencor a tu *prójimo” (Eclo 28,1.7). El principio no excluye a nadie, a lo que parece.

b) El llamamiento a la venganza divina. El motivo por el cual el justo renunciará completamente a vengarse es su *confianza en Dios: “No digas: Yo devolveré el mal; ten con-fianza en Yahveh y él te librará” (Prov 20,22). El justo no se venga, deja a Dios el cuidado de vengar la justicia: “Mí­a es la venganza, dice el Señor” (Dt 32,35). Así­ lo hace Jeremí­as perseguido cuando “confí­a a Dios su causa” (Jer 20,12); cierto que desea “ver la venganza divina” (II, 20), pero es porque ha identificado su causa con la causa de Dios (15,15). No desea el mal, sino la *justicia; pero ésta sólo puede ser restablecida por Dios. Igualmente el salmista que, con énfasis semí­tico, desea “lavarse los pies en la sangre de sus enemigos” (Sal 58.11) y profiere contra ellos terribles imprecaciones (Sal 5,11 ; 137, 7s), está animado de una vóluntad de justicia. Siempre és posible la ilusión acerca de la autenticidad de tal sentimiento, pero es innegable el valor religioso de la actitud. Coincide con la de Job: “Yo sé que mi defensor (g(3el) vive, que él, al fin, se levantará sobre la tierra” y hará justicia (Job 19.25).

3. El Dios vengador. Job tiene razón, y Jeremí­as también, pues Dios es el *juez por excelencia que sondea los riñones y los corazones y retribuye a cada uno según sus *obras; es el góel de Israel (Is 41,14). Consiguientemente el *dí­a del Señor puede llamarse “dí­a de la venganza” (Jer 46,10): Dios vengará entonces la *justicia; vengará también su honra, y en este sentido puede decirse que sólo Dios “se” puede vengar. Justicia, salvación, venganza: esto es lo que aportará el dí­a del Señor (Is 59, 17s). En la medida en que Israel es fiel a la alianza puede, pues, apelar de la injusticia de los jueces humanos a su góel, al “Dios de las venganzas” para que aparezca y juzgue a la tierra (Sal 94). Si esto no es todaví­a perdonar en cristiano, es por lo menos aguardar, con humilde su-misión al Señor, el dí­a de su *visita.

4. Cristo y la venganza. Este dí­a llegó cuando Jesús derramó su *sangre: entonces la suprema injusticia de los hombres reveló la *justicia infinita de Dios. En adelante el comportamiento del creyente será transformado radicalmente por el *ejemplo de Cristo que “insultado, no devolvió el insulto” (IPe 2,23). Jesús no sólo instaura una *ley nueva que *cumple o consuma el principio del talión, sino que prescribe que no se resista al malvado (Mc 5,38-42). No condena la justicia de los tribunales humanos, de la que Pablo dirá que está encargada de ejercer la venganza divina (Rom 13,4); pero exige de su discí­pulo el perdón de las ofensas y el amor de los *enemigos. Sobre todo insinúa que sólo el que es ca-paz de soportar la injusticia personal no cometerá con otros injusticia. Desde ahora no basta ya remitirse a la venganza divina, sino que hay que “vencer el mal con el bien” (Rom 12, 21): así­ “se ponen carbones ardientes sobre la cabeza del enemigo”, colocándole en una situación imposible que le induce a cambiar su *odio en amor.

Si bien por la sangre de Cristo se cumplió toda justicia, no es menos cierto que todaví­a no ha llegado el último dí­a. El amor tiene en la tierra sus fracasos. Aun después de Jesús hay cristianos que mueren ví­ctimas de una injusticia violenta. Si perdonan a sus verdugos (Act 7,60), no por eso deja su sangre de clamar a Dios: “¿Hasta cuándo, Señor santo y verdadero, tardarás en hacer justicia, en tomar venganza de nuestra sangre en los habitantes de la tierra”? (Ap 6,10; cf. 16,6; 19,2). Pero esta venganza final de la justicia por el Dios-juez tendrá por resultado acabar para siempre con la *maldición (22,3).

-> Amor – Ira – Enemigo – Hermano – Odio – Juicio – Justicia – Perdón – Sangre.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

nāqām y nәqāmāh son las palabras hebreas más comunes. Por lo general, la RV60 las traduce por «venganza», aunque una vez «vindicación» (Lv. 26:25), y dos veces «retribución» (Is. 35:4; 47:3). En el NT, krinō, «juzgar»; ekdikeō, «vengar»; orgē, «ira». La venganza está relacionada con el egoísmo como una pasión humana impropia (Ez. 25:12) que busca represalia como satisfacción personal y que surge del sentimiento de haber sido herido en el amor propio o maltratado (1 S. 25:26). En ambos Testamentos está prohibida para el hombre (Lv. 19:17s.; Ro. 12:19a); corresponde solamente a Dios (Dt. 32:35; Sal. 94:1; Ro. 12:19b), o a los dioses (Hch. 28:4). La venganza de Dios, que se encuentra mucho en las Escrituras, es la ejecución inexorable de la eterna y justa justicia divina. Solamente a través de antropomorfismos se confunde con la venganza del hombre; porque Dios, sin ninguna pasión, vindica su justicia, majestad, orden mundial, contra todo ataque (Jer. 46:10; Nah. 1:2; 2 Ts. 1:8), así como también venga el mal hecho a los suyos (Dt. 32:43; Ap. 19:2; Lc. 8:7).

Hay una vasta diferencia y no poca confusión entre la ejecución privada de una presumible justicia, que es anarquía (Gn. 4:23), y la manutención pública de la justicia general, que es obligatoria (Jos. 20:5; Lc. 18:2s.). La provisión del gōēl («vengador de sangre») en la revelación mosaica fue idealmente el medio de efectuar una jurisprudencia teocrática en los casos criminales (Nm. 35:19, por ejemplo). La Lex talionis, tan frecuentemente mal entendida, no da en las Escrituras un mandamiento para un procedimiento de carácter privado o personal, sino de la administración teocrática de la justicia (Ex. 21:23; Lv. 24:19). El Sermón del Monte se dirige a los individuos como (en efecto) cristianos, que siendo tales deben tomar el insulto o daño, según la gracia de Dios pueda levantarlos a tan alto plano; pero nuestro Señor en ningún sentido contradijo la ley teocrática del AT (lex talionis, Dt. 19:21); la respaldó inequívocamente (Mt. 5:17ss.). Hasta el presente, la regla, de que el castigo debe ser apropiado a la falta es una ley de estado que no ha de abolirse mientras exista el estado.

La inutilidad de la venganza se muestra en el hecho de que siempre provoca una reacción similar (Gn. 4:23). La eficacia de «volver la otra mejilla» es el fin de la lucha, el hecho de que el adversario queda desarmado: «Si tu enemigo tiene hambre …» (Ro. 12:20).

Robert F. Gribble

RV60 Reina-Valera, Revisión 1960

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (631). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología