Luchando por tener dominio propio

Imagínese una competencia de tira y afloja. Dos lados luchan, uno contra el otro, esforzándose para tener el control. ¿Pueden ganar ambos bandos? Por supuesto que no; esa es la naturaleza del juego. En este mensaje, el Dr. Stanley habla acerca del conflicto interno que cada uno de nosotros enfrenta: la batalla entre obedecer a Dios o complacer nuestra carne. Es una lucha de alto riesgo con un solo ganador. Pero, como hijos de Dios, no estamos solos; con el Espíritu Santo de nuestro lado estamos equipados con dominio propio. Aprenda cómo este fruto del Espíritu inclina la balanza a su favor.

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Este mensaje fue grabado antes de la crisis de COVID-19. Para proteger a nuestro personal y a la comunidad, estamos siguiendo las pautas de seguridad y practicando el distanciamiento social. Apreciamos su comprensión.

Bosquejo del Sermón

La lucha por el dominio propio

PASAJE CLAVE: Gálatas 5.22, 23

LECTURAS DE APOYO: Gálatas 5.19-21; 6.7

INTRODUCCIÓN

¿Existe algún aspecto de su vida que esté fuera de control? Pueden ser problemas económicos o de inmoralidad, relaciones con otras personas, actitudes, hábitos, chismes, o pereza.

La falta de dominio propio en cualquier aspecto de la vida no concuerda con quienes somos en Cristo. El deseo del Señor es que vivamos en completa sumisión a Él, para que su Espíritu produzca en nosotros dominio propio.

DESARROLLO DEL SERMÓN

Si luchamos con Dios por el control de nuestra vida, sufriremos de estrés, ansiedad e infelicidad al estar en desacuerdo con Él. Cada vez que permitimos que nuestros deseos e impulsos nos controlen, nos privamos del descanso, la paz y el gozo del Señor.

¿Lucha con algunos de estos deseos?

  • Aceptación. ¿Qué tan grande es su deseo de ser aceptado por quienes le rodean?
  • Amor. ¿Es este un factor determinante en sus decisiones?
  • Placeres. ¿Se deja dominar por aquello que parece divertido y le hace sentir bien?
  • Sexo. ¿Tiene deseos sexuales que van más allá de los límites que Dios ha establecido?
  • Riqueza y seguridad. ¿Es esto una prioridad en su vida?
  • Logros. ¿Su deseo de sobresalir está fuera de control?
  • Notoriedad y fama. ¿Busca obtener prestigio sin importarle el costo?
  • Felicidad. ¿Qué está dispuesto a realizar con tal de sentirse feliz?
  • Atractivo. ¿Se ha dejado consumir por el deseo de lucir mejor que otros?
  • Control. ¿Anhela controlar la vida de otros o alcanzar una posición de poder y autoridad?
  • Aceptación propia. ¿Se siente descontento con la manera en la que Dios le creó?

La carne contra el Espíritu

El dominio propio consiste en pensar antes de actuar y en considerar las posibles consecuencias. Es un aspecto del fruto del Espíritu que contrasta con las obras de la carne.

• Las obras de la carne. “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Ga 5.19-21).

Esta es una lista de acciones que no son del Espíritu Santo, sino de la naturaleza pecaminosa y carnal. Nos advierte que aquellos que practican tales obras no verán el cielo. No se trata de haberlos cometido en el pasado o de no haber resistido a la tentación en alguna de estas áreas. La palabra clave para comprender esta porción bíblica es “practican”. Es decir, se refiere a las personas que han hecho del pecado un hábito constante, un estilo de vida, o una identidad. Tales personas no son verdaderas cristianas, pues quienes viven continuamente en pecado no son salvos de verdad.

• El fruto del Espíritu. “Más el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Ga 5.22, 23). Estas son características que resultan de la obra del Espíritu Santo en la vida de aquellos que han recibido a Jesucristo como Señor y Salvador. Aquellos que tienen estas cualidades contrastan con la sociedad que los rodea, pues son atributos semejantes a los de Cristo. Hay lugares a los que nunca irán, actividades en las que no participarán y cosas que no verán, porque hacerlo no encajarían con quienes son en Cristo.

Todos los que han sido salvos de verdad le dan la espalda al pecado. Aunque eso no significa que nunca más pecarán, sí han renunciado a su antiguo estilo de vida. Viven comprometidos a obedecer al Señor y a avanzar en su camino, no en las obras de la carne. A medida que se someten al Espíritu Santo que mora en ellos, Él produce su fruto que es reflejo de Cristo y una bendición para el creyente.

La batalla comienza cuando los creyentes en Cristo deseamos hacer lo correcto, pero sentimos que algo nos empuja en la otra dirección. La única manera de romper con esa tensión es rendirnos ante el Señor, confesando nuestro pecado y cediendo el control de nuestra vida a Dios. Si nos negamos, vendremos a ser esclavos del pecado y nos perderemos las bendiciones y recompensas que produce la obediencia.

Quizás nos parezca imposible renunciar al pecado que nos esclaviza, pero no lo es si el Espíritu Santo mora en nosotros. Él nos fortalece para alejarnos de la tentación y para entregarnos a Dios. Cuando su Espíritu tiene el control de nuestras acciones y pensamientos, podemos pensar antes de actuar y tener las fuerzas para hacer su voluntad.

La clave para el dominio propio.

  • El dominio propio requiere que pensemos antes de actuar. De no hacerlo, nos lamentaremos después.
  • Debemos tener un firme deseo de obedecer a Dios. Si no obedecemos, no podremos vencer la batalla interna con el pecado, ni vivir en santidad.
  • Tenemos que creer que el Espíritu Santo nos facultará. La sociedad pecaminosa en la que vivimos no tiene por qué vencernos, pues no peleamos esta batalla solos. El Espíritu de Dios nos capacitará para que podamos renunciar al pecado y vivir en sumisión a Él.

Al ser tentados, debemos hacernos las siguientes preguntas:

  • ¿Cómo nos afectará espiritualmente?
  • ¿Cómo nos afectará económicamente?
  • ¿Cómo afectará nuestra salud?
  • ¿Cómo afectará la manera en que otros nos ven? ¿Podrán vernos como creyentes con un compromiso genuino con el Señor, o como personas que proclama ser cristianos, pero que no viven como tales? ¿Es el fruto del Espíritu evidente en nuestra vida?
  • ¿El pecado que nos tienta es mejor que recibir las bendiciones que Dios ha preparado para nuestra vida?

No se deje engañar.

Andar en el Espíritu y expresar su fruto no siempre es fácil, aunque es la voluntad de Dios. Además, serias y dolorosas consecuencias nos aguardan si cedemos al pecado. El apóstol Pablo advierte acerca de esto en Gálatas 6.7: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Afirmar que Cristo es nuestro Salvador y luego vivir como nos plazca es burlarse de Dios, lo cual produce una cosecha dolorosa de lo que hemos sembrado. Sin embargo, vivir en obediencia al Señor produce una gran cosecha de justicia y del fruto del Espíritu en nosotros.

REFLEXIÓN

  • ¿En qué aspecto de su vida carece de dominio propio? ¿Por qué le resulta difícil entregarle dicho aspecto al Señor?
  • Piense en las áreas que ya le ha entregado a Dios. ¿Cuáles han sido los resultados? ¿Cómo le ayudaría a rendir aún más su vida a Él el recordar la fidelidad de Dios en el pasado?