ENVIDIA

v. Celo, Codicia
Gen 26:14 labranza; y los filisteos le tuvieron e
30:1


En el AT se traduce la palabra heb. qin†™a tanto por envidia como por celo y hasta miraba con sospecha (1Sa 18:9) aunque en español las palabras no son términos sinónimos (p. ej., Job 5:2; Pro 6:34); se usa en referencia al celo del Señor o por su nombre (Exo 20:5; Eze 39:25; Joe 2:18). Hay dos palabras gr. en el NT: phtonos y zelos. La primera siempre tiene un sentido negativo (p. ej., Mat 27:18; Gal 5:21; Phi 1:15; Jam 4:5). Aunque se puede usar zelos en modo similar (Act 13:45), casi siempre se traduce por la palabra celo (p. ej., Joh 2:17; Phi 3:6; comparar 2Co 11:2).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(ver con malos ojos, deseo del bien ajeno).

– Condenada en la Biblia: Luc 6:11, Luc 15:27-32, Rom 1:29, Rom 13:13.

– Sus malas consecuencias, Gal 5:21, Stg 3:16, Stg 4:2, 1Jn 3:12.

– Caí­n mató a Abel, Gen 4:5.

– A José lo vendieron los hermanos Ge. 37.

– A Cristo lo entregaron por envidia, Mat 27:18.

– Brota del interior del hombre, Mar 7:22.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Sentimiento de molestia por el bien ajeno, porque otro tiene algo que deseamos para nosotros. Generalmente produce la inclinación a negar la existencia de éste, a tratar de poseerlo o destruirlo y, sobre todo, a sentir odio hacia la persona que posee lo que deseamos. Cuando Isaac prosperó mucho †œlos filisteos le tuvieron e.† y segaron los pozos que †œhabí­an abierto los criados de Abraham† (Gen 26:13-15). Los hermanos de José †œmovidos por e.†, le vendieron (Gen 37:11; Hch 7:9). La palabra hebrea está relacionada con la idea de quemadura, ardor que se siente en el rostro. †œLa e. es carcoma de los huesos† (Pro 14:30). †¢Asaf reconoce que tuvo †œe. de los arrogantes† porque les iba bien en la vida (Sal 73:3). David aconseja: No †œtengas e. de los que hacen iniquidad† (Sal 37:1). Cuando se efectuaba el juicio del Señor Jesús, †¢Pilato †œsabí­a que por e. le habí­an entregado† los sacerdotes (Mat 27:18; Mar 15:10). Los creyentes no deben andar †œen contiendas y e.† (Rom 13:13; 2Co 12:20). No debemos estar †œenvidiándonos unos a otros† (Gal 5:26), porque †œel amor no tiene e.† (1Co 13:4).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

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Pasión o vicio que supone “pesar por el bien ajeno” y deseo de que pase a ser propio o que al menos uno lo consiga en grado igual o superior al poseí­do por el otro. Estrictamente hablando, la envidia es actitud de ruindad ética, opuesta a la generosidad y a la bondad natural. Engendra celos, rivalidad y amargura en quien la sufre y desconcierto o temor en quien es objeto de ella.

Si no hay pesar o desagrado por el bien ajeno, sino simple anhelo de recibir los mismos dones del envidiado, no se ve, no se pueda hablar estrictamente de envidia sino de emulación o admiración, junto al deseo de propia mejora. Por eso, cuando se educa la conciencia, hay que diferenciar bien lo que es envidia de lo que es deseo de mejora propia o estí­mulo para la imitación ajena.

Pedagógicamente la envidia no es fácil de vencer, al menos con la mera reflexión, pues se trata de un estado afectivo ordinariamente inevitable si procede de temperamentos propensos a ella. La manera de corregirla es fomentando y encauzado los sentimientos contrarios: altruismo, generosidad, hidalguí­a, bondad con los demás, promoción del bien ajeno.

Con niños pequeños la envidia es tan natural (deseo de tener lo que otros tienen) que resultarí­a anormal la personalidad que careciera de ella. Pero es en esa edad cuando se pueden generar las disposiciones afectivas opuestas y el educador no debe perder la oportunidad de hacerlo. (Ver Capitales. Pecados)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. vicios capitales)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

La envidia es un pesar del bien ajeno. El envidioso sufre al ver a los demás gozar de prosperidad y de felicidad, y desearí­a verlos en la desgracia. La envidia, fustigada en el N. T. (Rom 1, 29; Gál 5, 21-23), es mala consejera, pues hace al hombre adoptar posturas de insolidaridad con los demás e incluso de enemistad y agresión (Mt 27, 18; Mc 15, 10).

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> miedo, amor). La Biblia supone que la envidia está en la raí­z de todos los pecados*. Ella aparece en el fondo del relato del “pecado” de Adán-Eva (Gn 2-3) y en el gesto homicida de Caí­n (Gn 4), al principio de la Biblia. También el pecado de los ángeles violadores de 1 Hen ha sido la envidia: han querido tener algo propio de los hombres (posibilidad de sexo y violencia), algo que ellos como espí­ritus* no tienen. Pero los lugares donde la envidia aparece con más fuerza en la Biblia son dos: el libro de la Sabidurí­a y el relato de la muerte de Jesús en Marcos.

(1) Libro de la Sabidurí­a: “Dios hizo al hombre para la inmortalidad y lo hizo imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del Diablo y los de su partido pasarán por ella” (Sab 2,23-24). Este hombre (anthrópos) del que trata nuestro texto es el Adán-Eva de Gn 2-3 y se identifica con todos los hombres, creados por Dios para la inmortalidad, pero amenazados por el diablo, que aquí­ se interpreta en un sentido básicamente antropológico, como envidia radical del mismo ser humano. La envidia no es una propiedad del diablo, sino su misma “esencia”, si se permite utilizar esa palabra, pues estamos ante un genitivo epexegético: “la envidia, es decir, el Diablo”. Por eso, el partido del diablo está formado por aquellos que se dejan dominar por la envidia, rechazando así­ el don de la vida de Dios, que es gracia, es decir, la generosidad. Ciertamente, el hombre puede volverse Diablo, si se deja dominar por la envidia, pero también puede liberarse de ella y volverse “pariente de Dios”. Según eso, el hombre-Adam puede rebelarse contra Dios y caer, pero puede también levantarse, pues la Sabidurí­a de Dios les protege. En esa lí­nea, nuestro libro quiere contar la “historia” de la Sabidurí­a y no la de los ángeles o diablos: “Os explicaré lo que es la Sabidurí­a y cuál es su origen; me voy a remontar al comienzo de la creación, dándola a conocer claramente… No haré el camino de la envidia que se consume, pues ésta no tiene nada en común con la Sabidurí­a” (Sab 6,22-23). Estos son los protagonistas de la vida humana, éstas las claves de la antropologí­a: la Sophia o Sabidurí­a de Dios (= Dios mismo), que guí­a a los hombres por el camino de una vida que es gracia; y el plitlionos o envidia del Diablo (= el mismo Diablo), que conduce a los hombres a la muerte. Así­ reelabora nuestro libro los temas básicos del Génesis. Desde esa oposición entre Sabidurí­a (que es Dios como gracia y principio de vida compartida) y envidia (que es rechazo diabólico de Dios y principio de lucha in terhumana) se entienden los elementos básicos de la antropologí­a de Sab: los hombres somos inmortales por gracia, por don de Dios y vida compartida; pero podemos morir por envidia.

(2) La envidia de los sacerdotes que condenan a Jesús. La envidia aparece, junto con el miedo* (cf. Mc 11,18), como motivo desencadenante del asesinato de Jesús. Así­ lo ha destacado Marcos cuando dice que Pilato no se fiaba de Caifás y de los sacerdotes, aunque actuaran de hecho como aliados suyos, porque sabí­a “que los sumos sacerdotes le habí­an entregado (a Jesús) por envidia” (dia phthonon: Mc 15,10; Mt 27,18). La misma envidia que Sab 6,2223 habí­a presentado como principio general de muerte viene a presentarse ahora como causa del asesinato de Jesús. (a) Los sacerdotes envidian a Jesús porque le consideran valioso, porque han visto en su conducta algo que en el fondo les gustarí­a tener y no tienen, una forma de relacionarse con Dios y con los hombres, (b) Esta envidia refleja una carencia de los sacerdotes, un vací­o que les impide gozar de sí­ mismos al relacionarse con los otros. No están contentos de su suerte, no pueden vivir en verdad con lo que tienen; por eso, la simple presencia de Jesús les disgusta, porque les recuerda su falta de auténtico poder, (c) La envidia suscita violencia: los sacerdotes no pueden robar a Jesús su prestigio, ni apoderarse de sus bienes, ni ocupar su puesto, pues no quieren ser como él (vivir en gratuidad). Pero tampoco pueden soportarle. Por eso le hacen morir, no para hacer lo que él hací­a (ellos no quieren eso), sino para impedir que Jesús pueda acusarles con su vida y su palabra. Hay una envidia que podrí­amos llamar “activa”: es la de aquellos que quieren apoderarse de los tesoros o bienes de los otros (dinero, puesto de trabajo), sin necesidad de matarles a ellos. Pero hay otra envidia que podemos llamar “reactiva” y que consiste en no soportar la existencia de los otros como tales, de manera que no podemos vivir tranquilos mientras ellos existan. Esta es la envidia de los sacerdotes que no tienen más autoridad que la que brota de su imposición sacral. Ellos representan el deseo impositivo (no la gracia de Dios) y por eso combaten al representante del Dios de la gracia. Su envidia es contagiosa: pone en marcha el proceso de Jesús y no se apaga hasta matarle, pues piensan que sólo matándole podrán superar y vencer su envidia, pudiendo así­ vivir en paz sobre ella. Pero la envidia no se vence con la ley, sino con la gracia*.

Cf. J. M. REESE, Hellenistic Influences on the Book ofWisdomand its Consequences, Istituto Bí­blico, Roma 1970; H. SCHOECK, Emy. A Theory of Social Behavior, Nueva York 1969.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Pesar o padecimiento por razón de las pertenencias, prosperidad, ventajas, posición o reputación ajenas. Las personas envidiosas desean lo que tienen los demás, y suelen pensar que los que poseen el objeto de su deseo no se lo merecen. La palabra hebrea qin·´áh puede referirse, según el contexto, a celo, ardor, insistencia en la devoción exclusiva, o bien a los celos y la envidia (2Re 19:31; Sl 79:5; Nú 25:11; 5:14; Job 5:2), a diferencia del término griego fthó·nos, que siempre tiene una connotación negativa y significa envidia. (Ro 1:29.)
Una de las malas inclinaciones del hombre pecaminoso es la tendencia a la envidia. (Snt 4:5.) Es una expresión del odio. Debido a que los filisteos envidiaban la prosperidad de Isaac, cegaron con malicia los pozos de los que dependí­an sus rebaños y manadas. Por último, su rey exigió que Isaac se marchara de la zona. (Gé 26:14-16, 27.) La envidia que Coré, Datán y Abiram, sentí­an por la dignidad y honra de la posición que ocupaban Moisés y Aarón provocó su rencoroso ataque verbal. (Nú 16:1-3; Sl 106:16-18.) La respuesta favorable de la gente al mensaje de Jesús suscitó la envidia de los sacerdotes principales y de muchos ancianos judí­os. Su envidia alcanzó cotas insospechadas cuando entregaron al Hijo de Dios a Pilato para que este dictara su sentencia de muerte. (Mt 27:1, 2, 18; Mr 15:10.)
Abogar por enseñanzas que no están de acuerdo con las de Jesús genera envidia. El principal interés del que las enseña no es la gloria de Dios, sino la promoción de su propia doctrina. La envidia resultante puede llevar a que se intente representar a los verdaderos cristianos en falsos colores, calumniarlos y socavar su labor e influencia sana. (1Ti 6:3, 4.) El apóstol Pablo tuvo que contender con personas que tení­an malos motivos, que predicaban a Cristo por envidia. Por esta envidia, intentaron desacreditar la reputación de Pablo y su autoridad apostólica. Quisieron desanimar y desalentar al apóstol, que para entonces estaba preso. Procuraron ganar prestigio en detrimento de Pablo con el objeto de alcanzar sus fines egoí­stas. (Flp 1:15-17.)

Peligro de ceder a la envidia. La gente que consigue lo que quiere mediante el fraude y la violencia puede disfrutar por un tiempo de prosperidad, seguridad y buena salud. Es posible que los inicuos incluso tengan una muerte pací­fica, no angustiosa. Cuando un siervo de Dios observa que sus circunstancias son menos favorables que las de los inicuos, puede ser que permita que la envidia erosione su aprecio por el valor de hacer la voluntad divina, como le sucedió al salmista Asaf. (Sl 73:2-14.) Por ello, en repetidas ocasiones las Escrituras ofrecen razones sólidas por las que no se debe envidiar a los malhechores ni adoptar sus caminos: los que practican la injusticia son tan transitorios como la hierba que se seca en seguida bajo el calor del sol. (Sl 37:1, 2.) Aunque los que consiguen sus objetivos mediante la violencia disfruten de prosperidad, son detestables a Jehová y están bajo su maldición (Pr 3:31-33), su vida no tiene futuro. (Pr 23:17, 18; 24:1, 19, 20.)
La patética suerte de la persona envidiosa se anuncia en el proverbio inspirado: †œEl hombre de ojo envidioso [literalmente, †œmalo; maligno†] se agita tras cosas valiosas, pero no sabe que la carencia misma le sobrevendrᆝ. (Pr 28:22.) En efecto, la persona de ojo envidioso se encamina a la carencia. Se esfuerza por elevarse a sí­ misma a la altura de aquellos a quienes envidia, pero al mismo tiempo se degrada en sentido moral, sacrificando los principios justos. Aun si consigue riquezas, son temporales y tiene que abandonarlas cuando le sobreviene la muerte. De modo que se ha esforzado o †˜agitado†™ para nada. Jesús mencionó †œel ojo envidioso [literalmente, †œinicuo†]† entre las cosas inicuas que proceden del interior del hombre y lo contaminan. (Mr 7:22, 23.)
La envidia es una de las obras despreciables de la carne que se interpone en el camino hacia el Reino de Dios. (Gál 5:19-21.) Todos los que persistan en ella †œson merecedores de muerte†. (Ro 1:29, 32.) Sin embargo, con la ayuda del espí­ritu de Dios es posible evitar la envidia. (Gál 5:16-18, 25, 26; Tit 3:3-5; 1Pe 2:1.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

En el AT, qānāʾ, qinʾāh (cuya idea principal es sonrojarse a causa de la emoción) se traducen a menudo por «celo» o «envidia» según el sentido. La envidia es siempre mala, el celo en cambio, con frecuencia, tiene una connotación buena. En forma similar «mirar con malos ojos» (1 S. 18:9) y «el ojo maligno» (Eclesiástico 14:8, 10; Mt. 20:15, BJ, Mr. 7:22) expresan la idea de envidia. En el NT dselos (celos, rara vez «envidia») puede ser bueno o malo; fzonos (envidia) siempre es mala (excepto en Stg. 4:5; R.V.G. Tasker, The General Epistle of James, Tyndale Press, Londres, 1956, pp. 90, 91, 105). Trench discrimina entre la envidia en su forma pasiva y el celo como activamente antagónico hacia el bien de otro. HDGC («envidia») relaciona la envidia con el deseo de la posesión de otro y el celo por la rivalidad ante un objetivo común. Pero la envidia (por ejemplo, la de los hermanos de José, la de Saúl hacia David, y la del jefe de los sacerdotes hacia Cristo) se refiere a una posesión inalienable (amor paternal, honores por la victoria o grandeza espiritual), en tanto que el celo, bueno y malo (Gá. 4:17, 18) se refiere a circunstancias alterables. La envidia es esencialmente maligna (Sabiduría 2:24; 1 Jn. 3:12; véase 1 Clem. 3) y una obra de la carne (Gá. 5:21), y llegó a ser un «pecado de muerte» en la teología moral posterior.

George J.C. Marchant

BJ Biblia de Jerusalén

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (210). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

Consideración poco generosa de las ventajas que parecen disfrutar otros, cf. el lat. invidia de invideo, “contemplar muy de cerca”, luego “observar con intención maliciosa” (véase 1 S. 18.9). El heb. qin’â significa en su origen quemadura, luego el color que se produce en el rostro por una emoción profunda y, en consecuencia, ardor, fervor, celo. Véase Job 5.2; Pr. 27.4; Hch. 7.9, etc. En 1 Co. 3.3 °vrv2, tiene “celos”. Pero “envidia” y “celos” no son sinónimos. Los celos producen temor de perder lo que poseemos; la envidia produce dolor ante el hecho de que otros tengan lo que nosotros no tenemos. La palabra qin’â se usa para expresar la envidia de Raquel por su hermana (Gn. 30.1, cf. Gn. 37.11; Nm. 25.11, etc.). Sus malas consecuencias se revelan especialmente en el libro de Proverbios: así la pregunta en 27.4: “¿Quién podrá sostenerse delante de la envidia?” El vocablo neotestamentario zēlos generalmente se traduce *“celo” con sentido bueno, como también con sentido malo, o sea como “envidia” (Jn. 2.17; cf. Col. 4.13, donde °nbe traduce “mucho trabajo” (°vrv2 “gran solicitud”); obsérvese también su referencia a Dios, 2 R. 19.31; Is. 9.7; 37.32, etc.) El vocablo fthonos siempre se usa en sentido malo, excepto en el difícil versículo de Stg. 4.5, que debe traducirse como en °vm. (Un sentimiento comparable se expresa en el Manual de Disciplina, 4.16–18, de Qumrán.) fthonos es característica de la vida no redimida (Ro. 1.29; Gá. 5.21; 1 Ti. 6.4; Tit. 3.3). Fue este el espíritu que llevó a la crucifixión de nuestro Señor (Mt. 27.18; Mr. 15.10). La envidia, zēlos, en el sentido de celo desmedido, debe ser evitado por los cristianos (Ro. 13.13; 2 Co. 12.20; Stg. 3.14, 16). Véase NIDNTT 1, pp. 557s; TDNT 2, pp. 877–882.

H.D.MCD.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Aquí se toma el término “envidia” como sinónimo de celos. Se define como el dolor que uno siente por el bienestar de otro debido a la opinión de que la propia excelencia es, en consecuencia, disminuida. Su malicia característica proviene de la oposición que implica a la virtud suprema de la caridad. La ley del amor nos obliga a alegrarnos en lugar de estar angustiados por la buena suerte del prójimo. Además, esta actitud es una contradicción directa al espíritu de solidaridad que debe caracterizar a la raza humana y, de modo especial, a los miembros de la comunidad cristiana. El envidioso se tortura sin causa, manteniendo mórbidamente que el éxito del otro constituye un mal para sí mismo. En la medida que el pecado desafía al gran precepto de la caridad, es en general grave, aunque debido al asunto trivial que envuelve, así como debido a la falta de suficiente deliberación, a menudo se le considera venial.

Los celos son un mayor mal cuando uno se aflige por el bien espiritual del otro; lo cual se dice que es un pecado contra el Espíritu Santo. Además se le llama pecado capital debido a los otros vicios que engendra. Entre su descendencia Santo Tomás (II-II, Q. XXXVI) enumera el odio, la detracción, la alegría por las desgracias del prójimo y la murmuración. Entristecerse por el éxito ajeno no siempre constituye celos. El motivo debe ser analizado. Si, por ejemplo, siento tristeza por la noticia de que otro ha sido promovido o ascendido a la riqueza, ya sea porque sé que no merece su accesión a la buena suerte, o porque he hallado motivos para temer que lo usará para hacerme daño o a los demás, mi actitud es completamente racional, siempre y cuando no haya exceso en mi opinión. Entonces, también, puede ocurrir que, propiamente hablando, no envidio la feliz condición de mi prójimo, sino que simplemente me pesa que no le he imitado. Así, si el objeto es bueno, yo no deberé estar celoso, sino más bien laudablemente émulo.

Fuente: Delany, Joseph. “Jealousy.” The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910. 20 Dec. 2011
http://www.newadvent.org/cathen/08326b.htm

Traducido por Luz María Hernández Medina

Fuente: Enciclopedia Católica