LECHE Y MIEL

(-> alimentos, tierra). Son signos de una tierra que aparece como madre buena, alimentos de infancia y dulzura para los hijos de este mundo, que son hijos de Dios, como él mismo dice a Moisés: “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto y he escuchado el grito que le hacen clamar sus opresores, pues conozco sus padecimientos. Y he bajado para sacarlo del poder de Egipto y para subirlo de esta tierra a una tierra buena y ancha, a una tierra que mana leche y miel, paí­s del cananeo, del heteo…” (Ex 3,8-10; cf. Ex 3,17; 13,5; 33,3; Lv 20,24; Nm 13,27; 14,8; Dt 6,3; 11,9; etc.). Desde la llama de fuego, en la montaña santa, donde se aparece a Moisés, el Dios de los patriarcas de Israel (Abrahán, Isaac y Jacob) baja para liberar a los hebreos oprimidos, trazando una intensa geografí­a sacral: penetra en el lugar del conflicto y dolor (Egipto), para liberar al pueblo y hacer que ascienda (wleha†™ aloto), transformado y recreado, a la nueva y buena tierra (tierra de leche y miel), en gesto de muerte (dejar lo antiguo) y nacimiento (experiencia de leche y miel o paraí­so). Esta expresión (tierra que mana leche y miel: zabat halab wdbas), emparentada con viejos textos mitológicos, parece evocar la maternidad de Dios que ofrece a los hombres su leche (cuidado materno) y su miel (dulzura). Los israelitas, condenados a muerte en una tierra estrecha de padecimiento, que les encierra en sus ajos, pepinos y cebollas (cf. Nm 11,5), renacerán por el amor de Dios en una tierra extensa de gozo (cf. Is 7,15) y amor (Cant 4,11). Esa tierra prometida es signo de felicidad, simbolizadas por la leche y miel, como evocan los textos ya citados, retomados en la profecí­a del Emmanuel (Is 7,22). En la visión de esta tierra de leche-miel influye la añoranza del paraí­so (Gn 2-3), reinterpretado de forma histórica, como experiencia de vida feliz. También pueden influir antiguos mitos, propios de la religión cananea, que vinculaba la revelación de Baal (Señor divino) al fruto del campo y la comida: “¡Está vivo Baal, el Victorioso, vuelve a su ser el Prí­ncipe, Señor de la tierra! Es un sueño del Benigno, de lili el Bondadoso, una visión del Creador de las Criaturas: ¡Que los cielos lluevan aceite, que los torrentes fluyan con miel!” (Textos de Ugarit I, 6, III, 1-6). Los textos (cananeos y bí­blicos) son semejantes, pero hay algunas diferencias. El mito de Baal* habla de aceite y miel, la Biblia de leche y miel, vinculadas a la tierra. Para el mito, la comida es producto de la lluvia divina (de Baal). Para la Biblia es don de Yahvé, en la tierra prometida. Ciertamente, se podrí­a decir que ese anhelo de la tierra de leche-miel constituye un mito de evasión: nos saca de este mundo para llevarnos a una tierra imaginaria, jardí­n de maravillas que sólo existe en un nivel de fantasí­a; la Biblia sabe que los hombres y mujeres anhelamos una tierra de felicidad, de leche y miel gozosa, sin combate ni batalla interhumana. Pero, al mismo tiempo, el conjunto de la Biblia sigue sabiendo que la búsqueda de la nueva tierra de leche-miel sólo puede expresarse allí­ donde los hombres y mujeres asumen y recorren un camino de intensa fidelidad a Dios y de justicia interhumana.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra