DISCERNIMIENTO

v. Entendimiento, Inteligencia
Psa 14:4 ¿no tienen d .. los que hacen iniquidad
1Co 12:10 otro, profecía; a otro, d de espíritus
Heb 5:14 sentidos ejercitados en el d del bien


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Acción de la inteligencia práctica de diferenciar lo conveniente de lo que no lo es. Es un deber del ser libre y un acto de la prudencia y de la razón.

De manera particular el discernimiento afecta a situaciones, valores o procedimientos que exigen tomar opciones comprometedoras y responsables. Y por eso se hace referencia a la reflexión y a la prudencia.

El discernimiento puede ser reclamado por determinadas situaciones o cuestiones de trascendencia para la vida, por ejemplo para la elección de la vocación (Discernimiento vocacional), para la solución de problemas profesionales (discernimiento ético o deontológico), como son los sacerdotales (Discernimiento sacerdotal) o cuando cuestiones de conciencia dificultan la claridad sobre lo que es más conveniente hacer (Discernimiento de espí­ritus), situaciones que se presentan con frecuencia.

El discernimiento tiene una fuerte connotación evangélica. Unas 22 veces se emplea en el Nuevo Testamento el concepto “discernir” (dokimasein) y se mira como un deber el pensar ante Dios las acciones y las decisiones: 1 Cor. 11. 28-29; 2 Cor. 13. 5-6; Gal. 6. 4-5)

El discernimiento cristiano tiene que ver con la responsabilidad de la propia conciencia, pero también con las necesidades o las conveniencias de la comunidad. Determinados sacramentos, bautismo, perdón de los pecados, matrimonio, ordenaciones sacerdotales no son sólo cuestión de cada persona. Entran en juego los intereses de la comunidad eclesial.

El acto o el proceso de discernimiento estricto no debe ser confundido con otras operaciones pastorales y educativas en las que también entre la prudencia y la reflexión. Así­, por ejemplo, una cosa es el discernimiento vocacional (si hay o no hay vocación, para esto o para aquello) y otra cosa es la animación, el acompañamiento, la invitación.

La orientación vocacional, implica la previa acción de discernimiento. y se realiza no sólo de una forma inicial iluminando la mente, sino en el sereno acompañamiento con intención de llegar a los objetivos finales personalizados.

Y también hay que diferenciar lo que es consejerí­a espiritual, dirección espiritual o animación, de lo que estrictamente es “discernimiento de espí­ritus”

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

SUMARIO: 1. Datos de la Escritura. -2. Aportaciones de la teologí­a conciliar. – 3. El amor como experiencia del discernimiento. – 4. Criterios de discernimiento pastoral.

El objetivo propio del discernimiento cristiano consiste en la búsqueda de la voluntad de Dios para una persona o comunidad en una situación concreta. Esto supone un procedimiento que encuentra en la persona de Jesús de Nazaret, el discernidor por antonomasia, la referencia última. El discernimiento vocacional es fundamental en el proceso de maduración personal de la fe; el discernimiento en situaciones especiales en que se ha de tomar una decisión importante es ineludible; y el discernimiento pastoral afecta al modo permanente del ser y actuar de la Iglesia. Jesús de Nazaret formó a sus discí­pulos para que supieran discernir la acción de Dios en los momentos del nacimiento de la Iglesia; las primeras comunidades en su dinamismo evangelizador y misionero son un ejemplo de cómo discernir. Y San Pablo nos legó una teologí­a básica sobre el discernimiento cristiano.

1. Datos de la Escritura
Toda la Sagrada Escritura manifiesta la iniciativa de Dios que guí­a a su pueblo a través de situaciones distintas y variadas. La vida del creyente adquiere un talante crí­tico ante la realidad y se abre al horizonte escatológico del Reino; el cristiano sabe que “Dios sondea nuestros corazones” (1 Tes. 2,4) y en un diálogo de profundidad, bajo la acción del Espí­ritu Santo, es invitado a acoger la voluntad de Dios y a ponerla en práctica. Esto no es posible sin un camino de conversión que nos hace crecer en fe, esperanza y caridad al “conocer interiormente la persona de Jesucristo y su Evangelio”.

Ser cristiano es hacer “lo que agrada a Dios”, como lo hizo Jesús de Nazaret (Rom. 12,2; 14,8; 2 Cor. 5,9, Ef. 5,10; Flp. 4,18; Col. 3,20; Tit. 2,9). En el N.T. aparece 22 veces el término dokimásein con el significado de llegar a conocer lo que se debe hacer y lo que se debe rechazar a través de una comprobación. Esto se aplica para el discernimiento personal (1 Cor. 11,28- 29; 2 Cor. 13, 5- 6; Gál. 6,4- 5) y para el discernimiento comunitario (1 Tes. 5, 19-22).

El discernimiento cristiano no se puede hacer desde el propio criterio e interés; se necesita una nueva mentalidad, la que Dios nos da al pasar del “hombre viejo” al “hombre nuevo” (1Cor. 1,10). Esta nueva mentalidad conlleva el no “amoldarse al mundo” (Rom. 12,2); hay que romper con el orden vigente caracterizado por el tener, el poder y el competir para poder discernir.

Jesucristo nos liberó de vivir la ley como la expresión de la voluntad de Dios (Rom. 13,8-10) con una actitud poco madura (Gál. 3,23-26); positivamente, nos abre a la novedad de la comunión trinitaria (1 Jn. 2,20. 27; 3,24; 4,6. 17; 5,6- 9) y a la docilidad al Espí­ritu Santo (Rom. 8,14), para llegar a la edad adulta en la fe (Gál. 4,19; Ef 1,3.14) que se expresa en el amor a los necesitados (Mt. 25,31-46).

2. Aportaciones de la teologí­a conciliar
El Vaticano II insistió en la necesidad de que los fieles y pastores (PO 9) entráramos a fondo en la lectura de los signos de los tiempos (E. S.4). Estos necesitan ser analizados en profundidad y con talante evangélico (G.S. 11, 18, 27, 37; PO 28, 36; PDV40).

La Iglesia es y quiere ser “sacramento de salvación” (G.S.1) para el mundo; por lo mismo, la relación Iglesia- mundo tiene que verse en términos de colaboración y ayuda (G.S. 36. 38; 41-43). Hoy también podemos repetir las palabras de Pablo VI en la clausura del Concilio: “la antigua historia del samaritano ha sido el paradigma de la espiritualidad del Concilio”.

El plan de salvación de Dios consiste en que todos los hombres conozcan el Evangelio y se conviertan a Jesucristo para vivir como hijos de Dios y hermanos. Cómo llevar esto a la vida en cada tiempo y lugar es objetivo del discernimiento personal y comunitario.

La evangelización del mundo contemporáneo plantea a la Iglesia algunos retos importantes; que deben ser cuidadosamente discernidos; subrayamos los siguientes: la inculturación de la fe, las nuevas presencias eclesiales, el diálogo interreligioso y el ecumenismo, la opción preferencial por los más pobres, los cauces de corresponsabilidad en la Iglesia, la evangelización de los alejados, los procesos de fe que desemboquen en comunidades maduras, y el compromiso socio-polí­tico del cristiano.

3. El amor como experiencia del discernimiento
Las expresiones paulinas para indicar la meta del discernimiento son variadas y muy significativas. Discernir es saber “lo que agrada al Señor” (Ef. 5, 10), conocer “la voluntad de Dios” (Rom. 12,2), “lo bueno” (FIp. 1,9-10; 1 Tes. 5,21-22), etc. A esto no se llega aplicando deductivamente unos principios, unos valores éticos o una norma; es algo más interior, experiencia) y fundante. El discernimiento proviene del amor evangélico que va configurando al creyente en una nueva sensibilidad y unos criterios que le permiten ver con más claridad lo que es conforme al querer de Dios revelado en Jesucristo (FI. 1,9-10). La forma en que se vive, los valores por los que se trabaja y las causas en las que se implica la vida facilitan o dificultan el discernimiento cristiano. El “tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp. 2,5) es el camino práctico que nos permite conocer la voluntad del Padre. La capacidad de discernir no se improvisa; por el contrario, se prepara adecuadamente cuando se cultiva la lectura, la reflexión, la introspección, el análisis de la realidad, el examen de conciencia, y se pasan los acontecimientos por el corazón. La propia interioridad es el ámbito privilegiado del encuentro con Dios; por consiguiente, en la oración personal es donde Dios se comunica en el fondo del corazón como Padre. Sin la familiaridad con Dios que proporciona la oración no es posible el discernimiento, pues nos faltarí­a la comnaturalidad con El y su proyecto de salvación; en la oración vamos descubriendo nuestras reacciones y nuestros sentimientos a lo que la Palabra de Dios nos va proponiendo.El análisis de lo que va pasando por dentro nos permite mirar al futuro y tomar uno u otro compromiso; esta decisión es don de Dios y exigencia en orden a la transformación de la realidad para que el Reino de Dios sea. La validación de la opción tomada está en los frutos de humanización que produzca en favor de los más necesitados, y la alegrí­a interior de los que la llevan delante, a pesar de todas las dificultades.

Para poder hacer bien el discernimiento es necesario centrar bien el tema que se quiere discernir, querer buscar ante todo y sobretodo la voluntad de Dios, y situarse en la presencia de Dios en actitud de completa disponibilidad. Está disponible quien se muestra indiferente a los propios intereses y dispuesto a acoger y hacer lo que Dios le pida; si al hacer este ejercicio se siente paz, alegrí­a y confianza significa que hay madurez en la fe y disposición sincera de buscar la voluntad de Dios, sea lo que sea, y aunque contravenga nuestros planes.

A la hora de discernir es necesario distinguir claramente el fin y los medios; el fin es la búsqueda de la voluntad de Dios que enmarca y orienta el discernimiento; lo que se disciernen son los medios que permitan hacer la voluntad de Dios. Aquí­ suelen aparecer las “afecciones desordenadas”, es decir, los intereses y egoí­smos que terminan anteponiendo nuestra voluntad a la de Dios. Importa mucho que conozcamos las limitaciones, los condicionamientos y las ambigüedades que nos impiden estar verdaderamente disponibles para lo que Dios quiera.

El árbol se conoce por sus por sus frutos, dice Jesús en el Evangelio (Mt. 12,33; Lc. 6,43-44); lo que nos confirma que el discernimiento se ha hecho adecuadamente son las obras (Ef. 5,8-10; Flp. 1,9-11; Gál. 15,22), que se refieren directamente al amor al hermano; en caso contrario, aunque hiciéramos maravillas, si nos falta el amor, nada vale (1 Cor. 13,1-3). Y esto tiene una traducción interpersonal, pero también social y estructural hasta conseguir un orden internacional más justo y solidario (G.S. 40).

4. Criterios de discernimiento pastoral
Teniendo en cuenta la situación eclesial actual, y desde la perspectiva de la acción pastoral vamos a recordar algunos criterios que orienten la nueva evangelización y la educación de la fe.

a) Potenciar el discernimiento básico
El discernimiento no es un saber teórico si no práctico; es decir, únicamente se puede discernir adecuadamente desde una determinada manera de vivir en que se distinga claramente el bien del mal; lo bueno, éticamente hablando, nos pone en relación con el Reino de Dios, y lo malo nos aleja de Dios y su justicia. El conocimiento de la voluntad de Dios no es algo aséptico a lo que se pueda llegar de una manera abstracta, independientemente de dónde tengamos puesto el corazón, los deseos y los intereses. La sintoní­a con Dios solo es posible desde una purificación del corazón y la nueva mentalidad fruto de la conversión; en consecuencia, el primer paso para adentrarnos en los caminos del Espí­ritu es dejar la vida de pecado y progresar en la gracia. Esto tan sencillo y básico está bastante olvidado, y por eso nos encontramos con el contrasentido y la incoherencia de querer avanzar en el camino de Dios sin haber puesto el fundamento. Sin conversión no se puede avanzar en los caminos del Espí­ritu.

b) La referencia permanente de Jesucristo
Lo fundamental para el cristiano es el encuentro con el Dios de Jesús en lo cotidiano de la vida; el camino para llegar al Padre y para descubrir la hondura de lo humano es Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. El aprendizaje principal en la catequesis consiste en situar a Jesucristo y su Evangelio como el centro de la vida; esto no es posible sin entrar en comunión con la persona, el mensaje y la causa de Jesús de Nazaret. El seguimiento de Jesús, la vivencia de los misterios de su vida y la apertura al Espí­ritu es lo que nos hace renacer a los valores, criterios y actitudes del hombre nuevo. La vida cristiana consiste en la constante y progresiva configuración en, con y por Jesucristo. La evangelización debe realizarse de forma que “alcance y transforme los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las lí­neas de pensamiento, las fuentes y los modelos vitales” (EN. 19). La referencia permanente a Jesucristo no define tanto la tensión de nuestro caminar hacia El, cuanto el “dejarnos alcanzar” por El para que nuestra existencia sea una respuesta de fe. Esta verdad de fondo conlleva una pastoral más oracional, experiencial y centrada en la maduración de la actitud religiosa. El cultivo de la vida espiritual constituye el núcleo de la acción pastoral de la Iglesia.

c) La vocacional como la perspectiva de toda la pastoral
Por vivencia vocacional de la fe entendemos la formulación de la vida cristiana desde las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) que dan unidad a la persona y llevan a la sí­ntesis fe-vida. Los procesos catecumenales por su propia naturaleza apuntan a una vivencia vocacional de la fe como fructificación del Bautismo y de la Confirmación. Esta meta constituye la perspectiva más idónea para plantear las acciones pastorales de la Iglesia; el aspecto que globaliza y unifica la pastoral en y de la Iglesia es lo vocacional. Ayudar a cada cristiano a descubrir y responder a la voluntad de Dios es el objetivo último que focaliza toda la acción pastoral. Esta perspectiva ayudarí­a mucho a centrarse en lo fundamental y a dar unidad a tantos proyectos y actividades que funcionan con escasa conexión entre ellos y con poca coherencia interna.

c) Una pedagogí­a de la fe en clave de personalización
Las dos grandes fidelidades del evangelizador son la fidelidad al mensaje que transmite y la fidelidad a las personas que acompaña. La personalización de la fe evita el subjetivismo que ignora la objetividad de la revelación y al mismo tiempo, valora y respeta el proceso de maduración de cada persona. Hay que personalizar las grandes experiencias de fe que tienen un carácter estructurante de la personalidad cristiana; nos referimos a las experiencias de conversión, de seguimiento de Jesús, de análisis crí­tico-creyente de la realidad, de compromiso con el Reino, de experiencia oracional de Dios, de identificación eclesial y de disponibilidad vocacional.

Es prácticamente imposible que estas experiencias del proceso de fe se puedan vivir sólo con las aportaciones del grupo; siendo el grupo imprescindible, necesita ser complementado con el acompañamiento personal. El creyente que se está haciendo necesita a su lado otro creyente, en condiscipulado, que le ayuda desde su sí­ntesis personal a ir creando las condiciones necesarias para que el Espí­ritu Santo pueda actuar en su corazón. Los modos de hacer de Dios nos sorprenden y sobrepasan; necesitamos conocer la “gramática” con la que Dios habla por medio con la ayuda de un maestro de espiritualidad que, desde la cercaní­a, nos ayuda a no autoengañarnos y a responder con sinceridad. La veracidad de que lo que vivimos es auténticamente una experiencia cristiana de fe es lo que más nos debe importar. La personalización de la fe “ayuda a los jóvenes a preguntarse y descubrir el sentido de la vida, a descubrir y asimilar la dignidad y exigencias de ser el cristiano, les propone las diversas posibilidades de vivir la vocación humana en la Iglesia y en la sociedad y les anima y acompaña en su compromiso por la construcción del Reino” (OPJ 15; Cfr. Ch L 54).

e) El discernimiento comunitario
La práctica comunitaria del discernimiento es muy beneficiosa, tanto para el dinamismo espiritual del grupo, como para la toma de decisiones de forma corresponsable en temas importantes.

Es imposible el discernimiento comunitario si los integrantes del grupo no tienen práctica en el discernimiento personal. Requiere tiempo suficiente, ambiente adecuado, manejo de los datos, actitud de disponibilidad, libertad de espí­ritu y oración compartida. El animador del grupo debe asegurar que se dan los presupuestos para el discernimiento y que se sigue el procedimiento adecuado. Las personas que intervienen en el discernimiento comunitario han de tener claro las claves de lectura de las mociones y los modos de tomar las decisiones para que en el grupo se pueda dar el asentimiento de corazones. No se trata de defender los puntos de vista personales, sino de conocer la voluntad de Dios y de concretarla de la manera más evangélica que se pueda. Discernir comunitariamente tiene que ver más con la búsqueda y acogida de “lo que agrade más a Dios” que de la prevalencia de una opinión mayoritaria; por lo mismo, lo que cada hermano ve y propone no es una opinión más sino una propuesta desde la experiencia de Dios y desde las urgencias del Reino. El Espí­ritu Santo -si se le deja actuar- es capaz de abrir las mentes y de conjuntar las miradas y los corazones en una respuesta común. Las posibilidades de humanización personal y la liberación integral para los más desfavorecidos son los criterios que avalan el que lo escogido es voluntad de Dios. Y esto vivido con paz y alegrí­a en el corazón.

f) Acompañamiento personal
Es el cauce normal para que un creyente en proceso de formación y maduración de fe aprenda a discernir. El ámbito principal de aplicación del discernimiento es la vocación personal a la que cada uno se siente llamado por Dios en la Iglesia y en este mundo. Antes de llegar al discernimiento vocacional hay que acompañar otras experiencias estructurantes de la vida cristiana, tales como la conversión, el camino de oración, el análisis crí­tico creyente de la realidad, el sentido comunitario de la fe y la disponibilidad vocacional. La fe que se descubre en el seguimiento de Jesús coge a la persona entera; este carácter totalizante de la actitud religiosa pide la presencia cercana de alguien que nos ayude a ir aprendiendo la “gramática” con la que Dios habla, a asumir el pasado, a configurarse como creyente y a mirar al futuro con decisión y esperanza. El paso de Dios por la vida de las personas y los caminos del Espí­ritu sorprenden y desconciertan en no pocas ocasiones; el acompañante espiritual nos ayuda a ir dando nombre a todo lo que ocurre en nuestro interior, a confirmar lo que es de Dios, a desvelar los autoengaños y a responder a los nuevos retos. Por la misma naturaleza de la catequesis y las exigencias de la fe madura, no se puede ser catequista de jóvenes sin tener experiencia de acompañamiento personal.

g) Conocer y seguir un método de discernimiento
El discernimiento es una experiencia común que ha sido abordada por diferentes maestros espirituales y se ha concretado en escuelas distintas según las épocas y sensibilidades de los que las formularon. Algunas espiritualidades han hecho del discernimiento el elemento básico de la configuración y el crecimiento de la fe. Da la impresión de que muchos cristianos hablan de la vida espiritual en términos genéricos y confusos; incluso, cuando en el proceso de crecimiento de fe se llega a un determinado punto ya no se sabe avanzar, pues no se conoce bien lo que pasa y tampoco se disponen de las herramientas que permitan manejar la situación. La vida espiritual tiene su lógica interna, requiere un proceso largo, pasa por etapas muy distintas y precisa de acompañamiento personalizado. Los educadores de la fe deberí­amos saber responder con precisión a esta cuestión: ¿qué tiene que pasar en el interior de un catecúmeno para que llegue a madurar en la fe?. Conocer y acompañar este proceso es lo más importante; quizás formulamos muchos proyectos pastorales, pero sabemos poco de los procesos interiores de fe.

Para abordar en profundidad este tema, el conocimiento de algún método o escuela de espiritualidad nos permite concretar y avanzar con pedagogí­a. No nos quepa duda, ayudar a la experiencia cristiana y a que la actitud religiosa madure debe ser hilo conductor de toda la acción pastoral de la Iglesia; y la madurez en la fe tiene que ver directamente con la práctica del discernimiento cristiano a nivel personal, comunitario y pastoral.

BIBL. – BOFF, L, El destino del hombre y del mundo, Sal Terrae 1985; BoRos, L., El discernimiento de espí­ritus: Conc 129 (1977) 368-375; CASTILLO, J. Discernimiento, Conceptos Fundamentales de Pastoral, Cristiandad 1983, 264-272; CASTAí‘O, C., Psicologí­a y orientación vocacional, Marova 19902; GONZíLEZ VALLES, C., Saber escoger. El arte del discernimiento, Sal Terrea 1984; MARTíNEZ, J. M., El educador y su función orientadora, SPx 1980; ORTA, M., Diálogo Pastoral con adolescentes, PPC 1988; PIKAZA, J, El discernimiento de espí­ritus en el Nuevo Testamento: VR 285 (1975) 259-271; Ro1AS, J, Metodologí­a para practicar el discernimiento, Buena Prensa, México 1985; Ruiz JURADO, M, El discernimiento cristiano, BAC 1995; SASTRE, j, El discernimiento vocacional, San Pablo 1996; SOBRINO, J, El seguimiento de Jesús como discernimiento: Conc 139 (1978) 517-529; UREí‘A, E. M., Discernimiento cristiano, psicoanálisis y análisis marxista: Conc 139 (1978).

Jesús Sastre

Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios “MC”, Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001

Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización

El “discernimiento espiritual”, una palabra muy conocida para la Biblia y la tradición espiritual cristiana, es el esfuerzo por evaluar, distinguir, localizar, entre las distintas actitudes humanas, las que proceden y las que no proceden de un movimiento interior del Espí­ritu Santo. Todo aquello que de auténtico se hace en la Iglesia emana de la escucha del Espí­ritu. Por cada gesto genuinamente eclesial se puede repetir el estribillo que marca las siete cartas dirigidas a las Iglesias, recogidas en los primeros capí­tulos de! Apocalipsis: “El que tenga oí­dos, que escuche lo que el Espí­ritu dice a las Iglesias”. Pero hay distintas formas de escucha. A veces la escucha es un “reconocimiento”, cuando consiste en ver, acoger y proclamar las fundamentales realidades cristianas que componen la esencia misma de la vida eclesial, es la actitud de escucha frente a realidades como la Palabra, la eucaristí­a, la comunidad, el ministerio pastoral: en estos casos, “escuchar” significa reconocer la voz del pastor, según Juan. Otras veces, en cambio, la escucha adquiere más especí­ficamente la forma de un “discernimiento”: en este caso, el objeto inmediato ya no es simplemente una realidad divina que hay que reconocer como normativa para la propia vida, sino un comportamiento humano, un fenómeno histórico, una decisión comunitaria, de la que uno se pregunta si, cómo, hasta qué punto, en qué condiciones y con qué consecuencias se realizan en la historia los perennes valores que Cristo ha confiado a la Iglesia.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

El término “discernimiento” (diákrisis) se usa en la espiritualidad como capacidad de distinguir los espí­ritus; tiene una importancia capital en la tradición espiritual. En el evangelio aparece como capacidad de leer ” los signos de los tiempos” (Mt 16,3), en el sentido de reconocer a Jesús como signo por excelencia. Para Pablo el discernimiento de los espí­ritus es un poder y un carisma (Rom 12,10), la facultad de leer y de juzgar el discurso profético y las tensiones en las relaciones fraternas (1 Cor 14,29. 6,5): en una palabra, es el don de “distinguir lo bueno y lo malo” (Heb 5,14).

En la tradición del desierto “el discernimiento es una segura percepción de la voluntad de Dios en todas las ocasiones, en todo lugar y en cualquier circunstancia; se encuentra en los que son puros de corazón, de cuerpo y de labios” (Juan Clí­maco, escalá del paraí­so, 26, 1). Efectivamente, entre los maestros espirituales, en el camino espiritual de una persona los demonios se transforman de ordinario en ángeles de luz (2 Cor 11,14), cuando experimentan la ineficacia de las tentaciones habituales, bien presentándose ante ellos en esta función a través de sueños y de visiones, bien inspirándoles pensamientos aparentemente buenos que sin embargo arrastran a la perdición. Entonces, el discernimiento no tiene sólo una connotación moral en la distinción entre el bien y el mal, o entre lo que está bien y lo que está mal en una persona determinada, sino que es un discernimiento de espí­ritus propiamente dicho. Según Diadoco de Fotica es obra del Espí­ritu Santo “la lámpara de la ciencia, encendida continuamente en nosotros”, que “purifica la mirada del alma”, por medio de la cual “los asaltos duros y tenebrosos de los demonios no solamente son claros al espí­ritu, sino que pierden mucho de su vigor al quedar iluminados por la luz santa y gloriosa del Espí­ritu” (Cien consideraciones sobre la fe, 28). En efecto, en el camino espiritual, “con la consolación del Espí­ritu Santo n también ” Satanás consuela al alma como con cierto sentimiento de falsa dulzura”. Entonces, cuando ” el engañador se da cuenta de que el espí­ritu se aplica al santo nombre del Señor Jesús…, se retira de sus asechanzas y desde aquel momento combate contra el alma a campo abierto. En consecuencia, reconociendo exactamente las mistificaciones del maligno, el espí­ritu progresa cada vez más en la experiencia del juicio” (Ibí­d., 31). La experiencia del discernimiento es, por consiguiente, inseparable del don del Espí­ritu Santo, dador de la caridad espiritual que nos guí­a mediante la oración y la ascesis para que nos apoderemos del “carisma del discernimiento de espí­ritus”, a fin de “conocer lo que concierne a cada uno de los demonios…n y poder de este modo rechazarlos (Atanasio, Vida de Antonio, 22).

Según Evagrio Póntico, se necesita ” una larga observación” para adquirir una intuición espiritual y lograr distinguir entre ” pensamientos angélicos, pensamientos humanos y pensamientos que nos vienen de los demonios” (Tratado práctico, 51). En la tradición espiritual antigua hay fundamentalmente dos modos de practicar el discernimiento: uno especialmente de tipo intelectual, controlando los pensamientos que sugiere el demonio (Evagrio), con la ayuda de padres espirituales expertos; el otro, observando el comportamiento que la acción de los espí­ritus crea en el alma (Antonio).

La regla de oro del discernimiento de las buenas apariciones, según Antonio, es que hacen brotar “un gozo inefable, buen humor, coraje, renovación interior, firmeza de pensamientos, fuerza y amor a Dios”; las otras, por el contrario, traen “pavor del alma, agitación y desorden de pensamientos, tristeza. odio contra los ascetas, pereza…, malos deseos, pusilanimidad para las virtudes y desarreglo de las costumbres” (Vida de Antonio, 36).

Según Juan Clí­maco, el primer discernimiento que se presenta a la persona en el camino espiritual tiene tres grados en la experiencia de las virtudes, sobre los que hay que practicar un continuo examen dé conciencia “con la ayuda del maestro”. Un “alfabeto” – dice el autor de la Scala paradisi – que todos sin distinción tienen que practicar: obediencia, ayuno, cilicio, cenizas, lágrimas, confesión, silencio, humildad, vigilias, coraje, frí­o, cansancio, pena, humillación, contrición, olvido de las ofensas, amor fraterno, dulzura, fe simple y sin deseos de indagar, desinterés por las cosas del mundo, indiferencia exenta de odio con los parientes, insensibilidad, simplicidad inocente, humillación voluntaria.

El programa y la materia de examen para los avanzados en el progreso espiritual, son: la huida de la vanagloria, la ausencia de cólera, la firme esperanza, la hesichí­a, el discernimiento, el recuerdo continuo del juicio, la compasi6n, la hospitalidad, la moderaci6n en los reproches, la oraci6n en la impasibilidad, el despego del dinero.

El discernimiento se refiere en primer lugar al conocimiento de la santa voluntad de Dios. Discernirla representa un arte que no está al alcance de todos. S61o las personas dotadas de discreci6n y de un don especial del Espí­ritu Santo, recibido por todos los que hayan alcanzado un grado muy alto de perfecci6n, son capaces de hacer un rápido diagn6stico y preciso en orden a un discernimiento tan difí­cil como es la voluntad de Dios sobre una persona. Entre los autores antiguos, estas personas fueron llamadas “padres espirituales n, no necesariamente sacerdotes, y “madres espirituales” Dotado de sencillez y de humildad,. dispuesto a escuchar y a consultar a los demás, el “padre espiritual” se hace “diacrí­tico”, capaz de registrar los ” movimientos del alma”, de “leer en el coraz6nn de su “hijo espiritual” y de guiarlo en aquella “lucha invisible” contra los malos pensamientos que intenta fundamentalmente la renuncia a sí­ mismo. El mejor padre espiritual será aquel que logre transformar al hombre de esclavo de su propia vanidad en hijo de Dios, buscando solamente la voluntad de Dios en todo, la “contemplaci6n de la Providencia”.
T. Z. TenSek

Bibl.: M. Vidal, El discernimiento ético, Cristiandad, Madrid 1980; G. M. Columbás, El discernimiento de espí­ritus, en El monacato primitivo, 11, BAC, Madrid 1975; 250256; AA. VV., Discernimiento de espí­ritus, en Concilium 139 (1978); P. Penning de Vries, Discernimiento. Dinámica existencial de la doctrina y del espí­ritu de san Ignacio de Loyola, Mensajero, Bilbao 1967

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

SUMARIO: I. El discernimiento espiritual en el dinamismo de la experiencia cristiana: 1. El dinamismo de la existencia cristiana: 2. El discernimiento entre las tensiones y las ambigüedades de la existencia – 1I. El discernimiento espiritual en la Sagrada Escritura: 1. Actitud crí­tica del cristiano para avanzar por el camino de Dios; 2. Búsqueda de la autenticidad cristiana: 3. Criterios de discernimiento según san Pablo – lll. El discernimiento personal: 1. Relación dialéctica entre discernimiento personal y comunitario: 2. El itinerario del discernimiento personal según san Ignacio de Loyola – IV. El discernimiento comunitario: 1. En qué consiste: 2. Sus fundamentos, 3. Condiciones psicológico-espirituales: 4. Técnica del discernimiento comunitario.

1. El discernimiento espiritual
en el dinamismo de la experiencia cristiana
La instancia del discernimiento espiritual nace de la experiencia que el cristianismo realiza de su vida de fe en Cristo, en la Iglesia y en el mundo. La complejidad de las situaciones en que es llamado a vivir y obrar para llevar a cabo el plan de Dios respecto a sí­ mismo y a los demás, le imponen una atenta consideración de los impulsos y de las motivaciones que le inducen a determinadas opciones. Dios llama a cada hombre y a cada grupo de personas reunidas en su nombre con una vocación particular, que se inserta en el contexto de la misión que él confí­a al pueblo que se ha elegido. Lo que es bueno para uno no es bueno para otro, y lo que es mejor para uno no siempre lo es para otro. De ahí­ nace el problema: ¿Cómo reconocer los signos de Dios en una determinada situación y, sobre todo, frente a ciertas opciones?
1. DINAMISMO DE LA EXISTENCIA CRISTIANA – La existencia cristiana no es una realidad estática. Es vida y, como tal, posee todas las caracterí­sticas de la vida. La vitalidad cristiana la experimentamos en nuestra vitalidad existencial, constituida por pensamientos, sentimientos, actividades, tendencias y relaciones con los demás, con las cosas, con el mundo y con la sociedad. La existencia cristiana tiene en nosotros su nacimiento y su desarrollo continuo. En el origen de esta nueva existencia, como enseña san Pablo (Rom 3,6.8), está la fe en Jesucristo, el bautismo y el don del Espí­ritu Santo: tres realidades que se integran recí­procamente y suscitan en nosotros una acción vivificadora y santificadora de Dios, el cual establece una relación dinámica con nuestra existencia, llamándola a la salvación. La trí­ada -fe, esperanza y caridad (1 Tes 1,2s: 5,8-10: 1 Cor 13,13: Col 1,4s)’ constituye la dimensión fundamental en que la existencia cristiana se manifiesta, realiza y crece en nosotros. El bautismo, como “sacramento de la fe”, expresa también en el plano sensible la muerte y la resurrección de Cristo con el simbolismo eficaz de su rito (Rom 6,3-11), hace participar con plena responsabilidad de la vida eclesial para formar un solo cuerpo en Cristo (1 Cor 12,13) y hace pasar de una existencia de tinieblas a una existencia de luz (Ef 5,8.14), que impone el paso de la muerte al pecado a la vida nueva en Cristo (Rom 6,11-12). Convertido en luz, el cristiano debe caminar como hijo de la luz. Esto le impone la tarea de discernir para percibir continuamente la voluntad de Dios (Ef 5.8.10.17). Ello lo consigue en la medida en que ha recibido el don del Espí­ritu, agente divino en él, principio dinámico y norma de su obrar (Rom 8). El Espí­ritu divino entabla con el espí­ritu humano un diálogo misterioso, que obliga al hombre a una continua confrontación para dar una respuesta dócil que lo lleve a un constante dinamismo de transformación interior y de renovación, capaz de permitir reconocer el sendero que traza Dios y seguirlo’. Por tanto, el discernimiento espiritual se impone como una constante de la vida del cristiano para pasar de la edad infantil de la fe a la del hombre perfecto o maduro’ [ /’Madurez espiritual].

2. El. DISCERNIMIENTO ENTRE LAS TENSIONES Y LAS AMBIGÜEDADES DE LA EXISTENCIA – Así­ pues, para que la existencia cristiana pueda desarrollarse en su autenticidad, es necesario una continua confrontación entre los impulsos y la guí­a de Dios, que se revela en Cristo, en la Iglesia, y los tirones de los instintos humanos o de las potencias del mal, que son contrarias al Espí­ritu de Dios. No es fácil distinguir entre la acción del Espí­ritu de Dios, la del espí­ritu humano y la del espí­ritu malo’. Ante todo, la vida interior del hombre es compleja, y “éste, por error, puede considerar como una manifestación de lo absoluto o de Cristo algo que, de hecho, no es más que fruto de una elaboración subjetiva”‘. La dificultad proviene también de que, estando el Espí­ritu de Dios presente en nuestro espí­ritu humano, el espí­ritu malo intenta imitar al Espí­ritu de Dios para engañar al hombre y apartarle así­ del plan de salvación.

Pablo dice que si, mediante el Espí­ritu, damos muerte a las acciones pecaminosas de nuestro yo, viviremos: “En efecto, cuantos son guiados por el Espí­ritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Rom 8,14). Pero nuestra tendencia al pecado y a la enemistad con Dios (Rom 8,7) subsiste incluso después de habernos justificado Dios mediante la fe y el bautismo. También Jesús, inmediatamente después del bautismo, fue tentado por Satanás a abusar de su poder mesiánico, desviándolo del fin para el cual se lo habí­a Dios concedido. Esta experiencia de Jesús se repite en la vida del cristiano. Este siente el poder del espí­ritu malo, que intenta separarle de Dios, sacarle de su plan o al menos disminuir su capacidad de obrar el bien. Por eso Pablo pone en guardia a los efesios: “Revestí­os de la armadura de Dios para que podáis resistir las tentaciones del diablo” (6,11). Hay que tomar en serio el combate espiritual: “Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espí­ritus malos que andan por los aires” (Ef 6,12)0.

A veces la acción del poder del mal es muy sutil. Se encamina a proponer acciones o actitudes a primera vista buenas, pero para llevar a consecuencias malas, siguiendo la táctica de la exageración: abusar de la propia libertad por el hecho de ser don de Dios, exagerar en la penitencia para llevar luego al cansancio y al rechazo de la vida espiritual; dejarlo todo y a todos, radicalizando la enseñanza evangélica para exonerar de responsabilidades personales y sociales; usar para la propia gloria los dones recibidos de Dios para la edificación de la Iglesia, etc. Satanás, como dice san Juan, es el “padre de la mentira” (8,44): por eso debemos “distinguir el espí­ritu de la verdad y el espí­ritu del error” (1 In 4,6). Por lo demás, la historia de la Iglesia enseña que algunos dones auténticos del Espí­ritu no han podido desplegar toda su eficacia o han sido incluso desviados del bien, ya sea porque quienes los poseí­an no supieron discernir entre inspiración de Dios, impulsos y deseos humanos o desviaciones operadas por Satanás [ /’Diablo/exorcismo], ya sea porque quienes tení­an la misión de guiar estos dones más bien los apagaron.

II. El discernimiento espiritual
en la Sagrada Escritura
Buscar en la Escritura qué es el discernimiento espiritual significa recorrerla en su totalidad. Más que una teorí­a sobre el discernimiento, en la Escritura se encuentra un discernimiento en acción, inflen; por una parte, el discernimiento que Dios lleva a cabo en la historia de Israel o en la Iglesia; por otra, lo que el hombre hace para entrar por el camino de la fe y de la justificación y para aumentar la operatividad de su existencia cristiana en la Iglesia y en el mundo’.

1. ACTITUD CRíTICA DEL CRISTIANO PARA AVANZAR POR EL CAMINO DE Dios – En el AT Dios elige: a Adán (Gén 2,17), a Abrahán (Gén 12,4), al pueblo de Israel (Ex 19,8; 24,3; Jue 24,15; Dt 28,1,15…), a los soberanos y a los caudillos del pueblo. Para responder a esta elección, es preciso liberarse de motivos y condiciones oscuras y comprometerse en un camino continuo de búsqueda de fe. Tanto más que junto a la voz de Dios está la del pecado (Gén 4,7) y la de Satanás, adversario de Dios, también ella llena de misterio’. Para el pueblo elegido se trata de aceptar la visión misma de Dios, su discernimiento. Esto implica dos momentos: el de la pasividad, es decir, dejarse guiar por él, recordar sus beneficios, dar gracias, volver a los orí­genes para comprender nuevamente su vocación, fortalecerse en la confianza de la promesa; el de la actividad, de compromiso, de búsqueda de lo nuevo, siempre bajo la guí­a de Dios.

El discernimiento de “espí­ritus” o de “inspiraciones” se encuentra a lo largo de todo el NT, particularmente en san Pablo. Además de la mención explí­cita de la diakrisis pneumaton, del “discernimiento de espí­ritus” (1 Cor 12,10), se usa el verbo dokimazein y términos afines, krino/krisis y la rica serie de vocablos contenida en Flp 1,3-11; Col 1,9-14; Ef 1,15-23; 4,11-16; Rom 12,1-8. El verbo dokimazein expresa el significado fundamental del discernimiento, a saber: el de probar, catar, examinar. La necesidad del discernimiento proviene de la instancia crí­tica del cristiano sobre el horizonte escatológico. En efecto, la existencia cristiana se caracteriza, por un lado, por la aceptación de la fe con el compromiso que implica y, por otro, por la inminencia del juicio. La vida del hombre y de la comunidad está sujeta al examen de Dios, en el cual hay que ofrecer una buena prueba; el juicio final es el resumen de este examen (1 Cor 3,13; Sant 1,12). Por esto es Dios ante todo el que “discierne” el corazón del hombre; Dios en la historia es el dokimazon tas kardias hemon, es el “Dios que sondea nuestros corazones” (1 Tes 2,4).

En los sinópticos, aunque sin un término que la especifique, tenemos la realidad del discernimiento, que consiste sustancialmente en “reconocer” en la persona y en la acción de Jesús el poder del Espí­ritu de Dios y la derrota del espí­ritu del mal. Jesús es signo de contradicción (Lc 2,34) y, por tanto, objeto de discernimiento; quienes lo acogen descubren en él los caminos del Espí­ritu; los demás siguen leyendo las Escrituras sin comprenderlas y ven pasar a Jesús sin reconocer que Dios está en él.

Para los Hechos de los Apóstoles, más allá de toda teorí­a, la dinámica del discernimiento está clara: “El Espí­ritu de Dios se impone con su misma fuerza y aporta su luz; sus iniciativas son siempre maravillosas y a veces desconcertantes, pero nunca turbulentas y desordenadas; su acción se ejerce siempre en la Iglesia, cuya paz y expansión asegura; su obra consiste en dar a conocer y en irradiar el nombre del Señor Jesús”.

2. BÚSQUEDA DE LA AUTENTICIDAD CRISTIANA – Para san Pablo, el discernimiento es parte imprescindible de la búsqueda dinámica de la autenticidad cristiana, por lo cual es preciso mantenerlo siempre en acción. Hay que distinguir las mociones que llevan la impronta del Espí­ritu Santo de las que le son contrarias. Mociones, o sea sentimientos, experiencias, actitudes, impulsos hacia determinadas opciones, etc. Todo cristiano que haya experimentado el Espí­ritu ha de habituarse a esa percepción espiritual, a esa finura del espí­ritu que le mantiene en su identidad. A algunos el Espí­ritu les concede el carisma del “discernimiento de espí­ritus” (1 Cor 12,10), es decir, la capacidad de reconocer si una determinada inspiración viene del Espí­ritu divino o del espí­ritu del mal. Mas a todos los creyentes se les da el “don del Espí­ritu”, que se recibe radicalmente con la fe y el bautismo, y que “habita en nosotros” (Rom 8,9) y nos guí­a, haciéndonos vivir como hijos de Dios (Rom 8,14). El Espí­ritu es, pues, el elemento constitutivo de nuestro ser de cristianos y el principio dinámico y la norma de acción, constituyéndonos hijos “en la Iglesia” (1 Cor 12,13)”. Para san Pablo, el discernimiento es la virtud del tiempo de la Iglesia, situado entre el hecho de la muerte y resurrección de Cristo y la parusí­a. Caracteriza a la Iglesia de los “últimos tiempos” (1 Cor 10,11), perí­odo en el cual hay que afrontar el “presente siglo malo” (Gál 1,4). El cristiano no puede conformarse según el a “mundo”; debe superarlo, aunque sea en la prueba y en la aflicción. Con la superación de estas pruebas y tribulaciones, mediante un atento discernimiento, el cristiano manifiesta su autenticidad en una “fe purificada” y aprobada por Dios, en una “esperanza probada” en la oscuridad del tiempo presente, en una “caridad filial”, “derramada en nuestros corazones por medio del Espí­ritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,3-5). El cristiano no se somete a las pruebas de la vida, sino que las discierne para descubrir en ellas la voluntad de Dios, el cual permite que formen parte de la pedagogí­a de la salvación. Ante los tiempos escatológicos, las pruebas y las tribulaciones asumen el significado de anticipación, en el tiempo de la Iglesia, del discernimiento final y se convierten en participación del juicio escatológico ya realizado en la muerte y resurrección de Cristo”.

El discernimiento, en su aspecto moral, tiene por objeto la “voluntad de Dios” (Rom 12,2), el imperativo moral que impone una vida santa y grata a Dios (1 Tes 4,1-3). Este imperativo implica un camino de conversión continua. El “conocimiento” de que habla a menudo san Pablo (Flm 5-6; Ef 1,15-18; 4,13; Flp 1,9; Col 1,9-10) representa justamente este carácter dinámico de progreso y de crecimiento, que interioriza y conduce a un nivel cada vez más alto la fe, la esperanza y la caridad” Analizando el acto concreto del discernimiento, Therrien dice que es al mismo tiempo uno y complejo, humano y divino, personal y eclesial, “en situación” e inserto en el plan único de salvación, que mira a la edificación de los hermanos y está ordenado a la gloria de Dios, realizado en el tiempo, pero que participa ya del juicio escatológico “.

3. CRITERIOS DE DISCERNIMIENTO SEGÚN SAN PABLO – San Juan, en su primera carta, pone en guardia a los cristianos para que adopten una actitud crí­tica frente a las inspiraciones: “Queridí­simos, no os fiéis de todo espí­ritu, sino examinad los espí­ritus, a ver si son de Dios” (4,1)”. Mas ¿cuáles son los criterios por los que podemos estar seguros de que una determinada inspiración viene efectivamente de Dios? De la doctrina paulina se obtienen algunos de estos criterios16:

a. Los frutos. El espí­ritu bueno y el malo se reconocen por sus frutos: “Las obras de la carne son manifiestas: fornicación, impureza, lujuria… Por el contrario, los frutos del Espí­ritu son: caridad, alegrí­a, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia” (Gál 5,14-22; cf Ef 5,8-10; Rom 7,4-5.19-20).

b. La comunión eclesial. Los dones auténticos del Espí­ritu son los que edifican la Iglesia (1 Cor 14,4.12.26). Los carismas son dones fecundos para la Iglesia; sobre todo la profecí­a, la cual es una palabra eficaz que da paz, ánimo y confianza.

c. La fuerza en la debilidad. El Espí­ritu se manifiesta con signos de poder: milagros, seguridad para proclamar la palabra de Dios y afrontar las persecuciones (1 Tes 1,4-5; 2 Cor 12,12). Son signos que resultan tanto más auténticos cuanto más contrastan con la debilidad del apóstol (2 Cor 2,4; 12,9).

d. La inmediatez de Dios. Seguridad de una vocación divina en la docilidad eclesial. Por una parte, Dios da la certeza de su vocación (Rom 1,1; Gál 1,15; Flp 3,12) y, por otra, esa llamada debe ser autenticada por la comunidad eclesial (Gál 1,18) y por sus responsables.

e. La luz y la paz. Los dones del Espí­ritu no son impulsos ciegos que suscitan dificultades y desorden (1 Cor 14,33). Esto vale no sólo de las manifestaciones extraordinarias, sino también de las mociones interiores: “La tristeza que es según Dios causa penitencia saludable e irrevocable, mientras que la tristeza del mundo engendra la muerte” (2 Cor 7,10), “porque el pensamiento de la carne es muerte, pero el pensamiento del espí­ritu es vida y paz” (Rom 8,6; cf 14,17-18).

f. La comunión fraterna. Es el criterio más seguro e importante que revela los signos de la presencia del Espí­ritu (1 Cor 13). La caridad hace también respetar y amar los carismas de los otros (1 Cor 12).

g. ¡Jesús es el Señor! El criterio supremo del discernimiento es el alcance y las consecuencias que ciertas mociones o actitudes tienen respecto a Jesús: “Nadie, hablando en el Espí­ritu de Dios, dice: ‘Maldito es Jesús’, ni nadie puede decir: ‘Jesús es el Señor’, sino el Espí­ritu” (1 Cor 12,3). Confesar que Jesús es el Señor no es sólo pronunciar una fórmula, sino descubrir el secreto de su persona, proclamar su divinidad, adherirse a él por la fe y el amor, lo cual no es posible más que con la gracia del Espí­ritu Santo.

III. El discernimiento personal
Distinguimos entre discernimiento personal y discernimiento comunitario. Por el primero entendemos la búsqueda de la voluntad de Dios realizada por una persona particular; por el segundo, la realizada por la comunidad o por un grupo de personas unidas por un ví­nculo particular y, en última instancia, por la Iglesia.

1. RELACIí“N DIALECTICA ENTRE DISCERNIMIENTO PERSONAL Y COMUNITARIO – LOS dos aspectos, personal y comunitario, son distintos, pero no están separados. El segundo supone el primero, porque una comunidad o un grupo puede ponerse en situación de discernimiento en la medida en que los individuos hayan hecho o hagan en su vida una experiencia profunda de la búsqueda de Dios y se dejen guiar por el Espí­ritu en sus opciones. También el primero supone el segundo, al menos de forma embrionaria, en cuanto que la escucha de Dios en la vida personal pasa necesariamente a través de la mediación de la Iglesia, que lee los signos de los tiempos de la sociedad en que se vive. La expresión mí­nima de esta mediación está constituida por el diálogo con el consejero o director espiritual. Cuando nos sentimos inspirados a tomar una opción determinada o una determinada orientación espiritual, es preciso medir estos impulsos con dos criterios fundamentales: la conformidad con la palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia (dejarse juzgar por la fe de la Iglesia: Rom 12,6; 1 Cor 14,29-32; 1 In 4,2) y el servicio para la edificación de la Iglesia y de la sociedad (es el fin para el cual el Espí­ritu Santo otorga los dones: 1 Cor 12,7; 14,12.26; lo contrario de la edificación es la división, que no puede venir del Espí­ritu: 1 Cor 1,10-13).

La mediación del consejero espiritual tiene por fin objetivar las experiencias y la mociones personales”, aclarar lo que quizá se advierte de modo confuso y situarse en un horizonte eclesial en el cual tomar conciencia de que el Espí­ritu es único y no puede contradecirse [.–n Padre espiritual].

2. EL ITINERARIO DEL DISCERNIMIENTO PERSONAL SEGÚN SAN IGNACIO DE LOYOLA –
Entre los numerosos autores espirituales que han tratado del discernimiento”, san Ignacio de Loyola ocupa un puesto relevante debido a la experiencia espiritual que tuvo de la alternancia de diversas mociones espirituales a partir de su conversión”, experiencia que describió en sus Ejercicios espiritualesRO, los cuales están guiados enteramente por el discernimiento espiritual con vistas a una elección de vida que ha de hacerse para la mayor gloria de Dios (nn. 169-189). Veamos los elementos más destacados de este itinerario:

a) Conquistar la libertad interior, don del Espí­ritu Santo. Toda predeterminación o prejuicio bloquea el proceso de conocimiento y de búsqueda de la voluntad de Dios. Por eso hay que “vencerse a uno mismo y ordenar la vida sin dejarse determinar por ningún afecto desordenado” (n. 21; 1). No hay que ocultar la dificultad que existe para llegar a una mirada de fe y a un impulso de amor tan purificados. Es preciso estar animado por el deseo del “magis” (n. 23) para emprender este itinerario “con gran ánimo y liberalidad con su
Creador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su Divina Majestad, así­ de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santí­sima voluntad” (n. 5). Toda la persona debe dedicarse a discernir entre la diversidad de las mociones espirituales, sobre todo su afectividad profunda para “sentir y gustar de las cosas interiormente” (n. 2).

b) Escucha de la palabra y compromiso dinámicos. Dios se comunica mediante la palabra que libera; el hombre debe colaborar con su adhesión personal. Por eso san Ignacio dice: “demandar la gracia que quiero” (n. 91). Por una parte, es preciso pedir, sabiendo que no puede uno dar por sí­ mismo lo que se busca en el plano de la salvación y de la perfección cristiana; por otra, hay que desear lo que se pide, con una participación comprometida de toda la persona en la acción de Dios.

c) Prontitud para el cambio. El discernimiento supone la prontitud para cuestionarse frente a la interpelación de la palabra de Dios y estar dispuesto a cambiar lo que sea en la vida personal, social o comunitaria. Sólo Dios es lo absoluto y lo inmutable; todo el resto (“las cosas creadas”, n. 23) es relativo, y frente a ello “es menester hacernos indiferentes” (n. 23). La indiferencia es la actitud positiva consistente en optar fundamentalmente por Dios y por su plan sobre nosotros, por lo que todo el resto se vuelve innecesario y sólo se acoge en la medida en que sea manifestación de la voluntad divina. Esto implica saber poner en discusión toda opción, preferencia o seguridad que no encuentre confirmación en Dios. Hay que dejarse llevar por el Espí­ritu, que es fuente de perenne novedad y creatividad. Renunciar al cambio es cerrarse a la novedad del Espí­ritu, que puede abrir un camino nuevo que nos lleve más cerca de Dios y de los hermanos. Esta prontitud para el cambio, en los Ejercicios, es tratada en el “preámbulo para hacer elección” en dos actitudes, una positiva al cambio y la otra negativa. La primera es la del que se coloca frente al problema de una elección con “ojo simple”, solamente “mirando para lo que soy creado, es, a saber, para alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi alma” (n. 169). La segunda es la del que invierte el orden de las cosas: primero escoge el medio y luego intenta atraer a Dios a lo que ha elegido (n. 169).

d) La experiencia de consolaciones y de desolaciones. San Ignacio describe la resonancia interior que la palabra de Dios y sus mociones suscitan en nosotros, con alternancia de euforia y de depresión, mediante los términos de consolación y de desolación espiritual. ¿Qué es la consolación espiritual? “Llamo consolación espiritual cuando en el alma se causa alguna moción interior, con la cual viene el alma a inflamarse en amor de su Creador y Señor y, por consiguiente, cuando ninguna cosa criada sobre la faz de la tierra puede amar en sí­, sino en el Creador de todas ellas… Finalmente, llamo consolación a todo aumento de esperanza, fe y caridad y a toda alegrí­a interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su alma, tranquilizándola y pacificándola en su Creador y Señor” (n. 316). Se trata, pues, de una experiencia de los “frutos” del Espí­ritu, de un incremento de las actitudes fundamentales de la existencia cristiana, a saber: de la fe, de la esperanza y de la caridad.

La desolación, en cambio, es lo contrario de la consolación: “Así­ como oscuridad del alma, turbación en ella, moción hacia las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones que mueven a desconfianza, sin esperanza, sin amor, hallándose del todo perezosa, tibia, triste y como separada de su Creador y Señor” (n. 317). Por consiguiente, la consolación es energí­a del Espí­ritu Santo para emprender o confirmarse en una elección dada; la desolación lleva lejos del Señor y es signo de la acción en nosotros del espí­ritu malo, “con cuyos consejos no podemos tomar el camino para acertar” (n. 318).

e) La dinámica de una elección. A través de la experiencia del discernimiento de las mociones interiores se puede llegar a una elección según Dios. Pero ante todo es necesario que el objeto de la elección sea bueno o indiferente (n. 170). Fuera del caso de una intervención extraordinaria de Dios, que nos manifestarí­a así­ su voluntad, una elección ha de realizarse a través de una “suficiente claridad y conocimiento por experiencia de consolaciones y desolaciones y por experiencia de discernimiento de varios espí­ritus” (n. 176). Cuanto más profunda es esta experiencia espiritual, tanto más es posible desenmascarar también las “sutilezas” de la acción del enemigo, el cual “se transforma en ángel de luz”, insinúapensamientos aparentemente buenos, pero que luego resultan ser espiritualmente nocivos (n. 332), por lo cual es preciso examinar “el discurso de los pensamientos” para ver si terminan “en alguna cosa mala o distractiva o menos buena” (n. 353). Este proceso, sin embargo, no exime de emplear las energí­as humanas, a saber: de examinar serenamente los motivos en pro y en contra de una determinada elección, que ha de hacerse en el “tiempo tranquilo”, “cuando el alma no está agitada por varios espí­ritus y usa sus potencias naturales libre y tranquilamente” (n. 177). De la elección que ha de hacerse en este tiempo tranquilo, san Ignacio describe un itinerario concreto: 1) precisar el objeto de la elección; 2) fijar el fin, a saber: Dios y su alabanza, y encontrarse en la indiferencia, pronto a “seguir lo que sintiere ser más en gloria y alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi alma” (n. 179); 3) pedir al Señor que oriente las mociones interiores hacia su voluntad; 4) considerar las ventajas y las desventajas del objeto de la elección sólo con vistas al fin; 5) deliberar según motivos razonables; 6) presentar en la oración la elección hecha a Dios para que la confirme (nn. 179-183).

IV. El discernimiento comunitario
Las instancias y el itinerario del discernimiento personal se aplican de modo análogo al discernimiento comunitario.

1. EN QUE CONSISTE – Un grupo de personas, unido por un vinculo particular, como puede ser una comunidad religiosa, un grupo de oración o de compromiso apostólico, sobre todo si se tiene que tomar opciones, está llamado a realizar, en cuanto grupo, un discernimiento de la voluntad de Dios tocante a su modo de vivir la fe y de comprometerse en la Iglesia y en la sociedad. Se trata de interrogarse delante de Dios para comprender si la decisión que hay que tomar es conforme al proyecto evangélico y si responde a los tiempos de la Iglesia y a las exigencias de los hombres de nuestro tiempo. Es una actitud de búsqueda desinteresada, en la cual cada miembro del grupo se siente corresponsable y colabora en la valoración de las mociones del Espí­ritu para que el grupo como tal llegue a la decisión que más agrada al Señor. El discernimiento comunitario se aplica de modo particular a la comunidad religiosa, sea local o provincial, o al instituto entero. El Vat. II alienta ese estilo de búsqueda común de la voluntad de Dios en orden a la renovación de la vida religiosa.

2. SUS FUNDAMENTOS – Como el discernimiento personal tiene supuestos necesarios, también el comunitario se funda en algunas premisas, que aseguran su posibilidad y rectitud.

a. Cada miembro del grupo debe haber tenido la experiencia del discernimiento personal. Esto supone una vida interior genuina que haya enseñado a buscar la voluntad de Dios con libertad espiritual.

b. El discernimiento es posible únicamente como experiencia fuerte de fe, no sólo personal, sino también comunitaria. Es un acto de abandono, de escucha, de confianza en Dios, que guí­a a las personas, a los grupos y la historia. Es Dios el que, en su presente de gracia, interpela a la comunidad sobre su identidad y su misión apostólica. El le dirige su palabra en Cristo, en la Iglesia y a través de los signos de los tiempos. “El amor que me hace elegir” -dice san Ignacio- debe descender “de arriba, del amor de Dios”, de modo que la elección. se haga “únicamente por su Creador y Señor” (n. 184). El grupo debe vivir así­ el “nosotros” de la fe y estar abierto a la fe de la Iglesia entera.

c. El grupo que intenta discernir la voluntad de Dios debe abrirse al Espí­ritu Santo, el cual “guiará a la verdad completa” (Jn 16,13). El discernimiento, en efecto, es “espiritual”, es decir, se hace sólo en el Espí­ritu, bajo su influjo. Esta apertura al Espí­ritu requiere la purificación del corazón y de las intenciones y una profunda conversión a Cristo y al evangelio.

d. La oración, que crea el clima para el discernimiento, debe vivirse no sólo a nivel personal, sino también a nivel comunitario, en una relación filial con Dios que haga sentirse a todos hijos de un mismo Padre y lleve a exclamar “Abba, Padre” (Gál 4,6; Rom 8,15).

3. CONDICIONES PSICOLí“GICO-ESPIRITUALES – Las leyes de la psicologí­a de grupo desempeñan su papel en el discernimiento comunitario. Ayudan a distinguir lo que facilita y lo que obstaculiza una auténtica búsqueda de loscaminos de Dios. He aquí­ algunas condiciones para crear premisas de autenticidad:

a. El propósito inicial debe ser el de “buscar y encontrar la voluntad de Dios” (n. 1). Ha de adoptarse no un punto de vista sujeto a intereses humanos o egoí­stas, sino el del plan salví­fico que Dios tiene sobre la comunidad y, a través de ella, sobre la Iglesia y sobre el mundo. Es contraria a esto la actitud del que quiere hacer prevalecer, dentro de ese grupo, su parecer o su posición.

b. Para un encuentro con los demás en la búsqueda de Dios es preciso purificarse de las pasiones, que bloquean una auténtica relación interpersonal. Tales son, por ejemplo, la incomunicabilidad con los hermanos, sentimientos cultivados de envidia, de celos, de no participación en la alegrí­a y el dolor ajenos, etc.

c. Condición importante es la de aceptación de que los demás nos cuestionen, así­ como Dios a través de los mismos. Esta disponibilidad pone al desnudo la verdad que somos y que buscamos. Desenmascara nuestras ambigüedades, los prejuicios, las predeterminaciones; verifica si algunas de nuestras seguridades son auténticas o falsas, si buscamos el interés de Dios o nos buscamos a nosotros mismos.

d. Renunciar a la autosuficiencia, a la pretensión de conocer en solitario la voluntad de Dios. Esta se encuentra mediatizada por el testimonio y la experiencia espiritual de los otros, de la Iglesia y de la sociedad. Al rechazar sentirse constituido en un sistema cerrado y estático de verdad, nos abrimos a la posibilidad de ser completados por los otros, por su competencia, sensibilidad y experiencia. Con frecuencia algunas elecciones importantes se preparan cuidadosamente con una investigación sociológica, psicológica y polí­tica para captar las instancias que provienen de una sociedad en rápida mutación. El discernimiento espiritual no puede ignorar estos datos, sino que los ve en una perspectiva diversa de aquella con que una administración puede programar su ejercicio. La perspectiva es la evangélica, en la cual entran factores imponderables con un metro puramente humano.

e. Condición concomitante de la precedente es la de dar cabida a los demás en uno mismo, en los propios puntos de vista y convicciones. Es una actitud de respeto a la persona de losdemás, de sincera caridad evangélica, por encima de ciertas ideologí­as que dividen.

f. Condición importante es también la de que un grupo o comunidad no se cierre en sí­ mismo, sino que se sienta parte de comunidades más vastas y de la Iglesia entera, viviendo sus orientaciones universales.

4. TECNICA DEL DISCERNIMIENTO COMUNITARIO – La palabra “técnica” no debe hacer pensar en una planificación con ritmos mecánicos. El discernimiento es una actividad espiritual que se desarrolla bajo la moción del Espí­ritu, el cual obra con libertad y pide a los hombres una respuesta libre. En este clima debe vivir el cristiano. Por discernimiento comunitario (y también personal) se entiende, pues, ante todo, un estilo de vida evangélica permanente; una vigilancia evangélica pronta siempre a acoger la voz de Dios y a actuar en consecuencia, y contraria a toda visión egoí­sta. La actitud de buscar primero el reino de Dios lleva a discernir los caminos de Dios de modo espontáneo en las circunstancias ordinarias de la vida y en las decisiones más comunes y necesarias.

En cambio, el discernimiento comunitario en el sentido restringido del término se impone en algunos momentos fuertes de la vida de un grupo o de una comunidad cuando están en juego valores importantes para la vida cristiana y la misión eclesial. En este caso, dando por supuesto cuanto queda dicho antes, se requiere también una cierta técnica, la cual ha de ser elástica para adaptarse a las circunstancias y a la madurez espiritual de los individuos y del grupo. El discernimiento comunitario, por lo demás, tiene diversos grados de realización y diversas fases de profundización.

De todos modos, las etapas esenciales del discernimiento comunitario deberí­an ser las siguientes: a) Vivificar en el grupo un clima de fe, de escucha de Dios y de los otros, de disponibilidad y de oración. b) Precisar con exactitud el tema que ha de ser objeto de discernimiento y de eventual decisión. Por eso el que esté encargado de dirigir y alentar el discernimiento ha de proporcionar todas las informaciones objetivas sobre el tema, de modo que todos conozcan con exactitud los “datos” necesarios. Debe tratarse de un tema cuya discusión competa al grupo y que sea de importancia y trascendencia para su vida y su misión religiosa. c) Comenzar con un tiempo de oración personal, para ponerse a la escucha de Dios, presentarle el tema sobre el que se invoca su luz y poder captar las mociones espirituales que proceden del Espí­ritu Santo con un corazón libre de afectos desordenados. d) A esto puede seguir una reunión de “escucha”, en la cual cada uno puede expresar lo que ha experimentado en la oración, siendo escuchado por los demás con auténtica participación, sin discutir su experiencia. e) Puede dedicarse otro tiempo de oración personal para pedir al Señor discernimiento sobre motivos en favor o en contra del tema de que se trata.,n Luego sigue una reunión de “discusión” y de análisis de los argumentos que cada uno aduce y que están iluminados por las mociones del Espí­ritu, por la consolación o desolación espirituales. g) Cuando el discernimiento llega a un punto de maduración suficiente, se pasa a la fase deliberativa. Lo ideal es que la búsqueda desapasionada lleve a una decisión unánime. Si ésta no se diese, seria preciso que al menos hubiese unanimidad en la aceptación de lo que la mayorí­a ha decidido como lo mejor. h) Por último, sigue la confirmación de la decisión tomada, que se manifiesta a varios niveles. En el caso de una comunidad religiosa, tenemos la confirmación del superior, el cual “toma la decisión” y asegura así­ a la comunidad que se encuentra en el camino justo. Está luego la confirmación que viene del mismo Espí­ritu Santo, el cual infunde un aumento de fe, de esperanza y de caridad después de tomada la decisión. Finalmente. hay una confirmación “apostólica”, o sea la experiencia de que la elección hecha libera nuevas energí­as apostólicas, da un sentido más vivo de la Iglesia y un mayor entusiasmo misionero. Estos signos de la acción de Espí­ritu en el discernimiento realizado llevan a un sentido de agradecimiento y de alabanza del Señor.

A. Barruffo
BIBL.-AA. VV., El discernimiento (Equipo Mundo Mejor, n. 43, 1975).-AA. VV., Dicernimiento comunitario, Inst. Teol. Vida Religiosa, Madrid 1976.-AA. VV., Discernimiento de espí­ritus, en “Concilium”, 139 (1978).-AA. VV., Discernimiento espiritual en tiempos difí­ciles, en “Rev. de Espiritualidad”, 153 (1979).-Castillo, J. M. El discernimiento cristiano según san Pablo, Facultad de Teologí­a, Granada 1975.-Laplace, J, Discernement pour temps de Irise, Chalet, Parí­s 1978.-Penning de Vries, P, Discernimiento. Dinámica existencial de la doctrina y del espí­ritu de san Ignacio de Loyola, Mensajero, Bilbao 1967.-Therrien, G, Le discernement dans les écrits pauliniens, Gabalda, Parí­s 1973.

S. de Fiores – T. Goffi – Augusto Guerra, Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Ediciones Paulinas, Madrid 1987

Fuente: Nuevo Diccionario de Espiritualidad