APOSTOL

v. Discípulo, Doce, Embajador, Mensajero, Ministro, Profeta
Mat 10:2 los nombres de los doce a son estos
Mar 6:30 los a se juntaron con Jesús, y le contaron
Luk 6:13 doce de .. a los cuales también llamó a
Luk 11:49 les enviaré profetas y a; y de ellos
Luk 22:14 se sentó a la mesa, y con él los a
Luk 24:10 María .. dijeron estas cosas a los a
Act 1:2 dado .. por el Espíritu Santo a los a
Act 4:35 y lo ponían a los pies de los a; y se
Act 5:12 por la mano de los a se hacían muchas
Act 5:18 y echaron mano a los a y los pusieron en
Act 6:6 a los cuales presentaron ante los a, a quienes
Act 8:1 todos fueron esparcidos .. salvo los a
Act 8:18 por la imposición de las manos de los a
Act 9:27 Bernabé .. lo trajo a los a, y les contó
Act 11:1 oyeron los a ..que estaban en Judea, que
Act 15:2 que subiesen .. a los a y los ancianos
Act 15:22 pareció bien a los a y a los ancianos, con
Act 16:4 ordenanzas que habían acordado los a
Rom 1:1; 1Co 1:1 Pablo .. llamado a ser a
Rom 11:13 por cuanto yo soy a a los gentiles
Rom 16:7 y a Junias .. muy estimados entre los a
1Co 9:1 ¿no soy a? ¿No soy libre? ¿No he visto
1Co 12:28 puso .. primeramente a, luego profetas
1Co 15:7 apareció a Jacobo; después a todos los a
2Co 1:1; Eph 1:1; Col 1:1; 1Ti 1:1; 2Ti 1:1 Pablo, a de Jesucristo por la voluntad
2Co 11:5; 2Co 12:11 en nada he sido inferior a .. a
2Co 11:13 porque éstos son falsos a, obreros
Gal 1:1 Pablo, a (no de hombres ni por hombre
Gal 1:17 ni subí .. a los que eran a antes que yo
Eph 2:20 sobre el fundamento de los a y profetas
Eph 3:5 como ahora es revelado a sus santos a
Eph 4:11 él mismo constituyó a unos, a; a otros
1Th 2:6 podíamos seros carga como a de Cristo
1Ti 2:7 para esto yo fui constituido .. a (digo
2Ti 1:11 fui constituido .. a y maestro de los
Tit 1:1 Pablo, siervo de Dios y a de Jesucristo
Heb 3:1 considerad al a y sumo sacerdote de
1Pe 1:1; 2Pe 1:1 Pedro, a de Jesucristo, a los
2Pe 3:2 del mandamiento .. dado por vuestros a
Rev 2:2 has probado a los que se dicen ser a, y
Rev 21:14 doce nombres de los doce a del Cordero


Apóstol (gr. apóstolos [de apó, “lejos”, “apartado de”, y stéllí‡, “enviar”, “despachar”; así­, literalmente, “uno enviado”, y por extensión, “un mensajero”, “un embajador”]). En griego clásico apóstolos se aplica frecuentemente a un barco o convoy despachados en una expedición mercantil o naval; al 83 capitán de un barco mercante o al comandante de un escuadrón naval; a un representante, sea embajador o enviado. En griego koiné, el dialecto en que se escribió el NT, apóstolos se usa también con estas 2 aplicaciones generales: a cosas y a personas. Aparece con la connotación de un barco enviado, una carga que se despacha; de los documentos que representan el barco y su carga (el documento de remito, o tal vez, la licencia de exportación). Con referencia a personas, el término se aplica al embajador, enviado, delegado. Josefo usa esta palabra cuando habla de los embajadores que los judí­os enviaron como sus representantes a Roma. En el NT, apóstolos conlleva la idea de misión y de representación. El término aparece en el registro de la ordenación y el enví­o de los discí­pulos en misión evangelizadora (Mat 10:2-6). Es probable que en esa ocasión Jesús usara la palabra aram. shelaj, equivalente del participio heb. shâlûaj, “enviado”. Este témino semí­tico, del cual apóstolos es el equivalente griego, parece haber tenido un uso técnico entre los judí­os. En la literatura rabí­nica se lo aplica con referencia a mensajeros y representantes dotados de autoridad, como los responsables de reunir ofrendas entre los judí­os de la diáspora. Evidentemente, en todo el NT apóstolos tiene una significación técnica similar. El término se usa en los Evangelios, con una excepción (Luk 11:49), y sólo en relación con los Doce a quienes Jesús llamó y envió: Andrés y su hermano Simón, más tarde conocido como Simón Pedro (Mat 4:18-20; Mar 1:16-18; Luk 6:14; Joh 1:35-42); Jacobo (Santiago) y su hermano Juan, hijos de Zebedeo (Mat 4:21, 22; Mar :19, 20; Luk 6:14); Felipe (Joh 1:43, 44); Natanael, también llamado Bartolomé (Joh 1:45-51); Mateo, también llamado Leví­ (Mat 9:9; Mar 2:14; Luk 5:27, 28); Tomás; Jacobo (Santiago), el hijo de Alfeo; Simón el Zelote o cananista; Judas, el hermano de Jacobo; y Judas Iscariote. En el NT hay 3 listas completas de los Doce (Mat 10:2-4; Mar 3:14-19; Luk 6:13-16). Una 4ª lista (Act 1:13) omite el nombre de Judas Iscariote. Una comparación del lugar en que aparecen los nombres muestra que no guardan un orden definido, con la excepción de Simón Pedro, Felipe y Jacobo el hijo de Alfeo, cuyos nombres aparecen en el 1er, 5º y 9º lugar, respectivamente, en cada lista. Esto ha sugerido que habí­a 3 grupos de 4, encabezados por estos 3 hombres. De los Doce, Pedro, Jacobo y Juan se destacan por recibir privilegios especiales: estuvieron presentes en la resurrección de la hija de Jairo (Mar 5:37-42); en la transfiguración de Jesús (Mat 17:1, 2); y en el Jardí­n del Getsemaní­ durante su agoní­a (Mar 14:32, 33). Sin duda esto se debió al hecho de que estos 3 tení­an una comprensión más clara de la obra y las enseñanzas de Jesús y una simpatí­a más profunda por él. Uno de los Doce, Judas Iscariote, fue el traidor; más tarde se eligió a Matí­as para llenar su cargo y conservar así­ el número original de 12 apóstoles (Act 1:15-26). Véanse los nombres de los apóstoles. El término apóstolos, sin embargo, no se limita a los Doce. Cuando Pablo, al defenderse contra los que desalaban su ministerio se llamó a sí­ mismo apóstol, usó la palabra en su sentido técnico, y dio prueba de su apostolado por el hecho de que habí­a sido enviado por el Señor (1Co 9:1, 2; cf Act 1:21, 22, 25) y de él habí­a recibido directamente ese encargo (Gá. 2:8, 9; cf Rom 1:1). “Apóstol” también se aplica a Bemabé (Act 14:14); a Apolos, a quien Pablo incluye entre los apóstoles que fueron “espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres” (1Co 4:6, 9); y a Silvano y Timoteo, a quienes se describe como “apóstoles de Cristo” (1Th 1:1; 2:6). Bib.: FJ-AJ xvii. 11.1. Apries. Véase Hofra. Aprisco. Véase Redil.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

griego apóstolos, enviado. Cristo, enviado por Dios a los hombres, es llamado por Pablo a. Hb 3, 1. Cada uno de los doce primeros discí­pulos de Jesucristo, a quienes llamó apóstoles Lc 6, 13. En un principio Cristo los tuvo a su lado para que escucharan su palabra, y luego los envió a dar testimonio de él y de su palabra Lc 1, 2, esto es, los primeros pregoneros de la Buena Nueva Mt 10, 1-14; Mc 3, 13-19; 6, 7 13. Los apóstoles, los Doce, son primero que todo testigos de la resurrección de Cristo Lc 24, 48; Hch 1, 8; 2, 32. Debido a la traición y muerte de Judas, Pedro propuso a los hermanos llenar el vací­o dejado por aquél en los Doce escogidos, con alguien que hubiera acompañado a Cristo mientras estuvo en la tierra y que fuera testigo de su resurrección, y fue escogido Matí­as Hch 1, 15-26.

Aunque los apóstoles por antonomasia son los primeros Doce 1 Co 12 2830, pues ellos y su doctrina son el fundamento de la Iglesia Hch 2, 42; Ef 2, 20; por extensión se les da este nombre a otros discí­pulos: Bernabé es llamado tal por Hch 14, 4 y 14; Pablo se llama a sí­ mismo a. Rm 1, 1; 1 Co 1, 1; 9, 1 ss y 15, 9-10; 2 Co 12, 12; Ga 1, 1;1 Tm 2, 7; 2 Tm 1, 11; Pablo les da este nombre a Silvano y Timoteo 1 Ts 1, 1; a Andrónico y Junia, †œilustres entre los apóstoles†, Rm 16, 7. Sin embargo, hay quienes fingen ser apóstoles y no lo son Ap 2, 2; 2 Co 11, 5-13; a estos falsos y usurpadores del tí­tulo, los denomina Pablo †œsuperapóstoles† en 2 Co 11, 5 y 12, 11.

De los apóstoles que le han seguido dejándolo todo, Cristo les dice que juzgarán a las doce tribus de Israel, cuando él se siente en su trono de gloria Mt 19, 28; y en Ap 21, 14, se dice que la nueva Jerusalén se asentará sobre doce piedras, en las cuales estarán inscritos los nombres de los doce apóstoles.

Los doce apóstoles son: Simón llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y Juan, hijos de Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, el de Alfeo, y Tadeo; Simón el cananeo y Judas Iscariote. Aquí­ hay que añadir a Matí­as, escogido a la suerte para llenar el puesto de Judas el traidor. Esta lista la encontramos en Mt 10, 2-4; Mc 3, 16-19; Lc 6, 13-16; Hch 1, 13).

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(gr., apostolos, mensajero, enviado, embajador). Este tí­tulo es usado para describir a varios hombres en el NT.
( 1 ) El mismo Jesús es el embajador del Padre (Heb 3:1).
( 2 ) Los 12 discí­pulos fueron escogidos y comisionados por Cristo (Mat 10:2; Mar 3:14; Mar 6:30; Luk 6:13; Luk 9:10; Luk 11:49; Luk 17:5; Luk 22:14; Luk 24:10). Estos hombres, con Matí­as reemplazando a Judas, proclamaron el evangelio y establecieron iglesias (Act 1:26; Act 4:33; Act 5:12; Act 5:29; Act 8:1, Act 8:14-18).
( 3 ) Pablo fue comisionado por el Cristo resucitado a ser el mensajero a los gentiles (Rom 1:1; Gal 1:1; 2 Corintios 11; 12; Gálatas 1; Act 14:14).

Hay otros que son llamados apóstoles en el NT.: Santiago, el hermano del Señor Jesús (Gal 1:19; Gal 2:9); Bernabé (Act 14:4, Act 14:14); Andrónico y Junias (Rom 16:7); y Silas (1Th 2:6).

La enseñanza en las páginas del NT es enseñanza apostólica, y su autoridad descansa en la relación de los apóstoles con Cristo.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(Enviado de Cristo).

Es deber y honor de todo discí­pulo de Cristo, Luc 19:24-26, Jua 4:53, Jua 14:12-14, Mar 16:17-18. Todo cristiano debe imitar a Jesús, vivir y hacer lo que él hizo.

Cristo “elige” a sus apóstoles, a cada cristiano, no nosotros a él, Jua 15:16.

Cualidades del Apóstol.

– Rectitud de intención, Mat 5:16.

– Humildad de comienzos, Mat 13:31.

– Disponibilidad, Mat 15:33-38, Luc 1:18.

– Abnegación, Luc 10:3-4 : – Unidad, Jua 4:32-38, Jua 17:21-24.

– Urgencia, Mat 9:36, Luc 5:1920 : – Finalidad: Anunciar a Jesucristo, Jua 1:4-41, Jua 15:26-27.

– Medio Principa: La unión con Dios, Mat 9:37, Jua 15:5.

Los Doce Apóstoles: Mar 10:1-4, Luc 6:14.

– Llamada, Mat 4:18, Jua 1:40 : – Predilectos, Mat 16:1, Mat 26:36.

– Discí­pulo amado, Jua 13:23.

– Sus debilidades, Mat 16:5, Mat 16:23; Mat 20:20-28, Mat 26:40, Mar 14:10, Mar 14:30.

– Misión y poderes, Mat 10:1-8, Lc. 9: – Misión de los 72, Lc. 10.

– Comisión final, el gran mandato y poderes, Mat 28:19-20, Mc. 16,15-18.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Persona que ha sido enviada con cierta autoridad para cumplir una misión. El término es de origen griego, derivado de apostello (enviar). Los traductores de la Septuaginta lo utilizaron en pasajes como Num 16:28 : †œEn esto conoceréis que Jehová me ha enviado†; e Isa 6:8 : †œDespués oí­ la voz del Señor, que decí­a: ¿A quién enviaré…?† El Señor Jesús tomó la palabra y le dio un sentido especial cuando †œestableció doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad…† (Mar 3:14-15), †œa los cuales también llamó a.† (Luc 6:13). El hecho de que Cristo utilizara un término del idioma griego, cuando el lenguaje usual de su tierra y época era el arameo, no tiene nada de particular, puesto que en la Galilea, donde él se crió, era común el uso de la lengua helena.

Las listas de los nombres del grupo denominado †œlos doce† las encontramos en Mat 10:2-4; Mar 3:16-19; Luc 6:14-16 y Hch 1:13. Eran †¢Pedro, †¢Jacobo, †¢Juan, †¢Andrés, †¢Felipe, †¢Tomás, †¢Bartolomé, †¢Mateo, †¢Jacobo hijo de Alfeo, †¢Simón el Zelote, †¢Judas hermano de Jacobo y †¢Judas Iscariote. Muerto Judas, los a. quisieron completar el número de doce. Ese número tiene especial significación para los judí­os. Y en el caso especí­fico de los a., el Señor Jesús les habí­a dicho que los que le habí­an seguido se sentarí­an †œsobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel† (Mat 19:28). Para llenar la vacante dejada por el Iscariote se querí­a a uno de los hombres que habí­a estado junto con ellos †œtodo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salí­a† para que fuera †œhecho testigo … de su resurrección† (Hch 1:21-22). Así­ que escogieron a †¢Matí­as para ello. En Apo 21:14 aparecen escritos sobre los cimientos de la Nueva Jerusalén †œlos doce nombres de los doce a. del Cordero†. Después de Jesucristo, la iglesia está edificada †œsobre el fundamento de los a. y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo† (Efe 2:20). Por eso los creyentes †œperseveraban en la doctrina de los a.† (Hch 2:42).
Evangelios son muy especí­ficos al decir una y otra vez †œlos doce†, para hablar del grupo primigenio de escogidos por el Señor Jesús (Mat 11:1; Mat 20:17; Mat 26:14, Mat 26:20, Mat 26:47; Mar 4:10; Mar 6:7; Mar 10:32; Luc 8:1; Luc 18:31; Jua 6:67, Jua 6:70). Lucas lo repite en Hch 6:2. Pablo hace referencia también a †œlos doce† (1Co 15:5). Aunque esa palabra adquirió esa significación que alude a ese grupo especial, no se usa en todos los casos con esa acepción. Como una especie de tí­tulo se aplica a otras personas que no eran del grupo primigenio, como es el caso de †œlos a. Bernabé y Saulo† (Hch 14:14). Tito, de quien Pablo dice que †œes mi compañero y colaborador para con vosotros; y en cuanto a nuestros hermanos, son mensajeros (apóstoles) de las iglesias, y gloria de Cristo† (2Co 8:23). Pablo dice que en un viaje a Jerusalén conoció a †œJacobo, el hermano del Señor†, pero que no vio a †œningún otro de los a.† (Gal 1:19). Ese †¢Jacobo es, entonces, llamado a. sin haber pertenecido †œa los doce†. De la misma manera, †¢Epafrodito, senviado por los filipenses con una ofrenda para Pablo, es llamado †œvuestro mensajero (apóstol), y ministrador de mis necesidades† (Flp 2:25). Andrónico y Junias, parientes de Pablo y convertidos antes que él eran †œmuy estimados entre los a.† (Rom 16:7). Pablo dice a los tesalonicenses: †œpodí­amos seros carga como a. de Cristo† (1Te 2:6). Por la narración que hace del incidente de Filipos que compartió con Silas (1Te 2:1-4), y siendo éste firmante de la carta (1Te 1:1), parece que también se aplicaba el término a. a este compañero de Pablo. De manera que individuos investidos por las iglesias con una misión especial eran también llamados a., sin hacer referencia necesariamente a †œlos doce†.
personas, al ver el tratamiento de respeto y consideración que incluí­a el tratamiento de a. trataron de utilizar el tí­tulo o aparentar el oficio. Pero se esperaba de un a. que hiciera señales (Hch 2:43; 2Co 12:12) y se comprobó que eran †œfalsos a.† (2Co 11:13; Apo 2:2).
la designación de Matí­as, Pedro usó las palabras †œministerio y apostolado† (Hch 1:25). Más tarde, Pablo se llama a sí­ mismo a. al comienzo de todas sus cartas, con excepción de Fil., 2 Ts. y Flm. Algunos habí­an puesto en duda el derecho de Pablo de llamarse a., cosa que tuvo que aclarar a los corintios y a los gálatas (1 Co. 9; 2 Co. 11). Sin embargo, su defensa no quiere decir que se consideraba como †œuno de los doce†, porque él mismo dice, hablando de la resurrección de Cristo, †œque apareció a Cefas, y después a los doce. Después … a más de quinientos hermanos … después … a Jacobo; después a todos los a.; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí­† (1Co 15:5-8).
expresión †œdespués a todos los a.† parece sugerir que se refiere a un grupo mayor que †œlos doce†, pues éstos ya habí­an sido mencionados. Si recordamos que el término a., no era exclusivo de †œlos doce†, entendemos con mayor facilidad la defensa que hace Pablo, que aclara que él habí­a sido †œllamado a ser a.† directamente por el Señor Jesús, †œpor quien [habí­a recibido] la gracia y el apostolado† (Rom 1:1, Rom 1:5). Por lo cual, aunque él se consideraba indigno †œde ser llamado a.† (1Co 15:9), no por ello era †œen nada … inferior a aquellos grandes a.†, cosa que dice dos veces en una misma carta (2Co 11:5; 2Co 12:11), sobre todo teniendo en cuenta que †œlas señales de a. habí­an sido hechas entre† los corintios (2Co 12:12).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, FUNC APOS La palabra proviene del griego “apostelo”, que significa “enviar en pos de sí­” o “de parte de”. En el Nuevo Testamento se aplica a Jesucristo, que fue enviado por Dios para salvar al mundo (He. 3:1), aunque se aplica más comúnmente a las personas que fueron enviadas en comisión por el mismo Salvador; esto es, a cada uno de los doce discí­pulos escogidos por Jesús para formar su cuerpo especial de mensajeros: Pedro, Andrés, Juan, Santiago hijo de Zebedeo, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo o Leví­, Simón Zelote, Judas Lebeo o Tadeo, Santiago hijo de Alfeo, Judas Iscariote. Después de su traición, este último fue sustituido por Matí­as (Mt. 10:2-42; Hch. 1:15-26; véanse los criterios en 1:21, 22). Aunque no elegido por Cristo junto con los anteriores, San Pablo fue también divinamente llamado e instituido por El como apóstol especial a los gentiles (Hch. 9:1-31; 1 Co. 9:11). Pablo podí­a acreditar su tí­tulo de apóstol por haber visto a Cristo resucitado (Gá. 1:12; 1 Co. 15). Los apóstoles fueron considerados como los jefes superiores de la Iglesia primitiva y depositarios directos de la tradición cristiana. Eran tenidos en gran respeto, pero ninguno de ellos ejerció primado infalible y supremo. Aunque hay varias tradiciones respecto a la vida, trabajos y fin que tuvo cada uno de los apóstoles, después de lo narrado en Hechos, nada se sabe de ello a punto fijo. El “Credo de los Apóstoles” no fue escrito por ellos, pero se llama así­ porque encierra en compendio las doctrinas principales que profesaba la Iglesia primitiva, basándose en las enseñanzas apostólicas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[016][910]

Literalmente significa enviado (apostoleo, en griego, significa enviar hacia). Es término de uso preferente desde el siglo I, con el sentido de mensajero, intermediario, enviado por la comunidad cristiana a otro lugar: a los gentiles o a los hermanos ya convertidos, para anunciar, sostener, animar, defender.

De las 237 veces en que aparece la raí­z apo-stoleo en el Nuevo Testamento, la mitad hace alusión a la idea de alguien que ha sido elegido y enviado para anunciar la salvación de Jesús. Por eso se establece en la comunidad cristiana de los primeros tiempos la idea del enví­o y se llama apóstol a quien ha recibido un mensaje para ser transmitido a otros.

1. Sentido del Apóstol
Discí­pulos llamó el texto evangélico a los seguidores de Jesús. Entre ellos eligió a doce más cercanos, a los cuales posiblemente les denominó con el término hebreo “saluah” (Num 16. 28 o Is 6.8) de significado intermedio entre elegido y enviado o mensajero. La traducción griega lo convirtió en “apostollos”, que se usaba en determinados ambientes helení­sticos para describir a las personas que trabajaban en la marina mercante como destinados a ir lejos en los barcos. Acaso así­ entendieron el nombre de los doce entre los primeros seguidores del mensaje cristiano.

1.1. En sentido amplio.

Siempre en la Iglesia se ha hablado de “los enviados” del Señor o de la Comunidad en nombre del Señor. Y en este sentido, cualquier catequista o educador de la fe debe sentirse un apóstol: mensajero, responsable, comprometido, intermediario, para llevar la luz a otros posibles creyentes y para formar la conciencia y la inteligencia de los que ya han sido bautizados y son miembros de la Iglesia del Señor.

Esta dignidad es un honor, pero representa también un enorme compromiso, una responsabilidad, ante la propia conciencia y ante los demás creyentes.

Se requiere una preparación para ejercer tal misión, pero se precisa no menos una vocación divina, que pone en disposición de sentirse cerca del Señor para cumplir con los propios deberes de mensajero.

1.2. Sentido estricto.

El concepto “apóstol” se refiere a los doce discí­pulos o enviados de Jesús, elegidos por El entre los otros discí­pulos que le seguí­an. Jesús seleccionó entre sus seguidores, según aparece en el texto evangélico, doce más comprometidos, o seleccionados, a quienes él mismo llamó “enviados” o “apóstoles” (Mc. 3.14; Lc. 6.13; Hech 1.2), según los evangelistas.

Aparecen también con la denominación de “Los doce” (Mc. 6.7; Lc. 6. 13). Eran Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo, el otro Santiago, Judas Tadeo, Simón el cananeo y Judas Iscariote. (Mt. 10 1-4; Mc 3.13-19; Lc. 6. 12-16; Jn. 1. 35-49).

En el texto evangélico se recoge la expresión con sentido de autoridades, de miembros singulares de la comunidad, de enviados del Señor hacia los demás creyentes: hacia los cercanos y hací­a los lejanos.

2. Desarrollo posterior
Al fallar Judas, la comunidad, a propuesta de Pedro, elige un reemplazante. Es Matí­as, designado en lugar de Judas (Hech. 1. 26). La conciencia de los seguidores de Jesús fue que esos “doce” merecí­an una atención especial y a ellos se dirigí­a el corazón y la obediencia de todos los que se iban agregando a la Comunidad. En la Iglesia primitiva el tí­tulo de apóstol se hizo extensivo a otros que propagaron el mensaje, ya en tiempo de los Apóstoles o inmediatamente después. Se les imponí­a la manos, como signo de transmisión del Espí­ritu y ellos se extendí­an por todas partes anunciado el nombre del Señor.

La tradición ha transmitido que los Apóstoles se dispersaron por el mundo: Mateo a Egipto, Tomás a la India, Santiago a España, Juan a Asia Menor, Pedro a Roma, el otro Santiago quedó Jerusalén, Pablo, el último de los apóstoles, se entregó a los hermanos por todo el mundo desde Jerusalén hasta Tarragona.

También la tradición cristiana entendió que el número de doce expresaba la representación de las doce tribus de Israel, lo que significaba que la nueva Comunidad de los seguidores de Jesús era el Israel de Dios (Gal. 6,16), que heredaba los privilegios y promesas del antiguo Israel.

Los doce primeros apóstoles eran judí­os que habí­an vivido con Jesús y habí­an sido elegidos por él. Pero pronto se añadieron otros, judí­os como Pablo, y no judí­os, como Bernabé y Timoteo.

3. Importancia del apostolado
La Iglesia ha tenido siempre una especial veneración por los que se han entregado de forma total a la extensión del mensaje evangélico. Se llama en la terminologí­a cristiana apóstol a todos los que se dedican a una misión generosa y total por deseo de hacer el bien.

3.1. Los modelos

Hubo hermosos modelos en la historia antigua de la Iglesia: S. Benito, apóstol de Italia, San Bonifacio, evangelizador de Alemania, San Agustí­n de Canterbury, con su acción en Inglaterra, San Patricio, que evangelizó Irlanda como San Columbano lo hizo en Escocia, etc.

Otros apóstoles fueron modelos de ardiente apostolado en los tiempos más recientes: S. Francisco Javier en la India, Fray Juní­pero Serra en América del Norte, S. Pedro Claver en América del Sur, S. Luis Chanel en Australia, Carlos Lavigerie en Africa.

Todos ellos, antiguos y más recientes, son modelos para el catequista y para el educador de la fe. En ellos debe ver la grandeza y la fecundidad del Evangelio, que nunca ha carecido de mensajeros que lo lleven a los más recónditos lugares del universo. El común denominador de todos los “apóstoles” del mensaje evangélico es el amor a Jesús, la pasión arrolladora por hacer conocer a todos los hombres su mensaje de salvación y la conciencia de formar parte de una comunidad universal que es la Iglesia, fundada por el mismo Jesús.

3.2. Los dinamismos Las fuerzas apostólicas se apoyan en la esperanza en la salvación, en la fe de que Jesús sigue vivo en medio de los suyos, en la caridad ardiente expresada en el amor a Dios y a los hombres por Dios.

Cuantos se entregan a una tarea de servicio evangélico, sobre todo mediante el anuncio del Reino de Dios por medio de la catequesis, deben tener vivo el sentido de lo que es la “dignidad apostólica”, cuyo centro de referencia es el mensaje misionero de Jesús: “Id y predicar el Evangelio a las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espí­ritu Santo” (Mt. 28. 16-20)

Por eso el talante apostólico de los seguidores de Jesús se define por una actitud generosa de servicio y de entrega audaz y sacrificada a lo que es la evangelización.

3.3. Las consignas
Los que se entregan a tal trabajo, saben tener en cuenta las consignas del mismo Jesús, expresadas en el Evangelio.

– “Os enví­o como ovejas en medio de lobos”. (Mt. 10.16) – “Y los envió de dos en dos delante de El.” (Mc. 6.7) – “Ellos se reunieron a continuación con Jesús”. (Mc. 6.30) – “Los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar” (Lc. 9. 2) – “Dijeron ellos: “Señor, auméntanos la fe”. (Lc. 17. 5) – “Yo os enví­o a segar lo que vosotros no habéis trabajado”. (Jn. 4. 38) – “No es más el enviado que el que le enví­a.” (Jn. 13.16)

Y con frecuencia los apóstoles de Jesús recuerdan los deseos del Señor y se unen a aquella entrañable plegaria que recoge el Evangelio de Juan, cuando pedí­a Jesús al Padre la protección para sus apóstoles: – “Padre, yo les he entregado tu mensaje y el mundo les odia porque no le pertenecen, como tampoco yo. No te ruego que los saques del mundo, sino que los protejas del mal”.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

“Enviados”

La palabra “apóstol”, en su raí­z griega (“apostolos”) significa “enviado”. En el Nuevo Testamento el significado es más concreto “mensajero” para anunciar la Buena Nueva. En principio se aplicaba al grupo de los doce “apóstoles” (Mc 3,14), pero luego tiene sentido más amplio. Jesús “envió” a sus “Apóstoles” primeramente dentro de Palestina (Mt 10,5ss) y, después de su resurrección, a todos los pueblos (Mt 28,19-20). El apóstol propiamente dicho o del grupo de los doce, tení­a que haber convivido con el Señor y haber sido testigo de su resurrección (cfr. Hech 1,21-22).

El grupo de los doce “Apóstoles” se consideró siempre como instituido por Cristo para ser el fundamento de la Iglesia (Mt 16,18). Por esto los fieles están “edificados sobre el cimiento de los Apóstoles y profetas, y el mismo Jesús es la piedra angular” (Ef 2,20). Quien escuche a estos enviados, escucha al mismo Cristo (cfr. Mt 10,40). Por esto la Iglesia tiene la nota de “apostólica” como caracterí­stica esencial.

Pablo se aplica el tí­tulo con frecuencia hasta el punto de llegar a ser su credencial, especialmente al inicio de sus cartas “Pablo, llamado por voluntad de Dios a ser apóstol de Cristo Jesús” (1Cor 1,1). Pablo habí­a visto a Cristo resucitado y habí­a sido “enviado” por él (Gal 1,11-24). Otros discí­pulos también fueron “enviados” por el Señor (Lc 10,1ss) o por las comunidades eclesiales primitivas (2Cor 8,22-23; Hech 13,2-3). El tí­tulo, pues, de “apóstol” fue adquiriendo cada vez más el sentido amplio de “enviado”, sin descartar la realidad apostólica de los doce.

Prolongar la misión de Cristo

El “ministerio apostólico” de los Doce es el ministerio culminante en cuanto al grado de participación en la unción y misión de Cristo, no necesariamente en cuanto al grado de santidad. Toda otra participación encuentra en ese ministerio apostólico el principio de unidad y el punto de referencia para una recta actuación apostólica en la comunión eclesial.

Jesús comunicó a los apóstoles su misma misión (Jn 20,21) y por esto recibieron el Espí­ritu Santo (Jn 20,22-23). Los apóstoles participan de la misma misión y del mismo “poder” (“exusia”) de Jesús, que es siempre de “servicio” (“diaconí­a”) (Mt 20,28; Mc 10,45) y de “humillación” (“kenosis”) (Fil 2,5; Jn 13,5-16). Se obra y se habla bajo la acción del “Espí­ritu del Padre” (Mt 10,20), como Cristo se dejó guiar por él (Lc 4,1.14.18; 10,21). Se trata de hacer como hací­a él, que “pasaba”, “enseñando”, “curando”, “apiadándose” (Mt 9,35-36; Mc 6,34). Los apóstoles irán ahora aparentemente solos, pero “delante de él… adonde él habí­a de ir” (Lc 10,1), acompañados por él (cfr. Mt 28,20).

El sello del Espí­ritu Santo

El Espí­ritu Santo, prometido por Jesús, “reviste” y “bautiza” a los apóstoles (Lc 24, 49; Hech 1,5-8), para que sean la expresión o “gloria” del Señor (Jn 17,10.22-23). Participan, pues, de la misma unción y misión de Jesús (Jn 17,18; 20,21). Así­ podrán ser “testigos” de Jesús resucitado (Jn 15,27; Hech 1,8.22). Será el Espí­ritu Santo quien obrará y hablará por medio de ellos (Mt 10,20). El “sello” o la “prenda del Espí­ritu”, que recibe todo cristiano (Ef 1,14; 4,30), es para configurarse con Cristo y para ser su testigo. La unción del Espí­ritu Santo constituye el ser del apóstol; la acción misionera que tiene que realizar consiste en prolongar la palabra de Cristo, su presencia y su acción salví­fica; la espiritualidad consistirá en la vivencia de lo que es y hace.

La comunidad eclesial primitiva, al recibir el Espí­ritu Santo, se sintió toda ella llamada a “anunciar la palabra de Dios con audacia” (Hech 4,31). La presencia prometida por Jesús (Mt 28,19) se hizo sentir como “cooperación” eficaz para “confirmar la palabra” predicada (Mc 16,20). La fuerza de la misión aparece cuando la “palabra” va acompañada de “signos”, es decir, de “testimonio” y de servicios de caridad (Hech 2,42-47). La comunidad pudo constatar que “Dios concedió también a los gentiles la conversión que lleva a la vida” (Hech 11,18).

La vocación de todo cristiano a ser santo y apóstol

La vocación a la santidad y a la misión es una exigencia que deriva de la recepción del Espí­ritu Santo (por los sacramentos del bautismo, confirmación, orden, así­ como por vocaciones y gracias particulares). Por esto todo bautizado queda comprometido en la misma misión de Cristo. El cristiano tiene vocación de santo y de apóstol, con la diferenciación del carisma recibido o vocación especí­fica. Toda la Iglesia es portadora de la presencia activa de Jesús y, por tanto, de la predicación de su mensaje, de la celebración de los signos salví­ficos y de la actualización de su cercaní­a y compasión respecto a cada ser humano. Los diversos ministerios eclesiales expresan esta presencia eficaz de Cristo.

La evangelización es la razón de ser de la Iglesia, como comunidad que “existe para evangelizar” (EN 14). El apóstol encuentra su identidad en la disponibilidad misionera, puesto que la misión es la razón de ser de la propia vida. La misión sólo se entiende a partir del amor que Dios ha manifestado al mundo dándole a su Hijo Jesucristo (Jn 3,16ss). El apóstol se siente amado del Padre por el hecho de ser prolongación de Cristo. El Padre ama a los enviados de Cristo porque son su expresión “He sido glorificado en ellos” (Jn 17,10); “les has enviado como tú me enviaste a mí­” (Jn 17,18); “les has amado como a mí­” (Jn 17,23).

Al mismo tiempo, la misión es declaración de amor por parte de Cristo “Como mi Padre me amó, así­ os he amado yo” (Jn 15,9); “como mi Padre me envió, así­ os enví­o yo” (Jn 20,21). El mandato o encargo (“id”) equivale, pues, a ser fieles a su amor (Jn 15,9). La identidad del apóstol se encuentra en el hecho de ser amado por Cristo, poderle amar y hacerle amar. Entonces la misión, como el amor, no tiene fronteras.

Referencias Acción evangelizadora, apostolado, apostolicidad de la Iglesia, evangelización, mandato misionero, misión, misionero, modelos apostólicos, Pablo.

Lectura de documentos AG 23-27; EN 5, 59-63, 74; RMi 23, 32, 65-66, 79, 91; CEC 2, 857-860.

Bibliografí­a L.M. DEWAILLY, Envoyés du Père, mission et apostolicité (Paris 1970); F.X. DURWELL, The mystery of Christ and the apostolate (London, Sheed and Ward, 1971); C. FLORISTAN, La evangelización, tarea del cristiano (Madrid, Cristiandad, 1978); A. PARDILLA, La figura bí­blica del apóstol Claretianum 21-22 (1982) 313-473; K.H. SCHELKLE, Discí­pulos y apóstoles (Barcelona, Herder, 1965).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

El apóstol es un enviado, un emisario, delegado para cumplir una misión oficial (Mt 10,2; Mc 6,30; Jn 13,16). En sentido estricto y evangélico, “apóstol” es el portador del mensaje cristiano. Los apóstoles son los testigos de Jesucristo resucitado, los que testifican que Jesús de Nazaret es el Mesí­as anunciado, el Hijo de Dios que muere y resucita. El colegio apostólico está formado por los “doce” (Mt 10,5; 20,17; 26,14; Jn 6,66-70). La elección de los doce está narrada de formas diferentes (Mt 10,1-4; Mc 3,13-19; Lc 6,12-16; Jn 1,35-51). El número doce es como la contrarréplica a las doce tribus de Israel y quiere significar que los doce apóstoles son los representantes del nuevo y verdadero Israel (Mt 19,24; Le 22,30). En los evangelios sinópticos aparecen siempre en tres grupos: 1) Pedro, Andrés, Santiago y Juan; 2) Felipe, Bartolomé, Mateo y Tomás; 3) Santiago el de Alfeo, Simón, Judas de Santiago y judas Iscariote (Lc 6,13-16). Los tres grupos se mantienen siempre en las listas, pero el orden a veces varí­a (cf. Mt 10,2-4; Mc 3,16-19; Lc 6,13-16). Los apóstoles deben anunciar el reino de Dios (Mt 28,18; Mc 16,15ss) en unión con Pedro, que es siempre el primero (Mt 16,18). Son el fundamento de la Iglesia (1 Cor 15,7; 2 Cor 5,20; Gál 1,19), y, por tanto, gozan de autoridad en ella, pero no deben olvidar que es una autoridad de servicio. Ellos se presentan como “servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Cor 4,1). Su función es, por tanto, netamente pastoral. -> ; discí­pulos; doce.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Este término se deriva del griego apóstolos y significa “enviado,. El Antiguo Testamento lo usa a menudo con este sentido, indicando a la persona que es enviada oficialmente por el rey para representarlo. Este mismo concepto se encuentra también para los profetas, aun cuando no se utilice directamente este término (cf. 1s 6,8; 61,1).

En el perí­odo posterior al destierro adquiere un significado más especí­fico, por lo que también el sacerdote y el levita son llamados ((enviados” por Dios con la función de enseñar al pueblo los preceptos de la Torá (2 Cr 177-9).

El Nuevo Testamento recibió en un primer momento el sentido veterotestamentario; pensemos, por ejemplo, en Pablo, que pidió al Sanedrí­n cartas para ser “enviado,> a Damasco (Hch 9,2). Posteriormente se corrigió y se enriqueció este concepto. Antes de indicar un tí­tulo, tal como sucede hov ~ en el vocabulario común, “apóstol,> indicaba una misión: la de ser enviado con credenciales para anunciar el evangelio. En este sentido lo vemos utilizado en la comunidad de Antioquí­a, como demuestra Hch 15,22, hablando de Bernabé y de Silas, o bien de Bernabé y Saulo en Hch II,3. Sin un énfasis especial, este término está también presente en las cartas de Pablo, cuando el apóstol apela al hecho de que ha sido enviado a anunciar el evangelio en virtud de una llamada del Resucitado (1 Tes 2,7. 4,4; 2 Cor 5,20. Gál 1,1). Una reflexión lenta y continua ha permitido que apóstol indicase posteriormente al grupo de los Doce y llegara a identificarse con ellos; los evangelios demuestran que la identificación ya habí­a tenido lugar. Repetidas veces la teologí­a de Mateo pone a los apóstoles como los fundamentos del nuevo pueblo; Lucas los describe como los testigos particulares de la resurrección; Marcos les confí­a la tarea de participar de la misma autoridad que el Maestro y Juan subraya su vinculación de dependencia con Cristo.

Desde el punto de vista teológico, el término tiene un peso decisivo para la comprensión de la Iglesia y de su función evangelizadora. En efecto, la Iglesia se comprende a sí­ misma y se define como “apostólica’, esto es, fundada por Cristo sobre los apóstoles, para que la revelación pueda transmitirse y mediarse en el mundo hasta su regreso glorioso al final de los tiempos. La nota de la apostolicidad es una caracterización fundamental de la Iglesia y no indica sólo una función espiritual, sino igualmente una dimensión jerárquica e institucional de la misma; en este sentido, es una estructura esencial de la comunidad cristiana. Es verdad que, como testigos oculares del Resucitado, los apóstoles poseen una peculiaridad muy suya; el tiempo de los Doce se caracteriza plenamente como distinto del resto de la historia de la Iglesia; de todas formas, su función se explicita en el tiempo a través de sus sucesores, los obispos, que forman el colegio episcopal que continúa ininterrumpidamente el servicio eclesial,
R. Fis ichella

Bibl.: D. Muller Apóstol, en DTNT 1, ]39]46; K. H, Rengstorf Apostolos, en TWNT 1, 407-446: A. Medebielle, ApOtre, en D~ Suppl, 1, 533-588.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

El término griego a·pó·sto·los se deriva del verbo a·po·stél·lo, que simplemente significa †œdespachar; enviar†. (Mt 10:5; Mr 11:3.) El sentido básico de la palabra se deduce con facilidad de la declaración de Jesús: †œEl esclavo no es mayor que su amo, ni es el enviado [a·pó·sto·los] mayor que el que lo envió†. (Jn 13:16.) En este sentido, la palabra también aplica a Cristo Jesús como el †œapóstol y sumo sacerdote que nosotros confesamos†. (Heb 3:1; compárese con Mt 10:40; 15:24; Lu 4:18, 43; 9:48; 10:16; Jn 3:17; 5:36, 38; 6:29, 57; 7:29; 8:42; 10:36; 11:42; 17:3, 8, 18, 21-25; 20:21.) Dios envió a Jesús como su representante asignado y comisionado.
No obstante, el término se aplica principalmente a los discí­pulos que Jesús seleccionó personalmente como cuerpo de doce representantes nombrados. Los nombres de los doce seleccionados en un principio se dan en Mateo 10:2-4; Marcos 3:16-19 y Lucas 6:13-16. Uno de los doce apóstoles, Judas Iscariote, resultó ser traidor, lo que cumplió lo ya anunciado en las profecí­as. (Sl 41:9; 109:8.) Se vuelve a mencionar los nombres de los once apóstoles fieles en Hechos 1:13.
Algunos de los apóstoles habí­an sido discí­pulos de Juan el Bautista antes de llegar a serlo de Jesús. (Jn 1:35-42.) Once debieron ser galileos (Hch 2:7), y tan solo a Judas Iscariote se le consideraba natural de Judea. Provení­an de la clase trabajadora: cuatro eran pescadores de oficio y uno habí­a sido recaudador de impuestos. (Mt 4:18-21; 9:9-13.) Parece que por lo menos dos eran primos de Jesús (Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo). Los lí­deres religiosos consideraban a estos hombres †œiletrados y del vulgo†, una señal de que su educación era elemental y no la que se obtení­a en las escuelas de estudios superiores. Algunos, entre ellos Pedro (Cefas), estaban casados. (Hch 4:13; 1Co 9:5.)
Parece ser que Pedro, Santiago y Juan disfrutaron de una relación más estrecha con Jesús que el resto de los apóstoles. Solo ellos fueron testigos de la resurrección de la hija de Jairo (Mr 5:35-43) y de la transfiguración de Jesús (Mt 17:1, 2), y fueron los apóstoles que más se adentraron con él en el jardí­n de Getsemaní­ la noche de su detención. (Mr 14:32, 33.) Existí­a al parecer una afinidad especial entre Jesús y Juan, y se considera que este es aquel a quien se hace referencia como el †œdiscí­pulo a quien Jesús amaba†. (Jn 21:20-24; 13:23.)

Selección y primeros años de ministerio. Se seleccionó a los doce de entre un grupo más grande de discí­pulos, y Jesús los nombró apóstoles †˜para que continuaran con él y para que él los enviara [a·po·stél·lei] a predicar y a tener autoridad para expulsar los demonios†™. (Mr 3:13-15.) Desde entonces, †˜continuaron con él†™ en asociación muy estrecha durante el resto de su ministerio terrestre, recibiendo una instrucción intensiva a nivel personal y en el campo ministerial. (Mt 10:1-42; Lu 8:1.) Como alumnos de Jesús, se les siguió llamando discí­pulos, en particular en referencias a acontecimientos anteriores al Pentecostés (Mt 11:1; 14:26; 20:17; Jn 20:2), pero a partir de ese momento, siempre se les llama †œapóstoles†. Cuando fueron nombrados, Jesús les dio poderes milagrosos para curar enfermos y expulsar demonios, poderes que usaron hasta cierto grado durante el ministerio de Jesús. (Mr 3:14, 15; 6:13; Mt 10:1-8; Lu 9:6; compárese con Mt 17:16.) Sin embargo, esta actividad siempre estuvo subordinada a la obra principal de predicar. Si bien los apóstoles formaban un grupo í­ntimo de discí­pulos, en su instrucción y preparación no hubo ritos ni ceremonias misteriosos.

Debilidades humanas. A pesar de que se les favoreció mucho como apóstoles del Hijo de Dios, tuvieron los defectos y debilidades comunes a los seres humanos. Pedro tendí­a a ser irreflexivo e impetuoso (Mt 16:22, 23; Jn 21:7, 8), Tomás era difí­cil de convencer (Jn 20:24, 25) y tanto Santiago como Juan mostraban impaciencia inmadura. (Lu 9:49, 54.) Riñeron en cuanto a la cuestión de su futura grandeza en el reino terrenal que esperaban que Jesús estableciera. (Mt 20:20-28; Mr 10:35-45; compárese con Hch 1:6; Lu 24:21.) Así­ mismo, reconocieron que necesitaban más fe. (Lu 17:5; compárese con Mt 17:20.) A pesar de sus años de asociación í­ntima con Jesús, y aunque sabí­an que era el Mesí­as, todos le abandonaron cuando fue detenido (Mt 26:56), y tuvieron que ocuparse de su entierro otras personas. En un principio, a los apóstoles les costó aceptar el testimonio de las mujeres que vieron primero a Jesús después de su resurrección, y tení­an tanto temor que se reuní­an con las puertas cerradas con llave. (Lu 24:10, 11; Jn 20:19, 26.) Jesús les amplió su conocimiento una vez resucitado, y después de su ascensión al cielo, al cuadragésimo dí­a de resucitar, estos hombres demostraron un gran gozo y †œestaban de continuo en el templo bendiciendo a Dios†. (Lu 24:44-53.)

Actividad en la congregación cristiana. El derramamiento del espí­ritu de Dios en el Pentecostés fortaleció de forma muy notable a los apóstoles. Los primeros cinco capí­tulos de Hechos de Apóstoles dan testimonio de la gran intrepidez y denuedo con que estos hombres declararon las buenas nuevas y la resurrección de Jesús, a pesar de que los gobernantes los encarcelaron, golpearon y amenazaron de muerte. En aquella primera época que siguió al Pentecostés, la dirección dinámica de los apóstoles bajo el poder del espí­ritu santo resultó en una expansión sorprendente de la congregación cristiana. (Hch 2:41; 4:4.) En un principio su ministerio se concentró en Jerusalén, más tarde se extendió a Samaria y, con el tiempo, a todo el mundo conocido. (Hch 5:42; 6:7; 8:5-17, 25; 1:8.)
Como apóstoles, su función principal era atestiguar que Jesús habí­a cumplido el propósito y las profecí­as de Jehová, y, de forma muy especial, dar testimonio de su resurrección y ensalzamiento y hacer discí­pulos de gente de todas las naciones, misión que Jesús puso de relieve justo antes de su ascensión al cielo. (Mt 28:19, 20; Hch 1:8, 22; 2:32-36; 3:15-26.) El testimonio que dieron relativo a la resurrección de Jesús fue el de testigos oculares. (Hch 13:30-34.)

Dones milagrosos. Con el fin de acrecentar la fuerza de su testimonio, los apóstoles continuaron usando los dones milagrosos que Jesús les habí­a concedido con anterioridad, así­ como otros dones del espí­ritu recibidos desde el Pentecostés en adelante. (Hch 5:12; 9:36-40; véase DONES DE DIOS [Dones del espí­ritu].) Si bien algunos discí­pulos también recibieron tales dones milagrosos del espí­ritu, el registro bí­blico muestra que estos dones solo se dieron en la presencia de uno o más apóstoles o cuando estos impusieron las manos. Aunque Pablo no fue uno de los doce, también efectuó este servicio por designación directa de Jesucristo. (Hch 2:1, 4, 14; 8:14-18; 10:44; 19:6.) De modo que solo estos apóstoles podí­an transmitir los dones milagrosos, por lo que cesaron con su muerte y con la de aquellos sobre los que habí­an impuesto las manos (1Co 13:2, 8-11), y por eso leemos que estos dones †œfaltaban en la Iglesia del segundo siglo, y los escritores de esos dí­as hablaban de ellos como algo del pasado: de hecho, de la era apostólica†. (The Illustrated Bible Dictionary, edición de J. D. Douglas, 1980, vol. 1, pág. 79.)

Puesto administrativo. Los apóstoles ocuparon un puesto de primordial importancia tanto en la formación y organización de la congregación cristiana, como en su dirección. (1Co 12:28; Ef 4:11.) Aunque hubo otros †œancianos† que trabajaron con ellos en esa supervisión, los apóstoles constituyeron la parte más importante del cuerpo gobernante de aquella congregación cristiana en expansión, y todos los cristianos primitivos los reconocieron como el conducto por medio del cual Dios transmití­a decisiones y dirigí­a a la congregación en cualquier lugar de la Tierra en que se hallase. (Hch 2:42; 8:14-17; 11:22; 15:1, 2, 6-31; 16:4, 5.) A estos hombres les fue posible asumir esta tarea solo gracias al cumplimiento de las promesas relacionadas con la guí­a que recibirí­an del espí­ritu santo (Jn 15:26, 27), guí­a que les permitió recordar las instrucciones y enseñanzas de Jesús a fin de clarificar cuestiones doctrinales y de ser conducidos progresivamente †œa toda la verdad†, que serí­a revelada por mediación de ellos durante ese perí­odo apostólico. (Jn 14:26; 16:13-15; compárese con Jn 2:22; 12:16.) Hicieron nombramientos a puestos de servicio en la congregación y determinaron a qué zonas se enviarí­an a algunos cristianos en calidad de misioneros. (Hch 6:2, 3; Gál 2:8, 9.)
Por consiguiente, los apóstoles sirvieron de fundamento, apoyados sobre la piedra angular, Jesucristo, para la edificación del †œtemplo santo para Jehovᆝ. (Ef 2:20-22; 1Pe 2:4-6.) No hay ninguna prueba de que alguno de los apóstoles tuviese la primací­a sobre la congregación cristiana. (Véase PEDRO.) Al parecer, Pedro y Juan desempeñaron un papel importante en el Pentecostés e inmediatamente después, siendo Pedro el que intervení­a como portavoz. (Hch 2:14, 37, 38; 3:1, 4, 11; 4:1, 13, 19; 5:3, 8, 15, 29.) Sin embargo, de las decisiones tomadas en aquel tiempo se desprende que ninguno de los dos estaba por encima de los demás componentes del cuerpo gobernante, y cuando se recibieron informes sobre los bautismos en Samaria, fueron los apóstoles que estaban en Jerusalén quienes †œles despacharon [a·pé·stei·lan] a Pedro y a Juan†, de modo que en esa ocasión ambos actuaron como apóstoles de los apóstoles. (Hch 6:2-6; 8:14, 15.) Después de la muerte del apóstol Santiago, parece que fue un discí­pulo del mismo nombre, Santiago el medio hermano de Jesús, quien presidió el cuerpo gobernante. Pablo se refiere a este Santiago, a Pedro (Cefas) y a Juan, como †œlos que parecí­an ser columnas†. (Hch 12:1, 2, 16, 17; Gál 1:18, 19; 2:9, 11-14.) Además, fue Santiago quien dio a conocer la decisión final acerca de la importante cuestión de la circuncisión que tan de cerca afectaba a los conversos gentiles, decisión tomada en una reunión en la que tanto Pedro como Pablo presentaron su testimonio. (Hch 15:1, 2, 6-21.)

¿Quién ocupó el lugar de Judas Iscariote como duodécimo apóstol?
Debido a la defección de Judas Iscariote, que murió infiel, solo quedaron once apóstoles, y durante los cuarenta dí­as que pasaron entre la resurrección de Jesús y su ascensión a los cielos, él no designó a ningún sustituto. En el transcurso de los diez dí­as entre su ascensión y el Pentecostés, los apóstoles consideraron necesario llenar la vacante dejada por Judas, no debido a haber muerto, sino por su inicua defección, como lo indican los textos que Pedro citó. (Hch 1:15-22; Sl 69:25; 109:8; compárese con Rev 3:11.) Por ello, no se registra que cuando el fiel apóstol Santiago fue ejecutado, haya habido ninguna preocupación por designar a alguien que lo sucediera en su puesto apostólico. (Hch 12:2.)
Lo que Pedro dijo muestra que cualquier persona que ocupara la posición de apóstol de Jesucristo deberí­a cumplir con los siguientes requisitos: haber estado familiarizado personalmente con Jesús y haber sido un testigo ocular de sus obras, sus milagros y, en particular, su resurrección. En vista de ello, puede entenderse que con el tiempo la sucesión apostólica llegarí­a a ser imposible, a menos que, por intervención divina, se diesen estos requisitos en cada caso particular. No obstante, en los dí­as anteriores al Pentecostés habí­a hombres que satisfací­an los requisitos mencionados, y a dos de ellos se les presentó como candidatos aptos para reemplazar al infiel Judas. Recordando, probablemente, el texto de Proverbios 16:33, se echaron suertes y se seleccionó a Matí­as. A partir de ese momento †œfue contado junto con los once apóstoles† (Hch 1:23-26), de modo que se le incluye entre †œlos doce† que decidieron sobre el problema de los discí­pulos de habla griega (Hch 6:1, 2), y está claro que Pablo también lo incluye entre †œlos doce† cuando en 1 Corintios 15:4-8 habla de las apariciones de Jesús después de su resurrección. De esta manera, al llegar el Pentecostés, habí­a doce fundamentos apostólicos sobre los que podí­a basarse el Israel espiritual que entonces se formó.

Apostolado en las congregaciones. Matí­as no era meramente un apóstol de la congregación de Jerusalén, como tampoco lo eran los once apóstoles restantes. Su caso es diferente del de José Bernabé, levita, que llegó a ser apóstol de la congregación de Antioquí­a (Siria). (Hch 13:1-4; 14:4, 14; 1Co 9:4-6.) También se hace referencia a otros hombres como †œapóstoles de congregaciones†, en el sentido de que eran enviados como representantes de tales congregaciones. (2Co 8:23.) Así­, al escribir a los filipenses, Pablo habla de Epafrodito como †œenviado [a·pó·sto·lon] y siervo personal de ustedes para mi necesidad†. (Flp 2:25.) Está claro que el apostolado de estos hombres no era en virtud de ninguna sucesión apostólica; tampoco formaban parte de †œlos doce†, como sí­ era el caso de Matí­as.
El entendimiento correcto del término †œapóstol† en su sentido más amplio puede ayudarnos a disipar cualquier discrepancia aparente entre Hechos 9:26, 27 y Gálatas 1:17-19, donde se usa el término con referencia a la misma ocasión. El primer relato dice que al llegar a Jerusalén, Bernabé llevó a Pablo †œa los apóstoles†, mientras que en el relato de Gálatas Pablo dice que visitó a Pedro, y añade: †œPero de los apóstoles, no vi a ningún otro, sino solo a Santiago el hermano del Señor†. A Santiago (no el apóstol Santiago, hijo de Zebedeo, ni Santiago el hijo de Alfeo, sino el medio hermano de Jesús) se le consideraba, sin duda, †œapóstol† en un sentido más amplio, es decir, un †œenviado† de la congregación de Jerusalén. Esto explicarí­a que el relato de Hechos use el tí­tulo en plural al decir que Pablo fue llevado †œa los apóstoles†, es decir, a Pedro y a Santiago. (Compárese con 1Co 15:5-7; Gál 2:9.)

La selección de Pablo. Saulo de Tarso (más tarde llamado Pablo) se convirtió probablemente alrededor del año 34 E.C. Llegó a ser un verdadero apóstol de Jesucristo, quien lo seleccionó directamente después de su ascensión a los cielos. (Hch 9:1-22; 22:6-21; 26:12-23; 13:9.) Argumentó a favor de su apostolado y presentó como prueba el hecho de haber visto al resucitado Señor Jesucristo, haber realizado milagros maravillosos y haber servido como conducto para impartir el espí­ritu santo a los creyentes bautizados. (1Co 9:1, 2; 15:9, 10; 2Co 12:12; 2Ti 1:1, 11; Ro 1:1; 11:13; Hch 19:5, 6.) Puesto que el apóstol Santiago (el hermano de Juan) no fue ejecutado sino hasta alrededor del año 44 E.C., †œlos doce† todaví­a estaban vivos para cuando Pablo llegó a ser apóstol. En ninguna parte se incluye a sí­ mismo entre esos †œdoce†, aunque afirma que su apostolado no es inferior al de ellos. (Gál 2:6-9.)
Los apostolados de Matí­as y Pablo satisficieron el propósito para el que ambos fueron †œdespachados†; no obstante, cuando en la Revelación el apóstol Juan recibe la visión de la Nueva Jerusalén celestial (hacia el año 96 E.C.), ve únicamente doce piedras de fundamento que tení­an inscritos †œlos doce nombres de los doce apóstoles del Cordero†. (Rev 21:14.) El testimonio de las Santas Escrituras muestra con claridad que nunca se consideró que Pablo fuese uno †œde los doce†. Así­ pues, uno de los †œdoce nombres de los doce apóstoles del Cordero† inscrito en las piedras de fundamento de la Nueva Jerusalén tuvo que ser el de Matí­as, no el de Pablo. Esto significa que la visión del apóstol Juan refleja la situación de la congregación cristiana cuando se formó, en el Pentecostés de 33 E.C. (Véase PABLO.)

Fin del perí­odo apostólico. Aunque la Biblia no habla de la muerte de los doce apóstoles, salvo la de Santiago, los datos disponibles indican que fueron fieles hasta la muerte y, por lo tanto, no necesitaron ser reemplazados. Con relación al registro histórico de los siglos posteriores, se hace la observación de que †œcuando quiera que [el término †œapóstol†] se aplica a individuos en la literatura cristiana posterior, el uso del mismo es metafórico. La Iglesia nunca ha tenido apóstoles en el sentido que se da al término en el N[uevo] T[estamento] desde el primer siglo†. (The Interpreter†™s Dictionary of the Bible, edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 1, pág. 172.)
La presencia de los apóstoles sirvió de restricción para la influencia de la apostasí­a, e impidió el avance de las fuerzas de la adoración falsa dentro de la congregación cristiana. Es a esta †œrestricción† a la que se refiere el apóstol Pablo en 2 Tesalonicenses 2:7: †œEs verdad que el misterio de este desafuero ya está obrando; pero solo hasta que el que ahora mismo está obrando como restricción llegue a estar fuera del camino†. (Compárese con Mt 13:24, 25; Hch 20:29, 30.) Esta influencia apostólica, con la autoridad y los dones que les eran privativos, continuó hasta la muerte de Juan, alrededor del año 100 E.C. (1Jn 2:26; 3Jn 9, 10.) La rápida progresión de la apostasí­a, así­ como de las doctrinas y prácticas falsas, después de la muerte de los apóstoles, es prueba de que cualquier pretendido sucesor apostólico carecí­a por completo de la influencia restrictiva de ellos.
La referencia que se hace en Romanos 16:7 a Andrónico y a Junias como hombres †œinsignes entre los apóstoles† no quiere decir que ellos fuesen apóstoles, sino que estos los tení­an en alta estima. Por otra parte, hubo quienes tuvieron la pretensión de erigirse en †œapóstoles de Cristo†, como se muestra en 2 Corintios 11:5, 13; 12:11, 12; Revelación 2:2.

Fuente: Diccionario de la Biblia

I. Enfoque del tema
Vamos a considerar aquí­ el oficio apostólico no sólo en su institución histórica, sino también en su presencia permanente dentro de la Iglesia. La consideración histórica debe partir de un intento de conocer la primitiva naturaleza del oficio apostólico. Para esto, debemos tener en cuenta tanto la intención de jesús respecto a la misión que encomendó a los apóstoles como la importancia que el oficio apostólico tuvo en la constitución de la Iglesia. Por la dinámica que encontramos en el documento constituyente de la Iglesia primitiva: el NT, dinámica que procede del oficio apostólico, y también por la presencia de este oficio en la historia de la Iglesia se puede deducir con cierta seguridad la importancia que el oficio apostólico tuvo en la constitución de la Iglesia primitiva. Por el contrario, para saber las intenciones que jesús tuvo respecto a los a., el único camino es comparar los textos paralelos que nos informan de las palabras y de las obras de jesús.

Además, al delimitar el concepto de “apóstol” que aparece en el NT, es difí­cil decir si las acciones de los a. proceden siempre de su oficio o si son acciones de carácter meramente personal. Tampoco el oficio se reduce a lo institucional, y por esto resulta complicado el delimitarlo. Además de esto, en los diferentes escritos del NT se van sobreponiendo diferentes etapas por las que ha pasado la formación del concepto de a. y de oficio apostólico.

II. La historia del concepto “apóstol”
1. El concepto de ápostolos en el NT procede de la idea del judaí­smo posterior sáliah. Equivalentemente el concepto está ya atestiguado en el tiempo de Jesús (Jn 13, 16), pero, formalmente, no lo está hasta el s. II d.C. Este concepto enlaza con el derecho semita de los enviados y significa representación de un particular o de una comunidad en asuntos jurí­dicos o también religiosos. La dignidad y el prestigio del representante dependen totalmente de la autoridad del que lo enví­a. Los LXX traducen saliah por ápostolos (1 Re 14, 6; el profeta como enviado de Dios).

2. El concepto de a. que encontramos en las primeras epí­stolas paulinas, tiene para nosotros una importancia especial, pues estas cartas son los documentos más antiguos donde aparece el tí­tulo de a. y a la vez son anteriores a toda disputa sobre el oficio apostólico. En 1 Tes 2, 7, Pablo se designa a sí­ mismo, junto con Silvano y Timoteo, como apóstol de Cristo. Esto demuestra claramente que en un principio el apostolado no se basaba necesariamente en el hecho de haber visto al Kyrios. No era necesario que fuera encomendado directamente por el Resucitado; el encargo apostólico podí­a provenir de otra persona. El encuentro con el Resucitado fue importante para Pablo por el hecho de que, en virtud de eso, él se convirtió en testigo inmediato de la –> resurrección de Jesús (1 Cor 15, 8). También de 1 Cor 15, 6 (aparición del Resucitado a quinientos hermanos) se puede deducir que según las primeras cartas paulinas no es sólo el encuentro con el Resucitado lo que fundamenta el apostolado. Es verdad que más tarde la Iglesia primitiva tendió más y más a convertir en criterio para el tí­tulo de a., junto con la vocación, el hecho de ser testigo de la resurrección.

Por el contrario, lo constitutivo del concepto de a. en las primeras epí­stolas paulinas es que los a. proclaman el evangelio por encargo de Cristo. Los a. sólo son responsables ante Dios (Rom 2, 4). En cuanto Dios habla a través de ellos el Espí­ritu de Cristo se hace presente en la comunidad. Del hecho de aceptar o rechazar el mensaje apostólico depende la salvación o la perdición del hombre (Rom 2, lls). El servicio de enviado por encargo de Cristo (cf. Gál 2, 7ss) fundamenta tanto el oficio apostólico de los primeros a., que se quedaron en Jerusalén, como el de Pablo y sus acompañantes, misioneros que van caminando de una parte a otra.

3. La sí­ntesis entre la concepción paulina del oficio apostólico y el concepto de a. usado en los evangelios (que luego veremos), la hallamos en los Hechos de los apóstoles. Según Act 1, 2s y 1, 21 son tres cosas las que caracterizan al a.: a) Debe haber sido discí­pulo de Jesús. b) Sólo un testigo fidedigno de las obras, de los sufrimientos y de la resurrección de Jesús puede actuar como a. El testimonio apostólico debe basarse en el hecho de haber “visto” al Resucitado y de haber recibido el Espí­ritu Santo. Act 14, 14 parece que recoge una tradición más antigua cuando llama a. no sólo a Bernabé sino también a Pablo, el cual no fue testigo de la vida pública de Jesús. c) Sin embargo, el criterio decisivo para el apostolado es la misión encomendada por Jesús de proclamar el evangelio (Act 1, 8; 10, 42). Esta misión es indispensable, universal y definitiva. Por tanto, según el libro de los Hechos de los apóstoles, en el sentido estricto de la palabra sólo se puede llamar a. a los doce y a Pablo.

4. Ahora bien, ¿hasta qué punto el concepto de a. que aparece en los Hechos, y que es decisivo para el desarrollo ulterior, responde a la intención de Jesús referente a la misión de los a.? De lo que no se puede dudar es de que Jesús llamó a unos hombres para que le siguieran (Mc 1, 16-20), de un modo especial a los doce (Me 3, 14: “Constituyó a doce”). En cambio el uso de la palabra apostolos en el tiempo de la vida pública de Jesús parece ser retrotracción de los sinópticos. Pero sí­ está fuera de duda que Jesús, al menos de vez en cuando, encomendó a sus discí­pulos la misión de proclamar el reino de Dios con palabras y signos (1 Cor 9, 14; cf. Mt 10, 10 – Lc 10, 7; Lc 9, ls). Esta misión temporalmente limitada que tuvo lugar durante la actividad docente de Jesús, a partir de la resurrección, por la donación del Espí­ritu se convirtió en un oficio (Mt 28, 18ss). Según las palabras de Lc 10, 16, que parecen ya palabras de Juan: “Quien a vosotros escucha a mí­ me escucha, quien a vosotros desprecia a mí­ me desprecia; pero quien me desprecia a mí­, desprecia a aquel que me envió”, los a. participan del poder para salvar y perder que posee Jesús.

III. Visión sistemática
Ya en tiempo de los a., la Iglesia veí­a en la apostolicidad uno de sus distintivos esenciales (Ef 2, 20; Ap 21, 14), pero el caIificativo de “apostólica” que la Iglesia se da a sí­ misma en el Credo procede del s. iv (Dz 14, 11). La apostolicidad es la garantí­a de la verdad de la Iglesia frente a las otras comunidades cristianas. Por un lado, la apostolicidad implica ciertas verdades, tratadas en la –>teologí­a fundamental, que se refieren a la autenticidad y extensión de la –>revelación (Dz 783 1836 2021; -> canon) y, por otro lado, determinadas consecuencias eclesiológicas en lo relativo a la unidad y visibilidad de la Iglesia. Pero el aspecto jurí­dico e institucional que la Iglesia ve también incluido en la idea de a., no puede deducirse solamente de Jn 21, 15-18, donde por tres veces consecutivas se comisiona a Pedro ante testigos. Más bien, el apostolado como oficio está atestiguado por la tradición, donde se presenta como una consecuencia de la fundamental estructura encarnacionista de la Iglesia. El autor del Evangelio de Juan es el que mejor ha visto y desarrollado una teologí­a del apostolado que parte del misterio de la encarnación (si bien en Juan el concepto &nóa-roaos aparece una sola vez [ 13, 16] ).

La encarnación nos constituye una revelación que lo abarca todo y que se dirige a todos los hombres. Con la encarnación del Verbo, el lógos preexistente se ha sometido a las condiciones de la existencia humana. Y para que, a pesar de eso, la universalidad de su mensaje no sufra menoscabo, Jesús tiene que servirse de delegados humanos. Como la encarnación es una unión por la que Dios se hace visible en forma fija bajo las categorí­as del espacio y del tiempo, después de Cristo, los doce juntamente con Pablo se convierten en mediadores y testigos de la revelación, dentro de un orden concreto y hasta cierto punto jerárquico. Ellos participan de la autoridad de Cristo (Jn 20, 21; cf. 17, 18), la cual, a su vez, procede de la autoridad del Padre (Jn 12, 44). Según Juan, lo esencial del apostolado es que: a) La unidad con Jesús asegura a los discí­pulos el amor entrañable del Padre (Jn 1, 12s; 16, 27). b) La unión con Cristo está garantizada por el don del Espí­ritu. El Espí­ritu ilumina a los discí­pulos para que su doctrina sea verdadera (Jn 14, 16s; 16, 13 ). c) La elección de los discí­pulos desemboca en la misión de los mismos: Cristo constituye a los discí­pulos en representantes suyos, en sus apostoloi. En sus manos deposita la plenitud de poderes que él ha recibido del Padre (Jn 14, 27; 15, 15; 17, 2. 14. 18. 22. 26), o sea, la misión, que tiene su origen en el Padre. Por esto resulta comprensible que el mundo trate a estos enviados tal como antes trató al Hijo (Jn 15, 19s).

A la unión indisoluble con Cristo se debe el que, en su Iglesia: 1 °, el mensaje de los apóstoles sea la palabra misma, que a su vez es la sabidurí­a inconmensurable del padre (Jn 21, 15); 2 °, los apóstoles sean testigos fidedignos de Cristo – la revelación es un acto de la gracia de Dios al que sólo se puede responder con la fe -; 3º, los apóstoles sean delegados de Cristo, cuyos poderes mesiánicos de pastor, sacerdote y maestro les han sido transmitidos (el número doce, destacado por los sinópticos, significa también que Jesús exige que sus apóstoles sean escuchados como enviados del Mesí­as). Esos poderes fueron transmitidos “realmente”, para que la obra salvadora de Cristo tuviera una prosecución visible, pero a la vez lo fueron a tí­tulo de ” representación” y para que no quedara lesionada la unidad de la misión, que está reservada al único mediador entre Dios y los hombres. Por consiguiente, puesto que la transmisión del oficio fue real, el oficio apostólico significa la presencia invisible de Cristo en su Iglesia.

La unión de la Iglesia fundada sobre los a. con la ekklesí­a es tan estrecha, que la sagrada Escritura atribuye la fundación de la Iglesia unas veces a Cristo (1 Cor 10, 14) y otras veces a los a. (Mt 16, 18; Ef 2, 20). La fundación apostólica de la Iglesia tiene un carácter actual en todos los siglos, pues el mensaje apostólico actúa constantemente en la Iglesia a través de la Escritura. Pero esta confrontación constante de la Iglesia con los apóstoles en calidad de plenipotenciarios de Cristo no sólo se produce a través de la Escritura, la cual adquiere incesantemente una nueva actualidad, sino que está además perennemente garantizada en virtud del –> episcopado, que es la última consecuencia de la encarnación y la institución nacida del oficio apostólico con el fin de que, junto a la transmisión de la palabra, estuviera también asegurada la transmisión de los sacramentos (-> sucesión apostólica). Por esto, 1 Clem 42 complementa la concepción del Evangelio de Juan a base del esquema: el padre enví­a a Jesús, Jesús envió a los a. y éstos transmitieron su oficio a sus sucesores.

William Dych

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

1. apostolos (ajpovstolo”, 652) es, lit.: uno enviado [apo, de (partitivo); stello, enviar]. “Este vocablo se usa del Señor Jesús para describir su relación con Dios (Heb 3:1; véase Joh 17:3). Los doce discí­pulos elegidos por el Señor para recibir una instrucción especial fueron así­ designados (Luk 6:13; 9.10). Pablo, aun cuando habí­a visto al Señor Jesús (1Co 9:1; 15.8), no habí­a acompañado a los Doce “todo el tiempo” de su ministerio terreno, y por ello no podí­a tomar un lugar entre ellos, en base de su carencia de las condiciones necesarias para ello (Act 1:22). Pablo recibió una comisión directa, por parte del Señor mismo, después de su ascensión, para llevar el evangelio a los gentiles. La palabra tiene también una referencia más amplia. En Act 14:4,14 se usa de Bernabé además de acerca de Pablo; en Rom 16:7 de Andrónico y de Junias. En 2Co 8:23 se menciona a dos hermanos anónimos como “mensajeros (esto es, apóstoles) de las iglesias”; en Phi 2:25 se menciona a Epafrodito como “vuestro mensajero”. Se usa en 1Th 2:6 de Pablo, Silas y Timoteo, para definir la relación de ellos con Cristo” (De Notes on Thessalonians, por Hogg y Vine, pp. 59, 60). Véanse ENVIADO, MENSAJERO. Nota: Pseudoapostoloi (yeudapovstolo”, 5570), “falsos apóstoles”, aparece en 2Co 11:13:¶

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

(apostólos)

Pablo es apóstol por excepción. Fue hecho apóstol incidentalmente, sin haber sido discí­pulo de Jesús y después de haber perseguido a la Iglesia. Lo es igualmente por la calidad de un apostolado en el que, trabajando más que todos los demás (1 Cor 15,10), se dedicó ante todo a la evangelización de los paganos. Y lo es finalmente por vocación, como lo indica él mismo en la cabecera de sus cartas: Soy Pablo, siervo de Cristo Jesús, elegido como apóstol y destinado a proclamar el evangelio de Dios (Rom 1,1; 1 Cor 1,1; Gal 1,1).

Los empleos de este tí­tulo permiten cuatro constataciones:

1. El empleo de la palabra “apóstol” no se habí­a fijado aún en la época de Pablo. Puede seguir con servando su sentido vulgar de enviado, delegado (Flp 2,25); comprende un grupo de personas bastante amplio (1 Cor 15,7); puede designar a Apolo o a Santiago (pero los textos son discutidos).

2. Pablo no evoca a los Doce más que una vez, cuando transmite lo que ha recibido (1 Cor 15,5). Sus relaciones con los que fueron apóstoles antes que él (Gal 1,17) están llenas de respeto, de solidaridad nosotros, los apóstoles), pero también de contestación. Algunos han negado a Pablo la cualidad de apóstol (1 Cor 9,2); otros sólo juraban por él(1 Cor 1,13). Si Pablo es el último de todos, como un hijo nacido a destiempo (1 Cor 15,8), no tiene por qué avergonzarse ante los demás, ni sus amigos de él; lleva los rasgos distintivos del apóstol (2 Cor 12,12), cuando más agudo es el conflicto. Pablo reivindica la cualidad de apóstol, aunque negándose a sacar ventajas de ello.

3. En la medida en que se constituye progresivamente una teologí­a de la Iglesia, el apostolado encuentra en ella su lugar “fundamental”. Cuando enumera los ministerios, Pablo pone a los apóstoles en primer lugar (1 Cor 12,28). Se encuentra también esta clasificación en Ef 4,11. En esta carta, los apóstoles están estrechamente asociados a los profetas: han sido establecidos como base del edificio eclesial, como referencias de la presencia de Dios, como aquellos que han recibido la revelación de su misterio (Ef 2,20; 3,5).

4. A lo largo de las epí­stolas se afirma una toma de conciencia última de Pablo: él ha recibido la gracia de ser apóstol a fin de llevar a la fe a todas las naciones (Rom 1,5). Siguiendo a Rom 11,13 y luego 15,14-21, las cartas más tardí­as (Col 1,24-29; Ef 3,1-13) designan al apóstol no sólo como iniciador, sino también como aquel que lleva el evangelio a su consumación integrando a la humanidad en el seno del pueblo de Dios (cf. Evangelio, Ministerio).

M. B.

AA. VV., Vocabulario de las epí­stolas paulinas, Verbo Divino, Navarra, 1996

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

El uso bíblico de esta palabra se limita al NT, donde aparece setentainueve veces: diez en los Evangelios, veintiocho en Hechos y treintaiocho en las Epístolas, y tres veces en el Apocalipsis. Nuestra palabra española es una trasliteración del griego apostolos, palabra que se deriva de apostellein, «enviar». Mientras que hay otras palabras en el NT que expresan ideas como despachar, soltar o despedir, apostellein enfatiza los elementos de comisión—esto es, la autoridad y responsabilidad del enviado. Así que, un apóstol es propiamente aquel que es enviado con una misión definida, en la que actúa con plena autoridad para representar al que lo envió, y al cual también debe dar cuentas.

El sustantivo sólo aparece una vez en la LXX. Cuando la mujer de Jeroboam vino a Ahías buscando información sobre la salud de su hijo, el profeta respondió: «Soy enviado a ti con revelación dura» (1 R. 14:6). En este lugar el hebreo šāluaḥ se traduce por apostolos. šāluaḥ era un término casi técnico en el judaísmo. Un šāluaḥ podía ser el que dirigía la congregación en la sinagoga en el culto y de este modo representándola, o un representante del Sanhedrín enviado en una misión oficial. El sacerdocio también estaba incluido dentro de este término, y algunas personalidades del AT que actuaron estrictamente como representantes de Dios. Pero en ningún caso se operó šāluaḥ fuera de los límites de la comunidad judía. De tal forma que no hay en el šāluaḥ una anticipación del énfasis misionero que se asocia a la palabra apostolos del NT.

  1. Cristo. En Heb. 3:1 Jesús es llamado «apóstol … de nuestra confesión», haciéndose un contraste consciente con Moisés, a quien el judaísmo le atribuía el nombre šāluaḥ. Jesús hablaba más directamente de Dios que lo que era capaz Moisés. Repetidamente afirmó haber sido enviado por el Padre. Cuando declaró que él estaba enviando a sus discípulos escogidos al mundo así como el Padre lo había enviado a él, nuestro Señor estaba confiriendo al apostolado la más alta dignidad (Jn. 17:18).
  2. Los Doce. En los Evangelios a estos hombres se los llama con más frecuencia discípulos, porque su deber principal durante el ministerio de Cristo era estar con él y aprender de él. Pero también se les llama apóstoles, porque Jesús les dio la autoridad para predicar y echar fuera demonios (Mr. 3:14–15; 6:30). Dado que esta actividad estaba limitada mientras Jesús estuviese con ellos, el término apóstol se usa rara vez. Pero después de Pentecostés la situación cambió.

El número doce trae a la mente las doce tribus de Israel, pero el fundamento del liderazgo ya no es más tribal, sino personal y espiritual. Es evidente que el cuerpo de apóstoles era considerado como un número fijo, puesto que Jesús habló de doce tronos en la era venidera (Mt. 19:28; cf. Ap. 21:14). Judas fue reemplazado por Matías (Hch. 1), pero después de este hecho no se hizo ningún esfuerzo por seleccionar hombres que sucediesen a los que fueran muertos (Hch. 12:2).

Los apóstoles son mencionados en primer lugar en las listas de dones espirituales (1 Co. 12:28; Ef. 4:11). Dado que estos dones son conferidos por el Cristo exaltado a través de su Espíritu, es probable que, al principio de la época apostólica, estos hombres designados por Jesús y preparados por él ahora eran tenidos por poseedores de una segunda investidura que marcaba la fase nueva y permanente de su obra para la cual la fase anterior había sido una preparación. Ellos llegaron a ser el fundamento de la iglesia en un sentido secundario al que corresponde a Cristo mismo (Ef. 2:20).

Los deberes de los apóstoles eran predicar, enseñar y administrar. Su predicación descansaba en su asociación con Cristo y la instrucción que recibieron de él, lo que incluía ser testigos de su resurrección (Hch. 1:22). Sus convertidos pasaron inmediatamente a estar bajo su instrucción (Hch. 2:42), la que presumiblemente consistía en gran parte en una recolección de las enseñanzas de Jesús, aumentadas por revelaciones del Espíritu (Ef. 3:5). En el área administrativa sus funciones fueron diversas. Hablando en forma general, eran responsables por la vida y bienestar de la comunidad cristiana. Sin duda tomaron la dirección del culto puesto que se recordaba la muerte de Cristo en la Cena del Señor. Administraban el fondo común al que los creyentes contribuían para ayudar a los necesitados de entre los hermanos (Hch. 4:37), hasta que esta tarea fue haciéndose una carga y fuera entregada a hombres especialmente elegidos para tomar esta responsabilidad (Hch. 6:1–6). La disciplina estaba en sus manos (Hch. 5:1–11). A medida que la iglesia crecía y se expandía, los apóstoles dedicaron más y más atención a la supervisión de estos grupos de creyentes esparcidos por otras partes (Hch. 8:14; 9:32). Algunas veces el don del Espíritu Santo se confirió a través de ellos (Hch. 8:15–17). Los poderes sobrenaturales que mostraron cuando el Señor estuvo entre ellos, tales como el exorcismo de demonios y la sanidad de los enfermos, continuaron siendo pruebas de su autoridad divina (Hch. 5:12; 2 Co. 12:12). Tomaron el papel principal en la solución de problemas molestos que la iglesia encaraba, asociándose con los ancianos como una expresión del proceder democrático (Hch. 15:6; cf. 6:3).

III. Pablo. Los rasgos distintivos de su apostolado fueron el ser nombrado directamente por Cristo (Gá. 1:1) y la asignación del mundo gentil como su esfera de trabajo (Ro. 1:5; Gá. 1:16; 2:8). Su apostolado fue reconocido por las autoridades de Jerusalén en conformidad con su propia aseveración de estar al mismo nivel y rango que los apóstoles originales. Sin embargo, él nunca afirmó tener participación entre los doce (1 Co. 15:11), sino que se mantuvo en una base independiente.

Podía dar testimonio de la resurrección porque su llamamiento vino del Cristo resucitado (1 Co. 9:1; Hch. 26:16–18). Pablo miraba su apostolado como una demostración de la gracia divina y como un llamamiento a una labor sacrificada, más que una ocasión para jactarse de su oficio (1 Co. 15:10).

  1. Otros. La explicación más natural de Gá. 1:19 es que Pablo está afirmando que Jacobo [o Santiago], el hermano del Señor, es un apóstol, lo que concuerda con el reconocimiento que Jacobo recibió de la iglesia de Jerusalén. En consonancia con este hecho, en 1 Co. 15:5–8, donde se menciona a Jacobo, todos los demás son apóstoles. Bernabé (junto con Pablo) es llamado apóstol (Hch. 14:4, 14); pero probablemente en un sentido restrictivo solamente, esto es, como el enviado de la iglesia de Antioquía, a la cual estaba obligado a informar cuando su misión era cumplida (14:27). Bernabé no fue considerado como apóstol en Jerusalén (Hch. 9:27), aunque más tarde le dieron la diestra en señal de compañerismo, lo mismo que a Pablo (Gá. 2:9). Se dice que Andrónico y Junias son insignes entre los apóstoles (así HA en Ro. 16:7). En la afirmación que Pablo hace en 1 Ts. 2:6 parece que Silvano y Timoteo son incluidos como apóstoles. La referencia de 1 Co. 9:5 y 15:7 no tiene por qué ir necesariamente más allá de los doce apóstoles.

Es razonablemente claro que además de los doce, Pablo y Jacobo fueron tenidos como apóstoles. A otros también se los podría llamar así bajo circunstancias especiales. Pero no hay base para hacer del término «apóstol» un equivalente al otro «misionero». Según la costumbre de la iglesia moderna a algunos pioneros prominentes entre los misioneros se les llama apóstoles, pero esto sólo es acomodar el lenguaje. En la época apostólica aquel que tenía este rango era más que un predicador (2 Ti. 1:11). Se daba por sentado que todos los discípulos tenían que ser predicadores, pero no todos eran apóstoles (1 Co. 12:29). Curiosamente, en un momento de la vida de la iglesia, todos estaban ocupados en predicar, salvo los apóstoles (Hch. 8:4). Pablo no habría necesitado defender su apostolado con tanta vehemencia si no hubiera estado defendiendo también su derecho de predicar el evangelio. Junto con el uso distintivo y técnico de la palabra ocasionalmente se usa en el sentido de mensajero (Fil. 2:25; 2 Co. 8:23).

Véase también, Disciplina, Sucesión Apostólica.

BIBLIOGRAFÍA

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RTWB Richardson’s Theological Word Book

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HDAC Hastings’ Dictionary of the Apostolic Church

TWNT Theologisches Woerterbuch zum Neuen Testament (Kittel)

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (49). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

El término gr. apostolos aparece más de ochenta veces en el NT, principalmente en los escritos de Lucas y Pablo. Deriva de un verbo muy común, apostellō, enviar, pero en el gr. no cristiano, después de Herodoto en el ss. V a.C., se registran pocos casos de su uso con el significado de “persona enviada” y en general significa “flota” o quizás ocasionalmente “almirante” . El sentido de “enviado, mensajero” puede haber perdurado en el lenguaje popular; por lo menos casos aislados en la LXX y Josefo sugieren que este significado se aceptaba en círculos judíos. Sólo con el advenimiento de la literatura cristiana, sin embargo, adquirió importancia. En el NT se lo aplica a Jesús como el enviado de Dios (He. 3.1), a los enviados por Dios a predicar a Israel (Lc. 11.49), y a los que fueron enviados por las iglesias (2 Co. 8.23; Fil 2.25); pero por encima de todo, se lo aplica en forma absoluta al grupo de hombres que mantuvo la suprema dignidad en la iglesia primitiva. Como apostellō parece significar con frecuencia “enviar con un propósito determinado”, a diferencia del neutro pempō (excepto en los escritos joaninos, en los que ambos términos son sinónimos), la fuerza de apostolos probablemente sea “alguien que es comisionado” (por Cristo, se entiende).

Se cuestiona el que apostolos represente en el NT un término judío de fuerza técnica similar. Rengstorf, en particular, ha expuesto la teoría de que refleja la voz judía šālı̂aḥ, un representante acreditado con autoridad religiosa, al que se le confiaban mensajes y dinero, y que estaba facultado para actuar en nombre de la autoridad (para esta idea, cf. Hch. 9.2); además, Gregory Dix y otras han aplicado ideas y expresiones relacionadas con el concepto de šālı̂aḥ (p. ej. “el šāliaḥ de un hombre es como si fuera él mismo”) al apostolado y, finalmente, al episcopado moderno. Un procedimiento de este tipo está lleno de peligros, especialmente porque no hay claras indicaciones de que se usara el vocablo šālı̂aḥ en este sentido hasta épocas posapostólicas. En realidad, apostolos bien puede ser más primitivo como término técnico, y sería más seguro buscar su significado en el apostellō y tomando como base los contextos en que aparece en el NT.

a. El origen del apostolado

Resulta esencial para la comprensión de todos los evangelios tal como los hemos recibido la elección por Jesús de un grupo de doce hombres tomados de un grupo mayor de sus seguidores, cuyo propósito era el de estar con él, predicar, y tener la autoridad necesaria para curar y exorcizar (Mr. 3.14s). La única ocasión en que Marcos emplea la palabra “apóstol” es en oportunidad del exitoso regreso de los Doce de una misión de curación y predicación (Mr. 6.30; cf. Mt. 10.2ss). Generalmente se lo toma como un uso no técnico (e. d. “los enviados en esta misión determinada”), pero es poco probable que Marcos lo hubiera podido utilizar sin que evocara otras asociaciones. Esta misión preparatoria es una reproducción en miniatura de lo que en el futuro les tocaría en el mundo más amplio. De esta preparación preliminar indudablemente regresan como verdaderos “apóstoles”. No hay nada incongruente, en consecuencia, en que Lucas (que habla de los “apóstoles” en 9.10; 17.5; 22.14; 24.10) declare que Jesús mismo (6.13) les confirió el título (ya en gr. [?]).

b. Las funciones del apostolado

La primera especificación de Marcos en cuanto a la elección de los Doce es que “estuviesen con él” (Mr. 3.14). No es accidental que el punto divisorio del Evangelio de Marcos haya sido la confesión apostólica del mesianismo de Jesús (Mr. 8.29), o que Mateo agregase a esto el dicho de la “Roca” acerca de la confesión apostólica (Mt. 16.18s; * Pedro). La función primaria de los apóstoles era la de testificar de Cristo, y su testimonio estaba basado en años de conocimiento íntimo, experiencias adquiridas duramente, e intensa preparación.

Este es un complemento de su ampliamente reconocida función de testificar sobre la resurrección (cf., p. ej., Hch. 1.22; 2.32; 3.15; 13.31); porque la significación especial de la resurrección está, no en el hecho en sí, sino en su demostración, en el cumplimiento de la profecía, de la identidad del Jesús que fue muerto (cf. Hch. 2.24ss, 36; 3.26; Ro. 1.4). El haber sido testigos de la resurrección de Cristo los convirtió en testigos eficaces de su persona, y él mismo los comisiona para que sean sus testigos en todo el mundo (Hch. 1.8).

Esa misma comisión introduce un factor de profunda importancia para el apostolado: la venida del Espíritu. Es curioso que este hecho haya sido tratado más completamente en Jn. 14–17, evangelio que no utiliza el término “apóstol” para nada. Este es el gran discurso por el que se comisiona a los Doce (apostellō y pempō se utilizan sin discriminación); la comisión que reciben de Jesús es tan real como la que él recibió de Dios (cf. Jn. 20.21); deben dar testimonio sobre la base de su larga relación con Jesús, mas el Espíritu da testimonio de él (Jn. 15.26–27). Él les recordará las palabras de Jesús (Jn. 14.26), y los guiará a toda la verdad (promesa que a menudo se ha pervertido al extenderse su referencia primaria más allá de los apóstoles) y les hará ver la era que vendrá (de la iglesia) y la gloria de Cristo (Jn. 16.13–15). En el cuarto evangelio tenemos algunos ejemplos de este procedimiento, en los que la significación de las palabras o acciones se recuerda solamente después de la “glorificación” de Cristo (Jn. 2.22; 12.16; cf. 7.39). Vale decir que el testimonio de los apóstoles con respecto a Cristo no quedó librado a sus impresiones o recuerdos, sino a la guía del Espíritu Santo, de quien también es dicho testimonio: hecho de importancia en la valoración del testimonio apostólico que registran los evangelios.

Por ello los apóstoles constituyen la norma en cuanto a doctrina y comunión en la iglesia del NT (Hch. 2.42; cf. 1 Jn. 2.19). En sus propios días se los consideraba “columnas” (Gá. 2.9; cf. C. K. Barrett en Stadia Pualina, 1953, pp. 1ss), que quizás debamos trad. como “postes indicadores”. La iglesia está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (Ef. 2.20; probablemente se refiere al testimonio del AT, pero para el caso vale tamb. si se refiere a los profetas cristianos). Los apóstoles son los asesores en el juicio mesiánico (Mt. 19.28), y sus nombres están grabados en las piedras angulares de la ciudad santa (Ap. 21.14).

La doctrina apostólica, sin embargo, que tiene su origen en el Espíritu Santo, constituye el testimonio compartido de los apóstoles, y no un privilegio de algún individuo en particular. (Para la predicación, tamb. en forma común a todos, cf. C. H. Dodd, The Apostolic Preaching and its Developments, 1936; para el uso del AT en forma común, C. H. Dodd, According to the Scriptures, 1952.) Podía darse el caso, se deduce, de que el principal apóstol traicionase un principio fundamental que él mismo ya hubiera aceptado, y que fuese corregido por un colega (Gá. 2.11ss).

Los autores de los evangelios sinópticos, como ya hemos notado, consideran el episodio de Mr. 6.7ss y par. como una representación en miniatura de la misión apostólica, y se incluían las tareas de curar y exorcizar, tanto como la de predicar. La facultad de curar, y otros dones espectaculares, como la profecía y las lenguas, reciben corroboración abundante en la iglesia apostólica, y están relacionados, como el testimonio apostólico, con la dispensación especial del Espíritu Santo; pero, extrañamente, faltan totalmente en la iglesia del ss. II; los escritores de la época hablan de ellos como cosas del pasado, o sea de la era apostólica, justamente (cf. J. S. McEwan, SJT 7, 1954, pp. 133ss; B. B. Warfield, Miracles Yesterday and Today, 1953). Incluso en el NT no vemos señales de la manifestación de estos dones, excepto en los casos en que intervienen los apóstoles. Aun cuando haya habido previamente una fe genuina, es únicamente en presencia de los apóstoles que se manifiestan estos dones del Espíritu Santo (Hch. 8.14ss; 19.6; los contextos indican que se trata de fenómenos visuales y auditivos).

Por contraste, el NT tiene menos que decir que lo que podríamos esperar en cuanto a los apóstoles como dirigentes de la iglesia. Constituyen el criterio de prueba de la doctrina, son los proveedores de la auténtica *tradición acerca de Cristo: delegados apostólicos visitan las congregaciones que reflejan nuevas orientaciones para la iglesia (Hch. 8.14ss; 11.22ss). Pero los Doce no nombraron a los siete; el concilio de Jerusalén (que fue tan decisivo) estaba formado por un gran número de ancianos, además de los apóstoles (Hch. 15.6; cf. 12, 22); y dos apóstoles colaboraron con los “profetas y maestros” de la iglesia de Antioquía (Hch. 13.1). La administración o gobierno de la iglesia dependía de un don distintivo (1 Co. 12.28), normalmente ejercido por ancianos locales; los apóstoles eran, en virtud de su mandato, elementos móviles. Tampoco ocupaban un lugar prominente en la administración de los sacramentos (cf. 1 Co. 1.14). La identidad de funciones que algunos ven entre el apóstol y el obispo del ss. II (cf. K. E. Kirk en The Apostolic Ministry, pp. 10) de ninguna manera resulta obvia.

c. Requisitos

Resulta evidente que el requisito esencial de un apóstol es el llamamiento divino, la comisión dada por Cristo. En el caso de los Doce, esta les fue encargada durante su ministerio terrenal. Pero no es menos evidente este sentido de la comisión divina en el caso de Matías: Dios ya ha elegido al apóstol (Hch. 1.24), aun cuando todavía no se conoce su elección. No se menciona ningún acto de imposición de manos. Se supone que el apóstol será alguien que haya sido discípulo de Jesús desde la época del bautismo de Juan (el “principio del evangelio”) hasta la ascensión. Sera alguien que tenga conocimiento del curso completo que siguieron el ministerio y la obra de Jesús (Hch. 1.21–22). Y, naturalmente, debe ser específicamente testigo de la resurrección.

Pablo insiste igualmente en que fue comisionado directamente por Cristo (Ro. 1.1; 1 Co. 1.1; Gá. 1.1, 15ss). De ningún modo deriva su autoridad de los otros apóstoles; al igual que Matías, fue aceptado por ellos, no nombrado por ellos. No llenaba las condiciones de Hch. 1.21s, pero la experiencia en el camino a Damasco fue resultado de una de las apariciones vinculadas con la resurrección (cf. 1 Co. 15.8), y por ello podía afirmar que había “visto al Señor (1 Co. 9.1); por lo tanto era testigo de la resurrección. Tenía conciencia de que su pasado –como enemigo y perseguidor más bien que como discípulo– era diferente del de los otros apóstoles, pero se cuenta a sí mismo como uno de ellos y los relaciona con su propio evangelio (1 Co. 15.8–11).

d. El número de apóstoles

“Los Doce” es la designación normal de los apóstoles en los evangelios, y Pablo lo utiliza en 1 Co. 15.5. El acierto del simbolismo es evidente, y reaparece en lugares tales como Ap. 21.14. El episodio de Matías está relacionado con la necesidad de rehacer el número de los Doce. Pero también resulta igualmente clara la seguridad que tiene Pablo en cuanto a su propio apostolado. Además, hay instancias en el NT en las que, prima facie, otros, fuera de los Doce, también parecen haber recibido este título. Jacobo, el hermano del Señor, aparece como tal en Gá. 1.19; 2.9, y, aunque no había sido discípulo (cf. Jn. 7.5), fue objeto de una aparición privada y personal posterior a la resurrección (1 Co. 15.7). A Bernabé se le llama apóstol en Hch. 14.4, 14, y Pablo lo incluye en una discusión que niega diferencia cualitativa alguna entre su propio apostolado y el de los Doce (1 Co. 9.1–6). A *Andrónico y Junias, por otra parte desconocidos, probablemente se les llama apóstoles en Ro. 16.7, y Pablo, siempre cuidadoso con el uso de los pronombres personales, posiblemente llama así a Silas en 1 Ts. 2.6. Evidentemente los enemigos de Pablo en Corinto pretendían ser “apóstoles de Cristo” (2 Co. 11.13).

Por otra parte, algunos argumentan insistentemente que el título debe limitarse a Pablo y los Doce (cf., p. ej., Geldenhuys, pp. 71ss). Esto significaría darle un valor secundario (“mensajeros acreditados de la iglesia”) al término “apóstoles” en Hch. 14.14 y Ro. 16.7, y explicar de otra manera el lenguaje de Pablo con respecto a Jacobo y Bernabé. Algunos han echado mano a recursos aun más desesperados, y sugieren que Jacobo reemplazó a Jacobo hijo de Zebedeo de la misma manera en que Matías reemplazó a Judas, o que, obrando con exceso de premura, Matías fue colocado erróneamente en el lugar que Dios había destinado a Pablo. El NT no ofrece ni la más remota insinuación de tales ideas. Cualquiera sea la explicación, parecería que lo mejor es aceptar que al principio hubo apóstoles fuera de los Doce. El propio apostolado de Pablo contradice cualquier teoría más restrictiva, de modo que habría lugar al lado de él para otros que pueden haber sido llamados por Dios a su servicio. Podríamos ver un indicio de esto en la distinción entre “los Doce” y “todos los apóstoles” en 1 Co. 15.5, 7. Pero todo sugiere que el apóstol debía ser testigo de la resurrección, y la aparición a Pablo después de la resurrección fue evidentemente excepcional. El que, como han sugerido escritores antiguos, algunos de los que posteriormente fueron llamados “apóstoles” hayan pertenecido a los setenta que envió a predicar nuestro Señor (Lc. 10.1ss), es otro asunto. Queda fuera de toda duda la significación especial de los Doce para el establecimiento inicial de la iglesia.

e. Canonicidad y continuidad

Implícito en el apostolado está la comisión de ser testigos, mediante palabras y señales, del Cristo resucitado y de su obra consumada. Este testimonio, basado en la experiencia única del Cristo encarnado, y dirigido por una dispensación especial del Espíritu Santo, proporciona la auténtica interpretación de Cristo, y desde entonces ha sido determinante para la iglesia universal. Por su misma naturaleza dicho ministerio no podía repetirse ni trasmitirse, así como no podrían trasmitirse las experiencias históricas subyacentes a los que nunca habían conocido al Señor encarnado, o no fueran objeto de una aparición posterior a su resurrección. Los orígenes del ministerio cristiano y la cuestión de la sucesión en la iglesia de Jerusalén escapan al cometido de este artículo; pero, si bien el NT nos muestra que los apóstoles se ocupaban de que existiese un ministerio local, no hay indicios de la trasmisión de las funciones característicamente apostólicas a ningún integrante de dicho ministerio.

Tampoco era necesaria tal trasmisión. El testimonio apostólico se mantuvo en la obra perdurable de los apóstoles, y en lo que adquirió carácter nonnativo para las épocas posteriores, o sea su forma escrita en el NT (véase Geldenhuys, pp. 100ss; O. Cullmann, “The Tradition”, en The Early Church, 1956). No se ha hecho sentir la necesidad de una renovación de esta función, ni de sus dones especiales. Se trataba de una función vinculada con la colocación de los fundamentos, y desde entonces la historia de la iglesia constituye a superestructura. (* Obispo; * Tradición )

Bibliografía.K. Rahner, Sacramentum mundi, t(t). I, 1972; H. Fries, Conceptos fundamentales de la teología, t(t). I, 1966; D. Muller, “Apóstol”, °DTNT, t(t). I, pp. 139–146.

K. H. Rengstorf, TDNT 1, pp. 398–447; J. B. Lightfoot, Galatians, pp. 92ss; K. Lake en BC, 5, pp. 37ss; K. E. Kirk (eds.), The Apostolic Ministry², 1957, esp. los ensayos 1 y 3; A. Ehrhardt, The Apostolic Succession, 1953 (véase el cap(s). 1 para una mordaz crítica de Kirk) ; J. N. Geldenhuys, Supreme Authority, 1953; W. Schneemelcher, etc., “Apostle and Apostolic”, en New Testament Apocrypha, eds. E. Hennecke, W. Schneemelcher, R. McL. Wilson, 1, 1965, pp. 25–87; C. K. Barrett, The Signs of an Apostle, 1970; R. Schnackenburg, “Apostles before and during Paul’s time”, en Apostolic History and the Gospel, eds. W. W. Gasque y R. P. Martin, 1970, pp. 287–303; W. Schmithals, The Office of Apostle in the Early Church, 1971; J. A. Kirk, “Apostleship since Rengstorf: Towards a Synthesis”, NTS 21, 1974–5, pp. 249–264; D. Müller, C. Brown, NIDNTT 1, pp. 126–137.

A.F.W.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico