APOCRIFOS

Apócrifos (gr. apókrufos, “oculto”; cuando se lo adjunta al gr. biblí­a, “libros” o “rollos”, significa “libros ocultos”). Término cuyo uso ha variado con el tiempo y en quienes lo usan. Algunos escritores antiguos lo aplicaban a libros de sabidurí­a esotérica o misteriosa, demasiado complicados para el hombre común y que sólo podí­an comprender los iniciados. De aquí­ que fueran “libros secretos”, escondidos al público en general. Otros usaban el término en sentido peyorativo: “espurio”, “falso”, “herético” y “extracanónico”; por ello, fuera de circulación. También en los cí­rculos eclesiásticos se dieron diversos usos a la palabra (y todaví­a los hay). Algunos la usan para toda la literatura antigua fuera del canon* de las Sagradas Escrituras. Los protestantes generalmente la emplean para indicar los libros que fueron incluidos en copias de la LXX y la Vulgata Latina, pero que fueron excluidos del canon hebreo de las Escrituras. En este artí­culo usamos “apócrifos” de la siguiente manera: A. Para designar los 15 documentos que se encuentran en algunos manuscritos griegos y latinos del AT, pero que no fueron incluidos en el canon de las Escrituras hebreas. B. Para designar otros libros espurios, tanto del AT como del NT, unánimemente repudiados como para formar parte del canon bí­blico (llámense “apócrifos”, “apócrifos [propiamente dichos]”, “deuterocanónicos”* o “seudoepigráficos”*). Con respecto a la relación de estos 15 libros con el canon del AT, veamos 3 posiciones entre las iglesias cristianas: 1. La Iglesia Católica Romana reconoce por lo menos 12 de los 15 libros (o partes de libros) como “deuterocanónicos”, y usan “apócrifos” especí­ficamente para otros libros extracanónicos que los protestantes llaman “seudoepigráficos”; además, otorga a los 12 una categorí­a totalmente canónica. La 4ª sesión del Concilio de Trento (8 de abril de 1546) decretó que, con excepción de 1 y 2 Esd. y la Oración de Manasés, los libros apócrifos “í­ntegramente y en todas sus partes” son “sagrados y canónicos”. Incluso se pronuncia un anatema sobre todo aquel que “a sabiendas y deliberadamente” los rechaza. Aunque a 1 y 2 Esd. y la Oración de Manasés se les niega canonicidad y autoridad, están incluidos en manuscritos latinos de la Vulgata, y en posteriores ediciones impresas fueron puestos en un apéndice de la Biblia. Cabe acotar que la Iglesia Católica hace de protocanónicos y deuterocanónicos un solo grupo, y coloca aparte seudoepigráficos y apócrifos (propiamente dichos). 2. La Iglesia Anglicana, la Iglesia Luterana y la Iglesia Reformada de Zurich sostienen que estos libros son útiles pero no son canónicos. El artí­culo VI de los famosos 39 artí­culos de la Iglesia Anglicana (1562) declara que son leí­dos “para ejemplo de vida e instrucción de las costumbres”, pero la iglesia no los usa para “establecer doctrina alguna”. El reformador suizo Oecolampadio declaró en 1530: “No despreciamos a Judit, Tobí­as, Eclesiástico, Baruc, los 2 últimos libros de Esdras, los 3 libros de los Macabeos, las adiciones a Daniel; pero no les asignamos autoridad divina como a los otros”. 3. La Iglesia Calvinista y otras iglesias reformadas plantearon claramente su posición en la Confesión de Fe de Westminster (1647): “Los libros, comúnmente llamados apócrifos, como no son de inspiración divina, no son parte del canon de la Escritura; y por tanto no tienen autoridad en la Iglesia de Dios, ni serán de otro modo aprobados o utilizados más que otros escritos humanos”. En lo relacionado con el canon, la Iglesia Ortodoxa Griega nunca tomó una decisión que fuera aceptada por todos los de su comunión. Como texto auténtico del AT acepta la LXX, que incluye los apócrifos. El sí­nodo de Jerusalén (1672) puso a los apócrifos en pie de igualdad con los libros canónicos, mientras que el sí­nodo de Constantinopla del mismo año tomó la posición de que no son iguales a los canónicos, pero que como “buenos y dignos de alabanza” no deben ser rechazados totalmente. Sin embargo, en la práctica esta iglesia ha avanzado hacia una casi total aceptación de los apócrifos. Los protestantes, sobre la base de evidencias internas y externas, niegan autoridad divina a los apócrifos y, por tanto, su canonicidad. Sus Biblias generalmente contienen, en el AT, los mismos libros que los hebreos aceptan como Escrituras inspiradas. Aunque esos apócrifos (y también los canónicos) fueron escritos por judí­os, no son aceptados por ellos como parte del canon oficial hebreo. En realidad, parece que los judí­os del perí­odo intertestamentario percibieron la ausencia del don espiritual, que es el único que califica a los hombres para escribir las Sagradas Escrituras. Josefo, el historiador judí­o del s I d.C., lo expresa 73 de este modo: “Desde el imperio de Artajerjes hasta nuestra época, todos los sucesos se han puesto por escrito; pero no merecen tanta autoridad y fe como los libros mencionados anteriormente, pues ya no hubo una sucesión exacta de profetas”. Además, existe una persistente incertidumbre con respecto a los libros apócrifos a través de toda la historia eclesiástica. Desde Jerónimo (c 340-420 d.C.) hasta la Reforma, los padres y teólogos insisten sobre las diferencias básicas entre los libros canónicos del AT y los apócrifos. Tal vez aún más importantes son las caracterí­sticas internas de los libros. En verdad, no añaden nada esencial a la historia de la redención. Enseñan doctrinas y estimulan prácticas que no están en armoní­a con los libros aceptados del canon. Por ejemplo, en 2 Mac. 12:41-45 (cf Bar. 3:4) aparece la idea de orar a los muertos y llevarles ofrendas. En los apócrifos hay una tendencia a magnificar lo externo de la religión. Limosnas y obras, dicen, expiarán el pecado y producirán su recompensa (2 Esdr. 8:33; Tob. 12:9; Eclo. 3:14). Tobí­as presenta una mezcla de piedad, folklore y magia. El demonio Asmodeo aparece como un celoso asesino de los 7 maridos de una mujer joven, pero finalmente es exorcizado al quemar las entrañas de un pez (Tob. 6:1-8; 8:1-9). Con la hiel del mismo pez se produce un poderoso medicamento que sana la ceguera de un padre, causada por el excremento de unos gorriones (2:9, 10; 6:8; 11:7-15). El lenguaje y la conducta de Judit, caracterizados por la falsedad y el doble trato, se presentan como aprobados por Dios, quien la ayuda (Judit 9:10, 13; etc.). La Sabidurí­a de Salomón enseña la doctrina platónica de que el alma del hombre es inherentemente inmortal, y que su cuerpo es un mero estorbo para ella (9:15), pensamiento totalmente extraño tanto al AT como al NT. El autor hasta tomó prestada la doctrina platónica de la preexistencia de las almas (8:19, 20). Véanse Apócrifos del AT; Apócrifos del NT. Sin embargo, aunque no se puede pretender canonicidad para los libros apócrifos, tienen valor para el estudioso de la Biblia. Proporcionan un conocimiento de la brecha de 400 años entre los 2 testamentos. Ayudan a comprender el clima social, polí­tico y religioso del NT. Los Macabeos, en particular 1 Mac., muestran las luchas de los judí­os por su libertad polí­tica y religiosa contra la tiraní­a del paganismo griego. Ayudan a comprender el surgimiento de sectas, como la de los fariseos y la de los saduceos. Arrojan luz sobre el crecimiento de instituciones y creencias de los judí­os del NT, y de ese modo proporcionan un marco de referencia para la iglesia cristiana primitiva. La inclusión de los libros apócrifos y/o deuterocanónicos en nuestras Biblias españolas merece un párrafo aparte. El Comité General de las Sociedades Bí­blicas Unidas, reunido en Edimburgo (septiembre de 1969), puso en claro algunos puntos y los comunicó de la siguiente manera: “Cuando la Versión Autorizada de la Biblia se publicó en 1611, todos los ejemplares contení­an los textos apócrifos. Lo mismo es cierto con la mayorí­a de las primeras traducciones tales como las de Lutero y Valera. Posteriormente, sin embargo, y de tanto en tanto aparecieron ediciones sin los textos apócrifHos_ En junio de 1964, una conferencia mundial de dirigentes de iglesias y representantes de la Sociedad Bí­blica, reunida en Drierbergen, Holanda, instó a las Sociedades Bí­blicas a acometer con renovado vigor su tarea de circulación mundial de las Escrituras y recomendó que ‘donde las iglesias deseen y especí­ficamente lo pidan, las Sociedades Bí­blicas deben considerar la traducción y publicación de los libros comúnmente llamados apócrifos’ “. Estos lineamientos se ratificaron en 1968, 1972 y 1973, y continúan hasta hoy. Bib.: B. M. Metzger, An Introduction to the Apocrypha [Una introducción a los libros apócrifos] (Nueva York, 1957); R. H. Pfeiffer, History of New Testament Times, With Introduction to the Apocrypha [Historia de los tiempos del Nuevo Testamento, con una introducción a los libros apócrifos] (Nueva York,1949); E. J. Goodspeed, The Story of the Apocrypha [La historia de los libros apócrifos] (Chicago, 1939); FJ-AA 1.8; Documenta (LUC), Canon y deuterocanónicos. Documento elaborado por las Sociedades Bí­blicas Unidas (Buenos Aires, s/f). Apócrifos del AT. Estos libros se produjeron, en su mayor parte, durante los ss II y I a.C,, aunque 1 ó 2 quizá procedan del s I d.C. Fueron clasificados de diversos modos: por lugar de origen, idioma, orden cronológico y género literario. Representan una gran variedad de formas literarias, e incluyen historia, romance, poesí­a, apocalí­ptica, sabidurí­a y devoción. Se los enumera y analiza a continuación. 1. Oración de Manasés. Plegaria supuestamente pronunciada por Manasés mientras estaba en el cautiverio asirio. Quizá fue escrita en hebreo c 100-50 a.C. De acuerdo con el registro bí­blico, Manasés fue el rey más malvado de Judá (2Ki 21:1-18; 2Ch 33:1-20). Sin embargo, cuando uno de los monarcas asirios (tal vez Esar-hadón o Asurbanipal) lo lleva 74 cautivo a Babilonia, reacciona y ora a “Jehová su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres” (2Ch 33:12). Esta plegaria, que lo conduce a su restauración a Judá y a su trono, es registrada “en las actas de los reyes de Israel” (v 18). La Oración de Manasés apócrifa pretende ser esa súplica recuperada. Sus 15 versí­culos trasuntan un espí­ritu de sincera penitencia y profundo sentimiento religioso, aunque realmente no es la oración auténtica del rey de Judá; ni siquiera los católicos la consideran canónica. 2. Tobí­as. Obra de ficción piadosa. Tal vez fue escrita en arameo por un judí­o de la diáspora c 200 a.C. Es un relato de aventuras que gira alrededor de Tobit, un pretendido judí­o cautivo en Asiria, y su hijo Tobí­as; su propósito es presentar elevados principios morales. Aunque Tobit es un hombre devoto que ayuda a los pobres, sufre las burlas de sus vecinos y es herido de ceguera (cps 1 y 2). Una disputa con su esposa lo desanima tanto que ora pidiendo la muerte. Al mismo tiempo, en Ecbatana de Media, una viuda virgen llamada Sara, que se ha casado con 7 hombres sucesivamente – cada uno de los cuales muere asesinado en la noche de bodas por un demonio llamado Asmodeo-, ora también pidiendo la muerte, o que se le dé un respiro de las burlas y falsas acusaciones. La oración de ambos es escuchada y el ángel Rafael es enviado para darles ayuda (cp 3). Simulando ser un hombre llamado Azarí­as, se convierte en el guí­a que lleva a Tobí­as hasta Media para recoger 10 talentos de plata dejados allí­ por Tobit (cps 4 y 5). Al llegar al rí­o Tigris, Tobí­as, por indicación de Rafael, pesca un gran pez (cp 6) cuyas entrañas son efectivas para ahuyentar al demonio Asmodeo y curar la ceguera de Tobit. El éxito corona el viaje. Tobí­as consigue el dinero y se casa con Sara, quien, de acuerdo con el ángel, estaba destinada para él desde la eternidad (cps 7-9). El regreso a Ní­nive es un evento gozoso para la familia entera y para los habitantes de la ciudad. Tobit es sanado de su ceguera y da la bienvenida a su nuera, y luego ofrece alabanzas y bendice a Dios (cps 10-14). 3. Judit. Emocionante romance religioso que deriva su nombre de la heroí­na, una viuda judí­a, rica y hermosa. Fue escrito originalmente en hebreo c 150 a.C. Cuenta acerca del rey asirio Nabucodonosor -quien, según se dice, reina sobre Ní­nive-, quien derrota a Arfaxad, rey de los medos en Ecbatana. Luego enví­a a su comandante en jefe, Holofernes, para castigar a los judí­os, único pueblo que se atreve a desafiarlo en el oeste al rehusar prestarle ayuda en la conquista de los medos. De acuerdo con el libro, recientemente habí­an regresado de su cautividad. Holofernes sitia la ciudad de Betulia. Mediante su habilidad, valor y astucia, Judit salva a su pueblo al cortar la cabeza de Holofernes con su propia espada mientras duerme totalmente ebrio. 4. Adiciones a Ester. Son 6 pasajes, con un total de 105 versí­culos, interpretados por judí­os piadosos de Egipto, en diversos lugares en la versión griega del libro canónico de Ester, durante el s I a.C. Como el libro canónico de Ester no contiene el nombre de Dios, se piensa que el motivo de estas adiciones fue el deseo de añadirlo. Pero los agregados introdujeron discrepancias y contradicciones en el texto. 5. 1 Macabeos. Esta obra, de importancia histórica, registra las luchas de los judí­os por obtener la libertad religiosa y polí­tica en el s II a.C. El nombre de 1 y 2 Mac. proviene de Judas Macabeo, el 3er hijo de Matatí­as, un sacerdote. La designación “Macabeo” generalmente se deriva del heb. maqqebeth, “martillo”. Se piensa que el nombre implica que él, como ningún otro, hizo que los enemigos de Israel y de Dios sintieran golpes de martillo, aunque Zeitlin cree que el nombre indica que Judas tení­a una cabeza como de martillo. 1 Mac. fue escrito en hebreo por un judí­o palestino c 110 a.C., y es nuestra mejor fuente para la historia de los primeros 40 años de las guerras macabeas. El propósito del libro fue probablemente legar a la nación judí­a una historia oficial de su casa real: la monarquí­a asmonea. Presenta un informe razonablemente confiable del perí­odo entre Antí­oco Epí­fanes (175 a.C.) y Juan Hircano (c 135 a.C.). Sin embargo, el énfasis del libro descansa mayormente sobre las actividades militares, y tiende a descuidar los aspectos sociales, económicos y religiosos del perí­odo. Después de dar un informe de los hechos que condujeron a la rebelión macabea (1:1-2:70), la parte central del libro enfoca las acciones militares de Judas (3:1-9:22) y sus hermanos Jonatán (9:23-12:53) y Simón (13:1-16:24), quienes lo sucedieron en la lucha por la libertad religiosa, primero, y por la libertad polí­tica después. 6. 2 Macabeos. Registro independiente y más detallado de los acontecimientos descriptos en 1 Mac. 1-7, redactado desde el punto de vista de un teólogo moralizador. Fue escrito en griego por un judí­o de la diáspora, alrededor del s I a.C. Se admite que la mayor parte del libro, que abarca los primeros 15 años de las guerras macabeas, es una condensación de la obra histórica en 5 tomos de Jasón de Cirene (2:19-32). Describe cómo los jasîdîm, “piadosos”, devotos celosos de la Torah y la ortodoxia 75 legalista, resistieron la helenización forzada de los judí­os. El libro enfatiza la intervención sobrenatural de Dios en favor de los fieles. El autor pretende mostrar “las apariciones celestiales en favor de los bravos combatientes por el judaí­smo” (2:21, NBE), y dar así­ instrucción y ánimo a los judí­os. El libro comienza con 2 cartas, supuestamente de los judí­os de Palestina a los judí­os de Egipto, en las que se describe la rededicación del templo y se los invita a unirse a la celebración de la fiesta anual de las Luces (1:1-2:18). El autor luego cuenta la historia que condujo a la revuelta macabea (cps 3-7); y en el resto de la obra describe los éxitos de dicha revuelta, las victorias en las batallas (cp 8), la muerte de Antí­oco Epí­fanes (cp 9), la purificación y la rededicación del templo, y las victorias militares subsiguientes obtenidas por Judas Macabeo en favor de los judí­os (cps 10-15). 7. Sabidurí­a. Tratado polí­tico-religioso que combina conceptos teológicos del AT con ideas filosóficas alejandrinas derivadas del platonismo y del estoicismo. Fue escrito en griego durante el s I a.C., probablemente en Alejandrí­a. El autor, que pretende ser Salomón, explica cómo, después de haber sido elegido divinamente como rey (9:7), es dotado de sabidurí­a en respuesta a la oración (7:7-14). El libro estimula a los judí­os a apoyar la sabidurí­a y la justicia, y muestra la necedad del paganismo. Su segunda mitad es un bosquejo religioso-filosófico de la historia de los tiempos del Pentateuco. Atribuye la preservación de los siervos de Dios, desde Adán a Moisés y más adelante, a la sabidurí­a (cps 10 y 11), y muestra la locura de la idolatrí­a (cps 13- 15). Las historias de Israel y de Egipto son una demostración especial de los resultados de la sabidurí­a por un lado y la necedad por la otra (cps 16-19). 8. Eclesiástico. También llamado “Sabidurí­a de Jesús ben Sirá”. Libro sapiencial, el más largo y el más estimado de todos los libros apócrifos. Su nombre, Eclesiástico ([libro] “de iglesia”), lo supone adecuado para leer en la congregación y para la instrucción de los catecúmenos. Es la única obra apócrifa cuyo autor puede ser identificado. Jesús, el hijo de Sirá, era evidentemente un maestro, y se ha sugerido que su libro contiene muchas de las disertaciones que dio en el aula. Fue escrito originalmente en hebreo, c 180 a.C., y fue traducido al griego c 132 a.C. por el nieto del autor. Se han encontrado extensas porciones del original hebreo del Eclesiástico en la genizah de El Cairo, y en las excavaciones de Masada.* Particularmente estas últimas (que proceden del s I d.C.), nos permiten tener un buen grado de confianza en las traducciones griegas de la literatura hebrea temprana. El libro presenta la naturaleza de la verdadera sabidurí­a en su aplicación a la piedad práctica y a la conducta humana. Sigue el modelo de los libros sapienciales, como el de Proverbios. El contenido no está presentado en forma sistemática. Cubre una cantidad de aspectos de la vida, como los deberes filiales y conyugales, la amistad, la corrección en el habla, el control propio, la hipocresí­a, las calumnias, la conducta en la mesa, las reglas de etiqueta, las limosnas y el duelo por los muertos. A pesar de lo largo de la obra, el autor afirma: “He pensado más cosas y las expondré, pues estoy colmado como luna llena” (39:12, NBE). Una de sus secciones más famosas es su relato de los hechos de los héroes antiguos (cps 44-50), que comienzan con las familiares palabras: “Hagamos el elogio de los hombres de bien…” Bib.: Pfeiffer, History of the New Testament Times [Historia de los tiempos del Nuevo Testamento], pp 353, 354. 9. Carta de Jeremí­as. En realidad, no es una carta, ni fue escrita por el profeta. Es una fervorosa disertación, basada en Jer 10:11, estimulando a los judí­os a aferrarse al Dios de sus padres y a no ser fascinados por los í­dolos de la tierra de su cautiverio, que son sólo metal y madera inertes. Aunque la Vulgata Latina y otras versiones, antiguas y modernas, la agregan al libro apócrifo de Baruc como cp 6, es una composición independiente y en muchas versiones se la imprime separadamente, como ocurre en la LXX (y en nuestra NBE; cf BJ). Probablemente fue escrita en griego entre los ss IV y II a.C., aunque no se puede eliminar la posibilidad de que fuera redactada en hebreo o en arameo, especialmente si se considera que el libro proviene de los ss IV o III a.C. 10. Baruc. Libro que sigue el modelo de los escritos proféticos del AT y supuestamente fue escrito por Baruc, amigo y secretario de Jeremí­as (Jer 36:4), durante el exilio de Judá en Babilonia. Muchos eruditos lo consideran una obra mixta redactada originalmente en hebreo, por 2 o más autores, y publicada en griego en su forma final en el s I d.C. Su objeto es interpretar la terrible calamidad que cayó sobre los judí­os en el 70 d.C. Las secciones en prosa, posiblemente escritas en hebreo (1:1-3:8), describen a los exiliados tan profundamente afectados por el mensaje que se les lee que se arrepienten de sus pecados y enví­an dinero a Jerusalén para ofrecer sacrificios sobre 76 el altar de Dios. La oración de confesión y la súplica por misericordia divina que sigue es puesta en boca de todo Israel. La 2ª mitad del libro (3:9-5:9) sigue un modelo poético que recuerda vivamente porciones de Isaí­as. Israel ha abandonado a Dios, la fuente de la sabidurí­a (3:9-4:4), por lo que le han sobrevenido las calamidades del exilio. La sección final (4:5-5:9) promete la restauración de Israel y predice la humillación de sus opresores. 11. Oración de Azarí­as y Cántico de los 3 jóvenes. Primera de 3 adiciones no canónicas al libro de Daniel, insertada entre los vs 23 y 24 del cp 3. Probablemente fue compuesta en hebreo cerca del s I a.C. Pretende ser la oración de Azarí­as (Abed-nego), uno de los 3 hebreos, mientras él y sus compañeros caminan en medio del horno de fuego ardiente (vs 1-23). El ángel del Señor cambia milagrosamente las aterradoras llamas del horno recalentado en “un viento húmedo que silbaba” (vs 24-50, NBE). Luego se describe a los 3 jóvenes unidos en un cántico de alabanza por la liberación (vs 51-90, NBE) que nos recuerda Psa_148 12. Susana. En la Vulgata, este romance religioso sigue al último capí­tulo de Daniel como cp 13. Probablemente fue escrito en hebreo alrededor del s I a.C. Dos ancianos judí­os, designados como jueces, se acercan a Susana, la hermosa y piadosa mujer de Joaquí­n, un destacado judí­o babilonio, con intenciones pecaminosas. Como ella rechaza sus sugerencias lujuriosas, la acusan falsamente de haber cometido adulterio, y como resultado es sentenciada a muerte. Pero la salva Daniel, quien interroga separadamente a los acusadores y demuestra, con la contradicción de sus testimonios, que éstos son falsos y maliciosHos_13 Bel y El dragón. Dos relatos escritos, probablemente en hebreo, durante el s I a.C. En la Vulgata aparecen como el cp 14 de Daniel. El 1º, como el de Susana, es una de las historias detectivescas más antiguas del mundo. En un enfrentamiento con sacerdotes babilonios sobre Bel (Marduk), Daniel esparce cenizas por el piso, y demuestra que no es el í­dolo quien come el alimento puesto en el templo sino los 70 sacerdotes con sus familias, quienes entran al lugar por una puerta secreta. La 2ª historia cuenta cómo Daniel mata a un gran dragón, que era objeto de adoración, al darle de comer una mezcla cocida de alquitrán, grasa y pelos. Luego Daniel es arrojado a un foso de leones, donde permanece 6 dí­as, pero milagrosamente lo alimenta Habacuc el profeta, a quien un ángel transporta desde Judea hasta Babilonia. 14. 1 Esdras. A veces llamado el “Esdras griego” (o 3 Esdr. en la Vulgata Latina, donde Esd. y Neh. se llaman 1 y 2 Esd., respectivamente). Este libro histórico fue compuesto originalmente, probablemente en hebreo, a comienzos del s II a.C. A mediados de ese siglo probablemente fue traducido al griego por un judí­o egipcio. Este libro ofrece un informe independiente del perí­odo cubierto por porciones de 2 Cr., Esd. y Neh., y comienza con la celebración de la Pascua durante el reinado de Josí­as (621 a.C.) y se extiende hasta la lectura del libro de la ley por Esdras, el escriba (444 a.C.). Sin embargo, con frecuencia no es coherente con las fuentes canónicas y consigo mismo; por ello, a menudo se lo describe como ficción histórica. Ni los católicos ni los protestantes lo aceptan como canónico. Se lo conoce más por su informe de una prueba de ingenio entre 3 miembros de la guardia personal del rey Darí­o I, quienes buscan la mejor respuesta a la pregunta: “¿Qué es lo más fuerte del mundo?” (1 Esdr. 3:5-4:63). El 1º afirmó: “El vino es lo más fuerte”. El 2º dijo: “El rey es lo más fuerte”. Pero el 3º, que se sugiere fue Zorobabel, declaró: “Las mujeres son lo más fuerte, pero la verdad vence a todo lo demás”. Ante esta respuesta, la gente aplaudió y gritó: “Grande es la verdad, lo más fuerte de todo” (4:41). La narración describe este evento como la oportunidad que aprovechó Zorobabel para obtener el decreto de Darí­o para continuar con la reconstrucción del templo de Jerusalén (vs 43- 57). 15. 2 Esdras. También conocida como 4 Esdr. (o 3 Esdr. cuando, como en el griego, Esd. y Neh. son considerados un solo libro). Esta obra apocalí­ptica tiene una historia literaria complicada. Las versiones orientales en que nos ha llegado (sirí­aca, etiópica, armenia, georgiana y 2 en árabe) sólo registran los cps 3-14. Estos abarcan probablemente la obra judí­a inicial, compuesta a fines del s I d.C. Sólo las versiones latinas contienen el prefacio (cps 1 y 2) y la conclusión (cps 15 y 16), que los eruditos creen que son de origen cristiano, tal vez de los ss II y III d.C., respectivamente. En 1:30, por ejemplo, el pasaje parece claramente tomado de Mat 23:37, y el texto de 1:37 es comparable con Joh 20:29 El concepto del rechazo de los judí­os como pueblo de Dios y el llamado a los gentiles refleja definidamente un punto de vista cristiano (1:24, 25, 35-40; 2:10, 11, 34). Los cps 3-14 son de un supuesto Apocalipsis de Salatiel, identificado con Esdras (AS-E). Se cree que esta parte del libro 77 quizá fue escrito en hebreo, en algún momento próximo al fin del s I d.C., y que se lo llamó Esdras para que fuera aceptado por el judaí­smo rabí­nico de la época. El AS-E contiene 7 visiones que intentan develar el futuro y dar respuesta a ciertas facetas del problema del trato de Dios con su pueblo. El autor usa un simbolismo complicado, especialmente en las visiones de la mujer de luto (9:26-10:59), el águila de 3 cabezas (con 12 alas grandes y 8 alas menores; 11:1-12:39) y del hombre que surge del mar (13:1-56). El cp 14 presenta un informe ficticio de la restauración de los libros sagrados que, según dice, Nabucodonosor habí­a quemado, y afirma que Esdras dictó a 5 secretarios el contenido de 24 libros del AT y 70 apocalipsis. En las versiones orientales, la historia culmina con la asunción de Esdras. Los cps 15 y 16 se hacen eco de algunos episodios del NT. 2 Esd. no es aceptado como canónico ni por católicos ni por protestantes. En realidad, la enumeración anterior sólo se refiere a los libros que dan lugar a divergencias de opinión con respecto a su inclusión en el canon del AT. Pero existen muchí­simas obras sobre las que no hay discrepancias de juicio, y tanto católicos como protestantes están de acuerdo en considerarlos apócrifos. He aquí­ algunos como ilustración (sólo los del AT): Odas de Salomón; Apocalipsis de Elí­as, Apocalipsis de Sofoní­as, Oración de José, Tratado de Sem, José y Asenet, Vidas de los Profetas, La escala de Jacob, etc. (para las obras con falsa autorí­a, véase Seudoepigráficos). Apócrifos del NT. Los apócrifos del NT nunca tuvieron entre los cristianos la estima de que gozaron los apócrifos del AT. Pocos de ellos fueron alguna vez considerados serios candidatos a la canonicidad. Montague Rhodes James, en su prefacio a The Apocryphal New Testament, dice que el lector puede verificar la sabidurí­a de esta decisión leyendo por sí­ mismo tal literatura: “Muy pronto se verá que no hay dudas de por qué se excluyeron del Nuevo Testamento: lo hicieron solos” (pp xi, xii). Véase Seudoepigráficos. Ninguno de los libros clasificados como apócrifos del NT son anteriores al s II d.C. Ninguno de ellos puede reclamar con razón haber sido escrito por apóstoles o tener autoridad apostólica, una de las pruebas de canonicidad para la iglesia primitiva. Su calidad literaria y espiritual los señala definidamente como de segunda clase. Veamos las clasificaciones y algunas de sus obras. I. Evangelios apócrifos. Las referencias y citas de los Evangelios extrabí­blicos esparcidos en los escritos patrí­sticos, combinados con antiguas listas de obras y fragmentos no canónicos de manuscritos procedentes de Egipto, proporcionan pruebas de la existencia de unos 50 Evangelios apócrifos. De muchos de ellos poco o nada se sabe, más que su nombre. Sólo se pueden mencionar aquí­ unos pocos de los más destacadHos_1 Evangelio de los Egipcios. Se originó en Egipto y se escribió en griego poco antes de mediados del s II d.C. Esta obra encabeza la lista de Evangelios heréticos que da Orí­genes. Nuestra principal fuente de información con respecto a él es Clemente de Alejandrí­a (c 150-c 220 d.C.), quien conservó unas pocas citas y quien nos dice que era leí­do y aceptado por los ascéticos encratitas. También se refieren a él otras 2 obras: la Refutación de todas las herejí­as de Hipólito, y el Panarion de Epifanio. Estos escritores revelan que, además de ser fuertemente ascéticos en sus enseñanzas, apoyan el sabelianismo (una herejí­a que hace del Padre, del Hijo y del Espí­ritu Santo meros aspectos sucesivos de una unidad eterna) y la idea de la fluidez del alma. 2. Evangelio de los Hebreos. Llamado así­ porque fue usado por cristianos de origen judí­o en Egipto, o por cristianos con tendencias fuertemente judí­as. Está constituido mayormente por material tomado del Evangelio canónico según Mateo. Se lo conoce por unas pocas citas de escritores cristianos tempranos, principalmente Jerónimo. Con referencia a la tentación, pone en boca de Jesús: “Aun ahora mi madre, el Espí­ritu Santo, me tomó por uno de mis propios cabellos y me llevó al gran monte Tabor”. Jerónimo menciona 2 incidentes interesantes, relacionados con la resurrección, que se encuentran en este Evangelio. En uno de ellos se cuenta que Jesús le dijo a Pedro y a los que estaban con él: “He aquí­, tóquenme y vean que no soy un espí­ritu descarnado (demonio)”. En el otro se declara: “Ahora bien, el Señor, cuando hubo dado la tela de lino al siervo del sacerdote, fue hacia Santiago y se le apareció (porque Santiago habí­a jurado que no comerí­a pan desde que habí­a participado de la copa del Señor hasta que lo viera resucitado de entre los que duermen)”. 3. Evangelio de Pedro. Trabajo con seudónimo del s II d.C. caracterizado por el antijudaí­smo y el docetismo (enseñanza que niega la verdadera humanidad de Jesús al atribuirle sólo un cuerpo como de fantasma), y en consecuencia niega la realidad de sus sufrimientos. Un fragmento de este Evangelio fue descubierto en 1886 en una tumba en Akhmim, en 78 el Alto Egipto, y fue publicado en 1892. Su naturaleza docetista se revela claramente en 2 citas: “Y trajeron dos malhechores, y crucificaron al Señor entre ellos. Pero él guardó silencio, como si no sintiera dolor”. “Y el Señor clamó en voz alta diciendo: ‘Mi poder, mi poder, tú me has abandonado’. Y después de haber dicho esto, fue llevado arriba”. 4. Evangelio de los Ebionitas. Obra escrita probablemente en griego, hacia fines del s II d.C., para promover los puntos de vista cismáticos de los ebionitas, judí­os cristianos afectados por el gnosticismo. Orí­genes lo conoció como Evangelio de los Doce apóstoles. Se sabe de su existencia mayormente por las citas que de él hace el Panarion de Epifanio. Los ebionitas eran vegetarianos, y su Evangelio describe la alimentación de Juan como de miel silvestre y tortas sumergidas en aceite. 5. Evangelios de Tomás. a) Uno pretende ser “la narración de Tomás el israelita, el filósofo, con respecto a las obras de la niñez de Jesús”. Se ocupa mayormente de una serie de supuestos milagros realizados por Jesús mientras era niño, entre los 5 y los 12 años. De acuerdo con estos informes, Jesús niño poseí­a poderes sobrenaturales, pero eran usados a menudo con fines destructivos y vengativos. La gente hasta se quejaba ante José: “Tú, que tienes este niño, no puedes vivir con nosotros en la aldea: o le enseñas a bendecir o [le enseñas] a no maldecir; porque mata a nuestros niños” (cp IV). b) Otro es un trabajo también llamado Evangelio de Tomás, una colección de más de 100 dichos (lóguion) de Jesús, que menciona la literatura patrí­stica. Algunos eran conocidos por un papiro encontrado en Oxirrinco.* La colección completa en una traducción copta fue descubierta en Nag Hamadí­,* en Egipto, en 1946. Curiosamente, uno de estos “Dichos de Jesús”, ya conocido por una colección encontrada en Oxirrinco, atribuye al Señor esta declaración: “Si no guardáis el sábado como sábado, no veréis al Padre” (Dicho Nº 28). 6. Protoevangelio de Santiago. Uno de tantos “Evangelios de la infancia” que intentaron glorificar la niñez de Jesús. Pretende promover la santidad y la veneración de la Virgen Marí­a. Siguiendo el modelo del relato del nacimiento de Samuel, narra el anuncio angélico del nacimiento de Marí­a a Joaquí­n y Ana, sus padres, en respuesta a sus fervientes oraciones, y cómo Marí­a, al igual que Samuel, fue presentada al Señor y educada en el templo. Describe la milagrosa concepción de Jesús, y su vida en el hogar de José, un viudo anciano. Declara que Zacarí­as, padre de Juan el Bautista, fue asesinado por Herodes al no querer revelar el lugar donde se escondí­a Elisabet y Juan cuando mataron a los niños de Belén. Con respecto a este Evangelio, pretendidamente escrito por Santiago, el hermano del Señor, el Dr. E. J. Goodspeed, dijo: “Ningún Evangelio es más completamente ficticio que éste”. 7. Evangelio de Nicodemo. Uno de “Evangelios de la pasión”, también llamado Hechos [o Actas] de Pilato. Data de mediados del s IV d.C., y está constituido por 2 partes diferentes: a) la narración del juicio, de la pasión y de la resurrección, donde se destacan particularmente las partes desempeñadas por Pilato y por Nicodemo; b) un relato del supuesto descenso al infierno. Los hipotéticos documentos de Pilato con respecto a Jesús son pura fantasí­a. II. Hechos apócrifos. Conjunto de relatos fantásticos de viajes de los grandes lí­deres apostólicos. Surgieron en la iglesia primitiva para suplementar el breve informe que da nuestro libro cánonico de los Hechos, que se centra en Pedro (Act_1-12) y en Pablo (13-28). Y aunque se dan los nombres de los apóstoles en el cp 1, nada se dice en la obra del trabajo o de la suerte de la mayorí­a de ellos. Aun la narración acerca de Pablo se corta de repente, sin dar ninguna información acerca de lo que ocurrió con su juicio. Los Hechos apócrifos pretenden responder las preguntas que surgen naturalmente de este silencio, pero los informes son de carácter puramente legendario. Exaltan a los apóstoles por sobre el nivel de la realidad y hacen de ellos personajes fantásticos. Aunque pueda haber algo de verdad en algunos incidentes que se narran, en su mayor parte están desprovistos de valor histórico. Se explayan en relatos maravillosos de naturaleza milagrosa. Son de un carácter fuertemente ascético. Las relaciones matrimoniales son consideradas como malas. La mayorí­a de ellos presenta puntos de vista heréticos con respecto a Jesús conocidos como docetismo, y algunos enseñan una forma ingenua de modalismo, doctrina que no hace una distinción clara entre el Padre y el Hijo. Sin embargo, contienen pasajes de ferviente piedad y sincera devoción. Sólo mencionaremos 5 de los más destacados Hechos apócrifHos_1 Hechos de Juan. Narración ficticia de los viajes del apóstol escrita en el s II d.C. Contiene relatos imaginarios de sus milagros y discursos. Es especialmente digno de notar por su exposición del punto de vista docetista de nuestro Señor (véase I, 3). Jesús aparece en 79 formas variables y cambiantes: como joven y como anciano, como inmaterial y como cuerpo sólido (cps 89-93). Podí­a andar sin comer ni dormir (89). No dejaba huellas cuando caminaba (93). Sus sufrimientos no fueron reales y en la crucifixión fue un fantasma (97-101). Así­, los Hechos de Juan presentan al apóstol enseñando exactamente la doctrinas que su Evangelio y sus epí­stolas estaban destinadas a enfrentar y a refutar. 2. Hechos de Pablo. De acuerdo con Tertuliano, es una novela apostólica producida por un presbí­tero del Asia antes del 190 d.C. y después del martirio de Policarpo, que ocurrió c 155 d.C. Sólo quedan fragmentos de él. Es notable por su famosa descripción de Pablo como un hombre de baja estatura, calvo, de piernas curvadas, cejijunto y con una nariz prominente. También contiene el bien conocido relato de Pablo y Tecla. Tecla es una virgen que deshace su compromiso con Tamyris, después de escuchar las enseñanzas del apóstol que exaltan las virtudes de la virginidad, y luego lo sigue. La obra también consigna algunas supuestas correspondencias intercambiadas con la iglesia de Corinto (a veces llamada 3 Co.), y un informe del martirio de Pablo. El libro expresa una fuerte aversión al matrimonio y contiene varias presuntas bienaventuranzas del apóstol acerca de la castidad, incluyendo la que dice: “Bienaventurados son los que tienen esposa como si no la tuvieran, porque heredarán a Dios”. Durante un buen tiempo Hechos de Pablo fue altamente estimado en el Oriente. 3. Hechos de Pedro. Libro con los milagros y las palabras de Pedro, producido cerca del fin del s II o comienzos del s III d.C. Se han recuperado, de diversas fuentes, unos 2/3 del texto. Narra cómo Pedro llegó a Roma, y cuenta lo que hizo y enseñó allí­, particularmente su oposición a Simón el Mago, quien habí­a desviado a la mayor parte de los miembros de la iglesia de Roma. Al refutar al mago, Pedro hace toda clase de milagros, como hacer hablar a un perro, nadar a un arenque muerto, hablar a un bebé como si fuera un adulto, y que varias personas se levanten de los muertos. De acuerdo con la narración, la enseñanza de Pedro sobre el ascetismo y la castidad causa la separación de muchas mujeres de sus esposos, lo que finalmente le trae dificultades con las autoridades, las que están decididas a matarlo. Al principio cede a los ruegos de sus amigos y huye de Roma. Pero al salir se encuentra con el Señor Jesús que entra en la ciudad, y Pedro le pregunta a Jesús: “Señor, ¿a dónde vas?” (la famosa leyenda del Quo vadis). La respuesta fue: “Voy a Roma para ser crucificado”. Pedro entonces regresa y es crucificado cabeza abajo, a su pedido. Hechos de Pedro es de interés para el estudioso de la historia de la observancia del sábado y del domingo, puesto que el libro designa especí­ficamente al 1er dí­a de la semana como el “dí­a del Señor”. 4. Hechos de Andrés. Obra que cuenta los viajes y los hechos maravillosos del apóstol Andrés en el Ponto, en Bitinia, en Macedonia y en Grecia. Los eruditos no están de acuerdo en la fecha de su composición, pero lo más probable es que se haya escrito antes del 200 d.C. y cerca del tiempo de Hechos de Pablo. Hay alguna evidencia de que este último pueda tener alguna dependencia de aquél. Como Hechos de Pedro y Hechos de Pablo, el de Andrés considera la relación conyugal como mala y estimula el celibato y la continencia. El apóstol persuade a Maximila, esposa de Aegetes, procónsul de Grecia, a abandonar a su esposo; como consecuencia, Andrés sufre el martirio. Lo crucifican, pero permanece en la cruz 3 dí­as, y luego de rehusar la liberación, finalmente sucumbe. 5. Hechos de Tomás. Relato de los viajes de “Judas” Tomás, escrito probablemente hacia fines del s II d.C. Se conserva í­ntegramente. Los eruditos están divididos en cuanto a la lengua en que se escribió: mientras algunos opinan que fue escrito en sirí­aco, otros creen que fue en griego; finalmente hay quienes sostienen que el libro se redactó en ambos idiomas. Trasunta fuertes ideas gnósticas, usa fraseologí­a maniquea y enseña el ascetismo. La vida abstemia de Tomás se describe así­: “Ayuna continuamente y ora, y come sólo pan, con sal, y su bebida es el agua, y no viste más que una pieza de ropa en tiempo bueno y en invierno, y no recibe nada de ningún hombre y lo que tiene lo da a otros” (cp 20). El libro presenta una condición indispensable para la salvación: la abstinencia de relaciones sexuales, que llama “sucio trato sexual” (cp 12). Consiste de 13 “hechos” de Tomás, seguidos por un informe de su martirio. El relato comienza con una reunión de los apóstoles en Jerusalén para dividir las regiones del mundo para el servicio cristiano. Tomás recibe la India como su suerte, pero rehúsa aceptar esta misión aun después que Jesús se le aparece y trata de dispersar sus temores. El Señor entonces lo vende como esclavo carpintero a un mercader (Abanes) enviado por el rey de la India. En la India, el ministerio de Tomás está lleno de lo milagroso y sobrenatural. La crí­a de un asno habla. Una serpiente es obligada a 80 absorber el veneno del cuerpo de un joven asesinado, con lo que vuelve a la vida. Una joven que fue muerta recibe otra vez la vida y relata los horrores de su experiencia en el infierno. Cuatro asnos salvajes son llamados como sustitutos de unas bestias de carga exhaustas. Uno de ellos exorciza un demonio de una mujer y de su hija. Tomás es liberado de la prisión para bautizar a unos conversos, y después de su retorno, el sello de las puertas de la prisión aparecen como si no se hubieran roto. Todo el libro está desprovisto de valor histórico, aunque el autor usó personajes históricHos_6 Hechos secundarios. Entre las obras de importancia secundaria se podrí­a nombrar Hechos de Felipe, Hechos de Mateo, Hechos de Andrés y Mateo, Hechos de Pedro y Andrés, Hechos de Andrés y Pablo, Hechos de Bartolomé, Hechos de Simón y Judas, Hechos de Tadeo, Hechos de Bernabé, etc. III. Epí­stolas apócrifas. Escritos de este tipo no son muy numerosos y tampoco impresionantes. Las epí­stolas del NT son más difí­ciles de imitar que los Evangelios o los Apocalipsis, y por lo tanto, es más fácil descubrir sus falsificaciones. Dos cartas espurias pretenden ser la correspondencia entre Jesús y Abgaro, rey de Edesa. Las Homilí­as clementinas comienzan con una supuesta carta de Pedro a Santiago. Obras atribuidas a Pablo incluyen la Epí­stola a los laodicenses, que pretende ser la carta mencionada en Col 4:16; la perdida epí­stola a los Corintios (cf 1Co 5:9), que es parte del apócrifo Hechos de Pablo; y la falsificada correspondencia de Pablo con Séneca: 14 cartas, 6 atribuidas a Pablo y 8 a Séneca. También se deberí­an mencionar la pseudo Epí­stola de Tito, el discí­pulo de Pablo, acerca del estado de castidad. Finalmente, una Epí­stola de los apóstoles, escrita a mediados del s II “para todos los hombres” en el nombre de los apóstoles de Jesús. Ninguna de ellas puede pretender con justicia un lugar en el canon del NT. IV. Padres Apostólicos. Más importantes que las epí­stolas apócrifas son las así­ llamadas de los Padres Apostólicos, que generalmente no se incluyen en la literatura apócrifa del NT, pero algunas de los cuales durante un tiempo tuvieron pretensiones serias de canonicidad. Varios de estos escritos están en la forma de epí­stolas o cartas. 1. 1 Clemente. Carta de la iglesia de Roma a la de Corinto escrita entre el 75 y 110 d.C., y más probablemente alrededor del 95 d.C. El verdadero autor de la carta, de acuerdo con la tradición de la iglesia primitiva, fue Clemente, cabeza de la iglesia de Roma. Su tema principal es un llamamiento a la iglesia de Corinto a eliminar sus diferencias y a someterse a la autoridad de los ancianos, algunos de los cuales habí­an sido depuestos. Contiene la aseveración clara más temprana del principio de la sucesión apostólica (cp 44). También las referencias no canónicas más tempranas referentes a Pedro y a Pablo, y constituyen un valor para el estudio del canon del NT por sus citas, alusiones y referencias a los libros del mismo. Aparentemente, fue aceptado como canónico por Clemente de Alejandrí­a (muerto c 220 d.C.). El Ms bí­blico llamado Códice Alejandrino, del s V d.C., lo incluye, y un Ms de la versión sirí­aca del s XII d.C. lo incluye entre las cartas de Pablo y las epí­stolas católicas. Fue mencionado como parte del NT en los cánones apostólicos de c 350 d.C. 2. 2 Clemente. No es realmente una carta ni es de Clemente. Es un sermón, escrito a mediados del s II d.C., que se asoció con 1 Clemente. Es una apelación al arrepentimiento, a una vida pura y piadosa, y a creer en Cristo y en la resurrección. 3. Epí­stola de Bernabé. Obra anónima que se originó en la 1ª mitad del s II d.C., y que la tradición erróneamente atribuye a Bernabé, el amigo de Pablo. 4. El Pastor de Hermas. Homilí­a del s II d.C. atribuida a un Hermas de Roma, quien pretendí­a tener el don de profecí­a. Este libro consiste mayormente de alegorí­as, y representa un intento de restablecer la autoridad del don profético que se estaba perdiendo en la iglesia. Algunos lo consideraron canónico; fue incluido en el NT en el Códice Sinaí­tico. 5. La Didajé (o Enseñanzas de los Doce apóstoles). Manual para la iglesia que data probablemente del s II d.C. Está dividido en 2 partes: la primera posiblemente sea una obra judí­a llamada Los dos caminos; y la segunda, una especie de manual de organización eclesiástica. V. Apocalipsis apócrifHos_1 Ascensión de Isaí­as. Obra mixta, judeo-cristiana, de alrededor del s II d.C., transmitida en forma completa sólo en una traducción etí­ope. La 1ª parte (cps 1-5), considerada de origen judí­o, relata la historia del martirio de Isaí­as, quien murió “aserrado” (cf Heb 11:37). La 2ª parte, llamada “la visión que Isaí­as… vio” (cps 6-11), describe el viaje del profeta a través de los 7 cielos, durante el cual vio muchos misterios relativos a Cristo (“el amado”): su descenso a la tierra y su crucifixión, su ascensión y su lugar a la diestra de la gloria. 2. Apocalipsis de Pedro. Este escrito, de 81 mediados del s II d.C., es el más importante de los Apocalipsis apócrifos cristianos. Se debe distinguir del Apocalipsis de Pedro gnóstico, descubierto en 1946 en Nag Hamadí­.* Se ha conservado parte en un fragmento griego descubierto en 1886 en la tumba de un monje cristiano en Akhmim, Alto Egipto, como también en una traducción etí­ope conocida desde 1910, que se considera más cerca del original que el fragmento griego. Este Apocalipsis, que alcanzó gran circulación y mucha estima, es digno de notarse por sus ví­vidas descripciones del castigo preciso por pecados especí­ficos de los perdidos. Son atormentados sobre ruedas incandescentes y rí­os de fuego por demonios con serpientes, gusanos y buitres. Estas descripciones derivan de fuentes no cristianas como el orfismo y el pitagorismo. También incluye una breve descripción del paraí­so de los redimidos, perfumado y lleno de frutHos_3 5 Esdras. Idéntico al 4 Ezr_1 y 2 en los Mss latinos. Contiene una invectiva, que recuerda pasajes del AT, contra el pueblo judí­o “duro de cerviz” por causa de sus pecados (cp 1), y promesas consoladoras a sus sucesores, los cristianos, como pueblo de Dios (cp 2). 4. 6 Esdras. Idéntico al 4 Ezr_15 y 16 en los Mss latinos. Estos 2 capí­tulos describen la suerte y la destrucción total que viene a “toda la redonda tierra” por causa de la maldad. Pero Dios librará a sus elegidos de esos dí­as de terrible desolación. 5. Sibilas cristianas. El término “sibila” designaba a una de varias clases de mujeres antiguas quienes, en estado de éxtasis, predecí­an eventos futuros. Los oráculos sibilinos judeo-cristianos están expresados en exámetros griegos. Evidentemente, los primeros 5 libros son judí­os con interpolaciones cristianas. Los libros 6 al 8 son puramente cristianos. El 6 contiene un himno a Cristo y al bendito árbol sobre el que fue “extendido”. El 8, de 500 lí­neas, es el más importante. Comienza con un anuncio de condenación de la depravada y atea Roma. Luego sigue un canto de triunfo escatológico de Cristo. Las letras iniciales de las lí­neas griegas 217-250 forman el famoso acróstico (IESOUS): “Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador”. El libro cierra con un himno a Dios y al Logos que se encarnó. El 7 presenta varias profecí­as escatológicas y preceptos morales y rituales. 6. Apocalipsis de Pablo. Libro de fines del s IV o V d.C. que pretende describir lo que Pablo vio cuando fue “arrebatado hasta el tercer cielo” (2Co 12:2-4). Comienza con una introducción que cuenta el hallazgo de la revelación de Pablo en una caja de mármol bajo su casa en Tarso, junto con el calzado que usaba cuando “caminaba enseñando la palabra de Dios”. Luego sigue la queja: “¿Por cuánto tiempo transgredirás y añadirás pecado a pecado y tentarás al Señor que te hizo?” Después de ser arrebatado al 3er cielo, Pablo presencia la aprobación de un alma justa y la condena de un alma impí­a. Describe la “ciudad de Cristo” con sus 12 muros, 12 torres, 12 puertas y 4 rí­os. Allí­ encuentra a muchos santos del AT y a Marí­a la madre de Jesús. Luego se le muestra la terrible condenación de varias clases de pecadores. Por causa de los ángeles, de Pablo y de los cristianos que oran sobre la tierra, un grupo tendrá respiro del castigo los domingHos_7 Apocalipsis de Tomás. Profecí­a de las “señales que ocurrirán al fin del mundo”, pretendidamente revelada al apóstol por el “Hijo de Dios el Padre y… el padre de todos los espí­ritus”. Probablemente fue escrita en latí­n por el s V d.C. Es singular por el hecho de que presenta 7 señales del fin para los 7 dí­as de tiempo. 8. Apocalipsis de Esteban. Esta obra, que cuenta la reaparición de Esteban, el 1er mártir cristiano, evidentemente fue muy valiosa para la herejí­a maniquea. Fue condenada en el s VI d.C., junto con los Apocalipsis de Pablo y de Tomás, por el Decretum Gelasianum; no se sabe de ningún texto que haya sobrevivido. 9. Apocalipsis de la Virgen. En 2 Apocalipsis independientes, uno griego y otro etí­ope, se narra que la Virgen Marí­a vio los tormentos de los perdidos. VI. Escritos gnósticos apócrifos. Para un análisis de estos libros apócrifos de naturaleza gnóstica, descubiertos en Nag Hamadí­ en traducciones coptas, véase Nag Hamadí­. VII. Apócrifos modernos. Existe cierta cantidad de escritos religiosos, producidos en tiempos modernos, que pretenden estar basados en documentos antiguos, pero que han sido expuestos como falsificaciones o como ficción. Entre ellos están: 1. Libro de Jasher, 1751, por Jacob Ilive. 2. Crucifixión de Jesús vista por un testigo, 1851. 3. Hechos 29, 1871. 4. Informe de Pilato, 1879, por W. D. Mahan (edición ampliada, 1884, llamada The Archaeological and the Historical Writings of the Sanhedrin and Talmuds of the Jews [Los escritos arqueológicos e históricos del Sanedrí­n y los Talmud de los judí­os], o The Archko Volume [El volumen Archko], o la Archko Library [La Biblioteca Archko]).82 5. Confesiones de Poncio Pilato, 1889, escrito como ficción por un obispo libanés. 6. Vida desconocida de Cristo, 1894, por Nicolás Notovitch. 7. Segundo libro de los Hechos, por mucho tiempo perdido, 1904, por Kenneth G. Guthrie. 8. Evangelio de Acuario, 1911, por Levi H. Dowling. 9. Los libros perdidos de la Biblia, 1926. Bib.: M. R. James, The Apocryphal New Testament [El NT apócrifo] (Oxford, 1955); Hennecke-Schneemelcher, New Testament Apocrypha [Apócrifos del NT], tr. y ed. por R. McL. Wilson, 2 ts (Filadelfia, 1963,1965); E. J. Goodspeed, Famous Biblical Hoaxes or Modern Apocrypha [Famosas falsificaciones bí­blicas o Apócrifos modernos] (Grand Rapids, Mich., 1956); A. de Santos Otero, Los Evangelios apócrifos, 7ª ed. (Madrid, BAC, 1991). Apolión. Véase Infierno (I.B).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

(Escondidos, espúreos).

Son libros que se escribieron en la época del Antiguo y del Nuevo Testamento, que tratan de temas bí­blicos, pero que no pertenecen a la Biblia. De la época del Nuevo Testamento hay más 30.

– “Evangelio” de Pedro, de Santiago, de Matí­as, de Felipe, de Bartolomé, de Nicodemo, de José el Carpintero, de los Hebreos, de los Egipcios.

– “Hechos” de Pedro, de Andrés, de Pablo, de Pedro y Pablo, de Juan, de Tomás, de Felipe, de Matí­as, de Bernabé.

– “Epí­stolas” de Cristo al Rey Abgar, de Pablo a Séneca, a Alejandria, a Laodicea.

– “Apocalipsis” de Pablo, de Marí­a, de Tomás, de Esteban.

Sabemos los que pertenecen a la Biblia porque así­ nos lo ensena la Iglesia, que lo decidió en el siglo V, en el concilio de Roma, bajo el Papa Dámaso. El Nuevo Testamento de los católicos, protestantes y ortodoxos está compuesto por los libors que proclamó “canónicos” este Concilio. Si alguna persona no cree en la autoridad del Papa, no puede saber qué libros componen el Nuevo Testamento.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

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Libros que circularon en los primeros tiempos cristianos en torno al mensaje de Jesús y que la Iglesia no reconoció como inspirados.

También los hubo en la literatura del Antiguo Testamento y se divulgaron por algunos ambientes, como fruto del roce entre la cultura griega extendida por Alejandro Magno en el s. III a de Cristo y los ecos de las culturas orientales, tanto babilónicas y persas como egipcias.

Ambos, los judí­os y los cristianos, revisten cierto carácter oculto (en griego apo-kryphos es oculto), y encierran muchas veces tradiciones de los primeros tiempos que han pasado a las creencias posteriores, tanto judí­as como cristianas.

1. Datos
1.1. Del Antiguo Testamento

No son muchos, pero existen escritos en los tres siglos anteriores a Cristo y algunos de los años inmediatos del cristianismo.

Tales son el libro de los Jubileos, el 3 de Esdras y el 3 de los Macabeos, la vida de Adán y Eva, el Apocalipsis de Moisés, Testamento de los 12 Patriarcas, el Libro de Henoc, la Asunción de Moises, etc. Se acercan a 40 los que existieron entre los siglos III a de C. y III de nuestra era.

Los especialistas los suelen agrupar en tres géneros: los históricos, los didácticos y los apocalí­pticos.

Hay algunos especialmente interesantes sobre temas judí­os que aportan información valiosa sobre ideas que se fueron abriendo camino en el judaí­smo tardí­o: escatologí­a, supervivencia, responsabilidad personal, culto interior, etc.

1.2. Del Nuevo Testamento

En total hay unos 200 textos diferentes conocidos de los primeros cuatro siglos. Se suelen agrupar en varios tipos:
– Evangelios. Se centran en la figura de Jesús y en los Apóstoles: Evangelio de los Hebreos, de los Egipcios, de los Ebionitas, de Matí­as, de Felipe, de Bartolomé.

– Hechos apostólicos, de Pedro, de Pablo, de Andrés, de Felipe, de Juan, de Tomás, etc.

– Epí­stolas atribuidas a diversos apóstoles, incluso a Cristo: Cartas entre Cristo y el rey de Edesa, Abgar, Epí­stola a los de Laodicea, a los de Alejandrí­a… otra a los de Corinto. etc.

– Apocalipsis diversos, como el de Pedro, el de Juan, el de Esteban, el de Marí­a, etc. Siguen los rastros del Apocalipsis verdadero e imitan su estilo.

Todos estos textos interesan como curiosidad histórica y sirven para recordar que los textos sagrados, Evangelios, Cartas, Hechos y Apocalipsis, afloraron en medio de un gran interés literario. En ese bosque de escritos y de textos diversos, el verdadero grupo de los escritos inspirados fue abriéndose camino, defendido por la sabia enseñanza de los grandes Padres del cristianismo.

La mayor parte de los textos apócrifos largos son de la segunda parte del siglo III y del siglo IV. En la Historia de la Iglesia tienen especial importancia los textos que proceden de grupos cristianos animados por las diversas culturas que se extendí­an por la zona oriental del Imperio romano: Asia, Grecia, Siria, Egipto.
2. Tipos y estilos
Los más interesantes en la catequesis cristiana son los que, en épocas muy antiguos, ya hablan de forma interesada sobre la figura de Jesús.

Entre estos libros hay algunos en forma de Evangelio o relatos referentes a la vida de Jesús. Multiplican los datos fantasiosos y con frecuencia ingenuos.

Se distinguen los llamados Evangelios de la Infancia, que suelen tener un interés peculiar por la infancia de Jesús.

Hay otros textos en forma de Epí­stolas, de Hechos de algunos apóstoles (Tomás, Felipe, Pedro, etc.) y también algún Apocalipsis;
Y hay algunos textos, sobre todo los llamados Evangelios gnósticos, que pretenden armonizar la figura y el mensaje de Jesús con las doctrinas de algunas corrientes tardí­as del platonismo, que era dualista, dialéctico y mí­tico, y se extendió sobre todo por Asia Menor y Egipto.

Algunos de estos textos, como el Evangelio según los Hebreos, tuvieron cierta extensión y se hallan citados por los primitivos escritores cristianos (Orí­genes, Tertuliano, Eusebio de Cesarea).

Otros pertenecí­an a grupos reservados, especie de sectas que proliferan en los primeros tiempos. Tales son los encontrados en Egipto en un portentoso descubrimiento en Nag-Hammadi en 1945 y que recoge 13 libros copiados en el siglo IV procedentes del siglo I y II.

Tí­tulos como Evangelio de Felipe (s. II), Evangelio de Tomás (hacia el 140), Evangelio de los Egipcios (s. III), Evangelio de Marí­a Magdalena (s. IV), Diálogo del Salvador s. IV), Sabidurí­a de Jesucristo (s. III), Hechos de Pedro y de los doce apóstoles (fines del II) etc. Indican los intereses y temas preferentes que preocupaban a algunas comunidades cristianas de Siria, de Palestina, de Asia, de donde procedí­an)

Los textos de Nag-Hammadi se solí­an leer en las asambleas y, como la Epí­stola de Eugnostos hallada entre ellos, influí­an fuertemente en la piedad y en la vida de los reunidos.

3. Valor cristiano
Algunos apócrifos son los primeros testimonios escritos de algunas de las tradiciones y celebraciones cristianas primitivas: Asunción de Marí­a, procesiones ceremoniales, fiesta de la Epifaní­a, etc. En estos escritos encuentran resonancia y, antes que los grandes escritores cristianos nos hablen de ella, sabemos por los apócrifos que se conocen en diversas cristiandades.

La Historia de la Infancia de Tomás y los Hechos de Pilatos, la Hija de Pedro o la Infancia de Jesús parecen hechos para llenar con fantasí­as los huecos narrativos que los cristianos advertí­an en las historias y recuerdos del paso de Cristo por la tierra.

Especial importancia tienen algunos textos de inspiración escatológica y apocalí­ptica que aludí­an a la pronta venida del Señor y a las realidades del más allá, campo que siempre estuvo propenso a fantasí­as y especulaciones, sobre todo sobre el poder del mal y del enemigo Satán.

Entre los apócrifos, los más conocidos son el libro de Enoc y el Segundo libro de Esdras.

Algunas de las sectas que más usaron los libros apócrifos fueron la cuna de los primeros errores o herejí­as sistematizadas que atormentaron a la Iglesia a partir del siglo II. Usaron con profusión estos textos, cuando no fueron ellas mismas las fuentes donde surgieron.

Debemos recordar que Siria y Palestina a finales del siglo I se hallaban en la confluencia del Imperio romano con las culturas que vení­an de Oriente. El dualismo de las religiones persas, de modo preponderante del zoroastrismo, no podí­a dejar de tentar a los primeros cristianos más cultivados en las letras y en las artes.

Podemos recordar entre los gnósticos cristianos más importantes al hereje Valentí­n y a su discí­pulo Tolomeo, que fueron influyentes en la Iglesia de Roma durante el siglo II.

Resulta interesante observar cómo fueron precisamente esas herejí­as y herejes los factores que provocaron el estudio y defensa de la verdad cristiana y ayudaron con sus ataques y disensiones a clarificar la doctrina cristiana.

Al ser la cultura muy diversa entre las comunidades y sobre todo al ser los primeros convertidos más bien gentes sencillas y poco eruditas, las supersticiones se albergaban fácilmente en ellos, lo que fomentaba la literatura apócrifa.

4. Importancia en catequesis

Al catequista le interesan estos escritos, como a cualquier cristiano, por ser libros primitivos y recoger datos, sentimientos y tendencias de los siglos iniciales del cristianismo.

Nada añaden ni quitan a la fe eclesial de los cristianos, a la doctrina que es el objeto de la catequesis. Pero resultan interesantes como manojo de leyendas y de relatos. Incluso se les debe reconocer su alcance testimonial sobre fiestas, creencias, tradiciones, celebraciones y algunas plegarias litúrgicas.

Por lo demás, no son iguales en importancia, para apreciar las referencias primitivas. Su interés no se halla en la doctrina, que en nada aclara, añaden o precisan lo que se halla contenido en los Evangelios canónicos. Está más bien en el alcance, las formas expresivas y los relatos que recogen.

Por eso el catequista puede usarlos, pero no en el mismo rango que los cuatro Evangelios inspirados.

Martirio de Zacarí­as, esposo de Isabel, Una de las creencias pasadas en Apócrifos del siglo II
Y la adoración de los Magos con sus dones, en el Apócrifo Evangelio armenio de la Infancia

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. Escritura, evangelios)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Libros escondidos o secretos, que se suponen escritos por inspiración directa de Dios o de un ser sobrenatural y narran lo que ha de suceder al fin de los tiempos; se les atribuye gran antigüedad y autoridad.

(1) Apocalí­pticos. Gran parte de los libros apocalí­pticos son apócrifos, por tema y doctrina. Pues bien, el Ap no es libro escondido sino público; ha sido revelado a un profeta conocido (Juan) y debe transmitirse abiertamente en la Iglesia: quiere ser canónico y abierto a todos los creyentes, no secreto (Ap 1,18.19; 22,6-20).

(2) Evangelios populares. Textos de tipo legendario y piadoso que pretenden rellenar el hueco que han dejado los evangelios canónicos, ofreciendo para el conjunto de los fieles una noticia más detallada de la infancia de Jesús o de la pascua. Ellos no quieren diluir la encamación como los gnósticos. No intentan superar o destmir la historia, sino al contrario: quieren fijarla de manera piadosa, edificante, para alimentar así­ la fantasí­a y vida interna de los fieles. Durante muchos siglos estos textos, algunos tan conocidos como el Protoevangelio de Santiago, el PseudoMateo o El evangelio árabe de la infancia, han servido para fortalecer, al mismo tiempo, la curiosidad y la vida espiritual de los creyentes. Son como novelas edificantes que interpretan la vida de la Virgen Marí­a o la infancia de Jesús partiendo de modelos biográfieos del Antiguo Testamento de la espiritualidad eclesial (monástica) del tiempo. La Iglesia los ha aceptado como libros de piedad, sin darles un valor canónico o vinculante. Estos evangelios apócrifos respetan de manera general el valor de la encarnación, pero corren el riesgo de entenderla de un modo milagrista, hasta doceta. Jesús niño aparece a veces como un sabio universal que puede resolver todos los problemas; es un joven caprichoso que va haciendo milagros sin más fin que demostrar su propia autoridad de Hijo de Dios y hombre perfecto. En ese aspecto, tomados al pie de la letra, estos relatos corren el riesgo de hacernos olvidar el auténtico evangelio de la cruz y encarnación que Pablo ha proclamado de manera tan intensa y que reflejan, de formas convergentes, paralelas y distintas, los evangelios canónicos (Mc y Mt, Lc y Jn).

(3) Textos gnósticos. Una parte considerable de los apócrifos han sido escritos o reescritos desde una perspectiva gnóstica*, como ha puesto de relieve la colección de textos encontrados en Nag Hammadi. En esa lí­nea ha empezado a situarse ya el Evangelio* de Tomás; en ella fundan su mensaje textos más tardí­os como el Evangelio de Felipe, el Evangelio de Marí­a, el Diálogo del Salvador o el Apócrifo de Santiago. Frente al riesgo que presentan la gnosis y los mismos evangelios apócrifos, la Iglesia ha recibido y presentado ante los fieles los cuatro evangelios canónicos y ellos resultan más fiables, pues resguardan la encarnación histórica del Hijo de Dios, frente a los peligros de idealización y desencamación de los “evangelios gnósticos”. Los evangelios canónicos testifican y proclaman de manera suficiente el escándalo del Cristo, frente a todas las curiosidades milagrosas de los evangelios apócrifos de tipo popular.

Cf. G. ARANDA (ed.), Literatura judí­a intertestamentaria, Verbo Divino, Estella 1996; A. DíEZ MACHO (ed.), Apócrifos del Antiguo Testamento, Cristiandad, Madrid 1982-1984; A. PIí‘ERO (ed.), Textos gnósticos. Biblioteca de Nag Hammadi. I. Tratados filosóficos y cosmológicos. II. Evangelios, hechos, cartas. III. Apocalipsis y otros escritos, Trotta, Madrid 1997-2000; A. SANTOS OTERO, Evangelios Apócrifos. Textos griegos y latinos, BAC 148, Madrid 1975; R. TREVIJANO, La Biblia en el cristianismo antiguo. Prenicenos. Gnósticos. Apócrifos, Verbo Divino, Estella 2002.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

La antigua Iglesia definió como apócrifos, es decir, como “escondidos”, algunos escritos que por sus caracterí­sticas Y por su misma composición ofrecí­an una lectura equivocada de la persona de Jesús.

Los textos apócrifos son muchos y naturaleza. Resulta difí­cil de diferente su clasificación, ya que de algunos sólo se conservan fragmentos y de otros, aunque sean más extensos, se puede demostrar que están manipulados. Se tienen apócrifos tanto para el Antiguo como para el Nuevo Testamento; aquí­ tomaremos en consideración especialmente los que se refieren al Nuevo Testamento.

Los evangelios apócrifos fueron desautorizados desde el principio por la Iglesia y – nunca se utilizaron ni en las controversias ni mucho menos en la liturgia. Entre los apócrifos más famosos se pueden recordar los siguientes escritos que, probablemente, fueron compuestos entre el año 65 d.C. y finales del s. u: el Evangelio de Pedro, el Evangelio de Tomás, el Protoevangelio de Santiago y los cuatro evangelios judeocristianos conocidos con los nombres de Evangelio de los Hebreos, Evangelio de los Nazarenos, Evangelio de los Ebionitas y Evangelio de los doce Apóstoles.

Los evangelios apócrifos no han llegado hasta nosotros; sólo se conocen algunos trozos y fragmentos, debido sobre todo a las citas que es posible recuperar de ellos en los textos de los Padres de la Iglesia. Entre los trozos más conocidos se pueden recordar, por ejemplo, el del Evangelio de Tomás. Se describe a Jesús como un niño que se divierte modelando con barro unos pájaros, pero como era dí­a de sábado y no estaba permitido hacer aquello, para no destituirlos, les manda que vuelen y los pájaros de barro se ponen a volar.

O bien, en el Evangelio de Pedro se des cribe la resurrección como la salida del sepulcro de ” tres hombres fabulosos que iban seguidos de la Cruz†; o también, la decisión de Marí­a de casarse con el anciano José, que nos narra el Protoevangelio de Santiago, después de verificar que en el bastón de José iba a posarse una paloma o nací­a una flor.

El carácter fabuloso que a menudo tienen estos textos, junto con la descripción de lo milagroso y de lo prodigioso, ponen ya de suyo a los apócrifos fuera del horizonte histórico, que es por el contrario una de las principales caracterí­sticas de los evangelios canónicos.

En este mismo plano hay que mencionar el hecho de que, por las mismas caracterí­sticas, los apócrifos no sirvieron nunca para la evangelización. Los evangelios apócrifos revelan sobre todo la voluntad de colmar un vací­o en la vida de Jesús, pero no pueden tener ninguna pretensión de narraciones creí­bles o de textos sagrados.

R. Fisichella

Bibl.: A. de Santos Otcro, Los evangelios apócrifos, BAC. Madrid 1956; M. G. Mara, Apócrifos, en DPAC 1, 274-280; P. Sacchi (cd.), Apocrifi del Nuovo Testamento, 3 vols., Casalc Monfcrrato 1975; íd. (ed.), Apocrifi dell’Antico Testamento, 2 vols., Turí­n 19811 989.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

I. Noción general
Según la terminologí­a de la Iglesia primitiva, los libros llamados “apócrifos” son aquellos que, a diferencia de los libros estimados y usados en la Iglesia, permanecen secretos, “escondidos” (Cf. ORíGENES, Comment. in Mt. x 18, sobre Mt 13, 57: GCS 40, 24). Fingen en forma increí­ble proceder de profetas o de apóstoles y, por eso, prescindiendo de pocas excepciones, no fueron utilizados ni en el culto ni en el diálogo teológico (cf. ORíGENES, Comment. ser. 28 in Mt. 23, 37: GCS 38, 51). Eran considerados como sospechosos por falta de una tradición sobre su procedencia real de profetas o apóstoles y por las fábulas contenidas en estos libros (AGUSTíN, De civitate Dei xv 23). Cuando se trata de libros de origen cristiano, además de lo dicho no pocas veces fueron escritos por herejes, lo cual explica también que la Iglesia las rechazara (Hegesipo, en EUSEBIo, Hist. EcCI. Iv 22, 9; IRENEO, Adv. Haer. i 20, 1). En consonancia con esto, según la actual terminologí­a católica es apócrifo un escrito que, si bien por su contenido religioso y generalmente por su supuesto autor, podrí­a tener la pretensión de ser contado entre los libros sagrados; sin embargo, en la tradición de la Iglesia ha sido excluido de esa valoración. Esta tradición plantea un peculiar problema teológico en cuanto su juicio se basó, aunque no exclusivamente, en la razón de que el origen profético o apostólico de tales libros no era seguro. Ahora bien, esto mismo debe decirse de muchos libros aceptados en el -> canon, una vez que los conocimientos históricos y literarios han derrumbado la antigua persuasión acerca de su composición por profetas o apóstoles. Pero si a pesar de todo sigue manteniéndose la distinción de la antigua Iglesia entre libros canónicos y libros apócrifos, desde el punto de vista católico la razón está en que el dictamen de la Iglesia no fue el resultado de reflexiones puramente humanas y falibles, o incluso del azar, sino que constituyó una decisión tomada bajo la dirección del Espí­ritu Santo.

Por el hecho de que la Iglesia ha fijado el canon, el limite entre los escritos bí­blicos y los apócrifos está suficientemente claro; en cambio, no es posible determinar con exactitud el lí­mite entre los apócrifos y otros libros religiosos de la antigüedad que se les parecen. No creemos conveniente ampliar aquí­ demasiado el número de los apócrifos, de modo que nos limitaremos a comentar brevemente los que son de algún modo conocidos, y a la vez los más importantes para entender el –>judaí­smo en el momento de tránsito a la nueva época y el cristianismo de los primeros tiempos (véase una enumeración detallada en LThKz i 712s [resumen general]; i 696 hasta 704 [apocalipsis]; i 747754 [historias de apóstoles]; ii 688-693 [cartas]; III 1217 hasta 1233 [evangelios]). Por este motivo no se trata aquí­ de los escritos de –> Qumrán, los cuales, si bien contienen libros apócrifos, en parte conocidos desde hace mucho tiempo, no obstante, si nos fijamos en los manuscritos más citados y más interesantes para el conocimiento de aquel tiempo, como el manual de disciplina, la regla de la guerra, los himnos, el escrito de Damasco, constituyen un tipo de literatura distinto del de los a. Por motivos semejantes dejaremos de referirnos a los escritos sibilinos.

Hay que distinguir entre a. del AT y a. del NT, según que los escritos a juzgar por su forma (libro profético, evangelio, historia de apóstoles) y por su contenido (judí­o o cristiano) se parezcan a los libros canónicos del AT o a los del NT. Pero hemos de advertir que existe cierta discrepancia terminológica entre protestantes y católicos. En lo referente al NT los protestantes entienden bajo el término “apócrifos” lo mismo que los católicos; pero, con relación al AT, los protestantes califican de apócrifos los escritos llamados deuterocanónicos (Tob, Jdt, Eclo, Sab, etcétera), calificación que raramente dan a los verdaderos apócrifos del AT (3 Esd, 3 y 4 Mac), que ellos llaman normalmente pseudoepí­grafes.

II. Libros apócrifas del AT
1. Escritos de carácter narrativo
a) El libro de los Jubileos, llamado también “pequeño Génesis” y, en el escrito de Damasco (16, 3), “libro de la división de los tiempos según sus jubileos y sus semanas”, narra la historia desde la creación del mundo hasta la legislación en el Sinaí­ (Gén 1 hasta Ex 12), y, por cierto, la narra dividiéndola en “jubileos”, es decir, en siete veces siete semanas de años (o sea en perí­odos de 49 años), procedimiento que ha dado su nombre al escrito. Según el relato del libro, en el Sinaí­ un ángel por mandato de Dios leyó a Moisés los acontecimientos grabados en las tablillas del cielo, y él los escribió. El libro comentado los narra apoyándose en la sagrada Escritura, pero libremente a modo de haggadá con adiciones y cambios a gusto del desconocido autor judí­o. Este hace más rigurosa la observancia de la ley, la cual, junto con los usos y fiestas de los judí­os, habrí­a estado en vigor ya desde el principio. El libro utiliza un calendario especial, ordenado según el año solar. Esto, así­ como la ampliación de la ley y el esfuerzo por aislar a Israel de todo lo que sea impuro, sitúa el libro cerca de la comunidad de Qumrán. El libro, que probablemente todaví­a fue compuesto en la segunda mitad del s. ii a.C., originariamente estaba escrito en hebreo. Sólo se ha conservado entero en una traducción etiópica, basada en una versión griega, y en gran parte también se ha conservado en latí­n; a esto hemos de añadir citas griegas y sirias, así­ como varios fragmentos del texto original hebreo hallados en Qumrán.

b) El tercer libro de Esdras se encuentra en los LXX entre los libros del AT como Esdras A (mientras los libros canónicos de Esdras y Nehemí­as están unificados como Esdras B). El nombre de “tercer libro de Esdras” procede de la Vg., que enumera los libros canónicos de Esdras y Nehemí­as como primer y segundo libro de Esdras. El librito relata un trozo de la historia del templo de Jerusalén, así­ como su destrucción y su lenta restauración, y además el retorno y la actividad de Esdras. El escrito constituye una especie de compilación principalmente de 2 Par 35s, de todos los capí­tulos del libro de Esdras y de Neh 7, 12-8, 13, pero contiene también bastante materia propia (3, 1-5, 3), sobre una apuesta de tres guardianes en la corte de Darí­o, a consecuencia de la cual éste permitió a Zorobabel, uno de los guardianes, regresar a Judea y reconstruir el templo de Jerusalén. El libro sin duda estuvo escrito en griego desde el principio y probablemente procede de la segunda mitad del siglo ii a.C.

No pocos teólogos de la Iglesia primitiva consideraron este apócrifo como un libro canónico y lo citaron, p. ej., Cipriano, Basilio y Agustí­n; otros, como Orí­genes, Atanasio, Cirilo de Jerusalén, Epifanio y jerónimo no le concedieron el rango de libro canónico. Como recuerdo de la alta estima de que antes gozó, la Vg. oficial todaví­a contiene este libro, si bien a modo de apéndice.

c) El tercer libro de los Macabeos lleva sin motivo este tí­tulo usual, pues no contiene nada acerca de los Macabeos; narra el intento del rey egipcio Ptolomeo IV Filopátor (221-204 a.C.), después de un triunfo sobre el rey sirio Antí­oco rii (año 217, junto a Rafia), de entrar en el templo de Jerusalén, cosa que Dios le impidió. Como consecuencia persiguió a los judí­os de Alejandrí­a, que, sin embargo, fueron salvados milagrosamente. Finalmente, Ptolomeo, bajo la impresión que le produjo la intervención divina, se convirtió en un protector de los judí­os. El librito, escrito en griego, apareció seguramente a finales del s. i a.C., probablemente en Alejandrí­a.

d) El cuarto libro de los Macabeos es un tratado filosófico en forma de discurso acerca del dominio de la razón sobre las tendencias. La idea es demostrada primero filosóficamente, y luego con ejemplos de la historia de Israel, mencionando especialmente el martirio de Eleazar (2 Mc 6, 18 hasta 31) en la persecución religiosa de los sirios y el de los siete hermanos junto con su madre (2 Mac 7). El autor judí­o trabaja con pensamientos de un estoicismo popular, para exhortar a sus compatriotas a que obedezcan a Dios y a su ley. El libro, escrito originalmente en griego, seguramente fue compuesto en el s. i de nuestra era, o bien a principios del ir, quizá en Alejandrí­a o en Antioquí­a.

e) Entre los libros sobre Adán se hallan varios escritos que, en forma legendaria y a veces con tierna poesí­a, hablan de los primeros padres, de su caí­da, de su penitencia y de su muerte: 1 °, la vida de Adán y Eva, que se conserva en una traducción latina de un texto griego; 2 °, un apócrifo indebidamente llamado Apocalipsis de Moisés, conservado en griego. Ambos escritos corren mayormente paralelos en su materia e incluso en la misma redacción, y sin duda, proceden de una elaboración hebrea o aramea del material, probablemente en el tiempo del templo de Herodes (desde el año 20 a.C. hasta en 70 d.C.); 3 °, El libro sirio llamado La cueva del tesoro (cueva en la que están guardados los tesoros del paraí­so) es una historia del mundo desde la creación hasta Cristo; se trata de una obra cristiana que usa tradiciones judí­as; 4 °, un libro compuesto de varias partes, llamado Testamento de Adán y también Apocalipsis de Adán. Habla de una liturgia celestial de los ángeles y de otras criaturas, con mención de cada hora litúrgica del dí­a y de la noche, contiene profecí­as de Adán sobre Cristo y menciona los nueve coros de ángeles con sus respectivas misiones.

f) Paralipomena Ieremiae (es decir, suplemento al profeta jeremí­as), también llamado resto de las palabras de Baruc (Reliquiae verborum Baruchi) es un escrito originalmente judí­o, cuyo tiempo de aparición no consta con certeza. Luego, quizá en la primera mitad del s. II, experimentó una elaboración cristiana, y se ha conservado en griego y en otros idiomas antiguos. Narra la actividad de Jeremí­as antes y después de la destrucción de Jerusalén, así­ como su muerte.

g) José y Asenat, llamado también oración de Asenat, es un escrito puramente judeo-helení­stico, sin ninguna elaboración cristiana. Fue compuesto quizá ya en el último siglo a.C., o en el primero d.C., en idioma griego, probablemente en Egipto. Trata de Asenat, la hija de un sacerdote egipcio (Gén 41,45), que al principio no querí­a casarse con José por ser él un extranjero de Canaán e hijo de un pastor, pero luego, cautivada por su belleza, se convirtió al Dios verdadero y aceptó el matrimonio. El librito resalta especialmente la castidad y el amor a los enemigos.

2. Libros con el tí­tulo de “testamento”
a) Testamentos de los doce patriarcas. Cada uno de los hijos de Jacob narra su “testamento”, es decir, sucesos de su vida, unidos con exhortaciones morales y profecí­as. Se discute mucho sobre el origen y el tiempo de composición de este libro, que por primera vez cita Orí­genes (In Ios. hom. xv 6). Muestra un cierto parentesco con el mundo espiritual de Qumrán, pero esto no nos autoriza a considerar toda la obra como qumránica o esenia. Muchos investigadores suponen la existencia de un escrito judí­o, redactado originariamente en hebreo o arameo, entre el tiempo posterior al año 200 a.C., y la destrucción del templo de Jerusalén, el año 70 d.C.; en ese escrito se habrí­an producido más tarde interpolaciones cristianas. Otros piensan en un autor cristiano de finales del siglo II o principios del III, el cual sobre la base de un fragmento acerca de Leví­, ciertamente existente, pues ha sido hallado entre los textos de Qumrán, habrí­a creado los demás testamentos. También es inseguro en qué relación se hallan los fragmentos arameos que se han conservado del así­ llamado testamento de Leví­ (el cual no se identifica con el homónimo de la colección de los doce testamentos) y un Testamento hebreo de Neftalí­ con los “testamentos de los doce patriarcas”.

b) Se conservan además: 1 °, un testamento de Adán (véase antes 1 e 4.11); 2.0, un testamento de lob, un midrás judí­o sobre Job, transmitido en una paráfrasis griega, quizá del s. II o III d.C.; 3 °, un testamento de Abraham, que es una narración de su viaje al cielo, de su regreso a la tierra y de su muerte. El escrito, originariamente judí­o, quizás del siglo I o II d.C., fue sometido a una revisión cristiana y se conserva en griego bajo dos redacciones de distinta extensión; 4 °, un testamento de Isaac, sobre su viaje al más allá y su muerte; emparentado con el citado en 3 °. Nos es conocido a través de su refundición cristiana en una traducción copta, otra árabe y otra etiópica; 5 °, un testamento de Moisés (-> Apocalipsis – apócrifos -, I 2); 6 °, un testamento de Salomón, griego, de origen judeo-cristiano, quizás del s. III O IV después de Cristo.

Cánticos y oraciones
a) El salmo 151 es un himno breve en hebreo a David, pastor de ganado, cantor y rey de Israel. Se ha conservado también en griego, en una traducción muy libre y enriquecida con la victoria de David sobre Goliat, e igualmente en traducciones al latí­n y el sirio dependientes de la griega. Lo poesí­a, que por primera vez gracias a un manuscrito del mar Muerto (quizá del tiempo de Herodes) hemos podido conocer en su forma original, recuerda bajo ciertos aspectos el mundo espiritual de Qumrán (cf. la expresión “los hijos de su alianza”, usada al final, la cual es extraña al AT y aparece, en cambio, en el rollo de la guerra [ 17, 8 ] ), sin que esto signifique que deba haber surgido allí­: Parece haber sido compuesta en el s. II o I antes de nuestra era. La Biblia hebrea delimitada bajo la influencia de los fariseos no contiene este cántico, pero sí­ lo contienen varios manuscritos griegos y antiguas traducciones de los salmos canónicos, en conformidad con el tipo de mentalidad judí­a atestiguado en Qumrán. Y todaví­a algunos escritores cristianos lo consideran como uno de los salmos canónicos.

b) Los salmos de Salomón son dieciocho himnos, semejantes a los salmos bí­blicos. Su contenido es variado, en parte muestran una muy tensa expectación mesiánica, y en conjunto constituyen un testimonio de la devoción farisea. Fueron compuestos en hebreo, dentro de Palestina y en el curso del s. i a.C., y, más concretamente, después de la conquista de Jerusalén por Pompeyo, el año 63 a.C., se han conservado en griego y en sirio. La colección en ningún lugar afirma proceder de Salomón; evidentemente le fue atribuida más tarde.

c) Las odas de Salomón, 42 en número, de las cuales hasta ahora falta la segunda), se han conservado en sirí­aco, cinco de ellas también en copto, en la obra gnóstica Pistis Sophia, y una (la 11) en griego, además. Todaví­a no está decidido si originalmente estaban escritas en griego, o en sirí­aco o en arameo o incluso en hebreo. Es igualmente difí­cil la cuestión de su origen y de la época de su composición. Seguramente se trata de poemas cristiano-gnósticos, que fueron tales desde el principio y no por una elaboración posterior. Su patria quizá sea Siria, y surgieron en un perí­odo bastante temprano del s. ii d.C. El que habla en los cánticos no es Salomón. Posiblemente éstos le fueron atribuidos porque se veí­a en ellos cierta semejanza con los salmos de Salomón, y ya la antigüedad cristiana estableció esa relación.

d) La oración de Manasés es una hermosa y devota confesión de los pecados y una plegaria penitencial del rey judí­o Manasés, anteriormente tan impí­o (s. vii a.C.); constituye un desarrollo de lo que ya está dicho brevemente en 2 Par (33, llss, 18s). El autor es sin duda un judí­o helenista que escribí­a en griego. No podemos entrever si esta oración, atestiguada por primera vez en el s. rii d.C. (en la Didascalia sití­aca), apareció ya antes de nuestra era (s. II o i) o bien en tiempos del cristianismo.

Es un apócrifo que antes fue muy estimado, y esa estima influye todaví­a en el hecho de que lo contengan muchas ediciones de la Biblia griega y de la latina e incluso la Vg. oficial a modo de apéndice.

4. Apocalipsis
Como escritos más importantes de este tipo son considerados los libros de Henok, la asunción de Moisés, el libro cuarto de Esdras, los apocalipsis de Baruc (-> Apocalipsis, apócrifos, i, 1-4).

III. Los apócrifos del NT
1. Evangelios
En tiempos primitivos hubo gran número de evangelios a., pero muchos de ellos se han perdido; con todo, se han conservado varias muestras de este tipo de literatura apócrifa, y vamos a referirnos aquí­ a las principales (por lo demás cf. LThK2 iti, 1217-1233; Hennecke-Schneemelcher i).

a) Evangelios judeocristianos. Clemente de Alejandrí­a (Stromata ir, 45, 5; cf. v, 96, 3), Orí­genes (In Io. ii, 12 [87]) y Eusebio (Hist. eccl. III, 25, 5; 27, 4; 39, 17; rv, 22, 8) hablan de un “evangelio según los hebreos”. Además de éste, Eusebio menciona (Hist. eccl. iv, 22, 8) un evangelio “sirí­aco” usado ya por Hegesipo (segunda mitad del siglo ii), el cual está extendido “en lengua hebrea” entre los judeocristianos (Theophania iv, 12); probablemente se trata de un escrito en lengua aramea. Finalmente, nota Epifanio que los nazareos, es decir, los judeocristianos sirí­acos, poseen un evangelio hebreo que él (Epifanio) identifica falsamente con el llamado proto-Mateo (Raer. xxix 9, 4). Conoce también un evangelio “según los hebreos” (Haer. xxx, 13, 2) o evangelio “hebreo” (Haer. xxx, 3, 7), que a su juicio serí­a un evangelio de Mateo mutilado y falsificado (¡bid.). Jerónimo (Dial. adv. Pelag. rri, 2; De vir. ill. 2) conoce igualmente un evangelio “según los hebreos”, y habla además (De vir. ill. 3) de un evangelio redactado en hebreo, que se halla en la biblioteca de Cesarea, y que usan también los nazareos sirios. El padre de la Iglesia, por lo menos durante cierto tiempo, tuvo ese libro por el texto original del evangelio canónico de Mateo. Las dos veces alude él a la misma obra (cf. Dial. adv. Pelag. iii, 2 ), que sin duda era un evangelio escrito en arameo, pero notablemente diferente del Mateo canónico.

Puesto que no se ha conservado entero o en parte considerable ningún evangelio judeocristiano, es difí­cil reconstruir una imagen del escrito del que se trataba a base de las noticias y los fragmentos que conocemos. Según el estado actual de la investigación se pueden seguramente distinguir tres evangelios judeocristianos:
1 ° El evangelio de los nazarenos, atestiguado por Hegesipo, Eusebio, Epifanio y Jerónimo, y usado entre los judeocristianos de Siria, o sea, entre los nazareos (o nazoreos), era un escrito arameo, emparentado con el evangelio canónico de Mateo. Los fragmentos conservados tienen un valor secundario en comparación con Mateo. Es probable que surgiera en la primera mitad del s. ir, con toda certeza en cí­rculos de judeocristianos que hablaban arameo, quizá en Siria.

2 ° E1 evangelio de los ebionitas era, según Epifanio, un escrito usado por la secta de herejes judeocristianos que recibí­an el nombre de “ebionitas”; el padre de la Iglesia nos transmite algunos fragmentos (Raer. xxx, 13, 2ss, 6ss; 16, 5; 22, 4s). Según estas citas parece haber sido una elaboración libre y mezclada con leyendas del caudal de las narraciones sinópticas, hecha en parte bajo una mentalidad gnóstica. Este evangelio, que como obra conjunta se ha perdido, a pesar de su carácter judeocristiano es probable que originalmente estuviera escrito en griego, y quizá surgió en la primera mitad del s. rt. El que fuera usado por los ebionitas, los cuales tení­an sus comunidades sobre todo en la región del Jordán oriental, quizá sea un motivo para ver en esa zona la patria del escrito comentado. Muchas veces es identificado con el “evangelio de los doce”, conocido solamente por el tí­tulo, que aparece mencionado en Orí­genes (In. Lc. hom. i: GCS 35, 5), en Ambrosio (In Lc. r, 2), en Jerónimo (In Mt. prol.; Dial. adv. Pelag. iii, 2) y en otros. Pero la cuestión de esa identificación debe permanecer abierta.

3 ° El evangelio de los hebreos, del que dan testimonio Clemente de Alejandrí­a y Orí­genes, es la única de estas obras judeocristianas cuyo tí­tulo conocemos, a saber: “El evangelio según los hebreos”. Dando crédito a una indicación antigua (Stijometrí­a de Nicéforo), este evangelio habrí­a sido poco más breve que el Mateo canónico. Se han conservado sólo algunos fragmentos, los cuales se diferencian fuertemente de los evangelios neotestamentarios, pues muestran elementos sincretistas de tipo gnóstico y otros heréticos con matiz judeocristiano. Probablemente este evangelio apareció en Egipto, sin duda en lengua griega, quizá en cí­rculos de judeocristianos egipcios que hablaban griego, lo cual explicarí­a su tí­tulo. Lo mismo que los evangelios mencionados en 1 ° y 2 0, surgió en la primera mitad del s. ii.

b) El evangelio de Santiago, también llamado desde el s. xvi Protoevangelium lacobi, quizá fue usado ya por Justino (Dial. 78, 5 comparado con Ev. Jac. 18, 1); sin duda lo presupone Clemente Alejandrino (Stromata vii, 93; cf. Ev. Jac. 19s); y está claramente atestiguado en Orí­genes, que lo llama “el libro de Santiago” (Comment. in Mt. x, 17 a Mt 13, 55s: GCS 40, 21). Es la primera leyenda mariana de la literatura cristiana. El escrito narra la vida de la madre de Jesús, en parte apoyándose libremente en los evangelios de Mateo y de Lucas. Ciertamente, su narración se deja guiar por la fantasí­a y desconoce el ambiente judí­o, pero resulta popular e impresionante hasta la matanza de los niños en Belén. Nombra por primera vez a los padres de Marí­a, Joaquí­n y Ana. describe a Marí­a como doncella en el Templo de Jerusalén y su compromiso matrimonial con un viudo llamado José, destaca su perpetua e incólume virginidad, conservada incluso en el nacimiento milagroso de Jesús, acontecimiento que dicho evangelio sitúa en una cueva junto a Belén. El autor se llama a sí­ mismo Santiago (25, 1) y sostiene que en aquel tiempo estaba en Jerusalén; pretende, pues, ser el Santiago llamado hermano del Señor. Sin embargo, el escrito surgió a mediados del s. zi, sin duda fuera de Palestina; posterí­ormente se le hicieron adiciones. El librito, transmitido en muchos manuscritos (el más antiguo del s. III), se ha conservado en su forma original griega y en distintas traducciones antiguas. Al principio influyó más en la Iglesia oriental que en la occidental, donde el Decreto Gelasiano lo rechazó. Pero a través de varias elaboraciones terminó por influir también en la Iglesia latina (así­ a través del Ps. Mateo latino, quizá del s. vi, y a través de la obra latina, dependiente de la anterior, que lleva el tí­tulo Evangelium de nativitate Mariae y fue compuesta sobre el año 800). Este libro de Santiago, mediata o inmediatamente, fue la fuente principal para las posteriores leyendas marianas, y así­, influyó fuertemente en el arte cristiano e incluso en la liturgia, aquí­ sobre todo en la fiesta de la “praesentatio beatae Mariae Virginis”, celebrada el 21 de noviembre, que carece totalmente de fundamento histórico.

c) La historia de la infancia del Señor, por Tomás, el Israelita, hasta ahora ha sido llamada frecuentemente evangelio de Tomás; pero es mejor prescindir de esta designación para evitar una confusión con el recientemente descubierto evangelio gnóstico de Tomás [g]. Esta historia de la infancia narra muchas leyendas acerca del niño Jesús, quizá en parte imitando fábulas indias. Estas leyendas son ciertamente estúpidas e incluso de mal gusto, pero revisten interés para el conocimiento de la vida popular y del mundo infantil de entonces, por ejemplo, en lo relativo a los juegos y a la vida escolar. Anteriormente el escrito fue considerado mayormente como reelaboración de una obra gnóstica más amplia, pero no tiene nada en común con el recientemente descubierto evangelio gnóstico de Tomás. Quizá fue desde el principio una colección de leyendas en la forma en que se encuentra. La tradición atribuye esa obra a un israelita llamado Tomás, sin duda al apóstol de este nombre, el cual de cuando en cuando es mencionado allí­ directamente. La obra, escrita en griego, se ha conservado en una redacción más larga y en otra más corta, y además en elaboraciones de la misma en otras lenguas antiguas. Es lo más probable que apareció en oriente, posiblemente a finales del s. ii.

d) Las actas de Pilato (o el evangelio de Nicodemo, como las llamaron los latinos en la época medieval) se han conservado en griego y en traducciones antiguas. Ya Justino (Apol. I, 35, 9; 48, 3) hace referencia a las actas de Pilato (cf. TERTULIANO, Apologeticum 21, 24; además 5, 2; 21, 19). Según Eusebio (Hist. eccl, ix, 5, 1; cf. I, 9, 3; 11, 1), durante la persecución de Maximino Daza contra los cristianos (311 / 12) se leyeron en las escuelas actas de Pilato, falsificadas por los paganos para ridiculizar a Cristo. El primero que menciona actas cristianas de Pilato es Epifanio (Haer. i, 1, 5, 8). En las actas conservadas un cristiano llamado Ananí­as cuenta cómo él ha encontrado protocolos redactados en hebreo por Nicodemo acerca del proceso de Jesús y cómo las ha traducido al griego en el año 425. Relata las negociaciones ante Pilato, la cucifixión y la sepultura de Jesús (1-11), las investigaciones del sanedrí­n, las cuales habrí­an demostrado que la resurrección del Señor habí­a sido un hecho real (12-16), y declaraciones de dos difuntos resucitados sobre el descenso de jesús a los infiernos y sobre sus obras en aquel lugar (Descensus Christi ad in f eros: 17-27 ). Da totalmente a los judí­os la culpa de la muerte de Jesús y excusa a Pilato. El escrito, redactado originariamente en griego, debió quedar unificado en el s. v, mediante la elaboración de fragmentos anteriores, pero más tarde fue ampliado (especialmente con el Descensus Christi ad inferos) y también modificado. Es totalmente incierto el parentesco de este escrito con las actas de Pilato mencionadas por Justino, supuesto que existieran tales actas.

e) El evangelio de Pedro quizá ya fue utilizado por Justino (Apol. I, 35, 6 = Ev. Petri 7 ); hacia el año 200 hizo mención de él el antioqueno Serapión (en EUSEBIO, Hist. ecel. vi, 12, 4-6); y luego lo citaron Orí­genes (Comment. in Mt x, 17 a Mt 13, 55s: GCS 40, 21) y Eusebio (Hist. eccl. III, 3, 2 [cf. 25, 6]; vi, 12, 2-6). Según Serapión estaba en uso entre los docetas de Siria hacia finales del s. ii. De la obra, perdida en su mayor parte, se ha conservado un fragmento relativamente amplio encontrado en Akhmim, en el alto Egipto, el cual narra la pasión y resurrección de Cristo en dependencia ciertamente de los evangelios canónicos, pero con adornos fantásticos. Toda la culpa de la muerte de jesús es imputada a Herodes y a los judí­os. Este escrito, sin duda redactado ya originariamente en griego, surgió en el s. ii entre cí­rculos heréticos, probablemente en Siria, y fue atribuido al apóstol Pedro, quien se presenta a sí­ mismo como autor.

f) Un evangelio de los egipcios aparece atestiguado en Clemente de Alejandrí­a (Stromata 111, 63, 1; 93, 1), en Hipólito (Ref ut. v, 7, 9), en Orí­genes (In Lc hom. i: GCS 35, 5) y en Epifanio (Raer, LXII, 2, 4s), y es caracterizado como un escrito herético, usado por encratitas, naasenos y sabelianos, que rechaza el matrimonio y defiende una concepción modalista de la Trí­nidad. De la obra, que en su conjunto se ha perdido, se conserva en Clemente de Alejandrí­a (Stromata 111, 45, 3; 63, 2; 64, 1; 66, 2; 92, 2 [cf. 97, 4]; Excerpta ex Theodoto 67, 2) un diálogo de Jesús con Salomé contrario al matrimonio. Es inseguro si pertenecen también a este escrito otros fragmentos, p. ej., dichos de Jesús contenidos en la segunda carta de Clemente, los cuales, o bien difieren de los narrados por los evangelios neotestamentarios, o bien no se hallan en éstos (p. ej., 4, 5; 5, 2ss; 12, 2); y además, citas contenidas en las actas de Pedro y en las Constituciones Apostólicas (de principios del s. iv). La obra, escrita ya originariamente en griego, fue compuesta probablemente en Egipto, en el s. ir, y se difundió allí­ entre los cristianos procedentes del paganismo, a diferencia del evangelio de los hebreos [a) 3 °] que era usado por los judeocristianos.

Se distingue de este escrito y a la vez constituye un tipo totalmente distinto de evangelio apócrifo, una obra gnóstica, conservada en lengua copta y procedente del gran hallazgo de Nag Hammadi, que es denominada igualmente “evangelio de los egipcios”, pero que de suyo se titula “El gran libro del espí­ritu invisible”. La obra pretende haber sido redactada por el “gran Seth”, pero en realidad fue escrita por un maestro gnóstico llamado Goguessos y con el apodo de Eugnostos.

g) Un evangelio de Tomás usado por el grupo gnóstico de los naasenos aparece citado en Hipólito (Re f ut. v 7, 20 ), que además transcribe una frase del mismo; y también hablan de él Orí­genes (In Lc. hom. i: GCS 35, 5), Eusebio (Hist. eccl. rri, 25, 6) y Ambrosio (In Lc. i, 2). Ahora bien, en Nag Hammadi fue hallado un “evangelio según Tomás” en copto, sin duda escrito originaria mente en griego. Se trata de 113 ó 114 (según el sistema de numeración) frases de Jesús, que habrí­a escrito el apóstol Tomás. Esas frases, en parte se parecen literalmente con los evangelios canónicos, especialmente con los sinópticos, y en parte también con evangelios a. y escritos maniqueos y gnósticos.

La introducción y diecisiete frases se han conservado también en griego, en tres papiros de Egipto, pertenecientes al s. III (Pap. Oxyrh. 1, 654 y 655). La cita de Hipólito falta ciertamente en el texto copto, el cual, sin embargo, quizá no transmite la forma original o la única forma de la obra. Fue compuesto en el s. ti.

Un evangelio de Tomás es mencionado también por Cirilo de Jerusalén (Catech, rv 36; vi 31) y, por cierto, como falsificación de un discí­pulo de Mani. Permanece incierto si se trata aquí­ de la obra gnóstica cuya alta estima por parte de los maniqueos serí­a totalmente comprensible, o se trata de otra creación surgida en cí­rculos maniqueos (lo que Cirilo indica sobre el autor podrí­a ser un intento de no mezclar al apóstol Tomás en el asunto).

h) Un evangelio de Felipe estaba en uso entre las gnósticos egipcios según el testimonio de Epifanio, que cita un lugar del mismo (Haer, xxvi, 13, 2s). Quizá se refiera a él también el escrito gnóstico Pistis Sophia (42, 44) cuando dice que Felipe escribió palabras de la revelación de Jesús. En Hammadi se encontró un “evangelio de Felipe”, pero éste ciertamente no contiene el lugar citado por Epifanio. Por lo demás el escrito recientemente descubierto recuerda poco la forma de un “evangelio”; es más bien una colección de 127 dichos gnósticos, mayormente de origen valentiniano, los cuales raramente están puestos en boca de Jesús. Tampoco puede reconocerse ninguna relación de la obra con Felipe, que es citado una sola vez y de manera muy marginal (dicho 91); ella quizá le fue atribuida posteriormente. El evangelio citado por Epifanio fue seguramente griego ya en sus principios. Y seguramente esto también puede decirse de la obra copta, pero aquí­ hay que contar con que algunos dichos estuvieron redactados en copto desde el principio. En el estado actual de la investigación es incierto sí­ los dos escritos tienen algo que ver el uno con el otro. El escrito de Filipo mencionado por el padre de la Iglesia debió aparecer en el s. ir, quizá en Egipto; al mismo siglo o, como fecha más tardí­a, al siguiente pertenece también el escrito que sirvió de base al texto del hallazgo copto.

i) Un evangelio de la verdad y, por cierto, como escrito gnóstico usado por los valentinianos está mencionado en Ireneo (Adv. haer iri, 11, 9 y en el Pseudo-Tertuliano (Adv. omnes haereses 4, 6). Ahora bien, un escrito copto encontrado en Nag Hanunadi empieza así­: “el evangelio de la verdad”. Posiblemente se trata de la obra mencionada por Ireneo. Dicha obra constituye un testimonio de concepciones gnósticas, pero bajo ciertos aspectos se halla también próxima al cristianismo ortodoxo. El hallazgo no ostenta la forma de un evangelio; más bien es una meditación edificante sobre el hecho de que jesús ha traí­do aquel conocimiento a través del cual los hombres conocen verdaderamente a Dios y alcanzan su salvación. El escrito presupone los cuatro evangelios canónicos y usa el -> apocalipsis de Juan, así­ como las cartas de –> Pablo, constituyendo así­ un cierto testimonio de la formación del canon en la Iglesia. E1 libro se debió escribir hacia mitad del s. ii, y sin duda fue redactado originalmente en griego.

2. Historias de apóstoles
Las historias apócrifas de apóstoles pertenecen a la literatura popular narrativa; se proponen decir sobre los viajes y la actividad de los apóstoles aquello que no conocemos por el NT, pero que nos gustarí­a conocer. Estas creaciones proceden de cí­rculos católicos, y no pocas veces también de cí­rculos heréticos de tipo gnóstico. Las obras heréticas pretenden difundir las doctrinas de los fundadores de la herejí­a respectiva, recurriendo para ello ficticiamente a la autoridad de algún apóstol. Aun cuando estos escritos heterodoxos recibieron más tarde una elaboración católica, sin embargo no siempre han perdido su intención primitiva. Estas historias apócrifas de apóstoles tienen muchos rasgos comunes con la antigua literatura heroica del paganismo, así­ con la narración de hechos y de viajes (ambas cosas ya expresadas frecuentemente en los tí­tulos originales), e igualmente con la narración de milagros. También la superstición juega su papel aquí­ y allá, con lo cual las creaciones cristianas difunden concepciones totalmente paganas y narran cosas estúpidas. Sin embargo, entre esta balumba de cosas increí­bles y extravagantes quizá se ocultan también noticias históricamente exactas; pero apenas podemos entreverlas.

a) Actas de Pedro aparecen mencionadas en Eusebio. (Hist. Eccl. III, 3, 2) y en Jerónimo (De vir. ill. 1), pero hace tiempo que se han perdido como un todo conjunto. De ellas se han conservado en versión latina los Actus Petri cum Sí­mone, o bien, según el nombre que reciben por el lugar de su hallazgo (un manuscrito del s. vi o vii en Vercelli), los Actus vercellenses. Cuando Pablo ha abandonado Roma para difundir el evangelio en España, el mago Simón lleva casi toda la comunidad de la capital a la apostasí­a. Pero Cristo llama a Pedro, que se encuentra todaví­a en Jerusalén, para que vaya a Roma con el fin de oponerse a Simón y de restablecer el orden en la Iglesia. Finalmente Simón queda muerto en su intento de huir hacia Dios. Pedro, en cambio, por su predicación consigue que muchas mujeres se retraigan de sus maridos. Esto trae un peligro para él y le obliga a huir; pero Cristo le sale al encuentro y lo convence de que ha de regresar a la ciudad (leyenda de Quo vadis: cap. 35 = Mart. c. 6). Pedro obedece a la exhortación del Señor, regresa y es crucificado con la cabeza hacia abajo. El escrito muestra tendencias encratitas y gnósticas. La narración del martirio y distintos fragmentos del texto restante se han conservado también en griego, seguramente la lengua original de las Actas de Pedro. La obra entera surgió indudablemente antes de las Actas de Pablo, que dependen con toda probabilidad del escrito de Pedro, consecuentemente, en el s. it. El lugar de la redacción puede haber sido Roma, pero quizá fue Asia Menor, donde se escribieron con seguridad las Actas de Pablo. La redacción latina parece proceder del s. iit o del iv.

b) Actas de Pablo se hallan mencionadas y rechazadas en Eusebio (Hist. eccl. iii, 25, 4) y en Jerónimo (De vir. ill. 7). El conjunto de la obra se ha perdido, pero se ha conservado buena parte de ella. Son conocidos desde hace mucho tiempo, aunque su reconocimiento como parte integrante de las Actas de Pablo es bastante reciente, los siguientes escritos: 1 °, Acta Pauli et Teclae. Por la predicación de Pablo, cuya figura es descrita aquí­ (c. 3), en Iconio una doncella llamada Tecla se convierte a Cristo y abandona a su prometido. Se la quiere quemar por esto, pero ella escapa a la muerte; de manera semejante más tarde, en Antioquí­a, es salvada de las fieras. Ella se bautiza a sí­ misma y muere finalmente en Seleucia. 2 °, una respuesta de los corintios a 2 Cor, con una tercera carta de Pablo a la Iglesia de Corinto [cf. después 3, c) 1 °]. 3 °, el martirio de Pablo. El Apóstol es decapitado en Roma bajo Nerón, y salpica con leche el vestido del verdugo.

Estos escritos se hallan en el idioma original griego y también en traducciones antiguas. Además hay una versión copta de toda la obra, conservada fragmentariamente, en un manuscrito en papiro de Heidelberg, así­ como amplios fragmentos del texto griego original (en un papiro de Hamburgo), donde, entre otras cosas, se dice que Pablo fue condenado en £feso a luchar con las fieras (cf. 1 Cor 15, 32), pero se salvó (en lo cual desempeña su papel un león bautizado y que hablaba).

Según Tertuliano (De baptismo 17, 5) la obra fue compuesta por un presbí­tero de Asia Menor, el cual, sin embargo, perdió su puesto a causa de estas falsificaciones de la historia (finales del s. ii).

c) Actas de Juan son conocidas por Eusebio, quien, sin embargo, las rechaza (Hist. eccl. 111, 25, 6). El escrito, no conservado en su totalidad, pero sí­ en muchos fragmentos, narra viajes del apóstol Juan, su estancia por dos veces en Pfeso, donde obra muchos milagros y destruye el templo de Artemis; narra también su predicación sobre Cristo y su muerte. La narración está repleta de concepciones gnósticas, encratistas y Bocetas; así­ la muerte de Cristo aparece como un engaño. El escrito, redactado originalmente en griego, procede quizás de Asia Menor, y debió redactarse no más tarde del s. 111. Algunas de las tradiciones sobre Juan aquí­ elaboradas existí­an ya en el s. 11, lo cual, sin embargo, no exige que la totalidad de la obra fuera escrita en fecha tan temprana. Según noticias posteriores serí­a un tal Leucius el que habrí­a compuesto estas actas (Inocencio 1, Ap. ad Exsuperium 7, y otros).

d) Actas de Andrés aparecen mencionadas por primera vez e igualmente rechazadas en Eusebio (Hist. eccl. 111, 25, 6). Estaban extendidas en cí­rculos heréticos y se han conservado sólo en fragmentos. Cabe sospechar que fueron redactadas en la segunda mitad del s. 11. Seguramente estas actas no son un producto de la gnosis, aunque tienen ciertos puntos de contacto con ella. Sin duda contienen pensamientos de la filosofí­a helení­stica contemporánea, y algunas cosas recuerdan las concepciones de Taciano. Prescindiendo de los fragmentos, hay distintas reelaboraciones católicas más tardí­as del material de Andrés, las cuales con suma probabilidad no son posteriores al s. v, si bien resulta problemático en qué medida sigue usándose aquí­ el material antiguo. Entre estas refundiciones se hallan distintas versiones griegas y latinas sobre el martirio del Apóstol, crucificado según ellos en Patrás. La liturgia de la fiesta de san Andrés depende bastante de la exposición legendaria que estas narraciones ofrecen.

e) Las Actas de Tomás sin duda fueron escritas originalmente en sirí­aco y se difundieron concretamente entre los cí­rculos gnósticos y maniqueos. Quizá surgieron en la primera mitad del siglo rii, posiblemente en Siria. Se conservaron, con una elaboración católica más o menos fuerte, sobre todo en sirí­aco, en griego y en latí­n; pero esta reelaboración conserva todaví­a mucho caudal gnóstico y maniqueo. Se narran aquí­ los viajes y la predicación de Tomás – con tendencia encratita – en la India, sus milagros y su martirio. Se les han añadido numerosos fragmentos litúrgicos, como oraciones e himnos. La doctrina de la redención que en conjunto allí­ late es la de la gnosis, también en el poéticamente muy hermoso “himno de las perlas” (c. 108-113).

3. Cartas.

Epí­stolas apócrifas hay relativamente pocas, a pesar de ser las cartas las que predominan en el NT, el cual constituye el modelo para muchas creaciones apócrifas. Por razones que desconocemos los autores de obras apócrifas sin duda juzgaron que habí­a otros géneros más apropiados que las cartas, tales como evangelios, historias de apóstoles y apocalipsis, para conseguir sus fines, a saber, la difusión de sus doctrinas y la satisfacción de la curiosidad del pueblo cristiano. Además, la mayorí­a de las creaciones epistolares carecen casi de importancia; sin embargo hay algunas que merecen ser mencionadas.

a) Un intercambio epistolar entre Abgar de Edesa y jesús está mencionado por primera vez en Eusebio (Hist. eccl 1, 13, 2s, 6-10), que indudablemente lo tiene por auténtico; él lo toma de un documento de Edesa y lo traduce del sirí­aco al griego (o.c. 13, 15). El toparca Abgar v de Edesa, con el sobrenombre de Ukkámá (= el negro), que gobernó del año 4 a.C. al 7 d.C., sufre según el escrito comentado una enfermedad incurable y, enterado de que jesús obra muchos milagros, le enví­a un mensajero con una carta. En la carta le asegura que él lo tiene por Hijo de Dios, y le ruega que se dirija a Edesa para curar al que subscribe y encontrar allí­ protección contra las asechanzas de los judí­os. La respuesta epistolar de jesús, que el mensajero debe llevar a Abgar, dice: “Bienaventurado tú porque has creí­do en mí­ sin haberme visto. Pues de mí­ se ha escrito que quienes me vean no creerán en mí­, y que quienes no me vean creerán y vivirán. Mas con relación a lo que tú me has escrito, que yo vaya a visitarte (has de saber): Es necesario que antes cumpla yo aquí­ todo el objeto de mi misión y que luego, cuando lo haya cumplido, sea asumido aquí­ por aquel que me ha enviado. Y cuando yo haya sido asumido aquí­, te enviaré a uno de mis discí­pulos para que cure tus males y a ti y a los tuyos os dé la vida.”
La carta de Abgar, con ligeras variantes, y la respuesta de Jesús, ampliada y transmitida oralmente, están también contenidas en la obra sirí­aca Doctrina de Addai, de principios del s. v; aquí­ como en Eusebio ambos escritos se hallan unidos con una leyenda de Edesa sobre la actividad misionera del apóstol Tadeo (según Eusebio) o de Addai (según la Doctrina de Addai). Este intercambio epistolar, que con seguridad fue escrito originalmente en sirí­aco, surgirá alrededor de Edesa, sin duda con la intención de demostrar el origen apostólico de dicha ciudad y con la de conferirle así­ un prestigio apostólico. Lo cual sucederí­a en el s. iii o, lo más tarde, a principios del iv.

b) La Epistola Apostolorum, un apócrifo no mencionado en ningún lugar de la primitiva literatura cristiana, finge ser una circular de los once apóstoles “a las iglesias del Este y del Oeste, del Norte y del Sur”. El escrito contiene, además de una breve exposición de la vida de Jesús, sobre todo diálogos de Jesús con sus discí­pulos en el tiempo entre la resurrección y la ascensión. Cristo predice los destinos futuros de la Iglesia, e instruye sobre el juicio final y los signos de la parusí­a, la resurrección de los muertos y la recompensa eterna. Aunque el escrito se dirige contra falsos maestros gnósticos y docetas, nombrando expresamente a Simón y a Cerinto como defensores de opiniones falsas, sin embargo, bajo el aspecto dogmático contiene ideas normalmente conocidas como gnósticas; así­, p. ej., Cristo baja hasta Marí­a bajo la figura del arcángel Gabriel. La patria del escrito, redactado más o menos a mitades del s. ii, difí­cilmente puede determinarse; la investigación piensa en Asia Menor, en Egipto o en Siria. La obra puede haber sido escrita originalmente en griego, pero también cabe que lo fuera en sirí­aco. Como un todo conjunto solamente se conserva en una traducción reelaborada en etí­ope; con lagunas también la poseemos en copto y en pequeños fragmentos latinos.

c) Como epí­stolas apócrifas de Pablo conocemos:
1 °, una tercera carta de Pablo a los Corintios, con un escrito a manera de introducción de los presbí­teros de Corinto a Pablo. El Apóstol expone las ideas cristianas contra los falsos maestros que rechazan la autoridad de los profetas y niegan la omnipotencia de Dios, la creación del hombre por una acción divina, la futura resurrección de la carne y la verdadera encarnación de Cristo en Marí­a. El conjunto constituye también una parte de las actas de Pablo [cf. antes, en 2b) 2 °], pero muchas veces lo comentado aquí­ ha sido transmitido independientemente. Según el estado actual de la investigación no se puede decidir qué relación guardaba originalmente el intercambio epistolar con las actas, si el intercambio fue creado por separado y más tarde se añadió a las actas o, por el contrario, nació junto con ellas y luego se separó. En todo caso las cartas, conservadas en el original griego y en traducciones, pertenecen al s. ii. La alta estima de que algunas veces gozaron se pone de manifiesto en el hecho de que el sirio Efrén, en el s. iv, las tuvo por canónicas y las incluyó en su comentario a las epí­stolas paulinas.

2.°, una epí­stola a los de Laodicea, escrita en latí­n, de sólo veinte versí­culos, compuesta con giros tomados de las epí­stolas canónicas de Pablo, especialmente de la carta a los Filipenses. Aparece en occidente a finales de la época patrí­stica. Quizá estuvo redactada en latí­n desde el principio; y, desde luego, nada insinúa en ella que se trate de la traducción de un anterior documento griego. Pero las noticias sobre una carta a los de Laodicea llegan hasta el s. i. Ya en Col 4, 16 se menciona una epí­stola de Pablo a los cristianos de Laodicea. Dicha carta no se conserva o, si fuera idéntica con la carta a los Efesios, cosa varias veces sospechada desde el s. xvii (desde Hugo Grocio), por lo menos no se conserva bajo este tí­tulo. También Marción tení­a entre sus epí­stolas paulinas una carta a los de Laodicea; según el testimonio de Tertuliano (Adv. Marc. v, 11, 12; 17, 1) se trataba de la carta a los Efesios. Además el fragmento de Muratori (lí­neas 63-68) menciona una epí­stola poseí­da por los marcionitas que Pablo habrí­a escrito a los de Laodicea, pero que la Iglesia católica rechaza. El fragmento lo distingue de la carta canónica a los Efesios. Si la noticia es fidedigna, habrí­a que contar con una ficción herética del siglo ii, sin duda escrita en griego, la cual se hací­a pasar por una carta de Pablo a los de Laodicea. Pero el escrito conservado apenas tiene nada que ver con esa carta, por más que a veces se haya afirmado lo contrario (así­ A. v. Harnack y G. Quispel), pues no permite reconocer ningún origen marcionita. Por eso la epí­stola que se conserva sin duda fue compuesta más tarde, quizá en el s. iv. El autor seguramente se dejó incitar por Col 4, 16 a añadir a las cartas de Pablo la añorada epí­stola a los de Laodicea. Y logró su intento con tanto éxito, que este apócrifo fue incluido en muchos manuscritos de la Vg. (mayormente detrás de Col), y en la edad media, e incluso todaví­a en el s. xvi, era considerado como un escrito auténticamente paulino, aunque no como libro canónico.

3º, una epí­stola a los alejandrinos aparece citada junto con la carta a los de Laodicea (4, 2 °) en el fragmento de Muratori (lí­neas 63-68) y, lo mismo que ésta, está allí­ caracterizada como una falsificación marcionita que la Iglesia católica rechaza. No se conserva huella alguna de este escrito, que no se halla citado en ninguna otra parte.

4 °, un intercambio epistolar entre Pablo y Séneca, conservado en más de trescientos manuscritos, consta de ocho cartas breves atribuidas al filósofo romano L. Anneo Séneca (fi 65) y de seis cartas, todaví­a más breves, atribuidas a Pablo. Todas se hallan escritas en un mal estilo latino y son pobres en pensamientos. Séneca admira ciertamente las doctrinas del Apóstol, pero echa de menos un estilo cuidado y por eso le enví­a un libro titulado “De verborum copia” (Ep. 9), con el cual Pablo podrá aprender un latí­n mejor. Séneca lee al emperador Nerón fragmentos de las cartas del Apóstol, las cuales impresionan a aquél. Mas Pablo ruega a Séneca que deje de hacerlo, pues de otro modo el Apóstol deberá temer la ira de la emperatriz Popea. Séneca se queja del incendio de Roma y de los martirios infligidos a los cristianos.

Finalmente Pablo encarga a Séneca que predique el evangelio en la corte imperial. Este intercambio epistolar, conocido ya por Jerónimo (De vir. ill. 12) y por Agustí­n (Ep. 153, 14), podrí­a haber sido escrito, como generalmente se supone, en la segunda mitad del s. iv.

d) Se llama Carta de Bernabé a un escrito cristiano de la primera época, redactado en griego, que en la antigüedad y en la edad media fue atribuido al apóstol Bernabé, opinión que todaví­a han compartido algunos eruditos recientes. La carta misma nunca pretende tener este origen apostólico. Ella es un tratado teológico en forma epistolar, compuesto a base de diversas fuentes, pareciéndose, pues, a la carta a los Hebreos. Una primera parte dogmática (1 hasta 17) habla del valor y del sentido del AT según la carta. Este se halla inspirado por Dios, debe ser tenido en gran estima por los cristianos y está en posesión de la Iglesia. Las disposiciones de Dios sobre sacrificios, circuncisión y alimentos nunca tení­an un sentido literal; revestí­an más bien desde el principio un más alto sentido espiritual, pues, en lugar de ceremonias externas, Dios exigí­a una actitud interna. Ciertamente, los judí­os interpretaron estos mandamientos al pie de la letra, pero en eso fueron seducidos por un ángel maligno y, en consecuencia, desconocieron la voluntad de Dios. Una segunda parte moral (18-20), más breve, acercándose a la Didakhe (1-5), trae la conocida doctrina de los dos caminos: describe el camino de la luz, por el que el hombre debe andar, y el de las tinieblas, que el hombre debe evitar. El autor se regala con la interpretación alegórica de la Escritura y, así­, en el AT él encuentra alusiones a Cristo incluso allí­ donde no cabrí­a sospecharlas. La carta es un testimonio excepcional sobre la discusión entre el judaí­smo y el cristianismo en la primera época de la Iglesia, y deja entrever un parcialismo radical que ha perdido ya el sentido de la realidad. La predilección por la alegorí­a apunta hacia Egipto y quizá, más concretamente, hacia Alejandrí­a como patria de la epí­stola. También habla en favor de esto el hecho de que los teólogos alejandrinos Clemente y Orí­genes tuvieron la carta en muy alta estima. Sin duda el escrito surgió en la primera mitad del s. ii. La epí­stola fue considerada aquí­ y allí­ como un escrito normativo para la Iglesia y, en el conocido manuscrito griego de la Biblia llamado Codex Sinaiticus, se halla incluso junto a los libros sagrados. Pero Eusebio (Hist. eccI. 111, 25, 4; cf. vi, 13, 6) y Jerónimo (De vir. ill. 6) la excluyen de los libros canónicos.

4. Apocalipsis
Entre las producciones de este género literario merecen ser citadas especialmente la ascensión de Isaí­as, los Apocalipsis de Pedro y de Pablo, así­ como el Pastor de Hermas; estos escritos están tratados en el artí­culo -> Apocalipsis ii, 5-8.

IV. Importancia de los apócrifos
Los escritos aducidos muestran suficientemente qué dispares son las producciones incluidas bajo la denominación común de < apócrifos" tanto por su origen, como por su espí­ritu, como por su finalidad. Pero hay algo común a todas ellas, a saber, que resultan muy extrañas para el hombre de hoy; el mundo al que esas producciones pertenecen ha pasado, y mucho de lo que allí­ está contenido nos parece totalmente anticuado. Sin embargo, no serí­a justo el que sólo viéramos en esa forma literaria testimonios de la ingenuidad humana y consideráramos su estudio como un capricho de algunos historiadores de la literatura. La verdad es que la ocupación con estas obras trae sus frutos, pues ellas ofrecen interesantes visiones de las circunstancias y la manera de pensar del mundo antiguo. Los a. veterotestamentarios completan no pocas veces en forma valiosa lo que ya sabemos por el Antiguo Testamento, por la literatura judeo-helenista de un Filón o de un Josefo y por los escritos de los rabinos. Nos dan a conocer las concepciones morales y religiosas de los judí­os en el momento de transición de una era a la otra, lo cual ayuda a una mejor comprensión de Jesús y del cristianismo primitivo. Pero ante ellos se confirma y generaliza la impresión que nos daban ya los -> apocalipsis (III) de este tipo: la expectación mesiánica está allí­, pero no juega el papel que quizá esperábamos; lo cual deberá decirse especialmente si prescindimos de las interpolaciones cristianas y nos atenemos solamente a las afirmaciones judí­as. Algunos a. tienen importancia porque reflejan la posición de su tiempo con relación a la ley mosaica, en cuanto a modo de halaká completan la torá con nuevas prescripciones. Por otra parte los a. también llevan mucho caudal a modo de haggadá, en cuanto adornan con leyendas la historia conocida por el Antiguo Testamento, o la interpretan en una determinada tendencia.

Los a. neotestamentarios no tienen ninguna utilidad si a través de ellos se quiere obtener noticias fidedignas sobre Jesús y su doctrina, o sobre otras personas nombradas en el NT. Los evangelios apócrifos dependen desde muchos puntos de vista de los evangelios canónicos, presuponen palabras transmitidas o sucesos narrados allí­ y los transforman (tanto los sucesos como las palabras) según el espí­ritu de su autor. Las historias de apóstoles, o sea, los relatos sobre viajes y actividades de algún apóstol particular, podrí­an haber recogido algún que otro recuerdo histórico, pero hay allí­ tanto material increí­ble y evidentemente inventado, que apenas es posible extraer lo verdaderamente real. Ambos géneros, los evangelios y las historias de apóstoles, narran muchas leyendas y muestran así­ cómo se pensaba entonces acerca de las personas veneradas en el cristianismo, pero también muestran qué se osaba presentar al lector. La influencia de estos escritos en la posteridad fue a veces grande; lo cual se deduce de que no pocos elementos suyos han entrado a formar parte del tesoro de leyendas cristianas en la edad media e incluso en la edad moderna, y han penetrado también en la liturgia y el arte. El mismo desarrollo dogmático, sobre todo en lo referente a la mariologí­a, puede haber recibido impulsos de esta literatura, particularmente del evangelio de Santiago y de sus diversas elaboraciones.

No pocos a. neotestamentarios proceden de cí­rculos gnósticos o de otros cí­rculos que se desviaban de la modalidad católica de la fe. Estos escritos no sólo constituyen fuentes valiosas para investigar las direcciones espirituales en ellos reflejadas, sino que muestran también su poderí­o y su difusión. Da realmente que pensar el hecho de que, p. ej., en Egipto o en Siria oriental, las primeras producciones literarias conocidas del cristianismo son de tipo gnóstico o parecido, mientras los escritos católicos no aparecen allí­ hasta más tarde.

Ya en los s. II y III la Iglesia estaba dividida en diversos grupos, y se produjo una dura lucha hasta que la forma católica del cristianismo reprimió y superó las otras direcciones.

Johann Michl

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

I. Definición

El término “apócrifos” (que en gr. es un plural neutro del adjetivo apokryfos, ‘escondido’) es un término técnico vinculado con la relación de ciertos libros con el canon del AT, y que significa que, sin bien no se aprueban para la lección pública, no obstante tienen valor para el estudio y la edificación privados. Es un término que abarca una cantidad de agregados a los libros canónicos en la forma en que se encuentran en la LXX (a saber, Ester, Daniel, Jeremías, Crónicas), y a otros libros, de carácter legendario, histórico, o teológico, muchos de ellos originalmente escritos en heb. o en arm., pero preservados o conocidos hasta hace poco únicamente en gr.; figuran en el canon vagamente definido de la LXX, pero fueron rechazados por el *canon hebreo en Jamnia. El uso y el concepto cristianos sobre su posición fueron más bien ambiguos hasta el ss. XVI, cuando doce obras fueron incluidas en el canon de la iglesia católica romana por el concilio de Trento; pero el pensamiento protestante (p. ej. Lutero, y la iglesia anglicana en los “Treinta y nueve artículos”) los admitió sólo para la edificación privada. Otras obras, no incluidas entre los doce que aquí se consideran, se denominan generalmente hoy en día *“seudoepígrafos”, Estas, también, fueron libremente utilizadas antes del ss. XVI en las distantes iglesias orientales en cuyas lenguas han sido exclusivamente conservadas (p. ej., el etíope, el armenio, el eslavo).

II. Contenido

Pasemos a sintetizar el contenido y los principales problemas críticos de los doce libros que componen lo que hoy conocemos como los apócrifos.

1 Esdras es 2 Esdras en la recensión luciánica de la LXX, y 3 Esdras en la Vg. de Jerónimo. Este libro ofrece un relato paralelo de acontecimientos registrados en Crónicas-Esdras-Nehemías, con un agregado grande (a saber, el “Debate de los tres jóvenes” en 3.1–5.6). 1.1–20, 23–25 = 2 Cr. 35.1–36.21; 2.1–11 = Esd. 1.1–11; 2.12–26 = Esd. 4.7–24; 5.7–17 = Esd. 2.1–4.5; 6.1–9.36 = Esd. 5.1–10.44; 9.37–55 = Neh. 7.72–8.13. El “Debate de los tres jóvenes” es adaptación de un cuento persa, y en sus detalles pueden encontrarse todavía pruebas de esto: ha sido adaptado como el medio por el cual Zorobabel, que pertenecía a la guardia de Darío, al vencer en un debate acerca del poder más fuerte (¿el vino, las mujeres, o la Verdad?), obtiene así la oportunidad de recordarle al monarca persa su obligación de permitir la reedificiación del templo. La comparación detallada de ella con el Esdras de la LXX pone de manifiesto que son traducciones independientes del TM: 1 Esdras es probablemente el más antiguo de los dos. Presentan contrastes no sólo de texto sino también en cuanto al orden cronológico de los acontecimientos y el de los reyes persas. En una cantidad de casos los entendidos siguen indecisos en cuanto a cuál seguir. Por cierto que en algunos casos 1 Esdras ofrece buenas pruebas textuales. Se trata de una traducción libre e idiomática, y era conocida por Josefo.

2 Esdras es 4 Esdras en la Vg.; se conoce también como Apocalipsis de Esdras o 4 Esdras. Esta versión, como aparece actualmente en latín antiguo, es una ampliación por escritores cristianos de una obra apocalíptica judaica original que se encuentrá en los cap(s). 4–14. Los otros capítulos, e. d. los agregados cristianos, faltan en algunas versiones orientales. El cuerpo original del libro consiste de siete visiones. En la primera (3.1–5.19) el vidente exige una explicación para el sufrimiento de Sión, cuyo pecado no es mayor que el de su opresor. El ángel Uriel contesta que esto no puede entenderse, pero que la era a poco de iniciarse brindaría salvación. La segunda (5.20–6.34) trata de un problema similar: por qué Israel, pueblo elegido de Dios, ha sido entregado en manos de otras naciones; esto, también, resulta incomprensible para el hombre, según la declaración. La era por venir ha de continuar a partir de la presente sin intervalo, precedida por señales del fin y una época de conversión y salvación. Esto debería proporcionarle consuelo al vidente. La tercera visión (6.35–9.25) pregunta por qué los judíos no poseen la tierra; la respuesta que se da es que la heredarán en la era por venir. Se tratan diversos asuntos adicionales relacionados con la vida más allá y la era por venir, incluyendo el tema del número limitado de los elegidos. La cuarta visión (9.26–10.59) es la de una mujer enlutada que relata sus penas y es luego transformada en una ciudad gloriosa. Se trata de un símbolo de Jerusalén. La quinta visión (10.60–12.51) es la de un águila de doce alas y tres cabezas, símbolo de Roma, la cual, según declara explícitamente el ángel intérprete, es el cuarto reino de Dn. 7. El Mesías ha de reemplazarla. Según la interpretación más probable, esta visión ha de fecharse en el reinado de Domiciano. La sexta visión (13.1–58) es la de un hombre que surge del mar, y que aniquila a una multitud antagónica. Esta es una adaptación de la visión del Hijo del Hombre de Dn. 7. La visión final (14) trata de la cuestión de la restauración por parte de Esdras de los libros sagrados de los hebreos, por medio de una visión y con el auxilio de escribas ayudados sobrenaturalmente. Dichos libros son 94 en total, a saber, los 24 del canon hebreo y 70 obras esotéricas o apocalípticas.

Tobías (o “Tobit”) es un cuento devoto acerca de un hebreo piadoso de la cautividad norteña, Tobit, y su hijo Tobías. Tobit sufre persecución y privaciones debido a que socorre a sus compatriotas los israelitas bajo la tiranía de Esar-hadón. Al final queda ciego accidentalmente; y para vergüenza suya, su mujer se ve obligada a sostenerlo. En oración pide morir. Al mismo tiempo, ofrece oración una joven mujer hebrea de Ecbatana, de nombre Sara, que es atormentada por el demonio Asmodeo, el que ha matado siete pretendientes la noche que debían casarse con ella. El ángel Rafael es enviado “a sanar a los dos”. Tobías es enviado por su padre a traer diez talentos de plata dejados en Media. Rafael adopta la forma de Azarías, que es contratado como compañero de viaje. En el Tigris toman un pez, y su corazón, hígado y bilis son guardados por Tobías por consejo de Azarías. Tobías llega a Ecbatana y se compromete con Sara, que resulta ser prima de él. La noche de bodas quema el corazón y el hígado del pez, el hedor de los cuales hace que el demonio se vaya a Egipto. Al regresar a su casa (precedido por su perro), donde ya se lo daba por perdido, Tobías unge los ojos de su padre con la bilis del pez y le restaura la vista. Este relato se originó, aparentemente, durante el exilio babilónico o persa, y es posible que su lengua original haya sido el arameo. Se conocen tres recensiones griegas, y se han encontrado fragmentos en hebreo y en arameo cerca del mar Muerto.

Judit cuenta la historia de una valiente joven judía, viuda, y la derrota de las huestes de Nabucodonosor mediante su estratagema. Oriunda de Betulia, asediada por Holofernes, lo visita en su campamento, haciéndole creer que le daría a conocer secretos militares; luego comienza a seducirlo con su encanto, hasta que por fin, encontrándose los dos solos realizando una fiesta una noche, tiene la posibilidad de decapitarlo. Vuelve entonces con la cabeza a la ciudad, donde es recibida con júbilo. El ejército asirio (!) se retira al descubrir que su general ha sido asesinado. Judit y las mujeres de Betulia se regocijan con un salmo delante de Dios. El relato es pura ficción—de otro modo los datos inexactos resultarían inaceptables—y pertenece al ss. II a.C. El original estaba en hebreo, y una traducción griega en cuatro recensiones nos lo ha conservado.

Agregados a Daniel aparecen en la LXX y en la traducción de Teodoción. Al cap(s). 3 se le agrega la Oración de Azarías pronunciada en el horno, y el Cántico de los tres jóvenes santos (e. d. paidōn, ‘sirvientes’) cantado a la gloria de Dios mientras se paseaban en el fuego. Es el benedícite del culto cristiano. Evidentemente estos dos agregados existieron en un original hebreo. Como prefacio a Daniel en Teodoción, pero al final en la LXX, se encuentra la historia de Susana. Es la hermosa y virtuosa mujer de un judío acaudalado en Babilonia. Dos ancianos del pueblo que la codician la encuentran bañándose y le ofrecen la posibilidad de ceder a sus deseos o enfrentar una falsa acusación de adulterio. Ella elige lo segundo; todos creen a sus detractores, y ella es condenada a pesar de que insiste en su inocencia. Daniel, a pesar de no ser más que un joven, se pronuncia en contra de esta injusticia, y en un segundo proceso en su presencia se descubre la mentira y la mujer sale justificada.

Los relatos de Bel y el dragón fueron escritos evidentemente para ridiculizar la idolatría. Daniel demuestra que los sacerdotes de Bel, y no la imagen del dios, son los que devoran las ofrendas de alimentos colocadas todas las noches; en consecuencia el rey destruye la imagen. Daniel destruye un poderoso dragón que se adoraba en Babilonia. Daniel es arrojado a la fosa de los leones y se mantiene vivo durante seis días; en el sexto el profeta Habacuc es transportado milagrosamente de Judea para darle de comer; en el séptimo es liberado por el rey. Estos dos relatos probablemente fueron traducidos de un original semítico, pero la cuestión no está totalmente dilucidada. Estos agregados son ejemplos de adornos piadosos de tipo legendario agregados al relato de Daniel, y datan de alrededor del 100 a.C.

Agregados a Ester aumentan considerablemente el tamaño de la versión gr. del libro. Hay seis pasajes adicionales. El primero se refiere al sueño de Mardoqueo y su prevención de una conspiración en contra del rey; precede al cap(s). 1. El segundo es el edicto del rey relacionado con la destrucción de todos los judíos en su reino. Este pasaje viene después de 3.13 en el hebreo. El tercero contiene oraciones de Ester y Mardoqueo que siguen al cap(s). 4. El cuarto describe la audiencia de Ester con el rey, que se agrega a 5.12. El quinto es el edicto del rey permitiendo a los judíos que se defiendan, y viene a continuación de 8.12. El sexto incluye la interpretación del sueño de Mardoqueo; y una nota histórica que da la fecha en que la versión griega pasó a Egipto. La mayoría de los eruditos considera que todo esto es en realidad agregado a la obra más breve del canon hebreo, y que parte, si no todo, fue compuesto en griego. Los entendidos que se someten a Roma y una minoría de los demás (incluido C. C. Torrey) sostienen, sin embargo, que el hebreo es una síntesis de una obra más larga, en hebreo o arameo, de la que el griego es una traducción. El colofón afirma que la obra fue traducida en Palestina algún tiempo antes del 114 a.C., por un tal Lisímaco, hijo de Tolomeo, que era jerosolimitano.

La oración de Manasés pretende ser la que se menciona en 2 Cr. 33.11–19. En la opinión de la mayoría de los entendidos es una composición judaica, y probablemente fue escrita originalmente en hebreo. Comoquiera que sea, recibe su primera confirmación en la Didascalia siriaca (s. III d.C.), y se encuentra también entre las odas (e. d. himnos del AT y el NT utilizados en el culto cristiano) agregadas a los Salmos en algunos ms(s). de la LXX, tales como el códice alejandrino.

La epístola de Jeremías es un típico ataque helenístico-judaico a la idolatría, bajo la apariencia de una carta de Jeremías a los exiliados en Babilonia. Es similar a la que se menciona en Jer. 29. Se ridiculizan los ídolos; se ponen al descubierto los males y las necedades relacionados con ellos, y a los judíos cautivos se les dice que no deben adorarlos ni temerles. Está escrito en buen griego, pero puede haber tenido un original arameo.

El libro de Baruc es, según se afirma, obra de un amigo y escriba de Jeremías. La obra es breve, pero, según la opinión de la mayoría de los entendidos, se trata de una obra compuesta, que se atribuye diversamente a dos, tres o cuatro autores. Se divide en las siguientes secciones. (a) 1.1–3.8. En el marco del exilio babilónico del 597, se presenta a Baruc dirigiéndose a los exiliados, elaborando una confesión de pecados, una oración de perdón, y una oración pidiendo salvación. (b) 3.9–4.4. Esta sección presenta las alabanzas de la Sabiduría que puede encontrarse en la ley de Moisés, y sin la cual los paganos han fracasado, pero mediante la cual Israel será salva. (c) 4.5–5.9. Lamento de Jerusalén por los exiliados, seguido de una exhortación a Jerusalén para que se consuele, ya que sus hijos han de ser devueltos a su hogar. La primera parte fue claramente escrita en hebreo, y, si bien el griego de las dos secciones posteriores es más idiomático, puede sostenerse con éxito que corresponden a un original hebreo.

Eclesiástico es el nombre que se le da en su forma griega a la Sabiduría de Josué ben-Sirá. Este era un palestino que vivía en Jerusalén, y partes de su obra sobreviven en el hebreo original en ms(s). de la Guenizá de El Cairo. La obra aparece en griego entre los apócrifos en la traducción hecha por su nieto, quien ofrece detalles cronológicos en un prefacio. La fecha más probable para Ben-Sirá mismo es ca. 180 a.C., por cuanto su nieto aparentemente emigró a Egipto en el reinado de Tolomeo VII Evergetes (170–117 a.C.). El autor compuso su obra en dos partes, cap(s). 1–23 y 24–50, con un breve apéndice, cap(s). 51. Como los libros sapienciales, comprende consejos para una vida exitosa concebida en el sentido más amplio; el temor del Señor y la observancia de su ley están aliados en la experiencia y la enseñanza del autor con la “sabiduría” práctica adquirida tomando como base la observación y el cultivo de la misma en su propia vida. La piedad personal se expresa en la observancia de la ley, en la que se revela la Sabiduría; y en el vivir diario la moderación constituye la tónica de todos los aspectos de la vida. El segundo libro concluye con la alabanza de hombres famosos que integran una lista de personas respetables de Israel, la que termina con Simón II, el sumo sacerdote (ca. 200 a.C.), conocido también por la Misná (Aboth 1.2) y por Josefo (Ant. 12. 224). Este libro representa los comienzos del ideal del escriba, como Ben-Sirá mismo, que se convirtió en tipo para los judíos ortodoxos: consagrado a Dios, obediente a la ley, de vida sobria, y que tenía en la más alta estima el conocimiento de la ley. Se convirtió en un libro cristiano favorito, como lo demuestra su título (“El libro de la iglesia”); y aun cuando no fue incluido nunca entre los libros canónicos por los judíos, era tenido en gran estima por ellos, y ocasionalmente los rabinos lo citaban como si fuese parte de las Escrituras. La versión siriaca es de origen judaico y se basa en el texto hebreo.

La sabiduría de Salomón representa quizá el momento culminante de la literatura sapiencial judía. Sus raíces se hunden en la corriente de la literatura sapiencial que encontramos en el AT y en los apócrifos, pero aquí bajo la influencia del pensamiento griego adquiere mayor formalidad y precisión que otros ejemplos de este tipo literario. Se trata de una exhortación a buscar la Sabiduría. Los cap(s). 1–5 declaran las bendiciones que corresponden a los judíos que buscan la Sabiduría; los cap(s). 6–9 expresan alabanzas a la Sabiduría divina objetivada en un ser celestial femenino, que ocupa el primer lugar entre las criaturas y los sirvientes de Dios; los cap(s). 10–19 repasan la historia del AT como ilustración del tema de que en su transcurso la Sabiduría ha ayudado a sus amigos los judíos, y ha obtenido el castigo y la condenación de sus adversarios. Esta obra puede, por lo tanto, interpretarse como una palabra de aliento para que los judíos no abandonasen su fe ancestral, pero no falta tampoco el motivo misionero tan evidente en el judaísmo helenístico. El autor echó mano a fuentes en hebreo, pero parece estar claro que la obra como la conocemos fue compuesta en griego, por cuanto su métrica es griega, hace uso de términos filosóficos griegos, y se vale de la versión griega del AT. La descripción de la Sabiduría, en la que se emplean términos estoicos y platónicos, y las convicciones del autor acerca de la inmortalidad del alma, son los puntos en los que su dependencia del pensamiento griego se evidencian más claramente. En opinión de la mayoría de los entendidos no existen argumentos concluyentes para subdividir la paternidad de este libro, pero puede discernirse la existencia de diversas fuentes. El autor es desconocido, pero lo más probable es que sea de origen alejandrino.

Hay varias obras que se titulan Macabeos; de ellas, dos figuran entre los apócrifos que aparecen en las versiones castellanas católicas. Se trata de los libros históricos 1 y 2 Macabeos. 1 Macabeos comprende acontecimientos que tuvieron lugar entre el 175 y el 134 a.C., e. d. la lucha con Antíoco Epífanes, las guerras de los asmoneos, y el gobierno de Juan Hircano. Termina con un panegírico sobre Juan, y evidentemente fue escrito poco después de su muerte en el 103 a.C. Fue escrito originalmente en hebreo, y está traducido en el estilo literal de partes de la LXX. El propósito de la obra es el de glorificar a la familia de los Macabeos vistos como campeones del judaísmo. 2 Macabeos es una obra de origen diferente; su tema abarca buena parte de la misma historia que el libro anterior, pero no continúa la historia más allá de las campañas y la derrota de Nicanor. Su autor desconocido recibe a veces el nombre de “epitomista”, ya que buena parte de su libro ha sido extractado de la obra de Jasón de Cirene, por lo demás desconocida. Hay una cantidad de discrepancias en cuestiones cronológicas y numéricas entre las dos obras, y se suele otorgarle mayor confianza a 1 Macabeos. Se discute también el valor histórico de las cartas y edictos que aparecen en ambas obras. No obstante, ninguna de las dos obras ha de ser ignorada como fuente histórica. 3 y 4 Macabeos aparecen en una cantidad de ms(s). de la LXX. El primero es un relato de los pogromos y los contrapogromos bajo Tolomeo IV (221–204 a.C.), y se parece al libro de Ester en tono y carácter. 4 Macabeos no es un relato sino una diatriba o tratado sobre la superioridad de la razón sobre las pasiones, ilustrada mediante relatos bíblicos y los relatos de mártires de 2 Mac. 6–7. El autor procura dar realce a la ley, aunque se ve grandemente influido por el estoicismo. (Véase tamb. * Apócrifos del Nuevo Testamento.)

Bibliografía.K. Rahner, Sacramentum mundi, t(t). I, 1972; D. Russell, El período intertestamentario, 1973; A. de Santos Otero, Los evangelios apócrifos, 1956; A. Díez Macho, Apócrifos del Antiguo Testamento, 1982; J. B. Bauer, Los apócrifos neotestamentarios, 1971.

R. H. Charles (eds.), The Apocrypha and Pseudepigrapha of the Old Testament, 1913; id., Religious Development between the Old and New Testaments, 1914; C. C. Torrey, The Apocryphal Literature, 1945; R. H. Pfeiffer, History of New Testament Times with an Introduction to the Apocrypha, 1949; B. M. Metzger, An Introduction to the Apocrypha, 1957.

J.N.B.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico