EL ALMA

[271]

Es habitual identificar el alma como un ser misterioso que se alberga en el cuerpo para dar la vida original, racional, moral, espiritual al hombre. Cuando se habla de alma se juega con un concepto sutil, en el que se fusionan los elementos de un ser inmaterial, invisible, imprescindible, albergado en el cuerpo sin confundirse con él. El cuerpo, que posee la vida singular entre los seres vivos, se hace humano por la presencia y actuación del alma, la cual no sólo da la vida, sino la conciencia, la identidad, la dignidad.

Se entiende el alma como algo muy diferente al principio que produce la vida orgánica en los que llamamos animales no racionales.

El término alma es latino (anima) y significa “vida” en primer lugar. Alude al impulso interior (ánimo, esfuerzo, aliento) que late en el fondo de los seres vivos y les hace ser diferentes de los yertos. Los vivos nacen, crecen, se desarrollan y mueren. Los vegetales son “vitalmente” diferentes de los animales que sienten, se mueven, poseen capacidades en diferente grado de desarrollo según la especie. Los yertos, las piedras, son inmóviles, insensibles y no se propagan. Los vegetales y animales sí­.

Reservamos en castellano la palabra “alma” para la vida animal, bruta o racional. Los brutos tienen alma “elemental”, vital; los racionales, los hombres, tiene alma superior: espiritual, libre e inmortal.

Los griegos empleaban el término de “Psyjê o Psyché” para expresar la vida del cuerpo y usaban “Pneuma” si se trataba del espí­ritu vital, personal y misterioso, independiente del cuerpo y capaz de vivir sin él. Son los términos que los traductores bí­blicos, los LXX y otros, usaron para recoger el término hebreo “nefês”, o también el de “ruah”, o el de “n’sâmâ”, que aparecen en el Antiguo Testamento en repetidas ocasiones.

1. Creencias y religiones
En Oriente surgió ya muy primitivamente el concepto de alma, sospechando la existencia de algo en los seres vivos que los hace tan diferentes de los no vivos. Se trató de explicar las diferencias de perfección y por qué el espí­ritu no es equivalente en el animal, en el vegetal o, incluso, el que algunas creencias suponen con frecuencia en seres inanimados: la tierra, los astros, alguna montaña sagrada, el mar o los fetiches fabricados por el hombre.

Aunque los sistemas religiosos y antropológicos variaron notablemente a lo largo de los tiempos, el común denominador de todos es el reconocimiento de su realidad y de su trascendencia.

– En el hinduismo, por ejemplo, se entiende el alma como un destello o emanación divina, un “atmán”, que nace de la divinidad y se mueve por el mundo albergado en cuerpos disponibles.

Ella impulsa todas las actividades del hombre y suscita su conciencia de originalidad. Los escritos hinduistas, los Upanisad sobre todo, identifican el atmán con la divinidad (Brahman). Nacida de ella, se encarna en un cuerpo humano o animal. Luego se reencarna sucesivamente en seres vivos, en los nobles si en la vida anterior ha sido justa, en los innobles si sus obras y méritos han sido negativos. La reencarnación se repite hasta que el alma alcanza la purificación perfecta y puede regresar a la divinidad, al nirvana, para una eterna y estática serenidad.

El distinto estado o nivel de la reencarnación es lo que genera la diferencia esencial de las castas, desde los puros brahamanes hasta los intocables parias. Sólo el tipo de vida anterior que el alma ha llevado es la causa de las diferencias entre los hombres.

– El budismo modera el clasismo hindú y enseña que el alma no es individual, sino una ilusión de los sujetos que participan de ella. Por eso los budistas miran el alma como algo común a todos los seres humanos y rechazan las castas, en favor de la fraternidad universal y de la práctica de la compasión y de la bondad, que son señales que reflejan una mejora en la reencarnación.

– Las diversas religiones chinas varí­an sus conceptos de alma. Desde el sentido panteí­sta del taoí­smo (Tao-te-king de Lao-tse) hasta el indiferentismo pragmático de Confucio, las interpretaciones del alma se dispersan en actitudes más éticas y sociales que religiosas. Para muchos taoí­stas el alma más elevada, “el hun”, es a lo debemos aspirar los hombres para situarnos cerca de la sabidurí­a y de la paz.

– El mazdeí­smo y zoroastrismo hacen del alma un ser amorfo en el que luchan las dos fuerzas, la buena y la mala, creadas por los dos dioses antagónicos, Ormuth y Arimahan. En el hombre hay un ser vital, dentro del cuerpo, en el que bullen esas influencias buenas o malas.

Las religiones antiguas mesopotámicas y egipcias, así­ como las creencias de los pueblos prehispánicos de América o las impresiones del animismo africano, multiplican sus explicaciones en torno a la idea o sentimiento común de que el alma existe y es invisible.

2. Pensamiento cristiano
En medio de las diversas creencias e influencias sobre el alma, el concepto cristiano es heredero del pensamiento que late en el judaí­smo primitivo. Se fue pasando de un sentido impersonal babilónico, del cual depende en gran parte el lenguaje de la Biblia hasta la Cautividad, hasta el de los escritos sapienciales recientes, como el libro de la Sabidurí­a, que refleja más las influencias dualistas persas. La carga griega de los últimos escritos bí­blicos es evidente y orienta el pensamiento cristiano hacia el dualismo en ocasiones o hacia el vitalismo en otras referencias.

Por eso se pasa en la Biblia hebrea desde una explicación más colectivista, que podemos denominar patriarcal, a otra más individual propia del helenismo. Se considera el alma como ser creado por Dios y diferente del cuerpo en el que se alberga.

2.1. Presupuestos filosóficos
La Iglesia entiende por alma el ser espiritual, libre e inmortal, que es causante y soporte de las acciones superiores del hombre: la inteligencia y la voluntad libre, el conocer y el amar, el sentir y el elegir. Y la considera como diferente del cuerpo, que es el agente material de las actividades fisiológicas.

Se identifica el concepto de alma con el de espí­ritu, que es el ser o parte invisible del hombre que anima su cuerpo, pero no se identifica con él.

Los diversos autores cristianos, antiguos y modernos, han tenido que buscar en las diversas formas filosóficas de cada tiempo la terminologí­a y la conceptuación relacionada con el alma. Han variado desde una visión radicalmente dualista, como es la de Platón y la de otros Padres antiguos, Orí­genes, Tertuliano y S. Agustí­n, hasta una formulación plenamente aristotélica y unitaria, que es la de Sto. Tomás y la escuela dominica desde el siglo XIII. Ambas preferencias nunca desaparecieron del todo en autores posteriores.

2.1.1. Agustinismo
Se puede decir que hasta el final de la Edad Media, la explicación de S. Agustí­n, dominado por un moderado platonismo, fue la prioritaria.

Platón y Plotino entendí­an el alma como el ser celestial preexistente, desterrado un dí­a del Mundo de las Ideas perfectas, por un delito inexplicado. Encerrada en el cuerpo como en una cárcel, obra por reminiscencia de las ideas de bien, amor o justicia, de la belleza, que tiene dentro de sí­ el hombre encerrado en el cuerpo y que se identifica con el alma. Ese hombre, o esa alma, esperan la restauración al término de la vida presente, cuando se libere de las ataduras del cuerpo que la dificultan las operaciones superiores.

El agustinismo prefirió un modo de hablar platónico y dualista, aunque hubo de añadir la idea de la creación, de la limitación de las perfecciones, de la libertad y resaltar la conciencia de la propia identidad. Las ideas innatas del alma son dones divinos que se despiertan desde el interior por la gracia divina (teorí­a del iluminismo). Lo que Dios ha depositado en ella facilita el encuentro de la verdad y de la sabidurí­a a lo largo de la vida.

2.1.2. Tomismo
Aristóteles, por el contrario, definió el alma como la “forma substancial unitaria del cuerpo” con el cual configura el hombre. Este concepto se halla más cercano al reconocimiento del valor de los sentidos como fuentes del saber. Se identifica el alma con el impulso vital que hace vivir, conocer y querer al hombre. Aunque es diferente del cuerpo, no es independiente de él y de sus rasgos.

Como ser independiente, el alma puede conocer y amar, pero en este mundo no lo hace sin las imágenes de los sentidos. El riesgo del sensorialismo tomista queda amortiguado por el valor que se concede a la experiencia y a los aprendizajes humanos. Santo Tomás, siguiendo el hilemorfismo aristotélico, orientó el pensamiento cristiano hacia esta concepción más interdependiente entre cuerpo y alma. Resaltó el valor de la inteligencia y la importancia de la abstracción en la formación de las ideas. Y entendió la voluntad, y sus actos de querer o no querer, como consecuencias del conocer.

Defendí­a el acto creador de Dios para cada alma que surge en el mundo y que acontece en el tiempo para el hombre y en la eternidad inmutable para Dios, confluyentes ambas dimensiones en el misterio de la formación del cuerpo del que el alma va a ser la forma substancial.

2.2. Definición eclesial
En la presentación del mensaje cristiano sobre el alma no son precisas excesivas interpretaciones filosóficas. Basta entenderla, como siempre ha hecho la Iglesia, resaltando las tres cualidades decisivas que la definen: ser espiritual, ser libre y ser inmortal.

Y es preciso resaltar su carácter de criatura divina, pero unida al cuerpo para formar un sólo y único ser humano. Los cristianos creen que cada individuo tiene un alma inmortal y que la persona humana en su conjunto, formada del alma y del cuerpo, es la que actúa en la vida presente. Cuando muere el hombre, el alma se separa del cuerpo, pero sigue viviendo mientras que el cuerpo se corrompe o destruye. Mas queda la esperanza de que llegará un dí­a en el que el cuerpo volverá a reconstruirse y se unirá de nuevo al alma para formar el hombre resucitado.

La teorí­a neoplatónica del alma, como prisionera en un cuerpo material, prevaleció en el pensamiento cristiano en los primeros siglos. Pero, desde siglo XIII, la influencia de Santo Tomás de Aquino y de la escuela tomista prevaleció y la Iglesia aceptó la terminologí­a aristotélica sobre el alma y el cuerpo, entendiéndolos como elementos conceptualmente distinguibles, pero realmente inseparables de un ser único, el hombre.

3. Origen del alma
El origen del alma no puede ser otro que el acto creador de Dios al hacer al hombre como especie original y al iniciar la vida de cada ser humano como persona. Esta fórmula es demasiado sencilla para que, en tema tan complejo, no surjan dificultades de comprensión.

Hay diversidad de opiniones cuando se trata de explicar qué es y cómo tiene origen el alma. No las hay tantas para explicar y asumir su destino después de la muerte.

Algunas interpretaciones inspiradas en Platón, y defendidas en los primeros tiempos del cristianismo por Orí­genes y sus seguidores (Dí­dimo de Alejandrí­a, Evagrio Póntico, Nemesio de Emesa) y por los priscilianistas, afirmaban que las almas preexistí­an antes de unirse con sus respectivos cuerpos. Dios las habrí­a creado al principio, cuando dijo “Hágase la luz” (Gen. 1.3), y las mantendrí­a como en reserva, para ser enviadas a los cuerpos al formarse éstos en la concepción. Nunca aparece en la Sagrada Escritura el que las almas existieran antes del cuerpo y de que hubiera en ellas una vida independiente.

Esta idea de la preexistencia del alma fue rechazada por el Sí­nodo de Constantinopla de 543 y por otros Sí­nodos, como el de Braga en 561. (Denz. 203 y 236). Y se fue imponiendo desde las la Edad Media la doctrina de que las alma son creadas de forma inmediata por Dios cada vez que un cuerpo se forma en la entrañas maternas.

Lo que no es posible es dar respuesta clara y contundente sobre el momento en el cual el alma comienza a existir en el ser en gestación. Entre la unión del óvulo y del espermatozoide (concepción pasiva) y el nacimiento existen nueve meses en los que se forma el hombre pleno. No es fácil precisar el momento de esa concepción activa. No cabe duda de que en los últimos estadios de ese proceso, el ser en gestación es perfecto hombre, tanto dentro del seno materno como cuando ha salido al exterior. Pero no es evidente si, en el primer estadio, cuando las células comienzan a multiplicarse, el ser es ya “hombre”, aunque sea “humano”.

En el momento en que exista el alma, ese ser será un ser humano perfecto y es cuando habrá que reconocer y declarar su calidad espiritual y sobrenatural. Con todo “su dignidad vital”, existe ya desde el primer instante y debe ser objeto de un respeto ético y teológico.

En el pensamiento cristiano, y a despecho de las legislaciones abortistas o de las interpretaciones biologistas de los procesos de la gestación humana, se reclama una veneración máxima para ese ser y prudencia radical cuando con él se actúa.

No es, con todo, cuestión fundamental en la doctrina cristiana determinar el momento en que se da la creación del alma y, por lo tanto, la aparición del nuevo ser humano en el seno materno. Como tampoco lo es el descifrar el momento en que el hombre comenzó a existir como tal en la historia de la especie humana. No cabe duda de que, en el estadio previo a la humanización, el ser antropomorfo o antropoide no tuvo alma racional y por lo tanto trascendencia. Fue un simple animal irracional en evolución. Pero en cierto momento de ese proceso dejó el estadio meramente animal y se convirtió en ser humano, por la creación divina del alma por parte de Dios.

4. La dignidad del alma
Lo que sí­ es importante en el pensamiento cristiano es reconocer y proclamar la dignidad natural y sobrenatural del ser concreto que llamamos hombre.

La natural se proclama por el sentido común. Se sacan consecuencias lógicas de la libertad, de la inteligencia y de espiritualidad del alma que anima al cuerpo. La sobrenatural se reconoce sólo desde la óptica de la revelación, al asumir que el hombre ha sido elevado a la amistad divina y debe ser tratado como hijo de Dios.

Es importante declarar que todo el ser humano, cuerpo y alma, por naturaleza, y sobre todo por gracia, está dotado de una dignidad inmensamente superior a la de cualquier animal. No está destinado, como el animal, a ningún servicio que no sea Dios. Ante su dignidad hasta la misma ciencia debe detenerse.

Incluso es preciso presuponer la dignidad del ser humano en situaciones de duda, que van desde la identidad de feto prematuro hasta la igualdad de un deficiente mental profundo, o desde el trato que merece un ser humano clí­nicamente muerto, es decir con encefalograma plano hablando como en términos biológicos o médicos, hasta la hipotética producción de un ser procedente de manipulaciones biogéneticas. El pensamiento cristiano siempre reclamará total y perpetuo respeto a la dignidad infinita del hombre, que existe siempre que se dé en un cuerpo humano un alma real. El principio de la dignidad del ser humano es sagrado en el mensaje cristiano. Ninguna consideración discriminadora por razón de raza, edad, sexo, nivel social, capacidad intelectual, estado legal o situación clí­nica, puede desplazar el reconocimiento y la proclamación de la dignidad humana.

El hombre, cuerpo y alma, es directamente el sujeto de esa dignidad. El cuerpo por su parte y el alma por la suya se benefician en ella por “coparticipación natural”, por encima de cualquier legislación terrena.

Y, desde planteamientos cristianos, es bueno recordar que, por el hecho de ser hombre y estar llamado al orden sobrenatural, es más digno de amor y de respeto como hijo de Dios que por cualquier otra función o motivación, como puede ser su posición social, su nivel cultural o el reconocimiento de cualquier ley terrena o tradición inveterada.

Ante Dios, el alma del mendigo o del delincuente son tan criaturas amadas y destinadas a la vida eterna como la del rey, la del sabio, o la del contemplativo.

5. Base bí­blica
Son múltiples los textos en los que se habla del alma, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. A ellos hay que acudir con insistencia en una buena presentación del misterio cristiano del alma. Ellos iluminan más la verdad religiosa que las mejores consideraciones éticas o filosóficas.

5.1. Antiguo Testamento:

En los libros del Antiguo Testamento queda reflejada con claridad la existencia del espí­ritu, del “nefês” o “ruhah”, que alienta en el ser humano. La explicación de su naturaleza y de sus rasgos se diluye en los diversos libros bí­blicos. Se debe tener en cuenta que sus autores son tributarios de las culturas orientales en las que se mueven, desde la babilónica en que se gesta el pueblo elegido, hasta la persa o la griega.

Con todo, son estas dos últimas las que más tienen que ver con la explicación del concepto de alma, pues son las que dominan cuando, en el siglo IV, se redactan, perfilan y ordenan los libros bí­blicos tal como hoy los conocemos.

En general, en la Biblia se identifica el alma con la vida. Es Dios quien “creó el hombre de barro de la tierra, y espiró sobre él para infundirle vida.” (Gn. 2.7) Los escritores intuyen que en el hombre aletea esa vida, creada por Dios, que origina el movimiento y el pensamiento: Sal 6.5; 1. Rey. 17. 22; Sal. 34.23; Jos. 9. 24; Ez. 32. 10. El hombre “hecho a imagen y semejanza de Dios” (Gn. 1. 26), es superior a cualquier otro animal.

Cuidan los hagiógrafos de transmitir la idea de que es Dios quien engendra la vida y quien la protege, de manera especial la vida original de los hombres: Sal. 42. 28; Jer. 6. 16; Is. 1. 14; Eclo. 17. 1-14; Sab. 5. 15-16.

El sentido de vida se refleja sobre todo en los Salmos, que son plegarias existenciales y aluden con frecuencia al valor del alma en cuanto espí­ritu vital: Salmos 62. 1 y 6; 104. 1: 71. 13; 77. 3; 94. 19; 119. 25; 139.14, etc.

En los libros sapienciales abundan términos y conceptos abstractos y difusos: Sab. 3.4; Job. 12.10. Aunque, en ocasiones, se personalizan, hasta pensar en la supervivencia después de la muerte; 2. Mac. 7. 9; Eclo. 38. 16-23.

Se puede decir que el concepto cristiano de alma escapa el pensamiento antiguo, el patriarcal (siglo X), en el periodo de las monarquí­as (X a VII) y el profético (VII a V). Pero se apunta ya al menos en los libros sapienciales (IV a II). Al principio queda diluido en promesas más concretas y realizables en este mundo: descendencia numerosa: Gn. 17.6; largos dí­as sobre la tierra: Ex. 20. 12; triunfo sobre los enemigos: Sal. 86.14. Luego se hace más personal: premio del mártir (2 Mac. 7.14) o reflejo de la sabidurí­a (Sab. 7. 1-30)

5.2. Nuevo Testamento

La decoración ideológica cambia en el Nuevo Testamento. Se multiplican las alusiones al alma, como algo que existe en el hombre y que transciende a la vida presente: Lc. 12. 20; Mc. 3. 4; Mt. 10.28; Jn. 10. 11. El mismo Jesús alude al alma como riqueza que se tiene, se puede perder y hay que cuidar con esmero: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si al fin pierde su alma?” (Mt. 16. 25). El mismo Jesús posee un alma, un espí­ritu, y alude a él en su último grito de moribundo: “En tus manos encomiendo mi espí­ritu.” (Lc. 23. 46; Jn. 19. 30)

En la Epí­stolas paulinas el concepto de alma cobra caracteres definitivos: Rom. 1. 9; 1 Filip. 2. 30; Cor. 2. 14; 2 Cor. 5. 8. Para este momento ya están asumidas las formas de hablar de los entornos culturales en que se extiende el cristianismo: Antioquí­a, Asia, Grecia, Egipto, Roma.

Y pronto se da ya por principio indiscutible que el hombre tiene un espí­ritu personal, responsable y autónomo, que sigue vivo después de la muerte del cuerpo y será llamado a la resurrección final para merecer el premio o castigo de las acciones en esta vida. Las demás fórmulas teológicas y sociológicas quedarán para los siglos posteriores.

Precisamente esas explicaciones serán dadas por la teologí­a cristiana a la luz de la Palabra divina. Aunque bueno será reconocer que siempre serán incompletas e inacabadas.

6. Cualidades del alma
Lo que más interesa en la doctrina cristiana no es tanto dilucidar de dónde viene el alma, sino cuáles son sus cualidades y su destino para el que el hombre debe prepararse. Se suelen recordar tres rasgos esenciales y condicionantes del alma humana: la individualidad, la inmortalidad y la espiritualidad
6.1. Individualidad

Cada hombre posee un alma individual e inmortal. No existe un alma común del mundo, en la que participamos todos los hombres. Sto. Tomás enseña que todas las almas por su esencia son iguales y que son los cuerpos al unirse a ellas, lo que origina las diferencias entre las personas.

Aunque son iguales en cuantos formas sustanciales del cuerpo, son singulares e individuales. Cada hombre tiene su alma propia.

El V Concilio Ecuménico de Letrán (1512) condenó a los neoaristotélicos de tendencia humanista (Pietro Pomponazzi), por afirmar la unidad del alma universal, que es la inmortal, en la que participa cada ser humano: “Condenamos y reprobamos a todos los que afirman que el alma intelectiva es tal que es una sola en todos los hombres.” (Denz 738)

6.2. Inmortalidad
La individualidad del alma es presupuesto necesario de la inmortalidad personal. En el Antiguo Testamento resalta mucho la idea de la retribución en esta vida. Sin embargo, ya los libros antiguos conocen la idea de inmortalidad.

La Escritura es clara en lo que al destino eterno del hombre se refiere. Precisamente fue el afán de no morir el que se pone en la raí­z del primer pecado humano: “No moriréis, sino que seréis semejantes a Dios.” (Gn. 3. 5).

Y luego se dejará claro ese destino: “Dios creó al hombre para la inmortalidad y le hizo a imagen de su propia inmortalidad” (Sab. 2. 23). Es un mensaje que se desarrolló luego ampliamente en el Nuevo: “Deseo morir para estar con Cristo” (Filip. 1. 23)

La inmortalidad del alma se desprende de sus propia naturaleza espiritual, además de constar con frecuencia en la Escritura como don divino: Sal. 48.16; Os.6.3; 2 Mac. 7.11
6.3. La espiritualidad
Es más difí­cil de entender, pues implica superación de las metáforas terminológicas en las que se refugian los conceptos: “espí­ritu” literalmente es soplo, “pneuma” significa aire, “trascendencia” significa sólo estar más allá.

Con todo, el desarrollo teológico del cristianismo resaltó a lo largo de los siglos el significado de la espiritualidad: invisibilidad, presencia, sutileza, ilocalización, etc.

Por ser espiritual, se puede afirmar que toda el alma está en todo el cuerpo y que cualquier intento de localización, por ejemplo en el pecho o en la cabeza, aunque sea uso frecuente por la dificultad de abstraer, no tiene sentido real. Es una forma antropomórfica de explicar la situación y localización del espí­ritu humano y convertirlo en un ser móvil.

Incluso, en la misma Escritura se duda al referirse a la realidad del alma, como cuando se dice: ¿Quién sabe si el espí­ritu de los hijos de los hombres sube arriba y el espí­ritu de los animales desciende a la tierra?” (Ecles. 3. 21)

7. Relación alma y cuerpo
Conviene recordar continuamente la unidad del ser humano y superar los conceptos y actitudes dualistas. El alma espiritual se define como la forma sustancial del cuerpo material, de manera que no es una parte o una añadidura sino un modo de ser humano. El hombre entero es el que cuenta, no sus componentes, aunque en el terreno de la reflexión sean importantes para comprender la misma realidad humana.

La unión del cuerpo y alma no es accidental, como una cualidad, el color, es expresión de una sustancia, la madera; o como un contenido, el lí­quido, se halla en un continente, la vasija.

No existen en el hombre dos seres pegados o superpuestos: el cuerpo y el alma, capaces de pervivir el uno sin el otro. Lo que acontece es una doble forma de ser, como la moneda tiene dos caras o las paralelas son dos lí­neas. Cada elemento es realidad constituyente. Sin uno de ellos, el ser, la moneda o las paralelas, no existen.

La unión, por otra parte, significa unidad. Por eso, el pensamiento cristiano no sintoniza con el dualismo de Platón, Descartes o Leibniz, en el que encaja bien la idea de que el alma es “el piloto y el cuerpo la nave que gobierna el piloto”. El hombre es unidad y todo él, cuerpo y alma, está destinado a la salvación. Por eso es imperfecta la tradicional fórmula de “salvar el alma”, pensando en la propia, o “salvar almas”, aludiendo en las ajenas.

El alma, espiritual, libre e inmortal, sobrevive a la muerte, pues es criatura de Dios. Pero reclamará el cuerpo cuando el tiempo se cumpla. Por eso el pensamiento cristiano habla de la resurrección o reencuentro del alma con el cuerpo, aunque resulte tan difí­cil explicar filosóficamente este concepto teológico.

Con todo es correcto decir que cada alma está destinada para la vida eterna, siempre que no se la separe excesivamente del concepto unitario de hombre. Ella, en cierto modo, sin el cuerpo se hallará incompleta, aunque la enseñanza cristiana clarifica que gozará de Dios incluso antes de la resurrección, pues tiene capacidad intelectual y volitiva por sí­ misma. Si en esta vida el alma no puede actuar sin la intervención del cuerpo, se hace activa y misteriosamente consciente cuando se separa de él por la muerte. Seguirá para siempre, en la vida inmortal que le espera, su actividad inteligente y consciente. Pero se completará su ser cuando el hecho de la resurrección de los cuerpos se consume al final de los tiempos.

8. Catequesis sobre el alma
Conceptos tan sutiles, poliédricos y diversificados como estos de inmortalidad del alma, espiritualidad y libertad reclaman una buena catequesis sobre el alma en todos los momentos del proceso educativo del creyente.

Con todo es bueno resaltar la necesidad de una adaptación a cada edad en este terreno en que se mezcla la creencia religiosa y la terminologí­a abstracta en la que se incardina su explicación. Es importante confundir explicación teológica o antropológica y mensaje revelado por Dios sobre el alma.

Por eso podemos sugerir y, en la medida de lo posible, aplicar una triple orientación catequí­stica.

1. En lo posible hay que manejar términos abstractos, pero claros, en este tema. Si con los niños pequeños esto implica una dificultad insalvable y es mejor aludir al hombre sin más sutilezas, cuando se va creciendo en terminologí­a y en capacidad reflexiva, conviene presentar con nitidez la idea de alma.

La mejor estrategia es ajustarse a la terminologí­a usual, no enzarzarse en polémicas o en explicaciones propias de la actividad filosófica. Es preciso ofrecer al creyente una visión bí­blica y sobre todo evangélica de las diversas cuestiones al respecto.

2. Lo que sí­ es conveniente, sobre todo con preadolescentes y jóvenes, es resaltar la originalidad del alma humana, su trascendencia, su individualidad y singularidad.

Es frecuente que surjan disensiones en temas más afectivos que racionales: la igualdad de las razas, la supervivencia de los animales, la calidad humana de los seres al principio de la gestación, etc. No es la polémica el mejor estilo para presentar el mensaje cristiano en estos terrenos que requieren bases filosóficas serias y abstracción que a no todos resultan fáciles o cómodas. Lo mejor es basarse en los textos bí­blicos, exponer con sencillez la doctrina cristiana con términos catequí­sticos y reclamar la reflexión personal en valores esenciales: responsabilidad, espiritualidad, inmortalidad, gracia, libertad.

3. Por tratarse de terrenos que requieren la abstracción, es bueno evitar en los posible los excesivos antropomorfismos o prejuicios que se destrozan con el paso de los años.

El alma se debe valorar desde la creación amorosa de Dios del hombre, “hecho a imagen y semejanza divina”. Se debe personalizar, en cuanto cada hombre tememos, o somos, una. Ella reclama cuidado y desarrollo, como el cuerpo precisa previsión y esmeradas atenciones. El alma tiene un destino eterno en el cual está comprometido el hombre entero.

El trato paciente de estos temas y la clarificación serena de las alternativas terminológicas es más recomendable que la puesta en juego de polémicas en cuestiones fronterizas, como puede ser la relacionada con la vida de las especies prehumanas, tanto a nivel de antropologí­a histórica o de biologí­a prenatal.

Es prudente diferenciar lo que es tema religioso y lo que es especulación. CONCEPTOS DE ALMA En griego:

– “psije o psiche”: espí­ritu, fuerza, mente

– “zumos”: impulso, aliento, exhalación.

– “pneuma”: energí­a, espí­ritu- En hebreo:

– “nefesh”: respiración, vida, aliento

– “ruah”: soplo, impuslo

– “neshamah”, anhelo, ansia, aliento En árabe: “nefes y “ruh”: fuerza, ansia, afán En sanscrito: “atman” y “prana”: fuerza divina, invisble En alemán “geist”: espí­ritu, acción, fuerza, energí­a En ruso: “ducha”: anhelo, furia, arrebato En inglés: “ghost”: espí­ritu, movimiento En italiana: “ánima”: vida, movimiento, sensibilidad En la realidad: misterioso ser que, más que parte,

es esencia del yo, de la intimidad
Es equivalente a vida, fuerza, sensibilidad,

energí­a, motor y mente del ser humano.

PNEUMA: los tres misterios de Jesús

A Dios Padre, “hay que adorarle en espí­ritu y verdad”: Jn. 4.24 El Espí­ritu “es el que da la vida al hombre” Jn. 6.33 “En tus manos encomiendo mi espí­ritu”. Lc. 26.43

– ESPIRITU = mente Mt. 5.3; Mc. 28; Jn. 10.24 Mc. 14.38; Jn. 4.24; Jn. 12.27; Mt. 8.37; Mc. 10.45; Lc. 10.33 Con el pneuma se piensa

– ESPIRITU = vida Mt. 26.41; Lc. 1.80; Mt. 10.28 Mt. 12.18; Mt. 22.37; Lc. 1.46; Mt. 2.20; Mt. 6.25; Mt. 10.39 Con el pneuma se vive

– Espí­ritu = alma
Mc. 8.12; Lc. 1.47; Jn. 11.38 Jn. 13.21; Jn. 3.6.; Mt. 27.50 Mt.26.38; Mc. 14.34; Lc. 12.20 Con el “Pneuma” se sobre

Posturas filosóficas y sociales sobre el Alma

– Materialistas Sólo hay cuerpo. Materia
El alma es la vida. Sólo
El cuerpo nace, crece, muere
– Espiritualistas Sólo hay alma. Pneuma Es cuerpo es apariencia El alma vive y sobrevive
– Realistas Es forma en un cuerpo Es misteriosa la unión Es innegable la superioridad Sobre el alma anina
– Dualistas Hay cuerpo y alma.

Se unen en un ser

(Aristotelismo) O se asocian artificialmente

(Platonismo)
– Trialistas Hay cuerpo, psique y pneuma Son realidades diferentes: Soma, pura materia,

Pneuma, puro espí­ritu,

Psique, conciencia sólo
– Unitaristas

El alma y el cuerpo forman un solo ser personal. Pero el alma es trasciende Después de la muerte

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa