MADRE

v. Padre
Gen 3:20 cuanto ella era m de todos los vivientes
Gen 17:16 y vendrá a ser m de naciones; reyes
Exo 20:12; Deu 5:16 honra a tu padre y a tu m
Jdg 5:7 yo Débora me levanté .. como m en
1Sa 2:19 y le hacía su m una túnica pequeña
2Sa 20:19 destruir una ciudad que es m en Israel
Psa 113:9 estéril, que se goza en ser m de hijos
Pro 23:22 tu m envejeciere, no la menosprecies
Isa 66:13 como aquel a quien consuela su m, así
Eze 16:44 refrán que dice: Cual la m, tal la hija
Mat 10:35 hija contra su m, y a la nuera contra
Mat 12:48; Mar 3:33 ¿quién es mi m, y quiénes
Mat 15:4 diciendo: Honra a tu padre y a tu m
Mat 19:5; Eph 5:31 dejará padre y m, y se unirá a
Luk 8:21 mi m y mis hermanos son los que oyen
Joh 19:25 estaban junto a la cruz de Jesús su m
Joh 19:27 después dijo al discípulo: He ahí tu m
Gal 4:26 la cual es m de todos nosotros, es libre
1Ti 5:2 ancianas, como a m; a las jovencitas
2Ti 1:5 la fe .. la cual habitó .. en tu m Eunice


ver FAMILIA; Ver MATRIMONIO

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

MADRE DE DIOS
La Virgen Marí­a es la Madre de Jesucristo: (Mt.l, Lc.l), que es Dios: (Jn.l:l); por lo tanto la Virgen Marí­a es la “Madre de Dios”, lo mismo que tu madre y la mí­a son nuestras madres, aunque no hayan “hecho” nuestras almas ni nuestros cuerpos.

MADRE DE LOS CRISTIANOS
San Pablo nos presenta la Iglesia como el “Cuerpo Mí­stico de Cristo”, en Ro.12, 1 Cor.12 y Ef.4: La Cabeza de ese Cuerpo es Cristo; los miembros, los cristianos; el alma, el Espí­ritu Santo; el Padre, Dios Padre: (Efe 4:6). y, como todo cuerpo tiene también “madre”, la madre de la Cabeza, es también la Madre de todo el Cuerpo, porque, de otra forma, serí­a un cuerpo monstruoso en el que la Cabeza tiene una madre y el cuerpo otra. El Cuerpo Mí­stico de Cristo no es monstruoso, sino lo más perfecto imaginable, y por eso la Madre de la Cabeza es la Madre del Cuerpo, de la Iglesia, y de cada miembro del Cuerpo, de cada cristiano.

En la Cruz Jesús le dijo al “discí­pulo”: “He ahí­ a tu Madre”: (Jua 19:27).

Bien sabí­a Jesús que Marí­a no era la Madre de Juan, ¡y no estaba diciendo Cristo una mentira en la Cruz cuando dijo eso!. estaba diciendo una verdad muy consoladora: En el “discí­pulo” estábamos todos los cristianos representados, y a cada cristiano nos estaba diciendo Jesús: “He ahí­ a tu Madre”. Nos amó tantí­simo Jesús, que el Jueves Santo nos regaló la Eucaristí­a y los Sacerdotes de su Iglesia, y el Viernes nos dio toda su Sangre. y, como no tení­a más que darnos, nos regaló lo último que le quedaba, nos regaló a su propia Madre, para que sea también nuestra Madre, y nos salvemos con corazón de Padre y con carinos de Madre, ¡alabado sea el Senor!.

El Cristiano, “madre de Cristo”: Así­ lo dijo el mismo Jesús en Mar 3:35 : “Quien hiciere la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”: Yo ya sabí­a que Cristo era mi “hermano”, pero nunca habí­a pensado que yo era “madre” de Cristo, y, en efecto, así­ lo es, porque cada cristiano lleva a Cristo en su corazon, y, por lo tanto, es “madre de Cristo” que, además, lo puede entregar a los demás, como hacen todas las madres. Así­ explican Tertuliano y San Agustí­n este pasage de Mar 3:35, Mt.12, Lc. 8. Cada cristiano, “3 madres”.

1- La madre natural.

2- La Virgen Marí­a.

3- La Iglesia, Santa Madre, que nos engendra a Cristo.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

tip, LEYE

ver, MATRIMONIO, FAMILIA, HIJO, PADRES, MUJER

vet, La ley ordenaba que se honrara a la madre así­ como al padre (Ex. 20:12). El hijo que hiriera a su padre o madre debí­a ser castigado con la muerte (Ex. 21:17). La misma suerte caí­a sobre el que era habitualmente desobediente (Dt. 21:18-21). En casi todos los casos se mencionan las madres de los reyes de Israel, y no sólo los padres. La mujer prudente que llamó a Joab indicando que era “una madre en Israel” fue escuchada con toda atención (2 S. 20:19). Una madre tiene naturalmente una gran influencia sobre sus hijos, sea para bien o para mal, como se ve con los casos de Jocabed la madre de Moisés y Jezabel la madre de Atalí­a. Los hijos de la mujer virtuosa se levantan y la llaman bienaventurada (Pr. 31:28). Timoteo tení­a una madre y abuela fieles (2 Ti. 1:5). Hay también “madres” en la iglesia que tienen los intereses del Señor en sus corazones para el bien de los santos, lo que se ve en que Pablo llama a la madre de Rufo también madre suya (Ro. 16:13). Se ha de señalar que “en vano buscamos en las Escrituras la humillante posición que ocupa la mujer en muchas tierras del Oriente. Se ha creado una falsa concepción debido a su actual posición en Oriente, especialmente bajo el Islam. Su posición, tal como aparece en las Escrituras, es totalmente diferente. Allí­ las mujeres se mueven en el mismo plano social que los hombres. Con frecuencia ocupan posiciones públicas (Ex. 15:20; Jue. 4:4; 2 R. 22:14)…” (ISBE, pág. 2092). (Véanse MATRIMONIO, FAMILIA, HIJO, PADRES, MUJER.)

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[820]

Mujer que genera hijos. Por extensión concepto extenso que se aplica a personas acogedoras del ser humano o a instituciones en sentido de protección y afecto. La patria como madre, la Iglesia como madre, la sociedad como madre, una institución protectora como madre. Pero en todos esos casos se alude al simbolismo de la fecundidad, de la protección y del amor participativo, que se hace similar al que por naturaleza una mujer tiene por el hijo que ha engendrado.

En general, el concepto de “madre” alude a toda institución, realidad o situación que genera o condiciona: lengua, cultura, ciencia, cauce, etc.

(Ver Mujer 5.1)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Dios hizo a la mujer para que fuera madre (Gén 1,28). San Pablo quiere que las mujeres se casen y tengan hijos (1 Tim 5,14). La mayor gloria para una mujer israelita es ser madre (Gén 24,60; 30,1; 1 Sam 1,6; Sal 113,9). Esta es la felicidad de Isabel (Lc 1,24-25.41.58) y de Marí­a (Lc 1,46-47; 11,27). A la maternidad se llega por el dolor (Lc 23,29; Jn 16,21; Ap 12,2.4-5). La pérdida de los hijos es también para la madre causa de un inmenso dolor (Mt 2,18), como lo es la preocupación por ellos, por su alimento (Mt 24,19), por su porvenir (Mt 20,20). El amor de la madre es el más grande amor (Is 49,15), comparable al amor de Dios a Jerusalén (Is 66,13) y de Jesucristo (Mt 23,37). La madre tiene derecho a la piedad filial, debe ser requerida y honrada por sus hijos (Mt 15,4-G; Lc 18,20). Para un hijo sólo puede haber un amor superior al que tiene a su madre: el amor a Jesucristo (Mt 10,35-37; Lc 14,26). ->í­a, la madre de Jesús.

E.M.N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Al igual que la palabra hebrea ´av (padre), ´em (madre) es probablemente una palabra onomatopéyica que refleja uno de los primeros sonidos labiales del niño. El término puede referirse a la madre, a una madrastra (Gé 37:10; compárese con Gé 30:22-24; 35:16-19) y también a una antepasada, pues Eva, la esposa de Adán, fue †œla madre de todo el que viviera†. (Gé 3:20; 1Re 15:10.) La palabra griega para †œmadre† es me·ter. Estos términos también se usan en sentido figurado.
Las mujeres hebreas tení­an muy arraigado en su corazón el deseo de tener familia numerosa, especialmente debido a las promesas de Dios de convertir a Israel en una nación populosa y de que por medio de esa nación vendrí­a la descendencia prometida. (Gé 18:18; 22:18; Ex 19:5, 6.) El que una mujer no tuviera hijos se consideraba una de las mayores desgracias. (Gé 30:1.)
Bajo el pacto de la Ley, una mujer era †œinmunda† en sentido religioso después del nacimiento de un niño durante cuarenta dí­as (siete más treinta y tres), y si era una niña, el doble de ese tiempo, es decir, ochenta dí­as (catorce más sesenta y seis). (Le 12:2-5.) Durante los siete y los catorce dí­as, respectivamente, era inmunda para todas las personas, incluido su esposo, pero en el caso de los treinta y tres y sesenta y seis dí­as, respectivamente, era inmunda solo en lo relativo a las cosas sagradas y las relacionadas con el servicio religioso en el santuario.
Las madres hebreas daban el pecho a sus hijos hasta los tres años, y algunas veces hasta los cinco o más, pues creí­an que cuanto más tiempo los amamantaran, más fuertes crecerí­an. (Véase DESTETE.) Si la madre morí­a o no tení­a suficiente leche, se recurrí­a a una nodriza. Por lo tanto, la expresión †œde los pequeñuelos y de los lactantes† que aparece en la Biblia podrí­a incluir a los que tuvieran suficiente edad para ser destetados, adquirir el conocimiento necesario a fin de alabar a Jehová y recibir preparación en el santuario. (Mt 21:15, 16; 1Sa 1:23, 24; 2:11.)
Habí­a una intimidad especial entre la madre y los hijos, pues ella los cuidaba directamente hasta que los destetaba, momento en que el padre empezaba a dirigir de modo más personal la educación del hijo. La posición de la madre en la casa era de reconocida importancia. Habí­a que respetarla aun en su vejez. (Ex 20:12; 21:15, 17; Pr 23:22; Dt 5:16; 21:18-21; 27:16.) Por supuesto, su posición siempre era secundaria a la de su esposo, a quien tení­a que respetar y obedecer. De niño, Jesús se sometió a su padre adoptivo José y a su madre Marí­a. (Lu 2:51, 52.)
Cuando el padre tení­a más de una esposa, los hijos se valí­an de la palabra †œmadre† para distinguir a su progenitora de las demás esposas de su padre. Igualmente, la expresión †œhijos de mi madre† se usaba para diferenciar a los medio hermanos de los hermanos carnales. (Jue 8:19; Gé 43:29.)
La madre debí­a transmitir a los hijos las instrucciones y mandatos del padre y procurar que se cumplieran. (Pr 1:8; 6:20; 31:1.) Administraba la casa teniendo presente las directrices de su esposo. Dar a luz hijos y criarlos debidamente la mantení­a ocupada y en cierto modo evitaba que se hiciese chismosa o se entremetiese en asuntos ajenos. Mantenerse firme en la fe la protegerí­a. (1Ti 5:9-14; 2:15.) Una buena madre preparaba el alimento, la ropa para el hogar, para sus hijos y para otros miembros de la casa, de tal modo que su esposo e hijos tendrí­an sobradas razones para alabarla ante otros. (Pr 31:15, 19, 21, 28.)

Uso figurado. La palabra †œmadre† tiene en Jueces 5:7 el sentido de mujer que atiende y cuida a otros. Pablo comparó la ternura que sentí­a hacia los que habí­a introducido en la verdad, sus hijos espirituales, con la de una †œmadre que crí­a†. (1Te 2:7; véase AMABILIDAD.)
Debido a la estrecha relación espiritual que existe en la congregación, las mujeres cristianas son como madres y hermanas de sus compañeros cristianos, por lo que se las ha de tratar con el mismo respeto y castidad. (Mr 3:35; 1Ti 5:1, 2.) A las esposas cristianas que siguen el buen ejemplo de Sara, la esposa de Abrahán, se las llama †œhijas† de ella. (1Pe 3:6.)
Como el cuerpo del hombre se hizo †œdel polvo del suelo†, la Tierra puede asemejarse a su †œmadre†. (Gé 2:7; Job 1:21.) A veces se describe una ciudad como si se tratase de una madre, y a sus habitantes se les llama sus hijos. En el caso de Jerusalén, la ciudad, como sede del gobierno, representó a toda la nación, y a los israelitas se les consideró sus hijos. (Gál 4:25, 26; Eze 23:4, 25; compárese con Sl 137:8, 9.) También se decí­a que una gran ciudad era como una madre para sus †œpoblaciones dependientes† circundantes, o, literalmente, sus †œhijas†. (Eze 16:46, 48, 53, 55; véase nota del vs. 46.) A Babilonia la Grande, †œla gran ciudad†, se la llama †œla madre de las rameras y de las cosas repugnantes de la tierra†. (Rev 17:5, 18.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Fuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento

1. meter (mhvthr, 3384), se usa: (a) de la relación natural (p.ej., Mat 1:18; 2Ti 1:5); (b) en sentido figurado: (1) de una que asume el papel de una madre (Mat 12:49,50; Mc 3.34, 35; Joh 19:27; Rom 16:13; 1Ti 5:2); (2) de la Jerusalén celestial y espiritual (Gl 4.26), que es “libre”, o sea, no sometida a servidumbre por la ley impuesta externamente, como bajo la ley de Moisés, “la cual es madre de todos nosotros”, esto es, de los cristianos, usándose alegóricamente la metrópolis, o ciudad madre, así­ como la capital de un paí­s es “el centro de su gobierno, el centro de sus actividades, y el lugar donde se expresan en su mayor plenitud las caracterí­sticas nacionales”; (3) simbólicamente, de Babilonia (Rev 17:5), como la fuente de la que ha procedido la prostitución de mezclar ritos y doctrinas del paganismo con la fe cristiana. Nota: En Mc 16.1 el artí­culo, seguido del caso genitivo del nombre “Jacobo”, con la omisión del término “madre”, constituye un modismo para expresar el significado “la madre de Jacobo”. 2. ametor (ajmhvtwr, 282), sin madre (a, privativo, y Nº 1), se usa en Heb 7:3, del registro de Melquisedec en Génesis, habiendo sido omitidos exprofeso algunos detalles con respecto a él, a fin de ajustarlo a la descripción de hechos acerca de Cristo como el Hijo de Dios. Este término lo usan en este sentido en sus escritos el dramaturgo Eurí­pides y el historiador Herodoto. Véase también bajo PADRE.¶ Nota: Para metroloas, o metraloas, lit.: “matadores de madres”, véanse MATRICIDA, MADRUGADA Nota: En la RVR77 se traduce el verbo orthrí­zo, hacer cualquier cosa temprano por la mañana, como “el pueblo vení­a a él de madrugada” (Luk 21:38). Véanse MAí‘ANA, VENIR.¶

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

La madre, dando la vida, ocupa un puesto distinguido en la existencia ordinaria de los hombres y también en la historia de la salvación.

I. LA MADRE DE LOS HUMANOS. La que da la vida debe ser amada, pero el amor que se le tiene debe también transfigurarse, a veces hasta el sacrificio, a ejemplo de Jesús.

1. El llamamiento a la fecundidad. Adán, al llamar a su mujer “Eva” significaba su vocación de “madre de los vivientes” (Gén 3,20). El Génesis narra cómo se realizó esta vocación a pesar de las más desfavorables circunstancias. Así­ Sara recurre a una estratagema (16,1s), las hijas de Lot a un incesto (19,30-38), Raquel a un chantaje: “Dame hijos, o me muero”, grita a su marido; pero Jacob confiesa que no puede ponerse en el puesto de Dios (30,1s). En efecto, sólo Dios que puso en el corazón de la mujer el deseo imperioso de ser madre, es el que abre y cierra el seno materno: sólo él puede triunfar de la *esterilidad (1Sa 1,2-2,5).

2. La madre en el hogar. La mujer, una vez madre, salta de júbilo. Así­ Eva en su primer parto: “Por Yahveh he adquirido un hombre” (Gén 4,1), júbilo que se perpetuará en el *nombre de Caí­n (de la raí­z hebrea “adquirir”). Asimismo “Isaac” evoca la risa de Sara en la ocasión de este nacimiento (Gén 21,6), y “José” la esperanza que abriga Raquel de tener todaví­a otro hijo (30, 24). Por su maternidad no sólo entra en la historia de la vida, sino que inspira a su esposo un afecto más estrecho (Gén 29,34). Finalmente, como lo proclama el Decálogo, debe ser respetada por sus hijos al igual que el padre (Ex 20,12): las faltas para con ella merecen el mismo castigo (Ex 21,17; Ley 20,9; Dt 21,18-21). Los Sapienciales insisten a su vez en el deber del respeto para con la madre (Prov 19,26; 20,20; 23,22; Eclo 3,1-16), añadiendo que se la debe escuchar y que se deben seguir sus instrucciones (Prov 1,8).

3. La reina madre. Una misión particular parece incumbir a la madre del *rey, única que, a diferencia de la esposa, goza de un honor particular cerca del prí­ncipe reinante. Se la llamaba la “gran señora” : así­ a Betsabé (1 Re 2,19; cf. lRe 15,13; 2Par 15,16) o Atalia (2Re ll,1s). Este uso podrí­a esclarecer la aparición de la maternidad en el marco del mesianismo regio; no carece de interés señalar la misión de la madre de Jesús, que ha venido a ser para la piedad “Nuestra Señora”.

4. El sentido profundo de la maternidad. Con la venida de Cristo no se suprime el deber de piedad filial, sino que se le da cumplimiento: la catequesis apostólica lo mantiene claramente (Col 3,20s; Ef 6,1-4); Jesús truena contra los fariseos que lo eluden con vanos pretextos cultuales (Mt 15,4-9 p). Sin embargo, desde ahora, por amor a Jesús hay que saber rebasar la *piedad filial coronándola por la piedad para con Dios mismo. Cristo vino a “separar a la hija de la madre” (Mt 10,35) y promete el céntuplo a quien deje por él a su padre o a su madre (Mt 19, 29). Para ser digno de él hay que ser capaz de “*odiar a su padre y a su madre” (Le 14,26), es decir, de amar a Jesús más que a los propios padres (Mt 10,37).

Jesús mismo dio ejemplo de este sacrificio de los ví­nculos maternos. De doce años, en el templo, reivindica frente a su madre el derecho a entregarse a los asuntos de su Padre (Lc 2,49s). En Caná, si bien otorga finalmente lo que le pide su madre, le da, sin embargo, a entender que no tiene ya por qué intervenir cerca de él, sea porque no ha sonado todaví­a la *hora de su ministerio público, sea porque no ha llegado aún la hora de la cruz (Jn 2,4). Pero si Jesús se distancia así­ de su madre, no es porque desconozca su verdadera grandeza ; por el contrario, la revela en la fe de *Marí­a. “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”, y señala con la mano a sus discí­pulos (Mt 12,48ss); a la mujer que admiraba la maternidad carnal de Marí­a le insinúa incluso que ella misma es la fiel por excelencia, escuchando la palabra de Dios y poniéndola en práctial (Lc 11,27s). Jesús extiende esta maternidad de orden espiritual a todos sus discí­pulos cuando desde lo alto de la cruz dice al discí­pulo amado : “He ahí­ a tu madre” (Jn 19,26s).

II. LA MADRE EN LA HISTORIA DE LA SALVACIí“N. Las caracterí­sticas de la madre se descubren, traducidas metafóricamente, ya para expresar una actitud divina, ya en el orden mesiánico, o para expresar la fecundidad de la Iglesia.

1. Ternura y sabidurí­a divina. Hay en Dios tal plenitud de *vida que Israel le da los nombres de *padre y de madre. Para expresar la misericordiosa ternura de Dios, rahamim designa las entrañas maternas y evoca la emoción visceral que experimenta la madre para con sus hijos (Sal 25,6; 116,5). Dios nos .consuela como una madre (Is 66,13), y si una madre fuera capaz de olvidar al hijo de sus entrañas, él no olvidará jamás a Israel (49,15).

La *sabidurí­a, que es la *palabra de Dios encargada de realizar sus designios (Sab 18,14s) saliendo de su misma boca (Eclo 24,3), se dirige a sus hijos como una madre (Prov 8-9), recomendándoles sus instrucciones, alimentándolos con el *pan de la inteligencia, dándoles a beber su *agua (Eclo 15,2s). Sus hijos le harán justicia (Lc 7,35), reconociendo en Jesús al que desempeña su papel: “Quien viniere a mí­ no tendrá jamás hambre, quien creyere en mí­ no tendrá jamás sed” (Jn 6,35; cf. 8,47).

2. La madre del Mesí­as. El protoevangelio anuncia ya que es madre la mujer cuya posteridad aplastará la cabeza de la serpiente (Gén 3,15). Luego, en los relatos de *esterilidad hecha fecunda por Dios, las mujeres que dieron posteridad a los patriarcas prefiguran remotamente a la *Virgen madre. Esta concepción virginal se insinúa en las profecí­as del Emmanuel (Is 7,14) y de la que debe dar a luz (Miq 5,2); en todo caso los evangelistas reconocieron aquí­ la profecí­a cumplida en Jesucristo (Mt 1;23; Lc 1,35s).

3. La madre de los pueblos. *Jerusalén es la ciudad madre por excelencia (cf. 2Sa 20,19), de la que los habitantes obtienen alimento y protección. De ella sobre todo derivan la *justicia y el *conocimiento de Yahveh. Como Rebeca, a quien se desea se multiplique en miles de mirí­adas (Gén 24,60), vendrá a ser madre de todos los *pueblos: “A Sión dicen todos: “Madre”, pues todos han nacido en ella” (Sal 87,5), ya sean de Israel o de las *naciones. Después del castigo que la ha alejado de su esposo la vemos de nuevo colmada: “Lanza gritos de alegrí­a, estéril, la sin hijos…, porque los hijos de la abandonada son más numerosos que los hijos de la que tiene esposo” (Is 54,1; Gál 4,22-30). Hacia ella se lanzan “como palomas hacia el palomar” todos los pueblos de la tierra (Is 2,1-5; 60,1-8).

Pero Jerusalén, replegándose sobre sí­ misma, desechando a Cristo, fue infiel a esta maternidad espiritual (Lc 13,34 p; 19,41-44), y sus hijos podrán volverse contra ella para reprochárselo (cf. Os 2,4). Por eso será suplantada por otra Jerusalén, la de lo alto, que es verdaderamente nuestra madre (Gál 4,26), que desciende del cielo, de junto a Dios (Ap 21,2). Esta ciudad nueva es la Iglesia, que engendra a sus hijos para la vida de hijos de Dios; es también cada comunidad cristiana en particular (2Jn 1). Está destinada a dar a Cristo la *plenitud de su *cuerpo y a reunir a todos los pueblos en el *Israel espiritual.

Los apóstoles, participando de esta maternidad, son instrumentos de esta fecundidad, gozosa a través del dolor (cf. Jn 16,20ss). Pablo dice a sus queridos gálatas que los engendra hasta que Cristo esté formado en ellos (Gál 4,19), y recuerda a los tesalonicenses que los ha rodeado de cuidados como una madre que alimenta a sus hijos (ITes 2,7s). Pero esta maternidad no vale sino por la de la *mujer que vive sin cesar en los dolores y en el gozo del parto, figura tras la cual se perfilan todas las madres desde Eva, madre de los vivientes, hasta la Iglesia, madre de los creyentes, pasando por la madre de Jesús, Marí­a, nuestra madre (Ap 12).

-> Iglesia – Fecundidad – Mujer – Marí­a – Virginidad.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas